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- XVI -

Excelencia del trabajo


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Hallábase Blanca restablecida completamente de su dolencia, y habían aprovechado la tarde del jueves para ir a dar un largo paseo, sus padres, hermanos y la alegre niña, que, como había pasado algún tiempo retirada en su dormitorio, gozaba doblemente al disfrutar de nuevo el goce que proporciona la vista del campo en el feraz estío.

Halagados por la frescura del ambiente y la claridad de la Luna, el paseo se prolongó hasta después de anochecer, así fue que quien no tenía estudiadas sus lecciones del día siguiente tuvo necesidad de estudiar con luz artificial, si bien solamente Jacinto se hallaba en este caso, pues Blanca y Basilio (más previsores) habían dedicado a sus libros las horas del calor, mientras él se entretenía con el pequeño Enrique enseñándole el uso de una escopetita que su tío le había comprado.

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-¡Cuán fastidioso es cuando hace calor, tener que estudiar con luz!, decía el muchacho.

-Pues estudia a oscuras, si te parece, dijo Flora riendo.

-Ya sabe usted que esto no es posible, mamá.

-Lo que tú quieres decir es que es fastidioso estudiar con luz artificial, pero tú tienes la culpa por no haberlo efectuado de día como tus hermanos.

Creía que vendríamos más pronto de paseo; pero, vamos, lo dejaré para mañana; madrugaré y estudiaré mi lección.

-Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. El chico, dócil a la voz de su madre, abrió de nuevo el libro que había cerrado y fijando en él la vista recorrió con atención sus páginas.

Pasada una hora escasa, dijo con alegría:

-Ya sé la lección, pero ¡tengo unos deseos de ser hombre para no estudiar!

-¡Y cómo emplearás el tiempo?, preguntó el padre.

-Mire usted, como otros muchos.

-¿Y cómo le emplean esos que tú dices?

Paseando, fumando, tomando café, leyendo periódicos, viendo las funciones del teatro...

-¡Magnífica vida! ¿Y crees que hay muchas personas que se emplean únicamente en esas cosas?

-Muchas, no; pero habrá algunas.

-¿En qué te fundas para asegurar o sospechar eso?

-En que si alguna vez vamos al teatro, a paseo o al café, encontramos muchísima gente.

-También encontramos mucha gente en la iglesia.

-También.

-¿Y crees que aquellas personas pasan todo el día rezando?

-Eso no.

-Pues lo otro tampoco. Los individuos que ves en los sitios públicos no son siempre los mismos, nosotros que aumentamos su número estamos allí de momento y vamos   -189-   inmediatamente a entregarnos a nuestras respectivas ocupaciones.

-Hay, sin embargo, y lo he observado si alguna vez me lleva usted al café, sujetos que cuando llegamos ya tienen las tazas vacías delante de sí, y cuando nos marchamos continúan hablando y fumando sin dar señales de prepararse a salir.

-Existen, desgraciadamente, personas de uno y otro sexo que en nada se ocupan; pero estos no son en tan gran número como tú crees, ni son dignos de envidia ni mucho menos de que ningún niño cristiano trate de imitar su conducta que tiene más de reprobable que de digna de elogio.

-Pero los ricos ¿qué necesidad tienen de trabajar?, reguntó Blanca.

-¿También tú participas de las ideas de tu hermano?, replicó la madre.

-Atended, dijo el padre con cierta gravedad. Desde la caída de nuestros primeros padres, el Dios de bondad y misericordia, al imponer al hombre una expiación de su delito, dispuso que esta fuese tal que hiciese grata su peregrinación sobre la tierra, que contribuyese a hermosear su morada, descubrir las propiedades de los seres de que lo había rodeado, a sacar partido de estas mismas propiedades para bien de la humanidad y a conocerle a Él mismo, el Ser Creador, estudiando el ingenioso y perfecto artificio de las obras creadas.

Si la tierra entera fuese un fertilísimo campo, que produjese toda clase de frutos sin necesidad de cultivo; si nuestra robustez física fuese tal como la del hombre primitivo y nuestras necesidades tan limitadas como las suyas, bastaríanos (como dice Cervantes) alargar la mano y coger el dulce y sazonado fruto con quo los árboles nos brindaran, apagar la sed en las limpias aguas del cristalino río, y tendernos sobre la alfombra de yerba del florido prado; mas desde luego que esterilizó la tierra hasta cierto punto haciéndola no obstante dócil y agradecida al trabajo del hombre,   -190-   que el rigor de las estaciones nos obligó a buscar asilo y este mismo rigor o inclemencia, amén del pudor, a cubría nuestro cuerpo con vestidos; fue necesario discurrir medios para proveer a todas las necesidades. El estudio del origen de las artes y oficios es curiosísimo, pero no es mi objeto explicárosle por ahora, básteos saber que Dios ha recompensado siempre los esfuerzos de la humanidad en general y de los individuos en particular, permitiendo que cada día progrese la ciencia con nuevos descubrimientos, se enriquezcan las artes con nuevos medios de perfeccionamiento, y a medida que la civilización, el lujo y (según dicen algunos) la decadencia física de nuestra especie lo requiere, se van aumentando de un modo natural y progresivo los medios de satisfacer las necesidades que surgen cada día.

-Y entre esos medios, dijo el atolondrado Jacinto, está la invención del dinero, con el cual se proporciona cuanto es necesario para la vida, y por eso el que adquiere o hereda una gran cantidad de él no necesita trabajar.

-El que le adquiere de un modo lícito no puede hacerlo sino a fuerza de un trabajo material o intelectual: si éste dura algunos años, justo será que en la edad madura se entregue aquel hombre al descanso y al goce del fruto de sus afanes; pero nadie tiene derecho a pasar toda su vida en la poltronería ni en los placeres, siendo un miembro inútil en la sociedad.

-¿Ni el que hereda una fortuna?

-Ni ese, porque el ser rico no es excusa de ningún modo para ser ignorante y perezoso; antes al contrario, quien tiene recursos pecuniarios puede adquirir conocimientos que le están vedados al pobre jornalero por no poder costear libros ni profesores, y una vez adquiridos aquellos conocimientos, es un deber moral emplearlos en el bien de nuestros semejantes; ya formando parte de esas sociedades científicas o filantrópicas que discuten, raciocinan, se comunican los conocimientos adquiridos por cada individuo, y redactan revistas y libros en que hacen público el resultado de sus   -191-   investigaciones; ya viajando para estudiar las leyes, las costumbres y hasta las producciones de otros países con objeto de mejorar, si para ello tiene facultades, el modo de ser de su patria, o favorecer su comercio o su industria.

-Pero ¿si emplease su caudal en hacer cuantiosas limosnas?

-Ese lo que quiere es no trabajar, dijo con gracia Basilio.

-Ni aun así, hijo mío, ni aun así, repuso el padre, fuera tan agradable a Dios ni mereciera bien de la patria y de la humanidad, como si contribuyese con sus luces al bien general.

El dinero no es la felicidad, no es más que un medio de adquirir algunas cosas necesarias o a veces superfluas, y de remediar ciertos males, no todos; así el opulento que emplea sus riquezas en socorrer a una familia, a una población o a una comarca hace una obra buena; pero se concreta su acción benéfica a un círculo más o menos limitado; mientras Benjamín Franklin que inventó el pararrayos, librando a los edificios y a sus habitantes de los horribles efectos de la chispa eléctrica, Lavoissier que descompuso el aire en los dos diversos gases de que está formado, Newton que descubrió la gravedad y tantos otros como a fuerza de estudios y trabajo han averiguado alguna verdad científica; merecen con justicia el título de bienhechores de la humanidad.

-De modo que es preciso trabajar.

-Indispensable.

-Yo creía que el trabajo era patrimonio de los pobres.

-Pues es ley del género humano.

-Así no podremos echarle nada en cara a un jornalero.

-Ni del otro modo tampoco; en caso, te podrían echar en cara ellos a ti tu inutilidad y tu ocio. Cuando yo salgo a dar un paseo por el campo y veo a un semejante mío inclinado sobre la tierra, levantando con sus nervudos brazos la pesadísima azada y dejándola caer una y otra vez para romper la dura corteza, enjugando de cuando en cuando el sudor que baña su rostro, me quito el sombrero y le saludo con   -192-   amor y respeto, reflexionando que sin ese humilde trabajador y sin el pastor que por solitarios y agrestes senderos conduce su rebaño al prado en que encuentra fresca y abundante yerba, y sin el panadero y el cortante y otros muchos que convierten los productos de la madre tierra en alimentos que puedan satisfacer nuestro apetito, y el albañil que construye nuestra vivienda y el sastre que nos viste y el zapatero que nos calza; ni el sabio podría entregarse a sus científicas especulaciones, ni el literato a sus libros, ni el artista a las inspiraciones de su talento, distraídos constantemente por las mil necesidades a que tendrían que acudir.

Aquel que, conduciendo el pesado arado, abre surcos en la tierra para arrojar en ellos la semilla, que debe convertirse en alimento de pobres y ricos, de sabios e ignorantes, tiene derecho a que el médico le restituya la salud cuando la pierda, a que el sacerdote bendiga su unión con una mujer, o introduzca a sus hijos en el seno de la iglesia, a que un profesor se los eduque y a que un jurisconsulto defienda su derecho.

Hubo un tiempo en que los nobles se desdeñaban de estudiar y mucho más de cultivar las artes (y no hablemos de los oficios,) dedicándose únicamente a la guerra, y en tiempo de paz, a la caza; pero hoy que las ideas y las costumbres se han modificado, vemos que un vástago de familia reinante asiste a las aulas y estudia y ejerce la medicina, otro estudia náutica y manda un buque; otro elige una carrera militar científica, sirve a las órdenes de un jefe superior y gana sus ascensos, no con la fuerza de su brazo, sino gracias a su inteligencia.

-De todos modos, dijo Basilio, hemos de trabajar o estudiar, o mejor dicho, estudiar primero para trabajar después.

-Sí por cierto, replicó el padre, y cree, hijo mío, que aunque yo fuese millonario os daría una carrera y exigiría de vosotros que estudiaseis con fe y con ardor, no precisamente para obtener un título académico como un mero adorno,   -193-   sino para ilustrar vuestra inteligencia y para que pudieseis ser útiles a vosotros mismos y a los demás.

La fortuna puede perderse por la mala administración, por los azares de la guerra y por otras causas; y los conocimientos quedan mientras el hombre existe y conserva su razón; y respecto a los demás, la limosna en metálico fomenta la mendicidad y hasta la vagancia, al paso que el que aventaja en instrucción al común de las gentes siempre está en situación de dar un buen consejo, corregir un error o extirpar un vicio.

-Pero ahora, que no somos millonarios ni mucho menos, añadió Basilio, tendremos una carrera y la ejerceremos para ganar dinero y con él asistir a usted y a nuestra cariñosa madre en su vejez, indemnizándoles las molestias y cuidados que les ocasiona nuestra instrucción y educación, y después, constituiremos a nuestra vez una familia.

-Así, si trabajas para ganar dinero no harás bien a la humanidad, observó Jacinto.

-¿Quién te lo ha dicho? Si soy abogado, serviré bien a mis clientes, y haré que, gracias a mis esfuerzos y a mi instrucción, triunfe su causa, si es la de la razón y la justicia.

-¿Y si no lo es?

-No me encargaré de ella.

-Si soy médico, haré cuanto esté en lo posible por aliviar y consolar al enfermo y por arrancarle de las garras de la muerte y devolverle al cariño de su familia.

-¿Y si se muere?

-Me quedará el consuelo de haber hecho cuanto se podía hacer para evitarlo.

-Si soy arquitecto, no omitiré diligencia para que los edificios que se levanten bajo mi dirección reúnan las ventajas de salubridad y solidez apetecibles; si ingeniero de ferrocarriles, cuidaré de que las líneas que bajo mi vigilancia se construyan ofrezcan completa seguridad a los viajeros; y así al mismo tiempo que provea a mis necesidades y las de mi familia, prestaré verdaderos servicios a mis semejantes.

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-Has hablado muy bien, hijo mío, respondió el padre.

-Pues bien; ¿qué carrera seguiremos?, P preguntó Jacinto.

-Ya ves que tu hermano, que es mayor que tú, dijo el padre, no está decidido; mucho menos puedes elegirla tú, que apenas tienes idea de los deberes de cada profesión; de consiguiente es menester que adelantéis más en vuestros estudios, que consultéis vuestras aficiones, vuestra aptitud y vuestra fuerza moral e intelectual, que todo esto constituye lo que se llama la vocación, y entonces es cuando puede elegirse.

-Pues hay niños, dijo Blanca, que desde pequeñitos manifiestan inclinación a una carrera.

-Pero eso, repuso el padre, no es vocación ni mucho menos, así observarás que no suelen decir deseo ser soldado, ni cura de aldea, sino General, Obispo, etc., y es que ven pasar al uno en su carruaje, al otro montado en brioso corcel, brillando en las ropas de ambos la seda y el oro y rodeados casi siempre de numeroso séquito, y les deslumbran las apariencias; pero ¿qué sabe nuestro pequeño e inocente Enrique de las fatigas del soldado, de los peligros de la carrera militar, ni de las vigilias del estudiante?

-Pero a nosotros, que ya somos mayorcitos, nos gustaría que nos explicase usted las ventajas e inconvenientes que tiene cada barrera científica, cuál es más costosa, cuál ofrece más lucro y cuál reporta más beneficios a la sociedad, ya que esto también debe tenerse en cuenta; dijo Jacinto.

-Para contestar debidamente a cuanto me preguntas, repuso el padre, sería necesario, no hablar un breve rato, no escribir algunas páginas, sino un voluminoso libro; sin embargo, procuraré enteraros del objeto de las carreras a que has aludido, su importancia y los probables resultados que obtiene el que a ellas se dedica, advirtiendo también que hay otras profesiones, que sin llevar el pomposo adjetivo que tú has usado....

-¿El de científicas?

-Sí. Decía, pues, que sin eso hay profesiones honrosísimas,   -195-   útiles y hasta cierto punto lucrativas, y además, las bellas artes, las artes mecánicas y los oficios; todo esto será objeto de una explicación que os daré otra noche: por hoy, como es ya tarde y estamos cansados, tú, Jacinto, buscarás en este libro y leerás una poesía que me llamó la atención días pasados cuando me entretenía en hojearle. En ella se enaltece el trabajo, que, como he dicho antes, es el castigo de la especie humana, al propio tiempo que su rehabilitación y ensalzamiento.

Jacinto leyó:


    En la dorada edad Saturnia, cuando
la amable paz abajo dominaba,
alegres todos iban disfrutando
los dulces frutos que risueña daba.
Quién en el verde prado, do soplando
Céfiro manso de su don gozaba,
quién en la margen del sonante río,
quién en el bosque pavoroso, umbrío.
    Unos las cuerdas de la ebúrnea lira
pulsan acordes y en el aire puro
otros sus voces que la selva admira
depositan y no en acento oscuro.
Éste por danzas ágiles suspira,
aquel se afana por coger maduro
fruto, que en rama rústica colgando
a gustar su dulzor está incitando.
    Pero al mortal, de todo fastidiado,
ya no place la cítara canora,
ni el claro río, ni el ameno prado,
ni zampoña, ni selva encantadora.
El ocio ¡ocio fatal y malhadado!
Degrada la razón, su luz desdora,
y con fecundo parto al orbe entero
llena de horror y llanto lastimero.
    Ve desde el cielo el Padre Omnipotente
la paz interrumpida, y con clemencia
la medicina aplica prontamente
para sanar benigno la dolencia.
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Siente el hombre inflamada la alta mente
e intrépido abrazo la diligencia
que le estimula acá en el orbe bajo
al decoroso y próvido trabajo.
    Vieras el punto de la madre tierra,
su seno abierto con el corvo arado,
la abundancia nacer, de la ardua sierra
el bien robusto abeto derrocado,
trazar quilla tajante que destierra
a su autor de la mar al otro lado, D
do la abundancia lleva y a su suelo
traslada la de allá con vivo anhelo.
    Las humildes cabañas son trocadas
en espantosas moles, cuyo peso
el suelo oprime; siéntenlo elevadas
nubes que arrolla el aquilón travieso.
Ya la fábrica ostenta en sus fachadas,
bien en el mármol duro o dócil yeso,
o de la alta Corinto la hermosura,
o dórica o toscona arquitectura.
   ¡Ay! con qué gentileza los Apeles
en los delgados lienzos ejercitan
con acertadas líneas sus pinceles,
con que a feraz naturaleza imitan.
¡Grecia inmortal! ya miro tus cinceles
que a los bronces y mármoles incitan
a engreírse en vivientes transformados
y en membrudos Laocoontes animados.
    Ciencias brillar a par de sus hermanas
artes nobles, se ven acordemente;
La Historia muestra venerandos canas
con el pincel conciso y elocuente;
De Tulio las palabras soberanas
mueven el corazón más indolente;
Y el eco del clarín del Mantuano
oye el río suspenso, el bosque ufano.
    Y a las sublimes causas con que entiende
Dios gobernar la gran naturaleza
en trino reino, ya el mortal atiende,
y a su ser, y de Dios a la grandeza.
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Con las certeras líneas que él extiende
lo largo y ancho mide con la alteza
de masa natural, y en verdaderos
cálculos cuenta el giro a los luceros.
    De profesores sabios y celosos,
vosotros, respondiendo a los desvelos,
jóvenes ilustrados y estudiosos,
siempre habéis de emular bellos modelos.
Seguid vuestros instintos generosos
y serán vuestros lícitos anhelos
en las ciencias crecer con recto modo
que el ímprobo trabajo vence a todo.
   Obstinado trabajo, al que el viviente
fuera en provecho suyo condenado
por el Supremo Numen justamente,
cuando cayó del venturoso estado.
Imitad a Diana, que creciente
gira a ver su hemisferio iluminado,
opuesta en el azul y claro polo
a su risueño hermano el rubio Apolo.
    Y cual pomposa vid, en fuerte abrazo,
del álamo crecido se sustenta
juntad vosotros con estrecho lazo
la virtud, que al saber su brillo aumenta.
De la terrena vida amargo el plazo
solamente con esto se contenta,
y aquestas sendas lúcidas hollando
héroes fueron al cielo caminando.

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