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El agua


Dibujo letra H

Hemos hablado, papá mío, decía Jacinto la noche siguiente, del agua, de las personas que podían vivir en ella pareciéndose a los peces, de los preciosos productos del mar y del modo extraer algunos de ellos; pero ¡me quedé con una comezón de preguntar!...

-¿Y por qué no preguntabas?

-Porque temí molestar a usted, que ya había hablado un buen rato; además, era tarde, y temía que mamá levantase la sesión, mandándonos ir a la cama.

-Pues hoy, que es temprano y no estoy fatigado de hablar, puedes empezar tu interrogatorio.

-No es un interrogatorio, pero sí algunas preguntas que quisiera dirigir a usted, porque yo deseo saber, saber mucho.

-Ese afán de instruirte es muy laudable. Ve diciendo.

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-¿Qué es el agua?

-El agua es un líquido compuesto de dos gases. ¿Te acuerdas lo que dije acerca de los componentes del aire?

-Sí, señor.

-Yo también, papá, dijo Blanca: son el nitrógeno o ázoe y el oxígeno.

-Pues bien, el mismo oxígeno combinado con el hidrógeno forman el agua, tan necesaria a la vida de los hombres, animales y plantas como el aire, la luz y el calor.

El agua cubre unas tres cuartas partes de nuestro globo, como creo haberos dicho ya en otra ocasión, de modo que la superficie líquida del planeta es tres veces mayor que la sólida. Estas grandes extensiones de agua se llaman mares, y toman diferentes nombres según el lugar que ocupan o según las tierras que bañan. ¡Magnífico espectáculo el de ese gigante azul ciñendo a la tierra con sus brazos de cristal, refrescándola con sus brisas, saturándola de sus vapores, pero sin invadirla jamás, sin inundar sus bosques, ni destruir sus florestas!

Jacinto continuó:

-¿Cómo es que siendo toda el agua compuesta de los mismos gases, hidrógeno y oxígeno, según usted ha dicho, la del mar es salada y amarga en términos de no poderse beber y la de las fuentes y ríos, dulce y agradable al paladar?

-En realidad no es dulce, respondió el padre: si lo fuese no apagaría tan bien la sed, ni serviría para mezclarla a ciertas sustancias en los diferentes guisos; se dice que lo es, para significar que no es salada ni amarga como la de los mares. El agua potable, es decir, la que sirve para beber, es insípida e inodora, esto es, no tiene sabor ni olor alguno; al paso que la del mar, que como dices muy bien es imposible beberla,   -117-   debe su sabor desagradable a la sal y otras sustancias que tiene en disolución.

-Otra pregunta: ¿todos los ríos del mundo van a parar al mar?

-Es evidente.

-¿Cómo, pues, al cabo de tantos siglos, las aguas de los mares no se aumentan ni se endulzan?

-No se aumentan porque se evaporan continuamente, y no se endulzan porque al evaporarse dejan las sales que tenían, las cuales se vuelven a disolver en el agua dulce vertida por los ríos. El río de las Amazonas, en el Brasil, es bastante caudaloso para desalar el Océano hasta 350 kilómetros de distancia de su desembocadura.

-Y ¿qué es evaporarse, papá mío?, dijo Blanca.

-No te acuerdas que dije en cierta ocasión que el calor tendía continuamente a dilatar los cuerpos, separando sus moléculas o sean sus pequeñas partecillas?

-Sí, señor.

-Pues bien, el agua, al dilatarse de este modo, se convierte en vapor acuoso, el cual es invisible e impalpable, sin que produzca otro efecto que aumentar la humedad de la atmósfera.

Estos vapores acuosos, que se elevan del mar, de los lagos, de los bosques y selvas, forman las nubes, que no son más que masas de agua evaporada que flotan en el aire.

-Nosotros también respiramos vapor de agua. ¿Verdad?

-Es cierto.

-Lo digo porque cuando me pongo delante de la boca un espejito, o cualquier otro objeto de cristal o de acero muy reluciente, pierde al momento su brillo, como si estuviese mojado.

-Pues bien, todos estos vapores intervienen en la formación de las nubes, las cuales cuando la atmósfera   -118-   se enfría se resuelven en lluvia por la nueva condensación del vapor, que se convierte otra vez en agua. ¿Qué sucede cuando una cafetera o una olla llena de agua está mucho tiempo a la lumbre?

-Si está mucho tiempo se quedará vacía, dijo Blanca.

-Muy bien. ¿Qué se habrá hecho el agua de la vasija?

-No lo sé.

-Se habrá evaporado.

-¡Ah! Tiene usted razón.

-Y si mientras está hirviendo, aunque no se haya evaporado del todo, está la cafetera tapada ¿qué sucede?

-Sucede que la cobertera está por la parte interior muy mojada.

-¿Y qué más?

-Que caen unas cuantas gotas de agua, por cierto muy calientes, que si se descuida una y le caen sobre la mano la queman.

-Pues ahí tienes una imagen de las nubes en el vapor suspendido en la tapadera; y de la lluvia, en las gotitas de agua en que éste se convierte en cuanto se condensa por efecto del descenso de temperatura.

-Pero el agua de la lluvia no está tan caliente.

-Porque el vapor que la produce no es caliente además porque se enfría en su trayecto; al paso que la de la cobertera no tiene tiempo de enfriarse. Cuando el cambio de temperatura es mas rápido y violento, el agua se convierte en blancos y ligeros copos de nieve, que pronto cubren los valles, colinas, casas y arboledas con un manto de deslumbradora blancura, y cuando lo es todavía más, de modo que se solidifique el agua antes de llegar a la tierra, cae en forma de piedrecitas y recibe el nombre de granizo.

Ahora bien: el agua que desciende de las nubes en   -119-   una u otra, forma, va filtrándose en la tierra y la absorben con avidez las raíces de las plantas, a las que da lozanía y frescura; el líquido vivificante se convierte en dulce naranja o en fragante fresa, en rojo clavel o en blanquísima azucena...

En los terrenos pedregosos o arenosos, que no es tan fácil se empapen del agua y la absorban, esta busca una salida por entre las piedrecillas, y vemos brotar en la falda de una montaña la cristalina fuente, que después se desliza entre la verde yerba va refrescando la campiña y regando sus silvestres flores. Más adelante, aquel arroyo se convierte en caudaloso río, que enriquecido con otros afluentes, corre a desembocar en el mar, de donde se eleva continuamente una considerable cantidad de vapor, que da lugar a que se repitan los indicados fenómenos, sin que se alteren jamás el equilibrio y la armonía establecidos.

-Pero, papá, ¿no podríamos vivir sin esa inmensa cantidad de agua?

-No, porque ni los animales ni las plantas pueden subsistir sin ella, como queda demostrado; y si no hubiese ese inmenso depósito ni el aire estaría por todas partes saturado de plácida frescura, siendo abrasador e irritante para nuestros pulmones, como en los desiertos de África; ni las nubes flotarían sobre nuestros campos para devolver la vida y la lozanía a las plantas mustias, y a las flores marchitas por los calores del estío.

Era necesaria, pues, esa hoya grandísima, llena del beneficioso líquido, germen de vida para el reino animal y vegetal, pero precisaba también dar movimiento a esta gran masa de agua para evitar que se corrompiera, y en vez de mantener la naturaleza fresca y risueña la inficionara con sus maléficos vapores, y a este objeto Dios dotó al agua de la movilidad continua que observamos en ella, siempre que no está encerrada   -120-   en una vasija o recipiente, o en un estanque que haga sus veces: sus moléculas se precipitan y ruedan unas sobre otras, y así la vemos deslizarse en el manso arroyuelo produciendo grato murmullo, correr con más fuerza en río caudaloso conduciendo embarcaciones sobre su ondulante seno, elevarse en moles gigantescas en las riscosas playas del Océano, estrellándose con furor contra las rocas, mientras otras olas más altas, más formidables, coronadas de blanca espuma, vienen a caer sobre las ya deshechas para empezar de nuevo su impotente y continuada lucha... pero no es esto solamente.

Un notable fenómeno que preocupó a los sabios durante mucho tiempo, es el flujo y reflujo de las aguas del Océano, lo cual ya sabréis que consiste en que éstas se retiran durante seis horas, dejando enjuta una gran parte del terreno que ocupan, y vuelven periódicamente a elevarse durante el mismo tiempo y a cubrir la propia extensión de la playa: de modo que en cada día de veinte y cuatro horas hay dos flujos u dos reflujos, o sea cuatro movimientos del mar: dos de avance y dos de retroceso.

Descartes observó que estos movimientos se relacionaban algo con la posición de la Luna, y por fin el inmortal Newton descubrió que este cuerpo celeste, satélite de la Tierra, era la causa productora del indicado fenómeno, pues mientras la Luna ocupa cierta posición ejerce sobre las aguas del Océano tal fuerza de atracción que las obliga a replegarse, abandonando las playas; pero a medida que aquella posición cambia y la influencia desaparece, las olas vuelven a cubrir la playa como antes.

-Me gustaría ser buzo para observar las muchas cosas bonitas que hay en el fondo del mar, dijo Jacinto.

-En efecto, continuó el padre, no es menos accidentado   -121-   el fondo del mar que el resto de la superficie del globo; en unas partes se encuentran profundos valles, en otras bancos de arena; aquí peñascos escarpados, allá bosques de plantas marítimas y entre los millones de millones de vivientes que allí tienen su morada, los hay de las más raras formas, de todos tamaños de los más variados colores.

-¿Qué dice usted, papá, millones de millones?, dijo Blanca.

-Eso he dicho, y me ratifico en ello.

-Habrá muchas clases de animales, continuó la niña, unos como las focas, de que habló usted una noche y los tiburones de que también se ocupó el otro día, y otros como los demás que sirven para comer.

-Hay tantos, contestó el padre que sólo en un vaso de agua ¿qué digo? en una gota, existen infinidad de animales llamados infusorios.

Infusorios

Infusorios

-¡Dios mío!, gracias que eso será solamente en el agua de mar, que si estuviesen lo mismo en la de fuente o de río no podríamos beberla.

-Existen lo mismo en el agua salada que en la dulce, e igualmente en la de fuente o río que en la de aljibe o pozo.

-¿Y cómo no los vemos?

-Porque son tan pequeños que no alcanza a distinguirlos la simple vista, haciéndose perceptibles solamente cuando se mira el agua con el auxilio del microscopio. Pero como vosotros no tenéis idea de este instrumento, me propongo dárosla en otra ocasión, y entonces os hablaré de ese mundo infinitamente pequeño, que vive y se agita en la gota de agua cristalina,   -122-   en la mancha verdosa de un pedazo de pan o en el corazón de una fruta: hoy es tarde, y quiero terminar la conversación leyéndoos un soneto en que se compara el mar de que tanto hemos hablado hoy, con el corazón del hombre.

A una seña de su padre Basilio fue al escritorio de éste, trajo un cuaderno y lo puso en sus manos.

El padre leyó:




Como el mar


    ¿Ves las ondas, de aljófares orladas,
agitarse en continuo movimiento,
unas veces con ímpetu violento,
otras mansas, serenas y rizadas?

    ¿Ves lejos las llanuras azuladas,
que reflejan el claro firmamento?
pues guardan en su seno turbulento
cadáveres y naves destrozadas.

   Tal es, oh niño, el corazón humano:
con exterior simpático y amable,
ocultan el soberbio y el tirano

    Su fondo criminal y miserable;
de sus negros abismos el arcano
sólo al ojo de Dios es penetrable.

-Me gusta mucho esa poesía, dijo Blanca.

-Pero es triste lo que dice, añadió Basilio. ¡Eso de pensar que hay allí dentro tan siniestros despojos!...

-¿Pues los cadáveres no sobrenadan?, observó Jacinto.

-Es cierto, repuso el padre, pero los de las víctimas de un naufragio quedan a veces aprisionados en el buque hasta que los peces los devoran y también tienen por tumba el cristalino elemento los que mueren   -123-   de enfermedad o de desgracia en alta mar, pues los arrojan al agua con un peso en los pies para que no suban a la superficie.

-Más triste es, dijo la madre, la verdad que se desprende del soneto. Es cierto que muchas personas, bajo un exterior agradable, cristiano y hasta fino y cortés ocultan un corazón perverso, donde se abrigan los vicios más abominables y las más aviesas pasiones. Sírvanos esto de aviso para inquirir las costumbres y carácter de aquellos que tenemos ocasión de tratar; y si pertenecen a este número, compadezcámoslos, roguemos a Dios por ellos, pero evitemos su compañía y su contacto.

Dibujo mar



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