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Cantos del otro yo

Álvaro Armando Vasseur



A la memoria de F. W. H. Myers



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En tal trance, roído por el Welt Schmerz1 a que alude F. W. Myers, llegaron a mis manos sus ensayos metapsíquicos sobre la Personalidad Humana, los de E. Gurney relativos a los Fantasmas de los Vivos, y la obra ya clásica de A. Aksakof2, fruto de la polémica con E. Hartmann, «el filósofo de lo Inconsciente».

No sabría expresar suficientemente la atención con que seguí el desarrollo de sus teorías acerca del yo subliminal, lo propio que la admirable y casi ignorada labor -en nuestro mundo hispanoamericano- de la Society of Psychical Research, de Londres.

Tal orientación metapsíquica, entre crítica y expectante, es también la actitud asumida por W. James, en sus estudios sobre la experiencia religiosa. Casi estaría por afirmar que constituye el nuevo «estado de alma» de la última generación de psicólogos y pensadores angloamericanos.

En Francia, en Italia, en Bélgica, en Varsovia, no faltan filósofos que, sin adherir explícitamente a la teoría del «doble subliminal» reconocen con Bergson que, «ninguna de las categorías de nuestro pensamiento; unidad, multiplicidad, causalidad mecánica, finalidad inteligente, etc., explican exactamente las cosas de la vida». Y se preguntan:

«¿Dónde comienza y dónde termina la individualidad? Si el ser viviente es uno o varios, si son las células las que se asocian en organismo o si es el organismo el que se disocia en células?» 3.

Este reconocimiento de que el pensamiento es incapaz de representarse la verdadera naturaleza de la vida y la significación del movimiento evolutivo, porque él mismo es sólo un aspecto y una emanación vital4, puede armonizarse con la intuición de James, de «que el mundo de nuestra conciencia normal es uno de los tantos mundos de conciencia que existen, los cuales deben contener experimentos dotados de significaciones hasta para nuestra vida»5.

Otros filósofos de tradición intelectualista, como Boutroux, sintetizan los ensayos de psicología religiosa de Gurney, Myers, Podmore, Leuba, James, Hebert, etc., esforzándose por encuadrar la noción renovada de lo divino dentro de una más vasta intuición racional: «¿existe para nosotros como seres conscientes, además de la vida individual una vida universal posible, y en cierto modo ya real? ¿Nuestra conciencia reflexiva y distinta, según la cual somos exteriores unos con respecto de otros, es una realidad absoluta o un simple fenómeno bajo el cual se oculta la penetración universal de las almas en un principio único?

Si hay así, para nosotros, dos existencias, una desenvuelta e inmediatamente visible, la existencia individual; la otra aún casi inconsciente pero superior, la existencia universal, ¿cuál es la relación de ambas existencias, y qué método debemos seguir para que la segunda emerja en plena realidad?»6

Esta nueva orientación filosófica tiende a admitir que, aunque ciertos fenómenos de la experiencia mística no encuadran dentro de las leyes naturales conocidas, no implican una metafísica sobrenaturalista.

Lo sobrenatural de hoy como lo utópico de ayer podrán trocarse en lo natural y en lo real de mañana.

En este sentido, la historia del pensamiento es la historia de lo imprevisible, de lo insospechado. Nos revela su incansable esfuerzo por sobrepujarse, a fin de concentrar «todas las posibilidades sublimes» en un haz de intuiciones conscientes. Más allá de donde se puede pensar con claridad según nuestras normas ordinarias de percepción y de razonamiento, se extienden series infinitas de potencialidades naturales.

Telestesia, telepatía, telekinesis, etc., formas de desdoblamiento supranormales, exigen una revisión crítica de la idea clásica «de razón», la cual, en su impotencia discursiva ha creado más pseudomilagros que las mismas teologías...

Alcanzar este plano del Ignorabimus, consciente de la irrealidad de la realidad cuotidiana, es duplicar la vida en riqueza y profundidad, es libertarse del grosso modismo de la media ciencia, como de las mistagogías ocultistas.

No faltarán quienes consideren el contenido de algunos cantos como más apropiado para vertido en prosa. Tan lejos nos hallamos de aquellos siglos en que el verso rivalizaba con la prosa en substancia y prestigio espiritual.

Pobre poesía la de los modernos, verdadera «anímula, blándula, vágula, lloriqueando en estrofas «azucaradas de rimas»7 las andanzas, añoranzas y olvidanzas del Hades amatorio...

Abundan sí, los «virtuosos», hasta en nuestra lengua, cuya manera recuerda «el alejamiento misterioso de la música»8.Para los cuales la poesía es una aspiración a sobrepujar el sentido usual de las palabras, cuando no con palabras, con símbolos del bric a brac tradicional y alegorías excesivamente verbalistas...

Pero aun los mejores, los representativos, «¿qué cosas nuevas han visto en su belleza y en su verdad? O bien, ¿en qué belleza y en qué verdad han visto las mismas cosas que tantos otros han visto?»9

Parece faltarles aquella mística susceptibilidad de los creadores originales, de los que nombran, no de los que repiten los nombres; «gracia», «inspiración», «locura divina», cuya ausencia o presencia hace que estemos vivos o muertos ante el eterno mensaje íntimo del arte.10

Además, se renuevan tan poco! Su emoción es de un tono tan menor, tan canalizada, tan convencional.

Algo como una epidemia de frivolidad alambicada y dulzona ha pasado de las Liras a las Minervas y viceversa.

El ímpetu genial, el saber dialéctico, la unción polémica, el escalofrío visionario, la fe redentora y el amor de «las grandes causas» han sido substituidos por una ironía de exitistas, un resbalar sobre las cosas y los problemas con la despreocupación de quien ignora que ignora, y el fácil pesimismo de algunos Eclesiastés de veinticinco años, que lo han ojeado todo y no creen en nada.

La chair est triste hélas!, et j'ai lu tous les livres!

Así andan la ciencia y el un tiempo famoso idealismo hispanoamericano.

Es cosa de preguntarse si alcanzarán a media docena los publicistas castellanos que en la actualidad sobrepujan el nivel medio de traductores del pensamiento filosófico contemporáneo.

En cambio, y a pesar de ciertas calumnias, los americanos del Norte poseen ya alrededor de una cincuentena de ideólogos, críticos y creadores, comparables a los más extraordinarios de Francia, Inglaterra y Alemania.

Lo propio ocurre con sus artistas y sus poetas. ¡Qué fuerza original de temperamentos! ¡Qué sentidos nuevos del arte! ¡Qué amor más fervoroso de las formas, de los matices, de las imágenes, de las ideas! Se respira en sus obras la atmósfera soliviantadora de las cumbres, balsámica como las emanaciones de los pinares.

Ese don religioso, limpio de supersticiones, les ha otorgado la concepción más vasta, más imprevisible, más esperanzada de la vida. Algunos de ellos realizan el ideal de Pericles: la belleza en la sencillez. Con tal frescor ártico de espiritualismo, tal clarividencia de lo invisible, que recuerdan los «yoguis» y profetas vedantinos.

Francamente: ¿qué sería de nuestros grafopitecos si la «élite» pensante de los germanos, sajones, francos y americanos del Norte no persistiera en levantarnos hasta su altura, arrancándonos de la indolencia y el servilismo espirituales, como el Mercurio de Virgilio las almas precipitados en el Orco:

Tuum virgam capis hac animas ille evocat Orco?

Respecto de las arbitrariedades métricas de este volumen, aunque no es la primera vez que acierto en ellas, haré una confesión de linaje:

Mi madre nació en Orthez, pueblo pirenaico de Francis Jammes; mi padre, en Arras, ciudad natal de Robespierre, poeta en rojo mayor y pontífice de la «diosa Razón»; yo, nací en Montevideo, patria del libertador de pueblos Artigas, y del innovador lírico Laforgue.

Si como creía Pascal «toda nuestra dignidad radica en el pensamiento», se me perdonará sea tan humilde que dedique estos cantos a unos pocos entre los menos indignos de mis contemporáneos.

Pero, si según afirman Rousseau, Kant, Myers, Bradley y tantos otros, «no hay pecado que la filosofía justifique menos que el orgullo del espíritu, ni peor superstición que la que hace ver en el entendimiento el lado más elevado de nuestra naturaleza, y en la labor intelectual el trabajo superior por excelencia...» ¿a quiénes dedicarlos, ya que los más los desdeñarían por no comprenderlos, y los menos padecen tantas supersticiones...?

Quizá, a nosotros los poetas, en nuestra antigua calidad de intermediarios entre las divinidades y el «profanum vulgus» nos estará permitido lo vedado a los filósofos. En cuyo albur, el Orgullo,


¡Oh tú, muy puro y bien amado Orgullo!11,
nos sentaría, como el pedestal a los faros.

En ésta como en otras pasiones exaltativas que se justifican por la fuerza misma con que se manifiestan, «lo mejor es atenerse a la propia experiencia, y en los demás lo mejor es tolerarlas».12

Después de todo, cada cual se distrae como puede, y aunque a muchos les parecerá paradógico, aún está por probarse que lo que sucede sucede de verdad.

A. V.






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Como raudal helado de altas cumbres
Sueño en el verso límpido y austero
En que el paisaje va estereotipado
Para in eternum...

Do el giro ciña la desnuda imagen
-Virgen cambiante del país secreto-
Que al despertar su inspiración regala
Como cisterna de armoniosos ecos...

Verso que veda su primor al vulgo
Y se abre al Arte como flor de sésamo;
Luz de santuario cuya llama de oro
Dora el misterio...

Que aun sonante tras aciagas eras
Y redivivo del poema excelso
Guarda su oriente, como perla fina,
Y es embeleso.

Y solitaria, diamantinamente,
Es faro izado sobre mundos muertos;
Y de sus voces, como en rotas lavas
Surgen ciudades, resucitan tiempos.

Más que la estrofa bárbara y fastuosa
Que arremolina su trajín de hierros,
O la canción de amor y de aventuras
De algún donoso trovador moderno;

Me place el verso en pausas arbitrarias,
De sencillez y majestad espejo,
Que en su oratorio, sin altar ni imagen,
Sangra el vidente lapidando el verbo.

Ritmo de hastiado melodista, en pugna
Con la armonía y el contraste eternos,
Mezcla de acordes de los grandes salmos,
Música libre para cantos nuevos.

Largos y andantes de espirales de humo
Que se subliman corazón adentro;
Magas visiones en perfectos símiles,
Versos soñados como no se han hecho.




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Vengo a expresar en ti mi angustia loca
Canto llano del mar,
Y como Safo en la leucádea roca
Me sentaré a escuchar.

Tu corazón, inquieto como el mío,
Tronará su canción;
Me mecerá tu ondeante poderío,
Tu libre inspiración.

Ah! Si curaras esta mi impaciencia,
¡Dieras don de crear!
La hiperestesia crispa mi existencia;
No hay paz para soñar.

¡Oh mar eterno, creador de mundos
Y monstruo destructor!
Más que los tuyos, tengo yo profundos
Arcanos de dolor...

Dolores que no aplacan las queridas,
El amor ni el placer,
La beatitud de las celestes vidas,
El fausto ni el poder.

Dolores sin envidias ni consuelos,
Y un dolor contra mí
Que hiciera infiernos de los mismos cielos;
Un dolor zahorí...

¡Oh mar interno de los más fecundos
En estéril ardor,
Mira tu espejo, creador de mundos
Y monstruo destructor.

Vengo a expresar en ti mi angustia loca
Canto llano del mar,
¡Ay!, como Safo en la leucádea roca
¡Quién pudiera llorar!




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El pescador trepó sobre un peñasco
Erguido en la marea,
Lanzó el anzuelo en las nocturnas ondas
Y se quedó inmóvil a la espera.

Rato tras rato con el pulso firme
Miraba el juego de las aguas ebrias,
O recogía el invisible hilo
Sin carnada y sin presa.

Yo, a su lado, pescador de símbolos,
Equiparaba a mi ansiedad perpetua,
En las rotas efigies de los derruidos cascos
Que evocan en las playas sus victorias navales.

Yo sé del canto errante
Que alzan las marejadas del hondo mar Atlante:
Los mágicos nocturnos que en Primavera arrancas
¡Oh música del mundo, maestra de bulbules,
Ángelus vesperal!
Al rápido teclado de las espumas blancas
Y a los maravillosos copófonos azules
Que en cada ola afinan sus labios de cristal.

Yo sé del canto errante
Que lento o repentino,
Bajo los nubarrones pregona tempestad;
El canto que enloquece brújulas y timones,
El canto que no alegran los «allegros» del vino,
Y hace temblar las barbas de los lobos marinos
En un rictus de pánico y de fatalidad.




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Allá en la torrentera
Donde forcé el Destino
Una Sombra me grita:
«¡Sálvame o te maldigo!»,

Es la voz de la Casta
Que exige el sacrificio
Qué hacer?
Miro hacia abajo y veo
Sonreír al Destino...

Suda sudor de sangre
Mi corazón maldito;
Pero de pronto arranco
Y sigo... sigo... sigo...




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Amo este burgo frente al mar abierto
Con sus jardines de orquestrales playas
En cuya añeja soledad mi vida
Yerra sonámbula.

Vagos jardines de extendidas ondas
Escalonadas como cataratas
Que de mitad del horizonte llegan
En vías lácteas.

En largas vías de instantáneos lirios
Hechas de luces y de espumas mágicas
Aun más fugaces que las mismas flores,
Aun más blancas.

Vías que rompen contra los peñascos
Y en nieblas suben hacia las montañas;
Ondas que saben desde el «liet» al salmo,
Y siempre cantan.

Cantan amores al enamorado,
Himnos al héroe, al navegante audacia,
Paz al creyente y al contemplativo
Hadas morganas...

Oh!, mis jardines de imperial encanto
Cuando en las noches otoñales, claras,
El largo andante de la mar dormida
Ritma sus pausas.

Y en las de invierno borrascosas tardes
Cuando el rugiente litoral escampa
Y es como un corso de espumantes flores
La inmensa playa.

Más que los cármenes de la tierra mora
Amo del Norte los paisajes de agua,
Porque a su adagio mecedor y heroico
Témplase el alma.

Por ello canto este jardín de Oquendo
Cuna del prócer, miramar de Euskaria
En cuya añeja soledad mi vida
Yerra sonámbula.




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¿Os acordáis, señora13,
Del torreón de Igueldo
En la serena tarde
Del último paseo?

¿Del ramo de claveles
Silvestres y azulosos
Como la llama ardiente
De vuestros bellos ojos?

¿De aquellos pobres viejos
Que en mitad de la cuesta,
A lentos martillazos
Desmenuzaban piedras?

Piedras, para el camino
Que subiremos otros
Cuando ni ya sus manos
Puedan pedir ¡socorro!

¡Qué miradas más tristes
Nos fijaron llorosos!
¡Qué dolor más callado!
¡Qué reproche más hondo!

Avergonzado os dije
La angustia de sus rostros,
Mas vos os encogisteis
Divinamente de hombros...

Y seguimos trepando
Por abruptos senderos
Entre zarzas floridas
Y claveles de ensueño...

De lo alto de la cumbre
Junto a la torre, en restos,
¡Qué heroico panorama
En el dorar del véspero!...

Todo era luz y símbolo,
Inmensidad, silencio:
Ciudad, aldeas, montes,
El sol, el mar, los cielos.

Sobre el dorado golfo
Mecido a ritmo lento,
Las barcas pescadoras
Eran juguetes negros...

Un navío mercante
Abandonaba el puerto
Con luenga estela de humo
Quieta, en el aire quieto.

De los cercanos valles
En un vapor de incienso
Subía ya el crepúsculo
Hacia los claros cielos.

Vos, sentada a mi lado
Escuchabais los versos
Del mar, que yo traduzco
En suaves balbuceos.

Y mientras recitaba
Sufría en mí el secreto
De aquellos grandes ímpetus
Que nunca encuentran verbo...

¡Oh, cóndores cautivos
Que no emprendéis el vuelo!,
¿No sois quizás hermanos
De aquellos pobres viejos?...




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Condesa muy cristianísima:
Pues mi modestia os seduce
Como a vuestro esposo mi aristarquía
Os contaré un caso...

Alguien,
Cuyo linaje arranca de las Cruzadas
Me dijo un día por dorar mi orgullo:
«¡Acaso, entre los vuestros
Hubo un Vasseur, poeta, que no cantara el Tasso,
Paladín que fuera
A la conquista del Santo Sepulcro!..»

«Perdón -le interrumpí-: «Yo fui Juliano!,
Y por Mithra juro
Que de mi sangre
No fue ninguno!»




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Era hacia el medio día en la montaña:
El boyero y su prole
Sentados sobre el césped merendaban.

Cerca de ellos, la desuncida yunta
Descansaba.

Un buey,
Moviendo el manso belfo lentamente
Rumiaba, acaso más que el seco pasto...

El otro,
Con el testuz senatorial erguido,
Indiferente al pasto y a la hora,
Como vaciado en bronce, le miraba.

Era desgano? Era dolor? Fatiga?
No sé:
Era hacia el medio día en la montaña.




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Jardín de lo pasado
Que espejas la ventura,
La flor que se ha gozado
Perfuma más que dura.

Amor infortunado
Malogra la hermosura,
Y ensueño realizado,
Tortura tras hartura.

Aquella fuerza el hado
Que sabe que no dura
Encanto ni ternura,
Y vive lo soñado...

Jardín de lo pasado
Que espejas la ventura,
La flor que se ha gozado
Perfuma más que dura.




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Déjate amar de lejos todavía
Mientras llegan las nieblas de Brumario
Que llenan de irreal melancolía
Las tardes desoladas del balneario.

Pues que anhelas vivir la poesía
De «algún amor divino y solitario»,
Déjate amar de lejos todavía
Hasta vencer mi corazón corsario.

Gocemos la irreal melancolía
De los anocheceres del balneario,
Y si tu alma es como la mía
La embriagará la ansiosa poesía
De este sereno encanto solitario.

1906.




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Y atesoraba el alma perla a perla
Cuanto buceara en los infolios viejos
Para tejerse su collar de magias
Allá en los días de «soñar despierto»...

Y remontaba la corriente amarga
Feliz galeoto en zozobrante leño
Sin ver los brazos que al pasar se abrían
Desde las barcas de dorados remos.

Y esperanzado el soñador buceaba,
Mientras ocultas de las perlas dentro
Negras arañas el collar de magias
Iban tramando con crespón de duelo...




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En el silencio de la media noche
Como en un pozo de profundas aguas
Tirita el alma solitariamente.

En vano fue tesaurizar amores,
Juegos de niño las doloras fueron,
Y del creär la peregrina empresa.

Pasó la hora de las embriagueces
En que los libros y el saber bastaban
Para inspirar maravillosos éxtasis.

Ahora nieva, hace frío y tiemblo;
Tiemblo por ella la celeste Psiquis
Que en el abismo de las medias noches
Como en un pozo se helará en silencio.




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En este mar de fondo en que naufrago
Todo se abisma corazón adentro;
Mas pienso y siento menos lucho y hago,
Y más me alejo de mi antiguo centro.

Me muerde siempre cual sutil carcoma
Un Imposible que por tal me falta;
Y ya ni cielo ni beldad ni aroma
Ni amor ni pena ni rencor me exalta.

¡Oh, juventud para mí mal frustrada
Nunca vivida por vivirla luego;
Ahora añoro tu embriaguez soñada,
Y tu leyenda en góticas de fuego!




Arriba



Yacía allí tendido junto al fuego,
En este largo anochecer, mirando
Arder el alma en pena del Invierno.

Fuera, el deshecho temporal mugía,
El mar rodaba su incansable trueno;
Y ante la lumbre, en la estancia a obscuras,
Como la imagen de mis ideales
Ardía un alma en pena en cada leño.




Arriba



Todo de gala
Voy caminando por desiertas calles;
La luz de los faroles ilumina
De trecho en trecho aceras y calzadas.
Llueve!

Miro las altas casas
En su rectangular monotonía:
Detrás de los cerrados miradores
Nadie me aguarda:
Llueve!

¿Qué busca a media noche
Lejos del alma el corazón beduino?
Oídos que comprendan?, bocas sabias?
¡Estaban todas en el cotillón
Y no había ninguna!
Llueve!

Tantos años que aguardo lo inaudito;
Más que amor o fervor, metamorfosis:
Algo que rompa el Hórco cuotidiano,
El molde Occidental...
Llueve!

Y nada!
Siempre lo mismo,
Hoy como ayer, ayer como mañana;
Ah!, si de pronto el corazón del Orbe
En diástole volcánico se abriera!
Llueve!

¡Oh, soledad del creädor exhausto,
Fuga del «Yo» en mutación perpetua;
Normalidad, vulgaridad, miseria,
Siempre lo mismo,
Amén!
Llueve!

Corazón, corazón vamos al Sueño,
Por unas horas cambiaremos de Alma.




Arriba



Leo a Juliano, emperador y héroe,
Su agudo estilo como lampo de Helios,
Dora los siglos en poniente de oro.
Siento en la mía la imperial alteza
De su alma tracia14
Que Plutarco y Jámblico ennoblecieran;
De su ingenio ático
Que Platón y Homero
maravillaron.

Amó a Lutecia, la natal Bizancio,
Y a la áurea Roma, pero más a Atenas;
Su sencillez le enajenó de niño
Y fue su gloria meditar en ella;
Gustó sus sabios más que Marco Aurelio,
Y sus poetas, religiosamente.

Oh!, cuántas veces prefirió a la púrpura
Del paludaméntum,
La vara estoica
Y el manto errante de los filósofos.

Y en los afanes de extranjeros climas,
César en lágrimas,
Tendía el pecho, el corazón, las manos,
Hacia la Acrópolis!

Ay!, por momentos me desangra el flanco
El dardo persa que le hirió
De muerte.

¡Destino único
Nunca asaz llorado!
Con Él se eclipsan en apocalipsis
La ley civil y la razón estoica,
¡Claves latinas!

Leo a Juliano, emperador y héroe.
Lenta, la sombra vesperal esfuma
Su Epistolario:
Llueve!
A través del cristal de la ventana
Miro el paisaje montañés, y sueño...

Sueño en la noche de la ardiente Asiria
Cuando Él, yaciendo
En la piel de león dentro su tienda,
Vio pasar, silencioso,
Con la faz velada
Pasar por siempre, el Genio del Imperio.

Luego,
Su herida, su oración, su muerte;
Y su sepelio en siciliana tumba,
Meca sin grey que peregrine al Taurus!

Después,
Roto el signo solar por las legiones
Surgió de nuevo el Lábaro
De Constantino;
La Cruz,
Do yace aún
Crucificado por sus propios seides
El otro... César.

Cae la noche, la llovizna cesa.
He aquí que repican los badajos
De la parroquia:
Mañana es Pascua...

No importa
César Juliano:
Helios es luz, renovación, belleza;
En Helios ríe el porvenir del mundo.




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En lecho de pedrería
Junto a los arcos del puente
Sueña al pasar la corriente
Con dulce monotonía.

Refrán de melancolía
Que la linfa transparente
Dice al sol de mediodía
Que la mira sonriënte.

Cerca, el mar vuelca en la ría
Su caudal en son creciente,
Y la diversa armonía
Que ensalma a dúo el ambiente
Me anega de poesía,
Profunda, divinamente.




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Desde el balcón de mi alcoba
Yoguizando, contemplaba
Reverdecer los árboles de Abril;
Gárrulo tropel de niños
Corría
Por las sombras del jardín:
Lento, el dómine paseaba
Leyendo, y de tanto en tanto, al sesgo,
Miraba el juego feliz;
Más allá,
Tras la muralla, el río hacia el mar fluía:
Era una dulce mañana, hermosa entre las de Abril.

¡Qué irrealidad encantada!
Cielo azul, lejanos montes, albas nubes, mar y sol;
Sombras de seres fugaces, jugando bajo otras sombras,
Vistas de una sombra en éxtasis: yo.

Tras la aparente quietud
Todo era similitud, quimérica de ilusión;
Y eterna como el destino,
Vibraba en un torbellino, la universal mutación.

Así pensaba mirando el agua fluvial correr
Todos los niños jugar, el cielo azul sonreír,
El sacerdote leer, y el aire a ratos menear
Los follajes del jardín.




Arriba



Acodado en la arena de la playa,
El mentón y las sienes en las manos,
Mis ojos peregrinan de ola en ola
Mientras el alma por el mar mecida
Yerra en lo arcano...

¡Esta brusca videncia
Ante la irrealidad de todo dato,
Este alternar de «yos» subliminales
Allende la razón y sus engaños,
Este vivir de ensueños en ensueños,
Estos desdoblamientos enigmáticos!...

Los dones que en el yoga
Asumen poderío extraordinario:
Aquel desencarnarse y reencarnarse
Libertados del tiempo y el espacio;
Las llamas que proyectan sin quemarse,
Las voces que discurren en oráculos,
Las visiones remotas que objetivan,
Los «aportes» mentales instantáneos;
Las fuerzas que asimilan en el éxtasis,
De las fieras, del sol, de los espacios;
Las leyes de la carne muerta en vida,
Cantan tu gloria, fascinante arcano.

¿Existe aquel Purusa en cuya esencia
La universal farándula rebulle
Perenne sin mancharle,
Como en la blanca tela de los «cines»
Las maravillas que la lumbre traza?15

El más allá, ¿qué es?...
Un espacio mental? Kosmos de Kosmos?
Una idea? Una imagen? Un abismo?
Está dentro de nos?, en Él estarnos?
Aquél que se concentra, le intuiciona?

Esta materia, que los ojos miran
Sin penetrarla, en ilusión simiana,
¿La veremos acaso transparente,
Limpia de dualidades,
Tras sus reinos de seres infinitos?

Como en la noche helada de los mares
Viven faunas de monstruos que ignoramos,
¿Las atmósferas cósmicas albergan
Reinos ignotos, superpuestos mundos?

¿Llevamos en nosotros sin saberlo,
Sensorios vírgenes para nuevas almas?
La ilusión de la forma y belleza,
La verdad, el amor, irán con ellas?

Qué fines?, qué destinos?, qué intuiciones
Salvan la fosa en invisible incienso
Del holocausto humano?

¿Qué subsiste del ánima imperiosa?
¿Volvemos al no ser o continuamos?
El no ser, ¿es lo amorfo o lo inconsciente?
Persiste esta inquietud de ubicuidades?
La muerte, es un derrumbe o un excelsior?

Esas consciencias que al dormir despiertan
Y antes de despertar vuélvense inconscias
Persisten como en sueños o se animan
Soñando nuevas vidas?
Cuál de ellas prepondera, si no alternan?
En qué grado?, qué aspecto?, qué mudanzas?

¿Nuestros modos de ser cambian de tono
Hasta olvidar la identidad terrena,
O sólo son recuerdos comparables
Al vago remembrar de los ancianos?

¿Los sentidos ocultos reverdecen?
¿Van a un mundo de leyes que subyugan
Este mundo de causas y de cambios?

Acodado en la arena de la playa,
El mentón y las sienes en las manos,
Los ojos vagos, la audición suspensa,
Como abismado dentro un mar de sueños
Siéntome henchido del sublime arcano...




Arriba



Valle entre verdes colinas, abierto
En anfiteatro;
El agua del río
Fluye
Traslúcida y silenciosa
A lo largo del remanso;
Fulge el sol canicular.
Dispersas,
En los declives
Y vistiendo los collados
Las arboledas
Prolongan sombras de oasis.

Lejos,
Con chal de nieve rayando el éter,
Soñadoras
azulean las montañas;
A ratos se oye el distante
gorjear de un ave
Que pasa:
Quietud!
Soledad!
Olvido!
Vitrales de mis prisiones,
Nirvana, lento Nirvana.




Arriba

Tarde de Mayo sobre el monte Ulía; tarde de anieblado sol y tormenta a raz de horizonte hacia la costa francesa;

El rin-rin coral de los grillos clama frescor de lluvia;

El golfo inmoviliza su pista azul como invitando a raudos patinajes y a locas correrías de trineos;

A lo largo de la costa, lamiendo los acantilados, quebrándose en los peñascos, tiembla la fimbria blanca de las espumas;

Algunas barcas de pescadores casi invisibles desde la altura yerran en la inmensidad.

Desde aquí avizoraban, en el año mil, el paso de las ballenas, cuando en estos cielos volaban águilas...

«El panorama es el mismo; todo está, nada ha cambiado:» sólo las ballenas ya no vienen, y las águilas se han muerto...



Del lado opuesto del horizonte, como guirnaldas miliarias del paisaje, ondulan las líneas aéreas de las montañas;

Unas, semiveladas por vellones de canicular blancura; otras, confundiéndose con nubes rosas y de cerúleo eléctrico, con sus cumbres como suspendidas en el éter, suaves, paradisíacas;

Por valles y colinas, yermos vírgenes y tierras labrantías blanquean trepadores senderos;

Floreal reverdece en la matización de las arboledas y de las hierbas silvestres;

Allá abajo, tras el beato Urumea, la ciudad apiña sus nichos techados de pizarra.



Tarde de Mayo sobre el monte Ulía;

Quietud16, soledad, altura;

Oigo aletear el corazón entre las paredes de su jaula:

Le aúllan17 las lobas del anhelo...

No basta el miraje de las lejanías donde el alma espeja su hermosura;

Estoy como quien aguarda y teme el misterio de una Gran Presencia...

Pasan las Horas:

Lentas,

Muy lentas,

Cada vez más lentas!




Arriba



Preciosa extranjera,
Perfil ensueñado,
Tendida en la arena
Un libro en las manos
Absorta, leyendo,
No miras que paso.

Sonrío a mi pena
De autor ignorado,
Mas viendo que lees
Me siento vengado...

Y pienso:
Si tu ingenio fuera
Parejo a tu encanto
No sé lo que diera,
Perfil ensueñado,
Porque un libro mío
Tuvieran tus manos.




Arriba



Sobre el jardín del Rey en Miramar
Cae la tarde,
Una tarde de Mayo perfumada.

A pocos pasos de la terraza
Bajo la sombra,
De los tamarindos
En el sendero que sube a Igueldo
Silba un chistu tonadas ancestrales,
Tonadas que ritman
Monótonamente, tres tamborileros.

Un cortejo de niñas,
Pobres y gráciles en sus vestidos dominicales,
De cuatro en cuatro,
Ora de frente ora de espaldas,
Y silenciosas,
Danzan,
Irguiendo los curvados brazos.

Algunas madres,
Tendidas en el césped, miran o charlan;
Dos pequeñuelas, en un dúo cómico,
Lloran, abandonadas...

Grabo, al pasar la pastoral
Humilde,
Y su serenidad
me anega el alma.

Próximo,
El mar se azula en la bahía;
Más que nunca bella, se aísla
Santa Clara:
En el jardín del Rey
Cae la tarde
Florida y solitaria.




Arriba



Canta el mar,
Canta a la luna llena, en ansias de horizontes;
Canta al imán inmenso que sube lento y mudo
Como sangrante escudo
En el azul de incienso sombreado por los montes.

Canta el mar
En sobrehumano coro su carmen secular;
Canta el mar, y su canto
Sublima en poesía, quimera y desencanto...

Hermano mar, espejo del infinito anhelo,
¿Reflejarás un día la conquista del cielo
Por el vibrión humano que aprende en los desiertos
La ciencia del Arcano,
El yoga del aliento, y el súrsum a los muertos?

Abuela blanca luna, lumen de los desvelos
Cuyo frontal18 helaron nevadas de otros cielos,
¿Cuándo comulgaremos en ti, hostia votiva,
De hinojos en la prora de tu nave cautiva?

¿Cuándo será el vislumbre de nuevas maravillas
Sentados en el mago sitial de tus rodillas,
A nuestros pies la Tierra, en áurea trayectoria,
Divina por lejana,
Tan bella, que parezca un sueño nuestra historia,
Un sueño nuestra vida actual y cuotidiana?




Arriba



Era hacia la madrugada cuando
desperté de aquel sueño:
Estaba con un amigo en una estancia a obscuras
De pie ante un espejo.
Yo me veía en él, con lucidez tan viva
Como jamás me he visto en cristal alguno.
La luz que alumbraba nuestros rostros
Parecía emerger de ellos mismos
Dentro del espejo.
Yo hablaba del poder de crear hijos,
Mentalmente, de organizar sus formas
En la vida, sin auxilio sexual.

Mi amigo, viejo iniciado en Yoga,
Meditaba.
De pronto, mientras discurría, vimos formarse
Junto a mi hombro izquierdo
Una cabecita de tenues rizos, y la flotante
Sombra de un niño.
Suspensos en un mismo pánico, contemplamos
El prodigio.
Entonces, la imagen aproximándose a mi sien
Se desvaneció en un beso...
La emoción fue tan honda que desperté angustiado,
Encendí luz, y por largo tiempo,
La visión persistió con tal videncia
Que me parecía alucinar despierto.




Arriba



Era un minero,
Un hurgador de selvas subterráneas.
En los estratos de carbón,
Como linterna sorda
Su corazón
Sangraba.

Era un minero como existen tantos;
Amaba el Sol y nunca le veía.

Un día,
Día primaveral todo hermosura,
Dejó la mina y escaló los montes
Como buscando libertad y altura.

Vieja atalaya le brindó su sombra,
Sombra de nido:
Allí,
Tendiose a descansar,
Y a poco, quedó dormido.

Al despertar,
-Como quien cumple un imposible anhelo-
Hundió en su boca con la mecha fuera
Un pomo lleno
De dinamita;
Ciñó mentón y cráneo en su pañuelo,
Y prendió fuego.

Lenta, invisible,
La mecha ardía aproximando el ascua,
Mientras
Callado, fumador sublime
Él, aguardaba!

¡Minuto inenarrable!
Se oía
El piar vespertino de los pájaros,
Y el flúido brisar de los pinares;
El sol se hundía tras el golfo de Oro.

De pronto,
Seco, instantáneo,
El estallido le aventó en los aires.




Arriba



Hace dos noches una borrasca cogió a su paso
Trescientas barcas del litoral:
Llevó sus remos, rompió sus redes, y hundió en la muerte
Más de un cantar.

El mar se arqueaba bajo las rachas tentaculares,
Y en el eclipse del huracán
-Negras las nubes, negras las olas, negras las almas
Que zozobraban-
¡Ha mucho tiempo que no se viera negrura igual!

Hoy, en la playa, un perro loco,
Perro sin dueño ¿como mi alma?, iba y volvía
En largo aullar.
¡Nunca más verde y azul de cielo,
Hoy, en la playa, reía el mar!




Arriba



Cuando
Hacia el alba o a la media noche
Algunas veces, repentinamente,
Mi conciencia normal surge y despierta,
Y fijando mis ojos en la sombra
Concluyo por sentir como Presencias
Que rondan invisibles,
Aunque no quiera,
Tiemblo!

Un pánico ancestral, maravilloso,
Cierra mis ojos,
Temiendo ver de pronto lo que anhelo;
Y a pesar de mi audacia y de mi angustia,
Aunque no quiera,
Tiemblo!

Así,
De noche en noche se prolonga
La misma expectación, igual misterio.

Poetas,
De la Sancta Simplicitas,
Maulladores de idilios en los viejos
Tejados de las rimas,
Y vosotros, psicólogos sin alma,
Merodeadores de las apariencias;
Dejad
Las aguas muertas del fastidio,
La falsa ciencia, el áureo pudridero;
Y aunque os tiemble en su carne la osamenta
Embarcaos conmigo
A media noche
En busca de algo nuevo...




Arriba

Yacía absorto en pensamientos del más allá;

Grave como Quirón cuando se temía condenado a la inmortalidad;

Tan absorto que pensaba sin saber que pensaba.

La clave era: si esta vida ha llegado a fatigarnos, por exceso de conciencia o escasez de normalidad,

Y la muerte, no es tal:

¿Qué hacer de la vida?, qué del fastidio?

¿Cómo continuar?



¿Dónde hallar un horror comparable al de la perduración de la identidad consciente?

¡No poder huirnos!, no poder extinguirnos en una evaporación panteísta, renovadora, omnial!

¡Y pensar que semejante fatalidad constituye el ideal de millones y millones de animálculos pensantes!

¡También el alma de mi perro idealizaría así si pensara!



Era una tarde de Abril de viento hamletiano y magias vesperales.

Recuerdo que el sol, próximo a su ocaso, iba hundiéndose poco a poco en una faja horizontal de bruma; y en vez de fuego comenzó a rielar púrpura sobre las aguas.

Yo estaba tendido en un peñasco, más allá de las rocas purpúreas, pasando el túnel, cercano al Fuerte de Monte Ulía.



Vuelto a casa esa misma noche pregunté en sueños a mi otra alma, psiquis sonámbula:

Dime, madre, ¿qué piensas tú de lo que esta tarde frente al mar pensaba?

Y oí que respondía:

Continuación y renovación es uno y lo mismo;

Las almas que alternan en vosotros crean sus mundos respectivos;

De plano en plano, nuevos misterios, maravillas nuevas exigen de nosotras desarrollo eterno.

Como de niño tú no sabías existiera el tedio,

Y eras todo asombro, inexperiencia, entusiasmo y afán de comprender,

Así también seremos, una y mil veces, y millares más, en la fuga eterna de otras apariencias;

Cada morir será un renacer henchido de ilusiones...



Y desperté, temblando, llenos de lágrimas los ojos, el corazón en éxtasis;

Y mi alma cuotidiana, con todo el alma gimió:

-«¡Hermoso, hermoso sueño!»




Arriba

Poeta milanés, calvo y «fundador de escuela» a los treinta años,19

que pretendes limpiar tu país de «su gangrena de profesores, cicerones y anticuarios;»

que te bates en París a pecho descubierto por amor de la réclame y de la literatura;

que exaltas la hermosura de un automóvil en el vértigo de su carrera, sobreponiéndola a la de la Victoria de Samotracia, -humorada digna de un «chauffeur» de Milán;

que denigras el ensimismamiento creador, el éxtasis y el ensueño, acaso porque ignoras que sin ellos no habría ciencia, arte, religión, ni túneles hipotéticos entre el mundo sensorial y lo invisible;

que proclamas el desdén a la mujer, como un D. Juan convertido ¿por hastío?, al misoginismo, y el desprecio de la «moralidad» con una ausencia tal de elegancia y de discernimiento que avergonzaría al propio Zaratustra;

que loas la guerra, el militarismo, el patriotismo, las bombas libertarias, ¡tutti quanti!,

como aquellos «sabios» de quienes Lucrecio dice que gustan admirar las tempestades y los naufragios desde la playa;

que pretendes que el Futurismo sea «violencia, crueldad, injusticia,» quizá porque jamás has sentido otra rebelión que la del gesto, ni ideal más grande que el de la vanidad literaria;

que exaltas «la Injusticia» -siempre deificando lo desconocido- porque nunca te hincó su garra, y careciendo de dolores como de ideales, has hecho un sport de la Poesía, bocineándola a los cuatro rumbos con tus pulmones y tu alma de «chauffeur»:

un Poeta de la joven América, un contemporáneo del hombre de las ciudades, que ha creado el Futurismo, en hechos, en cantos, en libros, antes que tú soñaras en histrionizar la palabra;

un innovador, ayer social, hoy subjetivo, siempre renovándose, sin dogmatizar su verbo, ni momificarse en escuelas,

desde la falda occidental de los Pirineos, misericordiosamente,

te sonríe,

¡oh, poeta milanés, calvo, espadachín, y «fundador de escuela» a los treinta años!






Arriba


Mujer:
Aun el Orbe
Surca el astral desierto;
Somos la última pareja,
Nuestro linaje ha muerto.

Señor!
Qué hacer?
Morir?
Amar? Multiplicarnos?

Jamás!
Ahora fuera
Pecar contra el espíritu
Recomenzar de nuevo!




Arriba



Volver de algunos sueños
Por pozos de conciencias sumergidas
Más allá de los sueños habituales,

Como buzo que cruza las corrientes
De hundidos archipiélagos,
Buceando, con su antorcha,
Entre floras y faunas de otros reinos,
Las huellas o el tesoro de una nave,
Y emerge al fin, exhausto, a flor de agua
Sin haber descubierto lo que anhela,
Y le quitan el casco, y bebe el aire,
Libre de las presiones submarinas,
Y mira el cielo, el sol, el mar, los compañeros,
Mirándolos sin ver, mientras respira
La ansiedad de vivir en su elemento;
Y se aisla en la proa, como absorto
En algo que le cala y ensimisma;

Así retorno yo de algunos sueños
Por pozos de conciencias sumergidas
Más allá de los charcos habituales.




Arriba



Anochecer, en la desierta playa;
Sobre los montes Occidentales
Se eleva el plenilunio.
En las pausas del mar adormecido,
Un fonógrafo se oye a la distancia:

Graves acordes de una marcha fúnebre,
Oración vesperal de los clarines,
Monótona,
Sublime,
Desolada.

Así querría yo me acompañaran
Con músicas guerreras
Hasta el umbral supremo
Las trompas y clarines de otras razas,

Que surgirán muy tarde, o no vendrán jamás!







 
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