Escena I
|
|
HUGUET, JORDANA, que entran por la escalera; LLUCH, portero
anciano.
|
LLUCH.-
¿El amo?... En la fábrica,
reconociendo los hornos apagados. |
HUGUET.-
¿Quién
estaba aquí con él hace un momento? |
LLUCH.-
El prior de los Franciscanos. |
JORDANA.-
(Vivamente.) ¿No
lo dije?... Me figuro la escena, que
—152→
debió de ser
breve, terminada con la salida del fraile poco menos que
de cabeza. |
LLUCH.-
Sí señor; el amo le echó
a cajas destempladas. |
HUGUET.-
¿Pero qué...?
¡Ah!, la cuestión de los terrenos... |
JORDANA.-
Justo.
Esos benditos creen tener derecho, y lo tienen, me consta,
a las doce hectáreas que separan la fábrica
de la huerta del convento. |
HUGUET.-
Moncada pensaba
darles posesión de ellas. |
JORDANA.-
¡Y esperan
que este...! ¡Pobres cogullas!... (Soltando la risa.) |
LLUCH.-
¿Quieren que le avise? |
HUGUET.-
No; esperaremos a que
salga. (Se sienta. Vase LLUCH.) Pues aquí me he refugiado,
amigo Jordana, huyendo de la pobrecita Marquesa, que no me
deja a sol ni sombra. |
JORDANA.-
Ya... Pretende que
este caribe le prorrogue
—153→
el préstamo hipotecario...
¡A buena parte viene! |
HUGUET.-
(Intranquilo.) Pues no crea
usted... Temo que me siga hasta aquí. |
JORDANA.-
(Acercándose
al mirador.) No; va en retirada. A quien veo es a Daniel,
el aburrido y solitario paseante. |
HUGUET.-
Sí,
aguardando a los niños para acompañarles a
paseo. Jamás entra aquí. |
JORDANA.-
(Volviendo
al proscenio.) ¿Y es cierto que profesa en la Orden Tercera? |
HUGUET.-
Eso dicen. Lo sentiré por la Marquesa,
que bien necesita hoy del trabajo de sus hijos... ¡Infeliz
señora! Bebe los vientos por salvar su finquita del
Clot, y a todos nos trae locos... «Háblele usted...
interceda, por Dios, con el tirano...». |
JORDANA.-
Más
fácil es convertir en almohada de plumas una rueda
de molino que ablandar el corazón de este hombre.
Dígamelo usted a mí, que me he pasado seis
meses colmándole de finezas, tocando todos los registros
de persuasión,
—154→
hasta el de la baja lisonja, con la
esperanza de que nos concluya nuestro santo hospital... y
nada, querido Facundo, no ha sido hombre para decir: «Jordana,
ahí tiene usted diez mil duros, quince mil duros,
para que el pueblo se acuerde de mí». |
HUGUET.-
Vamos,
que ni con las alegrías del matrimonio se humaniza
la fiera. |
JORDANA.-
Pero si Victoria no parece tener
influjo sobre él... |
HUGUET.-
Lo dicho, amigo
Jordana, que a este no le entran ángeles. |
JORDANA.-
Yo
espero que la Providencia tomará cartas en el asunto,
y hará con este pecador un grande escarmiento, ya
enviándole una buena carga de enfermedades, ya esparciendo
y aventando el vano polvo de sus riquezas... |
HUGUET.-
Patético
estáis. ¿Apostamos a que la Providencia no se mete
con él?... Y si usted no se enfada, le diré
que hará bien en no meterse, y en dejar que sigan
prosperando, bajo la
—155→
magistral dirección de Cruz,
los negocios de la casa de Moncada. Seamos justos, y reconozcamos
en este hombre una capacidad administrativa de primer orden. |
JORDANA.-
Lo reconozco. El infierno está empedrado
de capacidades administrativas. |
HUGUET.-
Desde que
este californiano de mil demonios se hizo cargo de la fábrica,
arrostrando la incomodidad de vivir en ella, parece que el
ángel del negocio ha penetrado aquí. |
JORDANA.-
(Riendo.) Pero, hijo de mi alma, si el negocio no tiene ángel... |
HUGUET.-
¿Y qué diremos de la resurrección
gloriosa del Banco Industrial y Naval, casi muerto en manos
de Moncada y en las mías? |
JORDANA.-
Ya, ya sé.
Las acciones por las nubes. Sin duda Cruz ha sobornado al
ángel del crédito... dando una participación
en los beneficios a las potencias celestiales... Ja, ja...
Dígame, Facundo, ¿no le parece a usted que la pobre
Victoria parece ahora un ángel un poco desplumado
o inservible? ¡Cuidado que no conseguirme
—156→
el auxilio que
pretendo para terminar esa obra magna...! |
HUGUET.-
¿Pero
es de veras que... nada...? |
JORDANA.-
En metálico
ni una mota. La pobrecilla, a fuerza de diplomacia y de paciencia,
ha conseguido del ogro algunos millares de ladrillos de desecho. |
HUGUET.-
¡Ah, tunante! Así, arañando
de aquí y de allá, se amontonan recursos. Sí,
hay que reconocer que es usted un grande hombre, el apóstol
de la caridad, tal como ahora se estila. Al insigne Jordana
deberemos el mejor establecimiento benéfico de la
provincia. |
JORDANA.-
Antes hacía estas maravillas
la fe; hácelas ahora el amor propio, ayudado de la
vanidad... Pero este arrastrado Cruz no tiene vanidad, no
le importa nada que yo ponga su nombre en letras de oro en
las lápidas del frontis. |
HUGUET.-
Es que hay
vanidades de vanidades, y la de este consiste en que se le
alabe por sus extraordinarias aptitudes para negar dinero...
—157→
en fin, a mí me da el corazón que de esta
hecha saca usted alguna tajadita. |
JORDANA.-
¡Ah! ¡Pues si
me resultara la que le tengo armada! |
HUGUET.-
¿Qué? |
JORDANA.-
Pasado mañana celebro en mi hospital
una gran fiesta entre religiosa y mundana, con su poquito
de gori gori, su poquito de recepción... |
HUGUET.-
¿Y
baile? |
JORDANA.-
Hombre, no, baile no; pero habrá
lunch. En fin, conviene combinar lo espiritual con lo profano.
Agua bendita por un lado, por otro algo de champagne. Ya
sabe usted que bautizamos a mi último hijo. |
HUGUET.-
¿Qué
número alcanza? |
JORDANA.-
Es el decimosexto
en la serie de los nacidos. |
HUGUET.-
Hombre, es usted
único para poblar el
—158→
mundo. De usted se dirá,
como de D. Juan de Robles: «fundó hospitales, erigió
suntuosos asilos... y primero hizo la humanidad». |
JORDANA.-
Eso
es... Pues bien: gran fiesta. El prior de los Franciscanos
administrará el Sacramento. Victoria será la
madrina. Naturalmente, Cruz irá. He invitado a todo
el señorío de Santa Madrona: enseñaré
las dependencias del edificio, las grandes mejoras que allí
se han ido realizando... |
HUGUET.-
(Con sorna.) ¿Y espera
usted que Cruz se enternezca? |
JORDANA.-
Como que pronunciaré
un discurso en el cual pienso llamarle la primera figura
histórico social de Santa Madrona, el hombre designado
por la Providencia para... |
HUGUET.-
¡Pero qué
inocente es usted! |
JORDANA.-
Y una comisión
de señoras le pedirá que continúe las
obras. Y las niñas entonarán un himno en que
digan... |
HUGUET.-
(Riendo.) Calle usted. ¡Valiente caso
hace este de
—159→
coros infantiles y de damas pedigüeñas!
Nada, Jordana, lo mejor es... |
JORDANA.-
Aquí
viene. |
Escena II
|
|
Dichos. CRUZ, que viene de los talleres
por el pasadizo del fondo.
|
CRUZ.-
Señores... |
JORDANA.-
(Saludando con servilismo.) Amigo Cruz, celebro
que no haya novedad en esa preciosa salud. |
CRUZ.-
Igualmente. |
JORDANA.-
No olvide usted que pasado mañana le secuestro. |
CRUZ.-
Iré un rato si puedo. En todo caso, Victoria
me representará. |
JORDANA.-
No, no. Usted tiene
que ir... ¡Pues no faltaba más! Allí reuniré
la flor y nata de Santa Madrona. No olvide usted que el pueblo
que
—160→
represento tiene los ojos fijos en su ilustre hijo,
la más grande capacidad industrial y administrativa
que nos ha dado Cataluña en lo que va de siglo. |
CRUZ.-
Quieto
el incensario. Pero si la primera capacidad industrial es
usted... |
HUGUET.-
Como padre... |
CRUZ.-
¡Un hombre
que da un producto bruto de dieciséis hijos en catorce
años! |
JORDANA.-
Y muy guapos. Gracias a Dios me viven
doce. Vamos, señor de Cruz, confiese usted que me
tiene envidia. |
CRUZ.-
Sí que la tengo... Quisiera
yo... |
JORDANA.-
No se apure... que ya vendrán... |
CRUZ.-
Dispénseme un momento. (Queriendo hablar a
solas con HUGUET.) |
JORDANA.-
(Apartándose.) Sí,
sí, traten ustedes de negocios. A ganar
—161→
dinero...
Por ahí, por ahí se empieza... y luego, a acuñar
la generación que ha de gastarlo... |
HUGUET.-
(Aparte
a CRUZ.) Dos telegramas para usted, y una carta. (Entrega
estos objetos, y aguarda un instante a que los examine rápidamente.)
Hoy he comprado, como usted me dijo, a 87,50. |
CRUZ.-
(Guardando
los telegramas y cartas.) Bien; mañana siga usted,
comprando. Puede llegar hasta 75. |
HUGUET.-
Corriente...
¿Qué más? (Saca un librito de apuntes.) ¡Ah!
Pons Hermanos quieren que les descuente usted pagarés
a noventa días, por pesetas cien mil y pico. |
CRUZ.-
Con
la garantía de Foxá, no hay inconveniente. |
HUGUET.-
(Disponiéndose a apuntar con su lápiz.)
¿Qué descuento? |
CRUZ.-
A razón de veinte por
ciento al año... Pues tres meses... (Calculando.) |
HUGUET.-
Les parecerá mucho.
|
—162→
|
CRUZ.-
Pues que
lo dejen. |
HUGUET.-
(Volviendo a consultar el librito.) Bueno:
y por último... ¿por cuánto se suscribe usted
para las víctimas...? |
CRUZ.-
(Con gran extrañeza.)
¡Víctimas...! ¡Suscripción...!, ¡yo...! |
HUGUET.-
Ya
sabe usted... El horroroso incendio que ha dejado en la miseria
a tantas familias... Todo el comercio y la banca de Barcelona
contribuyen... |
CRUZ.-
¡Tonterías! Aquí no
hay más víctima que yo. Soy mi propia víctima...
y ya me he socorrido. |
HUGUET.-
(Guardando el libro.) Pues
nada más... ¿No me manda usted otra cosa? |
CRUZ.-
Nada
más. (Recordando.) ¡Ah!, ¿quiere usted llevarse ese
pico? |
HUGUET.-
¿Lo del carbón? Es mejor que se lo
dé usted a mi primo Silvestre Rius. Es cosa de él.
|
—163→
|
CRUZ.-
Pues dígale que venga a cobrar esta
tarde. Dejaré puesto el talón. |
HUGUET.-
Bien. |
CRUZ.-
(A JORDANA.) Perdóneme. Tengo mucho que hacer
hoy. |
JORDANA.-
No me iré sin hablar con Victoria,
para ponernos de acuerdo en ciertos detalles. |
CRUZ.-
Mal
día es hoy. |
JORDANA.-
¿Por qué? |
CRUZ.-
Hoy vuelven Gabriela y Jaime de su viaje de novios... No
sé si vendrán aquí o a la torre... En
fin, señores, tengo mucha prisa. (Vase por la izquierda.) |
Escena III
|
|
HUGUET, JORDANA, la MARQUESA, medrosa, que
entra por la escalera.
|
MARQUESA.-
(Salió de la
fábrica... Aquí no está...) ¡Ah! Huguet...
|
—164→
|
HUGUET.-
¡Ay, Dios mío! Ya me cogió otra
vez. |
MARQUESA.-
(Con afán.) ¿Le ha visto usted?...
¿le ha dicho algo? |
HUGUET.-
¡Ay, no, señora! ¿Para
qué? |
MARQUESA.-
¿De modo que ni esperanzas me
da usted? |
JORDANA.-
Señora Marquesa, ¿no hay un cartel
a la entrada de esa escaleta? |
MARQUESA.-
Sí...
que dice «Paso a los talleres». |
JORDANA.-
¡Quia!, no dice
eso. |
MARQUESA.-
¿Pues qué? |
JORDANA.-
Dice:
Lasciate ogni speranza o voi ch'entrate. |
HUGUET.-
Pues
cuando Moncada y yo disponíamos de todo, ya sabe usted
que nunca la apurábamos. Ahora, la dirección
de los negocios de la
—165→
casa está a cargo de Cruz,
al cual se entregaron, como parte del activo de Juan, algunos
créditos... |
MARQUESA.-
Pero... |
HUGUET.-
Convenido,
sí. Debimos retener la hipoteca; mas en la confusión
y azoramiento de aquellos días, la olvidamos: allá
se fue en el montón; y ahora... |
MARQUESA.-
Hoy
es el vencimiento, y me es absolutamente imposible pagar.
Que ese vándalo me conceda la prórroga, y pagaré. |
HUGUET.-
Mal negocio, señora. |
MARQUESA.-
De
modo que me quedaré sin el Clot, sin aquel venerado
terruño donde nací... (Afligidísima.)
Díganme que no, díganme que esto no puede ser... |
JORDANA.-
Lo diremos, señora, pero sin creer
en nuestras propias palabras. |
MARQUESA.-
¡Infeliz
de mí! (A HUGUET.) ¿Pero Juan no podría...?
|
—166→
|
HUGUET.-
Juan ha delegado en el otro sus facultades,
y en nada interviene ya. Como no consiga usted algo por Victoria... |
MARQUESA.-
¡Ah!... ¡Buen chasco nos ha dado!, cuando
salió de improviso, hace cinco meses, con la ventolera
de casarse con el dragón, todos creímos...
Vamos, no es el primer caso de un monstruo vencido y domado
por artes femeninas. |
JORDANA.-
En el paganismo, en la leyenda,
se dan estos casos; pero ya los dragones han aprendido mucho... |
HUGUET.-
En fin, señora mía, no pierda
usted tiempo, y piense en la manera de salir del compromiso. |
MARQUESA.-
¿Cómo? |
HUGUET.-
Buscando el dinero
hoy mismo, y pagando. |
MARQUESA.-
¡Buscar el dinero! ¡Con
qué sencillez pastoril lo dice...! ¿Cree usted que
no he arañado la tierra estos días por encontrar
quien me
—167→
prestara esa suma? A duras penas puedo reunir la
mitad, unas cincuenta mil pesetas. |
HUGUET.-
¿Y sus
hijos de usted? |
MARQUESA.-
¡Ah, no cuento para nada
con Daniel, que desde las alturas de la perfección
a que se ha subido, me dice que no me defienda de la maldad,
que mire con desprecio los bienes temporales, que sucumba,
que pierda el Clot y me alegre de perderlo! |
JORDANA.-
¡Oh,
sí, bonita idea! |
MARQUESA.-
¡Pero yo, ¡ay!, me
siento tan terrestre, tan positiva! (Respirando fuerte.)
Cuando intento llenar mi cabeza de ideas de abnegación
sublime, acuérdome del Clot, y el temor de verlo en
otras manos me trastorna, me enloquece... Algo más
confío en Jaime, que, al volver de su viaje, se detiene
en Barcelona dos días para buscarme fondos. Dudo que
pueda conseguirlos en condiciones aceptables... Hoy llega,
y pronto saldré de esta horrible incertidumbre. |
Escena IV
|
|
Dichos. MONCADA, visiblemente envejecido,
apoyándose en un bastón. Entra por la escalera.
|
HUGUET.-
Aquí está Juan. |
MONCADA.-
Florentina...
Alcalde... (Saludando a todos.) Facundo... Yo bien, muy bien. |
MARQUESA.-
Sí; ya le veo a usted tan contento. |
MONCADA.-
¿Por qué no? (Se sienta fatigado.)
Tiempo era ya de que mi ánimo gozara de esta placidez.
No me ocupo de nada, como y duermo bien... los negocios
de la casa marchan admirablemente; mis hijos y mis nietos
tienen salud. Me paso el día en tranquila holganza,
dando de comer a los faisanes, inspeccionando las hortalizas
y viendo correr el agua por las acequias. Vida nueva para
mí, descanso de mi vejez, en la cual siento retoñar
una segunda infancia. |
MARQUESA.-
¡Cuánto le envidio!
¿Y ahora viene usted de los Franciscanos?
|
—169→
|
MONCADA.-
Como
que me paso allí horas muy gratas, sobre todo cuando
llueve y no puedo pasear. Daniel me acompaña, y créanlo,
me ha contagiado. |
JORDANA.-
¿También místico,
don Juan?... ¡usted! |
MONCADA.-
También. Nada
más delicioso que soltar el espíritu dentro
de la iglesia sombría y apacible, y dejarlo volar
allí libremente, subir, remontarse... No hay idea
de lo consoladora que es la religión cuando uno no
tiene dinero, es decir, cuando no lo maneja, cuando no se
siente esclavizado por el metal infame... El rezar me entretiene;
las prácticas del culto me deleitan, y allí
me estoy... Charlo con los padres, hablamos de lo de allá...
yo me enternezco... a veces murmuramos un poco de los que
viven apegados a las riquezas... celebramos las virtudes,
la humildad, la pobreza de este y del otro santo, y, en fin,
salgo siempre de allí con ganas de volver. |
HUGUET.-
Buena vida... |
MONCADA.-
Dulcísima, sí.
|
—170→
|
MARQUESA.-
Pues yo, querido Juan, siento mucho turbar
su serenidad angélica con mis lamentaciones. Estoy
desolada. |
MONCADA.-
¡Ah!, sí, ya sé por Facundo...
No puedo nada, nada... Soy en mi casa un asilado a quien
tratan a cuerpo de rey... |
HUGUET.-
(A la MARQUESA.) No tiene usted más solución
que la que le he dicho; reunir el dinero... |
MARQUESA.-
¿Pero
cómo... dónde? |
MONCADA.-
¡Ah!, se me ocurre
una idea. Creo que está usted salvada. |
MARQUESA.-
¡Ay, qué alegría! |
MONCADA.-
Mi hermana
tiene dinero. |
MARQUESA.-
(Desalentada.) Eulalia... |
MONCADA.-
Sí; yo le hablaré... Aquí está.
|
Escena VI
|
|
MONCADA, DOÑA EULALIA.
|
MONCADA.-
Hermana,
hay que sacar de su compromiso a la pobre Marquesa... |
DOÑA EULALIA.-
¿Qué? |
MONCADA.-
Que tú tienes ahorros. |
DOÑA EULALIA.-
¿Pero
qué dices? |
MONCADA.-
(Alzando la voz.) Que puesto
que tienes numerario disponible... |
DOÑA EULALIA.-
No oigo una
palabra. Me he quedado enteramente sorda con los aires colados
de esta maldita casa.
|
—173→
|
MONCADA.-
Tú recibes puntualmente
tus rentas y no gastas un céntimo. |
DOÑA EULALIA.-
Te repito
que no oigo nada... ¿Dinero yo?, ¡qué cosas tienes!
Si quieres auxiliar a Florentina háblale a tu yerno,
a ese D. Judas de California que ha sabido apoderarse de
la casa de Moncada... |
MONCADA.-
¡Qué tontería! |
DOÑA EULALIA.-
Sí, y concluirá por echarnos
de Santa Madrona... Vamos, tu actitud de sumisión
y pasividad, parécenme a mí un síntoma
de chochez... (Contrariada de que MONCADA no da importancia
a sus expresiones.) No tenemos vergüenza, si toleramos
tanta humillación. ¡Un hombre que no nos consulta
nada, que apenas me saluda, que nos tiene ahí como
figuras decorativas, como adornos de su grosería sobredorada!
Somos tú y yo al modo de un par de jarrones que pone...
así... a los lados de su grotesca personalidad para
hacerla lucir... Por mí no me importa. Sé padecer,
sé anularme... La humildad es mi orgullo, y mi incienso
los ultrajes... ¡Pero tú...! No, no, Juan; tú
no debes tolerarlo.
|
—174→
|
MONCADA.-
Pero mujer... |
DOÑA EULALIA.-
(Sin dejarle meter baza.) Tu poquedad de ánimo...
para que lo sepas... es un grandísimo pecado... Y
ofendes a Dios entregando tus negocios en las manos puercas
de ese Holofernes. Sin ir más lejos, considera las
limosnas que se repartían en tu tiempo, y las que
se reparten ahora. |
MONCADA.-
(Suspirando.) ¡Y qué
le hemos de hacer! |
DOÑA EULALIA.-
¿Pues y la indecencia
de negar a la Orden Tercera un terreno que le pertenece? |
MONCADA.-
Bueno... ¿Y qué? |
DOÑA EULALIA.-
¡Me gusta
tu calma! ¡Los pobres! ¡Los ministros del Señor!...
Por ti, claro, que los parta un rayo. ¡Bonita manera de ser
religioso! ¿Y crees que te vale andar todo el día
de hocicos en los Franciscanos, y llevar la velita en las
procesiones, y quitarle motas al padre Cleto? No, hijo, esas
exterioridades no te valen para el fin sin fin, que dijo
el otro.
|
—175→
|
MONCADA.-
(Interrumpiéndola.) ¡Eulalia!...
¡Bah! |
DOÑA EULALIA.-
No, no me callo. Tú con tal que te
echen puntualmente la sopa boba, transiges con ese hereje... |
MONCADA.-
¿Hereje? ¿Pero si tú fuistes4 quien
armó la conspiración para hacerle mi yerno? |
DOÑA EULALIA.-
(Con viveza.) Porque creí que casándole
le amarraríamos al lábaro de la fe. Pero luego
ha resultado que Victoria carece de poder evangélico...
¡Vaya un fiasco! Bien merecido le está por meterse
a redentora... y sin pedir consejo a nadie... por sí
y ante sí, la muy estrafalaria. |
MONCADA.-
(Alzando
más la voz.) Respóndeme a lo que te pregunto. |
DOÑA EULALIA.-
Respondo que Victoria no sabe amansar al
feroz vestiglo... ¡Y para esto abandonó la pureza
y santidad del Socorro!... Que oiga, sí, que oiga
lo que dicen de ella las Hermanas... y sacerdotes respetabilísimos...
Que procedió muy de ligero, que no consultó
el caso con la Superiora, ni con el Director de la Congregación...
|
—176→
|
MONCADA.-
(Incomodado.) Basta... ¿Oyes o no lo que te digo? |
DOÑA EULALIA.-
Pero ¿qué? |
MONCADA.-
¿Quieres o no
auxiliar a Florentina? |
DOÑA EULALIA.-
(Como haciendo un esfuerzo
para oír.) ¡Ah!... ya... Florentina... ¡También
esa!.. No es que yo la critique. Pero bien se ve que la levantan
de cascos las vanidades de este mundo, todo lo temporal y
transitorio... |
MONCADA.-
No pretende más que salvar
el Clot. |
DOÑA EULALIA.-
¿Y para qué quiere ella fincas?...
¡con un pie en la sepultura, sin necesidades ya! Mejor pensará
en prepararse para una buena muerte. |
MONCADA.-
(Nervioso,
fuera de sí.) No se te puede sufrir, hermana. Estás
hoy de remate. |
DOÑA EULALIA.-
Lo que te digo es que no pienso
volver a poner los pies en este caserón donde no se
oye hablar más que de la porquería de los negocios...
|
—177→
|
MONCADA.-
Bah... déjame... |
DOÑA EULALIA.-
Y decididamente
me voy de aquí, me retiro a mi casita del Ampurdán,
donde haré vida recogida y de estrechísima
penitencia... Imítame, hombre; vente conmigo. Viviremos
como ermitaños sin pensar más que en Dios y
en la muerte. |
MONCADA.-
Gracias... vete tú. |
DOÑA EULALIA.-
Y tú conmigo. Hermano querido, no adores más
al infame becerro. |
MONCADA.-
(Desesperado.) Que te calles,
por Dios. No te puedo aguantar. |
DOÑA EULALIA.-
Piensa que
no somos sólo materia; que tenemos un espíritu... |
Escena VII
|
|
Dichos. GABRIELA, JAIME, la MARQUESA, que
entran por el ángulo del foro. Poco después
VICTORIA, por la izquierda.
|
MONCADA.-
(Al encuentro de
los recién llegados.) ¡Hijita mía, Jaime!
|
—178→
|
GABRIELA.-
(Abrazándole.) Ya estamos aquí. |
DOÑA EULALIA.-
¿Y para mí no hay un abrazo? (La abrazan
los dos.) |
GABRIELA.-
¿Y mi hermana? |
MONCADA.-
(Mirando
por la izquierda.) No sabrá quizás... Ahí
la tienes. (Entra VICTORIA, y las dos hermanas se abrazan
y besan con ternura.) |
MARQUESA.-
(Llevando aparte a MONCADA.)
Malas noticias me ha traído Jaime. |
MONCADA.-
¡Paciencia,
amiga mía! |
MARQUESA.-
¿Y Eulalia? |
MONCADA.-
Está
muy sorda. No me entiende. |
MARQUESA.-
Yo se lo diré. |
MONCADA.-
(Deteniéndola.) No, no le diga usted nada.
Su sordera es tan atroz, que aunque le pidiera usted el favor
a cañonazos no se enteraría.
|
—179→
|
MARQUESA.-
¡Dios
tenga piedad de mí! |
|
(En el fondo forman un grupo VICTORIA,
GABRIELA y EULALIA. JAIME se acerca a su madre y a MONCADA
que están en el proscenio.)
|
JAIME.-
(Aparte a la MARQUESA.) ¿Será posible, mamá, que ese perverso
no te conceda siquiera un par de semanas?... |
MARQUESA.-
(Aparte a JAIME.) Aún me resta una esperanza. Gabriela
hablará con Victoria... |
VICTORIA.-
Hoy comerán
todos aquí. |
DOÑA EULALIA.-
(Con repugnancia.) ¡Yo... comer
yo en la cueva del lobo!... |
GABRIELA.-
Yo sí,
por acompañarte y charlar un rato. Pero Jaime no se
sienta a la mesa de tu marido, así le ahorquen. |
JAIME.-
(Nervioso.) Creo que debo marcharme, mamá. (Mirando
con recelo a la izquierda.) Si ese hombre sale, no respondo
de mi discreción. |
MONCADA.-
Prudencia, Jaime.
|
—180→
|
JAIME.-
Pues me voy. |
MONCADA.-
(Cogiendo del brazo a JAIME.) Nos
repartiremos. (A VICTORIA.) Gabriela come contigo, y nosotros
nos llevaremos a Jaime y a su mamá. |
MARQUESA.-
(Aparte a GABRIELA.) Si consigues algo... |
GABRIELA.-
(Vivamente.)
Le mandaré a usted un recadito. |
MARQUESA.-
Bien...
Pero yo volveré por aquí antes de comer. No
tengo sosiego. |
|
(Salen DOÑA EULALIA, la MARQUESA,
MONCADA y JAIME.)
|
Escena VIII
|
|
VICTORIA, GABRIELA.
|
GABRIELA.-
¿Y los nenes? |
VICTORIA.-
No tardarán en venir
por acá. (Asomándose por la derecha.) |
GABRIELA.-
¿Siguen
en casa?
|
—181→
|
VICTORIA.-
Sí; me los traen acá
dos veces al día. |
GABRIELA.-
¡Qué ganas tengo
de comérmelos a besos!... Conque cuéntame.
(Sentándose las dos en el proscenio.) Tus cartas son
tan discretas que por ellas no sé nada de lo que te
pasa. ¿Sigue tan pesadita la cruz de tu Cruz? ¿No me das
noticias de algún alivio en la carga que llevas? |
VICTORIA.-
¡Ay, no! Cuando me casé... cuando
me crucifiqué, como tú dices, acepté
esta vida de lucha, y en justicia no debo quejarme de ella. |
GABRIELA.-
Ya... Te gusta el dolor, como si fuera un dulce.
¡Qué alma tienes! |
VICTORIA.-
Aún no puedo
decir qué me fascinó más, si la idea
del mal que a mí propia me causaba, o la del bien
que quería ofrecer a la persona que más quiero
en el mundo. |
GABRIELA.-
La verdad... todos esperaban
de ti mayor influencia sobre tu tirano... que le modificaras
poquito a poco.
|
—182→
|
VICTORIA.-
¡Modificar! (Con tristeza.)
¡Ah, lo intento! ¡Empresa magna! Figúrate que te propones
abrir un túnel de ferrocarril con la punta de una
aguja... Cierto que cumple con la Iglesia, por compromiso
que contrajo conmigo... por fórmula, sin fe... como
se cumplen las reglas de policía urbana; es decir,
que Dios viene a tener para él una significación
semejante a la del Ayuntamiento. |
GABRIELA.-
¡Qué
hombre!... ¿Acaso te trata mal? |
VICTORIA.-
Eso no: conmigo
es afectuoso... a su manera... No deja de serlo sino cuando
se interpone el maldito interés. |
GABRIELA.-
¿Y tú...? |
VICTORIA.-
¿Yo... qué? |
GABRIELA.-
¿Le quieres?... |
VICTORIA.-
Te diré... ¡Sobre eso hay tanto que hablar!
No me sería fácil explicártelo. Mi conciencia
ha pasado por tremendas luchas y desfallecimientos horribles.
Al principio, asustome
—183→
la aversión terrible que me
inspiraba. Mi alma perdió toda serenidad; creí
que el demonio me había cogido en sus garras feroces,
y que lo que yo miraba como acto heroico era una tremenda
caída... Después, mis sentimientos han ido
variando poquito a poco. |
GABRIELA.-
¿Y ya no te inspira
aversión? |
VICTORIA.-
Ninguna... Algo así
como lástima piadosa... Le miro casi como a un niño. |
GABRIELA.-
¡Vaya un bebé! |
VICTORIA.-
Y, la verdad,
no me gusta que le pase nada malo. |
GABRIELA.-
Vamos,
que le vas queriendo... Pues, hija, ahí tienes el
milagro: sólo que en vez de realizarse en él,
se va realizando en ti. ¿Y puedes mirarle cara a cara? |
VICTORIA.-
Me
voy acostumbrando. |
GABRIELA.-
¿Y soportas su tosquedad,
su falta de delicadeza?
|
—184→
|
VICTORIA.-
Por grados a todo
se llega... figúrate... Procediendo gradualmente,
puede una usar, como borla de polvos para la cara... la pata
de un elefante. |
GABRIELA.-
(Riendo.) ¡Qué cosas tienes! |
Escena X
|
|
VICTORIA, GABRIELA.
|
GABRIELA.-
(Cruzando las
manos.) ¡Hermana querida, no puedo expresar cuánto
te compadezco!... ¡Vivir con un marido así! ¡Qué
mérito tan grande! ¡Gracias que los sobrinillos alegran
un poco tu tristísima vida! |
VICTORIA.-
Sí,
son mi consuelo. |
GABRIELA.-
Te distraen.
|
—187→
|
VICTORIA.-
Me
distraigo con ellos, y además con otra cosa. |
GABRIELA.-
¿Con qué? |
VICTORIA.-
Te vas a reír... |
GABRIELA.-
(Con mucha curiosidad.) Dímelo. |
VICTORIA.-
Pues me
distraigo... con la administración. Cosa rara, ¿verdad? |
GABRIELA.-
(Comprendiendo.) Ya. |
VICTORIA.-
Llevo toda la
contabilidad menuda de los talleres, y de la casa. Me ha
impuesto esta obligación y la cumplo sin gran esfuerzo. |
GABRIELA.-
¿Y llevas los libros?... |
VICTORIA.-
Ya lo creo...
Todo muy ordenadito. Y cuidado con que se me escape alguna
cantidad. No creas, el cargo no es cosa de juego. Me ha hecho
también su cajera particular.
|
—188→
|
GABRIELA.-
Hermana
querida, déjame, déjame que te compadezca más,
y que te admire. Tu vida es más árida y penosa
que la de los anacoretas y padres del yermo. |
VICTORIA.-
No
tanto... ¡Si vieras...! La pícara administración
tiene sus encantos. Mi rosario y los números son mi
entretenimiento. Pasando cuentas, se me van las horas, y
a la imaginación, la gran vagabunda, sólo le
queda libre un caminito, el del espacio donde se ven flotar
las cosas divinas. |
GABRIELA.-
¡Ay, Dios mío! Tú
no tienes la cabeza buena. O eres una santa, o no sé
qué eres. Con tal vida, y al lado de ese adefesio
de hombre, yo no duraba dos semanas... ¡Ah, se me olvidaba
lo principal! La pobre Marquesa... |
VICTORIA.-
¡Ah!...
no me digas... ¡Qué pena! |
GABRIELA.-
¿Pero es
posible que tú...? |
VICTORIA.-
Le he dicho cuanto
hay que decir... todo inútil. ¡Hombre extraño!
Su exactitud a toda
—189→
prueba tiene ese horrible contrapeso,
la inflexibilidad con el infeliz que no puede cumplir. Ni
a su padre perdonaría, ni a mí misma, que soy
la persona que más quiere en el mundo; cuanto más
a tu suegra. |
GABRIELA.-
Ya sé que nos aborrece,
como aborrece a todo el género humano. Es muy triste
que tú, su mujer, no puedas... (Recriminándola.)
No, no eres su esposa, eres su esclava. Acabará por
echarte una cuerda al cuello y amarrarte al pupitre de esa
administración inicua y embrutecedora; acabará
por cruzarte la cara. (Levantándose.) No puedo, no
puedo presenciar tu desdicha. |
VICTORIA.-
(Sintiéndole
venir.) Calla. |
Escena XII
|
|
VICTORIA, GABRIELA.
|
VICTORIA.-
(Después
de una pausa en que está profundamente abstraída.)
¡Ah... la siento... sí! |
GABRIELA.-
(Asustada.) ¿Qué?
|
—191→
|
VICTORIA.-
(Con cierto desvarío.) ¡La ráfaga...
eso que me da... lo que llamo la inspiración, el impulso
misterioso, no, divino, de mis resoluciones!... Como siempre
me salen bien, creo y afirmo que vienen de Dios. |
GABRIELA.-
No te entiendo. |
VICTORIA.-
Hablaré un lenguaje
claro, tan claro, que... (Saca el talón y se lo da.)
Toma. |
GABRIELA.-
(Sin resolverse a tomarlo.) ¡Victoria...! |
VICTORIA.-
(Rápidamente.) Sí, la loca, la
visionaria, como dice tu marido, siente otra vez el chispazo
que la despierta, la sacude, la ilumina, lanzando su voluntad
a los actos audaces y decisivos. Dale esto a Florentina.
Añadiéndolo a lo que ha reunido, tiene lo bastante
para evitar la dentellada del tigre. |
GABRIELA.-
(Asustada.)
Pero... |
VICTORIA.-
No me des razones... La lógica
y el sentido común desaparecen en mí. No queda
más que esta vibración honda del alma...
|
—192→
|
GABRIELA.-
¿Y no temes...? |
VICTORIA.-
No temo
nada. Por grande que sea su barbarie, más grande es
mi valor. No vaciles en tomarlo... Llévaselo corriendo
a Florentina. |
GABRIELA.-
¡Ay, no sé qué
temor me sobrecoge!... (Decidiéndose al fin a tomarlo.)
En fin... Pues tú lo quieres... Mamá quedó
en venir. (Se asoma a los cristales de la derecha.) ¡Ah!,
los chiquillos. (Con alegría.) ¿Es Daniel quien viene
con ellos? |
VICTORIA.-
(Asomándose también.)
Sí; suele acompañarles al campo. Verás
cómo se despide en la puerta. Jamás entra aquí. |
GABRIELA.-
¡Pero qué mona está Mercedes!
(Mirando y saludando con el pañuelo.) ¡Y Aurorilla,
qué espigada!... Ya me han visto. Mira cómo
corren. |
VICTORIA.-
Ahora les doy de merendar y se vuelven
allá. |
GABRIELA.-
¿Suben por aquí?
|
—193→
|
VICTORIA.-
No,
entran en el comedor por la galería baja. |
GABRIELA.-
(Impaciente.) Pues vamos allá. |
VICTORIA.-
Sí;
pero no olvides eso. |
GABRIELA.-
¡Ah!... sí...
el talón... Voy... |
VICTORIA.-
(Mirando otra vez.)
Ahí tienes a Daniel... Pero ya se va... Mira. |
GABRIELA.-
Daniel,
sí. ¿Qué mejor mensajero?... |
VICTORIA.-
Llámale. |
GABRIELA.-
Daniel, Daniel... (Señalando afuera.)
Ya vuelve la cara... Ya me ha visto... (Llamándole.)
Ven; sube. |
VICTORIA.-
Allá te espero. (Vase
por la izquierda.) |
Escena XV
|
|
DANIEL,
la MARQUESA, que entra afanadísima, por la escalera;
después LLUCH.
|
MARQUESA.-
Hijo, ¿has visto a Gabriela?...
¿Te ha dicho algo? |
DANIEL.-
Mamá, es preciso
que comprendas... No sé cómo decírtelo. |
MARQUESA.-
Ya, ya sé... Que debemos ser pobres...
¡Ay, bastante lo somos ya!
|
—197→
|
DANIEL.-
Resígnate, por
Dios... ten grandeza de alma. |
MARQUESA.-
(Con inflexión
patética.) No puedo resignarme a perder la ilusión,
el amor de mi vida, aquel suelo sagrado, la humilde casita
vieja que tantas cosas dulces me dice cuando en ella entro...
¿Qué perfección es esa que me propones? ¡Ay,
hijo mío, ya no ajusto, no encajo en ese marco de
sublimidad que quieres ponerme! Pertenezco a la raza humana,
y no levanto ni tanto así del nivel del vulgo. Tengo
pasiones, anhelos, antipatías... aborrezco y amo.
Si esto es pecar, sea. Quiero el Clot para morirme en él,
porque en él nací, naciste tú... |
DANIEL.-
Pues
no lo tendrás. Déjame, déjame a mí. |
MARQUESA.-
(Espantada.) La ferocidad de tu ascetismo
me hiela la sangre. |
DANIEL.-
Renuncia a lo que más
deseas; y si el rico avariento quiere quitarte tu propiedad,
déjasela. No aceptes de él favor alguno. |
MARQUESA.-
De él no; de Victoria.
|
—198→
|
DANIEL.-
Tampoco
de su mujer. |
MARQUESA.-
(Con viva ansiedad.) ¿Pero qué...
sabes algo? Sácame de dudas. ¿Gabriela le habló?... |
LLUCH.-
(Entrando presuroso por el fondo.) ¡El amo...! |
MARQUESA.-
(Azorada.) ¡Jesús me salve! Huyamos
de aquí. |
DANIEL.-
¡Que no me vea el maldito!... Salgamos.
|
|
(Vanse apresuradamente. Antes que desaparezcan, entra CRUZ
por el fondo y les ve, bajando la escalera.)
|
Escena XVII
|
|
CRUZ, VICTORIA.
|
CRUZ.-
La traidora sospecha se agarra a mí, me pica,
me taladra, como un insecto que quiere labrar su casa dentro
de mí... y me va comiendo y horadando... y horadándome
y comiendo... (Inquieto y con fiereza.) Siento en mí
la crueldad de mis tiempos de lucha... Bien venida sea. Así
me gusto más, porque me reconozco en mi ser efectivo.
Me pesa, sí, me pesa haberme dejado inclinar a ciertas
blanduras de carácter... ¡Si es lo que digo! Donde
quiera que entra una hembra, sobre todo, si es mestiza de
ángel y mujer, se trastorna la armonía humana,
desaparece la estricta rectitud, y los malos pagadores sacan
los pies del plato. |
VICTORIA.-
(Entrando presurosa.) ¿Pero
ya concluiste? |
CRUZ.-
(Disimulando.) Si no he podido empezar...
Traté de meterme en uno de los hornos; pero están
aún
—201→
muy calientes. Por poco me abraso. (Mostrando
sus manos y cara.) |
VICTORIA.-
¿Quieres lavarte? |
CRUZ.-
Ahora
no. Estoy echando fuego. |
VICTORIA.-
Bien se ve. Tu cara
despide lumbre. |
CRUZ.-
Estoy horrible, ¿verdad? |
VICTORIA.-
Horroroso. |
CRUZ.-
Mejor. (¡Si me vieras por dentro!) |
VICTORIA.-
¿Quieres tomar algo? |
CRUZ.-
Dame vino.
Necesito refrescar mi sangre. |
VICTORIA.-
Echándole
más fuego... Voy. |
CRUZ.-
(Deteniéndola.) Dime,
¿quién ha estado aquí mientras yo...? |
VICTORIA.-
¿Aquí?, no sé; no he visto a nadie.
|
—202→
|
CRUZ.-
Tráeme
el vino. (Sale VICTORIA por la izquierda.) Me engaña.
Ya me iba yo acostumbrando a no temer su santidad, a mirarla
como un juego infantil, una monada, vamos... Pero si me vende
con sus arrumacos de criatura celestial... No sé lo
que haría... Creo que se me quitará el amor
que le tengo... sí... se me quitará. Y si no
se me quita, me lo quitaré yo, me lo arrancaré... |
VICTORIA.-
Aquí tienes. (Deja sobre la mesa botella
y vaso.) No bebas mucho. |
CRUZ.-
(Llenando el vaso.) No te
vayas... Tengo que hablarte. |
VICTORIA.-
¿Qué quieres? |
CRUZ.-
El talón que te di... (Bebe tranquilamente.) |
VICTORIA.-
(¡Jesús sea conmigo!) |
CRUZ.-
¿Ha venido
Rius por él? |
VICTORIA.-
No. |
CRUZ.-
Pues devuélvemelo.
|
—203→
|
VICTORIA.-
(Después de una pausa en la cual recobra
su serenidad.) No lo tengo. |
CRUZ.-
¡Que no lo tienes! |
VICTORIA.-
No. Bien claro te lo digo. |
CRUZ.-
¿Con toda esa frescura?
¡Ah, me lo temí! Has dado el talón a esa familia
de intrigantes y santurrones para que puedan seguir burlándose
de las leyes, poseyendo lo que por sus desórdenes
deben perder. |
VICTORIA.-
(Con resolución.) Se lo
he dado a esa valerosa mujer, a esa heroína, para
que se defienda de tu codicia infame. |
CRUZ.-
(Con violencia,
que quiere dominar.) ¿Cómo se llama lo que has hecho? |
VICTORIA.-
(Con firmeza.) ¡Justicia! |
CRUZ.-
(Con sarcasmo.)
¡Justicia!... ¿Y esa manera de entenderla es lo que, según
tus ideas, debemos llamar santidad...?
|
—204→
|
VICTORIA.-
Dale
el nombre que quieras. (Con perfecta entereza.) Lo que hice...
bien hecho está. Somos ricos, y todo nos sobra. Florentina
es pobre, y todo le falta. Dios me ha inspirado este acto,
y ha querido, por mediación de la loca de la casa,
confundir tu soberbia y castigar tu brutalidad. |
CRUZ.-
(Levantándose
airado.) ¿Y me lo dices así? ¿No tiemblas? |
VICTORIA.-
¡Temblar
yo! No me conoces. ¿Qué puedes hacerme? Quitarme la
vida, esta vida que... con decir que te la he dado, se dice
lo poco que vale... Mátame. Preparada estoy. Bien
cerca tienes el arma. |
CRUZ.-
¡Victoria! (Vacilando entre
la fiereza y la confusión o desconcierto de la voluntad.)
¿Crees que me conmueves con esas trapacerías de santita
remilgada? Bien sabes tú que no he de matarte. ¿A
qué te haces la víctima heroica? (En tono severo.)
En fin, cabeza destornillada, imaginación enferma,
reconoce que has cometido una grave falta, y disponte a restituirme
lo que me has quitado.
|
—205→
|
VICTORIA.-
¿Restituir? No; está
en buenas manos. |
CRUZ.-
(Descomponiéndose.) No sé
cómo tengo calma. Yo te mando que vayas en busca de
esa vieja embaucadora, y le digas que te equivocastes5...
Aún será tiempo. (VICTORIA hace signos negativos
con la cabeza.) ¿No?... ¿No me obedeces? |
VICTORIA.-
En esto
no puedo. |
CRUZ.-
(Amenazador.) Pues yo te juro que así
no quedará... No mereces mi cariño; no lo mereces;
debiera aborrecerte... como tú a mí. |
VICTORIA.-
Yo no te aborrezco. Mi Dios me prohíbe el odio. Tú
no comprendes esto, alma petrificada en el egoísmo.
Tú no quieres a nadie; te adoras a ti propio, contemplándote
en el espejo de tu riqueza. |
CRUZ.-
(Después de dar
vueltas por la escena, como aturdido.) No es eso, no. Óyeme...
Ya sabes... te lo he dicho mil veces en nuestros coloquios
íntimos: la riqueza es en mí la pasión
dominante, el ser de mi ser. Nada puedo contra esa pasión.
—206→
¿Será por ley de mi naturaleza? ¿Será por
vicio adquirido con la virtud del trabajo? No sé mas,
sino que soy como soy. Y si alguien me quita lo mío,
paréceme que el cielo se desploma, y la idea de perdonar
se me representa como una negación de mí mismo...
Fuera de esto, yo te quiero: bien lo sabes. Eres la única
persona que ha despertado en mí un sentimiento...
¿cómo llamarlo?, no sé. Soy muy torpe para
encontrar términos de galantería. Pero el cariño
que te tengo no disminuye la otra pasión, la principal,
la madre, sino que más bien la fortifica. Amo mi dinero
por mí, por ti, y por los hijos que has de darme. |
VICTORIA.-
No te los daré... ¡Perpetuar tu raza!
Dios no lo consentirá. |
CRUZ.-
(Airado y receloso.)
No me lo digas, que me vuelves loco. Todo menos eso, Victoria.
(Cogiéndole la mano y sacudiéndola con fuerza.) |
VICTORIA.-
Suéltame. |
CRUZ.-
Pues no me quites
la ilusión que me alienta... |
VICTORIA.-
¡Imposible
cegar el abismo que se abre
—207→
entre nosotros! (Llorando.)
¡Si tú aprendieras a ser compasivo, si tu corazón
perdiera esa insensibilidad marmórea, y llegaras a
curarte del estúpido orgullo de poseer, y poseer,
y poseer...! |
CRUZ.-
(Interrumpiéndola.) Imposible,
imposible. Porque si desaparecieran del mundo el oro y la
plata, y volviéramos al estado salvaje, yo, José
María Cruz, sería siempre el mismo: con cuatro
piedras y un par de troncos constituiría nueva propiedad
al instante, y con rugidos, dentelladas y zarpazos de fiera,
andando a cuatro patas, la defendería de quien intentara
quitármela. No te empeñes en que yo sea de
otro modo que como soy... Sométete y no me prediques
más, ni trates de corregirme... (Bruscamente.) Ea,
diles que te devuelvan el talón... Ve... pronto, antes
que vayan a cobrarlo... |
VICTORIA.-
No puede ser. |
CRUZ.-
(Con fiereza.) ¡Te lo mando! |
VICTORIA.-
Si sabes que no
te temo, ¿a qué esos rugidos?
|
—208→
|
CRUZ.-
¡Ah!, te casaste
conmigo sin amor, por el vil interés, como decís
los beatos... |
VICTORIA.-
¡Y me lo echas en cara! Pues bien,
reconozco que es cierto. Me casé contigo... porque
eras millonario... nada más que por eso. Ya ves si
soy franca. Fue una locura, una genialidad. Llevome hacia
ti... ¿Te lo digo? ¿Quieres conocer hasta los últimos
repliegues de mi pensamiento?... Arrastrome hacia ti una
vaga aspiración religiosa, y además de religiosa...
(Buscando la palabra.) |
CRUZ.-
¿Qué? |
VICTORIA.-
(Encontrando
la palabra.) Socialista... así se dice... la idea
de apoderarme de ti, invadiendo cautelosamente tu confianza,
para repartir tus riquezas, dando lo que te sobra a los que
nada tienen... para ordenar las cosas mejor de lo que están,
nivelando ¿sabes?, nivelando... |
CRUZ.-
(Con violencia.)
Cállate; no me provoques... Si eso fuera verdad tendría
que exterminarte... |
VICTORIA.-
Pues empieza ya tu obra de
exterminio...
—209→
Dime, fuera de mi locura de hoy, ¿tienes alguna
queja de mí? |
CRUZ.-
Ninguna. Pero esta es atroz,
horrorosa... |
VICTORIA.-
Déjame seguir. ¿Te he dado
motivo de celos? |
CRUZ.-
(Receloso.) ¿Por qué me lo
preguntas? |
VICTORIA.-
Por preguntarlo. |
CRUZ.-
Pues hasta
hoy no... Hoy sí... Te miraba como una mujer exceptuada
de las flaquezas humanas. (Después de mirarla atentamente
a los ojos, es asaltado de violenta zozobra.) Dime; dímelo
pronto. Mientras yo estaba en la fábrica, ¿hablaste
con la Marquesa y con su hijo? Ellos de aquí salían. |
VICTORIA.-
Te he dicho que no les vi. |
CRUZ.-
Antes creía
en tu palabra. Ya no. La verdad, quiero la verdad. ¿Ese beato
ha estado aquí alguna vez?
|
—210→
|
VICTORIA.-
No recuerdo... |
CRUZ.-
¡También desmemoriada! Me hieres en lo más
vivo... Yo te quiero, yo te quise... |
VICTORIA.-
¡Celos tú!...
Si en tu corazón no hay más que una fibra sensible,
la que te duele cuando no cobras... |
CRUZ.-
No, no, que hay
más... hay otras, que también me duelen...
¡Y en tu conducta se juntan dos agravios, y los dos van derechos
al corazón!... Me sustraes mi propiedad para dársela...
¡a quién!... ¿Qué es esto?, explícamelo...
Te creí pura, ya no... Dudo... ¿Cómo no dudar?
¡Desdichada, arrodíllate delante de mí, y pídeme
perdón! Devuélveme lo que me quitaste. (Con
desvarío brutal.) Pruébame que desprecias a
ese hombre... Discúlpate... ¡Mi dinero, mi honor!...
Lo mío, lo mío, lo que me pertenece, lo que
nadie me puede quitar, lo que es... yo mismo... (Cogiéndola
por los hombros, la sacude violentamente.) Victoria, que
me trague ahora mismo la tierra si no hago un escarmiento
horrible, una justicia de estas que satisfacen por entero...
hartarme de castigo, de
—211→
venganza, de legalidad, porque esto
es ley, justicia... Debo defenderme, debo castigarte, debo
corregirte, debo... |
VICTORIA.-
(Sofocada, logrando desasirse.)
¡Ay!... espera, oye. |
CRUZ.-
¿Qué... te disculpas...?
¿Confiesas tu delito? |
VICTORIA.-
¡Delito... disculparme!
¿De qué, si soy inocente? Sólo te digo que
he mandado el talón a la Marquesa, y que nada me importa
su hijo. |
CRUZ.-
¡Me engañas...! |
VICTORIA.-
Puedes
creerlo o no, según te acomode. |
CRUZ.-
Buscaré
la verdad... (Llamando.) A ver, ¡Lluch! |
Escena XVIII
|
|
Dichos. LLUCH, en la escalera; después DANIEL.
|
CRUZ.-
¿Está ahí todavía? |
LLUCH.-
Sí
señor, rondando por la alameda, como si esperara...
|
—212→
|
CRUZ.-
Dile que la señora le suplica que suba...
Pronto... (Vase LLUCH.) |
VICTORIA.-
(Asustada.) ¿Qué
haces? |
CRUZ.-
Una idea, una idea feliz... Soy yo muy ingenioso...
¿Qué es eso? ¿Te turbas? |
VICTORIA.-
¿Turbarme?...
no. |
CRUZ.-
(Repitiendo con sarcasmo las anteriores palabras.)
«La señora le suplica que suba». ¿Qué tiene
eso de particular? Así sabremos lo que quiere ese
bendito. |
DANIEL.-
(Por la escalera, deteniéndose
sorprendido.) ¡Él aquí! ¡Una emboscada! |
VICTORIA.-
(Que hablen... Mejor...) |
CRUZ.-
Mi mujer y yo le hemos llamado... |
VICTORIA.-
Yo no... tú.
|
—213→
|
CRUZ.-
Pues yo... Pareciome
que acechaba usted mi salida para entrar... |
DANIEL.-
Así
era en efecto. |
CRUZ.-
¡Lo confiesa! Yo no me como la
gente. |
DANIEL.-
Algunos creen que sí. |
CRUZ.-
¿Qué? |
DANIEL.-
Eso... que se la come usted. |
CRUZ.-
Voces
que hacen correr los tramposos, insolventes. En fin, yo quiero
saber qué viene usted a buscar a mi casa. |
DANIEL.-
Deseaba hablar con su señora. |
CRUZ.-
¿Y por qué
no entraba usted estando yo, y delante de mí le decía...? |
DANIEL.-
Porque no era a usted a quien tenía
que hablar, sino a ella.
|
—214→
|
CRUZ.-
¿Tan reservado era el asunto? |
DANIEL.-
Quizás. |
CRUZ.-
O era de esas cosas
que nadie debe oír. |
DANIEL.-
No tanto. |
VICTORIA.-
(Concluyamos esto.) Daniel quería darme las gracias
por el favor que hice a su mamá. |
DANIEL.-
Era eso...
y algo más. |
CRUZ.-
¿A ver? |
DANIEL.-
Después
de dar las gracias, pensaba decir a Victoria que no consiento
que mi madre acepte semejantes auxilios. |
CRUZ.-
(Burlándose.)
¡Oh, cuánta dignidad! Teatral está el tiempo.
Y con toda esa gazmoñería, se guardan el dinero. |
DANIEL.-
No, señor, aquí está el talón...
lo devuelvo. (VICTORIA se abalanza para estorbar el movimiento
de CRUZ, que toma la cartera.)
|
—215→
|
VICTORIA.-
¡Ah, no
consiento...! |
CRUZ.-
Pues lo tomo. (Examinándolo
con febril presteza.) Esto me gusta, joven... Bien, bien...
Usted me prueba que... |
VICTORIA.-
(Con mucha energía.)
José María, respeta lo que hice... No aceptes
la devolución... ¡Yo lo quiero, yo lo mando! |
CRUZ.-
Pero si él... |
VICTORIA.-
No importa... Dáselo...
insiste. |
CRUZ.-
(Con humorismo villano.) Hija, yo se lo
daría de buena gana... pero ya ves... un joven tan
digno, y tan... religioso... y tan... escrupuloso... de fijo
no querrá. |
DANIEL.-
En efecto, no lo tomaré. |
VICTORIA.-
(Airada.) Haz lo que te mando. Ofréceselo
al menos. |
CRUZ.-
(Vacilando.) (Si no fuera más que
ofrecerlo... Pero, ¿y si lo toma?... Por si acaso...) (Guarda
la cartera.)
|
—216→
|
VICTORIA.-
¿No? |
CRUZ.-
No. |
VICTORIA.-
Pues
ha llegado el momento de poner en práctica una de
las condiciones estipuladas. |
CRUZ.-
¿Cuál? |
VICTORIA.-
Ha surgido entre nosotros una desavenencia grave, me has
ofendido groseramente no aprobando una resolución
mía, y como la vida me es imposible a tu lado, me
marcho de tu casa, me separo de ti. |
CRUZ.-
¿Te vas?... Bien...
Ya entiendo... |
VICTORIA.-
Así se convino. No hay
más que hablar. No hablemos más. Me retiro
al lado de mi padre. |
CRUZ.-
(Estallando de cólera.)
Esto es una intriga, fraguada entre mi mujer y estos aristócratas
arruinados. (Por DANIEL, con desprecio.) ¡Complot infame
contra mi propiedad y contra mi honor!... Ya lo veo. (A VICTORIA.)
No te defiendas... Y usted, hipócrita;
—217→
usted que,
con la máscara de religión, se acerca traidoramente
a mi hogar para meter en él la discordia y el escándalo... |
VICTORIA.-
(Cortándole la palabra.) ¡Calla, no ofendas
a quien no puede responderte con el mismo lenguaje! |
DANIEL.-
Que diga lo que quiera. |
CRUZ.-
Digo que usted y su madre
se han propuesto deshonrarme, ya que arruinarme no pueden.
Fácilmente engañan con su mojigatería
a estos desdichados, pero a mí no. ¡Raza famélica,
carcoma de la sociedad...! |
DANIEL.-
(Conteniéndose
con gran esfuerzo.) Me insulta usted porque sabe que mi
religión, aunque todavía no me liga con votos
solemnes, me prohíbe contestar a sus injurias con
otras. |
CRUZ.-
(En el colmo del furor.) Pues pídele
a tu religión permiso para que yo pueda arrojarte
por esa ventana. (Da un paso hacia él. VICTORIA le
detiene.) |
DANIEL.-
Su villanía, por grande que sea,
no me hará olvidar...
|
—218→
|
CRUZ.-
(Con escarnio despreciativo.)
¡Clérigo... vete de mi casa! |
DANIEL.-
(Sin poderse
contener, estallando en ira rabiosa.) Clérigo, no...
¡Tan hombre como tú...! Y ahora mismo... (Coge el
hacha que está sobre la mesa.) ¡Infernal monstruo,
entrega tu vida miserable!... Quiero beber tu sangre, y con
ella no aplacarás el odio que te tengo. (Abalánzase
hacia CRUZ, blandiendo el hacha. VICTORIA le detiene, sujetándole
con sus brazos.) |
VICTORIA.-
¡Daniel, por Jesús vivo...! |
CRUZ.-
(Esperando a pie firme.) Ven; te espero. (DANIEL
deja caer el brazo, VICTORIA forcejea con él y consigue
quitarle el hacha.) |
VICTORIA.-
Márchate... pronto... |
DANIEL.-
(Trastornado, vuelve a enfurecerse y trata de avanzar
nuevamente hacia CRUZ sin arma.) Quiero matarle, pisotearle
el alma... o que me mate a mí. |
VICTORIA.-
Vuelve
en ti.
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—219→
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DANIEL.-
(Pasándose la mano por los ojos,
como despertando de una pesadilla.) ¡Ah! ¿Qué es esto? |
CRUZ.-
Déjamele... |
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(Avanzando hacia DANIEL.
VICTORIA se interpone para evitar el choque, y empuja a DANIEL
hacia la escalera.)
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VICTORIA.-
Vete... (A CRUZ.) Atrás...
(Le domina con la mirada. DANIEL vacila, quiere retroceder.
Al fin se va, tras breve y sorda lucha.) |
CRUZ.-
(Con violencia.)
¡Tú tienes la culpa... tú! |
VICTORIA.-
(Con
dignidad.) Basta... Estoy de más aquí. |
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(Huye
hacia la escalera. CRUZ va tras ella; detiénese perplejo
al ver entrar a MONCADA.)
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