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Sebastián Mariner Bigorra

Semblanza crítica sobre Sebastián Mariner

Por Javier del Hoyo Calleja

Hace ya cincuenta años que un joven profesor, catedrático de latín de Enseñanza Media en esos momentos, publicaba Inscripciones hispanas en verso (1952), ampliación de su tesis doctoral (Las inscripciones en verso de la Tarraconense), defendida en la Universidad Central de Madrid en 1949. Desde el primer momento aquella obra se convirtió en un clásico sobre el tema, y la sigla IHV pasó a ser cita obligada -junto a CIL o CLE- en los estudios sobre carmina epigraphica. Era aquél el primero de una larga serie de trabajos que desde entonces hasta su muerte, ocurrida en plena madurez intelectual (enero 1988), y sin duda prematura (un nuevo caso de mors immatura, cuando había completado tan sólo seis veces diez años y cuatro más), iban a ocupar la mente y el buen hacer del filólogo.

En efecto, dentro de una dilatadísima producción en todas las ramas de la filología y lingüística latinas, sobresalen más de cuarenta trabajos sobre epigrafía latina en general, y dieciocho en concreto acerca de CLE, entre los que caben desde la edición de nuevos epígrafes métricos que se fueron hallando en la Península Ibérica durante esos años (Guissona, Cueva Negra de Fortuna), hasta nuevas lecturas de epígrafes ya publicados (Clunia, Valencia de Don Juan, Tarragona), la restitución de lagunas y de inscripciones fragmentarias (Santa Eulalia de Bóveda), la identificación de pasajes métricos en poetas latinos (Mariner 1960); y especialmente los estudios de conjunto lingüísticos, métricos y filológicos de inscripciones ya conocidas (IHV; Mariner 1969; 1983). No agotó en ellos ciertamente sus intuiciones y saberes. Quienes conocimos su famosa libreta negra, sabemos que allí se escondían multitud de ideas que hubieran visto la luz en nuevos artículos, memorias de licenciatura (nada menos que 82 dirigió), intervenciones en congresos, tesis doctorales, etc.

En todos esos trabajos podemos ver al lingüista y metricólogo, al filólogo, y al latinista que conoce a Virgilio, Ovidio, Horacio, Marcial..., y sin necesidad de Concordancias, Léxicos ni Diccionarios, o de medios informáticos aún no existentes entonces, recitaba de memoria, «vaticinaba», identificaba y evocaba pasajes, reconocía estructuras métricas y partes de verso... Algunos somos aún testigos de su magisterio y de su privilegiada memoria. Su familiaridad con tantos y tantos epígrafes provocaba en nosotros la impresión de que en algún momento de su vida había ido a la escuela con Pontilieno, había paseado con Servilia Prepusa, había frecuentado el taller de Aper para distintos encargos, y había acompañado al circo a Julio Estatuto para ver en acción a Eutyches o para aplaudir a Fusco antes de que los hados arrebatasen a estos esforzados aurigas. Y no digo que tomaba café a diario con ellos, no tanto por el anacronismo del café, como porque ¿quién vio alguna vez a D. Sebastián, como muchos le llamaban en la facultad, «perdiendo el tiempo» tomando café?

Mejor filólogo, sin duda, que epigrafista quien con gran dosis de intuición restituyó partes perdidas sin haber visto la piedra (Valeria Crene) con gran seguridad. Una laguna, sin embargo, se le podría objetar: la de no tener en cuenta las cronologías. Algo que Díaz y Díaz le achacó ya en público al terminar su conferencia en el Simposio del Valle de los Caídos (Mariner 1969:131).

Pero no nos extendamos demasiado en la laudatio. Sabemos que donde él estuvo nosotros estamos ahora, y que donde él está nosotros también estaremos algún día (nascentes morimur...), esperemos que no sea demasiado pronto. Aprovechemos, pues, no para hacer un panegírico, ni una lamentatio como aquellos primeros poetas anónimos de nuestra península tan bien estudiados por él, sino para desarrollar un trabajo que nos ayude a comprender mejor el origen de la actividad poética en el mundo romano en general, y en la Península hispánica en particular. Porque más que ede, bibe, lude et veni, parece que oímos su susurro que insinúa: labora, labora, labora... En este sentido, el volumen Asta ac Pellege. 50 años de la publicación de Inscripciones Hispanas en Verso, de S. Mariner, reúne una serie de trabajos elaborados en recuerdo suyo, sirva para perpetuar la memoria de quien -por voluntad propia- quedó sin epitafio tras dedicar cuarenta años de su vida al estudio de los epitafios latinos. No habrá de este modo para él una secunda mors.

Hemos celebrado, pues, un coloquio a los 50 años de la publicación de IHV y a poco más de 100 de la obra de F. Bücheler, pionera en los estudios de CLE. Los trabajos de Mariner supusieron cierto giro en los estudios de carmina epigraphica. La parte arqueológica, que había predominado al menos en España hasta entonces, cedió cierto protagonismo a la filológica hasta llegar a un estudio completo del epígrafe en nuestros días. No deja de ser significativo que prácticamente la totalidad de los estudios de CLE reunidos en el mencionado volumen procedan de investigadores formados en el terreno de la Filología Clásica, y no de la Arqueología o de la Historia Antigua, sin que podamos deslindar con nitidez los distintos campos; y si bien la inscripción métrica es punto de convergencia de todos y debe ser estudiada desde todos los aspectos, parece que debe abordarse con una buena base filológica y prosódica, especialmente para realizar conjeturas en partes perdidas.

El mencionado volumen, Asta ac Pellege, hace un rápido balance de este período y permite además ofrecer una panorámica general (no exhaustiva) acerca del auge de los estudios sobre CLE. El aumento progresivo, y casi puede decirse que espectacular, de testimonios durante estos últimos años.

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