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La novela del XIX ante los estudios culturales: (El caso de Benito Pérez Galdós)

Germán Gullón


Universiteit van Amsterdam



La necesidad de justificar la vigencia de los novelistas decimonónicos, de reiterar sus excelencias artísticas1 parece ser una perenne necesidad; últimamente, porque las posibilidades de estudio abiertas por el análisis cultural parecen chocar con las reivindicaciones clásicas de su valor literario. Mi meta de hoy espero que quede clara: asegurarme que al abrir nuevas perspectivas de investigación en la obra de los escritores de la pasada centuria incluimos el estudio de su significación literaria.


El realismo y la excelencia formal

Una sucinta consideración de los estudios galdosianos (y de la novela del XIX en general) hasta el presente ofrece un balance favorable -en estas líneas generales de cualidad diferimos poco de áreas adyacentes como pueden ser los estudios del renacimiento y del siglo de oro-. En una primera etapa, se emprendieron los esfuerzos de conformación del campo de estudio, guiados por un fuerte impulso filológico, la fuente teórica del momento, y el interés por lo biográfico. Este tipo de estudio continúa vivo en cierta medida por la perpetua necesidad de editar a nuestro autor y de completar, en cuanto sea posible, las circunstancias que acompañaron la aparición de la obra, aunque la falta de buenos editores, conocedores de las metodologías necesarias, y relacionadas con la edición de autores modernos, bien distinta de los antiguos, es preocupante2.

Allá por las décadas de los sesenta y de los setenta, el formalismo, y empleo la palabra en sentido lato, vino a añadir una nueva capa, siendo el narrador, la estructura, el tiempo, el espacio, y después, el lector, las palabras claves de este paradigma interpretativo. La década de los ochenta supuso una continuación, porque la deconstrucción afectó poco a los estudios galdosianos, en todo caso primó el estudio del texto, aunque teniendo en cuenta al receptor, y no meramente al emisor.

El péndulo entre los estudiosos tiende ahora hacia determinados aspectos importantes de lo cultural, la mujer, la vida privada, temas en el candelero de la crítica anglosajona, pues ésta sintoniza así con la problemática de su sociedad. Hay que tener cuidado con que en la era de la teoría poscolonialista no caigamos en la trampa de colonizar los textos de las culturas hispánicas con la anglosajona, o enajenar el valor literario de los textos.

La estimación básica de la narrativa galdosiana ha descansado en dos aspectos de su obra: el realismo de la misma y el valor artístico, formal de sus narraciones. Ambos han sido utilizados, a su vez, para negarle valor literario por los de tractores de Galdós, bien porque sus páginas resultaban para algunos demasiado prosaicas y/o sus creaciones faltas de rasgos artísticos. Los galdosistas, sin embargo, los pioneros de la especialidad, vieron a Galdós como un genial escritor por su sencillez, por su realismo, por la perfección con que supo retratarla. En cambio, los de la segunda hornada privilegiaron al escritor moderno, es decir, a la Flaubert, a la Mallarmé, a la James, y por sus excelencias formales lo colgaron en la galería de artistas que gozan del aprecio universal.

Hoy cabe matizar un poco mejor la cuestión del realismo y del formalismo en la obra del canario, precisando mejor su carácter. Hay que tener en cuenta que el arte moderno a partir del romanticismo es un arte claramente antinatural, que no basa su referencialidad en el mundo, en la naturaleza, sino en desarrollos internos a sí mismo3. De hecho, la poesía, la novela, la pintura, o la música, piden que el receptor se concentre en el texto (o bien la tela o el sonido) y no en las posibles conexiones con lo exterior. Las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer piden no que vayamos afuera a buscar un equivalente de los seres y de los espacios allí representados, como tampoco lo pide un cuadro impresionista, sino que añadamos a partir de lo que dice el texto, lo que éste sugiere. Tal circunstancia fue propiciada por el nacimiento del esteticismo en el siglo dieciocho, que ensalzó la percepción individual, frente a la reproducción reglada, racional, del mundo. En cierta manera, el arte abandonará la naturaleza como correlativo e impondrá sus propios parámetros a la realidad.

O sea, que cuando pensamos en Galdós conviene darse cuenta de que él no busca reproducir lo natural, o seguir modelos de la naturaleza, sino una imagen ficticia, él así lo dijo, pero vivida por el lector como realidad, que recoge esa mezcla de naturaleza, conciencia, social e individual, hábitos de convivencia social y política, etcétera, denominada la vida de cada día, aunque imaginada, sin validez real. Es un extraordinario mundo posible, verosímil, difícil de valorar desde los parámetros realidad-ficción. En ese aspecto el escritor canario resulta plenamente moderno y realista. Y hablo de realismo en el sentido que describe las reacciones humanas, encarnadas por los personajes, con una complejidad extraordinaria, que recuerda la que sentimos a diario, un realismo de la conciencia.

Un segundo componente de la modernidad novelística, que, prefigurada por Miguel de Cervantes, cobra impulso en el XIX, es formal; los escritores se empeñarán en organizar sus mundos novelescos, como si de realidades paralelas se tratara, y algunos como Flaubert llegaron a proponer la autonomía de la obra de arte como un valor superior a todo otro. Henry James le secundaría, y su The Art of the Fiction supone una consagración de esa manera de pensar. En España, Leopoldo Alas sería quien se acercase a esas ideas; Galdós pertenecería a tal tendencia, aunque en su caso el impulso fabulador primó, es decir, el arte de contar una historia ficticia siguió predominando sobre cualquier otro desarrollo.

En fin, que el Galdós retratista lo es de una sociedad, de sus pobladores, hábitos y costumbres, considerada desde su ficcionalidad. El moderno, aunque comparte con sus homólogos continentales el aprecio de la forma como tantos estudios galdosianos han venido mostrando4, se orienta más hacia la formalización de la fábula, aunque en el fondo ambos son inextricables, y forman la semilla de lo literario. Gracias a esas excelencias en la formalización, simbólica, genérica, el autor puede recrear en la ficción el mundo, el de la España de su época.




La encrucijada crítica del presente: el análisis cultural y la novela

Hemos pasado, y simplifico la cuestión, de elaborar un tipo de estudio en el que primaba la descripción del objeto literario, la época del formalismo, a la de la deconstrucción, cuando se cuestionó radicalmente la función de la literatura con un fuerte fundamento filosófico, al momento presente, ahora los estudios culturales sopesan el valor de lo literario descartándolo como un mero juego de poder5. Es decir, que si yo digo leamos a Galdós, ellos responden y por qué no un cómic. Tú dices Galdós, argumentan, porque tienes una idea de la literatura prejuiciada, la has dividido en alta y baja, popular, responden. Ellos hablan del canon, que pertenece a los estudios culturales, pero intentan apoderarse también de la valoración puramente literaria, bien porque desconocen su existencia o porque la consideran poco relevante6.

La cuestión tal y como la quiero plantear aquí es que hay cabida dentro del horizonte de la actividad intelectual para combinar el estudio de la literatura en sí misma y el de la literatura como producto cultural. Por supuesto que el creador, el autor, es también un señor de su tiempo, con ideología propia influenciado por los discursos ajenos, todo esto hay que recordarlo, y que conjugará en su imaginación creadora visiones, perspectivas, objetos, sonidos, nunca antes presentes, o de la misma manera en un texto.

Objeto a la perspectiva multiculturalista, en que una agenda política dicta el paradigma, nación, etnia, y demás, y no al análisis cultural, porque propicia la entrada a las obras por la puerta de atrás, negando las condiciones en que se produce su recepción y el interés que suscitan. Es como si negamos que la pareja humana debe formarse teniendo en cuenta el atractivo amoroso, que debemos entablar cualquier relación comenzando por examinar los papeles, los certificados de vacunación, el valor del patrimonio, los records de la salud, las características genéticas de los amantes, y finalizar por establecer un contrato prematrimonial, por si las relaciones se deterioran, y la separación se hace necesaria, cada uno queda con lo suyo. El matrimonio se trata, pues, como una transacción política en que los participantes conocen todos los términos del contrato, sin presiones autoritarias ni de dominio. La literatura no funciona así, ni la vida tampoco; si uno aprecia, gusta de una obra por sus valores retóricos o lingüísticos, nunca dejará de hacerlo; sí cambiará, por otro lado, de perspectiva, cuando la ideología que supone una evaluación se pase de moda.

Al estudiar la obra de arte debemos mantener vivos impulsos tan naturales, como la incitación a disfrutar del texto, del atractivo de un estilo, el de Juan Rulfo, una forma de concebir el mundo, la de Gabriel García Márquez, o el modo de poblarlo, de Benito Pérez Galdós. Tenemos derecho a ser persuadidos por un acto estético o por uno ético, sin que por ello se diga que somos manipulados políticamente7. Si queremos luego, una vez que lo literario ha sido explorado, gustado, cabe, desde otra distancia, intentar comprender otras facetas, focalizar la obra con el fin de situar la autoría en una perspectiva social, y hacerlo con toda justicia, porque la obra literaria además de ser una creación individual es un producto social8.

Lo incorrecto sería que influenciados por el clima sociocultural norteamericano, donde persiste una tradición de contaminación de lo privado por lo público -el silenciamiento de lo individual por razones sociales, evidenciado en la era de Mc Carthy, forma parte de la psique norteamericana-, ceder ese privilegio común, el de considerar lo privado, el goce, sea sexual o de las artes. Es algo a lo que tenemos derecho a disfrutar sin que los ingenieros sociales decidan por nosotros de su conveniencia, lanzando amonestaciones del tipo: homosexualidad no, la novela, y repito, la novela de Salman Rushdie tampoco, o lo opuesto9.




La lectura literaria: las imágenes sentidas como vivibles

Pienso que la lectura constituye un bien social, uno de los mayores que la comunidad puede conceder al individuo, sea escolar o universitario10. El mero acto de leer supone la posibilidad de encerrarse en un espacio íntimo, privado, en ese círculo ideal, en que en una posición descansada, sentados en una silla, podemos entablar un diálogo mental, estimulante con ese cifrado de sentidos que preservan las páginas literarias. La lectura concede el tiempo necesario para la ideación, la mente descubre, intuye, piensa, en el intercambio con una voz, la del narrador, con quien pactamos entender su discurso como ficticio. Tiempo de lectura, espacio íntimo, son los valores primarios de la educación (o fueron los de la época pre-MBA), y no pueden ser sustituidos por nada. Algunos ponen ahora toda su confianza en los vídeos, esa forma de concienciación inmediata, colectiva, y unitaria, pues todos los que miran la pantalla reciben el mensaje al mismo tiempo, pero que no deja espacio para la reflexión, o diríamos en muy escasos ejemplos, como el cine japonés o las películas de Ingmar Bergman.

O puesto de otra manera, la educación refuerza la individualidad11, el pensamiento particular diferencia, y desde esa facultad flexible de la mente humana, las personas pueden cambiar, de opinión, de posición ideológica, crecer. El Quijote es la gran obra maestra de la literatura universal que sirve de paradigma para esta actitud, el texto de un escritor que se demoró en ir mostrando cómo cambiaba ese genial personaje. Lo importante es reconocer que la enseñanza derivada es porque hallamos un mundo de posibles reflejado en el texto, en lugar de uno de realidades representadas.

Aunque comprendo las virtudes del análisis cultural, cuya utilización, insisto, me parece saludable, y yo mismo practico, el multiculturalismo roba a los estudiantes la posibilidad de desarrollar el criterio personal, lo humano, cuanto conecta con la manera de vivir la vida, en lugar de afincar al sujeto del lector en un territorio paraintelectual, donde los valores reconocidos por todos son sustituidos por las teorías sobre el sujeto que no son las nuestras o prioridades sociales del momento. Y no es que éstas carezcan de importancia, la tienen y mucho, sucede que abandonan la posibilidad del ser humano de concebirse como único, y no ya la literatura si algo ha sido testimonio de esa lucha del hombre por entenderse, por aumentar la capacidad de comprendernos gracias a la palabra, en esto Galdós puede ser un ejemplo. De cómo nuestros deseos, amores, impulsos, vidas, se mueven hacia adelante, movidos por todo ello, por lo que sentimos dentro, y la lectura sirve de espejo, donde lo privado se confronta con lo público, y de ello derivamos, sale la experiencia, o preveer lo futuro. Con lo cual recordamos que el esencialismo no es acrítico, si no que es crítico de otra manera.

Todo viene en última instancia a la idea que se tenga de la literatura. Si se piensa que es una disciplina elistista, casi todo está perdido, porque su estudio consistirá en una demonstración de su prescindibilidad. En cambio, si se juzga la literatura como lo que es: el sistema de signos lingüísticos simbólicos y retóricos, que constituye un espacio, donde se representa al mundo en una de sus posibilidades, se desvanecen las dudas respecto a la centralidad de tales esfuerzo12.

Hay quienes han desdeñado las obras del primer Galdós, las llamadas novelas de tesis, la famosa Doña Perfecta, obra que para muchos resulta simplista, y se preguntan por qué leer una novela que defiende una posición, harto sabida, que la iglesia era una fuerza retrógrada en el ochocientos español. Sin embargo, la novela, como creemos muchos galdosistas es bastante más. Plantea cuestiones de fondo sobre la familia, el amor, el matrimonio, la religión, la política, y todas ellas referidas a personajes, es decir, relacionadas con la identidad de un sujeto. Y lo hizo enhebrando esos asuntos a matrices diversas. La simbólica, por ejemplo, importante y central, porque considera los valores abstractos, de la religión católica, frente a los pragmáticos del protagonista, Pepe Rey, el ingeniero que quiere llevar las cosas por su sendero, allanar el camino por donde pisa, sin considerar la tradición. La política, que plantea el enfrentamiento entre los progresistas y los tradicionalistas. Y todo ello lo podemos considerar dentro de un subgénero, el de la novela autoritaria, considerando los esfuerzos del autor por situarlos ante una determinada visión de la realidad representada. Nosotros podemos dialogar sobre si Galdós tiene razón o no, dar vueltas a la validez política de sus posiciones o las de sus enemigos, y todo ello será válido, aunque literariamente lo que cuenta es si el texto dice algo, más allá de la ideología, si habla con una voz peculiar, que hace olvidar lo percibido tras el vidrio que diría José Ortega y Gasset, de la referencialidad, y podemos vivir las excelencias de la lengua literaria, de vernos llevados de palabra en palabra. Esa es una de las excelencias que uno puede encontrar, explorar en la literatura el vivir los hechos como actuales, sucedidos, aunque se vivifican en el terreno literario.

La otra excelencia, complementaria a mi modo de ver, tiene que ver con la representación de los modos de sentir y pensar humanos. Recuerdo, por ejemplo, un incidente referido a Marianela en el que me gustaría detenerme un momento. El argumento de la obrita es de sobra conocido: el invidente Pablo Penáguilas, un muchacho de familia acomodada, se sirve de una joven huérfana pequeña y feúcha como lazarillo. Ella le cuida, acompaña, es, en fin, la verdadera niña de sus ojos, tanto en sentido real como en el figurado. Un día llega a su lugar un famoso médico, Teodoro Golfín, y devuelve la vista a Pablo. Cuando éste abre los ojos se encuentra con Florentina, una bella prima suya de visita en el pueblo, cuyos padres conchabados con el de Pablo han concertado el matrimonio de los primos. Pablo se prenda de ella enseguida, olvidándose de todo lo hablado con Marianela sobre una vida futura juntos. Marianela muere de dolor en brazos del doctor Golfín. Las líneas maestras del argumento conforman una trama un tanto folletinesca, y al leerla no se le olvida a uno el origen de la misma, los toques románticos, los excesos de contrastes, entre lo blanco y lo negro, si bien los olvidamos porque estamos leyendo una novela.

Cuatro años antes de su muerte Galdós asistió, no podemos decir que viese, a la representación de la obra llevada al teatro, en una versión de los Hermanos Álvarez Quintero; Ramón del Valle-Inclán le había intentado hacer una versión, pero nunca la terminó. Don Benito se emocionó de verdad al escuchar a Margarita Xirgu que hacía de Marianela. El ensayo general le había afectado tanto que dijo que no asistiría al estreno, aunque llegado el momento, el ansia de ver lo que pasaba en la sala, el gustillo del calor de los aplausos de que tanto disfrutaba en los últimos años, le llevaron al teatro. Cuento esta anécdota para recordar un aspecto que hoy olvidamos con frecuencia que es la representación en el texto literario de emociones que todos compartimos, provengamos de éste o del otro lado, del tal o cual océano, de ésta o la otra cultura. Cuando Galdós espectador de su propia obra se emociona lo hace ante ese enjundioso dilema que se plantea en la novela, de que la ciencia, la que le permite ver a Pablo le quita la vida a Marianela. La paradoja de que lo que da vida la quita también. ¿Y qué hacer? Privar a Pablo de vista cuando está a su alcance resulta impensable. Entorpecer el camino de la naturaleza, el pretender que Pablo al despertar de la pesadilla de la invidencia iba a preferir a Marianela sobre Florentina, como quizá hubiese hecho una Fernán Caballero. La época no jugaba con esas cosas, y la posición social también tenía un papel reglado, Marianela era una pobretona y Florentina una muchacha educada y de la misma clase social que el joven. Golfín que proviene de un estrato social bastante humilde, aunque ahora goce de una buena posición, es quien mejor conoce el horror de la situación, el dilema ético que plantea. Quizás las lágrimas, el ver la escena con ojos empañados era la única solución que le quedaba al narrador. Y ahí la genialidad de Galdós que sabe plantear problemas de enorme resonancia humana, sobre los que el lector tiene que reaccionar. El emotivo argumento cumple su función: la de emocionar al lector, no con un caso real, sino con uno ficticio, que provoca una emoción, sin ella la obra carecería de gancho.

En fin, lo esencial en Galdós, en el estudio de su obra, lo que lo motiva es comprender lo que literariamente hace que un texto diga algo de manera que ningún otro pueda hacerlo, que permite rescatar lo que el esteticismo vio como su cometido, lo que se percibe más allá de lo racional, y por otro lado, que sirva para comprendernos y comprender a quienes con nosotros comparten los tiempos. La literatura es una gran institución a la que se le negará el pan y la sal, pero que todos los días se ve afirmada cuando alguien una persona, en cualquier rincón coge una pluma para escribir o lee un texto y se deja llevar por su elocuencia. En muchas ocasiones, la emoción vendrá producida por un texto de don Benito, de quien se regodea ante la impudicia de la señora de Bringas, el descaro de Juanito Santa Cruz, o se emociona con las torpes palabras de Almudena.




Relevancia de los estudios culturales

Por otro lado, obviar el significado cultural de una obra supone negarle su realidad social, de objeto cultural que encuentra su puesto en el mundo. Más allá del primer referente encontramos un segundo, el cultural, aquél en el que el texto escrito compite con otras formas de cifrar lo artístico, diferentes maneras de modalizarlo. Recordemos simplemente cómo Galdós experimentó con tipos de novelas distintas, narrada, epistolar, dialogada, y con el drama. Cada una de esas modalidades supone una manera distinta de presentar, de ver, de concebir el objeto artístico. Cuando Galdós quiso publicar una novela no encontró ningún obstáculo, mientras al tratar de hacer representar una obra de teatro, los factores con que tuvo que manejarse fueron múltiples, desde el encontrar un empresario y los actores adecuados, que éstos hicieran lo que él quería y no lo que las rutinas de actor les tenían acostumbrados a hacer, el enmendar la obra de acuerdo con las sugerencias de los actores, etc. Todo ello cambia, modifica el texto, lo socializa.

La lectura cultural pide un acercamiento interpretativo flexible, porque además de lo resbaladizo de la relación entre significantes y referentes, ahora tenemos que tener en cuenta ese segundo referente. El texto literario es, pues, mucho más que una serie de palabras, es un complejo artefacto que existe en la red de un universo siempre cambiante.

Reconoce aquí el autor la importancia de lo gráfico frente a la escritura, y el estudio de este aspecto de la cultura del siglo diecinueve, que vio nacer la fotografía y su desarrollo, junto con otros adelantos de lo visual, parece que es uno de los rasgos culturales de la pasada centuria que influyeron en Galdós.

Otro ya lo mencionamos, la importancia en que socializó sus novelas, o dicho en términos simples, cómo las comercializó, la diferencia que existe entre una novela contemporánea y un episodio nacional, redactado bajo la perentoria necesidad de allegar dinero a sus habitualmente deficitarias arcas.

Creo que es justo preguntar a la obra por su autor, examinar las preguntas que la socialización de la obra sugiere. Por ejemplo, si leemos una novelita como Torquemada en la hoguera, a la que tantos volvemos por ser un universo galdosiano condensado y por la riqueza de matices con que fueron creados y se expresan los personajes de ficción. Sin embargo, creo que también es justo averiguar por qué la obra está escrita en clave irónica, narrada por un personaje que se siente en la necesidad de explicarnos las cosas dando un ejemplo negativo. También es lícito preguntarse sobre la importancia que el autor le concede a la narración indirecta sobre la directa, la escasez de diálogos de la obra, y la cantidad de intromisiones autoriales, cuando la novela, su novelística iba hacia la dramatización. ¿Se trata de inseguridad por parte del ente narrativo que necesita un corro de amiguetes, los burgueses de su tertulia a quienes les refiere la historia del avaro Torquemada, para sentirse arropado? ¿o es que en el fondo se da cuenta de que el prestamista tiene su mérito, de un pobre hombre que sale de la pobreza y acaba con título de nobleza, logro nada desdeñable, y más cuando el destino te ha dado como a Torquemada palos suficientes para frenar cualquier empeño, como la muerte de la esposa o del hijo? El hecho de que el prestamista quiera evitar la muerte de su hijo, comprándole su salud a Dios o a quien sea a cambio de lo único que tiene de valor, su dinero, se lo reprochan los señores burgueses, porque les parece indigno. ¿Tienen razón? Quizás se pasan.

La extraordinaria riqueza lingüística, simbólica, argumental, depende del valor literario de la novelita, mientras su evaluación cultural, la que le colocará las reacciones de los personajes en un plano de segunda referencia, entendiéndolas a modo de documento histórico, de la perspectiva contrastiva desde que las vemos en el presente. Lo importante es no confundir, reitero, los planos literario y el cultural, que supone estudios de diferente orden, el poético y el cultural.

Si tenemos en cuenta lo cultural, sin imposición de ideologías foráneas, lo que podremos aclarar es, entre otras cosas, el papel desempeñado por la literatura en la cultura decimonónica, su cambiante valor, según la reproducción química de la realidad iba ganando terreno, es decir, que podremos investigar lo que la percepción autorial hecha literatura significó dentro de un ámbito mayor, en el que se situó como un producto cultural al que los lectores tenían acceso.

Termino diciendo que una de las ventajas del acercamiento que propongo permite la solidaridad de los críticos actuales con los de ayer, que abrieron los caminos de la especialidad, institucionalizaron los estudios literarios, fueron gentes con sensibilidad para dedicarse a lo mismo en que hoy laboramos, a estudiar a Benito Pérez Galdós y a sus contemporáneos, y que supieron honrar al autor, el heredero de Miguel de Cervantes en la narrativa española, leyéndolo como él proponía que se hiciera, entre otras cosas, como un autor de novelas.







 
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