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Monseñor Romero

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Noticia sobre el asesinato de Monseñor Romero en  La Vanguardia

El asesinato de Monseñor Romero (24 de marzo de 1980)

La Vanguardia (España). 26 de marzo 1980

Tras el asesinato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero: «Es un crimen execrable», ha declarado Juan Pablo II

El Gobierno de El Salvador ha decretado el estado de alerta y se teme un recrudecimiento de la violencia

San Salvador, 25. (Resumen de agencias). -El asesinato, la noche del lunes, del arzobispo de San Salvador, Monseñor Óscar Arnulfo Romero, podría sumir a este país en una renovada y aún más aguda crisis de violencia, dijeron hoy martes, a EFE personas que siguen de cerca el acontecer político salvadoreño.

El prelado fue asesinado de un balazo en el corazón, por cuatro desconocidos que según versiones, penetraron a la iglesia del hospital de cancerosos «La Divina Providencia», donde acababa de celebrar una misa.

Las autoridades gubernamentales no ocultaron su preocupación por la muerte del arzobispo salvadoreño, algo tan serio que puede acabar con el país, dijo Antonio Morales Ehrlich, miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno.

El coronel Adolfo Arnoldo Majano, también miembro del grupo gobernante en El Salvador, hizo asimismo un llamamiento al pueblo, para que no permita que se explote su dolor, con objetivos de hundir a nuestra sociedad en una lucha fratricida.

Aun cuando se ignora la identidad de los autores del criminal atentado contra la vida del arzobispo, nadie duda que su muerte pretende generar una explosión de violencia que vendría a desestabilizar a un Gobierno que mantiene una precaria posición, enfrentado por oposición de sectores de la extrema izquierda armada y de la ultra derecha.

UNA CADENA DE MUERTES

Observadores políticos coinciden en afirmar que el asesinato podría convertirse en la chispa que generaría un conflicto armado de grandes proporciones, al igual que el asesinato del periodista Pedro Joaquín Chamorro en Managua, en enero de 1978, sirvió para desencadenar la violenta reacción del pueblo nicaragüense en contra del régimen del general Anastasio Somoza.

Los mismos analistas políticos creen inevitable una agudización de la violencia en este país centroamericano, considerando que los sectores de izquierda habrán de achacar al Gobierno la muerte del prelado.

El arzobispo era un constante crítico de los abusos gubernamentales y sólo veinticuatro horas antes de su muerte, había hecho un emocionado llamamiento para que cesara lo que él denominaba «represión gubernamental» en contra del campesinado.

Las autoridades salvadoreñas han decretado el estado de alerta en previsión de una renovada ola de violencia, como reacción por el asesinato del arzobispo de San Salvador.

Cinco bombas terroristas estallaron esta madrugada en el sector céntrico de la capital salvadoreña, minutos después de que los corresponsales de EFE hubiesen visitado el hospital «Policlínica Salvadoreña», en donde el cadáver del asesinado prelado permanece en capilla ardiente.

Veintinueve personas resultaron muertas y por lo menos veinticuatro heridas en las últimas veinticuatro horas en El Salvador, en lo que las autoridades califican como enfrentamientos de elementos de izquierda con fuerzas de seguridad.

La cifra de muertos eleva a unas ciento cuarenta las víctimas en el curso de los últimos ocho días.

JUAN PABLO II: «UN CRIMEN EXECRABLE»

Juan Pablo II califica de «crimen execrable» el asesinato del arzobispo de San Salvador, en un telegrama enviado hoy al presidente de la Conferencia Episcopal de aquel país.

Al conocer con ánimo traspasado de dolor y aflicción -dice el Papa- la infausta noticia del sacrílego asesinato de Monseñor Óscar A. Romero y Galdámez, cuyo servicio sacerdotal a la Iglesia ha quedado sellado con la inmolación de su vida mientras ofrecía la víctima eucarística, no puedo menos de expresar mi más profunda reprobación de pastor universal ante este crimen execrable que, además de flagelar de manera cruel la dignidad de la persona, hiere en lo más hondo la conciencia de comunión eclesial y de quienes abrigan sentimientos de fraternidad humana.

Juan Pablo II continúa diciendo que encomienda piadosamente el alma del celoso arzobispo y eleva fervientes plegarias por los queridísimos hijos de El Salvador, para que deponiendo para siempre todo atisbo de violencia o de venganza mezquina, logren hacer cada vez más accesibles las vías de la fe y del amor cristiano cuya fuerza es garantía de auténtica salvación y de justicia entre los hijos de la patria salvadoreña.

El Papa termina su telegrama impartiendo la bendición apostólica a todos los hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, a las familias religiosas y al pueblo fiel y, en especial, a los diocesanos de San Salvador y a los familiares del difunto prelado.

CONSTERNACIÓN EN EL SALVADOR POR LA MUERTE DEL ARZOBISPO ROMERO

Un hombre acogedor, corpulento, de rostro cetrino que recordaba su ascendencia india. Con una sonrisa casi tímida, buena. Hijo de un telegrafista, hizo sus estudios de teología en Roma y aunque últimamente su nombre ocupaba espacios destacados en los medios informativos, él se sentía siempre cerca de su pueblo, como la voz de los que no tienen voz. En El Salvador -dijo durante su última estancia en España- todos estamos en peligro de muerte. Según los observadores, firmó su sentencia de muerte cuando hace unos días exhortó a los soldados de su país a no obedecer las órdenes contrarias a la ley divina. Os imploro en nombre de Dios -les dijo-, haced que termine la represión. Nadie está obligado a obedecer una ley inmoral. Refiriéndose a reformas anunciadas por el Gobierno y a los asesinatos de campesinos, sostuvo que las reformas no tienen valor alguno si están manchadas de sangre. Romero era un hombre de gran coraje y de un gran amor a la humanidad, particularmente a su pueblo.

HOMBRE MUY VINCULADO AL PUEBLO. UN OBISPO PARA LOS POBRES

Nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios. Inició sus estudios en un colegio de los padres claretianos y los siguió en Roma en el Seminario Pío Latinoamericano y en la Universidad Gregoriana, bajo la dirección de los padres jesuitas. Años más tarde, cuando éstos fueron amenazados de muerte en El Salvador por su apertura social, el prelado los defendió y dijo que atacarles a ellos era atacar a la Iglesia. Fue ordenado sacerdote en 1943.

A su regreso de Italia, vivió una larga experiencia parroquial, lo cual explica que fuese un hombre muy vinculado al pueblo y muy alejado del «prelado de gabinete». Sólo en la parroquia de San Miguel permaneció cerca de 23 años. Fue director del semanario católico Chapparrastique y secretario de la Conferencia Episcopal del país.

Nombrado obispo auxiliar de San Salvador, la capital (1700000), en 1970, en 1974 pasó a ser obispo de Santiago de María. Por entonces era conocido por sus posiciones moderadas. Cuando el arzobispo de San Salvador, Monseñor Chávez y González, llegó a los 75 años -algunos elementos lo consideraban como un revolucionario-, produjo general satisfacción que para sucederle fuese nombrado Monseñor Romero. Era el año 1977.

«NO ME HAN QUITADO LA SERENIDAD»

Elementos de la oligarquía salvadoreña le ofrecieron una casa adornada con mármoles en el barrio residencial de Escalón y un Cadillac. El nuevo arzobispo rechazó ambos obsequios. Un mes más tarde, uno de sus sacerdotes, el padre Rutilio Grande, era asesinado a las puertas de Aguilares, por el movimiento de extrema derecha «Orden».

Desde aquel día el arzobispo intensificó su dedicación a los pobres. Rechazó asistir al juramento del general-presidente, elegido mediante un claro fraude electoral.

Una organización pastoral a partir de las comunidades de base animadas por «predicadores de la palabra» (laicos con misión pastoral), un diálogo permanente para un apostolado entre el pueblo, una palabra valiente que no retrocede ante ningún riesgo, éstas eran las características, en estos últimos años, de la archidiócesis de San Salvador y de su arzobispo. Sus sermones del domingo en la catedral obtuvieron gran audiencia popular y fueron transmitidos por YSAX, la emisora de la Iglesia. Víctima de varios atentados, otros obispos, que habían tomado una postura menos valiente, le aconsejaron prudencia, pero él siguió su camino, sin desanimarse ni desviarse. Me quieren afectar psicológicamente -dijo-, pero gracias a Dios no me han quitado la serenidad. Hago lo que tengo que hacer.

Por su actitud en defensa de los pobres, recibió el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Georgetown, en Washington (EEUU) y una distinción igual de la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Posteriormente, fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz por su constante defensa de los derechos humanos. Promovieron la propuesta un grupo de parlamentarios británicos en noviembre de 1978. Hace unas semanas recibió el Premio Paz 1980 de la Acción Ecuménica Sueca, que le fue entregado en San Salvador por representantes de esta organización.

J. PIQUER

Así pensaba Monseñor Romero: «Porque estoy al lado de los débiles me llaman subversivo»

A muchos españoles sorprendió en su día, y posiblemente ayer, al repetirse algunos pasajes por TVE, la entrevista que le hicieron a Monseñor Óscar A. Romero a su regreso de Roma, donde había acudido para la beatificación del sacerdote catalán padre Coll. Ya en aquella ocasión tuvo que abandonar España precipitadamente, pues le llegaron noticias de lo que se llamó «la matanza de la catedral»: quince cadáveres y no menos de veinte heridos quedaron en la escalinata de la catedral, cuando las fuerzas del Ejército dispararon sobre una manifestación de jóvenes. Lo que en aquella ocasión declaró el prelado define acaso mejor que ningún otro texto su talante y personalidad. El periodista le preguntó, en primer lugar, sobre las acusaciones de ser un obispo subversivo.

-Mire usted, hay un grave conflicto entre el Gobierno de mi país y el pueblo, y porque la Iglesia se ha puesto decididamente al lado de los más débiles, nos llaman subversivos. Nosotros estamos al lado de los masacrados, de los explotados, de los abandonados, de los que diariamente se ven atropellados, de los hambrientos, y puedo asegurarle que en mi país hay mucha hambre. Se habla de catorce familias, quizá sean más; las que lo tienen todo, frente a millones de seres que viven en absoluta miseria. La labor de la Iglesia, de muchos sacerdotes, religiosas y militantes, ha consistido desde hace años en promocionar a esas gentes para que puedan vivir, y en cuanto de nosotros depende, que puedan hacerlo con alguna dignidad.

-Pero el Gobierno, Monseñor, y las fuerzas que los apoyan dicen que no son todos los obispos, ni todos los sacerdotes los que actúan y otros piensan que ustedes están equivocados y van más allá de sus atribuciones...

-Mire usted, yo trabajo en mi archidiócesis, que es la encomienda que recibí del Santo Padre. Yo sé perfectamente que en la misma línea están trabajando otros obispos y sacerdotes salvadoreños, y que ciertamente hay otros que no opinan lo mismo, por lo que tienen todo mi respeto. Ahora también puedo decirle que hay fuerzas muy poderosas en mi país que quieren escindir a la Iglesia católica en dos bloques, y, por supuesto, enfilan a aquel sector que no se muestra inclinado a apoyarlas. Esto nos crea tremendos problemas aun dentro de nuestra comunidad cristiana. Es nuestra cruz, pero es así. Por mi parte tengo claro que cuando un padre de familia desaparece sin dejar rastro, yo, mis sacerdotes, los equipos que trabajan en el Arzobispado, debemos esforzarnos por hallárselo, por saber al menos qué ha sido de él. Más de cuatrocientos casos de estos hemos atendido en dos años. Opino que cualquiera que se llame cristiano debería actuar así. En esto basan la campaña difamatoria contra nosotros. Dicen que ayudamos a comunistas, a gentes del hampa. Para nosotros no hay etiquetas: son hombres perseguidos, torturados a veces sin la mínima razón, y esa situación, que ya es de dos años, está creando una mentalidad violenta entre la población salvadoreña, que sí es pacífica. Si no ponemos remedio, con arreglo a nuestras posibilidades, un día la historia nos pedirá cuentas.

-Usted ha sido repetidamente amenazado de muerte. ¿Es cierto?

-Tan cierto como que me han matado ya a cuatro sacerdotes de mi archidiócesis. Desde que me hice cargo del Arzobispado, los únicos sacerdotes que se me han muerto, han sido matados violentamente, por la espalda. Entre ello, el padre Rutilio Grande, mi gran amigo, casi mi colaborador más íntimo, un hombre que sólo sabía predicar la Justicia. Me he visto ya en cuatro ocasiones acudiendo a los caminos, a un suburbio, a un hospital, a recoger sus cadáveres para trasladarlos a su parroquia y velarlos durante unas horas con sus feligreses. No deseo que ningún obispo del mundo pase por unas situaciones como esas. Y ante sus cadáveres mártires, que no hacían más que emparentarnos con los miles de muertos de nuestro país, de muertos violentamente también, no me venía otra idea que continuar con su testimonio, con su esperanza en una no lejana liberación del odio y la miseria en mi país.

-Usted llega de Roma, ha sido recibido por el Papa. ¿Qué información tienen en el Vaticano de lo que ocurre en El Salvador, qué información cree usted que tienen los obispos españoles sobre aquella realidad?

-Mire usted, a mí me ha escuchado el Santo Padre muy atentamente, y doy gracias a Dios de haber podido informarle personalmente. Pero he podido darme cuenta de que en el Vaticano se tiene otras informaciones, no sólo sobre la tristísima realidad salvadoreña, sino también sobre la realidad latinoamericana. He de reconocer que en Roma yo me encontraba como aislado estos días. Y de eso quizá le pueden hablar algunos prelados españoles, que han coincidido en los actos de la beatificación del P. Coll, con quienes he hablado, y parecía que lo nuestro les fuera narrado en chino. Aquí, entre ustedes, hay mejor información de lo que ocurre en Camboya que de lo que pasa en unos países de habla hispana. Créame que me resulta dolorosamente sorprendente. A nosotros han llegado comunicados de apoyo de episcopados como el holandés o el belga; no hemos recibido ninguna manifestación semejante de los obispos españoles, sin que sepamos por qué, y aún le diría, que algunas plumas que aquí aireaban nuestros problemas sé que están preocupados sobre su futuro, pues no saben si podrán continuar explicándolos a los cristianos españoles. No deja de ser paradójico cuando España es un país de libertad, pues no se trata de impedimentos, como en mi país, por parte de las autoridades, sino de incomprensión por parte de las comunidades cristianas.

Sentimiento unánime de repulsa

El asesinato del arzobispo Monseñor Óscar A. Romero Galdámez ha tenido una gran repercusión internacional. En el pequeño país centroamericano -en el que se han declarado tres días de luto nacional- se teme que la desaparición del prelado pueda ser el detonante de la guerra civil salvadoreña, del mismo modo que hace dos años el atentado contra el periodista Pedro Joaquín Chamorro, única cabeza visible de la oposición a Somoza, desencadenó la guerra civil de Nicaragua.

Amnesty International: «Un mártir de los derechos humanos»

Amnesty International ha afirmado hoy que el arzobispo católico Óscar Arnulfo Romero ha sido un mártir por la causa de los derechos humanos.

La organización humanitaria, con sede en Londres, advirtió la semana pasada que el citado arzobispo recibió numerosas amenazas de muerte desde que el Gobierno comenzó, junto a fuerzas paralelas de la ultraderecha, una campaña política de asesinatos y secuestros contra la población campesina del país.

Cientos de campesinos -añade Amnesty- han sido detenidos y muertos durante el mes pasado por las fuerzas de seguridad nacionales bajo el amparo del Estado de sitio.

Justicia y Paz: «Una voz insobornable»

Hemos seguido con admiración su voz amenazada e insobornable, cuya supresión, que hace patente el desamparo del pueblo, suele ser sólo el prólogo de la guerra civil o del genocidio, manifiesta en un comunicado la Comisión «Justicia y Paz» de Madrid sobre la muerte de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, al que califica de testigo de Cristo y defensor de su pueblo.

Sabemos que Dios -añade- da la vuelta al juicio de los cínicos y estamos seguros de que la muerte de Óscar Arnulfo Romero será fecunda para su pueblo, desenmascarará a las fuerzas de la calumnia que intentaron desprestigiar su acción y la colaboración de todos para evitar, en la forma realista y justa que él deseaba, la guerra civil.

Hoy -concluye- muchas vidas de creyentes repiten el destino de Cristo, entregándose a la muerte, como testigos de la muerte, como testigos de la verdad y la justicia por amor del pueblo de Dios sometido a la opresión. Monseñor Óscar Arnulfo Romero nos enseña hoy lo que es celebrar la muerte de Cristo no sólo mística sino también prácticamente.

Cardenal Tarancón: «Un asesinato sacrílego»

Profundamente apenado por el asesinato de Monseñor Romero, quiero expresar mi indignación por el hecho incalificable y la manera sacrílega de realizarlo, dice el telegrama que ha dirigido el cardenal Tarancón al Episcopado de la República del Salvador.

El telegrama dice también: Mi condolencia al episcopado y a toda la comunidad católica salvadoreña por esa irremediable pérdida. Al mismo tiempo, pido a Dios que esa sangre generosamente derramada sea semilla de una convivencia más pacífica y justa en ese pueblo hermano.

Monseñor Iniesta: «Una bandera para la liberación de los oprimidos»

Monseñor Alberto Iniesta, obispo auxiliar de Madrid, ha enviado un telegrama al Arzobispado de San Salvador. El texto de dicho mensaje es el siguiente: Expreso Iglesia salvadoreña dolor por ausencia, protesta por injusticia, alegría eclesial por testimonio arzobispo mártir cuya voz seguirá resonando mundialmente como anuncio cristiano liberación oprimidos.

Kurt Waldheim: «Una prueba más del terrorismo imperante»

El secretario general de la ONU expresó hoy estupor y dolor por el ase

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