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Con la inmensa minoría crítica

Juan Ramón Jiménez

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JORGE Guillén es, para mí, nuestro primer poeta científico de hoy, comparable solo con Góngora en España y con Valéry en Francia. Francia y España, sus mayores, sus mejores, acaso sus únicas cercanías. España y Francia, presencias simultáneas, que le dan a su libro CÁNTICO la rara particularidad de estar concebido, tratado, expresado al mismo tiempo ¡y con qué maestría! En alto francés y en alto español.

Si las piedras preciosas tuvieran conciencia y pudiesen conceptuar, en palabra, el contenido de su secreto, la májica concentración de su espejeo universal, los límpidos, agudos, ricos conceptos que destellaran serían, creo yo, equivalentes a los del rejio pomo lírico de Jorge Guillén, que acaba de aparecer con más y nuevos quilates.

Es Jorge Guillén el más invicto Proveedor contemporáneo español del Joyero de las Musas. Su CÁNTICO, que tiene para mi Musa humilde una Rosa ágata, con cáliz y espina, como la rosa verdadera, podría titularse también «Reino de la Joya» «Suma del Perfecto tallista de la piedra poética». Y mejor que nada, «Interjección del Diamante». (Tenor de la Maravilla y la Blancura, ¡mira, mira y cántica!)

EL todo real, invariable, en torno. Y el poeta en medio, creador incesante de lo ideal, inventor perpetuo de lo irreal.

TODO el mundo sabe que la melancolía y el llanto son propios del exaltado, del loco; la risa, del tonto, del idiota.

Por el llanto (mal hábito, sin duda) puede llegarse a la trajedia. Por la risa (hábito peor) se llega fatalmente a la idiotez.

Alguna vez tenemos todos que ser idiotas riendo o trájicos llorando. Pero sonriamos luego serenamente del trájico que siempre llora y melancólicamente del idiota que siempre ríe.

NI linfa ni esqueleto. Carne suficiente, proporcionada y esbelta.

SUELE decirse que, escribiendo, se puede llegar a la palabra rara a que no suele llegarse hablando. Yo digo que, en jeneral, debe llegarse a la palabra rara a que se puede llegar hablando, pero no a otra más rara, que será solo, en último término, excepción, capricho, gracia, bizarría.

EL poeta español y el hispanoamericano no se encuentran más que en los ismos internacionales o en lo académico mutuo, más o menos tradicional, es decir, en lo que no es hispanoamericano ni español. En lo propio, en lo de cada uno, no se encontrarán nunca. Y en esta opuesta autenticidad está el camino de los unos y los otros. Sobre todo, en cada caso, el de los otros.

LA amistad no puede estar condicionada por una profesión ni aun por una vocación, sino por una calidad o una educación. Y hay que buscarla siempre en su medio.

EN España es difícil ser (y perseverar) hombre delicado y aparte, sin parecer «menos hombre». Pero no por ese peligro plebeyo va el hombre delicado de España a dejar su rango, su nivel, su sitio.

UNA obra de arte es imperfecta cuando lo bello se adelanta, en su forma, a lo exacto. Perfecta cuando lo exacto y lo bello coinciden. Preferible, cuando lo exacto domina a lo bello.

VIVIR es dar unas 20.000 vueltas en la superficie de la tierra. Y contarlas. Morir, dar unas 200.000 vueltas bajo la superficie de la tierra. Y no contarlas. (A menos que seamos lo que se llama «ilustre, famoso, inmortal» y nos cuenten esas 200.000 vueltas subterráneas otros sucesivos que se están contando arriba las 20.000 suyas).

Y dios, críticos «machos» de la poesía española ¿es masculino o femenino?

EL mar o la mar, jóvenes poetas y críticos con cascarón, forzudos innecesarios, no ha necesitado en toda su grandeza más que de un verso monosilábico para llamarse MAR.

ES frecuente que el adjetivo llegue asonando con el sustantivo. Y suele ser buena ocurrencia y concurrencia.

UNA calabaza es más grande que una manzana, desde luego, y tiene más carne, sin duda. Y una ballena es mayor que una mejilla, una boca de mujer. Pero aunque la calabaza tuviese la misma clase de carne que la manzana, que no la tiene, porque es vicio, no sería tan rica «para el hombre». Como no es más rica Eva jigante que Eva corriente.

EL que imita en broma, refitolero imitador de amigos y enemigos, imita en serio.

MI ataque no ha sido, es ni será nunca ofensiva fea ni defensa vana; sino breve, clara y, a ser posible, bella respuesta.

¡MORIR sin corrupción, como el día y la noche!

LOS que vienen después de los que vienen después de nosotros, no se dan cuenta de que nosotros no podemos ver a los intermedios como los ven ellos. Tales intermedios son, acaso, sus maestros, pero son, acaso, nuestros discípulos, imitadores o parodistas.

EL extremo de la poesía es influir superiormente sobre el mismo poeta que la ha escrito en instantes de su ser superior; hacer de un hombre divinizado un dios frecuente.

PARECÍA ya innecesario insistir, pero hay que hacerlo. Cada hornada de amarillitos pollos poéticos y críticos viene piando la misma pipiragaña inconsecuente: «Poesía pura, pi, poesía impura, pi, pi».

Poesía pura no es poesía casta, ni noble, ni química, ni aristocrática, ni abstracta. Es poesía auténtica, poesía de calidad. Poesía que expresa de manera orijinal, aguda, rara, directa, viva en suma, un fenómeno espiritual o material, objetivo o subjetivo, corriente o extraño, feo o hermoso, alto o bajo, extenso o breve. Y, es claro, pollitos, que si nuestra imajinación tiene un fundamento de materia interior, que si el alma sale de la vejetación y es flor de la entraña cálida, secretoria, corruptible, la poesía pura puede encontrarse con la podredumbre exterior. Es la roca de nuestro abono. Así, por ej., en Baudelaire, gran «poeta puro» de toda la apretada lira.

Pero esta poesía pura (y no hay otra) ha de ser «siempre» poesía responsable. Aquí está la cuestión. El hombre despierto debe responder hasta del hombre dormido. Y el poeta verdadero debe poder responder «siempre» con su mitad consciente, de lo que escriba su mitad subconsciente, oscuro o claro, absurdo o lójico, natural o extravagante. Debe responder «siempre» de cualquier extremo de poesía pura que hable, escriba o cante. Y también de la que no exprese.

QUIERO la forma abierta en el sol y la forma cerrada en la sombra.

GRAN encanto el de la mujer difícil, no hay que repetirlo, que tiene que luchar con tanto hombre fácil. Pero ¡cuánto mayor el prestijio del hombre difícil, que tiene que luchar con tanta mujer fácil y con tanto hombre que pone en la facilidad el prestijio del hombre... y el desprestijio de la mujer!

EL poeta puede mentir en la imajen, no en el pensamiento ni en el sentimiento.

NUNCA fui partidario de la pena de muerte. Hoy, 1936, después de los años, mis 54 años y mis 540 desengaños, creo que debe reservarse para los correveidile y el espía, los dos gusanos más bajos y perjudiciales del árbol humano.

NO puede haber desunión entre vida y obra. Un poeta, contemplativo y creador, no puede ser un plebeyo jaleante.

PARA fortalecernos contra la necesaria e inútil crítica de cada día, pongamos cada día la mano, al sol y a la luna, en el seno de nuestra obra.

HABLE el filólogo del pasado, su reino occidental, desde la cárcel de su orilla del presente. Y calle del oriental futuro.

SIEMPRE se está diciendo: «la realidad es otra cosa». Pero es que lo que no es esa otra cosa, es precisamente «la otra» realidad. ¡Y con qué escanto, a veces!

NO debe molestarnos la visión que tal crítico justo o injusto tenga de nosotros. Otro tendrá otra, otra otro. Y la suma de todos y de todas compondrá un ser nuestro objetivo que, probablemente, nada tendrá que ver con nosotros... ni con ellos.

A la mujer bella se le perdona todo menos su belleza. Al hombre verdadero, todo menos su verdad. Pero la mujer bella no puede dejar de ser bella ni el hombre verdadero dejar de ser verdadero, a pesar de lo imperdonable.

LAS cosas, todas las cosas bellas y feas, prácticas e inútiles, malas o graciosas, desde la flor a la rueda, aman a quien las ama.

¡QUÉ gran consuelo nuestro cuando un triple nos dice que nuestro doble no es un doble, sino un sencillo!

EN nuestra actual literatura poética y prosaica, tenemos varios pobres diablos, grises secretarios vocativos o mosquitos críticos ciruelas, que, porque se han chamuscado un poco de Blake, por ej., se figuran que son nada menos que el demonio. Y escriben al fulgor, al olor, al calor, al sabor, al color y al rumor del infiernillo, y se ponen caóticos, oceánicos, bíblicos, cósmicos, y se conducen con sus demás, como murciélagos proscritos.

HAY que sentir profundamente la idea, pensar con agudeza el sentimiento.

TODAVÍA, ¡quién lo creyera!, hay críticos, poetas y periodistas efervescentes que tienen la ilusión de lo heroico amoroso teatral, con paraíso y todo. ¡Parece mentira que pueda ser tan natural en ellos esa ilusión!

EN la naturaleza, el amor es hogar; en el hogar, naturaleza.

EL verso (o la prosa) no deben preocuparse de su extensión, largo o ancho, sino de su intensión, dentro, centro. Cada verso (como cada prosa) deben ser cerebro, corazón apretado y suficiente, semilla de pensamiento o sentimiento.

Y allá los poetas periféricos con los ríos de tinta, con las empresas de tiempo y papel, pluma y espacio.

CONOCÍ a uno, maestro del bolillo y la escayola, que para cambiar el viento, le untaba la mano a las veletas.

HAY un momento en que el verso, libre en todos sentidos, se convierte en libre prosa. Es el punto, poeta fácil, de irte a tu prosa y dejar el verso. O, mejor de dejar tu verso y tu prosa.

PARA mí es bien honroso estar invitado a sentarme de espaldas en la casa del enemigo.

VERDAD contra mentira, honradez contra venganza. En el último número de la REVISTA DE OCCIDENTE, publica Miguel Hernández, el extraordinario muchacho de Orihuela, una loca elejía a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos desconcertantes. Todos los amigos de la «poesía pura» deben buscar y leer estos poemas vivos. Tienen su empaque quevedesco, es verdad, su herencia castiza. Pero la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el paquete y se desborda, como elemental naturaleza desnuda. Esto es lo excepcional poético, y ¡quién pudiera exaltarlo con tanta claridad todos los días! Que no se pierda en lo rolaco, lo «católico» y lo palúdico (las tres modas más convenientes de «la hora de ahora», ¿no se dice así?) esta voz, este acento, este aliento joven de España.