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- XVII -

Las carreras


Dibujo letra Q

Qué bien, papá mío, ¡qué bien!, decía Blanca, Dios me ha escuchado.

-¿Y qué le habías pedido, que tanto te alegra?, preguntó el padre.

-Le había pedido que lloviese, porque cuando esto acontece no suele usted salir de casa, por la noche, y mire usted que agüita tan hermosa cae.

-¿Y por qué deseas que yo no salga?

-Siempre me gusta mucho que se quede usted con nosotros, pero hoy particularmente, porque anoche nos prometió hablarnos de las carreras.

-Nos lo prometió a Basilio y a mí, interrumpió Jacinto, puesto que tú no has de seguir ninguna.

-Pues bien, yo lo oiré, y nada perderé con enterarme de lo que podéis llegar a ser, y a lo que podéis aspirar, y cuando yo sea ya una mujer, si un joven me pide un consejo sobre el particular, se lo daré con conocimiento de causa.

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-No creas que tu hermana está privada de obtener un título académico, dijo el padre a Jacinto; yo te hablaré sin embargo de las carreras de los hombres, y otro día tu madre o yo explicaremos a Blanca la misión de la mujer.

imagen oficio del Sacerdocio

Entre las carreras, prosiguió diciendo el padre, de dedicarse un joven, que cuente con inteligencia para los estudios y recursos pecuniarios para costearlas, ocupa el primer lugar la del Sacerdocio, para la cual se ha de estudiar Teología, palabra derivada del griego que quiere decir ciencia de Dios. No todos los jóvenes son aptos para ejercer esta misión semi-divina, pues es menester para ella una vocación especial, un carácter pacífico, sufrido, un exterior modesto y decoroso y un abandono completo de las diversiones y placeres que tanto seducen a la juventud.

El Ministro de Jesucristo celebra todos los días el Santo Sacrificio de la Misa, representación (como sabéis) de la vida y muerte del Salvador, administra los Sacramentos, PREDICA la paz de las familias y de las poblaciones, el perdón de las injurias, el amor universal y el desprendimiento de los bienes terrenos; socorre a los pobres, visita a los enfermos y no   -200-   sólo ejerce esta sagrada misión en las naciones civilizados, que pagan y agradecen sus servicios, sino que muchas veces por gusto o por obediencia va a llevar la doctrina salvadora y su nobilísimo ministerio a las naciones salvajes, que le reciben con desconfianza o con hostilidad, a veces le maltratan, y aun sucede acaso que es víctima del fanatismo y la obcecación de los que trataba de redimir, sellando con su sangre su doctrina a imitación del Divino Maestro.

-¡Y yo que pensaba que los Obispos estaban tan bien! Observó Jacinto.

-Los Obispos no están exentos de disgustos y trabajo, pero ocupan una buena posición social y disfrutan de la consideración a que su jerarquía los hace acreedores; mas ten en cuenta que ni siempre han sido prelados, ni todos los sacerdotes sabios y virtuosos llegan a serlo.

-Pero, vamos, que de todos modos es una gran cosa el ser ministro del Señor y ejercer la noble y respetable carrera del sacerdocio, dijo gravemente Jacinto.

Imagen oficio de jurisconsultos

-Los jurisconsultos estudian las leyes y las aplican. Para vivir en paz los ciudadanos, es necesario que haya quien   -201-   vele por los intereses generales y particulares, quien proteja al inocente y castigue al culpable; y para eso hay tribunales de Justicia compuestos de magistrados que se enteran de los procesos y fallan con perfecta equidad, absolviendo o castigando después de oír a los testigos que acusan, al fiscal que en nombre de la sociedad ofendida pide el castigo que la ley señala, y al abogado que atenúa la criminalidad del reo, buscando excusas a su falta.

Los abogados y los jueces además sentencian los pleitos, resolviendo las cuestiones que surgen entre pueblo y pueblo, entre familia y familia y a veces hasta entre los mismos parientes, para la posesión de una finca, la distribución de una herencia o legado y otras cosas análogas. Los notarios, depositarios de la fe pública, autorizan con su firma los documentos importantes y reciben y ponen en evidencia, de un modo correcto, preciso e indubitable la última voluntad de moribundo.

-También todo eso es muy hermoso, dijo Blanca, per yo si fuera hombre no estudiaría esa ciencia que no sé como se llama.

-Se llama leyes, derecho o jurisprudencia, repuso el padre, y ¿por qué no la estudiarías, hija mía?

-Porque temería llegar a Juez.

-Vaya un temor, dijo Basilio, pues pregúntales a los estudiantes de leyes si abrigan esos temores.

-Pues yo no querría ser fiscal, por no tener que pedir la pena de muerte; ni juez, ni magistrado, por no tener que sentenciar a tan terrible castigo.

-El representante de la ley, querida mía, por severa que ésta sea, no grava su conciencia aplicándola en los términos prescritos en el código penal: yo, en mi humilde criterio y muchas personas ilustradas conmigo opinamos que la pena de muerte desaparecerá, en época no lejana, de la legislación de todos los pueblos civilizados, sustituyéndola con otra que reduzca al criminal a la impotencia de causar darlo a sus semejantes, dejándole la existencia hasta que al Árbitro supremo   -202-   le plazca privarle de ella, sujetándole a la ley común de la humanidad. Pero hasta que esto suceda, hay que aplicarla como las demás que marca la ley, y el magistrado cumple con su deber castigando al delincuente, para que los ciudadanos pacíficos puedan entregarse tranquilamente a sus ocupaciones y al goce de lo que legítimamente les pertenece, convencidos de que sus vidas y haciendas están garantidas por la ley y la justicia.

-Mira usted, papá, insistió Blanca, si todos fueran buenos, no habría necesidad de matar ni castigar a nadie.

-Ya lo creo, pero desgraciadamente no lo son. ¿No es cierto que en tu colegio la directora castiga muchas veces a las alumnas?

-Sí, señor.

-Pues si eso sucede entre niñas inocentes y de pocos años ¿qué no sucederá en la sociedad, donde hay personas de todas edades, carácter y condiciones?

-Hay alumnas muy díscolas.

-Pues ya ves como es imposible evitar los castigos.

-No me parece mal la carrera de leyes, dijo Basilio. Dígame usted ahora algo, querido papá, de la ciencia de Esculapio.

Dibujo

-¿Qué es eso de Esculapio?, interrumpió Jacinto.

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-Que te lo diga tu hermano que le ha nombrado.

-Esculapio, según los apuntes de Mitología que yo he estudiado, era el dios de la medicina, y como la ciencia de curar la juzgo una de la más provechosas de la humanidad, me gustaría dedicarme a ella, aun cuando no me ofreciese tanto lucro como otras, por tener la dulce satisfacción de devolver la salud a los enfermos.

-En efecto, el médico ha estudiado Fisiología y Anatomía, es decir que conoce la parte material del ser humano con todas las modificaciones que puede recibir, ya de los agentes exteriores, ya de sus propios sentimientos y pasiones. Posee también conocimientos de Historia natural, es decir que le son familiares los individuos de los tres reinos de la Naturaleza, y sabe las propiedades de algunos animales, de muchísimas plantas y de ciertos minerales que encierran virtud medicinal. Estudia la enfermedad, y conocida ésta y el temperamento y circunstancias del paciente, aplica la medicina que cree más indicada; pero desgraciadamente la ciencia de curar es de las más atrasadas, y a pesar de los progresos que cada día se observan en ella, hay multitud de enfermedades llamadas incurables, para las cuales el más hábil doctor se confiesa impotente y su misión en tal caso se limita entonces a atenuar los sufrimientos del paciente, y advertir a la familia de la inminencia del peligro para que proporcione a aquel los auxilios de la religión y se prepare ella con cristiana conformidad para el trance cruel de la separación de aquel ser querido. Mas si esto es triste y doloroso ¡cuán grato es en cambio, cuán bello, el ser llamado a tiempo de prevenir los estragos del mal, evitar sus terribles efectos, y ver como las pálidas mejillas del enfermo se van coloreando, sus pupilas recobran el brillo de la salud, su cuerpo abatido se levanta otra vez firme y robusto, recobra el apetito, y al despedirse el médico lleva consigo las bendiciones de una familia, a la quo ha devuelto el padre, la madre, el hijo o el esposo!

-Si no se muriera ningún enfermo, dijo Basilio, ser, muy agradable el ser médico.

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-Y aunque se muera alguno, lo cual veo que es inevitable, repuso su hermano, me parece muy buena carrera.

Sonrióse la madre, y notándolo Jacinto, le preguntó:

-¿De qué se ríe usted, mamá?

-Ya te lo diré después, respondió la señora:

-Siga usted, pues, papá; indíquenos otras carreras, dijo el muchacho.

Imagen farmacia

-Hermana de la medicina, continuó el interrogado, puede llamarse la farmacia, que es la ciencia de preparar los medicamentos, pues de nada serviría que el médico conociese la enfermedad y supiese aplicar el remedio, si un farmacéutico ignorante o descuidado equivocase o confeccionase mal la bebida que debe tomar el paciente, el preparado que ha de servir para fricciones o el ungüento que hay necesidad de aplicar a la llaga.

-El farmacéutico o boticario no tendrá necesidad de estudiar tanto como el médico, dijo Basilio.

-Sin embargo, estudia Física, Química e Historia natural, y desde su laboratorio presta grandes servicios a la humanidad doliente, preparando con esmero y exactitud lo que el médico ha recetado, sin omitir gasto ni diligencia para   -205-   tener surtido su establecimiento de cuanto la ciencia moderna ha descubierto, que puede contribuir al alivio del que sufre alguna dolencia o a su completa curación.

-Me parece, observó Jacinto, que el farmacéutico tendrá una existencia más tranquila que el médico.

-Es cierto, añadió Basilio, porque si el enfermo se cura, gracias a sus excelentes medicamentos, carecerá del placer de verle recobrar la salud; pero en cambio, si se muere, no tendrá el penoso deber de anunciarlo a su familia, ni oirá las dolorosas quejas de ésta, mezcladas a veces con reconvenciones.

Imagen catedral

-Como carreras civiles quedan las de arquitecto, que es el que después de estudiar matemáticas, dibujo, etc., dirige la construcción de los edificios, haciendo que en ellos se una la solidez a la belleza y elegancia; los ingenieros en los diversos ramos que abraza esta profesión, pues unos se dedican a la construcción de ferrocarriles, dependiendo de su   -206-   pericia y saber la vida de millones, de viajeros, que sucesivamente recorrerán aquella vía; otros, a la de maquinaria para la industria...

-Esos no tendrán tanta responsabilidad, observó Blanca, como los de ferrocarriles.

-¿Por qué no?, dijo Flora.

-Porque como dice papá que de su acierto y pericia depende la vida de millones de viajeros, creo que los que dirigen la construcción de máquinas, no serán lo mismo.

-Pues no dudes que un descuido, un cálculo errado respecto al impulso que debe darse al motor de una máquina a la presión que puede resistir, etc., produce a veces la explosión de una caldera y la ruina de un edificio, perdiendo la vida o quedando inútiles muchos infelices operarios.

-Vamos, veo que los ingenieros necesitan estudiar mucho para no exponerse a cometer esos errores que pueden ocasionar tan horrorosas desgracias, dijo Jacinto.

-Pero son muy útiles, añadió Basilio; por mi parte aseguro que no me disgustaría ser ingeniero.

-Hay también, continuó el padre, ingenieros de minas, de montes, etc.

-Y los que dirigen las fortificaciones de las plazas ¿no los nombra usted?, preguntó Basilio.

-Esos son ingenieros militares, después os hablaré de los diferentes cuerpos del ejército.

-Pues que, ¿hay más carreras civiles?

-La que es fuente y origen de todas: la del profesorado.

-Es verdad, sin maestros nadie podría estudiar teología, ni leyes, ni nada de lo que usted ha dicho.

-Pues bien; si alguno merece el título de bienhechor de la humanidad, es el maestro de primera enseñanza, humilde sacerdote de la educación, que por un módico sueldo despierta la dormida inteligencia de los niños de corta edad, pone en sus labios las primeras oraciones, dirige sus sentimientos, y, empezando por darlos a conocer el abecedario y las diferentes articulaciones que con las letras se forman, les enseña   -207-   el maravilloso arte de la lectura, base de todos los conocimientos, y el o menos precioso de la escritura, por medio del cual le pone en relación con el resto de la humanidad.

Imagen de escuela

-Los maestros de primeras letras no tendrán que estudiar mucho, observó Jacinto, pero me parece que son dignos de todo cariño y respeto por su paciencia y bondad, porque nos quieren como verdaderos padres.

-Sí, hijo mío, y además porque ponen los cimientos, el fundamento de toda la ciencia.

Ya se ha dicho que para estudiar es necesario saber leer; tú, Jacinto, estás ya bastante adelantado en Aritmética, y tú, Basilio, estudias Álgebra y Geometría: pues bien, ¿no es verdad que la base de todas las matemáticas consiste en saber que uno más uno es dos y dos menos uno es uno?

-Sí por cierto, querido papá.

-Escribís y habláis medianamente, sino con toda la corrección que sería de desear: pues para eso, lo primero que habéis tenido que aprender son los nombres y propiedades de las partes de la oración. Ved, en consecuencia, como esas nociones que parecen insignificantes son un manantial de ciencia y de bienestar, pues nos ponen en condiciones de llegar a adquirir los más útiles y preciosos conocimientos.

-Pero hay muchas clases de escuelas. ¿No es verdad? Preguntó Jacinto.

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-La 1ª enseñanza se divide en enseñanza en párvulos, elemental y superior: en la primera se enseñan a los niños los rudimentos de todo, pero de un modo muy superficial, atendiendo al desarrollo físico de los pequeñuelos, por medio de juegos, y ejercicios gimnásticos: bien dirigidos; en las elementales ya sabéis que se aprende cuanto el hombre necesita para ser un obrero o un artesano inteligente y virtuoso, y cuanto la mujer debe saber para ser excelente esposa y madre y perfecta ama de casa. En las escuelas superiores se amplía y perfecciona esa enseñanza.

Los catedráticos de Institutos son unos maestros a quienes se exigen conocimientos superiores a los que debe poseer el profesor de 1ª enseñanza: deben ser licenciados en letras o en ciencias, y enseñan a los jóvenes que cursan la 2ª enseñanza preparándose para seguir una carrera en la Universidad.

-Nosotros ingresaremos pronto en el Instituto ¿verdad? Interrogó Jacinto.

-Tu hermano, el año que viene, si es aprobado en los exámenes de ingreso; tú, todavía no, porque eres muy niño por los años y aun más por tu atolondramiento y falta de reflexión.

-Pues bien, procuraré reflexionar más, ser más juicioso y aplicado, e ingresaré en el Instituto y después en la Universidad. Y a propósito ¿quién enseña en las Universidades?

-Catedráticos como los de los Institutos, sino que a éstos se les exige el título de Doctor en las facultades mencionadas o en cualquiera otra, cuyo título supone mayor grado de instrucción.

-Magnífico es eso de seguir una carrera; pero usted, mamá ¿por qué se ha reído cuando otra vez he dicho que me gustaba la de médico? ¿Le parece a usted que no sería bueno para el caso?

-No precisamente por eso, sino porque por todas manifestabas igual entusiasmo, diciendo a cada paso: «¡Qué bueno es eso! ¡Qué hermoso es eso! ¡Cómo me gustaría!» Y me reía yo de tu inexperiencia y candidez, pensando que si le preguntas   -209-   al médico, al abogado, al boticario (y ya no digo al sacerdote porque éste, si tiene verdadera vocación, no se quejará de unas penalidades que tienen tan noble objeto y tan suprema recompensa), todos te dirán que su profesión es la peor, y es que ven los trabajos y disgustos que la acompañan, como a todos los estados y situaciones de la vida, y no pueden observar los inconvenientes de las demás: por eso termina una bonita fábula de Samaniego con estos notables versos:


    La espada por feliz tiene el arado,
como el remo a la pluma y al cayado;
y se tienen por míseros, en suma,
remo, esteva, cayado, espada y pluma.

-¿Y cuál puede ser la causa de que todos se quejen de su respectiva profesión?, preguntó Basilio.

-Entre otras razones filosóficas y morales, que ya he insinuado y que tu papá ampliará si gusta, hay una que si existía en el tiempo en que Félix María de Samaniego escribió la fábula, ha tomado infinito incremento; y es la comezón de seguir carrera, de ser licenciado o doctor, de llevar levita y sombrero de copa, que se ha apoderado de los hombres del pueblo, de modo que el que podría ser un buen labrador o un excelente industrial se empeña en ser un mal letrado; de lo que resulta el escaso lucro que alcanzan la mayor parte de ellos, ya por la deficiencia de muchos, ya por el excesivo número de individuos que a cada carrera se dedican.

-Pero papá, en los bonitos versos que mamá ha recitado se hablaba de la espada, dijo Basilio, y usted nada nos ha dicho de la carrera de las armas.

-El ejército repuso, es una institución indispensable en toda nación para hacerse respetar de los demás estados, y para conservar el orden interior, apoyando con la fuerza material la autoridad moral de los poderes constituidos. Los individuos de tropa son alguna vez voluntarios, pero casi siempre sorteados entre los jóvenes de cada población; la   -210-   oficialidad se compone en parte de estos mismos soldados que, terminado el tiempo del servicio forzoso, continúan en la milicia, pasando por las clases de cabo y sargento para llegar a oficiales; y otros que ingresan, en los colegios o academias de las diferentes armas, y terminados sus estudios, salen ya con el grado de subtenientes o tenientes según las carreras.

Imagen armas

-¿Y cuáles son las diferentes armas del ejército?

-Empecemos por los ingenieros, de quienes hablamos anteriormente: los oficiales dirigen y los individuos hacen baluartes, muros, fosos, puentes y cuanto se necesita para defender una población o un castillo y a veces para atacarle. Los artilleros están encargados de las diferentes máquinas de guerra que se emplean para atacar y defenderse; ya sean cañones de grueso calibre y grande alcance, que se colocan sobre las murallas, ya piezas de montaña, que son conducidas sobre los lomos de las caballerías a través de los senderos estrechos y difíciles, ya ametralladoras, etc.

Además existe la caballería que sirve para batir a los enemigos y perseguirlos en terreno llano; y la infantería, que si no puede alcanzarle con tanta facilidad, en cambio es susceptible de penetrar en bosques, en barrancos, en cualquier   -211-   clase de guaridas; y que, dividiéndose en pequeños grupos o guerrillas molesta a los contrarios sin que sea dable a estos destruirla.

-Si no hubiese guerras, ¿no estaríamos mucho mejor? Objetó Blanca. Porque me da horror el pensar el daño que causarán esas máquinas de guerra de que usted habla. ¡Pobrecitos soldados!

-Sí, hija mía, tienes razón. ¡Pobres soldados! Aunque muchas veces lidien por una mala causa, como ellos, fieles a su deber, tienen que batirse defendiendo la bandera que han jurado, debemos compadecerlos cuando caen muertos o mal heridos. También es verdad que sería mucho mejor que no hubiese guerras; pero si un rey o un gobierno ambicioso intenta engrandecer su nación apoderándose de un territorio vecino que pertenece a otro estado, es lícito y hasta obligatorio al atacado defender su derecho y rechazar la fuerza con la fuerza.

-De todos modos, dijo la madre, la guerra es cosa muy triste. Es de suponer que cuando el verdadero progreso, basado en la moral de Jesucristo se abra camino a través de la ambición y el orgullo de los individuos, de los pueblos y de las razas; el respeto mutuo, el derecho a la posesión legítima de lo bien adquirido serán una verdad; y la paz y fraternidad universal reinarán por do quiera.

-Es posible, amiga mía, que eso suceda; pero no lo veremos nosotros ni nuestros hijos. Entretanto, si un muchacho de clara inteligencia y ánimo esforzado se siente llamado a la carrera de las armas, y mediante sus estudios y valor llega a los más altos grados de la milicia, poniéndose al frente de las tropas para luchar contra una invasión extranjera o para defender el orden interior, amenazado por gente mal avenida con las leyes del país y con la pública tranquilidad; aquel hombre, digo, ya venza y se cubra de gloria, ya sucumba en el campo del honor, es digno del aprecio y del respeto de sus conciudadanos.

-Sin embargo, yo no quisiera ser militar, respondió Jacinto. ¿Y tú, Basilio?

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-¿Yo? ¡Quién sabe!, respondió el, interrogado con reflexivo ademán.

-Pensaréis, pues, la carrera a que vuestra respectiva vocación os inclina y entretanto procurad ilustrar vuestra inteligencia por medio del estudio; pues el hombre ignorante, por opulento que sea, se ve privado de los infinitos placeres intelectuales que la ciencia proporciona, al paso que el que posee una sólida instrucción es apto para desempeñar importantes cargos, dando honra y provecho a su país y siendo la gloria y el orgullo de una familia que le ama y le bendice.

-Eso deseamos nosotros, papá mío, dijo Basilio.

-Sí, eso queremos, repitió Jacinto, y por eso voy a estudiar mucho de hoy en adelante.

Imagen maza



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