Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —37→  

ArribaAbajo Cervantes al pie de la letra: Don Quijote a lomos del «Libro del Mundo»

Carlos Brito Díaz



Universidad de La Laguna
(Tenerife - I. Canarias)

Cervantes made of Don Quijote the «book of books» in its truest sense: the nobleman transformed into letter that is read and that one reads in its own graphic existence is one of the original inventions of the Cervantine escrivivir, subverting the thresholds that separate and unite literature and life. The labyrinth of metawriting that confronts characters (fictions of fictions) and people (fictions) in the narrative universe takes us back to the infinite chain of scribes of the world transformed into book, always a previous author’s writing (Borges). Cervantes made a bookish defense of the oldest of symbols: that which identifies, in a consummate life-letter, the world with an incessant, absolute, and permanent Book. The nobleman’s old dream charges sign in the graph that says him and writes him, in the circular metaphor of a writing of its writing. It is paradoxical that E. R. Curtius in his celebrated study (1984) mentions neither Cervantes nor Don Quixote in his itinerary of variants of the old topos metawriting.


Para Isabel Castells.

Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno...


(II, LXXIV)                


No hay libro más bibliófilo ni más bibliólatra que el Quijote. Libro de libros, la novela cervantina se basta para contener en sí misma todas las escrituras del arte de la escritura. La ingeniosa historia del libresco hidalgo define una concepción cosmovisiva y un credo literario fundado en la apoteosis de la letra, que se textualiza en vida caballeresca a partir del museo imaginario de su biblioteca. Al dictado de su enajenada fe en los caracteres impresos de la Andante Caballería, Alonso Quijano abandona su voracidad lectora para escrivivir17 una existencia y no para existir en la escritura. Escritor   —38→   causativo y no factual de su lectura y (sobre)viviente de su escritura, don Quijote representa la más cumplida materialización de un itinerario circular que fluye del personaje al personaje, de la ficción a la ficción, de la letra a la letra. Empresa vital resuelta, a la postre, en grafía impresa; escritura genérica, ab initio, que se desplaza del código literario hasta alcanzar la vida misma. La conversión del hidalgo provinciano en héroe caballeresco, a la luz del universo de la escritura que se lee, a saber, se vive, legitima en la novela un principio ontológico y epistemológico del mundo fundado en el libro, que también aquí traslada su ancestral espíritu «religioso»18: con todo, el maestro Curtius soslayó la obra de Cervantes en el inventario histórico que hace del «libro como símbolo» (1984). La novela es producto de una lectura hecha escritura pero también a la inversa: don Quijote es el hombre-libro que, estimulado por su sed de letra impresa,   —39→   materializa su «libro de la memoria»19 en una vida-cuaderno, desenmascarado en una doble y sarcástica identidad textual: «el libro que don Quijote imagina se está escribiendo sobre él y el que realmente se ha escrito» (Riley 312); para desgracia del caballero, letra ficticia de un hidalgo gris, la imagen gráfica que le devuelve su espejo de tinta es un garabato torcido en los Anales de la Andante Caballería: ¿puede darse más compleja y completa realización de la vieja metáfora del Libro del Mundo?

DE LA BIBLIOTECA DEL HIDALGO AL «LIBRO DE LA MANCHA»

Hasta que hidalgo y escudero se saben hijos de la prensa (II, 59), el libro de la imaginativa se hace mundo cuando el andante caballero materializa sus lecturas: el programa vital de don Quijote, dictado por la recompensa de la gloria, cuenta con el ejercicio de las artes que garanticen la perennidad de sus empresas y el cobro de «eterno nombre y fama» en bronces, mármoles y lienzos (I, 42)20, pero también con el concurso de un «coronista», cuya escritura custodie para la memoria futura la verdadera historia de sus peregrinaciones caballerescas. En los balbuceos de su andadura, la fruición libresca del aún no investido   —40→   caballero es tal que precipita la conversión literaria de su primera salida bajo la prosapia de un estilo elevado, mimetizador de las instancias narrativas y lingüísticas del omnipresente palimpsesto textual del arsenal caballeresco, que la miopía mnemónica impone como realidad:

¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera? «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra...»


(I, 42. El subrayado es nuestro.)                


Revelación proléptica que adelanta la letra a la vida misma en una preescritura que el cálamo de la realidad se encargará de enmendar con su caligrafía prosaica pero fidedigna. Memoria artificial de un universo libresco que se superpone y suplanta al presente interesando incluso a la experiencia de la percepción sensorial: esta apropiación que la imaginativa hace de la sensitiva prueba, según Aurora Egido (1994), «la fusión aristotélica entre el alma y el cuerpo y el sometimiento de los sentidos a una vida superior intelectiva y libre» (102). El desajuste en la correspondencia entre los estímulos semánticos del mundo físico y las respuestas emitidas por su desviada recepción evidencian un método de (re)conocimiento semiologizador, al interpretar las evidencias empíricas como signos de una escritura cifrada en la que subyace siempre una revelación y una visión del universo mundo de caballerías; don Quijote procede entonces como un cabalista que privilegia el sentido esotérico, esto es, la lectura artúrica, frente al sentido literal, porque aquél -y no éste- es el que proporciona el grado superior de sabiduría; así, o bien acopla y traduce las señales de la realidad que no se registran en el inventario de la Andante Caballería, o bien las hace acreedoras de una significación alegórica y misteriosa sólo desvelables a la luz del código caballeresco. Al respecto afirma Edwin Williamson (1991) que:

El problema fundamental del lunático no es el de las alucinaciones, sino el del reconocimiento: al percibir la realidad como los otros, tiene luego que distinguir entre los fenómenos que no tienen sentido alguno dentro del sistema de la caballería y aquellos que se prestan a una interpretación caballeresca. Para la tarea de identificar cualidades ocultas relacionadas con la caballería, adopta el venerable criterio medieval de la semejanza y la analogía: se aferra a todo lo que le recuerde los libros de caballerías como si fueran señales providenciales de una identidad caballeresca subyacente, y así lo defiende ante cualquier evidencia empírica de lo contrario (144).


  —41→  

El proceso de la realidad viene a ser para el héroe manchego la experiencia de un constante escrutinio de ocultas esencias que demuestren la evidencia de un orden superior, trascendente a la circunstancia humana, pero recuperable en la cotidianidad una vez asumido que media un abismo cognitivo entre las calidades esenciales y las turbadoras apariencias que las ocultan o impiden reconocer: don Quijote, a diferencia de los héroes novelescos que lo preceden y a quienes emula, se empeña en descubrir los valores caballerescos que habitan recónditamente el mundo21. De este modo, el hidalgo ejerce de hierofante del credo caballeresco, cuya razón de ser es el culto a la palabra escrita y al saber preservado en ella, y cuyo corpus de textos canónicos lo constituyen los volúmenes que se disponen en la biblioteca de su memoria artúrica. La autoridad catártica de la letra impresa, la perennidad de su fijeza y la revelación epistemológica que en el libro se deposita otorgan a don Quijote una fuerza de convicción tal que se cree asistido por la verdad incontestable; de ahí que los reproches del canónigo sobre las lecturas que «se atreven a turbar los ingenios de los discretos y bien nacidos hidalgos» hagan estallar a su indomable bibliolatría en mnemónica incontinencia:

Pues yo -replicó don Quijote-, hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced, pues se ha puesto a decir tantas blasfemias contra una cosa tan recebida en el mundo, y tenida por tan verdadera, que el que la negase, como vuestra merced la niega, merecía la misma pena que vuestra merced dice que da a los libros cuando los lee y le enfadan. Porque querer dar a entender a nadie que Amadís no fue en el mundo, ni todos los otros caballeros aventureros de que están colmadas las historias, será querer persuadir que el sol no alumbra, ni el yelo enfría, ni la tierra sustenta... (I, 517).


La incredulidad del hidalgo ante el ateísmo caballeresco de su interlocutor lo empuja a esgrimir argumentos del más perogrullesco   —42→   empirismo. La baciyélmica realidad deja de serlo en tanto don Quijote vive para acomodarse a la lectura de sus ideales literarios que ahora deduce (y no traslada) del mundo que toca, ve o siente: la memoria, ese «escribano que vive dentro dentro del hombre»22, evoca y asocia edificios mnemónicos del pasado para componer loci e imagines en el «librillo de memoria» del presente, en una contigüidad identificadora tal que la letra impresa en el papel de la imaginación sustituye al dictado de las experiencias sensitivas, pues «todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído» (I, 43-44). De esta forma, don Quijote hace vivir en él la escritura porque se sabe, además, discurso de un libro que va siendo registrado al tiempo que sus aventuras se inscriben con caracteres de oro en el cuaderno de la fama; mientras vive, el pergamino de la tradición caballeresca se va desenrollando a modo de memoria portátil por boca del incansable memorioso: escritura interior que se exterioriza desplazando al «Libro de la plaza pública» que, según Nicolás de Cusa, proporciona la observación directa de los acontecimientos, inmenso volumen abierto como fuente de la sabiduría que se halla en «el estado natural de las cosas» (García Pelayo, 1570). La dicotomía «experiencia» contra «autoridad», que enfrenta a la epistemología de base científica con la erudición de estirpe religiosa basado en la verdad custodiada en el libro, alienta en el relato cervantino una ambigua postura que se corresponde con la curiosa coexistencia epocal del mito y de la ciencia como aproximaciones al conocimiento: como muy bien advierte Riley (1990), «en su novela Cervantes realiza un acto de reintegración [entre mundo interior y mundo exterior]», pues «devuelve el mito poético, que es la base del romance, al lugar de donde proviene: la mente y la psique humanas» (221). Como los peregrinos del Persiles23, don Quijote hace gala de un   —43→   fértil ejercicio de écfrasis mental al reproducir los lugares del teatro mnemónico del ciclo caballeresco en su misma vida-romance. Especial ejercicio ecfrástico de la palabra que recrea a la letra y que devuelve el original transformado en un nuevo discurso que es, casi, su opuesto: si en la novela bizantina, la inversión de la écfrasis hacía regresar la escritura al lienzo24, aquí el escribano memorioso que habita en don Quijote despliega los folios de la biblioteca imaginaria bajo la forma de un autógrafo deturpado por el pergamino-vida al que se acomoda y que lo materializa: el romance que resulta es el «libro de la Mancha», donde leer es ser y vivir escribir la lectura o leer la escritura; don Quijote es, por naturaleza, pleno poeta porque escribe sin escribir25 el texto de su vida con la vida de su texto, esto es, escrivive26.

  —44→  

«VIVIR IMPRESO Y EN ESTAMPA»

Antes de que amo y escudero asistan a la verificación material de su condición literaria (II, 995), el narrador prepara a don Quijote con la noticia de que el tomo de la Primera Parte corretea por las calles salmantinas, según confirma Sansón Carrasco. Novedad que le suspende el ánimo y el apetito, hasta que por boca de su informador conoce a un tiempo la experiencia de la fama en vida (rompiendo con ello la larga tradición de gloria póstuma que el libro otorga), la autoría de Cide Hamete y los oficios del traductor morisco y, en última instancia, breves nuevas sobre la fortuna editorial de la obra. A pesar de su trascendencia, «personajes» y lector discuten sobre aparentes minucias de la escritura (las referencias en el tratamiento a Dulcinea, las hazañas incluidas, la exigencia de ciertas omisiones por decoro caballeresco hacia don Quijote, la conveniencia de los relatos intercalados, las «distracciones» del autor o la promesa de una Segunda Parte) y la curiosidad de la noticia pasa como fiebre pasajera. Sin embargo, nada volverá a ser como antes porque la conciencia de saberse letra impresa dictará en adelante sus determinaciones: no sólo las del caballero sino las de Sancho, que comienza a vivir para la escritura arrogándose la licencia de proporcionar recomendaciones a su propio autor:

Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace; que yo y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes, que pueda componer no sólo segunda parte, sino ciento. Debe de pensar el buen hombre, sin duda, que nos dormimos aquí en las pajas; pues ténganos el pie al herrar, y verá del que cosqueamos.


(II, 590)                


  —45→  

Seres, pues, de carne y letra, transitarán por los senderos de la escritura hasta la pirueta metaléptica del propio reconocimiento literario en virtud de la lectura (II, LIX de sí mismos: la galería de audacias cervantinas revela así su más «extraordinario suceso». La inclusión del libro espurio y la del propio en la Segunda Parte desvela una estructura reversible en la textualización del universo narrativo: en la Primera Parte27, el libro se hace mundo cuando el andante caballero materializa sus lecturas; en la Segunda, el mundo se hace libro cuando hidalgo y escudero son informados no sólo de que han sido transformados en criaturas de letra impresa (escritura en la escritura), sino de que, además, circulan sus clones literarios y que son hijos del oficio de un mal plagiador28: en contra de la opinión de Maxime Chevalier (1990: 837), don Quijote sí aprende en el gran libro del mundo una vez que aquel y el suyo coinciden: el volumen de la Primera Parte no sólo lo despierta de su ensoñación lectora (ahora tipográfica, al incorporarlo a la experiencia de su materialización escrita), sino que además lo instala (aunque no con satisfacción) en los anaqueles de su galleria heroica, en el universo de la escritura: el libro del mundo lo ha devuelto al mundo del libro, en un viaje que lo precipita de la letra a la letra. La visita a la imprenta (II, LXII)29, santuario y taller de la palabra escrita, culmina la progresión de la autoconciencia en el hidalgo y verifica el abismo que media entre la composición literaria y el oficio artesano de la escritura, industria, al cabo, amiga de dislates y francachelas. El crepitar de la palabra en su laboratorio técnico ilustra la antípoda prosaica de la letra en el dominio de la imaginativa; el tránsito del libro mental al libro material obra un doble efecto de signo contrario30: por un lado, don Quijote se homologa con la tradición   —46→   literaria en virtud de su textualización; sin embargo, por otro, la decepción ante el retrato que la pluma de Cide Hamete ha bosquejado de él nos lo devuelve como símbolo de otro culto al libro, el de la negación de la escritura, el del regreso a la grafía imaginaria porque la letra mata y sólo el espíritu vive, como escribe San Juan. El viejo hidalgo ha aprendido la más amarga lección del gran libro del mundo: «el cansancio mortal que es el resultado final de la fruición que su consulta produce» (Rodríguez de la Flor 1994: 55)31.

LOS LIBROS DEL LIBRO

Es el Quijote una escritura de escrituras o, por mejor decir, la escritura de escrituras: la pericia cervantina en describir y descubrir voces narrativas en la voz que discute la acción autorial de la historia del hidalgo-caballero se convierte en la aventura amanuense de una cadena de escribas que se leen y escriben unos a otros32: máscaras intradiegéticas, intermediarios, lectores, traductores, copistas   —47→   o historiadores se disputan el privilegio de presentar y enjuiciar el mundo narrativo con la particular ilusión de hacerlo in situ, a saber, de puertas adentro en el edificio de la narración. Reescriben, glosan, anotan errores ajenos o faltas a la verdad en una prosapia de comentaristas de otro comento siempre anterior33:

Cide Hamete lee los Archivos y escribe su texto; el traductor lee a Cide Hamete y lo reescribe; el segundo autor lee al traductor, a quien vuelve a reescribir; Cervantes lee al segundo autor y escribe -¿o reescribe?- el Quijote; nosotros leemos (ya sin cursiva) a Cervantes...


(Castells, I: 115)                


El empleo metafictivo del libro que dentro del libro lo explica también aparece, en imitación de la técnica pictórica epocal del   —48→   cuadro dentro del cuadro34 en el Retablo de Maese Pedro: la versión microcósmica de la historia del hidalgo-caballero se formula in nuce en el teatro de marionetas que, por efecto de la catarsis, don Quijote destruye. La intención no es otra que la de ampliar el marco de la narración para integrar en él al receptor mediante la subversión de los umbrales realidad/representación35.

El símbolo del libro abre un inventario significativo en el Quijote: el mundo se textualiza aquí en diversos cuadernos (registrados en la tradición del tópico [Curtius]), que enuncian la presencia de la palabra anotada o glosada por la palabra: el Libro de la plaza pública, formulado por Nicolás de Cusa, texto abierto ante nuestros ojos como escritura transparente mediante la observación empírica, y que don Quijote ignora hasta el instante en que toma conciencia de que el cuaderno de la experiencia le deniega papel para el cálamo de su imaginativa y de su memoria caballeresca:

... considérame impreso en historias, famoso en las armas, comedido en mis acciones, respetado de príncipes, solicitado de doncellas: al cabo al cabo, cuando esperaba palmas, triunfos y   —49→   coronas granjeadas y merecidas por mis valerosas hazañas, me he visto esta mañana pisado y acoceado y molido de los pies de animales inmundos y soeces.


(II, 992)                


Exento de la identidad matemática que le asigna Galileo, el Libro de la Naturaleza comparece como modo de revelación: no sólo las cortezas de los árboles sirven de billete amoroso36 para los amantes no correspondidos de la pastora Marcela (I, 124), sino que el mismo don Quijote, durante su penitencia en Sierra Morena, «se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos» (I, 270) dictados por el amor de su dama: el lector, por fin, abandona su libro de la memoria y caligrafía sus cuitas materializando, por la escritura, el almacén de su biblioteca imaginaria, so riesgo de lo efímero del papel en algunos casos.

La vieja identificación de la existencia humana con un pergamino en el Libro de la Vida que se desenrolla se exhibe en don Quijote en cuya vida-manuscrito los folios se encuadernan siguiendo la pauta del arsenal genérico de la novela caballeresca: los días del caballero se forjan como páginas de una enciclopedia literaria por donde transita, entre otras la peripecia picaresca (encuentro con los galeotes y Ginés de Pasamonte, escritor autobiográfico de un opúsculo necesariamente inconcluso: su reaparición como Maese Pedro destruye el término ad quem del género), el idealismo caballeresco (penitencia en Sierra Morena donde por primera y última vez oficia de poeta) o la aventura bucólica (reducida al proyecto del pastor Quijótiz que no olvida, entre los ejercicios del árcade, el de la composición37. El hombre-libro, letra encendida de otras letras, no escribe porque vive escrituras ajenas: la fidelidad a los modelos literarios transforma su vida en una re-lectura que escinde del viejo hidalgo Alonso Quijano una criatura literaria que, a pesar de la emulación vehemente, se   —50→   desvía del hipotexto. El proyecto bio-literario queda truncado por la impericia de su mismo gestor, que precipita una imagen del caballero andante que va contra el modelo escrito del caballero andante. Sin embargo, don Quijote, que no es actor de sí mismo porque se sabe otro, mantiene la coherencia de su identidad incluso cuando existe manipulación externa: aun siendo títere del teatro ajeno (en el palacio ducal), el hidalgo jamás pierde la condición de caballero, alienación que sí se produce en Sancho cuando es investido gobernador de la Ínsula. Su libro-vida fluye sin líneas viudas desde el frontispicio hasta el colofón, cuando claudica en Alonso Quijano el Bueno.

Tal vez sea el Quijote el ejercicio más autoconsciente de que el discurso del texto que contiene la palabra es el mismo mundo simbolizado por el libro que lo comprende. La metáfora de la realidad materializada en escritura tiene entidad no sólo ontológica, sino epistemológica: en el primer caso, la escritura crea y/o destruye en el laberinto de su inconclusión; en el segundo, la escritura es cábala de una realidad de signos -la de la escritura misma- que se decodifican en el mismo desempeño de escribir; en el Quijote, encontramos una técnica narrativa cifrada, resultante de la escritura exégesis de la escritura, «el horizonte que se revela tras cada horizonte», según cita Riley (Teoría 316), hasta dar de bruces con el autor empírico cuya realidad también se nos escamotea. La circularidad de la metaescritura nos puede conducir a la letra imposible (el traductor morisco trasladando el texto del autor que lo ha narrado en el proceso de su traducción), o a la biblioteca infinita o babélica, infernal o paradisíaca que se deshace letra a letra hasta la larva: el fin de la escritura, entonces, viene a ser la escritura misma38. El Libro del Universo39, cifra   —51→   de escrituras40 y menester de sucesivos escribientes, toma estado en el Quijote como apoteosis de la letra espejo de la letra: don Quijote es, en primera y última instancia, un legajo histórico en una biblioteca abandonada de la Mancha. No parece ocioso haber ojeado de cubiertas afuera el Libro cósmico que Cervantes tenía ad oculos y que trasladó, de cubiertas adentro, al «Libro de libros» que, en agotadora aplicación (meta)escrituraria, es el Quijote.

  —52→  
Obras citadas

Aguilar Mora, J., y W. Mignolo. «Borges, el libro y la escritura». Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Brésilien (Caravelle) 17 (1971): 187-194.

Brito Díaz, Carlos. Lope y el mundo escrito. Variantes estéticas y epistemológicas del libro como símbolo en las poesías y prosas de Lope de Vega. Universidad de La Laguna (Tenerife - I. Canarias), 1996, tesis doctoral inédita.

——. «'De que todo sea comedia, / y no tragedia, me alegro': la escrilectura teatral de Cervantes en La entretenida». Actas del III Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas (Menorca, 20-25 de octubre de 1997), en prensa.

——. «Porque lo pide así la pintura: la escritura peregrina en el lienzo del Persiles». Cervantes 17 (1997): 145-164.

Canavaggio, Jean. «Variations cervantines sur le thème du théâtre au théâtre». Revue des Sciences Humaines XXXVII (1972): 53-68.

Cardona, G. R. «La escritura como metáfora». Antropología de la escritura. Trad. A. L. Bixio. Barcelona: Gedisa, 1994: 185-213.

Castells Molina, Isabel. Cervantes y la novela española contemporánea. Tenerife: Universidad de La Laguna, 1998, tesis doctoral inédita. 2 vols.

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. 14.ª ed. Ed. Martín de Riquer. Barcelona: Planeta, 1996.

Crespo, Ángel. «El libro como universo». El libro como ensayo. Ángel Crespo. Suplementos Anthropos. Barcelona, 1989: 106-107.

Curtius, Ernst Robert. «El libro como símbolo». Literatura europea y Edad Media latina. 4.ª reimpr. Trad. y adiciones M. Frenk Alatorre y A. Alatorre. Madrid: FCE, 1984, vol. I: 423-489.

  —53→  

Chevalier, Maxime. «Cinco proposiciones sobre Cervantes». Nueva Revista de Filología Hispánica XXXVIII, 2 (1990): 837-848.

Díaz-Migoyo, Gonzalo. «Escrilectura amorosa de la novela (Las Novelas a Marcia Leonarda de Lope de Vega)». Quimera VII-VIII, 21-22 (1982): 54-56.

Díez Borque, José María. «Teatro dentro del teatro, novela de la novela en Miguel de Cervantes». Anales Cervantinos XI (1972): 113-128.

Egido, Aurora. «El arte de la memoria y El Criticón». Egido, Aurora et al. Gracián y su época. Actas de la I Reunión de Filólogos Aragoneses. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1986: 25-66. (Reed. Egido, Aurora. La rosa del silencio. Estudios sobre Gracián. Madrid: Alianza Universidad, 1996: 87-100).

——. «Emblemática y literatura en el siglo de oro». Ephialte. Lecturas de Historia del Arte II (1990): 144-158.

——. «La Galatea: espacio y tiempo». Cervantes y las puertas del sueño. Estudios sobre «La Galatea», «El Quijote» y «El Persiles». Barcelona: PPU, 1994: 33-90.

——. «La memoria y El Quijote». Cervantes y las puertas del sueño. Estudios sobre «La Galatea», «El Quijote» y «El Persiles». Barcelona: PPU, 1994: 93-135.

——. «La memoria y el arte narrativo del Persiles». Cervantes y las puertas del sueño. Estudios sobre «La Galatea», «El Quijote» y «El Persiles». Barcelona: PPU, 1994: 285-306.

——. «La letra en El Criticón». Bulletin Hispanique 95, 2 (1996): 557-586. (Reed. Egido, Aurora. La rosa del silencio. Estudios sobre Gracián. Madrid: Alianza Universidad, 1996: 101-132).

Fuentes, Carlos. Cervantes o la crítica de la lectura. Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1994.

Gállego, Julián. El cuadro dentro del cuadro. Madrid: Cátedra, 1978.

García Pelayo, Manuel. Las culturas del libro. Obras Completas. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1991, vol. II: 1553-1583.

Garin, Eugenio. «Alcune osservazioni sul libro come simbolo». Umanesimo e simbolismo. Padua: Archivio di Filosofia 2-3 (1958): 91-102.

Gellrich, J. M. The Idea of the Book in the Middle Ages. Language Theory, Mythology and Fiction. Ithaca: Cornell University Press, 1985.

Herrero, J. «La metáfora del libro en Cervantes». Actas del VII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. Roma: Bulzoni, 1982, II: 579-584.

Josipovici, Gabriel. The World and the Book. A Study of Modern Fiction. 3.ª ed. London: The MacMillan Press Ltd., 1994.

Kristeva, Julia. «El libro y la Escolástica». El texto de la novela. 2.ª ed. Trad. J. Llovet. Barcelona: Lumen, 1981: 195-213.

  —54→  

Lida de Malkiel, María Rosa. La Idea de la Fama en la Edad Media castellana. 1.ª reimpr. Madrid: FCE, 1983.

Lokos, E. «El lenguaje emblemático en el Viaje del Parnaso». Cervantes 9 (1989): 63-74.

Lledó, Emilio. «Memoria y escritura». El silencio de la escritura. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1991: 22-26.

O'Connor, T. A. «Is the Spanish Comedia a Metatheater?». Hispanic Review XLIII (1975): 275-289.

Paz, Octavio. «El mundo como jeroglífico». Ed. del autor. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Obras completas. Barcelona: Círculo de Lectores, 1992, V: 200-213.

Riley, Edward C. Teoría de la novela en Cervantes. Trad. C. Sahagún. Madrid: Taurus, 1989.

——. Introducción al Quijote. Trad. E. Torner Montoya. Barcelona: Crítica, 1990.

Ríos, Julián. Larva. Babel de una noche de San Juan. Madrid: Mondadori, 1992.

Rodríguez de la Flor, Fernando. Teatro de la memoria. Siete ensayos sobre mnemotecnia española de los siglos XVI y XVII. Salamanca: Junta de Castilla y León-Consejería de Cultura y Bienestar Social, 1988.

——. «Ars oblivionis (Arte del olvido)». Cuadernos Hispanoamericanos 527 (1994): 45-56.

——. «Emblemas y 'arte de la memoria'». Emblemas. Lecturas de la imagen simbólica. Madrid: Alianza Forma, 1995: 163-179.

Sánchez Robayna, Andrés. «El sueño de los sueños». Syntaxis 19 (1989): 15-18.

Scherer, J. «Le monde existe pour aboutir à un livre». Le «Livre» de Mallarmé. París: Gallimard, 1978: 21-24.

Sebastián, Santiago. «Las Meninas: un retrato pedagógico con trasfondo político». Emblemática e historia del arte. Madrid: Cátedra, 1995: 232-249.

Seferis, Yorgos. «Variaciones sobre el libro». Diálogo sobre la poesía y otros ensayos. Trad. y notas J. A. Moreno Jurado. Barcelona: Júcar, 1989: 209-215.

Williamson, Edwin. El Quijote y los libros de caballerías. Trad. M.ª J. Fernández Prieto revisada por el autor. Madrid: Taurus, 1991.

Yates, F. El arte de la memoria. Trad. I. Gómez de Liaño. Madrid: Taurus, 1974.

Zanetta, María Alejandra. «Las Meninas y El Quijote o los planos de la representación». Anales Cervantinos XXIX (1991): 179-190.

Zumthor, Paul. La letra y la voz. De la «literatura» medieval. Trad. de J. Presa. Madrid: Cátedra, 1989.