En tal trance, roído por el Welt Schmerz1aque alude F. W. Myers, llegaron amis manos sus ensayos
metapsíquicos sobre la Personalidad Humana, los de
E. Gurney relativos a los Fantasmas de los Vivos, y la obra
ya clásicade A. Aksakof2, fruto de la polémica
con E. Hartmann, «el filósofo de lo Inconsciente».
No sabría expresar suficientemente la atención
con que seguí el desarrollo de sus teorías
acerca del yo subliminal, lo propio que la admirable y casi
ignorada labor -en nuestro mundo hispanoamericano- de la
Society of Psychical Research, de Londres.
Tal orientación
metapsíquica, entre crítica y expectante, es
también la actitud asumida por W. James, en sus estudios
sobre la experiencia religiosa. Casi estaría por afirmar
que constituye el nuevo «estado de alma» de la última
generación de psicólogos y pensadores angloamericanos.
En Francia, en Italia, en Bélgica, en Varsovia, no
faltan filósofos que, sin adherir explícitamente
a la teoría del «doble subliminal» reconocen con Bergson
que, «ninguna de las categorías de nuestro pensamiento;
unidad, multiplicidad, causalidad mecánica, finalidad
inteligente, etc., explican exactamente las cosas de la vida».
Y se preguntan:
«¿Dónde comienza y dónde termina
la individualidad? Si el ser viviente es uno o varios, si
son las células las que se asocian en organismo o
si es el organismo el que se disocia en células?»
3.
Este reconocimiento de que el pensamiento es incapaz de
representarse la verdadera naturaleza de la vida y la significación
del movimiento evolutivo, porque él mismo es sólo
un aspecto y una emanación vital4, puede armonizarse
con la intuición de James, de «que el mundo de nuestra
conciencia normal es uno de los tantos mundos de conciencia
que existen, los cuales deben contener experimentos dotados
de significaciones hasta para nuestra vida»5.
Otros filósofos
de tradición intelectualista, como Boutroux, sintetizan
los ensayos de psicología religiosa de Gurney, Myers,
Podmore, Leuba, James, Hebert, etc., esforzándose
por encuadrar la noción renovada de lo divino dentro
de una más vasta intuición racional: «¿existe
para nosotros como seres conscientes, además de la
vida individual una vida universal posible, y en cierto modo
ya real? ¿Nuestra conciencia reflexiva y distinta, según
la cual somos exteriores unos con respecto de otros, es una
realidad absoluta o un simple fenómeno bajo el cual
se oculta la penetración universal de las almas en
un principio único?
Si hay así, para nosotros,
dos existencias, una desenvuelta e inmediatamente visible,
la existencia individual; la otra aún casi inconsciente
pero superior, la existencia universal, ¿cuál es la
relación de ambas existencias, y qué método
debemos seguir para que la segunda emerja en plena realidad?»6
Esta nueva orientación filosófica tiende a
admitir que,aunque ciertos fenómenos de la experiencia
mística no encuadran dentro de las leyes naturales
conocidas, no implican una metafísica sobrenaturalista.
Lo sobrenatural de hoy como lo utópico de ayer podrán
trocarse en lo natural y en lo real de mañana.
En
este sentido, la historia del pensamiento es la historia
de lo imprevisible, de lo insospechado. Nos revela su incansable
esfuerzo por sobrepujarse, a fin de concentrar «todas las
posibilidades sublimes» en un haz de intuiciones conscientes.
Más allá de donde se puede pensar con claridad
según nuestras normas ordinarias de percepción
y de razonamiento, se extienden series infinitas de potencialidades
naturales.
Telestesia, telepatía, telekinesis, etc.,
formas de desdoblamiento supranormales, exigen una revisión
crítica de la idea clásica «de razón»,
la cual, en su impotencia discursiva ha creado más
pseudomilagros que las mismas teologías...
Alcanzar
este plano del Ignorabimus, consciente de la irrealidad de
la realidad cuotidiana, es duplicar la vida en riqueza y
profundidad, es libertarse del grosso modismo de la media
ciencia, como de las mistagogías ocultistas.
No
faltarán quienes consideren el contenido de algunos
cantos como más apropiado para vertido en prosa. Tan
lejos nos hallamos de aquellos siglos en que el verso rivalizaba
con la prosa en substancia y prestigio espiritual.
Pobre
poesía la de los modernos, verdadera «anímula,
blándula, vágula, lloriqueando en estrofas
«azucaradas de rimas»7 las andanzas, añoranzas y olvidanzas
del Hades amatorio...
Abundan sí, los «virtuosos»,
hasta en nuestra lengua, cuya manera recuerda «el alejamiento
misterioso de la música»8.Para los cuales la poesía
es una aspiración a sobrepujar el sentido usual de
las palabras, cuando no con palabras, con símbolos
del bric a brac tradicional y alegorías excesivamente
verbalistas...
Pero aun los mejores, los representativos,
«¿qué cosas nuevas han visto en su belleza y en su
verdad? O bien, ¿en qué belleza y en qué verdad
han visto las mismas cosas que tantos otros han visto?»9
Parece faltarles aquella mística susceptibilidad de
los creadores originales, de los que nombran, no de los que
repiten los nombres; «gracia», «inspiración», «locura
divina», cuya ausencia o presencia hace que estemos vivos
o muertos ante el eterno mensaje íntimo del arte.10
Además, se renuevan tan poco! Su emoción es
de un tono tan menor, tan canalizada, tan convencional.
Algo como una epidemia de frivolidad alambicada y dulzona
ha pasado de las Liras a las Minervas y viceversa.
El ímpetu
genial, el saber dialéctico, la unción polémica,
el escalofrío visionario, la fe redentora y el amor
de «las grandes causas» han sido substituidos por una ironía
de exitistas, un resbalar sobre las cosas y los problemas
con la despreocupación de quien ignora que ignora,
y el fácil pesimismo de algunos Eclesiastés
de veinticinco años, que lo han ojeado todo y no creen
en nada.
La chair est triste hélas!, et j'ai lu tous
les livres!
Así andan la ciencia y el un tiempo famoso
idealismo hispanoamericano.
Es cosa de preguntarse si alcanzarán
a media docena los publicistas castellanos que en la actualidad
sobrepujan el nivel medio de traductores del pensamiento
filosófico contemporáneo.
En cambio, y a pesar
de ciertas calumnias, los americanos del Norte poseen ya
alrededor de una cincuentena de ideólogos, críticos
y creadores, comparables a los más extraordinarios
de Francia, Inglaterra y Alemania.
Lo propio ocurre con
sus artistas y sus poetas. ¡Qué fuerza original de
temperamentos! ¡Qué sentidos nuevos del arte! ¡Qué
amor más fervoroso de las formas, de los matices,
de las imágenes, de las ideas! Se respira en sus obras
la atmósfera soliviantadora de las cumbres, balsámica
como las emanaciones de los pinares.
Ese don religioso,
limpio de supersticiones, les ha otorgado la concepción
más vasta, más imprevisible, más esperanzada
de la vida. Algunos de ellos realizan el ideal de Pericles:
la belleza en la sencillez. Con tal frescor ártico
de espiritualismo, tal clarividencia de lo invisible, que
recuerdan los«yoguis» y profetas vedantinos.
Francamente:
¿qué sería de nuestros grafopitecos si la «élite»
pensante de los germanos, sajones, francos y americanos del
Norte no persistiera en levantarnos hasta su altura, arrancándonos
de la indolencia y el servilismo espirituales, como el Mercurio
de Virgilio las almas precipitados en el Orco:
Tuum virgam
capis hac animas ille evocat Orco?
Respecto de las arbitrariedades
métricas de este volumen, aunque no es la primera
vez que acierto en ellas, haré una confesión
de linaje:
Mi madre nació en Orthez, pueblo pirenaico
de Francis Jammes; mi padre, en Arras, ciudad natal de Robespierre,
poeta en rojo mayor y pontífice de la «diosa Razón»;
yo, nací en Montevideo, patria del libertador de pueblos
Artigas, y del innovador lírico Laforgue.
Si como
creía Pascal «toda nuestra dignidad radica en el pensamiento»,
se me perdonará sea tan humilde que dedique estos
cantos a unos pocos entre los menos indignos de mis contemporáneos.
Pero, si según afirman Rousseau, Kant, Myers, Bradley
y tantos otros, «no hay pecado que la filosofía justifique
menos que el orgullo del espíritu, ni peor superstición
que la que hace ver en el entendimiento el lado más
elevado de nuestra naturaleza, y en la labor intelectual
el trabajo superior por excelencia...» ¿a quiénes
dedicarlos, ya que los más losdesdeñarían
por no comprenderlos, y los menos padecen tantas supersticiones...?
Quizá, a nosotros los poetas, en nuestra antigua
calidad de intermediarios entre las divinidades y el «profanum
vulgus» nos estará permitido lo vedado a los filósofos.
En cuyo albur, el Orgullo,
En ésta
como en otras pasiones exaltativas que se justifican por
la fuerza misma con que se manifiestan, «lo mejor es atenerse
a la propia experiencia, y en los demás lo mejor es
tolerarlas».12
Después de todo, cada cual se distrae
como puede, y aunque a muchos les parecerá paradógico,
aún está por probarse que lo que sucede sucede
de verdad.
Tarde de Mayo sobre el monte Ulía; tarde
de anieblado sol y tormenta a raz de horizonte hacia la costa
francesa;
El rin-rin coral de los grillos clama frescor de
lluvia;
El golfo inmoviliza su pista azul como invitando
a raudos patinajes y a locas correrías de trineos;
A lo largo de la costa, lamiendo los acantilados, quebrándose
en los peñascos, tiembla la fimbria blanca de las
espumas;
Algunas barcas de pescadores casi invisibles desde
la altura yerran en la inmensidad.
Desde aquí avizoraban,
en el año mil, el paso de las ballenas, cuando en
estos cielos volaban águilas...
«El panorama es el
mismo; todo está, nada ha cambiado:» sólo las
ballenas ya no vienen, y las águilas se han muerto...
Del lado opuesto del horizonte, como guirnaldas miliarias
del paisaje, ondulan las líneas aéreas de las
montañas;
Unas, semiveladas por vellones de canicular
blancura; otras, confundiéndose con nubes rosas y
de cerúleo eléctrico, con sus cumbres como
suspendidas en el éter, suaves, paradisíacas;
Por valles y colinas, yermos vírgenes y tierras labrantías
blanquean trepadores senderos;
Floreal reverdece en la matización
de las arboledas y de las hierbas silvestres;
Allá
abajo, tras el beato Urumea, la ciudad apiña sus nichos
techados de pizarra.
Llevó sus remos,
rompió sus redes, y hundió en la muerte
Más
de un cantar.
El mar se arqueaba bajo las rachas
tentaculares,
Y en el eclipse del huracán
-Negras
las nubes, negras las olas, negras las almas
Que zozobraban-
¡Ha mucho tiempo que no se viera negrura igual!
Hoy, en la playa, un perro loco,
Perro sin dueño
¿como mi alma?, iba y volvía
En largo aullar.
¡Nunca
más verde y azul de cielo,
Hoy, en la playa, reía
el mar!
Cuando
Hacia el alba o a la media noche
Algunas
veces, repentinamente,
Mi conciencia normal surge y despierta,
Y fijando mis ojos en la sombra
Concluyo por sentir como
Presencias
Que rondan invisibles,
Aunque no quiera,
Tiemblo!
Un pánico ancestral, maravilloso,
Cierra
mis ojos,
Temiendo ver de pronto lo que anhelo;
Y a pesar
de mi audacia y de mi angustia,
Aunque no quiera,
Tiemblo!
Así,
De noche en noche se prolonga
La misma
expectación, igual misterio.
Poetas,
De
la Sancta Simplicitas,
Maulladores de idilios en los viejos
Tejados de las rimas,
Y vosotros, psicólogos sin
alma,
Merodeadores de las apariencias;
Dejad
Las aguas
muertas del fastidio,
La falsa ciencia, el áureo
pudridero;
Y aunque os tiemble en su carne la osamenta
Embarcaos conmigo
A media noche
En busca de algo nuevo...
Yacía absorto en pensamientos del más
allá;
Grave como Quirón cuando se temía
condenado a la inmortalidad;
Tan absorto que pensaba sin
saber que pensaba.
La clave era: si esta vida ha llegado
a fatigarnos, por exceso de conciencia o escasez de normalidad,
Y la muerte, no es tal:
¿Qué hacer de la vida?, qué
del fastidio?
¿Cómo continuar?
¿Dónde
hallar un horror comparable al de la perduración de
la identidad consciente?
¡No poder huirnos!, no poder extinguirnos
en una evaporación panteísta, renovadora, omnial!
¡Y pensar que semejante fatalidad constituye el ideal de
millones y millones de animálculos pensantes!
¡También
el alma de mi perro idealizaría así si pensara!
Era una tarde de Abril de viento hamletiano y magias
vesperales.
Recuerdo que el sol, próximo a su ocaso,
iba hundiéndose poco a poco en una faja horizontal
de bruma; y en vez de fuego comenzó a rielar púrpura
sobre las aguas.
Yo estaba tendido en un peñasco,
más allá de las rocas purpúreas, pasando
el túnel, cercano al Fuerte de Monte Ulía.
Vuelto a casa esa misma noche pregunté en sueños
a mi otra alma, psiquis sonámbula:
Dime, madre, ¿qué
piensas tú de lo que esta tarde frente al mar pensaba?
Y oí que respondía:
Continuación y renovación
es uno y lo mismo;
Las almas que alternan en vosotros crean
sus mundos respectivos;
De plano en plano, nuevos misterios,
maravillas nuevas exigen de nosotras desarrollo eterno.
Como
de niño tú no sabías existiera el tedio,
Y eras todo asombro, inexperiencia, entusiasmo y afán
de comprender,
Así también seremos, una y mil
veces, y millares más, en la fuga eterna de otras
apariencias;
Cada morir será un renacer henchido de
ilusiones...
Y desperté, temblando, llenos
de lágrimas los ojos, el corazón en éxtasis;
Y mi alma cuotidiana, con todo el alma gimió:
-«¡Hermoso,
hermoso sueño!»
Poeta milanés, calvo
y «fundador de escuela» a los treinta años,19
que pretendes limpiar tu país de «su gangrena de profesores,
cicerones y anticuarios;»
que te bates en París a
pecho descubierto por amor de la réclame y dela literatura;
que exaltas la hermosura de un automóvil en el vértigo
de su carrera, sobreponiéndola a la de la Victoria
de Samotracia, -humorada digna de un «chauffeur» de Milán;
que denigras el ensimismamiento creador, el éxtasis
y el ensueño, acaso porque ignoras que sin ellos no
habría ciencia, arte, religión, ni túneles
hipotéticos entre el mundo sensorial y lo invisible;
que proclamas el desdén a la mujer, como un D. Juan
convertido ¿por hastío?, al misoginismo, y el desprecio
de la «moralidad» con una ausencia tal de elegancia y de
discernimiento que avergonzaría al propio Zaratustra;
que loas la guerra, el militarismo, el patriotismo, las bombas
libertarias, ¡tutti quanti!,
como aquellos «sabios» de quienes
Lucrecio dice que gustan admirar las tempestades y los naufragios
desde la playa;
que pretendes que el Futurismo sea «violencia,
crueldad, injusticia,» quizá porque jamás has
sentido otra rebelión que la del gesto, ni ideal más
grande que el de la vanidad literaria;
que exaltas «la Injusticia»
-siempre deificando lo desconocido- porque nunca te hincó
su garra, y careciendo de dolores como de ideales, has hecho
un sport de la Poesía, bocineándola a los cuatro
rumbos con tus pulmones y tu alma de «chauffeur»:
un Poeta
de la joven América, un contemporáneo del hombre
de las ciudades, que ha creado el Futurismo, en hechos, en
cantos, en libros, antes que tú soñaras en
histrionizar la palabra;
un innovador, ayer social, hoy subjetivo,
siempre renovándose, sin dogmatizar su verbo, ni momificarse
en escuelas,
desde la falda occidental de los Pirineos, misericordiosamente,
te sonríe,
¡oh, poeta milanés, calvo, espadachín,
y «fundador de escuela» a los treinta años!