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ArribaAbajo ¿Fueron censuradas las Novelas ejemplares?

Frances Luttikhuizen



Universidad de Barcelona, Spain

Censura oficial no, pero censura extra-oficial sí. La rapidez con que llegaron las primeras Aprobaciones oficiales es indicativo de la actitud más bien tolerante de la censura de aquella época hacia obras de «entretenimiento». La aprobación eclesiástica tardó tan solo siete días; se solicitó el día 2 de julio y se concedió el día 9. La aprobación del Consejo Real tardó un mes, y por aquello de que las cosas de palacio van despacio. Si nos atenemos a estos documentos, no hubo retoque alguno del texto de las Novelas por parte de las autoridades competentes antes de su publicación en 1613. Posteriormente sí que hubo casos claros de censura. Hubo censura por parte de traductores, por parte de editores y por parte de lectores. Un caso de censura bien conocido es el del primer traductor inglés de las Novelas, James Mabbe. Este traductor isabelino -celoso educador del pueblo en los valores nacionales- suprime todo aquello que pudiera ofender la susceptibilidad de sus compatriotas. El relato de La española inglesa, donde hay católicos secretos infiltrados en los ejércitos de la reina y los ingleses son los piratas que saquean ciudades y raptan niñas inocentes, queda casi irreconocible. Tenemos también el caso de una traductora del siglo pasado que interpretó muy en serio lo de «ejemplar», eliminando todo aquello que chocaba con su mentalidad puritana. En su versión de la Fuerza de la sangre, la violación de Leocadia queda tan envuelta   —166→   en la ambigüedad que cuando introduce su larga lista de razones por las cuales Rodolfo debía arrepentirse, el lector no acaba de saber de qué pecado se trata. Otro pasaje que tergiversa esta traductora es la escena donde Carrizales abre la puerta del aposento en busca de Leonora, su esposa, pero no la encuentra en brazos de Loaysa en la cama, sino en el suelo -ella durmiendo en un extremo de la habitación y él en el otro.

En la Biblioteca Bonsoms de Barcelona tenemos un curioso ejemplar de las Novelas, donde un lector dejó constancia de un peculiar celo censurador: el ejemplar está lleno de grandes tachaduras en tinta china. Hasta los grabados son objeto de su censura. El grabado que encabeza la novela de la Gitanilla representa la escena donde la niña, como prueba fehaciente de su identidad, le muestra a la mujer del corregidor el lunar blanco que tiene en el pecho. La joven, con el vestido desabrochado hasta la cintura, le muestra el lunar. Pues bien, aquí el escrupuloso censor pasa de la pluma al bisturí, desfigurando por completo el pecho desnudo de la pobre gitanilla.

Un caso de serias adulteraciones, con indicios de intencionada censura, lo encontramos en el proceder del editor-impresor sevillano, Francisco de Lyra. Por razones personales, o políticas, Lyra se autoproclama censor de las Novelas ejemplares, y corrige todo aquello que va en contra de su concepto de «ejemplaridad», tanto en la esfera religiosa y de las buenas costumbres, como en el del lenguaje. Los historiadores de la imprenta han hecho de él grandes elogios. No queremos discutir sus méritos como impresor, sino como editor.

De los talleres de Lyra salieron nada menos que tres ediciones de las Novelas (1624, 1627 y 1641), sin embargo, la primera mención bibliográfica que tenemos de ellas viene de Inglaterra donde, en 1881, figura un ejemplar entre los libros de la Sunderland Library200. Con motivo de la preparación de un catálogo para la venta de dicha biblioteca, se observaron ciertas variantes en el texto de Lyra. La persona encargada de la preparación del catálogo hace una breve descripción de estas diferencias y llega a la conclusión de que las variantes proceden probablemente de «alguna de las copias que de las Novelas ejemplares corrían manuscritas».

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En su Bibliografía crítica (1905), Rius se limita a copiar la información del catálogo, pero añade que es una edición rarísima201, que no consta ni en el catálogo de la Biblioteca Bonsoms, ni en la Nacional de Madrid. Hacia 1940 ya consta un ejemplar en el catálogo de la Colección Bonsoms, pero el comentario de Givanel es escueto. Se limita a afirmar lo que dice Rius, ilustrando las diferencias con algunos ejemplos, pero despacha el asunto rápidamente diciendo que las diferencias son de «bien poca importancia».

No estamos de acuerdo en eso de que las variantes sean de poca importancia. Al contrario, estamos convencidos de que bajo una apariencia de caprichosas «correcciones» se esconde una lista de intencionadas censuras. Si se tratara de una edición aislada, no pasaría de ser una curiosidad, pero no es éste el caso. Se trata, nada menos que de una edición que sentó la base textual para una decena de ediciones posteriores a lo largo de casi 250 años202. De ahí su importancia dentro de los estudios cervantinos.

Un cuidadoso cotejo de las variantes revela que el texto base que utilizó Lyra para su trabajo fue el de la edición de Pamplona de 1622. Los preliminares incluyen una licencia, muy escueta por cierto, despachada ante un tal Pedro de Contreras y una fe de erratas firmada por Murcia de la Llana. Ni la licencia ni la fe de erratas llevan fecha ni lugar. Por otro lado, como el ejemplar en cuestión pertenece a la reimpresión de 1627, es posible que aprovechara los documentos de la primera edición. Pedro de Contreras podría haber sido un notario de Sevilla, pero nos extraña ver el nombre del Muria de la Llana, más vinculado con Alcalá y Madrid, donde firmó la fe de erratas de las dos partes del Quijote, del Persiles y de las Novelas ejemplares. ¿Creía Lyra que una fe de erratas con el nombre de Muria de la Llana daba más credibilidad al texto?

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Encontramos la primera variante en el Prólogo al Lector. Donde Cervantes dice: «Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda...», Lyra suprime el nombre de la batalla, dejándolo simplemente en: «Perdió en la batalla Naval la mano izquierda». No es un simple descuido del editor porque cambia la palabra «naval» a mayúscula. ¿Le parecería una redundancia «la batalla naval de Lepanto»? A medida que vamos estudiando su proceder, vemos que uno de los criterios para suprimir palabras o frases es el de evitar la repetición, aunque sea en frases tan logradas como «hecho pues su agosto y su vendimia», donde suprime «y su vindimia».

A diferencia de las variantes de la edición pirata de 1614, que consisten mayoritariamente en ampliaciones textuales de tono positivo, las variantes de esta edición sevillana se caracterizan, por lo general, por su tono negativo203. A menudo suprime «sin cesar», «grande», «tan», «muy» y otras frases adverbiales. En su conjunto, las «correcciones» de Lyra parecen querer dar a las Novelas un cierto «tono menor».

Hemos agrupado las variantes de Lyra bajo cuatro temas: añadidos, omisiones, cambios léxicos y ejemplos de clara censura. Los cambios léxicos consisten generalmente en sinónimos. Sabemos que Lyra imprimió varios glosarios y es muy posible que en algunos casos no pudo resistir la tentación de modernizar vocablos: «luces en las ventanas» en lugar de «lumbres en las ventanas»; «deprisa» por «luego»; «convite» por «envite»; «intención» por «intento»; «murcido» por «murciado»; etc. Lamentablemente, no respetó tampoco los malapropismos que tan acertadamente utiliza Cervantes.

Por lo general, los añadidos sirven para acentuar o aumentar lo que consideraba actuaciones o actitudes ejemplares. Así, en la Fuerza de la sangre, donde el texto dice: «el valeroso, ilustre y cristiano abuelo de Luisico», Lyra convierte «cristiano» en «cristianísimo». Otro ejemplo es el pasaje donde el narrador enumera las muchas precauciones que había tenido el celoso extremeño en guardar a su esposa. «Sus recelos, sus advertimientos, sus persuasiones, los altos muros de su casa... el torno estrecho, las gruesas paredes, las ventanas sin luz, el encerramiento notable». Aquí Lyra acentúa la nota entusiasta: «sus recelos tan grandes, sus advertimientos, sus persuasiones,   —169→   los altísimos muros de su casa... el torno tan estrecho, las paredes tan gruesas, las ventanas sin luz alguna, el encerramiento tan notable». Cuando el licenciado Vidriera habla del río que pasa por Roma, que beatifica sus orillas con «las infinitas reliquias de cuerpos de mártires», Lyra interpola «cuerpos de santos gloriosos mártires».

Las omisiones superan las ampliaciones tanto en número como en importancia. A veces, suprime una palabra o una frase para quitar dramatismo, como, por ejemplo, en la escena del desmayo de Leocadia en la Fuerza de la sangre. Cervantes dice que «cuando más las lágrimas de todos por lástima crecían, y por dolor las voces se aumentaban, y los cabellos y barbas de la madre y padre de Leocadia arrancados venían a menos, y los gritos de su hijo penetraban los cielos, volvió en sí Leocadia». En la versión de Lyra el lector se ahorra la imagen de la madre arrancándose los cabellos y el padre la barba y el niño gritando a viva voz. En la Gitanilla, encontramos otro ejemplo allí donde Cervantes dice que «cuando Preciosa vio a don Juan ceñido y aherrojado con tan gran cadena... se le cubrió el corazón», Lyra dice simplemente: «cuando Preciosa vio a don Juan ceñido con una cadena... se le cubrió el corazón». ¿No le gustó la imagen cervantina, o no le gustó la palabra?

Lyra recurre también a las omisiones para corregir lo que le parece poco realista o contradictorio. En el Amante liberal, cuando, para ganar tiempo, Ricardo sugiere que Halina deje pasar «dos lunes» antes de «concederle sus deseos», en lugar de «dos lunes» (o sea dos semanas), Lyra le concede «dos lunas» (dos meses). Tampoco tiene inconveniente en cambiar cifras monetarias cuando le parecen exageradas. Por ejemplo, reduce la renta de 6.000 ducados que espera Tomás (Ilustre fregona) de su mayorazgo a 2.000, y el valor del menaje de la 'supuesta' casa de Estefanía (El casamiento engañoso) de 2.500 escudos a 1.500 ducados. También rebaja los 10.000 escudos que la reina de Inglaterra hace enviar a Isabela vía un mercader francés a 10.000 ducados. En cambio, deja intacto el riquísimo dote de Leonora. La diferencia está en el contexto. Tanto Tomás como Estefanía mencionan estas cantidades para presumir, y en consecuencia, bien podían ser cantidades exageradas. En cambio, pudiera ser que entre los ricos indianos que volvían de las Américas dotes de 20.000 ducados fueran corrientes.

En otros casos, Lyra rectifica lo que le parece demasiado idílico. En la Fuerza de la sangre, por ejemplo, se lee: «Con la seguridad que promete la mucha justicia y bien inclinada gente de aquella ciudad, venía el buen hidalgo con su honrada familia». En la versión de   —170→   Lyra, ni «bien inclinada» gente ni «honrada» familia. Cuando Rinconete dice: «y muchos de nosotros no hurtamos el día del viernes», Lyra cambia «muchos» a «algunos». Tan riguroso es en sus apreciaciones que ni siquiera le permite a una mesonera estar enamorada de un gitano. Así que, la frase final del narrador: «Olvidábaseme de decir, cómo la enamorada mesonera descubrió a la justicia no ser verdad lo del hurto de Andrés el gitano, y confesó su amor y su culpa, a quien no respondió pena alguna...», queda, simplemente, en: «Olvidábaseme de decir, cómo la mesonera descubrió a la justicia no ser verdad lo del hurto de Andrés, a quien no respondió pena alguna...».

Muchas de las omisiones carecen de una explicación razonable. En el discurso del gitano viejo sobre sus costumbres ¿por qué excluir «la garrucha» en la lista de torturas que no espantan? Y ¿por qué, cuando dice «somos señores de los campos, de los sembrados, de los montes, de las fuentes y de los ríos» Lyra excluye «las selvas»? o cuando enumera sus proveedores: «los montes nos ofrecen leña de balde, los árboles frutas, las viñas uvas, las huertas hortaliza, los ríos peces y los vedados caza», ¿por qué excluye Lyra «las fuentes agua»?

Insertas en estas «correcciones» aparentemente inofensivas, encontramos algunas que reflejan propósitos de carácter político, religioso y social. Los lectores de las Novelas ejemplares publicadas por Lyra y por todos aquellos editores que, sin saberlo, perpetuaron sus adulteraciones, no supieron nunca que la burla que la gitana hizo a aquel gorrero tuvo lugar «en Sevilla»; ni que Carriazo ganó los 700 reales en un solo verano «jugando a los naipes»; ni que la Guiomar también «era doncella»; ni que en untándose las brujas se quedaban tendidas «y desnudas», ni que era la terrible «estrecheza e incomodidades de las ventas y mesones» españolas que hacían que los soldados recordasen las comidas suculentas de las ventas italianas; ni que, además de cualificado, Monipodio era «generoso y hábil en el oficio»; ni nada de lo que dice el eclesiástico de los malos médicos, ni nada de cómo han de ser los escribanos, ni siquiera si Valladolid era mejor que Madrid.

Lyra fue especialmente meticuloso en temas de religión. Le parecería una irreverencia decir que la vieja Pepota podría irse al cielo «calzada y vestida» y le ofendería la práctica de utilizar la oscuridad y el anonimato de una iglesia para verse y tratar de negocios, como hacen don Juan y don Lorenzo en la Señora Cornelia. Así mismo, le parecería poco riguroso la expresión «griegos cristianos» para describir los que entraron en la tienda del cadí a pedir justicia. Lyra soluciona el problema diciendo: «griegos y cristianos», después de   —171→   todo los griegos eran ortodoxos, no católicos. La eliminación de la frase «como era uso» en la Española inglesa, cuando las monjas salen del monasterio a recibir a Isabel, tiene cierta lógica, pues las monjas de clausura no solían salir del monasterio. En cambio, la única justificación que encontramos para suprimir una frase referente a las normas introducidas por el Concilio de Trento concernientes a la publicación de amonestaciones antes de poder contraer matrimonio («las diligencias, y prevenciones justas y santas, que ahora se usan») se halla en la primera parte de la frase: «que por haber sucedido este caso en tiempo, cuando con sola la voluntad de los contrayentes... quedaba hecho el matrimonio». En otras palabras, al incluir una alusión directa a los decretos del Concilio de Trento de 1564, a los ojos de Lyra da al relato una mayor autenticidad histórica. Como sea que esto es casi imposible, al eliminar esta referencia se elimina también la responsabilidad del editor.

Estas apreciaciones pueden parecer un tanto rebuscadas, pero se ven corroboradas por el episodio donde Lyra pone de manifiesto su obsesión por la verdad histórica. Tiene que ver con los retoques que hizo a uno de los personajes en la Señora Cornelia. Según el relato, si el duque d'Este rehusó celebrar su boda con Cornelia fue porque aguardaba la inminente muerte de su madre, ya que la voluntad de la duquesa madre era de que se casara con la hija del duque de Mantua. Como sea que el duque de Ferrara era un personaje histórico, Lyra no podía permitir medias verdades. Es cierto que la fecha de la muerte de la madre de Alfonso d'Este coincide históricamente con el relato; lo que no coincide es el lugar ni el amor y respeto que su hijo le profesa. Renata murió en Francia donde, desde hacía muchos años, vivía exiliada o, mejor dicho, expulsada de Ferrara por su hijo y su marido a causa de sus ideas calvinistas. El viejo duque había muerto hacía bastante más tiempo, pero antes de rehabilitar a una «hereje», Lyra optó por trocar los personajes y sustituir la figura de la madre por la del padre, sin dejar lugar para la verdad poética.

Hemos de hacer constar, también, que su ojo crítico detectó algunos errores en el texto de Cuesta. Una corrección interesante se encuentra en el Coloquio de los perros, cuando la vieja hechicera describe la Camacha de Montilla, a quien no igualaron ni siquiera las Éritos, las Circes, ni las Medeas. Circe era la hechicera que encantó a Ulises; Medea era su hija. El nombre que parece estar equivocado en esta lista es el de Érito, pues Érito era uno de los Argonautas. Ante la duda, Lyra introduce una «n» y escribe las Erintos, basado probablemente en las Erinias, unas divinidades griegas moradoras del infierno.

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En consonancia con esta meticulosidad, la eliminación del adjetivo «codicioso», para calificar al judío que vende la hermosa cristiana vestida de mora al cadí, no puede obedecer a una simple simpatía hacia los judíos, sino a su estricto sentido de la exactitud. La estrategia que utiliza el judío de subastar primero la mujer y luego los vestidos, a los ojos de Lyra no le convierte en un personaje codicioso, sino en un buen hombre de negocios.

Lyra tampoco era un hombre de negocios cualquiera. Según Aurora Domínguez, en su reciente publicación sobre la imprenta sevillana204, Lyra era uno de los más productivos y respetados impresores de la época. El volumen de su producción - unos 300 títulos- supera en mucho el de sus contemporáneos. Entre las obras salidas de sus talleres encontramos títulos que van desde el Indice de libros prohibidos a pliegos sueltos sobre los autos de fe. Imprimió obras científicas, obras literarias205, y numerosas obras escritas por jesuitas. Lyra gozó de prestigio ciudadano: ser impresor del Santo Oficio era una distinción poco común. ¿Cómo un impresor de tanto prestigio e indiscutible talento se atrevió a someter a tantas alteraciones el texto cervantino?

Entre las motivaciones que podían haber condicionado su proceder quizá se habrían encontrado las siguientes: 1.) hacer «méritos» para granjearse el favor de las autoridades eclesiásticas; 2.) cubrirse de toda sospecha ante el Santo Oficio, que cada vez era más severo y estricto, y de este modo evitar costosas confiscaciones y riesgos de excomunión; 3.) o simplemente, como buen editor católico, querer mostrar su celo por la pureza de la fe y las buenas costumbres. Para Lyra, la ética editorial bien podía haber sido una obligación ineludible.

El editor valenciano Salvador Faulí detectó las adulteraciones de Lyra cuando, a punto de imprimir su tercera edición de las Novelas, tuvo el acierto de cotejar sus textos con el que acababa de salir de la prestigiosa imprenta madrileña de Antonio de Sancha. Las diferencias eran considerables. El prólogo, donde Sancha informa al lector sobre el cuidado que había tenido en buscar y reproducir el texto más antiguo conocido206, suscitaría dudas, pues hasta entonces   —173→   poquísimos editores habían tenido esta precaución. Pero Faulí, conocedor también de la esmerada edición de Pineda, impresa en La Haya en 1739, de donde había copiado los grabados -muy mal copiados por cierto-, albergaría ya ciertas sospechas sobre la validez del texto que había utilizado hasta entonces. Así pues, para su tercera impresión Faulí optó por un híbrido entre tres textos: el de La Haya, el de Sancha, y el texto adulterado de Lyra que había «heredado»207.

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