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Ariel Dorfman, la identidad bajo la máscara del Llanero

Sergio Ramírez





Viene de Suecia en tren, anda por todas partes, y nos encontramos en la estación del Zoo de Berlín, alto y flaco Ariel Dorfman, cara de adolescente alegre, activo, despeinado, siempre volanderos los faldones de su gabán al cargar andén abajo su gran valija más llena de papeles y de libros que de ropa, y que no me quiere dar, pero al fin le quito, abierto, comunicador, nunca antes nos habíamos visto y ya somos viejos amigos, una sonrisa inocente que celebra todo, un silencio repentino y acongojado al oír hablar de Chile, de la herida. Ariel Dorfman llega a Berlín para dar unas charlas en el Instituto Latinoamericano de la Universidad Libre, ninguno otro que él podría ser, el mejor especialista del continente en las tiras cómicas, las revistas de historietas made-in-ya-se-sabe, que a lo largo de varios años se ha dedicado a analizar, examinando puntillosamente sus alcances sociales, la implicación de los candorosos muñequitos y los superhéroes de azul y rojo o capas de murciélago, en el complejo de la dependencia cultural. Y qué no ha descubierto Ariel, a eso viene, a hablar ante los estudiantes de su pasión, y de su dominio, ya en varios idiomas sus dos libros sobre el tema, que han levantado roncha incluso en los Estados Unidos, que salen ya en Italia, en Alemania, en Portugal, en Francia: Para leer al Pato Donald, su primer manual, y Supermán y sus amigos del alma, que allá en el confín austral de donde él viene, empujado, desterrado, ya pasaron por la gracia purificadora del fuego, porque la ley es la ley, toda lectura es peligrosa.

La primera noche de sus conferencias la dedica Ariel al Llanero Solitario, a quien en un número de la revista Quinta Rueda de Santiago (antes de la edad de la hoguera) había ya entrevistado en forma exclusiva; el Llanero Solitario, uno de tantos defensores enmascarados de la ley y el orden, que utiliza como criado, claro está, a un indio, porque los escuderos de los superhéroes son siempre de otra raza que no es la blanca, y su trabajo, también claro está, es puramente manual, de fuerza (el gran Lotario de Mandrake el mago) y nunca intelectual, hasta femenino diría yo, dice Ariel en la plática posterior, así trabajan esas ejemplificaciones inocentes de las dependencias raciales. No, no se trata de una confabulación, se cuida de explicar al público, no hay ninguna maquinaria infernal que venda tiras cómicas como instrumentos de dominación, que fabrique bajo acuerdo los argumentos, sino, lo que es peor, se trata de un trasiego ideológico de valores latentes, constante, igual a como las deliciosas idioteces de Selecciones del Reader's Digest se entregan a un público deseoso de informarse, en forma de cápsulas digeribles sin problemas de comprensión; uno puede vivir feliz, toda su vida con su cáncer, según las palabras del estómago de Juan.

Las páginas de las revistas cómicas andan numeradas, clasificadas, anotadas, en la valija de Ariel, como cualquier material documental de un buen científico, que no habla a vuelo de lengua, sino previa comprobación de sus asertos, y las repasa para su próxima charla mientras hablamos, hablamos de la gran experiencia cultural colectiva que fue la editorial estatal Quimantú, de cómo los comics tradicionales iban a ser transformados en comics con un mensaje moral, aleccionador de verdaderos valores humanos, al fin un evangelio en los globitos pervertidos; de sus programas en la televisión, hablando de Selecciones, o contra Selecciones, con títeres preparados por Manuel Jofré, de su ensayo introductorio para la antología de Ernesto Cardenal, una tirada espectacular en Chile, y que se quedó en las prensas en aquel año nefasto de 1973, pliegos ya impresos, miles de pliegos que fueron hechos pulpa junto con otros cientos de libros en preparación, junto con Mark Twain y Marcel Proust, y Las mil y una noches, todo al fuego, o al agua: «Desde las cenizas, desde el papel picado, desde el agua de mar... destruir los libros por los cuatro elementos, agua, aire, tierra y fuego, para que sea el universo mismo el que reprima». Pero su ensayo sobre Cardenal, su entrevista valiente con el Llanero Solitario, su juego de títeres contra Selecciones, puede leerse en su Ensayos quemados en Chile publicado en la Argentina, todo recogido de las cenizas, chamuscados los bordes del papel.

Yo le digo a Ariel que él es, de verdad, el dueño de la kriptonita, él si puede joder a Supermán, debilitarlo, le conoce el rostro al Llanero Solitario, sabe cómo se entra a la cueva secreta de Batman, bajo la mansión del millonario Bruce Wayne, claro, no hay superhéroes pobres, salvo el Águila Descalza mexicana. Y se ríe Ariel, siempre se ríe, urgido se va a París, vuelve, algún día vuelve por aquí. Y allá a Chile también volverá, donde pertenece. Estoy seguro.

Berlín, abril de 1975.





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