71
Véase
«Amor de madre»: «Con igual
prestigio que su antecesor -dice Lorente- de costumbres puras,
religiosas, conciliador y moderado, el conde de la Monclova
edificaba al pueblo con su ejemplo y los necesitados le hallaron
siempre pronto a dar de limosna sus sueldos y las rentas de su
casa»
, ed. Aguilar,
p. 482. También «La
fundación de Santa Liberata»: «más que de enviar gruesos contingentes
de dinero a la corona cuidó
[Ladrón de Guevara]
de que los fondos públicos se gastasen
el Perú»
, ed.
Aguilar, p. 521.
72
Véase
«Muerta en vida»: «De un
virrey que, como el excelentísimo señor don Carmine
Nicolás Caracciolo, necesitaba un carromato para cargar sus
títulos y pergaminos, apenas hay huellas en la historia del
Perú»
, ed.
Aguilar, p. 527.
73
Véase «Nadie se muere hasta que Dios quiere», ed. Aguilar, p. 822.
74
Es el caso de las apreciaciones sobre Amat, lo que hace dudosa la cronología con la que suelen datarse las tradiciones «El Nazareno», y «Pues bonita soy yo, la Castellanos!», ambas de la Primera serie y «Rudamente, pulidamente, mañosamente» de la Segunda serie. Algunas alusiones de ésta nos hacen pensar que fue escrita después de «El Nazareno» y antes de «¡Pues bonita soy yo, la Castellanos!»; en la «mano de historia» de «Rudamente...», se rechaza «caritativamente» la acusación de un enriquecimiento ilícito del virrey (ed. Aguilar, p. 648) mientras que en «¡Pues bonita soy yo, la Castellanos!» una anécdota refiere de manera graciosa la corrupción del virrey.
75
Véanse «El peje chico», «La desolación de Castrovirreina» y «El justicia mayor de Laycacota».
76
Véase «La fundación de Santa Liberata», ed. Aguilar, p. 521.
77
En «Los duendes del Cuzco», es ponderado el rol protagónico del virrey Esquilache como fundador del colegio del Príncipe, sutil censor teatral y promotor de una academia literaria.
78
Véase «Lucas el sacrílego», ed. Aguilar, p. 563.
79
Véase «Amor de madre», ed. Aguilar, p. 482.
80
«Con grandes fiestas se celebró la llegada del
fluido vacuno. Tuvo el Perú la visita del sabio Humboldt, y
en Lima se experimentó una noche el alarmante
fenómeno de haberse oído con claridad muchos truenos.
En esa época se plantaron los árboles de la Alameda
de Acho»
, ed.
Aguilar, p. 822.