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ArribaAbajo- XIX -

Historia de España


Flora, fiel a su promesa, después de comer y jugar un corto rato con las muñecas, se encerró el jueves por la tarde en su cuartito, y escribió largo rato, presentándose luego a su mamá y abuela, y diciéndoles:

-Aquí tengo mis apuntes; en cuanto vengan papá y abuelito, si me lo permiten, daré principio a su lectura. Media hora después se hallaba ya reunida la familia, y la niña empezó a leer sus apuntes en esta forma:

Continúa la dominación goda

Sucedió a Leovigildo su hijo Recaredo, el cual, fuese que admirase las virtudes y el glorioso martirio de su hermano, fuese que siquiera los impulsos de su corazón, se hizo católico, y con él la España entera.

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Este cambio de religión no dejó de atraerle enemigos, entre los cuales cuentan algunos a su propia madre, que conspiró con un obispo arriano. El generoso monarca se   —182→   contentó con desterrar a su enemigo, la reina murió poco después, y Recaredo pudo en paz consagrarse a la felicidad de sus vasallos, muriendo en 601.

Su hijo Liuva II, joven de 20 años, no reinó más que dos y murió asesinado por otro godo audaz y de noble estirpe, llamado Viterico en 603.

Éste hubiera sido un buen rey, pero la fortuna no le ayudó en sus empresas. Quería quitar a los emperadores de occidente lo poco que les quedaba en España, y para ello no hubiera titubeado en arriesgar su vida; pero inspiró recelo a sus súbditos de que trataba de abrazar el arrianismo, y fue asesinado en un tumulto popular, en 610, confirmándose en él aquella sentencia del Maestro Divino: «Quien a hierro mata a hierro muere».

Gundemaro fue proclamado por elección, y su conducta confirmó el acierto que en ella habían tenido; pues fue magnánimo, justo y piadoso el corto tiempo de su reinado, falleciendo de enfermedad en 612.

Visto el buen resultado de la monarquía electiva en el anterior reinado, congregáronse los grandes del reino y nombraron a Sisebuto, quien, después de reducir a su obediencia la provincia de Asturias, que no quería reconocerle, y de haberse hecho casi del todo independiente de los romanos, murió de muerte natural en 621.

El sucesor de Sisebuto fue su hijo Recaredo II, que no reinó más que tres meses, pues murió en la adolescencia.

Suintila, nombrado también por elección, no defraudó las esperanzas que en él habían cifrado sus electores; hombre de excelentes dotes de mando y buenas prendas morales, rindió a los gascones, que ocupaban la Navarra, y emancipándose completamente de los romanos, quedó soberano único de la nación.

Con la molicie de la paz perdió algo de la severidad de sus costumbres, y por esto, y por haber asociado a su hijo Rechimiro al gobierno de la nación, con objeto de legarle el mando; los godos, que creyeron ver en esto un ataque a su derecho de elección, le destronaron en 631.

Sisenando alcanzó la corona, humillándose a los grandes y prelados, y con el favor de éstos se afirmó en el trono, que perdió con la vida, falleciendo en 636.

Chintila reinó tres años, y nada notable ocurrió en esta época, a no ser la persecución que emprendió contra los judíos. Murió en 639.

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Por elección, como sus antecesores, fue proclamado Tulga; aunque muy joven era prudente, caritativo piadoso, y hubiera podido ser un gran rey; mas murió en la flor de su edad en el año 642.

Chindasvinto escaló el trono por medio de la fuerza, y apoyado en un numeroso ejército, y para que los godos no se resintiesen de la infracción a su derecho de elegir monarca, trató de borrar con un gobierno justo y paternal y dictando sabias leyes. Dúdase si consiguió su objeto, pues a los diez años de su reinado falleció de enfermedad, que algunos creen resultado de un veneno, en 652.

A pesar de lo dicho, Recesvinto sustituyó a Chindasvinto, su padre, y fue uno de los mejores reyes godos. Si algunos se mostraron descontentos de su elevación al trono, pudo al fin ganarlos, imitando la conducta de su antecesor; y desplegando virtudes privadas y dotes excelentes de gobierno, consiguió reinar 20 años con general aplauso, y ser llorado de su pueblo cuando pagó el general tributo de la humanidad en 672.

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Wamba era un hombre modesto, virtuoso, valiente y de claro entendimiento, tan poco ambicioso y tan distante de aspirar a ceñirse la corona de la monarquía goda española,   —184→   que, cuando fue elegido para esta alta magistratura, se resistió con todas sus fuerzas antes de aceptar, y no cedió a los halagos ni a las súplicas, viéndose obligados los emisarios a amenazarle con la muerte.

Aunque aceptó de mala gana, cumplió bien los deberes de un monarca; mostró una grandeza de alma que no es muy común por desgracia; deshizo una escuadra que los árabes enviaban contra España y hacía concebir risueñas esperanzas a los hombres de buena fe; mas el conde Ervigio, su enemigo, envidioso de su gloria, le envenenó. No surtió el tósigo el efecto que el traidor conde se propusiera, pero sí una gravísima y larga enfermedad, durante la cual rapó el irreconciliable enemigo los cabellos y la barba del monarca enfermo.

Cuando éste volvió en sí y se vio en tal estado, siendo el cabello y la barba señal de distinción y nobleza entre los godos, se retiró al monasterio de Pampliega, abdicando la corona en 680.

Sucediole Ervigio, autor de su desgracia, que temeroso de ser víctima de iguales manejos, se apoyó en el clero, que era entonces el elemento más poderoso, y so pretexto de robustecer el poder de la religión, robustecía el propio, afianzando su autoridad. Murió en 687.

Egica, pariente y admirador de Wamba, castigó a cuantos habían tomado parte en el envenenamiento y motivado su abdicación; fue buen rey, y el último de los godos a quien se puede calificar así. Murió en 701.

Witiza, su sucesor, empezó su reinado con buenos auspicios; pero, entregándose después a sus pasiones, fue cruel, vicioso y de escandalosa conducta, con lo cual dio lugar a que estallase una sedición, a cuya cabeza estaba don Rodrigo, hijo de un noble a quien él había mandado sacar los ojos. Impusiéronle igual pena al monarca, arrojándole del trono en 709.

Rodrigo empezó por donde el anterior había concluido, y entregándose desde luego a los vicios, temía igual suerte que su antecesor, creyendo ver en cada vasallo armado un enemigo, y en cada ciudad un baluarte levantado contra su dominación. En consecuencia, derribó las murallas de casi todas las ciudades de España; y mandó convertir las armas en instrumentos de labranza, pero la triste experiencia se encargó de demostrarle que no es así como se afianzan los tronos.

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El conde don Julián, a quien había robado una hija, se unió con los hijos de Witiza y llamaron a los árabes, que no esperaban más que una ocasión para apoderarse de la península. Un ejército sarraceno pasó el estrecho y desembarcó en Tarifa, apoderándose en poco tiempo de las mejores plazas de la Bética y Lusitania. Tarde conoció el peligro el indigno monarca, y reuniendo un ejército numeroso, pero compuesto de gente débil y afeminada, presentó la batalla cerca de Jerez de la Frontera, a orillas del Guadalete, y fue vencido, ignorándose si pereció ahogado o huyó a lejano país a esconder su deshonra. La mortandad fue horrible, los moros quedaron dueños del campo y también de la nación; de este modo los que intentaron vengarse del rey, consumaron la ruina de su patria.

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Termina, pues, la dominación de los godos y empieza la de los árabes en 711.




ArribaAbajo- XX -

¡Pobre caballo!


No había concluido la lectura cuando entraron doña Amparo y Teresita, que rogaron a Flora no la interrumpiese.

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Poco después de terminada, llegaron Tomasito y su hermana, que se llamaba Luisa, en compañía de sus padres, y momentos después don Basilio, el antiguo militar, que por haber sufrido una ligera disposición había faltado a la tertulia algunas noches.

Tomás, que se iba aficionando a la Historia Natural, preguntó si aquella noche les explicaría don Prudencio las costumbres de los animales, pues así les llamaba él en su inocente lenguaje.

-No hay inconveniente por mi parte -dijo don Basilio-; me gusta oír el relato de las diferentes especies de animales que Dios nos ha dado para servirnos, acompañarnos y alimentarnos, especialmente del caballo, que, después del perro, puede decirse que es nuestro más fiel compañero.

-Ya he concluido lo relativo a los cuadrúpedos y a las aves, mi respetable amigo.

-Lo siento, porque ya lo hubiera amenizado con la historia de un caballo y de la familia a quien pertenecía; y nombro primero el caballo que la familia, porque el animal influyó de un modo poderoso en su prosperidad y en su desgracia.

Todos los contertulianos a una voz rogaron al caballero que no dejase por eso de relatar la curiosa historia, pues todas las ocasiones son oportunas, decía Sofía, para oír unos sucesos interesantes y narrados por persona que tal realce sabe dar a su conversación.

El caballero agradeció el cumplido de la joven señora de la casa, y sin esperar nuevas instancias empezó su historia en estos términos:

«Antonio era un hombre feliz. Tenía una madre amante y virtuosa, que le había educado en el temor de Dios y le había inculcado sentimientos de ternura; una esposa joven y amable, económica y hacendosa; tres niños y una niña robustos y vivarachos; gozaba buena salud, y tenía la conciencia tranquila. En cuanto a sus bienes de fortuna consistían en una pequeña casa, un huertecillo, una tartana y un caballo.

Residían en un pueblecito situado en el llano de la provincia de Barcelona, levantado no lejos de otro de no mayor importancia, inmediato al ferrocarril; y Antonio hacia dos viajes diarios a la estación para transportar a los viajeros que desde ésta quisieran trasladarse al pueblo en que él moraba, lo cual, si en invierno, no le producía grandes ganancias, en el verano le reportaba bastante producto, pues eran muchos los habitantes de las ciudades que en aquella época deseaban disfrutar del apacible clima, hermoso cielo y plácidas florestas de aquel modesto y encantador pueblecillo.

Toda la familia, desde la anciana Bernarda, objeto de cariño y respeto, así de los padres como de tos pequeñuelos, hasta el inocente Joaquinito, el menor de los muchachos, miraban al hermoso caballo con cierto afecto que no estaba exento de gratitud, pues el pobre animal contribuía con su trabajo al bienestar de la familia, y era de ver cuando Antonio regresaba de la estación, cómo después de besarle sus hijos, dándole la bienvenida, acariciaban al manso animal dándole el uno palmaditas en el cuello, echándole el otro una manta sobre el lomo, para que no se le resfriase el sudor, y acercándole el otro al hocico un pedacito de pan o un manojito de fresca yerba.

Así transcurría la tranquila existencia del honradísimo Antonio, ahorrando en el estío para pasar el invierne con cierto bienestar, habiendo ocasiones en que podían auxiliar a otras familias más desgraciadas; pero el tiempo no pasa en vano, y es opinión común que transcurre más deprisa para aquéllos que se creen felices, si bien su duración exacta es igual para todos, siendo la disposición de nuestro ánimo la que hace las horas veloces en la dicha y largas en el infortunio. Pasaron, pues, los días y los años, la nieve cubrió la cabeza de Bernarda, algunas y hebras de plata brillaban en los cabellos de Antonio, y el bolo apuntaba ya en el semblante de Blas, el mayor de los muchachos. Si estos efectos había producido en los racionales, ¿qué no debía haber influido en el caballo, cuya existencia es más corta y, por consiguiente, más rápida la decadencia?

Cada día el paso del animal era más pesado, y algunos viajeros que una vez lo probaban, otra preferían algún otro carruaje, tirado por cuadrúpedo más ligero.

Blas, que era entonces el tartanero, insinuó a su padre la idea de vender el caballo; pero las mujeres y Joaquinito se pusieron a llorar, diciendo que era una crueldad y una ingratitud dar tan mal pago al que los había alimentado y librado de la miseria durante años enteros.

-Y, ¿qué hemos de hacer con él? -decía el joven.

-Mantenerle hasta que se muera -contesto la niña-; primero nos ha mantenido él a nosotros.

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-¡Tenéis unas cosas! -repuso Blas-; ¡cómo si los caballos fuesen personas!

-No son personas -contestó Antonio-; pero en algunas ocasiones son acreedores a nuestro cariño y reconocimiento, y en este caso se halla el pobre Castaño.

-En resumen, ¿qué resuelve usted? -insistió impaciente.

-Que en adelante no haga más que un viaje diario a la estación, que si no sube mucha gente nos resignaremos a ganar menos, y después, si podemos comprar otro, ése lo alquilaremos para trabajos menos penosos, hasta que Dios quiera.

No le gustó mucho al joven la determinación, y aquella tarde apaleó de lo lindo al Castaño, porque andaba poco, pues, aunque el muchacho no tenía mal corazón, era voluntarioso y hubiera querido que su padre accediese a su deseo de vender el caballo y comprar otro, que se aviniese mejor con el fogoso carácter del joven tartanero.

Un día Blas y el caballo salieron como de costumbre muy de mañana; el padre creyó que había ido a recoger los viajeros del primer tren, pero Manuel, el otro hermano, entró en el cobertizo donde se guardaba la tartana y vio con gran sorpresa que aquélla estaba en su lugar.

Comunicó la noticia a la familia, y todos se sorprendieron en gran manera, especialmente el padre, que temió alguna calaverada, pues su hijo mayor se iba volviendo cada día más terco gracias a la compañía de un mal amigo que había adquirido.

La familia de Antonio pasó todo el día en la mayor ansiedad. Era domingo, y especialmente las mujeres rogaron a Dios durante la Misa, para que ninguna desgracia sufriese el mal aconsejado joven.

Ya muy entrada la noche, presentose Blas, a sus padres, dando vueltas entre sus manos a la gorra, entre turbado y alegre.

-¿De dónde vienes, botarate? -preguntó el padre.

-Padre mío, perdóneme usted... ¡el caballo!...

-¿Qué has hecho de él?

Entre tanto habían acudido la abuela y los niños.

-Pues como iba diciendo... el caballo... le he vendido.

-¡Pobre caballo! -exclamaron a coro las mujeres y los muchachos.

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Antonio se adelantó con enojo hacia su hijo, pero su esposa le detuvo.

-¡Acaba! ¿A quién le has vendido? ¿Por qué?

-¡Bah! El Castaño ya era viejo.

-Pero había envejecido en nuestro servicio, ¡ingrato!

-Sí, vaya usted a contarles eso a los que bajan del tren, que no quieren subir en nuestra tartana, porque el caballo anda poco. Le he vendido a la empresa de la plaza de toros.

-¡Qué muerte tendrá el pobrecito! ¡Qué muerte! -dijo la abuela llorando.

La madre de Blas, enjugó también una lágrima.

-No sólo eres ingrato para los animales, sino que tienes el corazón duro para la familia -observó el padre-. Yo daría un año de existencia por ahorrar una lágrima a mi buena madre; tú las has hecho derramar a la tuya y a la mía.

-¿Por qué han de llorar por eso? Ya compraremos otro.

-¿Con qué capital cuentas para ello?

El muchacho estaba visiblemente embarazado.

-Yo no sé si he hecho bien o mal -dijo-. Por el Castaño me han dado una onza, y cuando me he visto con tanto dinero he tomado un billete de la lotería, que me ha costado cien reales. ¡A ver si salimos de pobres de una vez!

Ustedes comprenderán que Antonio reprendió severamente y con sobrada razón, a su hijo por la doble calaverada de aquel día.

La lotería no les cayó, y por consiguiente no se pudo comprar otro caballo.

Pasaron fugaces los hermosos días del verano. Llegó el melancólico otoño, y tras él un invierno largo y riguroso, con la consiguiente carestía de comestibles; y durante él, Antonio pasó una larga enfermedad, y Blas tenía que ir a trabajar al jornal cuando encontraba quien le llamase. Los once duros sobrantes de la venta del caballo, estaban muy lejos ya, y como no había esperanza de comprar otro, tuvo que venderse también la tartana.

Muchas veces se arrepintió Blas de su necia determinación de aquel día, y cuando su padre había entrado en la convalecencia y se reunía la familia alrededor del fuego en los días lluviosos o en las largas noches de invierno, solían decir Joaquinito o la niña: ¡Ahora si tuviéramos el caballo! ¡Tal vez no estaríamos tan pobres!

Entonces el hermano mayor contestaba pesaroso:

-No me   —190→   habléis de eso; ahora lo alquilaríamos para sacar agua de una noria o para arar, y me ayudaría a ganar el jornal. ¡Cómo ha de ser!

Cuando después de algunos años murieron el padre y la abuela, Blas dejó a su madre y sus hermanos al cuidado de Manuel, y se fue a Barcelona, donde recordando sus antiguos hábitos, se puso al servicio de un alquilador de carruajes, y fue más compasivo con los jacos de alquiler, que lo había sido con el caballo de su padre. La experiencia le enseñó que Dios nos ha dado el dominio sobre los brutos para emplear sus fuerzas en nuestro servicio, pero comprendió también que place al Supremo Creador que seamos misericordiosos con los que son tan inferiores a nosotros en la inteligencia».

Todos los concurrentes aplaudieron la interesante historia, y doña Amparo dijo:

-Yo tuve intención de interrumpir al amigo Burgos, cuando nos hacía la descripción de las aves, para referir también un suceso acaecido a cierta familia amiga mía, en el que una paloma tomó una parte, si no tan activa como el caballo, bastante importante.

-¡Qué bonito será eso! Sírvase usted contárnoslo -dijo Flora batiendo las palmas de contento.

-Si tal hago os privaré de una utilísima explicación de Historia Natural.

-No importa, la recibiremos otra noche, ¿no es verdad, don Prudencio? -dijeron Tomasito y su hermana.

-En efecto -contestó el de Burgos-, me será muy grato diferirla por tal motivo, señora mía.

-Pues entonces doy comienzo a mi relato.




ArribaAbajo- XXI -

La paloma mensajera


«Don Rosendo del Valle solía pasar grandes temporadas en una bella casita en la villa de X con su esposa y sus lindas hijas. Norberto, único hijo varón, mayor que aquéllas, estudiaba en Madrid, y pasaba las vacaciones en compañía de sus padres, en la pintoresca villa, entregándose con ardor al ejercicio de la caza, en cuanto le era posible, pues en aquellas llanuras no era dable tirar sino a las codornices o a las alondras.

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Norberto no tenía más que 14 años, así es que sus padres, que le veían con temor emprender sus excursiones con su escopeta al hombro, no le permitían salir sin un criado de confianza.

Una mañana, el muchacho madrugó más de lo regular, puso su almuerzo en un morral, y echándose la escopeta al hombro, salió alegre y lleno de esperanza.

Poco después le alcanzó el criado.

-¿Adónde vas, impertinente? -dijo Norberto- Hoy quería yo cazar solo.

-Está bien -respondió el doméstico-. Usted cazará solo y yo lo miraré.

El joven anduvo largo trecho seguido de su fiel criado, que maldecía la ligereza de las piernas de su señorito, sin que encontrasen pelo ni pluma.

El sol empezaba a picar más de lo que convenía al novel cazador, el cual buscó la sombra de una copuda encina, y recostándose contra el tronco, sacó las provisiones de su morral y almorzó con buen apetito, llamando a su compañero, para que participase del desayuno.

Terminado éste, y habiendo dado entre amo y criado buena cuenta del jamón, las chuletas y el queso y de un blanco pan, sintieron que la sed les aquejaba, y manifestando el último que allí cerca estaba la casa de campo de un rico propietario conocido suyo, se dirigieron allá, y Miguel, que así se llamaba el sirviente, pidió a una muchacha que estaba barriendo la entrada, un vaso de agua para su señorito.

La muchacha les invitó a sentarse, pero Norberto rehusó, y después de haber bebido y dado una propina a la criada, salió de la casa mientras Miguel preguntaba por la salud de los dueños de la misma.

-Todos están buenos, pero...

-¿Qué significa ese «pero»? -dijo Miguel.

-Significa -repuso la joven-, que el amo es una fiera, la señora una mártir y la niña... pero no está bien que los criados murmuremos.

-Tienes razón; adiós, Calixta.

-Adiós, Miguel.

Este último corrió a reunirse con su señorito cuando oyó un tiro. Acercose a Norberto, el cual le dijo:

-Corre, ayúdame a buscar un pájaro gordo que ha caído.

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-Tal vez se habrá usted equivocado.

-¿Por qué? ¿Te piensas que no sé tirar al vuelo? Lo que me hace falta es un buen perro.

-Yo haré de perro. No se pierda por eso.

Y buscando ambos, vieron entre unas matas una hermosa paloma blanca, cuyas lustrosas plumas ostentaban manchas de sangre.

-¡Mírala qué hermosa! -dijo Norberto con júbilo- ¿No te decía yo que la había muerto?, o al menos la he herido -dijo levantando la paloma y viendo que aleteaba con fuerza.

-Ésta es una ave doméstica -dijo Miguel-, y quiera Dios que no nos pidan cuenta de ella.

-¡Qué veo! -exclamó el joven cazador.

-Mira, tiene una cintita que cruza por debajo de las alas y está atada encima, y aquí enrolladito un papel.

-Veamos lo que dice -contestó el criado.

Herido y detenido el conductor del correo, menor delito será el enterarnos de la correspondencia.

Norberto entre tanto, ya había desenrollado el papel, que, escrito con lápiz y con mala letra, decía:

«Abuelitos míos:

Sufro mucho, vengan ustedes, o envíenme a buscar.

DOLORES».



Amo y criado se quedaron pensativos.

-¿Qué te parece de esta aventura, Miguel? -dijo Norberto.

-Me parece -contestó el interrogado-, que ha causado usted un gran daño sin pensarlo y sin quererlo.

-Pero, ¿qué opinas? ¿Quién puede haber escrito este papel? ¿Cómo lo han ido a colgar en las alas de una paloma?

-Muy sencillo. La paloma no andaría por el aire, eso yo lo fío. La persona que se lo lía puesto la tendría en su casa, como nosotros tenemos el gato y las gallinas.

-Vamos a casa -dijo Norberto- y veremos si podemos curar la herida de la paloma, y si papá y mamá nos ayudan a descubrir este misterio.

Al llegar a su vivienda, el bañado cazador se presentó a sus padres y hermanas bañado en sudor, y entre alegre y pesaroso del éxito de su expedición.

-¡Ay, qué paloma tan bonita! -dijo la menor de las niñas- ¿Me la das para mí?

-¿Cómo la has cogido viva? -interrogó la otra-. ¡Callad! Si es toda una aventura -contestó Norberto.

Y refirió enseguida el suceso, enseñando el papelito.

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La madre, que era muy compasiva, había mandado traer aceite y estaba lavando las heridas de la avecilla, que no tenía sino un perdigonazo en el pecho y otro en el ala izquierda. Levantó la vista y miró a su esposo sorprendida.

-Miguel parece que adivina algo de esto -continuó el narrador.

-A ver, llámala -contestó el padre.

El criado se presentó, y preguntáronle sus amos si sabía o sospechaba quién era el dueño de aquella paloma y el autor del doloroso escrito.

-Permítanme -dijo el interrogado- que antes de responderles les dirija una pregunta.

¿Conocen ustedes a la hija del señor Juan, que casó en segundas nupcias con Jorge el labrador, que tiene una casa de campo al pie de la colma de la Cruz negra?

-Sí, por cierto -respondió el amo.

-¿Saben ustedes cómo se llama la hija que ella tenía de su primer marido?

-Yo no.

-Yo sí, se llama Dolores -dijo la señora.

-Pues ya está descifrado el enigma -respondió el criado.

-Es verdad, Dolores firma ese papel -observó Norberto.

Miguel, tomando la palabra, dijo:

-Rosalía, la hija de Juan, que es un ángel, había estado casada con un pequeño propietario, el cual al morir le dejó una casita y una huerta, cuyo usufructo podía disfrutar la viuda entregándole a la niña que de este matrimonio había nacido, cuando llegase a tomar estado.

Rosalía casó en segundas nupcias con Jorge, que es un avaro sin corazón, con un genio como un tigre; de modo que a su esposa la trata bastante mal y en cuanto a la pobre entenada, que es una preciosa niña, le tiene odio, porque un día ha de heredar la casa y la huerta, que él se ha acostumbrado a mirar como suya.

Por la menor falta le pega cruelmente y la encierra en una especie de torreón medio ruinoso, donde no le da más alimento que pan y agua.

-¡Pobre Rosalía! -dijo la señora-, ¡cuánto sufrirá su corazón de madre!

-Pero, ¿cómo sabes tú todo eso? -interrogó don Rosendo.

-Porque la muchacha que tienen es amiga mía. Hoy mismo ha visto el señorito cómo he hablado con ella.

Refirió entonces lo acaecido, y añadió:

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-Yo calculo que la niña se llevaría o le habrán enviado algún palomo de casa de su abuelo, que tiene un hermoso palomar, y calculando la pobrecita con un juicio superior a su edad (pues sólo tiene unos doce años) que, dejando en libertad la inocente avecilla, volvería al palomar, lo hizo así con la precaución de atarle antes la cintita con el consabido papel.

-Es posible que tenga razón -dijo don Rosendo-; pero ¿qué hacemos en este caso?

-Por tu culpa -observó la menor de las hermanas, dirigiéndose a Norberto-, ha resultado infructuosa la estratagema de la pobre niña.

-¡Qué sabía yo! -contestó mohíno el cazador.

-Quizá no tanto como tú te figuras, hija mía -dijo el padre.

Miguel recibió orden para retirarse, y salió.

Ya sola la familia, don Rosendo habló en estos términos:

-Tú, amiga mía -dirigiéndose a su esposa-, puedes llegarte a casa del señor Juan y referirle lo acaecido. Tú, hijo mío, serás más prudente en adelante, y no tirarás tan cerca de los caseríos, donde pueden volar las aves domésticas, y aún tirando bajo personas tan inexpertas como tú, pueden acarrearse serios disgustos, ocasionando graves desgracias.

Hubo un tiempo en que la caza era una necesidad, porque, viviendo las gentes más aisladas y abundando más los lobos, tigres y otras fieras, era preciso exterminarlos o vivir prevenido para sus agresiones. Más tarde, ya en la edad media, la nobleza, que era ignorante y no podía saborear las dulces satisfacciones de la inteligencia, cultivando las bellas artes, las ciencias o la literatura; cuando no se ejercitaba en la guerra, no tenía otra distracción que la caza.

Ahora los tiempos han cambiado. Ir a caza no es ya propio más que de los hombres cuya precaria situación los reduce a ejercerla como medio de subsistencia. Para personas de nuestra clase, sólo puede aceptarse bajo el punto de vista higiénico, y en ese concepto no me disgusta verte con tu escopeta al hombro, emprender un largo paseo matutinal que te abre el apetito, y a favor del cual respiras el aire puro del campo, de que tus pobres pulmones se ven privados todo el año en el colegio. Duéleme, sin embargo, que me presentes a veces una golondrina o un jilguero   —195→   muerto o herido; pues estos inocentes animalitos ni son perjudiciales a la agricultura, ni sirven para prepararnos con su carne un sabroso y abundante almuerzo.

-Pero, ¡papá! -insistió Norberto-; yo quiero ser militar y me conviene ejercitarme en el manejo del arma y afinar la puntería.

-Cuando concluyas los estudios de segunda enseñanza, si persistes en tu propósito, ingresarás en un colegio especial, según el arma por la cual te decidas, y allí te enseñarán eso y todo lo demás que sea necesario, sin que te ejercites en matar inocentes avecillas.

-¿Y qué haremos de la pobre herida? -dijo Anita.

-La conservaremos en nuestro poder -respondió el padre- hasta ver si recobra la salud; y entonces, si la quieren sus dueños, fuerza será entregársela.

-Me parece -observó la madre- que podremos hacer una proposición a los abuelos de Dolores, si tú no lo llevas a mal, Rosendo mío.

-Sabes que nunca me opongo a tus proyectos; pero, en fin, veamos.

-Había pensado decir al señor Juan y a su esposa que no se den por entendidos del mensaje de la paloma, y que no se quejen a Jorge, porque esto agravaría la situación de las dos víctimas. Nosotros iremos mañana paseando y pediremos, como ayer nuestro hijo, que nos permitan reposar un rato o nos sirvan un vaso de agua; preguntaremos después por la niña, a quien las mías conocen, y pediremos permiso para traerla unos días con nosotros. Esto lo conseguiremos sin gran trabajo, pues Jorge no ama poco ni mucho a Dolores; y Rosalía, que por no afligir a sus padres no les cuenta lo que ambas padecen, nos agradecerá que libremos a la niña, aunque sea temporalmente, del mal trato de su cruel padrastro. Después resolveremos lo que creamos más prudente, sobre entregarla a los abuelos o dejarla en compañía de nuestros hijos, si aquéllos y la madre lo consienten.

-¡Sí, sí, mamá! -exclamaron las dos niñas-; siempre con nosotros, ¡tendremos una hermanita más!

-Vamos -dijo Norberto-, ya voy yo viendo que he prestado un servicio a esa muchacha hiriendo a su cartero.

-Pero, papá -observó la hija mayor-, tendrá mucho talento esa niña, que ha discurrido un medio tan ingenioso de comunicar a sus ausentes abuelos las penas que sufre.

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-La idea no es nueva -contestó el señor del Valle-, aunque yo no le quito a la niña el mérito de haberla aprovechado. En diferentes ocasiones se ha hecho uso de las palomas correos para comunicarse muchas noticias, especialmente en tiempo de guerra en que no podían pasar los emisarios ni funcionar los telégrafos. Los inocentes volátiles pasaban tranquilas sobre el ejército enemigo.

-Yo comprendo -dijo Anita- que se envíen cuatro o cinco palabras, pero... ¡muchas noticias!

-Y oficios y órdenes, y periódicos enteros.

-¿Y pueden volar con tanto peso? -insistió la niña.

-Es que son más pequeños que el papelito de Dolores.

-¡Vamos! Se está usted burlando de mi credulidad.

-No, querida. Te hablo muy formalmente.

-Pues ¿cómo hacen aquellas letras tan pequeñitas?

-Las hacen o las imprimen con el tamaño regular; las reducen después por medio de la fotografía a un tamaño infinitamente menor, y luego las leen con el auxilio del microscopio.

-¡Ah! ¡Ya comprendo! Como aquel alfiletero tan lindo que tengo yo, en el que con un agujero pequeñito se ve un cuadro grande de la Purísima Concepción.

-Cabalmente.

-¡Qué cosas discurren los hombres! -dijo sentenciosamente la niña.

-Sí, hija, sí; el hombre estudioso que aprovecha los grandes medios que la ciencia le suministra, que se vale de todos los auxiliares que la Divina Providencia ha puesto en sus manos, que utiliza los animales como dóciles agentes de su voluntad, en lugar de destruirlos por diversión o por cruel capricho, consigue grandes resultados en sus empresas; sobre todo si éstas son justas y tienen la moral y el deber por fundamento.

En la misma tarde se dio principio al plan que aquella virtuosa familia había concebido. Pronto se encontró Dolores en su seno y fue tratada como uno de sus hijos.

Don Rosendo propuso a Jorge que, pues las niñas se habían encariñado con su entenada, la dejase indefinidamente en su compañía, que gozase en paz el usufructo de las fincas que a aquélla pertenecían por legado de su padre, pues ellos se contentaban con la presencia en su hogar de aquella inocente criatura.

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No hay que decir si la proposición fue del agrado del avaro Jorge, ni si Rosalía cedió con gusto la hija de sus entrañas a unas personas que, en lugar de los malos tratamientos que a su lado sufría, habían de proporcionarle comodidades, excelente ejemplo y esmerada educación.

En efecto, la niña fue como la tercera hija de don Rosendo, y con él y su familia pasó a vivir a la ciudad, donde más tarde contrajo un ventajoso enlace.

En cuanto al ave mensajera, curó de las heridas y fue la leal compañera de las tres niñas, y aún de Norberto, pues, como es sabido, las palomas no tienen hiel; y así no guardó rencor al cazador por su injusta agresión.

Tanto la mimaban, que, aunque andaba suelta y no le cortaron las alas, nunca volvió al palomar del señor Juan. Posábase en el hombro de una de las niñas, tomaba de los labios de otra la miguita de pan o el grano de maíz, y en su agradable compañía permaneció hasta que la vejez puso fin a su existencia».

Toda la concurrencia aplaudió la historia de la paloma y la amabilidad de la narradora; las señoras elogiaron el comportamiento de don Rosendo y su familia, y los niños no se dieron por satisfechos con la breve explicación que doña Amparo había puesto en boca del padre de Anita, y las pidieron más amplias acerca de la fotografía y de las palomas-correos.

Don Prudencio tomó la palabra y dijo:

-El ingenio del hombre, aplicado a descubrir los secretos de la naturaleza, a investigar las maravillas con que Dios ha enriquecido nuestra morada, descubre cada día nuevos secretos.

Un físico inventó la cámara oscura, esto es, un lente convexo que aplicado a una pequeña abertura practicada en la madera de una ventana, que domine un paisaje más o menos bello, más o menos poético, y cerrando la ventana se refleja en un cartón colocado tras de aquel lente el paisaje del exterior con todos sus detalles, de manera que viene a ser un cuadro en miniatura; pero cuadro animado, vivo, radiante de luz, movimiento, y colorido. Abríase, empero, la ventana y desaparecía completamente la bellísima pintura.

Míster Daguerre trabajó quince años consecutivos con objeto de alcanzar el maravilloso invento, que consiste en fijar y hacer estable este cuadro fugitivo. Para conseguirlo   —198→   basta sustituir el cartón con una lámina de cobre, chapeada de plata y cubierta de una capa de yodo hábilmente preparada. Sobre esta capa tan tenue obra la luz, de manera que evapora la parte de yodo sobre la cual no se proyecta sombra alguna, y queda descubierta la plata, imprimiéndose así los más minuciosos detalles, los rasgos de la fisonomía, los más delicados contornos de un objeto cualquiera. El cuadro, desaparece al sacarlo de la cámara oscura y el mismo yodo no presenta a la simple vista alteración alguna; pero exponiendo la chapa a una corriente de vapor de mercurio, lo que no era posible que distinguiesen nuestros ojos, va apareciendo ante ellos como por encanto.

Ni el pincel más hábil guiaría mejor el color de lo que lo hace la naturaleza. El vapor va recorriendo por sí mismo todos los puntos que la luz ha herido, y aparecen como por encanto los edificios, los árboles, las montañas, todo el cuadro, en fin, exactamente reproducido.

Vino la fotografía a perfeccionar la obra, y reproduce miles de ejemplares de lo que se pinta en la chapa, y lo mismo que copia fielmente la fisonomía humana, los cuadros de la naturaleza y las perspectivas de los edificios, reducidos a un tamaño mucho menor, disminuye en igual proporción las láminas y las letras.

-No entiendo mucho esas cosas -dijo Luisita-, pero de todos modos agradezco la explicación.

-Una cosa semejante me sucede a mí -añadió Flora.

-Basta que por ahora lo comprendáis vagamente, para que admiréis; como os he dicho al principio, los medios que ha puesto el Señor en manos del hombre estudioso y perseverante, para perfeccionar las artes e inmortalizar su nombre, haciéndose útil a la humanidad.




ArribaAbajo- XXII -

Un poeta


Al día siguiente, cuando Flora salió del colegio, le presentaron un sujeto para ella desconocido, que acababa de llegar de un largo viaje. Era un primo lejano de Sofía, y hallándose de paso en la ciudad, había sido invitado a pasar un par de días con los señores de Burgos.

Horacio, que así se llamaba el forastero, era un joven de unos 21 años, alto, delgado, de elegante figura, cara ovalada,   —199→   algo pálida, grandes ojos de expresión un tanto melancólica y cabello castaño.

-Me han dicho que eres poeta -dijo Sofía al terminar la comida.

-¿Qué es ser poeta, papá?, ¿qué hay que estudiar para eso? -dijo Flora a Prudencio.

Aunque la niña habló en voz baja, no dejó de percibir alguna palabra el huésped, que preguntó sonriendo:

-¿Qué dice la linda Flora?

La niña repitió las palabras en voz un poco más elevada:

-Algo difícil es, hermosa niña, definir un poeta, así que contestaré en sentido inverso de lo que tú has preguntado, dejando lo más arduo para lo último.

Poco he estudiado en verdad para ser poeta. Mis estudios son la medicina y la cirugía; esto es, el arte de curar. Me doctoré el año pasado, y pienso dedicarme con todas mis fuerzas a una profesión tan honrosa como útil a la humanidad.

Hago versos por afición y por deleite, como un solaz de otros trabajos más serios: he estudiado retórica y poética, he leído los clásicos españoles, conozco algo los poetas griegos, y escribo una letrilla o un romance cómo el pájaro canta o el insecto susurra; porque la poesía es el lenguaje de mi alma y con ella expreso mejor que con la prosa mis placeres y mis dolores morales.

-Falta la primera parte de la pregunta de mi hija, que parece ha de ser la segunda de la respuesta -dijo Prudencio.

-Un poeta -continuó el doctor- es, según unos, un ser sobrenatural dotado de cualidades superiores, su inspiración tiene algo de divino, y su nombre debe quedar grabado en bronces y mármoles que lo inmortalicen; según otros, el poeta a quien suelen llamar coplero, es un pobre diablo que jamás tiene un real y a quien el hambre y la desnudez obliga a vender sus versos a cualquier precio, y lo que es peor, a mendigar el favor de los grandes y ricos.

Confirma la primera opinión el lacónico adagio vulgar que dice: «El poeta nace», como reconociendo que hay en él algo que le distingue de la generalidad de sus conciudadanos. Confiesa lo segundo nuestro elegante escritor Martínez de la Rosa, en el epitafio que pone en su «Cementerio de Momo», que dice así:

  —200→  

Aquí enterraron de balde
Por no hallar una peseta...
No sigas: ¡Era poeta!



Huyendo de toda exageración, he de confesar que en mi concepto los que dicen el poeta nace dicen más verdad de lo que ellos mismos se figuran, y que ese algo que existe en el que no es común en los hombres, no es precisamente la facilidad de versificar (si bien es cierto que hay sabios que jamás han sabido hacer un pareado, mientras otras personas que no poseen un gran talento hacen versos con facilidad suma), pero repito que hay otra cosa que distingue al verdadero poeta.

El estudio, el talento pueden producir un hermoso poema, un drama o cualquiera otra composición; la imaginación creará cuadros de vivo colorido y deslumbradora belleza, pero si el sentimiento no los poetiza, no les comunica vida y calor, el lector no sentirá sus párpados humedecidos por una lágrima, ni su voz embargada por la emoción, ni se alterará la regularidad de los latidos de su pecho: la armonía de los versos será como el sonido de la lluvia, acompasado, grato al oído, pero sin hacer vibrar ninguna fibra en el corazón, sin producir eco en el alma.

Los poetas sienten de un modo especial, y esa exuberancia de amor o de celos, de ternura o de cólera, de dolor o de felicidad, al derramarse en sus composiciones; se comunica al que las lee, haciéndole participar, aunque en menor grado de los mismos afectos.

Las bellas artes tienen por objeto imitar la naturaleza. Así mientras el músico y el cantor expresan, el uno con palabras medidas y rimadas, el otro con sonidos armónicos y misteriosos, no sólo los sentimientos y las pasiones humanas, sino el susurro del céfiro entre las hojas y los horrísonos bramidos de la tempestad; el murmullo del arroyo y los mugidos de los mares; el amoroso arrullo de la tórtola y el zumbido de los insectos; la pintura copia los rasgos de la fisonomía, e imprime, además, a las facciones humanas la expresión del talento, de la ignorancia, de la cólera, de la resignación cristiana, de la cándida alegría y de todos los estados de que es susceptible el ánimo, ya tranquilo, ya dominado por diferentes afectos o pasiones. Disponiendo la pintura de infinitos recursos, así traslada al lienzo o al papel paisajes, pueblos, palacios o cabañas, que sólo existen en la fantasía del artista, como da a conocer   —201→   al que nunca ha visitado un país sus bosques, sus montañas, sus ríos, sus edificios con todos los encantos de que le ha dotado la naturaleza.

La escultura presenta los objetos da bulto o de relieve, y comprenderás fácilmente que no puede imitar a la pintura trazando un cuadro entero, con su cielo diáfano y sereno, y sus ondas azules o rosadas; pero es admirable la habilidad con que da al durísimo bronce o a la tosca piedra la forma de un ser humano, dotado a veces de sublime belleza; ora nos presente el escultor la imagen del Hombre-Dios, tal como ellos en éxtasis religioso la han concebido, ya la de la Virgen María, llena de mística y poética hermosura, ya trace ángeles de cabezas sonrientes y formas encantadoras, ya nos presente un personaje histórico, ya una figura mitológica, con el rostro y el talle que tuvo o debió tener, según los hechos que se le atribuyen.

Hasta la escultura, la más severa de todas las bellas artes y más sujeta que todas a reglas que cortan, digámoslo así, los vuelos de la imaginación, imita en sus columnas los troncos de los árboles, en los remates y cornisas las hojas y las flores, y en sus bóvedas y techumbres imprime, cuando conviene, una grandiosidad que eleva al hombre a las regiones infinitas.

En resumen, el poeta, el músico, el pintor, el escultor y el arquitecto, todos copian los encantos de la naturaleza, todos poetizan la vida, todos cantan y ensalzan a Dios, de quien han recibido la inspiración que los distingue.

-¿Qué quiere decir figuras mitológicas? -preguntó Flora.

-La mitología es la historia de los dioses falsos.

-Pues si son falsos, ¿por qué no echarlos en olvido?

-Si bien la mitología, como creencia, está desterrada de la sociedad cristiana, sus poéticas acciones no desaparecerán nunca del mundo del arte, por lo que tiene su origen de respetable y por lo que hay en todas ellas de filosófico e ingenioso.

Tú, Flora, sabrás por la Historia Sagrada que antes de que el hijo del Eterno se dignase bajar a la tierra para predicar y difundir la verdadera Doctrina, solamente el pueblo hebreo poseía la religión revelada por Dios a los Patriarcas y a los Profetas; los demás pueblos yacían en las tinieblas de la ignorancia, o conservaban tradiciones oscurecidas y adulteradas.

Si no hubiera Dios, ha dicho un filósofo del siglo pasado, sería necesario inventarle.

  —202→  

En efecto, los hombres de todos los tiempos y de todos los países han reconocido uno o muchos seres superiores que han dado vida a la naturaleza, que han ordenado la grandiosa máquina del universo; estos hombres han sentido la necesidad de orar, de levantar los ojos y el espíritu a la divinidad, de invocarla en sus aflicciones, de tributarle, con el alma llena de reconocimiento, acciones de gracias por sus beneficios.

El pueblo tenía necesidad de dioses, tenía la intuición de la existencia de Dios; pero no le conocía. Los filósofos inventaron divinidades, los poetas las cantaron, las embellecieron, las inmortalizaron.

Júpiter era el mayor de los dioses y solían representarle con un rayo en la mano y un águila a los pies. Juno, su esposa, está sentada en un carro arrastrado por un pavo real, símbolo de la hermosura y de la vanidad.

Saturno presenta el tiempo, y así se le representa en figura de un anciano de duras facciones, con una guadaña, significando que todo lo destruye.

Marte y Belona eran los dioses de la guerra.

Apolo, padre del día, de la luz, las ciencias y la poesía, se representa en un carro de fuego que significa el Sol. Está rodeado y servido por las nueve Musas, que son en concepto de los gentiles las que protegen e inspiran a los artistas en esta forma:

Polimnia es la Musa de la Elocuencia, Urania de la Astronomía, Clío de la Historia, Euterpe de la Música, Melpómene de la Tragedia, Calíope de la Poesía heroica, Terpsícore de la danza, Erato de la Poesía lírica y Talía de la Comedia. Por no ser difuso, omito la explicación de los atributos que distinguen a cada una. Diré, tan sólo, para que veas con cuánta propiedad las representaban, que Melpómene lleva un puñal en su diestra mano, Erato una lira y Talía una máscara.

Minerva era la diosa de la sabiduría.

A la Luna llamábanle Diana, hermana de Apolo, a la cual representaban también en un bosque con túnica corta, con un perro al lado y armado de flechas, y era la protectora de los cazadores.

Venus era la diosa de la hermosura, y la pintaban saliendo del mar en una concha de nácar, sin duda para significar que los baños y el aseo embellecen.

Su hijo Cupido es el dios del amor; tiene los ojos vendados,   —203→   para indicar que la persona que ama con extremo a otra está ciega para conocer sus defectos. Lleva un arco y un haz de flechas.

Himeneo era el dios que presidía a los desposorios. Vulcano forjaba los rayos para Júpiter, ayudado de sus operarios, que son los cíclopes, hórridas figuras con un ojo sólo en medio de la frente.

También los gentiles tenían idea del infierno. Su dios era Plutón, que robó a la diosa Proserpina para casarse; con ella; su madre Ceres recorrió la tierra buscando la hija perdida, y al pasar enseñó a los labradores el arte de cultivar los campos; por eso la pintan con la hoz en la mano y coronada de espigas.

Tu tocaya, Flora, era la diosa de los jardines.

Esculapio y su hija Panacea representaban la medicina. Pintaban al primero con una serpiente a los pies, porque este reptil vive largos años y muda la piel para rejuvenecerse.

Mercurio era el dios de los comerciantes.

Temis de la justicia.

Momo era el emblema de las burlas.

El dios Pan, palabra que en griego significa todo, tiene pies de cabra, barba y cuernos de chivo, lleva en la mano un caramillo, instrumento pastoril, entretejido con rosas, para significar la armonía y el encanto de la naturaleza.

Hasta el dios Término figuraba en esta larga lista, que no enumero entera, y consistía en un mojón con cabeza de hombre, dando a entender que para la paz y concierto conviene fijar, los límites de las propiedades de los particulares, y no menos de las que corresponden a cada pueblo.

Baco, a quien representaban coronado de pámpanos, con una copa en la mano y cabalgando en un tonel, era el dios de los festines.

Con bellas poéticas ficciones condenaban los vicios de la humanidad. Narciso era un lindo joven, lleno de presunción, que, enamorado de sí mismo, admiraba sus en cantos retratados en el límpido espejo de una fuente, y a quien los dioses castigaron convirtiéndole en la flor que lleva su nombre, y clavándole junto a las aguas en que se miraba.

Galo, criado de Marte, que había recibido orden de llamar a su amo antes de amanecer, fue castigado por haberse entregado al sueño y la pereza, y faltado a su consigna,   —204→   convirtiéndole en gallo, y condenándole a cantar todos los días, antes de que coloree el cielo el primer albor de la mañana.

Pandora es el tipo de la curiosidad femenina, y lo que de ella se cuenta tiene alguna analogía con la prevaricación de Eva en el Paraíso. Los dioses formaron una mujer perfecta y hermosa en gran manera, a quien entregaron una caja en que estaban depositados los bienes y los males. Pandora, a pesar de la orden que recibió de no abrirla, no pudo resistir a su deseo de reconocer su contenido: la abrió en mal hora, los males se derramaron por el mundo, los bienes se remontaron al cielo, y solamente quedó la esperanza en el fondo de la caja.

-Pues todo eso es muy bonito -dijo Flora.

-Porque es bello en su forma, porque obedece a móviles elevados, como he dicho al principio, y por otra razón que voy a exponer es por lo que cuantos cultivan las artes deben conocer la Mitología.

La gran verdad sublime y divina no puede prostituirse mezclándola con asuntos profanos, y por otra parte la imaginación busca objetos algo más elevados que la prosa de la vida para embellecer y engalanar cuanto nos rodea.

En un templo católico se ve una escultura que representa el Hombre-Dios o un cuadro con la imagen de María, y resuenan allí, elevando el espíritu, los cánticos sagrados, mientras en un jardín se puede poner, sin menos cabo de nuestros sentimientos religiosos, una estatua de Flora; en una sala de armas, un cuadro de Marte, e improvisar unos versos a Baco entre los brindis de un festín.

Flora agradeció la amabilidad del poeta, y los padres y abuelos rogaron a éste les diese a conocer alguna, de sus composiciones.

-No sé si tengo algo en mi cartera que merezca la honra de que ustedes lo conozcan -contestó Horacio.

Y sacando del bolsillo una cartera de piel de Rusia, escogió varios papeles, y añadió:

-Vamos, aquí hay una silva y un romance que, aunque de escaso mérito literario, creo serán del gusto de Flora.




Himno a la creación


   ¡Cuán bellas son las obras de tus manos,
Señor y Padre mío!
—205→
Su existencia revela a los Humanos
Tu ciencia, tu bondad y poderío.

    Contemplo el mar inmenso y proceloso  5
Terrible en sus furores,
Alzarse amenazante, pavoroso,
A impulso de los vientos bramadores;
O morir en la playa dulcemente
La onda azul, transparente,  10
Dejando ver los peces de colores.
O alejarse, poética, rizada,
Con sus flancos de espuma nacarada.

   Me hablan de ti, Señor, con su grandeza
El volcán y el torrente,  15
Con su murmullo la tranquila fuente,
Y el río cuyo cauce se dilata
Por el ameno prado,
Y el arroyo de plata,
Con las flores sencillas  20
Que esmaltan y embellecen sus orillas.

   Me habla de ti la palma del desierto,
Los tétricos cipreses funerarios
Y los árboles varios,
Cuya fruta madura,  25
Pendiente de sus ramos inclinados,
Con plácidos perfumes regalados
A gozar nos incita su dulzura.

   Y las flores que bordan caprichosas
El manto de la rica primavera,  30
Fragantes, deliciosas,
De matiz suave, de belleza rara,
Que la mente jamás las concibiera
Ni el pincel de los hombres las trazara.

   Todo en el mundo mi atención cautiva,  35
Desde el águila altiva,
Que en la cúspide habita de una peña
Hasta el fiel ruiseñor, que en la espesura
Deja escuchar su canto peregrino,
Interrumpiendo con su dulce trino  40
La triste calma de la noche oscura.

   Lo mismo admiro la pintada fiera
Cuyo rugido aterra al caminante
Que al perro dócil que a mis pies se humilla
A la corza ligera,  45
—206→
Al caballo arrogante,
A la blanca, inocente corderilla,
Y al manso bruto que los campos ara
Cuando la madre tierra se prepara
A esconder en su seno la semilla.  50

   Miro la forma airosa
De la blanca, elegante mariposa,
Y el diminuto insecto
Que se oculta en la grama,
Cuyo cuerpo, Señor, es tan perfecto  55
Que la bondad de su Hacedor proclama.

    A ti, gran Dios, te adoro reverente
Y amo la creación, porque es tu hechura,
Y al hombre, que es mi hermano,
La más bella y perfecta criatura  60
De cuantas han salido de tu mano.

   A la risueña luz de la alborada,
Cuando derrama el sol sus resplandores,
Y al rayo de la luna plateada
Contemplo de tu gloria los fulgores.  65

   Doblo entonces humilde la rodilla
Y mis preces devoto te dirijo;
Oye, Señor, de un hijo
La plegaria sencilla:
Dirígeme desde tu excelso asiento  70
Tu paternal mirada,
Y acoge el acendrado sentimiento
De una alma entusiasmada.
Que te consagra su expresión más pura
De fe, de gratitud y de ternura.  75

-Ahora el romance -dijo Flora en cuanto Horacio hubo terminado su lectura.

El joven leyó lo siguiente:




Los grandes y los pequeños


Romance bíblico


   Antes que el hijo de Dios
Dejase su trono eterno
Para morar con los hombres
Y dar su sangre por ellos,
Sobre el solio de Judá  5
—207→
Sentose un Rey opulento,
El más sabio entre los sabios,
Y a la par joven y bello.
Admiración es del mundo
La dulce paz de sus reinos,  10
La sumisión de sus tropas,
La multitud de sus siervos;
El oro, mármol y jaspe
Brillan en su alcázar regio,
Y allí las notas resuenan  15
De armónicos instrumentos.
Mas Salomón no se muestra
Con tal grandeza soberbio,
Y ante Dios baja su frente,
Porque es sabio verdadero...  20

   Por él una soberana
Dejó sus tranquilos reinos,
Cruzó pueblos y ciudades,
Cruzó páramos desiertos,
Y llegando a su palacio  25
Le dice con suave acento:
«¡Oh, Rey, cuyo nombre llena
Con su fama el universo!
Si sois sabio entre los sabios
Cual sois bello entre los bellos,  30
El enigma que propongo
Sabréis resolver discreto:

   ¿Veis esas flores hermosas,
Humilde don que os ofrezco,
Y por mano de mis siervas  35
A vuestra vista presento?
Notad los vivos colores
De sus delicados pétalos.
Y aspirad su esencia pura
Más fragante que el incienso.  40
Hay dos ramos semejantes;
Pues decidme, oh Rey excelso,
¿Cuáles son las que en los campos
Mis esclavos recogieron,
Y cuáles han fabricado  45
Los artistas de mi reino?»

   Salomón mira las flores,
Medita breves momentos,
—208→
Y manda abrir las ventanas
Del magnífico aposento.  50
El aura de los jardines
Viene a mover con su aliento
De la absorta soberana
Los destrenzados cabellos;
Y al par de un rayo del Sol,  55
Y una ráfaga del viento,
En los salones reales
Entra una nube de insectos.
Las abejas industriosas
Cruzan con rápido vuelo  60
Y todas zumban girando
En torno de un ramo bello;
Mas pronto se precipitan
Sobre los pétalos tiernos
De las flores perfumadas,  65
Saciándose con anhelo
Del néctar que en abundancia
Contiene su cáliz fresco.

    Las otras flores preciosas
Sobre sus tallos esbeltos  70
Muestran sus lindas corolas
Y sus estambres perfectos;
Sus hojas son de esmeraldas
De un verde brillante y bello,
Mas, aunque encantan al hombre,  75
No engañan a los insectos.

   «Esas flores -dice el Rey-,
Formó el Hacedor supremo,
Y aquellas otras, señora,
Los artistas de tu reino.  80
La ciencia que me atribuyen
No ha podio comprenderlo,
Ni distinguir lo ficticio
De lo cierto y verdadero;
Esos pobres insectillos  85
Al punto lo conocieron;
Que oculta Dios los arcanos
A los grandes y soberbios
Y en mostrarlos se complace
Al humilde y al pequeño».  90

   La Reina de Saba muestra
—209→
Admiración y respeto,
Y hablando así, se revela
Su conmoción en su acento:
«Bendito seáis, ¡oh, Rey!  95
Por humilde y por discreto.
¡Dichoso mil y mil veces
El menor de vuestros siervos,
Que ver puede vuestra gloria
Y admirar vuestros consejos!  100
Mucho pondera la faena
Vuestra grandeza y talento:
Mas, ¡ay!, que dice muy poco
Para aquél que logra verlo.
Yo no olvidaré de hoy más  105
Vuestro sublime proverbio:
Que oculta Dios los arcanos
A los grandes y soberbios
Y en mostrarlos se complace
Al humilde y al pequeño.  110
Vivid en paz largos años
Rey, de los reyes modelo
Tan piadoso como sabio,
Tan sabio como modesto».

La familia de Burgos acogió con un aplauso las sentidas poesías de su pariente; Prudencio, estrechando su imano, le dijo que reconocía en él dotes de verdadero poeta, y Flora le rogó que le permitiese sacar una copia de los versos que acababa de leer.

Horacio le entregó galantemente ambos escritos, diciendo que él ya conservaba el borrador.

-Te agradezco la fineza, primo -dijo Sofía interviniendo-, tanto más cuanto tendremos mucho gusto en conservar esas poesías, y mi hija tiene bastante que escribir y por ende poco tiempo de copiarlas.

-¿Y qué es lo que escribes, querida? -preguntó a la niña el médico poeta.

-Hago en casa algunos apuntes sobre las lecciones que recibimos en el Colegio, especialmente los relativos a Historia de España.

-Mucho gusto tendría en oír la lectura de algún capítulo -contesto Horacio-, y creo que no puedes negármelo después de lo que yo he charlado hoy.

  —210→  

-No ciertamente, pero lo mío es mucho más árido.

-Pero mucho más útil.

-Está muy mal, escrito.

-Ya supongo que no será una Historia de España, como la de don Modesto Lafuente.

-Pues mañana a estas horas, si papá y mamá me lo permiten, leeré el último capítulo que tengo arreglado.

-Conforme -dijo Prudencio.

Y como durante el diálogo hubiesen tomado café y fumado los hombres sendos habanos, se levantaron de la mesa.




ArribaAbajo- XXIII -

Continúa la Historia Natural


Llegada la noche, y reunida la reducida tertulia, faltaba Prudencio, que había ido a enseñar al forastero lo más notable de la ciudad; no tardaron mucho en presentarse y Tomasito, abrazándose a las rodillas del padre de Flora, sin darle apenas tiempo de saludar, empezó a decirle:

-¿Nos contará usted algo más de los animales?

Burgos se rió, y volviéndose a su compañero, le dijo:

-Es que por las noches nos entretenemos en hablar de Historia Natural.

-Adelante -contestó Horacio-, no sea mi presencia óbice para continuar una conversación tan útil como agradable.

Hablaron algunas palabras más las personas mayores, y por fin, conociendo Prudencio la impaciencia de la gente menuda, empezó su explicación de esta manera:

-He hablado sucintamente de los brutos las aves, y me falta hablar de los reptiles y peces para daros a conocer los animales vertebrados; pero hallándose presente una persona que por la profesión que ejerce ha debido estudiar la ciencia que nos ocupa, quisiera que me sustituyese por esta noche, ya que puede hacerlo con ventaja.

El doctor se excusó modestamente, y Prudencio hubo de continuar.

-Los reptiles reciben este nombre, porque su modo de trasladarse de un punto a otro es reptando, esto es, apoyando la parte anterior del cuerpo en la tierra, encogiendo la posterior hasta formar un arco, volviendo a extenderse sucesivamente, puesto que muchos de ellos carecen de pies.

  —211→  

Es una preocupación el creer que todos los reptiles son venenosos, pues la mayor parte de ellos, y especialmente las culebras de nuestros campos, son inofensivas. Todavía es más absurda la creencia que abriga el vulgo de que las serpientes se introducen en las chozas o casas de campo donde hay alguna mujer que crié, mamando su leche e introduciendo la cola en la boca de la criatura. Cualquier persona que examine la forma de la boca de las culebras comprenderá que la acción de mamar les es materialmente imposible.

Las víboras, que son unas serpientes diminutas que se crían en las espesuras de los bosques, especialmente en lugares húmedos, son las que en efecto tienen en la boca una glandulita que contiene un virus venenoso; al morder se rompe dicha glándula y el líquido nocivo se introduce en la herida, la que a la verdad no es siempre incurable ni mucho menos.

La culebra de cascabel, la boa y otros reptiles gigantes, no se crían por fortuna en Europa, sino en la India o en los desiertos de América, y rara vez atacan al hombre. La boa, monstruoso reptil que mide a veces unos quince metros, se oculta entre los árboles para sorprender los gamos, cabras monteses y otros animales, a quienes envuelve y estruja hasta hacerles expirar. En cuanto a la deglutición es para ella muy penosa, y durante esta operación está como absorta e inmóvil, de modo que puede el hombre cazarla fácilmente. Su carne es muy gustosa, y los Indios la comen sin ninguna repugnancia, como nosotros las anguilas.

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En cuanto a las culebras llamadas de cascabel, deben este nombre a un aparato especial en que remata su cola, y se compone de unas piezas córneas encajadas entre sí, de modo que al moverse el animal producen un sonido, sino tan argentino como el de los cascabeles, al menos como   —212→   si se moviese un puñado de judías o guisantes secos. Este aparato es una cualidad preciosa, pues advierte la presencia del reptil, el cual posee en realidad un activo veneno:

Dejemos estos animales poco agradables, y hablemos de los peces.

Los peces se distinguen notablemente de las demás especies en que tienen la sangre fría y carecen de pulmones, respirando por las agallas, que quizás a vosotros, niños míos, os habrán parecido las orejas. Creo inútil decir que los peces viven siempre en el agua, diferenciándose unos de otros en que los hay de agua dulce y de agua salada.

Por las agallas, como he dicho, arrojan el agua que han tragado después de separar y absorber el aire que había en ella, y que les sirve para la respiración.

Las propiedades que les son comunes son el tener el cuerpo cubierto de escamas, unas aletas formadas de espinas cartilaginosas, unidas a una piel sutil, y en el vientre una vejiga que les facilita mucho el salir a flor de agua.

El pescado blanco, como es la merluza, pajel, bacalao, etc., es un excelente alimento para el hombre. Especialmente el último, que se pesca en grande abundancia en las costas de Escocia, es comida asequible a las más modestas fortunas, pues que abierto y salado se transporta a todos los países y se vende muy barato. De su hígado se saca un aceite de excelentes propiedades medicinales.

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El atún, arenques, sardinas y demás especies conocidas

  —213→  

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  —214→  

con el nombre de pescado azul, aunque no tan sanas, aprovechan también para nuestra alimentación.

El mayor de todos los animales que viven en las aguas es la ballena, que puede llamarse el gigante de los mares. Se pesca con grandísimo trabajo, acercándose con lanchas a cierta distancia y arrojándole una especie de dardo que se llama arpón. El enorme cetáceo se rebulle, enrojece con su sangre el agua en que flota, y muchas veces se hunde en lo profundo del abismo; pero luego de muerto sobre nada, como es natural, y entonces le conducen a tierra con gran contentamiento, pues se saca de las ballenas mucho provecho. Su aceite o grasa sirve para diferentes usos, en particular para la confección de bujías; los huesecillos de su cabeza sirven para armazones de paraguas, de corsés y otras varias cosas en que los emplea la industria. Debo advertir, al tratar de las ballenas, que como los delfines, cachalotes y algunos otros son mamíferos, y no peces, como equivocadamente podríais creer, atendida su continua permanencia en los mares, y que, por consiguiente, dan a luz a sus hijos vivos, empezando a nadar inmediatamente que nacen.

En cuanto a los peces, tanto los de mar como los de río, entre los cuales los hay muy gustosos, como anguilas, truchas, barbos, etc., ponen sus huevos entre las plantas marítimas o los juncos que crecen arrimados a las costas o a las riberas. Unos y otros se pescan con anzuelos o redes.

Vamos ahora a decir algo acerca de los insectos y demás invertebrados.

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-Yo ya sé lo que son insectos -dijo Flora-. Un día, cuando era muy pequeñita, me habló papá de ellos, en ocasión   —215→   en que yo quería coger una linda mariposa. Me dijo que los gusanos de seda, las abejas y otros muchos, rendían al hombre infinitas ventajas; por cierto que desde entonces no he cogido ningún insecto.

-Buena memoria tienes, hija mía; pues bien, porque los otros niños no lo saben, al tratar de los animales invertebrados, esto es, que no tienen espina dorsal, nos ocuparemos en primer lugar de los insectos.

Reciben este nombre de la palabra sección, porque generalmente están divididos en tres partes o secciones. Tienen en la cabeza dos rayos a manera de cuernos, que se llaman antenas. El número de sus patas no es igual en todos; pero lo más general es tener seis.

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Tampoco tienen todos el mismo número de ojos, aun que lo más común es tener dos, pero como éstos estáis fijos y no giran, a uno y otro lado, como los de los demás animales, la naturaleza ha suplido esta preciosa movilidad   —216→   dando a los tábanos, moscas, moscardones y otros, ciertos puntos luminosos, que, aunque sumamente diminutos, son otros tantos órganos de la vista.

Todos los insectos voladores están primero en estado de larvas, durante el cual no hacen más que comer vorazmente; luego pasan al de crisálidas o ninfas, quedando adormecidos e insensibles, y después llegan a su completo desarrollo, en cuyo estado es cuando únicamente tienen alas.

Todos vosotros habréis oído hablar de las industriosas abejas, que viven en sociedad y trabajan con acierto inimitable los dulcísimos panales, de que se extraen la miel y la cera. También tendréis noticia de los gusanos de seda; hay además muchas clases de insectos útiles, entre otros la cantárida, que es una mosca de vivos colores metálicos, que seca y pulverizada se usa en medicina como un fuerte revulsivo. Supongo me dispensarás, querido doctor, que por un momento invada tu terreno.

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Horacio se sonrió e hizo una señal de asentimiento:

-Harto hemos hablado de los insectos útiles, pues, aunque   —217→   hay muchísimo más que decir, temería hacerme difuso y pesado. Diré ahora pocas palabras de aquéllos que nos molestan.

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Las moscas, animalillo asqueroso, que después de saciarse de los más inmundos manjares viene, si puede, a meterse en el plato de nuestra sopa; el mosquito, que nos clava su agudo aguijón y con su impertinente zumbido nos quita sueño; la carcoma, que roe las maderas, la polilla que agujerea los vestidos de lana; las pulgas, chinches y otros todavía más asquerosos, pertenecen a este número; y para evitar que se multipliquen (pues todos ellos son muy fecundos) no hay más medio que un esmerado aseo.

Los escarabajos no causan daño alguno, pero su aspecto es bastante desagradable. Los llamados peloteros no entran en las habitaciones, pero si alguna vez vais al campo, les veréis formando una bola más grande que ellos, o arrastrándola con dificultad después de concluida. Supondréis que hacen esto sin ningún objeto.

-Yo creo que lo hacen por jugar -respondió Tomasito.

-No por cierto, hijo mío, sino que en el estiércol de los bueyes, caballos, etc., cuando está fresco, depositan sus huevecillos, luego le hacen rodar para cubrirle de tierra, y le llevan a un lugar recóndito, para que salgan las crías en tiempo oportuno.

Los gusanos propiamente dichos no deben confundirse con las larvas de otros insectos, pues los primeros nunca salen de su estado. Pertenecen a esta clase las lombrices de tierra y otras varias especies; pero sólo mencionaré dos de ellas, una por la poética belleza de que está dotada; otra, por la utilidad que a los hombres presta.

  —218→  

Es la primera la luciérnaga, que en la parte posterior de su cuerpo tiene una materia fosforescente que produce una lucecita de un blanco verdoso. El macho está dotado de alas, pero en cambio su luz es más pequeña y menos brillante que la de la hembra.

Los gusanos útiles, después de haber hablado de los de seda, ya comprenderéis que son las sanguijuelas.

-Pues maldita la gracia que me hacen a mí -dijo con viveza Luisita.

-Sin embargo, querida niña, mi primo Horacio te dirá si encuentra la medicina un auxiliar poderoso en los tales animalitos en los casos de inflamación, pulmonía y otros semejantes.

-Así es, en efecto -respondió el aludido, pues aplicadas en la parte dañada, muerden, haciendo un agujero triangular, y no se desprenden hasta que están llenas de sangre, obrando de un modo más pronto y eficaz que una sangría.

-Prefiero que no me las pongan -insistió Luisa.

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-Las cigarras y grillos son completamente inofensivos, sin que nos causen más molestia que la de escuchar su zumbido en los días calurosos. Las cigarras son al revés de la especie humana, pues al paso que vosotras, las que formáis el bello sexo, sois generalmente muy habladoras, en esa clase de insectos las hembras callan y los machos son los que hacen ruido con sus alas, pues en realidad lo que llamamos canto no es más que el roce de unas membranas colocadas en las cavidades del vientre.

Esto hizo exclamar a cierto poeta rodio: ¡Dichosas las cigarras que tienen las hembras privadas de voz!

Las señoras se rieron y don Leandro dijo:

-Vamos, hijo mío, que no eres justo al decir eso, pues aquí está el bello sexo representado por individuos de todas edades, y tú sólo, perteneciente al sexo barbudo, haces el gasto de la conversación.

-Yo hablo porque me lo han pedido -replicó Prudencio-; estoy desempeñando mis funciones de catedrático.

  —219→  

-Adelante, adelante -dijo Teresita-; perdonamos al señor catedrático la inmerecida reprimenda, y le rogamos continúe sus útiles explicaciones.

Prudencio se inclinó y siguió diciendo:

Tratemos de las arañas; las hay en el campo, cuyas mordeduras son bastante dañinas, como los escorpiones, las tarántulas y algunas otras. Y ya que de tarántulas hablo, debo advertir que ni tienen pintada una guitarra en la barriga, ni el daño que causan se cura bailando, ni son ciertos tantos disparates como de ellas se dicen.

En cuanto a las caseras, son enteramente inofensivas; y tan sólo debe evitarse su presencia, porque las telas que con tanta destreza y prontitud fabrican, para prender en ellas las moscas y otros animalillos, afean notablemente las habitaciones.

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Los crustáceos se llaman así por estar cubiertos de una corteza durísima, tales son los cangrejos, langostas de mar, camarones, etc.

Los moluscos, cuyo nombre quiere decir animal blando, son casi todos comestibles, como las ostras; hay, empero, una clase de moluscos, llamados perlas, que tienen infinito valor, tanto el animalito en sí, que forma una bola redonda; como la concha en que está encerrada, que tiene un   —220→   hermoso color blanco transparente y tornasolado. De esta concha que se llama nácar, se hacen botones, puños de bastón, preciosos abanicos y otras muchas cosas. Esto bien lo sabéis vosotras, y también cuán estimados son los collares, pendientes y toda clase de aderezos de perlas.

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Fáltame sólo, para daros una idea de todo lo perteneciente al reino animal, hablaron de los zoófitos o plantas animales. A este género pertenecen las esponjas, que en realidad no son más que habitaciones de pequeñísimos pólipos, la madrépora y otros varios conocidos también con el nombre de frutas de mar.

El más precioso es el coral, que nace en el fondo del mar en figura de arbolito, tomando las formas más caprichosas. Esta rara planta en su exterior es carnosa, y únicamente su parte interior es la que pertenece al comercio y labran los joyeros.

Hay coral de varios colores, pero el más bello y más estimable tiene un vivo matiz encarnado.

Dando por terminada su explicación de Zoología, calló Prudencio, y se retiraron los visitantes, dejando a nuestros amigos solos con su huésped.




ArribaAbajo- XXIV -

Historia de España


Al día siguiente, apenas sirvieron el café, como Flora   —221→   no estaba acostumbrada a tomarle (puesto que en las miras de sus padres entraba el no aficionarla a nada superfluo) pidió permiso para levantarse de la mesa e ir a buscar sus apuntes de Historia de España, para cumplir la palabra que a Horacio había empeñado.

-Leeré lo último que he escrito -dijo.

Y dio principio en esta forma:

Periodo Árabe

Los árabes eran hombres que profesaban la religión de Mahoma, naturales, como indica su nombre de la Arabia en Asia, y llamados también «agarenos» o «ismaelitas», porque descienden de Ismael y, por consiguiente, de su madre Agar, esclava de Abraham.

Estos mahometanos, mucho tiempo antes habían llegado al África y establecídose en las costas de Berbería en el año 711, gracias a la derrota de don Rodrigo en la batalla de Guadalete, que tuvo lugar en 31 de julio, se apoderaron de la mejor parte de España.

800 años costó el arrojarlos de nuestra península, puesto que, apenas hubo tiempo de reponerse del susto que tal catástrofe había ocasionado, cuando empezó la reconquista. Ciertamente que no hubiera costado tanto él llevarla a efecto, si los reyes cristianos hubiesen estado unidos entre sí y las monarquías fieles y obedientes a sus respectivos soberanos; al paso que hubiese sido imposible arrojar nunca de España a los moros, si éstos no se hubieran destrozado y aniquilado unos a otros.

Estas dos fuerzas, que se neutralizaban mutuamente, hicieron que la guerra entre moros y cristianos, con escasas treguas, durase ocho siglos como llevo dicho.

Horacio dejó la taza de café que iba a llenar a sus labios, y exclamó admirado:

-Permite que te interrumpa, hermosa niña. ¿Son tuyas esas reflexiones?

-No, por cierto -respondió Flora modestamente-. Son dictadas por nuestro maestro y anotadas aquí con mi sencillo lenguaje.

Pelayo, nieto de Chindasvinto y sobrino de Rodrigo, se creyó con derecho y hasta impulsado por un deber de religión y patriotismo a rebelarse contra los nuevos señores de España, y reuniendo un pequeño ejército, pero no atreviéndose a presentar batalla en campo abierto, se refugió   —222→   en una cueva de Asturias, llamada Covadonga, y comenzó a hostilizar a sus enemigos con pequeñas escaramuzas, y hasta hubo ocasión en que derroto una división sarracena que quería desalojarlos de sus inexpugnables posiciones.

Durante 19 años, corto período para tamaña empresa, logró Pelayo acaudillar a los heroicos defensores de la independencia patria y murió en 737.

Favila, hijo del anterior, heredó la corona por voluntad de su padre; pero no estaba a la altura que las difíciles circunstancias reclamaban, y tal vez se debe a estar los moros ocupados a la sazón en la conquista de las Galias, que no derrotaran a este monarca, más aficionado a la caza que a la guerra.

En lo que buscaba solaz y distracción halló la muerte, pues fue despedazado por un oso a los dos años de su reinado en 739.

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Alfonso I, llamado el Católico, era cuñado del anterior, por haber casado con Hermerinda, hija de Pelayo, y como parecía que de derecho se había sustituido entre los godos la monarquía electiva por la hereditaria, pasó la corona a la línea femenina, abdicando Hermerinda en su esposo y quedando éste nombrado rey.

Diecinueve años reinó, habiéndose granjeado el sobrenombre   —223→   que le da la Historia por su celo religioso, por las reformas que llevó a cabo en las costumbres relajadas de su pequeña monarquía; y haciéndose famoso por haber conquistarlo todo Asturias, Galicia, Álava y Vizcaya.

Fruela I, hijo de Alfonso, entró a reinar en 758. Muy discordes han andado los historiadores al hacer el retrato de este monarca, pues algunos le suponen cruel, haciendo constar que asesinó por un simple capricho a su hermano Vimarano; al paso que otros, prescindiendo de este hecha incalificable, ensalzan su valor que le hizo triunfar diferentes veces de los árabes, reconquistando el resto de Galicia y una parte de la Lusitania. Fundó la ciudad de Oviedo y murió asesinado por su primo Aurelio en 768.

Aurelio reinó cinco años, si bien no gozó ni un día de paz, pues le disputaban Silo, Mauregato y Bermudo el Diácono una corona que por derecho hereditario no pertenecía a ninguno de ellos, si no al niño Alfonso, hijo de Fruela. Murió Aurelio en 713. Silo, su sucesor, reinó diez años y murió en 783. Mauregato gobernó seis años y falleció en 781, alcanzando al fin el cetro Bermudo I, que sólo lo disfrutó dos años, muriendo en 791.

Fácilmente se comprenderá que, cansando sus fuerzas y la vitalidad interior del reino en guerras civiles, no podían estos ambiciosos monarcas hostilizar al enemigo común; así la Historia no refiere ningún hecho de aquélla época, que fue un lamentable paréntesis en la gloriosa epopeya de nuestra reconquista.

Alfonso II, llamado el Casto, hijo de don Fruela, pudo al fin ceñirse la disputada corona en el año 791 y la conserva por el largo espacio de cincuenta y un años, ganando muchas batallas, reconquistando a Lisboa y haciéndose célebre por más de un concepto, entre otras causas por haberse descubierto durante su dominación el cuerpo del apóstol Santiago en Compostela.

Este rey había establecido su corte en Oviedo, y allí murió en el año 842.

Ramiro I, hijo del anterior, fue el primero que se negó a pagar al famosísimo caudillo árabe Abderramán cierto tributo establecido en tiempo de Mauregato, con lo cual vino a las manos con los agarenos y se hizo célebre desde la primera batalla, en que tuvo origen el grito de guerra: «¡Santiago cierra España!»; con el que alcanzó otras muchas victorias no menos gloriosas. Murió de enfermedad en el año 850.

  —224→  

Ordoño I, hijo de Ramiro, apenas subió al trono, ya logró una victoria contra los enemigos, y continuando por la gloriosa senda que su padre le trazara, dilató el imperio cristiano en España y falleció llorado de los suyos en 866.

Alfonso III, hijo de Ordoño, adquirió el dictado de Grande, tanto por su piedad y virtudes privadas, como por el engrandecimiento de la nación. Murió en 910.

Don García reinó solamente cuatro años; y sin que ocurriera cosa digna de especial mención, murió en 914. Ordoño II fue un gran rey y se hizo memorable por haber ensanchado los límites cristianos hasta el centro de lo que hoy llamamos Castilla la Nueva y también por tierra de Aragón. Peleó mucho y casi siempre con próspera fortuna; pero mancha su memoria la atención de mandar degollar a los condes de Castilla por sospecha de que le eran traidores; crueldad que promovió una sangrienta guerra y produjo la separación de aquel Condado. Trasladó la corte de Oviedo a León, fundó la Catedral de esta ciudad y mandó que en aquel templo le dieran sepultura.

Fruela II, hermano de Ordoño, heredó el trono en 924, pero una horrible enfermedad que hoy no conocemos más que de nombre, la lepra, puso fin a su existencia a los catorce meses de su reinado.

Alfonso IV reinó seis años sin que ocurriese nada notable, y falleció en 931, después de haber abdicado la corona y retirándose a un convento; por lo que la historia le conoce con el sobrenombre de Monje.

Ramiro II, hermano de Alfonso el Monje, volvió a dar impulso a la reconquista, alcanzando una victoria en Simancas sobre el célebre Abderramán, rey moro de Granada, el cual quedó herido; hizo prisioneros a muchos miles de enemigos y entre ellos algunos magnates. Poco tiempo después comenzó a levantarse el reino en favor del conde de Castilla Fernán González, de modo que Ramiro se vio precisado a casar a la hija de aquél, llamada Urraca, con su hijo Ordoño para apaciguar a los descontentos. Este rey conquistó a Madrid, que los moros tenían muy fortificado, y a pesar de que podía prometerse días de tranquilidad, por haber sujetado a propios y extraños, abdicó la corona en su hijo, muriendo al día siguiente de la abdicación, en 950.

Bermudo II reinó en tiempos desgraciados para la monarquía goda y para los cristianos en general, pues los moros   —225→   habían adquirido gran pujanza y alcanzado señaladas victorias, por tener a su frente al famosísimo Almanzor, uno de los principales guerreros del mundo.

Cúpole la suerte a Bermudo de derrotar a aquel caudillo que hasta entonces se había tenido por invencible; aunque compartieron con él la gloria de tal hazaña el conde de Castilla y el rey de Navarra, que se unieron para dar la memorable batalla de Calatañazor.

Esta derrota causó tal pesar, cólera y bochorno al caudillo agareno, que murió a los pocos días, haciéndose enterrar en el polvo de sus batallas, pues para este objeto, siempre que regresaba de la guerra mandaba recoger cuidadosamente en una caja el polvo de sus vestidos.

Murió Bermudo en el ultimo año del siglo X.

Alfonso V, llamado el Noble, empezó a reinar siendo muy niño, y su carácter leal, su valor y las bellas prendas, tanto físicas como morales que le adornaban, le valieron el sobrenombre que le ha conservado la Historia. Murió de un flechazo en el sitio de Viseo en el año 1027.

Bermudo III, hijo de Alfonso V, sostuvo una cruda guerra contra el emperador de Navarra Sancho el Grande, guerra que concluyó cediendo el Navarro todos sus derechos a su hijo Fernando, mediante la condición de casarse con doña Sancha, hermana de Bermudo. A pesar de esta alianza, después de muerto don Sancho estalló de nuevo la guerra entre los dos cuñados, y Bermudo murió peleando en el año 1037 a los diez de su reinado.

-Aquí terminan los apuntes que he tomado -dijo la joven lectora.

Horacio aplaudió su buena memoria y aplicación, y la animó a continuar con tan buenas disposiciones para el estudio, prometiéndole en premio enviarle algunos verso más, cuando llegase a su destino, especialmente una colección de poesías religiosas.




ArribaAbajo- XXV -

El albañil y su hijo


Cierto día, al salir Flora del colegio, encontró albañiles que trabajaban en la reparación de algunos desperfectos de la casa en que habitaban.

  —226→  

Saludoles cortésmente al pasar y se dirigió al gabinete en que su mamá bordaba.

-¿Qué hacen esos hombres, mamá? -preguntó a Sofía.

-Ya lo has visto, colocan los ladrillos que se habían levantado en la cocina y en el comedor.

-¡Pobre gente! ¡Qué trabajos tan penosos ejecutan! Sucios, llenos de yeso, fatigados... ¿Por qué no se dedican a otro oficio?

-Hija mía, en el mundo es necesario que haya quien se aplique a los trabajos manuales como hay quien se entrega a los de la inteligencia. Mi primo Horacio te dijo que la arquitectura era una de las bellas artes; paro los arquitectos no hacen más que trazar el plano y dar la idea de la forma de los edificios, y los albañiles los construyen materialmente; de modo que sin el hábil maestro que forma las paredes sin el pobre peón que conduce el yeso, la cal y los ladrillos, no tendríamos casa en que albergarnos. El albañil es al arquitecto lo que el impresor al poeta.

-¿Qué quiere usted decir con eso?

-Horacio nos contó qué había hecho algunos versos como aquél cuya copia tú conservas; pero si no los imprime, sus obras morirán con él o a lo sumo se conservará algún ejemplar expuesto a destruirse o extraviarse, al paso que la imprenta conserva y perpetúa el humano pensamiento, que pasa a través de los años y los siglos hasta la más remota posteridad.

Las artes liberales embellecen la existencia; las artes mecánicas son absolutamente necesarias.

-¿Y que son artes mecánicas?

-La del albañil y el impresor, de que hemos hablado; la del carpintero o ebanista, que construyen la fineza en que escribes, el sofá en que nos sentamos, la cama en que reposas; la del herrero, que fabrica los instrumentos de labranza y las herramientas para los demás oficios, y tantas otras clases de trabajos en que, si bien se emplean de consuno la inteligencia y la fuerza material, no se necesita para desempeñarlos un ingenio ni un talento privilegiado. El sastre, la costurera, el tejedor, el colchonero y tantos otros como se emplean en proporcionarnos lo necesario para la vida; y, más que todos, el labrador que riega la tierra con el sudor de su frente para obligarla a mayor producción con un esmerado cultivo, que proporciona las   —227→   primeras materias a las artes y la industria, y principalmente el indispensable alimento, todos son, hija mía, dignos de nuestra consideración y de nuestro cariño, por más que, alejados del trato de la buena sociedad y faltos casi siempre de una educación esmerada, tengan rústicos modales y no se presenten con la limpieza y hasta elegancia que distinguen a las personas de nuestra clase.

-Yo los quiero, mamá, y me dan mucha lástima.

-Mucha lástima tampoco deben darte, pues familiarizados con esa existencia y acostumbrados a su rudo trabajo, no conociendo los alimentos exquisitos, el refinamiento del lujo y otras necesidades ficticias, que una parte de la sociedad se ha creado, viven contentos con su suerte, si son honrados y ganan lo suficiente para atender a que nada falte a sus familias.

Tu padre, reducido a servir de peón de albañil, sufriría mucho y enfermería sin duda a los pocos días, así como el que trabaja ahí fuera silbando tranquilamente, aun cuando por ventura sepa escribir, sudarla sangre y agua, si le encargaran el más sencillo de los trabajos que tu padre ejecuta diariamente.

-Allí está papá con ellos, ¿me deja usted ir a ver lo que les dice?

Sofía contestó afirmativamente, y la niña salió brincando y se fue a colocar al lado de Prudencio que, con las manos en los bolsillos, estaba en efecto departiendo con los modestos artesanos, encantados de su afabilidad y llaneza.

-Y ese niño, ¿es hijo de usted? -decía el abogado al albañil.

-Sí, señor, para lo que usted guste mandar -contestó el trabajador.

Entonces reparó Flora en un niño de unos nueve años que estaba recogiendo en una espuerta los ladrillos rotos que habían arrancado del pavimento.

-Este niño -continuó el albañil- me ayuda a ganar la vida, pues ahí donde usted le ve, gana va un jornal de cuatro reales diarios; pero cuando no necesite de su ayuda le haré estudiar, porque no quiero que sea un ignorante como yo.

-Y ¿no puede usted prescindir de estos cuatro reales y mandarle desde luego a la escuela?

-No, señor, porque tengo mi mujer, otro hijo mayor y dos niñas de corta edad, y mi jornal sería insuficiente para cubrir las necesidades de tanta familia.

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-¿Dice usted que tiene un hijo mayor que ése y necesita que el pequeño le ayude a ganar la subsistencia?

-Sí, señor; y la razón es porque el otro estudia y no puede, por consiguiente, trabajar al jornal. Cuando no teníamos más que a los dos niños, y éste era muy chiquito, enviaba al mayor a la escuela, donde siempre se distinguía por su aplicación. Tenía especialmente aptitud para el dibujo (según decían los maestros, porque yo no entiendo nada de estas cosas); así es que al salir de la escuela de primera enseñanza ha ingresado en la academia de dibujo, y aunque allí no hay clase más que de noche, de día estudia, trabaja en casa, y se afana por llegar a ser uno de los alumnos más aventajados.

Me dijo el catedrático que lo mismo maneja el lápiz que el pincel, y que puede llegar a ser un verdadero artista, pues que tiene una imaginación privilegiada, y un claro talento.

-Y ¿no teme usted que se enorgullezca con esas aspiraciones de artista y que se avergüence de su familia humilde y de su oscuro origen?

-Lo temería si mi hijo tuviese otro carácter, pero es tan dócil, tan respetuoso para sus padres y tan cariñoso para sus hermanitos, que no puede exigirse más de ningún joven.

Si viera usted, caballero, ¡cuán dichosos somos en medio de nuestra pobreza! Mi esposa es una mujer muy de su casa, muy limpia y demasiado trabajadora, si exceso puede haber en el amor al trabajo; ella limpia la casa, arregla los niños, envía la mayorcita a la escuela y se queda cuidando de la menor, haciendo la comida y cosiendo la ropa de todos. Mi hijo mayor deja el lápiz o cierra el libro, cuando ella se lo manda, enciende el fuego, sube el agua del pozo, y cuando trabajamos lejos, nos lleva la comida a la obra. Ahora, cuando terminemos nuestro trabajo, encontraremos la familia reunida, que nos recibirá con cariño y alegría; las pequeñitas nos colmarán de caricias; Pepe, que así se llama el futuro artista, me dirigirá frases afectuosas; después de besarme la mano con el mayor respeto, abrazará a su hermanito y ayudará a su madre a poner la mesa. En un santiamén despacharemos una cena frugal, pero abundante y sazonada con el buen apetito, la paz y la salud; después rezaremos el rosario; y mientras mi esposa arregla la cocina y faja la niña, Pepe da lección a Juanito,   —229→   al quien enseña a leer, escribir y contar. Cuando él empiece a ganar alguna cosa, éste irá a la escuela, y según la disposición que tenga, le haré estudiar o cultivar un arte, o será un simple trabajador como su padre.

Juanito, que acababa de llegar con un capazo de yeso en la cabeza, le dejó en el suelo, y mientras se limpiaba el sudor con su pañolito de algodón, dijo mirando a su padre con ternura:

-Y cuando los dos seamos hombres y podamos trabajar, mi pobre padre no irá a ganar un jornal y tendremos una mujer que descanse a mi madre en los quehaceres de casa. ¡Oh, estaremos más bien entonces! -añadió frotando sus manecitas en señal de júbilo.

Flora estaba encantada.

-Papá -dijo-, ¡qué diferencia entre este muchacho y el que encontramos en los baños!

-Como es diferente el ejemplo y la educación que reciben -contestó Prudencio.

-Voy a buscar mi merienda y de buena gana se la entregaría a ese niño tan bueno y tan juicioso.

-No es necesario que te prives de tu merienda, hija mía; di de mi parte que te entreguen ración doble y la partirás con Juanito.

Este corto diálogo había tenido lugar en voz muy baja. La niña se fue contenta y volvió con un cestillo que contenía dos trozos de pan, dos manzanas y algunas pastas; acercose tímidamente al niño, y le dijo:

-Juanito, has trabajado mucho y tendrás gana; aquí traigo merienda para los dos.

El muchacho se excusaba de aceptar, pero el padre le mandó que no desairase la oferta de aquella señorita tan amable, y él tomó la merienda dado las gracias. Guardo con disimulo (sin duda para sus hermanitos) las pastas y la manzana dentro de la gorra, y sin parar de trabajar empezó a morder el pan con excelente apetito.

Al retirarse a su habitación, Flora contó a su mamá lo que había oído de boca de aquellos rústicos trabajadores, y añadió:

-Tenía usted razón, mamá, al decir que también pueden ser felices esos hombres entregados al trabajo y privados de las comodidades.

-No hay duda, hija mía, la felicidad, no completa, porque ésta no existe más que en el cielo; pero incompleta   —230→   relativa, tal como puede gozarse en la tierra, sólo la alcanza el que tiene una conciencia tranquila, el que exento de ambición y contento con el destino que la Providencia le ha deparado, no envidia al que posea más ni se afana por adquirir lo que es superior a sus fuerzas y a la esfera en que vive. Ese buen hombre desea que se desarrolle la inteligencia y la disposición artística de su hijo, pero no ha dicho que ambiciona descansar y vivir como un señor. A su vez los hijos tienen la noble aspiración de ser útiles a sus virtuosos padres y proporcionarles una existencia más tranquila. ¡Quiera Dios que se realicen los deseos de todos! Pero aún cuando así no sea, aunque vivan siempre en esa humilde situación, serán dichosos, porque solo es verdaderamente infeliz la persona que ha cometido acciones reprensibles, que tiene en su conciencia remordimientos, que lleva sobre sí la indeleble mancha del deshonor; y éste, aunque nade en la opulencia, siempre será digno de compasión, porque nada podrá compensar en él la tranquilidad perdida.

Flora abrazó a su madre y le dijo:

-Yo quiero ser buena siempre, para ser dichosa y estar contenta, y también por parecerme a usted, a mi papá y a mis abuelos.




ArribaAbajo- XXVI -

Historia Natural


Algunos días de tiempo borrascoso y frecuentes lluvias impidieron a los concurrentes a la pequeña tertulia de los señores de Burgos asistir a sus agradables reuniones; mas, por fin, una noche de febrero se presentaron Luisa y Tomasito con sus papás y poco después doña Amparo y su hija Teresa. El travieso chiquillo se había corregido bastante, pues cuando sus padres le amenazaban con no llevarle a casa de Flora, se doblegaba a cuanto exigían de él, por temor de que le impusieran tan severo castigo.

Teresita, después de besar a Flora, le dijo:

-Me han hecho un pequeño regalo, que he guardado para ti; y le entregó un lindo ramo de violetas.

-¡Oh!, ¡mi flor favorita! -exclamó la niña.

-¡Qué hermoso color es el de esta pequeña florecita! ¡Qué delicioso perfume le ha concedido la naturaleza! Creo, papá mío, que en la Historia Natural también hay algo que   —231→   decir acerca de las flores; y como hace mucho tiempo que no nos ha complacido usted con sus explicaciones, me parece que a todos nos sería muy grato que se convirtiese usted de nuevo en Catedrático.

-Desde luego, estoy dispuesta a escucharle como la más dócil de sus alumnas -dijo Teresita-, y me congratulo de que mis violetas hayan sido causa de que se reanuden tan interesantes conferencias.

Prudencio no se hizo de rogar y tomó la palabra en los términos siguientes:

-Los vegetales, aunque no tienen alma como los individuos del reino animal, tienen vida; es decir, que nacen, crecen, se reproducen, envejecen y mueren. Los órganos que les sirven para la nutricios, respiración y reproducción, son las raíces, las hojas y las semillas; y en cuanto a la parte más bella, que es la corola de las flores, engalanada ya con una nítida blancura, ya con diversidad de matices y dotada, muchas veces, de tan delicado perfume como las que mi hija tiene en la mano, es una parte accesoria de la planta.

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En todo vegetal, la raíz, que está debajo de la tierra, absorbiendo su jugo, suele nacer de una semilla de la misma especie, produce un tallo que sale a la superficie, el que, con el calor del sol y el contacto del aire, se va robusteciendo al mismo tiempo que cubriéndose de hojas. El interior del tallo, que en los árboles se llama tronco, es siempre   —232→   una médula blanda y blanca, por la que circula un jugo llamado savia, que es a las plantas lo que la sangre a los animales.

En tiempo oportuno la planta, sea de la especie que quiera, produce flores que están compuestas de un cáliz, que encierra la corola, de ésta, que unas veces es de una sola pieza, como en las campanillas y jazmines, y otras compuestas de muchas, que vulgarmente se llaman las hojas de la flor y cuyo verdadero nombre es pétalos; de unos estambres cubiertos de cierto polvillo, llamado polen, y finalmente, del ovario destinado a recoger este polvillo y a guardarle en su seno para que se formen las simientes.

La naturaleza o el hombre se encargan de colocar las simientes en lugar oportuno para la reproducción, y de esta manera se perpetúan sobre la superficie de la tierra.

Formada la semilla, los pétalos de la flor se marchitan y caen, aquélla queda encerrada bien dentro de un dulcísimo fruto, como sucede en las naranjas, melocotones, albaricoques, peras, ciruelas, y tantos otros o bien dentro de una vaina que es como la propia simiente comestible, cual sucede en las judías, garbanzos y guisantes.

En otros vegetales lo que nos alimenta es la raíz, y de ello son ejemplo los nabos, rábanos, zanahorias, y sobre todo las patatas, alimento gustoso y nutritivo, que en determinadas ocasiones ha suplido la falta de pan.

No todos los vegetales están destinados para alimento de nuestra especie, las yerbas de los prados tienen por objeto, además de dar frescura y prestar oxígeno a la atmósfera; sostener los rebaños, de cuya utilidad os he hablado en otra ocasión. Los árboles de los bosques, que no tienen fruto agradable al paladar, son de utilidad inmensa, ya porque con su humedad contribuyen a formar las nubes y atraer la lluvia, ya porque proporcionan excelente madera de construcción, y al podarlos anualmente, leña y carbón para calentar nuestras habitaciones en el invierno, y para las cocinas, puesto que la industria emplea el carbón mineral.

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De entre los árboles frutales, los que forman el principal ramo de riqueza de nuestro país son los olivos, que producen   —233→   la aceituna, pequeña fruta que prensada se convierte en aceite; y en algunas provincias los naranjos, cuyo dulce fruto se exporta en inmensa cantidad.

Otro árbol utilísimo es la morera, cuya hoja sirve de alimento a los gusanos de seda, de que a su tiempo nos hemos ocupado.

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Entre las plantas que los botánicos llaman gramíneas, ninguna tan útil como el trigo, que en casi todas las provincias de España se cosecha en abundancia, y especialmente en Castilla; es de excelente calidad. Todos conocéis este precioso cereal, que se siembra en otoño, que con las primeras lluvias del invierno sale a flor de tierra, cubriendo los campos de una verde y aterciopelada alfombra, que va creciendo; luego se forma la espiga (que es la simiente de la planta) el sol la dora y la seca, y entonces es cuando se siega y trilla, llenando los graneros de esta rica producción.

La vid es un arbusto sumamente útil, y su fruto, que es la rica uva, prensada y fermentada, da el vino, que también es una de las principales riquezas de nuestro país, pues los de España, especialmente los de Cataluña y Andalucía son muy estimado en los mercados extranjeros.

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En nuestro favorecido y rico territorio se cultivan también las plantas textiles, esto es, el cáñamo y el lino, que macerados e hilados sirven para hacer ricos tejidos; más fuertes y consistentes los del primero, más finos los del segundo.

-Y el algodón, papá, ¿no es también una planta? -dijo Flora.

-Sí, hija mía; pero planta que no se cultiva o se cultiva con poco éxito en nuestro país; por eso me reservaba hablar de ella al tratar de los vegetales exóticos, a los que consagraré breves palabras.

  —234→  

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-¿Qué son vegetales exóticos?

-Exótico es lo mismo que extranjero o traído de otro país, pero sería afectación ridícula aplicar este adjetivo a un traje o un mueble, y se usa más comúnmente tratándose de plantas, drogas o vocablos.

Hay algunas plantas como la que es objeto de esta digresión, que en vano se ha intentado aclimatar aquí y en algunos otros países de Europa, pues necesitan un clima ardiente, como, por ejemplo, el de la América meridional. Hay infinitas otras, como por ejemplo, las palmeras, que traídas por los árabes se han aclimatado en la parte meridional de nuestra península.

Dícese que la primera palmera plantada en España lo fue por Abderramán III (de quien tu Flora has hablado en tus apuntes) y en el jardín de su palacio de Córdoba; y que aquel rey de imaginación ardiente y corazón impresionable, cual la mayor parte de los árabes, como le trajese aquel   —235→   hermoso árbol dulces recuerdos de su patria, le dedicó un sentido romance que empieza así:


Tú también eres, oh palma,
En este suelo extranjera;
Mas no sientes cual yo siento
martirio de la ausencia.

-¡Qué bonito es ese verso! -dijo Flora.

-Y, ¿para qué sirven las palmeras? -añadió Luisa.

-La palmera, árbol altísimo y de forma elegante, tiene un fruto pequeño, aunque muy sabroso, que es el dátil; pero sus hojas, que son las flexibles palmas, emblema de la victoria, se utilizan para tejer esteras, canastillos y sombreros. Ya habéis visto cuán adornadas y graciosas se presentan en nuestras iglesias el Domingo de Ramos, en que se recuerda la entrada de nuestro divino Redentor en Jerusalén.

-También hacen palmas de hilo de plata y de oro, que son más bonitas -dijo Tomasito.

-Pero a las que no creo yo llegue la bendición de la Iglesia, puesto que el Sacerdote dice textualmente: «Dignaos, Señor, bendecir estas palmas y ramos»; y no añade: «Estas cosas que parecen palmas»

Los niños se rieron, y el abogado continuó. Las palmas, el laurel, símbolo de la gloria, y el olivo, emblema de la paz, son los vegetales que gozan del privilegio de ser bendecidos en tan fausto y solemne día, pero volvamos a las plantas exóticas.

La caoba, cedro, doradillo, ébano y todas las maderas preciosas proceden de árboles de América y Asia; de entre los indígenas solamente el nogal se emplea para muebles de lujo, pues a su dureza, que le hace apreciable por la mucha duración que promete, reúne la circunstancia de ser susceptible de un precioso pulimento.

El árbol del algodón, de que me habéis hablado, se cultiva en grande escala en los Estados Unidos de América. Es de la familia de las malvas, esa planta humilde, suave, bienhechora, cuyas hojas son un emoliente tan barato como de reconocida virtud, cuyas flores son un eficaz medicamento. De la propia especie, más elevada, pero siempre verde, graciosa es la malva real, que se cubre de hermosas flores, y finalmente, la malvácea, más productiva, si no la más útil, es el algodonero, cuyas semillas contienen esa   —236→   blanquísima pelusa sólo comparable a copos de nieve que hilada y tejida sirve para vestirse casi toda la gente pobre y alguna de la clase media de nuestro país.

El té, café, café, cacao y muchas drogas medicinales son frutos de plantas exóticas, la quina y la canela son corteza, de árboles también extranjeros. Por lo demás, infinidad de medicamentos están compuestos con el jugo de diversas plantas, con su raíz, su semilla o su corteza, o como la goma arábiga y otras con la resina de algún árbol. Apenas hay planta que no tenga una virtud, y si algunas son todavía desconocidas, ¿quién sabe si mañana descubrirá en ellas la ciencia nuevas propiedades?

-¿Y de dónde sale el azúcar? -preguntó Tomasito.

-De unas cañas que también se cultivan en América, y que forman una de las principales riquezas de la Isla de Cuba.

-Diga usted, papá, ¿no hay también plantas venenosas? -interrogó Flora.

-Las hay, y en tanto es así, que algunas que tomadas en ciertos casos y en las dosis propinadas por un hábil médico pueden conservar la salud, y hasta devolverla cuando se ha perdido, si imprudentemente o por equivocación se introducen en nuestro estómago, pueden causar la muerte. La cicuta, por ejemplo, es un eficaz veneno; y como su hoja es muy parecida a la del perejil, ha habido quien, poniendo cicuta en un guisado por una lamentable equivocación, ha envenenado una familia entera.

Por consiguiente, los niños deben abstenerse de coger yerbas desconocidas y mucho más de olerlas o introducirlas en la boca, pues los que tales imprudencias cometen corren gravísimo riesgo de morir envenenados.

-¿No hay también setas venenosas? -dijo Flora.

-Sí, por cierto -contestó Prudencio-, y por eso es necesario saberlas distinguir antes de decidirse a comerlas. Hay más de mil clases de hongos o setas, que crecen espontáneamente en los lugares húmedos, y como no tienen semillas visibles, es muy difícil su propagación. Entre esta diversidad las hay inofensivas y de muy agradable sabor, y otras nocivas en sumo grado. El moho que se forma en las viandas cuando se dejan en lugares húmedos, no es más que una reunión de hongos pequeñísimos de la peor especie.

-Me dijo usted -observó la niña-, que la Naturaleza o el   —237→   hombre siembran las semillas. Yo he visto a los hombres sembrar trigo, maíz, etc., pero no comprendo cómo la naturaleza puede hacer esta operación.

-De mil maneras: los fuertes vientos llevan de un punto a otro las ligeras semillas que arraigan en la cúspide de las montañas y en los barrancos, a donde jamás el hombre pudiera llegar para colocarlas, al paso que el aura suave de la primavera lleva en sus alas el polvillo de una flor, sin el cual otra planta quedaría infecunda. El pájaro que conduce a su nido semillas para alimentar a sus hijuelos, deja caer inadvertidamente una de ellas, que arraiga en el suelo y produce un árbol frondoso; y por último, las plantas que crecen junto a las corrientes de las aguas, tienen semillas parecidas a leves barquichuelos, que al desprenderse de la flor, que pendiente de las flexibles ramas se refleja en el agua como en límpido espejo, es conducida por la corriente, hasta que detenida en la orilla por cualquier obstáculo termina su viaje para germinar y florecer.

-¡Cuán sabia es la Providencia! -dijo Flora en tono reflexivo.

-Misterios son éstos, hija mía, que cuanto más se profundizan más se admiran, y con nuestra admiración crece nuestro amor hacia Aquél que todo lo ha ordenado para nuestro bienestar sobre la tierra; pero basta de botánica.




ArribaAbajo- XXVII -

Literatura


-Muy temprano ha suspendido usted su explicación -dijo Luisa.

-Es porque quiero que termine la velada de un modo más agradable.

-Para mí lo es mucho ese asunto -insistió ella.

-Pues no lo será menos el tener noticias de Horacio, el simpático joven a quien ustedes conocieron, y la lectura de algunas poesías que nos ha enviado.

-¡Ah, sí, es verdad! -dijo Flora-; pero la que me dedica a mí no me la haga usted leer, añadió mientras el carmín de la modestia coloreaba sus mejillas.

-No se pierda por eso: ya la leeré yo -repuso Teresita.

Prudencio se la entregó y leyó la joven lo siguiente:

  —238→  


La inocencia


A Flora


   Blanca, flotante, ligera
Hay una nube que vaga
Entre el vapor sonrosado
Que precede a la mañana.
Unas veces caprichosa  5
Presenta formas extrañas,
Y cual ave gigantesca
Tiende sus enormes alas,
Otras diáfana y sutil,
Cual blanco velo de gasa,  10
Forma pliegues delicados
Que el blando céfiro arrastra.
¿Será que del suelo sube,
O acaso del cielo baja?
¿Se formará por ventura  15
De la esencia inmaculada
De incienso que se consume
Ante las cristianas aras?...
Quizá es la nítida alfombra
Do asienta el Señor su planta,  20
Y del hálito de un ángel
Emanación sobrehumana.

   Allá en solitario valle
Hay una flor perfumada.
Que abre su blanca corola  25
Al aura de la mañana,
Los insectos juguetean,
Las aves ligeras pasan
Y se paran en sus hojas
O la rozan con sus alas,  30
Y ella cándida sonríe,
Y da su pura fragancia
A las tiernas avecillas,
Los insectos y las auras.

   Sobre la yerba del prado,  35
Cual brilladora esmeralda,
Una gota de rocío
Los rayos del Sol refracta.
—239→
Nada hay tan bello y tan puro
Como esa gota de agua  40
Formada con los vapores
Que ardiente la tierra exhala,
Y en su fondo diminuto
Cual claro espejo retrata
Los colores de las nubes,  45
De las flores y las plantas.

   Entre las rocas sombrías
Hay una espesa enramada,
Y allí la blanca paloma
Su dulce nido formara.  50
Su arrullo es suave y tranquilo
Como el murmullo del agua
De la fuente cristalina
Que baja de la montaña;
Su corazón es tan puro  55
Como el color de sus alas,
Así vive sin recelo
En su frondosa morada.
Sin temer al cazador
Cuyo plomo le amenaza,  60
Ni al milano, que sagaz
Cruda muerte le prepara.

   Esa tenue nube, Flora,
Esa flor fragante y blanca,
Esa gota de rocío  65
Y esa paloma tan casta
Son emblemas de inocencia,
Son la imagen de tu alma.
Esa virtud peregrina
Que de los cielos emana  70
Es la luz que se refleja
En tu límpida mirada,
Es la que presta a tu voz
Esa dulzura que encanta,
Y es la modesta aureola  75
De tu frente inmaculada.
Consérvala, vida mía,
Porque si esa luz se apaga,
Si esa corona se cae
No hay consuelo ni esperanza.  80
Los ángeles tus hermanos
—240→
Extienden sus puras alas,
Y forman rico dosel
Que el alma inocente ampara
¡Quiera Dios que vivas siempre  85
Por tal dosel cobijada,
Hasta que vuelvas dichosa
Al cielo, tu dulce patria,
Como se eleva el vapor
Que forma la nube blanca  90
Y el perfume de la rosa
Que se abrió por la mañana!

Un nutrido aplauso resonó en el salón, y luego el padre de Tomasito, que era entusiasta admirador de las bellas letras, pidió la lectura de las restantes composiciones de Horacio.

-Las demás son poesías religiosas -contestó el abogado-. Mi hija leerá algunas, ya que ustedes desean oírlas.

Flora leyó:




Los pastores y los reyes


Los primeros son los últimos y los últimos los primeros.


JESUCRISTO.                




I

   Sobre un humilde pesebre,
Y en un establo arruinado,
Hay un niño reclinado
Bello como un serafín;
Y en unas míseras pajas  5
Apoyada suavemente
Descansa su pura frente
Blanca cual lindo jazmín.

    Una mujer admirable
De peregrina belleza  10
Inclinando su cabeza
Como el tallo de una flor,
Le contempla embelesada
Y un ósculo de ternura
Imprime su boca pura  15
En el rostro encantador.
—241→

   Se escucha el rumor lejano
De algún rústico instrumento,
Que entre el silbido del viento
Llega distinto al portal;  20
Y una turba de pastores
De improviso se presenta
Donde el anciano se ostenta
Y el inocente zagal.

   «Venimos, dicen, Señora,  25
A adorar al santo Niño,
Anhela nuestro cariño
Sus pies sagrados besar;
Y aceptad sabrosa leche,
Moreno pan, un cordero  30
Y dulce miel de romero,
Cuanto un pobre os puede dar».


II

   Quizá se acerca un ejército,
Se ven soberbios camellos,
Y van jinetes en ellos  35
Hombres con traje oriental,
Llevan numeroso séquito
Y una corona en la frente,
Mas entran humildemente
En el ruinoso portal.  40

   «De luengas tierras, Señora,
Vienen tres Reyes del suelo
Ante el Monarca del Cielo,
llenos de amor y de fe.
El incienso de los dioses,  45
Oro y mirra le ofrecemos,
Permitidnos que lleguemos
A besar su santo pie».

    La madre pura interroga:
¿Por qué misterio insondable  50
En cuna tan miserable
Quisistes, ¡oh Niño!, nacer?
¿Por qué aceptaste primero
La ofrenda de la pobreza,
Y hoy acude la nobleza,  55
Su rico don a ofrecer?
—242→

    Abriose un libro divino,
De saber rico tesoro,
Y en sus páginas de oro
Leyó la Virgen así:  60
«En el reino de mi Padre
Los últimos son primeros,
Los pobres, aquí postreros,
Son preferidos allí».




La entrada en Jerusalén


   La palabra divina e increada
Que dijo en el principio: «La luz, sea»,
Quien produjo los orbes de la nada
Y mirando su hechura se recrea,

   El que al compás del trueno vaporoso  5
En Sinaí sus leves promulgara
Y a cuya voz potente el mar furioso
Al soberbio enemigo sepultara,

   Hoy, Monarca sin cetro ni legiones,
Aunque vence, ni mata ni cautiva,  10
Y anhela conquistar los corazones
Con su dulce palabra persuasiva.

   A ti viene, Sión, viene clemente,
Hele aquí que a tus puertas se encamina,
Sobre un pobre animal manso y paciente,  15
Que a humilde yugo su cerviz inclina.

   No va en carroza de metal dorado
Arrastrada por míseros vencidos,
Sus discípulos fieles le han formado
Un modesto almohadón con sus vestidos.  20

   Mas le cantan los niños inocentes
Hosanna, hosanna con sus voces puras,
Y a su paso prostérnanse las gentes
Y tienden a sus pies las vestiduras.

   Venció sin combatir, su santa mano  25
Una palma simbólica sostiene,
Y el pueblo de Israel proclama ufano
Al que en nombre de Dios triunfante viene.

    Con las ramas lozanas y frondosas
Que ofrece la fecunda primavera  30
Va cubriendo las calles anchurosas
Cual la yerba tapiza la pradera.
—243→

   Tan completa ovación, ¡Oh! ¿quién diría
Que en odio y en desprecio se trocara,
Y en mirar a su Rey en la agonía  35
El sacrílego pueblo se gozara?

   Hoy ramas verdes y lozana palma,
Mañana el leño del atroz suplicio...
Jesús lo sabe, más con dulce calma
Mide ya la extensión del sacrificio.  40

    Jesús, que es el Verbo divino increado,
Contempla del hombre la necia inconstancia,
Cual suele un anciano tal vez de la infancia
Las faltas ligeras sufrir con amor.
Jesús indulgente perdona al hebreo  45
Que vierte su sangre feroz e inhumano,
Son, ¡ay!, por ventura, ¿no otorga al cristiano
Mayores mercedes, clemencia mayor?

   Señor, los honores que el pueblo judaico
Con himnos, con palma tributa este día  50
Son hora las preces de amor y alegría
Que el alma cristiana dirige hacia ti.
Y el grito de muerte, los fieros sarcasmos
La copa de hieles, la lanza acerada,
Son, ¡ay!, del cristiano la culpa obstinada  55
De ciegas pasiones fatal frenesí.

   Mas tú, que derramas tu inmensa clemencia
Cual vierte la aurora fecundo rocío,
Concede tu gracia, tu gracia, Dios mío,
A todo el que implora tu santo favor,  60
Que no repitamos del Gólgota fiero
La escena sangrienta de luto y de muerte,
¡Mas sí te ensalcemos, Dios santo, Dios fuerte,
Con ramos y palmas, con himnos de amor!




Al Salvador en su pasión


   ¿Qué piden esas turbas que vocean
Enfrente del pretorio congregadas?
¿Qué buscan por do quier cuando pasean
Sus ávidas miradas?
Afluye por momentos el gentío  5
De las calles y plazas adyacentes,
Como las aguas del profundo río
Aumentan los arroyos y las fuentes.
—244→
Aquella multitud, por una idea
Se siente dominada,  10
Y de todos nos labios sale un nombre.
Suele añadir, «crucificado sea»,
Y es que clama furioso y obstinada
Por la muerte de un hombre.

   Mas he aquí que el objeto de su saña  15
A su vista se ofrece
Débil, ensangrentado y espirante.
Y allí, ¡fiereza extraña!
Al ver que por momentos desfallece,
No hay voz que en su socorro se levante.  20
Y es, además, notable
Que el varón de dolores
Que el pueblo mira con enjutos ojos,
Cuya vista fomenta sus enojos,
Ha tres días apenas  25
Fue objeto de entusiasmo imponderable
Para ese mismo pueblo miserable
Que hoy se goza en sus penas.

   Himnos de amor cantaba,
Y a su paso las calles alfombraba  30
Con telas de colores;
Su planta hollaba las fragantes flores,
Y en uno y otro lado se agitaban
Las palmas que su triunfo publicaban.
Hoy ¡triste! en el pretorio,  35
En sus manos divinas
Lleva un cetro irrisorio,
Y punzantes espinas
Coronan su cabeza ensangrentada;
Que dolorosamente  40
Las puras sienes sin piedad laceran,
No sin que el alma sus rigores hieran.

   Es el mismo, ¡gran Dios!, ¿por qué trocara
En odio su ovación el pueblo hebreo?
¿Por qué su pronta muerte demandara  45
Con tan ciego y frenético deseo?
¡Ay de mí!, ya lo veo
Calumnia venenosa
Se alzó torpe y odiosa;
Y el aura popular es como el viento  50
Que cambia de un momento a otro momento.
—245→

   Eras tú, Jesús mío,
Te condenó el pretor, necio y menguado,
Cediendo a la presión del pueblo impío,
A su vez sobornado.  55

   Así te plugo para dicha mía
Y de todos los hombres mis hermanos:
Sayones inhumanos
Te cargaron la cruz, la triste vía
Regaste con tu sangre generosa,  60
Y aquel riego fecundo
Fue sagrado bautismo para el mundo.
Tú quisiste del Gólgota en la cumbre
Un martirio sufrir insoportable
A vista de la fiera muchedumbre;  65
Que tu cuerpo adorable
Herido, atormentado,
Y en el leño clavado
Como en trono bendito se elevase
Y desde allí las gentes congregase.  70
Haz, Señor, que agrupados
A la sombra del árbol misterioso
En que diste tu vida por el hombre,
Los pueblos convocados,
Únanse con abrazo cariñoso  75
Bendiciendo tu nombre...
¡Ah!, ya veo, Jesús, que el árbol crece,
Cobija bienhechor al marido entero,
Ya miro que florece,
Y la tierra embellece,  80
Y esas flores benditas
Esas flores de amor nunca marchitas
Que no puede tocar la ruda mano
Ni los ojos mirar, dan al humano
Consuelo en sus dolores.  85
Manda, ¡oh Dios! otra ráfaga de viento
Que agitando violento
El árbol, riegue el suelo con sus flores.
Y pues jamás caerá, que siempre erguido
Se elevará hasta el cielo;  90
Cuanto más agitado y combatido,
Mayor será el consuelo
Que derramen las hojas desprendidas
Do quiera por el aura conducidas.
—246→
Calmará su fragancia las pasiones,  95
El hombre cambiará de aspiraciones,
Y al rayo de luz pura
Que en la cumbre del Gólgota fulgura,
Verá su nobilísimo destino:
Imperará en el suelo  100
Santa fraternidad y amor divino,
Y unidos andaremos el camino
Que va al calvario y del Calvario al cielo.




La virgen de los Dolores


SONETO


   Estaba junto al leño misterioso
Do espiraba Jesús el justo, el santo
Su tierna madre, sumergida en llanto
Pálido y mustio su semblante hermoso.

   Se oyó la voz del hijo cariñoso,  5
Y suspendido un punto su quebranto
Enjúgase los ojos con el manto,
Conteniendo el aliento congojoso.

   Le ha llamado mujer, ¡qué desventura!
¡Y madre no!, si madre la llamara  10
Calmaría tal vez sus sinsabores.

   Mas no halló lenitivo a su amargura,
Porque después la iglesia la aclamara
La madre celestial de los Dolores.




La resurrección



I

    Fantástica, velada por su rosado manto;
Incierta y vaporosa cual mágica ilusión
La luz del alba pura con su celeste encanto
Bañaba cierto día los montes de Sión.

   Porque el Señor no excluye ni a la ciudad Deicida  5
Cuando regala al mundo benéfico fulgor;
La cumbre del Calvario con sangre enrojecida
También recibe un rayo del astro bienhechor.

   Calladas y abatidas caminan tres mujeres
—247→
Llevando en sus semblantes pintada la inquietud,  10
Habrá corrido el llanto de tan piadosos seres,
Mas llanto ciertamente de amor y de virtud.

   De ungüentos olorosos, de aromas orientales
Conducen en sus manos copiosa prevención,
Cual llevan las abejas para labrar panales  15
El néctar de las flores en rica profusión.

   Exclaman tristemente: inútil todo ha sido
Si alzar no conseguimos la losa entre las tres,
Veremos el sepulcro del Salvador querido
Mas sin ungir su cuerpo, mas sin besar sus pies...  20

   Llegan al fin al huerto solitario
Donde existe el sagrado monumento
Que ocultara el depósito sangriento
Recién bajado de afrentosa cruz;
Pero al buscar con los llorosos ojos  25
La dura peña en que Jesús reposa
Ven levantada la pesada losa
Y las sorprende deslumbrante luz.

   Sentado a la derecha del sepulcro
Hay un joven de angélica hermosura,  30
Con faz brillante como estrella pura,
Y un vestido tan blanco cual jazmín,
Que con voz argentina y melodiosa,
Cual las arpas que pulsan en el cielo
Les dirige palabras de consuelo  35
Que a su pena y zozobra ponen fin.

   «Vosotras no temáis, llegad sin miedo,
Pues buscáis a Jesús crucificado,
Ved el lugar do estuvo sepultado
Pero se alzó triunfante, no está aquí.  40
Regresad a Sión, sed las primeras
En propalar la nueva peregrina
Que ponga el sello a la misión divina
Del que ofreció resucitar así».


II

   Desde entonces la aurora de este día  45
Es aurora de dicha y de consuelo,
—248→
De entonces los que gimen en el suelo
Pueden alzar los ojos a la cruz,
Y ver allí tras el padrón de afrenta
Y al través de miserias y de llanto  50
Cabe la losa del sepulcro santo
Al ángel puro derramando luz.

   Si cupiese olvidar por un momento
La dignidad sublime de cristianos
Que todos los hombres hace hermanos  55
Cuyo padre común es todo un Dios,
La mañana solemne de la pascua
Recordará al feliz y al desgraciado
Que fue Jesús por ambos inmolarlo
Y que vela en el cielo por los dos.  60

   Sí, sí, al brillar la aurora de este día
Sobre una sociedad regenerada
Con piadosa emoción es saludada
Porque es el día que creó el Señor.
En las torres sonoras vibraciones,  65
En los templos torrentes de armonía,
Todo tiene un acento de alegría
Que es tributo a la par de tierno amor

   Es la Resurrección la fortaleza
Del que apurando el cáliz de amargura  70
Aguarda el premio de la edad futura
Y tiene fija su esperanza allí.
Durante el juicio el ángel del Eterno
La tumba al señalar del elegido,
Dirá: Ved el lugar en que ha dormido  75
Mas ha resucitado: no está aquí.

Terminada la lectura de las poesías, el compañero de armas de don Leandro, que las aplaudió con entusiasmo, prometió traer una noche algunos ensayos del arte de Apolo que había escrito en sus mocedades.

-Prometo -dijo Teresita-, no dejar a usted a sol ni a sombra hasta que nos lea sus magníficas estancias poéticas.

-Y yo, y yo -dijeron a un tiempo Flora y Luisa.

-Si empiezan ustedes a calificarlas así, hermosas niñas, ya no las traigo, porque se llevarían ustedes un solemnísimo chasco, y en cuanto a que me dejarán tranquilo mientras esté al sol, yo lo fío, puesto que no me ven más que de noche.

  —249→  

Las niñas ofrecieron conformarse con la voluntad del militar, pero le rogaron que no retardase mucho el placer que esperaban gozar con la lectura de sus estos.

Era muy tarde, y así sin ningún otro incidente se despidieron los amigos y se disolvió la reunión.