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- XXI -

Edades del hombre. La familia


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Al siguiente día el padre de Blanca, fiel a su promesa, reanudó la conversación de la víspera, en los términos siguientes:

-El niño, en su primera infancia, es quizá el más torpe de los animales. El polluelo de la gallina y de la perdiz, en cuanto salen del huevo, andan con objeto de buscar su alimento y picotean las semillitas que encuentran en su camino; los demás animales, con gritos y movimientos diversos, según su género, indican el deseo de satisfacer sus necesidades; mientras el niño recién nacido espera inmóvil en el blando lecho que la previsora madre le preparara, que esta misma cariñosa madre introduzca el pezón en sus labios y le haga tragar algunas gotas de leche. Desde entonces es objeto del cariño y de los cuidados de la familia: necesita mamar varias veces al día, pero no tan a menudo que sufra indigestiones, reposar en una cama o cuna en habitación que tenga la temperatura conveniente, mudarle la ropita   -244-   siempre que lo exija la limpieza, y otras muchas cosillas, que la infancia requiere, pero que a veces exagera la excesiva ternura de la madre. Sin embargo, la época de la dentición es penosa para los parvulillos, y algunos sucumben a la irritación de vientre, diarrea y otros sufrimientos que lleva consigo.

La madre, inclinada sobre la cuna o colocando la criatura en su regazo, mitiga los dolores del chiquitín con sus caricias, o le adormece con dulcísimos cantares.

¿Dónde está el padre entonces?

El padre está en la cátedra, en el laboratorio, en el taller, en la oficina, en el campo manejando la azada o el arado, o en el de batalla defendiendo su hogar de la invasión extranjera; tal vez cruzando los mares; pero donde quiera que esté, su pensamiento se halla fijo en aquellos seres queridos, su imaginación le presenta el momento en que los estrechará en sus brazos, y pondrá en manos de la mujer amada el fruto de sus afanes y trabajo, para que nada falte al sustento, al abrigo y al regalo de los dos.

Cuando el chiquitín empieza a andar solo, los padres se regocijan; cuando balbucea las primeras palabras, se celebra como un gran acontecimiento. Con estos hechos coincide ordinariamente el destete, que suele tener lugar cuando el niño cuenta un año o poco más, y entonces se le alimenta con sopa, fécula y otras sustancias nutritivas pero de fácil digestión; porque ni le han salido aún los dientes molares, que son los que sirven para la masticación, ni su estómago tiene suficiente fuerza digestiva para los alimentos sólidos y fibrinosos.

La madre o la maestra de párvulos comienza poco después a darle las primeras nociones del bien y del mal, dirige sus sentimientos y pone en sus labios las primeras oraciones.

Al llegar a los 7 años los dientes de leche, que no tenían raíz, le caen; otros fuertes vienen a reemplazarlos, que van saliendo paulatinamente hasta el número de 32, a saber: 4 incisivos en medio de la encía inferior e igual número en la superior; cuatro caninos, uno a cada lado de los incisivos, y veinte molares colocados cinco a cada uno de los extremos de ambas encías.

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Cuando empieza esta segunda dentición, la criatura puede comer de todo; y los padres prudentes la acostumbran a los alimentos sanos y sencillos, con preferencia a los dulces y golosinas. Desde los 6 años, el niño ya no es párvulo y puede asistir a una escuela elemental, su juicio se halla bastante desarrollado para saber lo que hace y por qué lo hace, y por consiguiente, es acreedor a premios o castigos y merece elogios o censuras según su comportamiento. La protección y el cariño de sus progenitores le siguen a la escuela o colegio; los buenos padres no escasean gastos ni diligencias para que los hijos aprendan y se eduquen convenientemente, estiman y respetan a los profesores que se encargan de la instrucción de aquellos seres queridos, y se ponen de acuerdo con ellos a fin de excogitar los medios que conviene emplear para vencer las dificultades que encuentren en la enseñanza, extirpar sus nacientes vicios y alentarlos para que se perfeccionen de día en día y adelanten en el saber y la virtud.

¡Cuán culpables son los padres que, en vez de obrar de este modo, colocan a los niños, y hasta a las niñas, en una fábrica o taller, donde reciben un mezquino jornal, premio de un trabajo superior casi siempre a sus débiles fuerzas, privándolos de la educación e instrucción, que es alimento del alma!

-Algunos lo harán porque, siendo pobres, no podrán costear la enseñanza, dijo Blanca.

-Esa sería una excusa, si los gobiernos de todas las naciones civilizadas no atendiesen a la enseñanza de todos sus súbditos. En nuestra patria, en cada población hay una o más escuelas de niños e igual numero para niñas, en que las personas de pocos recursos pagan una exigua retribución por la educación de sus hijos, y los muy pobres, absolutamente nada, facilitándoseles, además, libros y cuantos útiles son menester.

-¿Y se enseña bien en esas escuelas?

-Mira si se puede y se debe enseñar bien, que cuando hay una vacante y se provee por oposición, se presentan, a veces, cincuenta o más profesores, que prueban su idoneidad ante un respetable tribunal, el cual la confiere al que muestra mayor grado de ilustración y mejor aptitud para comunicar los conocimientos.

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-Las oposiciones serán como en las otras carreras, dijo Basilio.

-Así es. De los trece a los quince años, termina la niñez y empieza la adolescencia o pubertad; entonces el niño ha llegado por lo regular al máximo de su estatura, de modo que en la parte física sólo le falta robustecerse; también ha adquirido los conocimientos más necesarios para la vida, pero le falta madurar su juicio y formar cabal idea de los hombres y las cosas con las lecciones de la experiencia.

El adolescente sale de la escuela para continuar sus estudios en otro establecimiento, o se dedica a un arte u oficio, según las circunstancias; y la adolescente queda en el hogar paterno, que hermosea y anima con su presencia.

La madre, que pasaba sola las largas horas que la niña permanecía en el colegio, ya tiene a su lado una mujercita que le ayuda en los quehaceres domésticos.

-Así haré yo, mamá mía, interrumpió Blanca.

-Ya cuida a sus hermanitos pequeños, que encuentran en ella una segunda madre, ya embellece la habitación con las preciosas labores de sus manos, y todo acusa la presencia de una jovencita, que confirman la franca risa y los alegres cantares que salen de su rosada boca.

Esta edad ama cual ninguna los placeres, y uno y otro sexo suspiran en ella por el teatro, el baile, la reunión y el paseo; pero los padres están allí para enfrenar aquellos deseos, para prescribir el estudio y el trabajo como objetivo principal de la juventud, al propio tiempo que como antídoto contra la sed inmoderada de deleites; y ofrecen las diversiones como una compensación de la aridez de aquellos, y como un premio a la buena conducta y la aplicación.

A los 25 años el cuerpo ha llegado a su completo desarrollo y, la razón y el juicio también; regularmente, se ha concluido una carrera o se ha aprendido un oficio. Entonces el joven, que ya se halla en la edad viril, siente la necesidad de buscar una compañera con quien compartir sus satisfacciones y sus pesares. Otra familia se constituye: el hombre es pronto padre de familia, y a su vez colma de cuidados y caricias a los chiquitines que Dios le envía; entretanto, los padres que tanto se desvelaron por su educación e instrucción, se encuentran ya en la ancianidad, que empieza a los 60   -247-   años. Algunos han llamado a esta edad la segunda infancia, y es cierto que más o menos tarde, con la fuerza corporal decaen también las facultades intelectuales.

El paso del anciano es vacilante, la vista débil, la voz cascada, su rostro surcado de arrugas carece de belleza; el cabello encanece o se cae; la memoria empieza a faltarle; su comprensión se hace tardía y su conversación pesada.

Frecuentemente, las enfermedades acibaran esta última fase de la humana existencia... ¡Cuánta amargura no experimentaría el que a todas estas penalidades inevitables tuviese que añadir la ingratitud o el abandono de sus hijos! Triste y desvalido caería en la pobreza y en el desaliento, sin fuerzas para levantarse, como cae la planta trepadora cuando le falta el robusto tronco en que se apoyaba.

Pero el hombre cristiano y virtuoso, que hemos seguido desde la cuna, cuida a sus ancianos padres con solicitud y cariño, comparte entre ellos, su dulce compañera y los hijos de su amor, el fruto de su trabajo, anímalos cuando ve que sufren, los distrae, los consuela... llega el momento supremo, y toda la familia rodea el lecho del moribundo para recoger su último suspiro y recibir sus bendiciones. Después le llora, y reza sobre su tumba.

Los días de la vejez se acercan ya para el que fue buen hijo; pero no los teme, porque sabe que los suyos aleccionados por él con la doctrina y el ejemplo, endulzarán y llenarán de consuelos los últimos años de su vida.

Esta es la bendita cadena que une los individuos de una familia, a pesar de la diferencia de edades: estos lazos de amor y gratitud, esta reciprocidad de tiernos afectos, es lo que enaltece al hombre y uno de los distintivos que jamás puede alcanzar el más perfecto de los irracionales.

Dibujo niño y anciano



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