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ArribaAbajoActo cuarto

 

Salón magnífico de Palacio.

 

Escena I

 

El MARQUÉS DE POMPILIANI, que entra aceleradamente; poco después el PRÍNCIPE DE SAN MARIO.

 

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡Uf!, qué calor. Ya han encendido aquí. ¡Eh! ¿Qué hacéis parados?  (A varios UJIERes que se presentan en el foro.)  Aún no están iluminadas las mesas de juego.  (Vanse los UJIERES.)  Vamos a ver que tal han quedado los salones del baile. No hay en el globo quien me aventaje en esto de arreglar una fiesta: bien lo sabe el Príncipe cuando me ha fiado tan delicada comisión. Los hombres como yo son inestimables en un palacio. Ea, vamos hacia allá.  (Al ir a salir tropieza con el PRÍNCIPE DE SAN MARIO.)  Perdonad, Príncipe; vuelvo en seguida.  (Desaparece breves momentos.) 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Cómo lo habrá sabido! El infierno, sin duda, nos facilitó aquella feliz coyuntura para que Araldi pudiese penetrar en casa de Ángela y permanecer a su lado con objeto de asistirla en su calidad de médico... Aún me parece oír los gritos de la madre pidiendo socorro...

MARQUÉS DE POMPILIANI. -   (Entrando.)  ¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Deslumbrador! ¿Qué os parece el golpe de vista que presentan esos salones?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  (Por más que pienso...)  (Embebido en su meditación, no atiende a lo que le dice el MARQUÉS DE POMPILIANI.) 

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Y eso que después del susto que me dio anoche vuestro hijo, y que ya os he contado, no estaba yo para pensar en fiestas.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  (¿Y cómo no se lo habrá dicho a CONRADO?...)

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡Diantre de muchacha! El aderezo y el billetito que escribí por consejo vuestro surtieron el efecto que ambos nos prometíamos. Pero, desengañaos, lo mejor hubiera sido entrar por la puerta secreta: os empeñasteis en que no... En casa de Araldi me hallaba precisamente cuando hasta allí fueron a buscarme con la carta de ese diablejo... Lo cierto es que hemos ganado la apuesta y debemos divulgar mi triunfo.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  (¡Cuánto tarda ARALDI!... Me mata la zozobra.)

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  No he conservado la epístola, pero en caso de duda podemos recurrir al testimonio de vuestro propio hijo. Temiendo estoy el instante de encontrarme con él. Vos no me escucháis.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Dispensad; estaba distraído.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Tal vez meditabais el cumplido que habéis de dirigir a Su Alteza. Es muy justo: en el día de su cumpleaños es preciso agotar la cartilla de las lisonjas.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Sí; justamente.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¿Y con quién pensáis romper la danza?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¿Qué decís?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  No me acordaba de que no bailáis. Os dejo; no me puedo detener.  (Viendo entrar a ARALDI.)  ¿Sois de los nuestros, caro doctor? Lo celebro: yo me encargo de buscaros pareja.  (Vase.) 



Escena II

 

El PRÍNCIPE DE SAN MARIO y ARALDI.

 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¿Qué hay?

ARALDI. -  Nada de nuevo: sigue delirando; pero por sus inconexas frases nadie podrá averiguar...

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Cuando pienso que una palabra suya puede ser rayo que me confunda!...

ARALDI. -  No la dirá, si vos queréis que no la diga.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Cómo!

ARALDI. -  ¿Tendría algo de particular que la horrible fiebre que la devora pusiera término a su existencia?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Araldi!

ARALDI. -  En hora buena. Y vos, ¿qué habéis adelantado en Palacio?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Nada; no he podido hablar a la Condesa en todo el día.

ARALDI. -  ¿Sospechará algo?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  No lo creo.

ARALDI. -  ¿Y esperáis que Conrado acceda al fin a vuestros deseos?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Ahora más que nunca. Mi plan tuvo mejor resultado aún de lo que yo esperaba; las circunstancias nos fueron propicias. Ha maldecido a su adorada Ángela creyéndola culpable, y espero que la cólera..., el despecho..., el anhelo de venganza... Además, esta noche veré a Su Alteza, en el baile y quizá logre... Pero si esa loca habla, si deja traslucir la verdad...

ARALDI. -  Entonces la ignominia para ambos, la pobreza, la esclavitud.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Qué horror!

ARALDI. -  Ya os lo he dicho; nadie extrañaría que a la demencia... sucediese la muerte.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Calla!... Pero ¿cómo lo habrá sabido? ¡Esto es lo que me vuelve loco!... Corre... Si en tu ausencia se calmase su fiebre, si recobrase la razón...

ARALDI. -  Volveré en breve a tranquilizaros. Gran recompensa me deberéis en caso de conseguir el triunfo.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  La mitad de mis riquezas te pertenece.

ARALDI. -  (¡Nuevos tesoros!)

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  No te detengas. Aquí me encontrarás.  (Vanse el PRÍNCIPE DE SAN MARIO y ARALDI.) 



Escena III

 

CONRADO.

 

   (Después de un instante de silencio.)  ¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira? ¿Quién puede diferenciar la una de la otra? ¿Cómo reconocer el crimen bajo la apariencia de la virtud? Esta es su letra,  (Sentándose y sacando la carta.)  Parece imposible. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos lo dudaría aún. ¿Y qué? ¿No dudo todavía? Lee, insensato, lee.  (Recorriendo la carta con la vista.)  Cuando me dirigía aquellas miradas llenas de candor, mentía. Cuando exclamaba con apasionado acento te amo, mentía. Quizá en el mismo instante en que me decía a mí mismo: ¡cuánto me ama!, ella se diría a sí propia: ¡qué bien le engaño! Cielo enemigo, ¿por qué no me has pulverizado antes con un rayo? Ángela, tu cariño era mi vida. Sin él no puedo vivir... Voy a buscar la muerte. Pronto se clavará en mi pecho el alfanje de un pirata. ¡Oh!, ¡cómo se reirá cuando sepa que por ella me he dejado matar! Yo también me río al recordar que le he servido de juguete.



Escena IV

 

DICHO y la CONDESA, que sale por una puerta de la izquierda.

 

CONDESA ADELAIDA. -  ¿Qué oigo? ¡Sollozos! ¡Conrado!

CONRADO. -  ¡Oh!, ¡la Condesa!

CONDESA ADELAIDA. -  No os vayáis. Las lágrimas de un hombre como vos prueban un dolor inmenso. Derramadlas, sin avergonzaros, en mi presencia. ¿Qué os ha sucedido? Hablad. Estoy enterada de todo.

CONRADO. -  Señora...

CONDESA ADELAIDA. -  Amáis a otra, a otra que es más digna que yo de vuestro afecto.

CONRADO. -  ¿Venís a gozaros en mi desesperación?

CONDESA ADELAIDA. -  ¡Caballero!

CONRADO. -  Mi desgracia no es ya un secreto, lo conozco; y si lo fuera, yo la publicaría. Quiero imponerme esta expiación.

CONDESA ADELAIDA. -  Os aseguro que no comprendo...

CONRADO. -  Inútil fingimiento: he sido ultrajado, se ha burlado de mí, la he sorprendido en una cita con otro. No aparentéis ignorarlo. Vuestra mofa..., vuestro escarnio me servirá de castigo.

CONDESA ADELAIDA. -  Entendámonos, caballero. Ayer estuve en casa de esa joven. A no haberla juzgado digna de vos, me hubiera interpuesto entre ambos como una muralla de acero. Pero Ángela abriga un corazón hermoso y grande, que sólo late por vos. Le pedí perdón de mis insultos, le ofrecí dar libertad a su madre, la estreché en mis brazos... Es imposible que aquella mujer no se sintiese en tal instante pura como los ángeles del cielo. Poco me importa cuanto vos podáis decirme; Ángela es inocente. Lo juraría por la memoria de mi madre.

CONRADO. -  ¡Alma noble y generosa! ¡Qué mal os conocía! ¡Cuánto os he ofendido! Perdonadme.

CONDESA ADELAIDA. -  Sólo tengo derecho para quejarme de vuestro padre, que me ha engañado villanamente.

CONRADO. -  ¡Oh, mi padre, siempre mi padre!

CONDESA ADELAIDA. -  Os lo repito: Ángela es inocente.

CONRADO. -  Habéis sido víctima de su hipocresía, como yo, como el mundo entero. Señora, recibid mi último adiós.

CONDESA ADELAIDA. -  ¿Partís?

CONRADO. -  Mañana mismo.

CONDESA ADELAIDA. -  (¡No me es dado ni aun el consuelo de verlo feliz en brazos de otra) Yo también parto mañana.

CONRADO. -  ¿Abandonáis a Su Alteza?

CONDESA ADELAIDA. -  Sí. Quiero huir de este Palacio: quiero salir de Italia.

CONRADO. -  ¿Y consiente Su Alteza que os separéis de ella?

CONDESA ADELAIDA. -  Me ha negado su asentimiento.

CONRADO. -  ¿Y vais a exponeros a su justo enojo?

CONDESA ADELAIDA. -  Sé que cuando vea pagados sus beneficios con la más negra ingratitud sentirá un cruel despecho contra mí. Pero no importa. En una carta que llegará a sus manos esta noche le digo que estoy decidida a partir, y me despido de ella para siempre.

CONRADO. -  ¡Oh señora! ¡Cuánto os admiro! ¡El Marqués!  (Viéndole aparecer en el foro.)  Adiós, señora, adiós. (¡Y he de partir sin matarle!)  (El MARQUÉS DE POMPILIANI se separa aceleradamente para cederle el paso. CONRADO le lanza una mirada furiosa.) 



Escena V

 

La CONDESA y el MARQUÉS DE POMPILIANI.

 

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡Vaya una mirada!  (Se asoma a la puerta del foro como para cerciorarse de que CONRADO se va.) 

CONDESA ADELAIDA. -   (Sacando una carta.)  ¿A quién entregaré esta carta para que se la lleve a la Duquesa? El mensajero ha de ser muy mal recibido, y no quiero que ninguno de mis criados sea víctima de su cólera.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -   (Acercándose.)  ¿Habéis reparado, encantadora Condesa, el gesto del capitán al encontrarse cara a cara conmigo? Pues es porque le he quitado una novia.

CONDESA ADELAIDA. -  ¿Será verdad?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  No lo dudéis. «Llegué, vi y vencí.» Mi lema es el de César.

CONDESA ADELAIDA. -  ¡Señor Marqués!

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Una florista que se llama Ángela; bonito nombre, ¿no es verdad? Vive...

CONDESA ADELAIDA. -  ¿Y os ama?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Me adora.

CONDESA ADELAIDA. -  ¡Mentís, caballero!

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Señora, yo...  (Pícara envidia.)  Hasta después. Voy al aposento de nuestra linda Soberana a darle cuenta de todas mis disposiciones acerca del baile de esta noche.

CONDESA ADELAIDA. -  Aguardad.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¿Tenéis algo que mandarme?

CONDESA ADELAIDA. -  Sí, por cierto. (Este mentecato nada me importa.) Hacedme el obsequio de entregar esta carta a Su Alteza.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Con mil amores. (Esta embajada me vale, por lo menos, cuatro sonrisas.)  (Vase por una puerta de la derecha.) 



Escena VI

 

La CONDESA y el PRÍNCIPE DE SAN MARIO.

 

CONDESA ADELAIDA. -  (Hoy es el día de mí triunfo.) El Príncipe.  (Viéndole aparecer en la puerta del fondo.) 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Al fin la veo; señora...

CONDESA ADELAIDA. -  No me puedo detener.  (Vase.) 



Escena VII

 

El PRÍNCIPE DE SAN MARIO; en seguida ARALDI.

 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Oh! ¡Algo sospecha!  (A ARALDI, que entra.)  ¿Y Ángela?

ARALDI. -  Rendida la he dejado en los brazos de su madre. Ha tenido un momento espantoso; cree que Conrado va a partir a la guerra: ha querido lanzarse fuera de su casa y venir a Palacio en su busca. Apenas podíamos detenerla entre su madre y yo. Gritaba que tenía que revelar a Conrado un secreto...

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  El nuestro.

ARALDI. -  Esta idea se le ha olvidado ya, y su madre queda a su lado. No temáis.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  La Condesa tiene alguna sospecha acerca de los amores de Conrado.

ARALDI. -  ¿Y habéis hablado a Su Alteza?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  La Duquesa acaba de conceder una entrevista a Fabio Conti.

ARALDI. -  ¿Y teméis...?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Todo lo temo ya.

ARALDI. -  Pues reflexionad que ese hombre es el que tiene derecho a vuestro título, a vuestros bienes... Si hallándose al frente del poder se llega a descubrir...

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  No me atormentes más.

ARALDI. -  Basta de indecisión... Es preciso tomar un partido enérgico, pronto. Lo reclamo; lo exijo.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¿Tú?

ARALDI. -  Yo, que estoy arriesgando tanto como vos.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Aconséjame: ¿qué debemos hacer?



Escena VIII

 

DICHOS y el MARQUÉS DE POMPILIANI.

 

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡Oh! ¡Yo fallezco!  (Dejándose caer en un sillón cerca del proscenio.)  ¡Un elixir!, ¡un elixir!

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  (¡Mentecato!)

MARQUÉS DE POMPILIANI. -   (Dirigiéndose al PRÍNCIPE DE SAN MARIO.)  Estamos perdidos.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¿Quién?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡Vos y yo!

ARALDI. -  ¿Pues qué ocurre?  (Ambos se acercan al MARQUÉS DE POMPILIANI con la mayor ansiedad.) 

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  La mayor calamidad que podéis imaginaros.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Hablad.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Dejadme respirar  (Haciéndose aire con el pañuelo) ; estoy sofocado. A ver, doctor, tomadme el pulso; debo tener más de noventa pulsaciones por minuto.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  (¡Qué ansiedad!)

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Figuraos que la Condesa me dio un billete para que se lo entregase a Su Alteza.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡La Condesa!

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Cuando entré en su estancia se hallaba allí Conti, nuestro mortal enemigo.

ARALDI. -  ¿Y bien?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Entregué mi billete; leyó Su Alteza, leyó y...

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Al caso, al caso.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Y después de lanzarme una mirada, que me hizo temblar de pies a cabeza..., exclamó con voz airada: «Salid, señor Marqués.» Yo, a fin de aplacar su incomprensible enojo, dije: «Vuestra Alteza está vestida con sumo gusto»; y ella añadió: «Sois un mentecato; ¿lo oís? ¡Un mentecato!»

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¿Y nada más?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¿Os parece poco? Pero, sí, hay más. Antes de que yo hubiese salido, exclamó, dirigiéndose a Conti: «Olvidad, caballero, mi anterior negativa; seguidme al aposento del Duque, y esta misma noche seréis nombrado primer ministro.»

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Él!

ARALDI. -   (Al PRÍNCIPE DE SAN MARIO, bajo.)  ¡Ya lo oís!

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¿Eh? ¿Qué tal? ¡Hay días aciagos!

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Pero ese billete...



Escena IX

 

DICHOS, CONRADO; en seguida, un UJIER.

 

CONRADO. -  Os buscaba. (Démosle mi adiós postrero.)

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Conrado!

ARALDI. -   (Al PRÍNCIPE DE SAN MARIO.)  (A mal tiempo llega.)

CONRADO. -  Tengo-que hablaros. Quiero que sea a solas.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Ahora, imposible...; en otra ocasión.

ARALDI. -   (Al MARQUÉS DE POMPILIANI, que se levanta.)  (Quedaos.)

UJIER. -   (Entrando y dirigiéndose a CONRADO.)  Señor capitán, un hombre que parece un mendigo se ha presentado a las puertas de Palacio, pidiendo que se le conduzca a vuestra presencia. En vano han querido alejarle los guardias: insiste en que tiene que comunicaros una noticia que os importa mucho.

CONRADO. -  Decidle que se vaya. Señor, es preciso que me concedáis esa entrevista ahora mismo.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Después; recibe a ese hombre; tal vez sea un desgraciado que necesite de ti.  (Al UJIER.)  Hacedle entrar por la escalera secreta.  (Vase el UJIER.) 

CONRADO. -  En hora buena; pero volveré pronto, y entonces me oiréis, ¿no es verdad?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Sí, Sí.  (Vase CONRADO por una puerta de la derecha.) 



Escena X

 

El PRÍNCIPE DE SAN MARIO, el MARQUÉS DE POMPILIANI, ARALDI; a poco, FABIO CONTI, DAMAS y CABALLEROS; después, la CONDESA; en seguida, ÁNGELA y criados de Palacio.

 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -    (Corriendo hacia el MARQUÉS DE POMPILIANI.)  ¡Al fin! ¿Estáis seguro de lo que acabáis de decir?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Si lo he visto y oído, ¿cómo no?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Y ese billete, ¿qué decía?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡El diablo lo sabrá!  (Empieza a oírse la música del baile.)  Sí; ¡para bailar estamos ahora!

ARALDI. -  Vedle.  (Señalando a FABIO CONTI, que aparece en el fondo, rodeado de DAMAS y CABALLEROS. Todos entran.) 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Todos le felicitan. Los mismos que ayer...

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Ese es el mundo.

FABIO CONTI. -  Gracias, señores, gracias.

CABALLERO 1º. -  Noche de júbilo, amigo Conti.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  (¡Noche de infierno!)

CABALLERO 2º. -  ¿Y decís que la Condesa...?

FABIO CONTI. -  Saldrá desterrada de orden de Su Alteza.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Me alegro.

UJIER. -   (Dándole un pliego.)  Para el señor Marqués de Pompiliani.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -   (Leyendo.)  ¡Virgen Santísima! ¡Desterrado también!  (Óyese rumor de voces.) 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -   (A ARALDI.)  ¿No oyes?

CABALLERO 1º. -  ¿Qué rumor será ése?

ÁNGELA. -   (Dentro.)  ¡Dejadme entrar! ¡Dejadme entrar!

FABIO CONTI. -  ¡Parece una loca!  (Asomándose a la puerta del foro. Todos le siguen, menos el PRÍNCIPE DE SAN MARIO, ARALDI y el MARQUÉS DE POMPILIANI.) 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  (¡Aún más.)

FABIO CONTI. -  Habrá burlado la vigilancia de los guardias a favor de la confusión que reina a las puertas de Palacio.

VOCES. -   (Dentro.)  ¡Detenedla! ¡Detenedla!

CABALLERO lº. -  Ha quitado la espada a un oficial y se abre paso por en medio de la multitud.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Qué haré!

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡Es ella! ¡Viene a buscarme, sin duda!

ÁNGELA. -   (Dentro y más cerca.)  ¡Dejadme! ¡Quiero verle!

CONDESA ADELAIDA. -   (Saliendo por la puerta de la izquierda.)  ¡Ese ruido! ¡Esas voces!

FABIO CONTI. -  Que no se le haga ningún mal.  (Sale ÁNGELA, seguida de criados y otros varios nobles. Se para en la puerta del foro, deja caer la espada que trae en la mano, y dice, con sonrisa de triunfo:) 

ÁNGELA. -  ¡Entré!  (La música sigue oyéndose muy piano durante toda esta escena.) 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Que no me vea!  (Se oculta con ARALDI entre la multitud.)  ¡Desdichada!

ÁNGELA. -   (Mirando en torno suyo.)  No le veo. Este no es.  (Acercándose a varios CABALLEROS y examinándolos con detención.)  Tampoco éste... Tampoco... No está.

CABALLERO 1º. -  ¿Buscas a alguno?

ÁNGELA. -  Sí, a uno..., a uno...; pero a ti no te importa... ¡Ah! ¡Cómo os divertís por aquí! ¡Cuántas luces!  (Mirando hacia adentro.)  ¡Cuánta gente! Este es Palacio. Aquí es donde moran los que debían saberlo todo y no saben más que lo que les quieren decir... Aquí es donde muchos parecen ser... lo que no son.

FABIO CONTI. -  Vamos; sacadla de aquí.  (Se acercan los UJIERES.) 

ÁNGELA. -  Pues, me quieres echar, porque vengo a pedir justicia.

FABIO CONTI. -  (Sus palabras encierran un misterio...) A nadie se le niega.

ÁNGELA. -  ¿Y quién la otorga?

FABIO CONTI. -  ¡Yo!

ÁNGELA. -  ¿Tú?

FABIO CONTI. -  Yo soy ahora el encargado de administrarla.

ÁNGELA. -  Y la administras así.... divirtiéndote..., bailando quizá...

CABALLERO 1.. -  No es tan loca como parece.

ÁNGELA. -  En vez de estarte aquí sin hacer nada de provecho, podías ocuparte en indagar quién la necesita, y a fe a fe que habías de hallar unos pocos.

FABIO CONTI. -  ¿Y tú eres una?

ÁNGELA. -  Sí.  (Con gran misterio.)  Me han arrebatado una madre, me han arrebatado la honra; pero esto no se lo digas a nadie..., porque si él llega a entender...

FABIO CONTI. -  Explícate.

ÁNGELA. -  Vosotros creéis que es su padre...  (ÁNGELA ase con una mano a FABIO CONTI y con la otra a la CONDESA.)  Pues bien: yo sé que no lo es.

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  ¡Oh!  (Sin poderse reprimir, sale de en medio de un grupo como para detener a ÁNGELA.) 

ARALDI. -   (Sin dejarse ver de ÁNGELA.)  ¡Imprudente!

ÁNGELA. -¡Chit!  (Viendo al PRÍNCIPE DE SAN MARIO. Pausa.)  ¿Quieres hacerme justicia?  (Llevándose a FABIO CONTI al ángulo opuesto.)  Pues manda que al momento encierren a ése en un calabozo.  (Señalando al PRÍNCIPE DE SAN MARIO. Movimiento en los grupos y murmullos prolongados.) 

FABIO CONTI. -  ¿Por qué?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -   (Al oír lo que dice FABIO CONTI.)  No la hagáis caso.

ÁNGELA. -   (Viendo al MARQUÉS DE POMPILIANI.)  Ese..., ja.... ja...; ése me da risa; el pobre tonto, al ver aquel papel, se habrá creído que yo... ¡Ja, ja! Y él, que es tan vanidoso..., y que no tiene nada de perspicaz..., ja..., ja... No..., a ése no le hagas nada.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡Esto sólo me faltaba!

CONDESA ADELAIDA. -  (Es preciso sacarla de aquí y evitar que Sus Altezas se enteren... )  (A ÁNGELA.)  Ven; yo sé dónde está Conrado.

ÁNGELA. -  ¿Sí? ¿De veras? Vamos corriendo.

CONDESA ADELAIDA. -   (Con dignidad, a los CABALLEROS.)  Paso, señores, paso.

ÁNGELA. -   (Al PRÍNCIPE DE SAN MARIO, poniéndole una mano en el hombro.)  Adiós; ya sabes que te conozco.  (Corriendo al lado opuesto donde se halla el MARQUÉS DE POMPILIANI.)  Tú no tengas miedo; no te guardo rencor.  (A FABIO CONTI, que se halla en medio de la escena.)  ¿Con que me harás justicia? Adiós. ¡Voy a verle!  (Con misterio a los CABALLEROS y DAMAS. Vase corriendo, seguida de la CONDESA.) 

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -   (A ARALDI.)  (Mañana no ha de vivir esa mujer)

ARALDI. -  ¿Qué os decía yo?

PRÍNCIPE DE SAN MARIO. -  Es preciso. Sígueme.  (Vanse.) 



Escena XI

 

FABIO CONTI, el MARQUÉS DE POMPILIANI, DAMAS y CABALLEROS; en seguida, CONRADO por una puerta de la derecha.

 

FABIO CONTI. -  Y el Príncipe se va... ¿Qué quiere decir esto?

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡Las cosas que pasan en este mundo!

CONRADO. -   (Al salir.)  En vano tratáis de detenerme.

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  (¿Otro loco?)

CONRADO. -  ¡Príncipe! ¡Príncipe de San Mario!

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  Acaba de salir.

CONRADO. -   (Quitándose las charreteras de capitán y arrojándolas sobre una mesa. Rumores prolongados.)  Pues bien: oídme todos. Estas insignias no me corresponden.  (Desnudando la espada y poniéndola también sobre la mesa.)  Esta espada de caballero no debe pender de mi cintura. El Príncipe no es mi padre. Pertenezco al pueblo. Pertenezco al pueblo.  (Dirigiéndose a varios lados como para que le oigan todos. Gran agitación entre las DAMAS y CABALLEROS.) 

MARQUÉS DE POMPILIANI. -  ¡Ya escampa!

FABIO CONTI. -  ¿Estáis cierto de lo que decís? (Todo este diálogo debe ser muy rápido y dicho con gran calor.)

CONRADO. -  Puedo jurarlo.

FABIO CONTI. -  ¿Tenéis pruebas?

CONRADO. -  Sí.

FABIO CONTI. -  ¡Hola, ujieres, guardias!  (Preséntanse en la puerta del foro varios UJIERES y un capitán.)  Señor capitán, buscad al Príncipe de San Mario y prendedlo.  (Vase el capitán.) 

FABIO CONTI. -   (Con ansiedad.)  Me habéis dicho que tenéis pruebas.

CONRADO. -  Tomad una: este papel.  (Dándole el que ALBERTO mostró a ÁNGELA en el tercer acto. FABIO CONTI empieza a leer y lanza una exclamación de gozo.)  ¿Queréis otra? ¿La mejor? Venid y me veréis en brazos de mi verdadero padre.  (CONRADO entra por la puerta de la derecha, seguido de FABIO CONTI.) 

MARQUÉS DE POMPILIANI. -   (Rápidamente.)  ¡Y yo desterrado!  (Rumores prolongados. Las DAMAS y CABALLEROS empiezan a retirarse por la puerta del foro.)  El Palacio se ha convertido en una casa de locos.



 
 
FIN DEL ACTO CUARTO