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Tres postales caballerescas para un viaje literario (con un epílogo poético)

José Manuel Lucía Megías

1. Primera postal

En los libros de caballerías, desde su formulación medieval de la mano de los romans de Chrètien de Troyes y de las prosificaciones del siglo XIII de la Materia de Bretaña, el caballero parte de una corte, de un lugar privilegiado para llegar a otro lugar igualmente privilegiado, otra corte, en donde le esperan los tambores de la victoria y el reconocimiento de sus hazañas y de su linaje. Por el camino ha dejado florestas, mares, islas y demás lugares propicios para las batallas y para el amor.

A medida que el género caballeresco va conquistando lectores y años, imprentas y autores, sus textos se van llenando de descripciones y de adjetivos1. Flor de caballerías es un libro de caballerías manuscrito que se conserva en la Real Biblioteca de Madrid. Fue escrito en 1599 en el sur de Castilla. Constantinopla, como ya

sucediera desde el Cligés de Chrétien, pasando por el Tirant lo Blanc, el Amadís o el ciclo de los palmerines, se convierte en un lugar privilegiado de encrucijadas narrativas. El simple nombre de Constantinopla, evocador de riquezas y maravillas, en estos últimos libros de caballerías se llenará de adjetivos y de epítetos, en una hipérbole difícilmente digerible según nuestra estética actual. Así se describen sus palacios en Flor de caballerías:

Eran los suntuosos y reales palacios de la insigne, preclara y nobilísima cidad de Constantinopla, caveça del inperio griego, cuadrados; tenían alrededor de largo una milla, todos los edificios de piedra negra, esculpidos, gravados y entallados de hermosas lavores de jaspe blanco; a cada lado avía una hermosa puerta de arco, así mismo avía cuatro plaças: una para justas, otra grande para torneos y otra para el servicio de la cidad y en otra avía hecho un canpo para desafíos. Tenían un grande y hermoso patio en el cual avía cuatro hermosas y galanas escaleras; los mármores que los bien labrados corredores sostenían eran de jaspe de diversas colores; los corredores, solados de piedras blancas y coloradas a cuarteles; las barandillas, de jaspe; las paredes, labradas de oro y diversas colores; la real sala era muy grande. A la mano derecha de la puerta estava la inperial silla y al diestro lado estava un trono de tres gradas en alto; en ancho braça y media cabían bien en él cien personas; este era el estrado de las emperatrices. La pared de enfrente de la puerta estava labrada con mucho oro y plata de varias y gustosas historias, en la cual avía tres puertas y salían a un ancho y canpeador balcón, que sobre el canpo de los desafíos caía. Así mismo alrededor del palacio avía grandes y bien ordenadas finiestras; en las cuatro esquinas de los hermosos palacios avía sendas, altas y descolladas torres que gran tierra desde ellas se devisava. .

(cap. viii, fol. 15v)2



Citamos por la edición que realicé para el Centro de Estudios Cervantinos (Alcalá de Henares), dentro de la colección los Libros de Rocinante, en 1997.

2. Segunda postal

La Corónica de Adramón es un curioso libro de caballerías castellano que se conserva manuscrito en la Bibliothèque Nationale de France3. Curioso libro porque ofrece un sincretismo singular entre un texto caballeresco y un relato de viajes. Curioso y único. La fuerza de las armas y del éxito editorial del Amadís de Gaula en la reformulación renacentista de Garci Rodríguez de Montalvo a principios del siglo XVI, terminaría por crear un paradigma literario que perduró más allá de 1623 y de la formulación caballeresca del propio Cervantes y su Quijote.

En la Corónica de Adramón el caballero, aún un niño, debe abandonar su reino por un golpe de estado, y, acompañado de Fedrique, su ayo, y con el velo de un nuevo nombre, Venturín, va a recorrer toda Italia hasta llegar a la majestuosa Roma. Durante este recorrido, plagado de detalles monetarios y de estrategias para ocultar la identidad «real» del príncipe, las descripciones de las ciudades van salpicando de detalles cotidianos la narración, de esos detalles que debían pensarse del gusto de sus lectores españoles:

Boloña es una gran cibdad del Papa, de gran población. Goviérnase como Florencia o Sena en todo. Tiene un palacio donde biven los que gobiernan, bueno. Cerca d'él está la Iglesia Mayor, que se llama San Petronio, para en aquellas partes harto buena. Ay un estudio -digo, letores, que no ay escuelas ordenadas como acá- de muchos estudiantes y muchos dotores con grandes partidos. Ay algunas casas muy buenas, en especial unas de Bentenollo. Ay buenos monesterios, en especial Santo Domingo; ay buenos hospitales y muchos. Pasa por casi en medio de la cibdad un río, en el qual ay muchos molinos. Dentro de la cerca ay un colegio bueno que llaman el Palacio de España, porque lo hizo el cardenal Albornos, gran honbre de la corte romana. En el colegio no pueden estar sino españoles, los quales an de ser presentados por los prelados adonde el cardenal tuvo la dinidad y llevó rentas.

(cap. XXII, tomo II, p. 333)4



Y los detalles cotidianos, ese «libro de viajes» por tierras italianas se van desgranando a medida que el joven príncipe va ganando experiencia en las armas y en los amores. Y así podemos imaginarnos con no mucho esfuerzo los modos de vestir en Venecia:

Otro día de mañana Fedrique dexó al infante durmiendo, cerró la puerta y fuese a la plaça de San Marco, y conpró una ropita a la veneciana, y un bonetico y unas calcitas de aguja y un jubón y dos camisetas, y para sí un bonete y una ropa negra a la veneciana.

(cap. XII, tomo I, p. 255)



3. Tercera postal

Pero no solo los caballeros andantes se moverán de corte en corte y recorrerán, con una gran admiración, las tierras italianas, sino también los libros, esos libros, verdaderos amigos del hombre en palabras de Petrarca.

Los libros de caballerías castellanos, como todo el mundo sabe, constituyen el género editorial más importante de la Castilla y el Aragón del siglo XVI. Pero las aventuras de Amadís de Gaula, de Cristalián de España, de Palmerín de Olivia o de Primaleón no se van a reducir a los estrechos muros de las prensas hispánicas, como tampoco sucederá con la Celestina, sino que todos ellos navegarán también por los ríos de tinta de las italianas.

Francisco Delicado, el autor de la Lozana Andaluza y de un curioso opúsculo médico sobre la sífilis El modo de adoperare el legno de India occidentale (Venecia, 1529), trabajó como corrector de obras españolas en la imprenta veneciana de Juan Antonio de Nicolini Sabio; y así en 1531 y en 1534 salió de sus manos la corrección de la Celestina de Fernando de Rojas; y en 1533, una nueva reedición del Amadís de Gaula de Garci Rodríguez de Montalvo así como otra del Primaleón, el segundo libro de Palmerín de Olivia.

Ahora no hay descripciones de una ciudad italiana, pero sí de los modos en que el español se leía y se oía en Venecia a principios del siglo XVI:

No es de maravillar si los leyentes ya no lo querían ver ni oír en ninguna manera a este libro, porque vos juro cierto que en todo el libro no hallé renglón ni razón que concertado estuviesse, ni palabra que derechamente fuese verdadera en romance castellano. Digo que eran las letras tan trastocadas que avía el libro lo de dentro afuera que parescie frissado, de manera que la razón que començava en romance acabava en italiano.


Por este motivo, Delicado incluirá al inicio de la edición del Amadís de Gaula, una «Ortografía castellana», que comienza con estas palabras:

El Delicado, corretor esta buelta de la presente estampa, en Venecia dize assí: porque es cosa necessaria e conveniente a los que aman la habla castellana o española en romance, aviéndose impresso esta obra en Italia e aviéndola assí mismo a leer en todas las partes de Italia por ser tan preciada a todos los estrangeros, les declaramos estos vocablos en que no tropeçassen, que al menos los puedan entender y proferir según el arte verdadero de su natural pronunciación; algunos digo de los que solamente en el proferir está la diferencia e la causa principal de la orthographía castellana o española en el su romance para que mejor goçen de la obra, que les será entender las razones enteras que hazen las sentencias claras, donde con mucha facilidad todos los libros de nuestro común hablar entenderán con poco travajo.


Y una a una, en el interior de un libro de caballerías, se irán desgranando los principios ortográficos de Nebrija, para así ayudar al lector italiano a leer en español, sin tropezar y terminar cayendo ni en la ortografía ni en la fonética:

También ay otra letra n. con un título encima como eéste: ñ, como se scrive paño, daño, dueña, e sirve por gn como se scrive en italiano degno, dignissimo. El paño se ha de pronunciar como pagno; daño como dagno. Con todas las letras vocales: ña, ñe, ñi, ño, ñu, gna, gne, gni, gno, gnu.


Epílogo poético

En su carta III, Eminescu describe, evoca y crea una batalla esencial para el pueblo rumano: la batalla de Rovine, en 1394. Allí, aún con el sabor de la victoria en los labios, el príncipe escribe una carta a su amada, en donde el Valle, más allá de cualquier postal, de cualquier ciudad, de cualquier letra impresa, se convierte en el lugar donde el caballero quiere vivir. Leo a partir de la traducción que he realizado junto a Dana Giurca, para la colección «Letras universales» de la editorial Cátedra (2004):

Desde el valle de Rovine

a usted le hablamos, Señora,

no con la voz, sino por carta,

puesto que os encontraréis lejos.

Os pido, señora, os pido

que por alguien me hagáis llegar

lo que es más hermoso de Su valle:

el bosque con todos sus claros,

los ojos junto a las cejas;

que así también yo os enviaré

lo más hermoso que hay aquí:

mi hueste con sus estandartes,

el bosque con todas sus ramas,

el casco con sus plumas,

los ojos junto a las cejas.

Y sabed que me encuentro sano,

y que, dando gracias a Cristo,

os beso, Señora, sereno.


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