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- XIII -

Lo dulce y lo salado


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Mamá, mamá, qué chasco tan desagradable he sufrido, decía Blanca cierta mañana.

-¿Qué te ha sucedido, hija mía?, respondió Flora.

-He visto unos polvitos blancos sobre la mesa de la cocina, me los he introducido en la boca pensando que aquello era un poco de azúcar, y era sal.

-Pues no hagas nunca eso de introducir en tu boca una substancia sin saber lo que es, porque, conforme ha sido sal, pudieras haberte encontrado con alguna cosa nociva que te hubiera perjudicado. Ahora ven a desayunarte, pues ya es hora.

Salieron al comedor los cuatro hermanos, y Blanca refirió a los otros su equivocación.

-Pues yo prefiero la sal al azúcar, repuso Jacinto.

-¿Para comerla sola?, preguntó la niña.

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-Para comerla sola no, pero si me dieran a escoger entre privarme completamente de comer azúcar o sal, preferiría lo primero.

-Yo no, yo no, respondió Blanca.

-Vamos a probar quien se cansa primero, insistió su hermano.

-Vamos, dijo Blanca gozosa al ver salir la cocinera con una gran fuente de sopa en leche. ¿Consiente usted, mamá, en que hagamos la apuesta?

Basilio habló algunas palabras al oído de su madre, y ésta respondió:

-Consiento, pero ya sé de antemano quién va a perder.

-Por supuesto que Jacinto; por de pronto ya no va a poder comer sopas con leche, porque tienen azúcar.

-Sin almorzar no me quedaré, porque mamá es muy buena y permitirá que me hagan otra cosa, dijo el aludido.

-Di lo que deseas almorzar con tal que no seas muy exigente.

-¿Me darán una chuleta asada?

-Eso ya es gollería.

-¿Unas sopas de ajo?

-Adelante.

Pocos minutos después la cocinera servía el parco almuerzo de Jacinto, que dio cuenta de él con buen apetito.

Llegada la hora de la comida, pusiéronse los niños en el lugar acostumbrado y, después de enterar la señora a su esposo de la singular apuesta entablada entre dos de los hijos, se sirvió la sopa y el cocido, pero haciendo presente Blanca a su madre que ella no podía comer de aquello porque tenía sal, respondió:

-Ya he pensado en ello, hija mía, y haciendo una seña a la criada, ésta puso en la mesa una soperita con fideos que era lo mismo que comían los demás.

La niña los probó y los dejó, diciendo

-No me gustan, no tienen gusto a nada.

-Es porque el caldo no tiene sal, señorita, respondió la   -150-   muchacha, la señora me ha mandado que hiciese un pucherito aparte para usted, sin poner sal, no sé por qué. Yo ya sospeché que no le iba a gustar, y temo que le suceda lo mismo con la carne y los garbanzos.

-Vamos, no hable usted tanto, y traiga otra cosa, respondió la madre.

La carne y lo demás desagradó a la niña tanto como los fideos, y lo dejó igualmente.

El principio consistía en chuletas de ternera que apenas probó, porque su ración carecía del consabido condimento.

-¿Te das por vencida?, preguntó la madre.

-No, no, respondió Blanca; quiero ver si Jacinto se cansa de no poder comer cosas dulces.

Éste, entretanto, comía y callaba sonriendo de satisfacción.

-Ahora me toca a mí probar de todo, añadió su hermana, porque los postres no tendrán sal.

-Yo también comeré de todo menos natas, replicó el muchacho.

-No, señorito, no, que los pastelillos tienen azúcar. ¿Verdad, mamá?

En efecto, los postres que se habían servido consistían en natas, pastelillos y frutas secas.

La madre corroboró el aserto de su hija: el niño se contentó con almendras y nueces, mientras Blanca se despachaba a su gusto. Dobló su ración, pero al querer tripicarla, le fue la madre a la mano diciendo que temía se le indigestasen las golosinas, no habiendo comido anteriormente cosa más suculenta.

Llegó la noche, y al ver nuestra amiguita que la ensalada cruda, la cocida, los huevos y el pescado, es decir, toda la cena, era insípida y desabrida, careciendo de sal, preguntó qué podría comer.

-Si quieres, otra vez, sopa en leche... dijo la madre.

-¿Y manaña lo mismo?

-Mañana podrás tomar chocolate. La niña torció el gesto.

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-Esta mañana, dijo, sopa de leche, a medio día nata, por la noche otra vez leche y por la mañana chocolate. ¿Puedo mezclar un poco de café?

-No, hija mía, el café excita el sistema nervioso, desvela y produce un malestar indecible, especialmente en las mujeres y en los niños, y si puede convenir después de una buena comida, a ti te sentaría mal, hoy que estás mal alimentada.

-¿Qué hacer, pues?, respondió Blanca, mirando de reojo la cena.

-¿Qué hacer?, respondió el padre, reconocer que te habías propuesto un desatino, que tu hermano estaba en lo cierto al preferir la sal, confesar tu error y cenar alegremente.

Blanca se calló, alargó su plato y cenó de todo como sus hermanos.

-¿Ves como yo tenía razón?, decía Jacinto, frotándose las manos de gozo; mañana comeremos los dos de todo, pues a mí también me gustan las cosas dulces; pero sé y hoy lo hemos probado, que es mucho más fácil privarse de ellas que de la sal, que se mezcla con todos los alimentos.

-Y cuenta, añadió la madre, que ni tú has notado una cosa, ni yo he querido hacéroslo advertir; porque no era necesario llevar la privación al extremo, para que tu hermana cediese de su empeño.

-¿Y qué era?, preguntó Jacinto, mientras Blanca devoraba los manjares.

-Es que Blanca no ha dejado de comer pan durante su apuesta, y el pan tiene sal.

-Digo, más pronto se hubiese cansado, respondió Jacinto, si hubiese tenido que tomar la leche líquida y las almendras y nueces sin pan.

-Tienen ustedes razón, dijo la niña; no creía que la sal fuese una cosa tan indispensable.

Aquella noche giró la conversación sobre el mismo tema, y habiendo tenido que asistir el dueño de casa a una reunión   -152-   literaria, su esposa instruyó a los niños de esta manera:

-Habéis de observar, queridos míos, y conviene que os fijéis en ello, que cuanto más necesaria es una materia cualquiera para la vida del hombre, para su bienestar y hasta su recreo, sin los refinamientos de lujo y placer que la Civilización ha inventado, con mayor abundancia la ha repartido el Divino Hacedor sobre la Tierra.

Así notaréis que hay más sal que azúcar; como abunda más la piedra de sillería de que se construyen edificios que los diamantes, y el hierro de que se hacen los instrumentos de labranza sin los cuales la tierra sería poco menos que improductiva, se halla en nuestras minas en mucha mayor abundancia que el oro.

-Pues yo no sé si hay más sal que azúcar, dijo Blanca.

-¿Tú sabes cual de los dos artículos cuesta más caro?

-No, señora.

-Pues yo sí.

-Ya lo creo, como que usted toma la cuenta todos las días a la criada.

-Un kilogramo de azúcar cuesta diez o doce veces más que uno de sal.

-Eso parecería probar que es mejor.

-No hija, no, porque el precio de un artículo no está en razón directa de su importancia ni de las ventajas que nos proporciona; sino que es más caro cuanto más escasea y cuanto mayor es la demanda que so hace del mismo, la cual es hija muchas veces del capricho, de la moda, o de necesidades ficticias que los hombres se han creado.

Siguiendo en mi comparación, os diré que sin casas fabricadas con piedra yeso, arcilla, etc., no podríamos dormir seguros y tranquilos, y sin diamantes en las orejas, en los dedos o en el pecho viviríamos perfectamente, y sin embargo, cuesta más un diamante que un carro de cal, yeso, piedra o arena: el agua, que ya vimos el otro día que no nos cuesta nada, o nos cuesta poquísimo el adquirirla, es absolutamente necesaria; el vino, que cuesta más caro, no es   -153-   ya indispensable y los licores, a los que se da un valor infinitamente mayor, suelen ser hasta nocivos en vez de saludables.

Del mismo modo, pero esto nos llevaría a otro orden de consideraciones, el segador que suda y trabaja para separar de su tallo las espigas, cuyo grano se convierte en sabroso pan, que es nuestro principal alimento, gana menos en un año que el torero, el cantante o la actriz en un rato de divertir al público con sus piruetas o sus gorgoritos.

-Eso es injusto, observó Jacinto.

-No tal, porque a eso te contestarán que hay muchos miles de segadores, al paso que es muy corto el número de los Gayorres y los Romeas. Y el común de las gentes da gracias a Dios, y las daría más fervorosas si reflexionase más; porque no puede pasar sin comer pan, y pasa perfectamente sin conocer las notabilidades del circo taurino o del teatro.

- Estoy convencida, dijo Blanca, de que lo que más cuesta y lo que nos halaga más no es siempre lo mejor ni lo más necesario. Pero dígame usted, mamá, ¿de dónde sale la sal, de dónde el azúcar?

Salina para extraer sal del agua del mar

Salina para extraer sal del agua del mar

-La primera puedo tener dos distintas procedencias,   -154-   pues hay sal de piedra, la cual, como otro mineral cualquiera, se acumula y forma cordilleras de montañas, da donde se extrae con facilidad y la hay también di agua de mar, que depositada en ciertos pequeños lagos o pantanos se deja secar al Sol hasta que evaporándose la parte acuosa, queda sólo la sal, que como sabéis, contiene el agua del mar en grande abundancia, y que preparada convenientemente sirve para los usos domésticos.

Hay en Cataluña una población llamada Cardona, en cuyo término existen unas famosas montañas de sal, no menos admirables por su utilidad que por su belleza, pues, reflejando y quebrando los rayos de Sol sus picachos prismáticos y cristalinos, deslumbran la vista con los más vivos y brillantes colores.

Recolección de la caña de azúcar

Recolección de la caña de azúcar

En cuanto el azúcar, ya es otra cosa: se cultiva en América, pues aunque parezca de piedra, procede de un vegetal llamado caña de azúcar o caña dulce. Se hacen de él grandes plantaciones, y cuando está en sazón se cortan las callas en pequeños pedazos, se trituran o reducen a pasta por medio de unos aparatos llamados trapiches, compuestos de tres cilindros; aquella pasta se filtra y después se dispone en calderas y se somete durante tres cuartos de hora o una hora a la temperatura de 60 grados, a fin de que vaya formándose en la superficie espuma expelida por las substancias que la impurifican.

Después de una hora de reposo se expone de nuevo al calor para producir una rápida condensación, que se aprecia por medio de un instrumento llamado areómetro, pero que los operarios suplen con un sencillo procedimiento, que consiste   -155-   en tomar una gota entre el pulgar y el índice juntando las yemas y separándolas hasta que forme un hilo consistente, Se cuela través de una tela de lana y prosigue la condensación hasta que el líquido se convierte en un jarabe muy espeso. Aquello se llama azúcar verde, que se deposita en toneles o bocoyes donde se deja enfriar.

Cuando ya, el azúcar se ha cristalizado, se abren los agujeros que hay en el fondo de los toneles, sale por allí la parte menos sólida, llamada melaza, baticiones o melote, quedando en lo interior la que llaman cogucho o azúcar moscabado. En el Brasil y en la isla de Cuba se le somete a una postrera operación, dentro de hormas cónicas de barro, obteniéndose de este modo el azúcar blanco.

El que se consume en Europa, se sujeta a la refinación, para lo cual primeramente se disuelve en agua, añadiendo en la debida proporción sangre de buey y otros ingredientes, después se somete la mezcla a una temperatura de 60 grados, y cuando todas las partes sólidas han subido a la superficie está concluida la clarifcación, y se filtra el jarabe a través de carbón que le descolora. A esta operación sigue la de concentración que se hace en calderas de diferentes sistemas, pues la experiencia ha enseñado que debía realizarse a una temperatura relativamente baja, pero con la mayor rapidez posible.

Se pasa este jarabe a los moldes donde se cristaliza, y por medio de una máquina, se corta en trocitos de forma cúbica, que es como se entrega al comercio, aprovechando los fragmentos de figura irregular, que se muelen o se empaquetan aparte para venderlos a precio algo más bajo.

-¿Y la miel, preguntó Blanca, también se saca de alguna planta o de alguna flor?

-De muchas flores, respondió la madre, y especialmente de flores silvestres y tan modestas y sencillas como la del romero; pero no se prensan ni se someten a complicados procedimientos para extraer su dulce jugo, pues no son los hombres, sino unos animales muy chiquitos, los que tienen   -156-   a su cargo la fabricación de este artículo, tan apreciado el comercio.

-¿Unos animalitos, dice usted? Cuénteme, cuénteme eso, que sin duda será muy bonito.

-No, hija mía, porque es muy tarde: otro día nos ocuparemos de ello.

Caña de azúcar

Caña de azúcar



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