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Introducción a «Poesías», de Mihail Eminescu [Fragmento: Perfiles de un autor: Mihail Eminescu]

Dana Mihaela Giurcă

José Manuel Lucía Megías

Poesía y política unidas en la obra de Eminescu, literatura y periodismo unidos en la vida de Eminescu, a pesar de las recomendaciones recordadas de Maiorescu. El periódico y la política son descritos por el poeta con estas palabras, en una carta que le envía a su padre, Gheorge Eminovici1, desde Bucarest el 18 de marzo de 1881:

«Me alegró mucho recibir tu carta en verso y me entristeció igualmente saber por la misma que no te encuentras del todo bien. También a mí me han afectado esos fríos primaverales tan frecuentes en nuestro país. No he podido responderte enseguida, pues tuvo lugar lo de la proclamación del reino y en estas nuevas circunstancias los comerciantes de patrañas y palabrerías, es decir, los periodistas, estamos ocupadísimos. Desearía de todo corazón poder ir a casa para veros, si pudiera encontrar a alguien de confianza que me reemplazara, pues este negocio, aparte de no dejar nada, ni siquiera te permite cerrar el tenderete uno o dos días y largarte, sino que, por el contrario, tienes que exprimirte la cabeza para encontrar alguna nueva mentira. Si puedo escaparme, querido papá, ya sea ahora o en verano, con seguridad iré a casa»2.


No es nuestro propósito en este apartado completar un acercamiento a la biografía de Eminescu (para lo que puede leerse la «Cronología» final), sino entreabrir diversos temas como una forma de dibujar algunos perfiles de nuestro autor que ayuden a la mejor comprensión de sus poesías.

Eminescu dedicó toda su vida a trabajar sus textos literarios, y los diecisiete volúmenes de sus Obras completas dan buena fe de ello; y trabajó, ya fuera volviendo una y otra vez a sus textos, puliéndolos, buscando una forma definitiva (como se aprecia en los comentarios genéticos del Apéndice 1), ya fuera experimentando con diferentes registros y géneros. Eminescu es considerado -con toda razón- el más grande de los poetas rumanos, pero también dedicó sus esfuerzos y su tiempo al teatro (su gran pasión, como se aprecia en sus dramas juveniles -algunos de ellos transformados en poesías-, en sus trabajos con varias compañías o en las crónicas de estrenos que publicó en diferentes periódicos, como en Timpul), a la novela y al cuento, algunos publicados en vida -el cuento El príncipe azul de la lágrima, en 1870, o la novela corta de carácter fantástico Sărmanul Dionis (El pobre Dionisio) en 1872-, así como otros dejados inéditos como Geniu pustiu (Genio solitario), que verá la luz en 1904, sin olvidar los innumerables artículos que escribió en varios periódicos, y en especial algunas series que se pudieron leer en Timpul, así como sus traducciones (de Kant, Nerval, Dumas, Baltasar Gracián, Tucídides, o una gramática paleo-eslava), y los estudios científicos y filológicos (como diccionarios de rimas).

Pero, entre todos ellos, se alza (casi nos atreveríamos a escribir) un aspecto que ha condicionado como ninguno otro la recepción de Eminescu a lo largo del siglo XX, la recepción de su imagen, y, por extensión, la de su obra: las circunstancias de su muerte, que le han colocado en la estela de algunos poetas románticos del XIX; joven, enfermo y solitario, son demasiados detalles para no dejar una determinada impronta en el imaginario colectivo. A los treinta y tres años, en julio de 1883, cae enfermo Eminescu, cae irremediablemente enfermo, tal y como se anuncia, en una escueta nota, en el periódico Timpul, de Bucarest, en donde trabajaba de manera frenética desde 1877, como hemos tenido ocasión de vislumbrar en la carta que le ha enviado a su padre dos años antes:

«Uno de los colaboradores de este periódico, Mihail Eminescu ha cesado de formar parte de nuestra redacción, al haber caído enfermo de manera imprevista. En todo caso, deseamos que la ausencia de nuestro estimado colega sea muy breve».


Eminescu no volverá jamás a la redacción del periódico. Los seis años que todavía le quedan de vida los pasará en hospitales, sanatorios y en cortos viajes por Italia y largas estancias en Botoşani, en casa de su hermana. Hay, en todo caso, un detalle en la escueta nota publicada que llama la atención: «de manera imprevista», lo que no se corresponde, en absoluto, con la realidad, ya que, desde hacía años, Eminescu arrastraba problemas de salud, por los que había solicitado, en más de una ocasión, su relevo en la redacción. Son años de grandes tensiones, años de trabajo agotador, años en los que es necesario luchar contracorriente, atacar y defenderse sin tregua, sin capacidad de descanso. Sus posiciones políticas y sociales no lo olvidemos, desde el periódico conservador más influyente le llevan a soportar numerosos ataques de una parte del ambiente periodístico, contra los que tiene que utilizar parte de su energía3. Estos años de esfuerzo son retratados, como nadie, por el propio poeta en una carta dirigida a un amigo de Iaşi a finales de 1882, y que multiplica la imagen que le había descrito a su padre un año antes:

«Desde hace casi seis años, he tomado a mi cargo una vana fatiga; desde años me debato como en una espiral viciosa en este círculo, que es el único verdadero; desde hace años no tengo paz, no tengo aquel reposo sereno del que tendría necesidad para poder atender a otra cosa que a la política. Siento que no aguanto más, siento que me encuentro moralmente seco, que tendría necesidad de un largo, largo reposo para volver a encontrarme; y sin embargo, como el más humilde trabajador de una fábrica, un reposo semejante no puedo conseguirlo en ningún puesto y cerca de nadie. Estoy destrozado, no me reconozco en absoluto. Espero el telegrama Havas para volver a ponerme a escribir, naturalmente a escribir por trabajo».


Pero los problemas de salud de Eminescu no nacen en la redacción de Timpul (aunque el ritmo de vida frenético que lleva en Bucarest bien pudo aumentarlos). En una carta que escribe a sus padres desde Viena, en donde se encontraba para seguir sus estudios universitarios, nos revela lo falso de ese «manera imprevista» que venimos comentando. En la carta, fechada el 10 de febrero de 1872, confiesa la causa de su silencio: una grave gripe que le ha tenido postrado en la cama por más de veinte días. Pero más allá de los detalles cotidianos, de la continua -e implorante- solicitud de dinero que nos dibuja la situación de miseria que sufrió en Viena y que pudo ver paliada -en parte- en Berlín gracias a una beca de Junimea, interesa destacar la opinión del médico que le ha tratado, que viene a mostrarnos -en toda su crudeza- los ataques de soledad y aislamiento que persiguieron al poeta durante toda su vida:

«Nadie vino a verme, pues les había prohibido a todos venir; así que me quedé solo, presa de mis pensamientos y mis alucinaciones, que eran de todo menos serenos. El doctor me dijo que la principal causa de mi enfermedad era el aislamiento pleno en el que vivo y la sociedad y la gente que me rodean. Yo no creo que sea así. Es cierto que no voy a reuniones sino en contadas ocasiones, pero a veces, sin embargo, voy».


La enfermedad en julio de 1883 le va a apartar, para siempre, de la frenética vida -política y literaria- de la Rumania de aquellos años. Una enfermedad tanto física como mental; de la mental confiesa haberse recuperado en una carta que le envía a Alexandru Chibici Revneanu, compañero de estudios del poeta a principios de 1884, desde el sanatorio vienes de Ober-Döbling, donde había sido internado gracias a la intervención de algunos de sus amigos (muchos de ellos miembros de Junimea), pero no así de la física, que parece que tampoco vaya a superar con facilidad, teniendo en cuenta el régimen de hambre al que denuncia le someten4. En la carta se mezclan sus preocupaciones por el dinero («¿Quién paga aquí por mí? ¿Quién cuida de mí?»5) con las de sus objetos personales y sus libros; pero al margen de todo ello, no dejan de estremecer sus primeras líneas, esas en las que deja constancia de su lucidez cuando habla de su enfermedad:

«Querido Chibici,

No estoy, de ningún modo, en situación de darme cuenta de la terrible enfermedad por la que he pasado, ni del modo en que fui internado aquí en el hospicio de enfermos mentales. Tan sólo sé que la enfermedad mental ya me ha pasado, aunque de la física me encuentro aún muy mal. Estoy débil, mal alimentado y sumamente preocupado por un futuro que, sin duda, de ahora en adelante, será más inseguro que nunca para mí. [...] Sufro terriblemente, querido Chibici, por el golpe moral que me ha dado la enfermedad, un golpe irreparable que tendrá una mala influencia sobre el resto de la vida que me queda por vivir».


Un «golpe moral» que venía ya persiguiéndole en los últimos tiempos. En julio de 1883, más concretamente el 17 de julio, se celebraron en Iaşi una serie de actos para festejar la inauguración de una estatua dedicada a Esteban el Grande, con la asistencia de los recién nombrados reyes de Rumania. Eminescu debía leer para la ocasión un poema («Doina» [núm. 51]), pero no fue capaz de hacerlo en aquella ocasión (lo tuvo que dejar para una sesión de Junimea, en la que obtuvo un rotundo éxito). Y la historia de su decadencia sólo había completado sus primeros capítulos.

Los años que median entre el comienzo (inexorable) de su enfermedad y su muerte en Bucarest, en el sanatorio del doctor Şuţu, el 15 de junio de 1889, se llenará de nombres de varias ciudades y de varios sanatorios, de algún que otro empleo menor en la Biblioteca de Iaşi, y de algún que otro poema en Convorbiri literare (que luego se añadirían a las reediciones de sus poesías). Al margen de las crisis que padeció durante estos años, serán los problemas físicos los que salgan a la luz en las cartas que escribe6, así como el dinero, ese dinero del que nunca gozó en vida, y los esfuerzos economices que hacen sus amigos por sostenerle, por ayudarle. En una carta escrita al poeta Alexandru Vlahuţă, fechada el 26 de enero de 1887 en el Monasterio de Neamţ, contestación de otra en la que le comunicaba su idea de recaudar fondos para enviarle a un buen sanatorio de Viena, Eminescu dibuja su situación económica, así como su pensamiento:

«No puedes llegar a creer cuan odiosa me resulta esta especie de mendicidad, disfrazada bajo el título de suscripción pública, recompensa nacional, etc., etc. Es cierto que no tengo dinero, pero esto no es motivo para extender el llanto y pedir en público. Te ruego, entonces, que desistas totalmente de tu plan, por muy bien intencionado que sea, de llevar a cabo una suscrición pública en mi favor. Quedan todavía otros medios más decorosos para ayudarme, siendo este que me habéis propuesto el último al que yo quisiera recurrir».


Y aislado en su soledad, en su enfermedad, en su pobreza, el poeta se va consumiendo, y las crisis son cada vez más frecuentes, lo que le lleva a ser internado el 3 de febrero de 1889 en un hospital, para terminar meses después en la clínica para enfermos mentales del doctor Alexandru Şuţu, en donde muere el 15 de junio, después de no haberse recuperado de las heridas que le ocasiona otro enfermo del sanatorio en mayo. Pero su poesía, de la mano de la edición de Titu Maiorescu en 1884 y de las continuas reediciones que se suceden en estos años, le han ido abriendo el camino para el reconocimiento, que le negaba su carácter (sólo hay que recordar sus palabras en la «Carta II» [núm. 60]): el entierro se celebró dos días después, en el Cementerio Bellu, y el cortejo fúnebre estuvo presidido por algunas de las más altas instancias del nuevo Estado rumano, como el primer ministro Lascăr Catargi. Se hace necesario, por tanto, alejar a Mihail Eminescu de la imagen romántica que ha ido convirtiendo su vida en un mito, el mito del poeta, del genio creador que termina en su juventud por enfermar de locura y abandonar el mundo que ni le comprende ni él es capaz de comprender; un mito que no permite apreciar en todo su esplendor las mil facetas del escritor rumano.

Y si hay otro mito -necesario para ir construyendo esa imagen de poeta romántico tan del gusto de los editores- que acompaña a Eminescu es su amor por Verónica Micle, que le coloca en la estela de las pasiones desafortunadas que han ido llenando de sal las historias de la literatura. Como ha sucedido con tantos poetas, en la recepción de la figura de Eminescu se va a confundir el «yo» poético con el «yo» biográfico, y se ha leído como una biografía lo que no es más que literatura. Pero, además, como tendremos ocasión de analizar más adelante, esa imagen del enamorado que vive y muere por su amada, que es capaz de devolverle la vida (o de quitársela) con sólo un gesto, que permanece bajo su ventana a la espera de una mirada y que se siente el ser más feliz del mundo si es capaz de rozar su mano en un descuido, viene apoyada por la ordenación de los poemas de Eminescu en 1884, que es obra de su editor, Titu Maiorescu, y en la que el poeta no tuvo ninguna participación.

La revista Facla rescata en 1911 unas palabras del poeta, que muestran una imagen bien diferente de la que parece deducirse de tantas historias de la literatura:

«Aunque he estado muchas veces enamorado, a decir verdad, no he amado nunca. Me engañaba a mí mismo confundiendo el amor con el deseo de amar, es decir ese deseo de arrodillarse delante de una mujer hermosa, la que dibujaban mi imaginación y mis sentidos. Tal vez me parece que sí que haya amado una vez, pues en aquella ocasión sufrí mucho, probablemente porque la mujer a la que amaba no quiso saber nada del amor y de las esperanzas que nacieron en mi alma. ¿Qué es lo que había visto en aquella criatura? No lo sé, y tampoco quiero pensar en ello»7.


El amor traspasa como un rayo la poesía de Eminescu. Pero el amor no es el único motor de su poesía, ni mucho menos. Y nunca un amor en concreto. Como se aprecia en los comentarios genéticos del Apéndice 1, el poeta irá transformando versos, imágenes de sus poemas a medida que su idea del amor y de la pasión se vayan modificando, a medida que unos nombres de mujer entren a formar parte de su vida, y lo que pudo ser un poema nacido de una pasión juvenil (como la «Elena» que está en la base de «Mortua est!» [núm. 23]), se convertirá en un canto a Verónica Micle; y así sucederá también al revés: lo que comienza siendo un poema amoroso de la época de Micle, se transforma cuando conoce a Mite Kremnitz, cuñada de Maiorescu y una de las primeras traductoras de Eminescu al alemán. Y los nombres de las amadas del poeta aumentan con el de la joven actriz Eufrosina Popescu o con el de Cleopatra Poenaru.

Sin ser la única, lo cierto es que Verónica Micle, la también poetisa Verónica Micle8, sí que puede ser considerada el gran amor de su vida; y los condicionantes de su amor (ella estaba casada desde los catorce años con el profesor de Iaşi Ştefan Micle, treinta años mayor que ella) sí que pueden explicar imágenes que se multiplican y repiten en toda la obra poética de Eminescu..., sólo hay que recordar el «Lubind în taină...» («Amando en secreto..».) [núm. 16]), al que volveremos más adelante. La pasión entre ambos, llena de complicaciones y de sinsabores, parecía estar llamada a un final feliz cuando el 6 de agosto de 1879 Ştefan Micle muere y con él, aparentemente, los obstáculos para materializar su amor. En la carta que Eminescu le envía entonces a la joven viuda da rienda suelta a su pasión, a las palabras de amor, tantas veces silenciadas, tantas veces ahogadas en las reuniones en Iaşi, en los escasos momentos de soledad:

«Mi dulce amiga,

Tú sabes que, si hay alguien que pueda valorar la gravedad de la pérdida que has sufrido, ése soy yo. De la posición segura y respetada en que vivías, te ves hoy, poco después de esta desventura, expuesta a imprevistos cambios que no es posible conocer, que un carácter tímido de mujer como tú eres no puede en ningún caso prever, y si la calma de un puerto seguro en la vida es la verdadera felicidad, tú al menos, si feliz no has sido, no has conocido el sufrimiento, ya que tiene su origen en las dificultades de la existencia. Has gozado de un apoyo que siempre has respetado como yo sé muy bien. Y si me permites hablar de mí, de aquella dolorosa pero profunda felicidad que el fugaz roce de tu mano, tu sonrisa, tu mirada han reflejado en una vida tan solitaria y ausente de alegrías como es la mía, en todo caso, no olvido que aquella felicidad me fue concedida entre las paredes de tu casa, de la suya.

Tú sabes, dulce y noble amiga, que en el sentimiento del que te hablo no hay nada de banal, nada que encuentre en común ni con la teoría del placer, a la que se inclina la muchedumbre de los que se dicen felices, ni con la normal exigencia de una juventud sana. Ni tu juventud, ni tu belleza, ni la virtud espiritual, ni las gracias físicas fueron la causa de aquel sentimiento que ha lanzado una sombra profunda sobre toda mi existencia. No me atrevo a darle un nombre ni nunca se lo he dado. A menudo existen leyes, enigmas matemáticos, que para solucionarlos sólo es necesario un dato. A menudo un complejo enredo de causas se resuelve mediante una sola incógnita. Así mi existencia, extraña también hoy y para todos aquellos que me conocen incomprensible, no tiene ningún sentido sin ti. No sé tampoco por qué tú eres parte integrante de todos mis pensamientos ni me preocupo de saberlo, porque de nada me serviría, pero existe entre tú y yo un lazo inexplicable; si no entre tu vida y la mía, sí entre mi vida y todo lo que te concierne, entre yo y tu presencia viva sobre la tierra.

Verónica, es la primera vez que te escribo llamándote por tu nombre y que me atrevo a extender tu nombre por el papel, no quema decírtelo, pero tú no sabes, no puedes saber cuánto te he amado, cuánto te amo. A tal punto que me sería mucho más fácil comprender un mundo sin sol, que a mí mismo sin mi amor por ti».


Y Verónica le escribe unos días después anunciándole que le ha llegado su «certificado de matrimonio» para así poder realizar los trámites para la pensión, pero que quiere ir a Bucarest para estar a su lado. Se habla de matrimonio, pero lo desaconseja Maiorescu: ni Eminescu, poeta y periodista pobre, podría costear el alto nivel de vida de su amada ni mantener a sus dos hijos; ni tampoco ella -con sus enamoramientos y desenamoramientos, sus caprichos, su carácter nervioso- le podría ofrecer la tranquilidad que el poeta necesitaba. Desde 1880 la relación se deteriora, y parece ser que no dura realmente más tiempo, aunque formalmente hasta 1882 permanezcan juntos. En el ms. 2.255 de la Academia Rumana, en los fols. 316 y 317, se ha conservado la copia manuscrita de una carta que le escribe el poeta a la que ha sido su gran amor, que grita (más que dice) el gran abismo que se ha levantado entre ellos:

«Señora,

Hace mucho que desempeño un papel indigno para mí mismo y digno de los sentimientos que tuve por usted, pues espero ya no tenerlos. Mientras permaneció lejos, tuve tiempo de reflexionar sobre mi estado y lo encuentro inaguantable.

Llevo dos años, señora, sin poder trabajar nada y persiguiendo como un idiota una esperanza -no sólo vana, sino también desmerecedora. Ya que, de verdad, ¿qué podría esperar? Ahora por primera vez me ha hablado claro, y eso sin decirme ni una palabra, sin escribirme ni una letra... Pues se ve que en el monasterio ya no le hace falta un manto, como le hacía en Iaşi, ya no le hace falta una persona que unos u otros presupongan que quiere, mientras que, en realidad, usted quiere a quién sabe quién. Sé muchas cosas sobre usted, yo, que hasta venir a esta maldita tierra, tenía el alma limpia y la mente sana».


La mujer, la mujer-ángel que resulta una presencia tan habitual en la poesía de Eminescu, también puede convertirse en un demonio (sólo hay que recordar «Venus y Madona» [núm. 15] o «Ángel de la guarda» [núm. 32]). Y de ahí, estamos a un paso de la misoginia, tan presente en los últimos poemas de Eminescu, como silenciada en la elección de los poemas y de las últimas versiones por Maiorescu en 1884, y en las reediciones posteriores. No hay que olvidar que en la base del pensamiento (y de la biografía) de nuestro autor se encuentra siempre el pesimismo vital; el amor (unido al deseo) se convierte en el único mecanismo para poder trascender este pesimismo personal, para poder trascender la naturaleza humana, y alzarse hasta la divinidad, hasta la felicidad. Pero la misma formulación de este amor salvador es el principio de la tragedia, de la decepción, que arrastra de nuevo al hombre al pesimismo (y ahora mucho más allá, ya que no tiene ninguna otra esperanza). El amor perfecto, ese amor purificador sólo llegará con la muerte, con lo que el círculo se cierra una vez más. Desde esta perspectiva han de leerse los poemas de amor dedicados a Verónica Micle, así como a otras de sus amadas: como el deseo de realizar un sueño... que terminará en decepción. Poemas llenos de ángeles, de demonios, de seres que no son de este mundo, como el propio Hiperión. La mujer, poco a poco, irá encamando en la poesía de Eminescu esa imposibilidad amorosa, la demostración de esa imposibilidad: del primer ángel se llegará al demonio, a Dalila, a la Venus corrompida. De ahí que frente a la imagen -idealizada en la elección de los textos por parte de Maiorescu- de la mujer, Eminescu ofrezca otros matices en sus últimas poesías, como así sucede con la «Carta V», que se publicó en el número XXIII, 11, del 1 de febrero de 1890 de Convorbiri literare, aunque sus primeros borradores se datan en 1881. La última de las cartas del poeta termina con estos versos:

«Así pues, cuando lleno de sueños, persigues a alguna dama

cuando la luna, escudo dorado, destella por el sendero

y mancha la sombra verde con sus fantásticas líneas:

no te olvides, la dama tiene mente corta y faldas largas.

Te embriagas de la magia de un bello sueño de verano,

que sucede dentro de ti... pero intenta preguntárselo,

y te hablará de ribetes, de volantes y de modas,

mientras que tu corazón late al ritmo de una oda...

Si ves piedra que no siente ni dolor ni compasión,

si tienes corazón y mente -¡huye, pues es Dalila!».



Versos que nos muestran nuevos matices, nuevos caminos recorridos por un poeta que, con treinta y tres años, va a dejar escrita una de las obras poéticas más ricas y coherentes de toda la literatura mundial, la mejor que se había escrito en rumano hasta el momento. Y esta visión ya la tenían algunos de sus contemporáneos. Así comienza y acaba el largo artículo que Titu Maiorescu dedica a la poesía de Eminescu en 1889, «Eminescu şi poeziile lui» («Eminescu y su poesía»)9, que ha puesto las bases para la comprensión de su obra hasta nuestros días:

«La joven generación rumana está hoy bajo la influencia de la obra poética de Eminescu. Sería por lo tanto conveniente que comprendiéramos la parte característica de esa obra y que intentáramos, al mismo tiempo, fijar la individualidad del ser humano que ha personificado en sí mismo, con tanta brillantez, la última fase de la poesía rumana de nuestros días [...].

Éste ha sido Eminescu, ésta es su obra. Por lo que se puede prever, la poesía rumana que inaugura el siglo XX bajo los auspicios de su genio, y la forma de la lengua nacional, que encontró en el poeta Eminescu su más bella realización hasta hoy, será el punto de partida para todo el desarrollo futuro del fundamento del pensamiento rumano».


 
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