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Antonio Machado

Rubén Darío

Misterioso y silencioso

iba una y otra vez.

Su mirada era tan profunda

que apenas se podía ver.

Cuando hablaba tenía un dejo

de timidez y de altivez.

Y la luz de sus pensamientos

casi siempre se veía arder.

Era luminoso y profundo

como era hombre de buena fe.

Fuera pastor de mil leones

y de corderos a la vez.

Conduciría tempestades

o traería un panal de miel.

Las maravillas de la vida

y del amor y del placer,

cantaba en versos profundos

cuyo secreto era de él.

Montado en un raro Pegaso,

un día al imposible se fue.

Ruego por Antonio a mis dioses,

ellos le salven siempre. Amén.


1905