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«El Sol» (26 de diciembre de 1935). Con la inmensa minoría. Crítica

Juan Ramón Jiménez

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A mi juicio, la antipatía, el odio, la repulsa que tenemos hoy en España a cierto romanticismo del siglo XIX (hay varios romanticismos) no es por el romanticismo en sí sino por el romanticismo español, de calidad tan inferior, en conjunto, a la del romanticismo jeneral del mundo poético de esa gran época.

No quiero decir que en otros países, Inglaterra, Alemania, Italia, Francia, por ej., y para limitarme al círculo estético que más nos coje a los españoles, todo el romanticismo del siglo XIX haya sido de igual valor. Hubo sin duda, en estos países, poetas románticos de un mérito equivalente o inferior al de los más señalados españoles; pero quedaban arriba los otros para responder: Shelley, Goethe, Leopardi, Baudelaire, románticos plenos, completos, absolutos.

Y no sería exacto afirmar, por vano patriotismo, que Bécquer o Rosalía de Castro, tan finos, libres, jeniales si se quiere, fueron poetas de la altitud de Leopardi, Baudelaire, Shelley, Goethe; que puedan ellos solos representar nuestro romanticismo como cualquiera de aquellos el de su lengua. (Espronceda le dio esa desigualdad típica nuestra, ese sucio y oro, ese bueno y malo tan nuestro, también, en lo clásico o en lo actual; el Duque de Rivas no fue un Vigny, aunque fuese su correspondiente español y lo recuerde en tantos aspectos; y no vamos a presumir con Zorrilla como si fuera Hugo ni Wordsworth.)

Inglaterra, insisto, que influye parcialmente en nosotros con Byron, está para mí en la más alta raya de toda la poesía lírica, y en particular de la romántica; después está Alemania, luego Francia; Italia, que nos dio tanto de su renacimiento, nos da poco de su romanticismo, que no es mucho en ella. Y España (hechas las salvedades fragmentarias) se queda en el lugar de la más triste simulación, con su calavera de papel, sus alas de guasa, su espadón de hojalaterías, su ciprés y su luna topiquistas. La auténtica pistola de Larra satírico mata en él al poeta malo; lo mata de veras porque era de veras malo. (Goethe, con la pistola de su amigo, mató de mentira a su poeta juvenil, porque era bueno.)

La obligación, el gusto de todo poeta español que se considere español y romántico en cualquier sentido que sea, y pues que los elementos fundamentales del romanticismo son permanentes, eternos, es dar a España una obra poética romántica equivalente a la de un Goethe, un Shelley, un Baudelaire. Salvar, en el siglo XX o en cualquier siglo, que para estos intereses del espíritu nunca es tarde, el romanticismo español del siglo XIX.

LA poesía, principio y fin de todo, es indefinible. Si se pudiera definir, su definidor sería el dueño de su secreto, el dueño de ella, el verdadero, el único dios posible. Y el secreto de la poesía no lo ha sabido, no lo sabe, no lo sabrá nunca nadie, ni la poesía admite dios. Por fortuna, para dios y para los poetas.

CON los elementos y los sentidos hago el juego de mi vida.

UNA definición modesta, y desde luego falsa, de la poesía, podía ser esta: la fusión suprema del todo y la nada en la única belleza.

HAY un dentro donde llega la intelijencia. Pero hay un más adentro que solo penetra el espíritu. Por eso los solo y todo intelijentes, en ciencia o arte, verso o prosa, dan siempre la impresión de espías.

QUIEN cambia de real cambia de ideal.

EL nombre de un ser o una cosa está siempre en y con ellos.

NUESTRA vida estética no es más que la participación en un encuentro de fenómenos naturales y artificiales: las nubes y la arquitectura, por ej., gozados, comprendidos a una hora conveniente, artificial y natural; por ej.: luz y materia.

RESPETEMOS la cuenta que le lleva en nosotros lo subconciente a lo conciente.

NADA sin luz, espiritual o material.

UN poeta no es sino un hombre descontento que trastorna el mundo a su antojo, que cambia para él y para los demás el aspecto de la creación.

LA sombra de los seres y las cosas tiene muchas veces más realidad, realidad superior que las cosas y los seres mismos.

SE ha dicho recientemente (recientemente se han dicho y se siguen diciendo muchas necedades mejor o peor retribuidas por tal ajencia poética con cargo al estado) que el poema en prosa ¡pobre Baudelaire! es de jénero femenino. Pero yo no conozco en la historia de la poesía ningún buen poema en prosa de mujer, y los pocos que conozco en la poesía contemporánea son, con eco de hombre, de mujeres varoniles. (No estaría demás añadir que los «poemas en prosa» de Tagor son, en bengalés, poemas en verso... y con música.)

LO que ignoro me da, como lo material, hambre y sed. ¡Qué sed y qué hambre!

DE nada se sabrá nunca nada. La vida (y en esto está su valor) es la gran apariencia.

ESE uno (mujer, poeta, dios) que valga más de lo que uno se figura.

EL poeta que sabe que ha de vivir el después total, tolera sonriendo los empujones, los codazos, el pisoteo de los que no tienen que vivir más que en el ahora parcial, particular.

¿QUE no se sueñe? ¡Si el sueño es el preludio, el resorte de la acción; si la acción mejor, más bella, es la soñada!

ESTILO: el camino de quien tiene campo, la corriente de quien tiene mar o río, el hilo de quien tiene laberinto.

LA música verdadera es siempre oportuna.

EL mundo ha perdido para siempre mejor interés. Ya no hay tiempo ni espacio. Salgamos, pues, de él o quedémonos en casa y con nosotros. Son las dos soluciones de mayor grandeza posible.

LO malo está más cerca de lo bueno que lo mediocre.

SOÑANDO se hace presente el futuro, pensando se hace el futuro presente.

EL amor verdadero no podrá ser nunca sino el cambio de dos latitudes.

¿QUIÉN inventó el nombre hermano? No hay que hablar de fraternidad. Todo es quijada y lo seguirá siendo siempre, más cada vez. Quijada entre cada parte del mundo; en cada parte, entre sus naciones; en las naciones, entre cada rejión; en la rejión, entre cada provincia; en la provincia, entre cada pueblo; en el pueblo, entre cada familia; en la familia, entre cada individuo; en el individuo, sobre todo si es poeta, entre cada él, y entre cada él con sus dioses.

EL arte mejor da siempre, al principio, una sorpresa imprecisa, como la belleza absoluta. Luego viene la conquista.

CUANDO te encuentres muy solo, cómprate un espejo de cuerpo... presente.

EL poema no debe querer nunca la totalidad, sino el punto secreto, el resorte íntimo de la totalidad.

NO hay signo más evidente de plebeyez que buscar el asentimiento de los peores contra el mejor.

PARA mí no hay nada más desdeñable que el parodiador de la intelijencia y el espíritu que suele llamarse injenioso.

HAY días en que nuestra vida se pone cóncava (y cómo resuenan en nosotros las cosas: aullidos de perro, grito de niños, cornetines con sol o luna, píos de pájaro, voces de mujer). Otros, convexa (y nada nos suena... o suena en otra parte, otra concavidad).

OPONER el pícaro al místico, es tan incongruente y basto como oponer el químico al pistolero, el rufián al músico, el botánico al gandul.

EL mundo debiera separarse en dos reinos: locos y tontos. (Claro que habría muchos tontos que se creyeran locos.)

LO desnudo siempre es nuevo. Lo vestido, más viejo cada vez.

LA aurora, como viene, es torpe y limitada. El ocaso es infinito y libre porque se va. Desgraciadamente, hay mucha menos distancia entre la aurora y nosotros que entre nosotros y el ocaso.

TODO en mi obra, no en la crítica de mi obra.

LOS que exaltan el verso desmedido porque en él cabe lo que, según ellos, no cabe en el más breve (el endecasílabo, por ej., tipo suficiente) olvidan que el verso es esencialmente eliminatorio, sintético, concentrativo.

El verso «muy largo» es el adecuado para lo esterno, lo declamatorio, lo suntuario, lo retórico de esceso (también hay lo retórico de defecto). Así en ciertos poemas, magníficos por lo demás, de Whitman, de Darío, de Claudel, por ej. Pero no es el verso mejor para el alto y delgado espíritu.

LA obra, como la vida, se resuelve sucesivamente.

EL sucio es del principio. Y durará ¡ay! hasta el fin.

MATEMÁTICO que politiquea, pintor flautista, político que fotografía, médico que literatea, guitarrista que matemiza, madre que feminitea, falta de vocación y amor.

ENTRE «nada» y «alma» no hay otra diferencia que entre «no» y «sí».

QUIEN «canta» una rejión sin ser de ella, «cuenta» necesariamente el tópico de esa rejión. Y ese tópico satisface a los corrientes de esa rejión o de las otras, no al escojido.

DE lo distante, lo necesario. De lo cercano, lo suficiente.

SI un «golfo» nos apedrea, ¿qué podremos hacer? ¿Insultarlo de palabra? Sería grotesco. ¿Devolverle la piedra? Sería absurdo. ¿Llamar a la Policía? Sería demasiado y demasiado poco. No nos queda otra solución que aguantar a pie firme y sin huir la pedrea destacada del «golfo» y la secundaria de los que andan con el «golfo».

CREO que, si no la forma en jeneral, ciertas formas poéticas (la épica, la dramática) pueden desaparecer. Solo permanecerá la lírica, que casi no es forma o que es más que forma; como una «conciencia bella» del hombre.

LA rosa, me decía mi madre, que siempre tenía «una rosa», no cansa, hijo.

CUANDO yo vuelva de mí correría de aguas, me encontraré otro vez todo en mí, como el río en su fuente, cantando, apretado y alegre, mi agua mejor.

Ramón Sijé

TERMINANDO de copiar esta serie, leo en EL SOL la tristísima noticia de la muerte de Ramón Sijé (de Orihuela, como Miguel Hernández Giner el estraordinario poeta); noble esperanza de la crítica mejor española.

Mi pésame más hondo, desde aquí, a Miguel Hernández y a nuestra primera juventud.