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Libros de Tulio: De senetute. De los ofiçios [Selección]

Alonso de Cartagena

María Morrás Ruiz-Falcó (ed.)

Prólogo

A estas alturas parece que no habría que justificar el esfuerzo que supone realizar (y leer) la edición crítica de una traducción. Libro en mano, sin embargo, es probable que más de uno se pregunte qué sentido tiene el empeño de editar romanceamientos medievales. Bien está dar a conocer su existencia, incluso hacer alguna observación sobre los prólogos, pero por qué cotejar los testimonios o estudiar las modificaciones sufrió el texto a manos de los copistas; en definitiva, qué relación tiene todo ello con el estudio de la literatura del siglo XV. Y sin embargo, la traducción, como puente de contacto entre las literaturas de lenguas diversas, ha merecido una especial atención en los últimos años y es considerada dentro del comparatismo como una de las líneas más prometedoras de estudio. En la Edad Media, época en la que los modos de creación y los de traducción convivían sin solución de continuidad, según ha mostrado R. Copeland, el cotejo minucioso de los desvíos -o de la fidelidad- respecto al original presenta particular interés. En la Castilla del siglo XV los romanceamientos se convierten, en virtud de su número y variedad, en elemento decisivo en la conformación del público lector y, por ende, fermento para la creación de las obras originales1.

En este contexto, la versiones al castellano del De senectute y del De officiis, a las que Alfonso de Cartagena (ca. 1384-1456) puso punto final en 1422 adquieren un especial relieve por varias razones. En primer lugar, por la personalidad y significación del traductor. Alfonso de Cartagena destaca por la orientación fuertemente educativa de su obra, lo que unido a su posición política, a su fama como erudito y a su contacto con los umanisti le garantizaron una influencia notable en la corte de Juan II de Castilla2. Aunque en un trabajo fundamental, F. López Estrada (1946) llamó la atención sobre la importancia de los prólogos para el estudio de las ideas literarias de la época, fue el revuelo levantado por O. Di Camillo (1976) al situar a este autor en el centro de la evolución literaria en la Castilla de la primera mitad del Cuatrocientos lo que despertó un interés por su figura que no ha dejado de acrecentarse. Desde entonces la polémica no ha cesado. K. Kohut (1978) trazó la evolución de su obra distinguiendo una etapa inicial de apertura hacia los clásicos seguida de otra en la que un rigorismo de base cristiano llevó al letrado a preferir a Séneca para sus traducciones. El investigador germánico marcaba el origen del rechazo por Cartagena hacia el mundo Antiguo en los prólogos de las versiones ciceronianas, un rechazo cuyas manifestaciones más evidentes se encuentran en la Epistula al conde de Haro (Lawrance 1979) y en el Oracional, dedicado a Fernán Pérez de Guzmán. Esos primeros escritos, en efecto, dejan ya ver la raíz del recelo, más evidente después, hacia la extensión del saber escrito. Y justamente ese hacer accesible el conocimiento a través del estudio del latín es lo que constituye la base de los studia humanitatis (Lawrance 1991, Morrás 1995). Sin embargo, es también en la lectura y el comentario a Cicerón donde se forja la alta valoración que le merece a Cartagena la retórica como instrumento político y formativo, el aprecio por el lenguaje, su consideración hacia la anécdota concreta y reveladora e, incluso, el enfoque pragmático con que abordar los problemas éticos. Que don Alfonso eche mano de argumentos extraídos del Arpinate para atacar a Bruni en las Declinationes (Lawrance 1990) o para refutar la doctrina moral de Séneca (Morras 1994a) da medida de la complejidad -y el interés- que presenta la imbricación de tradiciones que conforman su pensamiento; aunque sea ese empleo 'anómalo', en él y en otros, lo que impide hablar strictu sensu de un Humanismo castellano (Round 1993, 66). La influencia, profunda, de Cicerón perdura a lo largo de toda la obra del burgalés, de modo que el rastreo de la huella ciceroniana en títulos posteriores da medida y sentido de la evolución de sus ideas. Cuestión esta que, ciertamente, no resulta trivial en el marco de la cultura del siglo XV y de la polémica historiográfica que envuelve su estudio. El examen de la temprana recepción de Cicerón, cuya obra tanto iba a pesar en el Humanismo italiano y el Renacimiento, es sin duda altozano magnífico desde el que ascender a cumbres más escarpadas, como es calibrar la aportación que supusieron las nuevas corrientes en la vida literaria en la Península.

De otro lado, ha de subrayarse que las presentes traducciones son las primeras realizadas directamente del texto latino desde que Sancho IV (1284-1295) encargara una versión del De ira de Séneca, de modo que puede afirmarse sin temor a exageración que estas se sitúan en el origen mismo, en Castilla, de lo que se ha venido denominando como 'clasicismo vernáculo'3. La edición del De senetute y De los ofiçios supone, o eso espero, una contribución más al dibujo del ambiente literario de la primera mitad de siglo al poner a disposición del estudioso unos textos que hay que situar junto a otras versiones como las Décadas de Tito Livio en versión de Pero López de Ayala editadas por C. Wittlin (1989), de la Ilíada de Pero González de Mendoza estudiada por G. Serés (1989 y 1990), de la Eneida de Enrique de Villena en edición de P. Cátedra (1989) o del Fedrón de Pero Díaz de Toledo preparado por N. Round (1993), por mencionar algunos trabajos destacados sobre versiones de clásicos greco-latinos que ilustran ejemplarmente lo dicho.

El estudio introductorio y las notas que acompañan a la edición tienen como punto de partida esa triple perspectiva. En una primera parte se analizan muy someramente la principales líneas de recepción de Cicerón, así como las inquietudes del traductor, con el fin de ver por qué escogió precisamente a Cicerón, y estos y no otros títulos y qué relación tienen estas traducciones con el resto de su obra; se trata de averiguar a qué fines y a qué motivación intelectual responden. Sin duda, fue el ideal de humanitas dibujado por Cicerón lo que atrajo al docto converso. La combinación de filosofía y retórica que proponía el pensador y político romano a sus contemporáneos debieron aparecer ante el letrado como una de las metas que proponer al estamento nobiliario, que buscaba acomodo ante los cambios políticos y culturales que se avecinaban. Una ojeada a las ideas contenidas en los prólogos permite comprobar cómo esos elementos estaban ya presentes en el ánimo del traductor. Completa esa primera parte el estudio de las circunstancias que rodearon, determinándola, la tarea de don Alfonso. La segunda consiste en un examen de las versiones. En el panorama del siglo XV, la producción del obispo de Burgos destaca por la significación de los autores traducidos, la calidad de las versiones y la difusión que alcanzaron, así como la atención por los problemas teóricos. Para caracterizar su labor como traductor se impone, como para cualquier otro, una doble vía. De un lado, hay que averiguar cuáles son sus ideas acerca de la traducción; de otro, se debe cotejar estas con la práctica efectiva, el examen de la realización que suponen las versiones ciceronianas revela, por ejemplo, que Cartagena fue aprendiendo a despegarse del original a medida que traducía, de modo que el grado de literalidad es mucho mayor en De senetute que en De los ofiçios. Es dudoso, por tanto, que las conclusiones í sobre estas u otras traducciones (tal o cual título de Séneca) puedan ; aplicarse al conjunto de su labor. El último apartado trata de cuestiones ecdóticas, capítulo insoslayable en toda edición e imprescindible cuando se quieren aquilatar las intervenciones del traductor y las innovaciones en el proceso de transmisión, que nos señalan los modos de recepción, lingüísticos y culturales, del texto.

He procurado que la visión en detalle de ciertas parcelas no abocara en una erudición farragosa, compuesta de detalles aislados e irrelevantes. Por contra, uno de los objetivos de este trabajo, no sé si logrado, ha sido contrastar los datos obtenidos de una lectura -a veces pegada a ras de variante- de los romanceamientos y de aquellos textos relacionados con ellos por analogía o influencia, ya fueran de Cartagena o de otros escritores del Cuatrocientos, con las grandes síntesis bibliográficas sobre cuestiones tales como el Humanismo y el clasicismo en lengua vernácula. Este es el sentido que vertebra la introducción y las notas a la edición, que han de leerse de forma conjunta. Las conclusiones principales derivan de la confrontación entre el dato menudo y la visión panorámica. Así, creo, del contraste entre las semblanzas intelectuales que circulan del prelado húrgales y la lectura de estas versiones y su eco en otras obras se desprende que en los trabajos de síntesis existe una miopía interesada, que oculta la complejidad de los hechos. El empleo dominante de la analogía italiana y del Renacimiento como piedra de toque donde medir el Humanismo castellano ha resultado, a mi entender, en una distorsión crítica, pues lo razonable parece comenzar por evaluar las obras del Cuatrocientos, la existencia de una ruptura o la pervivencia de la tradición cultural, midiéndolas frente al período anterior. En el caso de Cartagena salta a la vista la novedad que supone su interés (por cierto, previo a los contactos conocidos con humanistas) por los clásicos y su curiosidad (consecuencia de inquietudes intelectuales anteriores) por el | movimiento humanista italiano, pero también es patente la aprensión ante las consecuencias que adivinaba tras la consideración del conocimiento sub specie litterae. La modernidad y fidelidad de sus traducciones no está reñida con una suspicacia no ya hacia la retórica, sino hacia el empleo que se hace de ella, que le lleva por sendas diversas -a veces paralelas, a veces divergentes- de la avenida principal hollada por el Humanismo contemporáneo. Cartagena, doctor in utroque por la Universidad de Salamanca, supo reconocer en la lectura de los tratados ciceronianos, singularmente en De inventione, el papel que la retórica podría desempeñar en la articulación social y política del revuelto reino castellano. La retórica, en su opinión, había de conservar un valor instrumental: debía permanecer al servicio de los contenidos y así sería el arma más eficaz para interesar en la lectura de obras «convenientes» a una clase lectora que buscaba, junto a la enseñanza moral, «solaz y deleite». Por ello, cuando la «dulçura del fablar» se convirtió en fin en sí mismo, razones de índole filosófica y pedagógica se vinieron a sumar al peso de la tradición judo-cristiana, determinante por su doble condición de converso y de hombre de Iglesia, en el fiel de las aprensiones que Cartagena sentía hacia el mundo greco-latino. Al cabo de su vida, Alfonso rechazaría no solo la imitación, si era exclusivamente estilística, del Arpinate4, sino que proyectaría unas Historias escolásticas, donde sobre el modelo de los Dichos y hechos de Valerio Máximo se proponía ofrecer la Biblia como ámbito de ejemplaridad alternativo al que ofrecían los clásicos. Con todo, no ha de olvidarse que tanto sus discrepancias como sus afinidades con el Humanismo tienen un origen común: esa aguda conciencia como hombre de letras que se siente obligado con su tiempo y circunstancias que con mano maestra trazó Marichal. De ahí y de su lectura de las obras del Arpinte nace su reflexión sobre el papel central de la filosofía y retórica en la formación intelectual de la clase dirigente; es decir, de un conocimiento real de los clásicos puesto al servicio de la época y de sus gentes.

Las versiones castellanas y sus circunstancias

Las versiones del De senectute y del De officiis, tituladas como Libro de senetute o De la vegez y Libro de Tulio de los ofiçios o De ofiçios fueron una de las primeras labores literarias emprendidas por Alfonso de Cartagena5. La iniciativa partió de Juan Alfonso de Zamora, que acompañaba al entonces deán de Santiago en misión diplomática ante la corte portuguesa. El caballero y secretario de cámara de Juan II no sabía latín, por lo que tenía que recurrir a las «trasladaçiones por la lengua materna»6 . Por lo que se ve, el nivel de formación de los miembros de la cancillería castellana era francamente bajo. Y sin embargo, pese a ser hombre ya de cierta edad, Zamora mostró un gran interés en hacerse con obras clásicas, hasta el punto de requerir a su compañero que tradujera alguna para él, lo cual es muestra elocuente de que la afición por las letras estaba ampliamente extendida. Por mucho que esta sea la imagen que proyectada por sus biógrafos o por ellos mismos, figuras como Villena o Santillana no pueden considerarse paladines de las letras, aislados, ante un ambiente hostil. Si un modesto caballero que dependía del favor cortesano dedicaba tanto esfuerzo a la obtención de textos, debía ser porque el gesto no era considerado por los poderosos como una extravagancia ni como un fenómeno fuera de lo común. La trayectoria del secretario resulta, además, paralela a la de más ilustres personajes7.

Parece que fue el contacto con los lletraferit el que despertó el gusto de Zamora por las novedades literarias. A Barcelona remiten los pocos datos que nos constan. Allí hizo pesquisas para adquirir una copia completa del De casibus virorum illustrium, que no había podido conseguir en ningún otro lugar. Por las mismas fechas, durante una estancia en aquella ciudad para resolver ciertos asuntos ante Alfonso V el Magnánimo, aprovechó para traducir los Dicta et facta memorabilia a partir del texto catalán de Antoni Canals8. Esto explicaría que el mayor número de las citas en las cartas de agradecimiento al deán de Santiago por la traducción de De senectute y De officiis corresponda a Valerio Máximo. Del resto de su cultura literaria apenas puede decirse algo. Sus referencias a Boecio y Séneca son de segunda mano o están sacadas de florilegios; el empleo que hace de Valerio es muy medieval, mientras que parece estar muy familiarizado con la Biblia9. En suma, Zamora responde como de molde a la descripción ideal del nuevo lector lego: interesado en las letras, pero desconocedor del latín, se vio obligado a acudir a intermediarios (Canals y Cartagena, significativamente ambos clérigos); lo limitado de su formación no le impidió cierto prurito intelectual que le llevó a perseguir las últimas novedades, como Boccaccio, y a escribir una prosa engolada y un tanto abstrusa, a medio camino entre el estilo que recomendaban las viejas artes dictaminis y la imitación de la sintaxis latina. Y aunque sin duda Cartagena pretendía que sus versiones llegaran a otras manos, el perfil del destinatario inmediato contribuyó a moldear su percepción sobre qué tipo de lecturas podía ofrecer para colmar la inquietud literaria de la clase nobiliaria, no tanto con la intención de satisfacer sus gustos como para encaminarle hacia obras que contribuyeran a su formación j cívica. De senetute y De los ofiçios constituyen por ello un ensayo general de las líneas que seguiría el resto de la producción del ilustre converso10.

Fue en Portugal donde Alfonso de Cartagena, entrando en la edad madura, comenzó su carrera literaria. Se sabe que a fines de 1421 estaba ya en la corte portuguesa con la misión de concertar las paces que habían quedado pendientes desde la época de la tutoría de Catalina de Láncaster y Fernando de Antequera. Allí permaneció un año (Crónica de Juan II, 1422, cap. XXIV). Vuelto a Castilla para que la paz fuera firmada, hubo de regresar a principios de 1423 con el fin de que la tregua fuera ratificada por el monarca portugués (Crónica, 1423, caps. II-III). Todavía realizó al menos un tercer viaje en 1424, que se prolongaría hasta principios de 1425, para resolver algunos puntos pendientes en torno a la indemnización de daños entre los dos países vecinos (Crónica, 1424, cap. IV). Según Añíbarro (90) son dos las veces que viajó a Portugal en 1424. La Crónica de Juan II no habla sino de un viaje; y las fechas parecen confirmarlo. La confusión puede deberse a que Cartagena negoció sobre dos asuntos diferentes a la vez: la ocupación de las Islas Canarias, a las que Portugal había enviado una expedición de conquista bajo el mando de Fernando de Castro y la ultimación de las treguas11.

A partir de estos datos, se pueden establecer de modo aproximado las fechas de sus estancias en Portugal. El primer viaje duró un año, de octubre o diciembre de 1421 al mismo mes de 142212; durante el segundo, estuvo solo unos meses alejado de Castilla, pues el viaje tuvo lugar entre enero y abril de 1423, ya que el 30 de ese mes se encontraba en Ávila para asistir al pregón de la paz por Juan II ante sus embajadores y los del rey portugués. No se sabe con exactitud la fecha de su tercera partida a Portugal, excepto que tuvo que ser después del 10 de septiembre de 1424, al poco de que Leonor, la hija segunda de Juan II, fuera proclamada heredera al trono tras la muerte de su hermana mayor, Catalina (Crónica, 1424, cap. IV). Como hay constancia de su presencia continuada en Burgos de junio a diciembre de aquel año (Serrano 127), hay que concluir que debió marchar de Castilla muy poco antes de finales de 1424. Regresó antes de abril de 1425, pues está comprobado que se encontraba por aquel entonces en la corte, reunida en Valladolid en ese mes (Serrano 128; Cantera Burgos 1952, 419). El último viaje tiene lugar entre septiembre y diciembre de 142713.

El primer viaje es el más prolífico. Entre finales de 1421 y septiembre de 1422 tradujo De senectute, De officiis y De casibus virorum illustrium para Juan Alfonso de Zamora. Mientras tanto, escribió también el Memoriale virtutum para el príncipe D. Duarte, que finalizó en el verano de ese mismo año14. Respecto a las traducciones ciceronianas, De los ofiçios es con certeza posterior a De senetute, que fue concluida en el actual Monte Mor-O-Novo el 10 de enero de 1422, sin mucho esfuerzo («con muy pequeño trabajo se acabó»)15.

La fecha ad quem viene dada por el Memoriale, donde se incluye una referencia muy clara a la obra ciceroniana. Al justificar la sencillez del estilo en que está escrita su obra, Cartagena recuerda la elocuencia de aquel otro texto en que también se habla de las virtudes: «Non memor multos morum doctrinas excesso eloquentie gradu tradidisse» (BN 9178, f. lv.)16. Es decir, De officiis fue traducido entre enero y verano de 1422.

La última versión realizada ese año fue la Caída de príncipes. Zamora pidió al deán que terminara la versión del De casibus, que por la copia que había llegado a sus manos pensaba que había quedado incompleto en el libro octavo17. Don Alfonso llevó a cabo la tarea utilizando un manuscrito que Zamora se había procurado especialmente para ello18. Además, numeró los capítulos y escribió un breve sumario a modo de epígrafe o encabezamiento para cada uno de ellos, finalizando su labor el 30 de septiembre de 1422, poco después del Memoriale virtutum. En total fueron tres las traducciones y una obra original escritas en poco menos de un año mientras litigaba en el espinoso asunto de las negociaciones con el país vecino. Si nos guiamos por las referencias internas que nos proporcionan los prólogos, apenas dedicó unos meses a cada uno de los textos. De senectute fue vertido al castellano posiblemente en un mes (entre diciembre de 1421 y el 10 de enero de 1422); la traducción del De officiis fue finalizada antes de principios de verano, fecha de terminación del Memoriale, de modo que se hizo en cinco meses o menos19. Aunque en el Memoriale se cita de modo impreciso la estación veraniega, hay que imaginar que gastaría un par de meses en finalizar la De casibus.

La cronología del resto de las versiones de Cicerón es más difícil de precisar, aunque parece que todas ellas fueron comenzadas antes de 1424. Para la traducción de De inventione, que lleva el título de Rethórica de M. Tulio, se ha propuesto el período entre 1421 y 1433 (Mascagna 8 y 11), fines de 1424 (Kohut 1977, 187 n. 14) o 1428 (Lawrance 1990, 223), pero creo que existen suficientes indicios para pensar que es posterior a esa última fecha. La traducción fue hecha a petición de D. Duarte, pero la sugerencia partió del Memoriale. Allí Cartagena había comentado el valor de la retórica en el desempeño de las funciones como gobernante, mencionando de pasada la obra de Cicerón:

Et que ad bene regendum populum multum confert eloquentia, que consistit in persuadendo hominibus et atrahendo eos a malo ad bonum. Nam ait Tullius in Rethorica, «eloquencia induxit homines ad fundandum ciuitatis. Soli enim vagabantur per herema sicut fere, et per bonam persuasionem et eloquenciam inducti sunt ut ciuiliter viuerent»20.


Con este propósito en mente, D. Duarte solicita que traduzca la Rethórica para él. El texto de Cicerón viene a complementar la educación del príncipe como orador en el sentido ciceroniano: de la formación moral se trata en el Memoriale, compendio de ideas aristotélicas convertidas en doctrina cristiana por medio de los comentarios de santo Tomás; para la enseñanza de la retórica se recurre a Cicerón. Si consideramos que el Memoriale fue terminado en la aldea de Azoya en el verano de 1422, no mucho antes de que Cartagena tornara a Castilla, y que todavía antes de abandonar la corte portuguesa realizó una tercera traducción para Juan Alfonso de Zamora, no parece posible que le quedara tiempo para emprender una cuarta traducción, que sería la quinta de sus composiciones en menos de un año. Más verosímil parece que D. Duarte leyera el Memoriale mientras el deán estaba en Castilla. En la lectura le debieron llamar la atención las observaciones sobre la utilidad de la retórica en la vida pública. A la vuelta del prelado, impulsado por las referencias al tratado de Cicerón en el Memoriale, el príncipe expresaría su deseo de contar con una versión de aquella obra. Para entonces, el ritmo de las negociaciones de paz no permitiría al embajador castellano disponer de suficiente tiempo libre, lo que impidió que terminara la versión antes de marchar otra vez a Castilla en 1424 como él mismo explica (Rethórica 28-29). Si a ello sumamos que la segunda estancia en Portugal duró un mes escaso, resulta bastante probable que el trabajo fuera iniciado durante uno de los últimos viajes de Alfonso. En cuanto a su conclusión, hay que datarla entre 1427 y 1433 y muy probablemente hacia 1430-1431. La fecha ad quem de 1433 viene dada por la proclamación como rey de D. Duarte, que todavía figura en la dedicatoria con el título de príncipe (Mascagna 8). Por otro lado, las referencias a Demóstenes y al discurso Contra Tesifón de Esquino sitúan el prólogo después de 1427, mientras que la mención de la campaña contra Granada nos colocan en los años de 1430/3121.

De la Oraçión pro Marçello nada se ha ocupado la crítica. En ninguno de los cuatro códices sobre los que hay noticia figura el nombre del traductor, pero dos de ellos incluyen también las restantes versiones ciceronianas22. El tercero es una colección de cartas de batalla y otros materiales concernientes a la política europea anterior a 1435 entre los que se encuentran varios documentos que muy bien pudieran estar directamente relacionados con nuestro traductor23. El cuarto texto, que había pasado desapercibido hasta ahora, es un códice conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid (ms. 9132) que incluye la versión castellana de Dicta et facta memorabilia, hecha a partir de la traducción al catalán de Antonio Canals por Juan Alfonso de Zamora24. Todo ello es fundamento razonable para adjudicar la versión del discurso al prelado. En cuanto a la cronología, su presencia en el volumen de cartas de batalla señala como fecha ad quem el año de 1435. Por otro lado, la copia incluida con la traducción de Juan Alfonso de Zamora de Valerio Máximo en BN 9132 sitúa casi seguro la versión de Pro Marçello en una de las estancias de Cartagena en Portugal. Otros datos apoyan esa hipótesis.

La base para las especulaciones es muy frágil, pero parece que la traducción de la Rethórica y de este discurso están relacionadas. En la Oratio pro Marcello se puede ver la demostración práctica de la teoría que recoge la Rethórica. Es posible incluso que Cartagena tradujera el discurso contra Julio César con esta idea en mente25. Cicerón, dice, «escrivió muchos libros e tractados de diversas materias, escriptos so muy eloquente estilo [...] en todos guardó él bien las reglas de la eloquençia, pero non fabló en todos della» (Rethórica 30). En este segundo grupo se incluyen los discursos «acusando a unos e defendiendo a otros» (33). Seguramente Cartagena comenzaría a traducir Pro Marcello poco después o al tiempo que trabajaba en De inventione, en la década de 1420, y pudo terminarla en pocos días, mientras que la extensión del tratado retrasaría su terminación hasta mucho más tarde. Señalo de paso que el hecho de que la Rethórica fuera completada poco antes de la marcha a Basilea, cuando ya había vertido al castellano varias obras de Séneca, rompe la nitidez de las etapas que distingue Kohut en la trayectoria del obispo26.

Haría falta investigar acerca del ambiente intelectual en la corte de Juan I de Portugal en las primeras décadas del siglo para ver de qué modo determinó el arranque de la producción literaria del burgalés27. La historiografía de aquel país sitúa la introducción del Humanismo en 1485, con la llegada de Cataldo Parísio Sículo, pero las actividades literarias de los príncipes D. Duarte y D. Pedro son señal inequívoca de que el interés por la Antigüedad arrancaba de antes28. En aquella época, los contactos con Italia por medio de los estudiantes que marchaban a Bolonia a estudiar leyes eran intensos. Fue así, en un último viaje a Portugal en 1427, como tuvo el deán noticia y oportunidad de leer las primeras versiones del griego de Leonardo Bruni, los discursos Contra Tesifón de Esquino y De Corona de Demóstones y el tratado de San Basilio De legendis librorum gentilium (Declinationes 162-64). Por consiguiente, el interés por la obra de Bruni nació como consecuencia de su propia actividad como traductor y no al contrario, según se ha venido afirmando29. En definitiva, la influencia sobre Cartagena del ambiente

La primera idea que asoma en los prólogos a las traducciones que realizó durante este tiempo es el concepto del otium. De creer lo que afirma allí, su labor como diplomático le dejaba un gran espacio de tiempo libre, aunque más bien hay que pensar que se está sirviendo de un tópico literario para presentar cierto modelo de comportamiento30. La aspiración a construir una forma de vida donde las letras formaran parte de la vida social y su plasmación por vía literaria constituye un rasgo propio del Humanismo (Rico 1993, 44-57). Así hay que entender la narración del origen de sus obras en los ratos de ocio, ocupados en Portugal charlas educativas con el príncipe heredero, Don Duarte, o en tertulias donde se discutían las novedades literarias venidas en Italia, y más tarde, ya en Castilla, en atender la curiosidad de un círculo de nobles, cuyas figuras centrales serían el conde de Haro y Fernán Pérez de Guzmán, o en sostener encuentros dialécticos con letrados de su entorno31. Estos episodios son el punto de arranque del asunto y la forma seguidas por el autor en un grupo numeroso de títulos32. Es lógico que en los círculos de la corte se acudiera a él en busca de consejo, para que resolviera alguna pregunta sobre temas eruditos o tradujera alguna obra latina. Si la polémica con Leonardo Bruni ganaría para Cartagena el respeto y la amistad de destacados humanisti, su fama como latinista y como erudito en temas de historia, literatura y caballería, así como su autoridad en cuestiones de moral dentro del ámbito peninsular, arrancan de los primeros años de actividad pública33. Por su formación e inquietudes intelectuales, don Alfonso era un scholasticus vir, calificado por Russell (1978, 216) como el estudioso profesional más destacado en la Castilla del siglo XV y esa era la fama que gozaba entre sus coetáneos34. La escritura para Cartagena era una prolongación de su ejercicio profesional como letrado, ya fuera en calidad de burócrata oficial o de erudito poseedor de una formación complementaria a la de los caballeros, el otro estamento que tradicionalmente había estado al servicio de la corona. Por ello, las formas que cultivó -el discurso, la lectio escrita en glosas o comentarios, la epístola, el tratado didáctico- caen dentro del género persuasivo de la retórica; para su comprensión han de entenderse dentro del marco histórico y cultural que les dio origen, con el que dialogan e intentan modificar. En su producción literaria puede observarse una adecuación entre el género, la lengua y el público al que se destina el texto. Desde esta perspectiva, sus obras se pueden agrupar en discursos y tratados de tono polémico y contenido histórico y jurídico, originados a partir de litigios políticos muy concretos, y tratados y epístolas de índole educativa o moral, dedicados en principio a una persona determinada, pero cuyo destinatario último es el grupo social que aquella representa. Estas últimas son quizá las obras más atractivas del autor por su tono casi familiar, que sigue de cerca la forma del diálogo epistolar entre mentor y discípulos, y el trasfondo social que se pinta, de un grupo de nobles interesados en cuestiones culturales. Consideradas en conjunto, constituyen un documento precioso sobre el ambiente cultural en la corte de Juan II, que deja vislumbrar, más allá de cargos oficiales y del calibre de la obra, el cómo y el porqué de la influencia del prelado en los derroteros intelectuales de su generación y la siguiente. Aquí se engloban títulos que tratan de diferentes asuntos, tales como filosofía moral (Memoriale), teología (Oracional), formación literaria (Epistula), asuntos caballerescos (Qüestión), cuestiones de política, moral y lingüística (Duodenarium, De questionibus ortolanis), y las versiones de Cicerón y Séneca.

No obstante, fue siempre Cartagena quien eligió el tema y el tono empleados, desviándose habilidosamente de los requerimientos que se le hacían, como cuando ofrece casi en burla la Catoniana confecto al conde de Haro, que le había pedido un texto clásico, o aprovecha la petición de Gómez de Sandoval de un tratado de asunto caballeresco para recriminarle a él y a todo el estamento nobiliario la práctica de torneos y otros divertimentos35. En el caso de los Libros de Tulio resulta evidente que se trató de una elección propia.

Filiación de los testimonios

La collatio externa

Los códices que contienen las versiones de Cartagena derivan de compilaciones de más de una traducción36. La cantidad, disposición y calidad de los textos que los integran es variable. Por razones mecánicas, resultan incompletos M, P y H una parte considerable del primero ha quedado ilegible a causa de la humedad, P queda truncado al final de Of. y H tiene una extensa laguna en Of., que ha sido suplida por un copista y una traducción independientes (ff. 16v.-17v.). Pero dejando de lado esos factores, solo N es un códice completo. Contiene las dos versiones que nos interesan, De senetute y De los ofiçios, y los textos preliminares a cada una de ellas: el prólogo de Cartagena y la respuesta de Zamora. P y M no incluyen Sen. Del resto de los testimonios, E carece del prólogo de Cartagena al Of. y, lo mismo que a H le faltan los dos textos preliminares de Zamora; S carece de la respuesta a Sen. E (ff. 117r.-126r.) y H(ff. 121r.-127v.) incluyen una tercera versión, el discurso Pro Marcello. Queda a la vista que V, E y H se relacionan entre sí, del mismo modo que lo hacen N, P y M. Por su parte, S está conectado con NPM porque contiene la epístola de Zamora que precede a Of. y porque no incluye Pro Marcello. Sin embargo, comparte con EH la falta del texto preliminar de Zamora a Sen. y el orden de disposición de las versiones. La collatio externa corrobora esta primera agrupación, proporcionando datos más precisos sobre las relaciones entre los testimonios.

El examen de los capítulos revela que NPM derivan de un mismo modelo (a), que diverge en su distribución con V, H, E y con la mayor parte de los cuadernos de S (Of. I.50-139, II.57- final; Sen.). Las divergencias más visibles afectan a Sen. y a los libros I y II en Of.

Afortunadamente, es posible determinar cuál era la partición original gracias a que Cartagena dejó indicado el número, distribución y contenido de los capítulos, muy detallada para el primer libro:

de los ofiçios que pertenesçen a la liberalidad comiença en el capítulo duodéçimo e presíguelo fasta el capítulo quinto déçimo; de los ofiçios que pertenesçen a la terçera virtud, que es la fortaleza, tracta en el capítulo quinto déçimo fasta el capítulo viçésimo secundo, e en tractando de los ofiçios de la fortaleza mezcla los ofiçios de la magnanidad. De los ofiçios pertenesçientes a la quarta virtud cardinal, que es la temprança, comiença a fablar en el capítulo viçésimo secundo e presíguelo fasta el capítulo treçésimo terçio.

(pp. 208-209)



Pues bien, solo N, P y M siguen el plan señalado allí37. En cambio, E, H y S ofrecen divergencias, que empiezan partir del cap. XV, XVI y XIII respectivamente, de modo que en lugar de los 33 capítulos en que el obispo repartió el texto, H y E constan de 29, mientras que S consigue tener los 33 capítulos a costa de añadir divisiones arbitrarias. Compárese:

α (NPM)HES
XIIXIIXIIXII
.........XIII
XIIIXIIIXIIIXIV
.........XV
XIVXIVXIVXVI
XVXVXVXVII
XVI.........
XVII...XVIXVIII
XVIIIXVIXVIIXIX
XIXXVIIXVIIIXX
XX.........
XXI...XIXXXI
XXIIXVIIIXXXXII
XXIIIXIXXXI...
.........XXIII
XXIVXXXXII...
...XXI...XXIV
XXVXXII......
XXVIXXIIIXXIIIXXV
XXVIIXXIVXXIV...
.........XXVI
.........XXVII
XXVIIIXXIVXXVXXVIII
XXIX......XXIX
XXXXXVIXXVIXXX
....
....
XXXIIIXXIXXXIXXXXIII

En el libro II solo hay una divergencia entre α y β, ocasionada porque en β figura un capítulo XIII inexistente en α, aunque se omite la división establecida un poco más adelante en estos, de modo que la numeración de los capítulos es correlativa en todos los mss. a partir del cap. XIV:

α (NPM)EHS
XIIXIIXIIXII
...XIIIXIIIXIII
XIII.........
XIVXIVXIVXIV

Pero la información dada por Cartagena sobre el número y distribución de capítulos en el libro segundo es insuficiente para determinar dónde está el error:

La terçera inquisiçión, que consiste en inquerir quál es lo provechoso, tracta en el libro segundo latamente fasta el capítulo quarto déçimo. La quarta inquesiçión, que es la comparaçión de las cosas provechosas entre sí, tracta brevemente en el capítulo quarto déçimo fasta en fin del libro segundo.

(p. 209)



Lo mismo ocurre en Sen., donde apenas hay coincidencia entre los testimonios en la división del texto en capítulos, sin que en esta ocasión el traductor dé detalles sobre la ordinario38:

NSEVH
Pról.Pról.I§§
IIII§§
IIIIIII......
III...IV......
IVIII.........
V............
VIIVV§§
VIIV.........
VIIIVI.........
IXVII......§
XVIII.........
XIIXVI§§
...X......§
XIIXI......§
XIIIXIIVII§§

Dado que en la primera parte del Of. es β la rama que rompe las indicaciones del traductor, es posible que también la distribución de capítulos en el libro segundo del Of. y en el Sen. sea la equivocada. Esta posibilidad es más que plausible para Sen., pues en Of. se comprueba que el traductor gusta de hacer capítulos breves, que apenas llegan en nuestra edición a las trescientas líneas, mientras que una distribución como la que presentan EHV (y en parte S) de Sen. supondría capítulos cuatro o cinco veces más largos. Dejando a un lado a S porque es obvio que sin contaminar siempre con α tiene a la vista una copia de aquella rama39, se observa que EHV no coinciden por completo, lo cual impide considerar la anomalía en la partición de capítulos un error común en sentido estricto. Pero sí que es señal clara que todos ellos derivan de un mismo modelo, diferente de α, donde, en cambio, los capítulos estarían claramente marcados. En ese ascendiente común β, la separación de los capítulos debía venir señalada mediante calderones insertados dentro del texto, con el número del capítulo anotado en el margen o sin numerar, lo que explicaría las divergencias en sus descendientes.

El cotejo textual

De la colación se desprenden tres datos fundamentales: (1) todos los mss. son necesariamente copias, como lo demuestra el que no hay un solo ejemplar en que no encontremos lagunas -varias de las cuales son debidas a saltos de igual a igual- y errores en la resolución de abreviaturas, además de otras equivocaciones de naturaleza paleográfica; (2) ninguno de los códices es descriptus, ya que todos ellos tienen un elevado porcentaje de lecciones singulares; y, (3) los mss. que han llegado hasta hoy derivan de códices que contenían las dos versiones, Of. y Sen. La rúbrica de E es clara evidencia de ello para este ms., pues se refiere a ambas traducciones como si de una única obra se tratara: «Aquí comiença el libro del muy eloquente e graçioso rectórico filósofo Tulio ... el quel es partido en quatro libros: los tres fablan De ofiçios, que son de los ofiçios; e el uno fabla Sen., que es de la vejez». En cuanto a los mss. con una sola versión, se trata de supresiones. V. un pequeño volumen en cuarto, que contiene solo Sen., formaba parte originalmente de un códice que reunía otros textos (¿otras versiones de Cicerón?) según se indica en el vuelto del último folio: «Tullio de senetute e otros tratados». Por su lado, P y M se remontan en última instancia a un modelo que sí incluía Sen. Una variante que señala en esta dirección es el añadido «en el Libro de la vegez» a continuación del texto «en el Catón Mayor», que procede sin duda de una apostilla del ascendiente, en donde se identificaba el título latino (Cato Maior) (mencionado en De officiis) con el título de la traducción que figuraba en el mismo códice (Libro de Senetute o de la vegez). Más concluyente es que en la epístola de Zamora ambos mss. sustituyan la lista de títulos de Cartagena por un «e çétera» que solo tiene sentido en N, donde tal lista sí figuraba en PZS por lo que su supresión no importaba (v. n. 42 a Sen. y 58 a Of. Cabe afirmar entonces que el «e çétera» ya figuraba en ascendiente común de N, P y M, de lo que se deduce que este contenía las dos versiones. Es decir, que la transmisión textual de Of. y de Sen. está unida desde una fecha muy temprana. Me interesa subrayar este dato, porque afecta al modo en fueron difundidos los Libros de Tulio y porque, en lo que atañe al estudio textual, exige tratar las dos versiones como una única obra.

El análisis de las variantes confirma la agrupación hecha en razón del contenido. De un lado está la familia α, constituida por N, P y M, y de otro β, del que derivan EH y V; S procede de un ms. contaminado. N, M, P y S comparten una primera versión de PCO que, como veremos, fue posteriormente refundida en H y, ya en la traducción, tienen en común una serie de errores significativos40. Por consiguiente, se remontan a un modelo común. Las omisiones son los errores más evidentes en α, que presenta lagunas de cierta extensión (v. el aparato crítico correspondiente a I.7, 13, 146; II.55). Otras omisiones, mucho menores, de una o dos palabras, podrían haberse producido independientemente en cada una de las copias, pero no es así: son errores procedentes del subarquetipo. Puede comprobarse porque S comete esos saltos con NPM en los mismos capítulos en que comparte errores significativos y adiáforas con esa rama. En cambio, en los capítulos en que no contamina con a, la edición de Sevilla participa -también sistemáticamente- de los errores y adiáforas, pero de la otra rama, y en esos pasajes no tiene en común con NPM ninguna de esas breves omisiones. En este sentido, S funciona como piedra de toque que sirve para diferenciar los errores significativos de los accidentales. Las lecciones incorrectas de α pocas veces carecen de sentido, de modo que solo un cotejo palabra por palabra con el texto latino permite comprobar que se trata de supresiones de α y no de añadidos de β. Y a su vez, solo el hecho de que tales supresiones se detecten en esa rama permite ver que no se trata de pequeñas omisiones del traductor41. También los restantes errores comunes, mínimos, solo pueden detectarse si se confronta la versión con el latín, pues las oraciones conservan la coherencia gramatical (v. I.78, II.70, III.50).

P y M se remontan a un antepasado γ, que deriva de α; γ era una copia muy deturpada, con un elevado número de equivocaciones paleográficas, omisiones y repeticiones que dan lugar a multitud de frases sin sentido que P y M reproducen con gran fidelidad. Por su frecuencia y variedad, γ serviría para ilustrar todos los posibles tipos de errores; significativos y accidentales; que ha catalogado la crítica textual. Como una simple ojeada certifica la relación entre P y M, omito aquí cualquier ejemplo42. Por otra parte, la existencia de errores singulares certifica que ninguno es descriptus. Y a pesar de que contienen graves errores, que hay que achacar al modelo γ, su valor para la constitutio textus es muy alto: debido a su extrema fidelidad P y M son los únicos testimonios que conservan latinismos desconocidos para los copistas de la época o restos de formas gráficas originales, regularizadas por amanuenses mejor preparados, pero que por esa razón tienden a intervenir sobre el texto 'corrigiéndolo'43.

En esta rama, N es, pues, el testimonio mejor y más próximo a α. Sin embargo, no puede identificarse con el subarquetipo porque, a pesar de estar muy cercano a él y, por tanto, ser mucho mejor copia que γ, también tiene algunos errores separativos: lagunas propias, duplografías, omisiones, y, sobre todo, sustitución de las variantes correctas por otras palabras con un significante parecido. Volveré sobre este punto.

En cuanto a S ya señalé que hay elementos previos al examen textual que sugieren una relación con E y H: la ausencia del nombre del traductor, la disposición del Of. delante del Sen. y las confusiones en la distribución de los capítulos de Of. Sin embargo, comparte con α la versión primera de PCO y multitud de lecciones significativas que indican que utilizó un ms. de esa familia. Un examen de los errores comunes de Scon esta rama, así como de las adiáforas de α frente a β hace patente que S copia de α las siguientes partes del Of.: desde el PCO a I.50 y desde I.140 a II.56. Los casos en que S trae una lección equivocada con β en estos capítulos son mera coincidencia. Se trata o bien de los típicos errores mecánicos de copia que se producen independientemente (I.87, I.90, I.94, I.99, I.111, etc.), o bien de coincidencias por motivos lingüísticos (I.77, I1.104, etc.). Y nunca se encuentran allí errores separativos de NPM frente a βS (aunque sí existe un pequeño número de errores de PM frente a 5). A su vez, en los capítulos en que S deriva de β, en Sen. y en Of. de I.51 a I.139 y de II.57 al final, el impreso sevillano puede coincidir accidentalmente con α o γ en variantes sin importancia, pero lo que no ocurre es que lea correctamente con NPM frente a EH(V). Es decir, S acude a α porque a su modelo le faltaban algunos folios y no porque intente subsanar sus errores o lagunas. Fuera de ello, S contamina con α en la distribución de los capítulos.

Puesto que S no lee nunca con N frente a γ, mientras que participa de un gran número de los errores que separan a γ frente a N se deduce que S contamina con γ. Ahora bien, no encontramos errores conjuntivos PS o MS ni separativos PS frente a M o viceversa. Las escasas lecturas comunes de la edición de Sevilla con uno solo de los mss. descendientes de γ frente al otro son debidas más bien a los intentos de uno de estos por corregir el error de γ o a algún error singular. En cambio, PM presentan un pequeño número de errores separativos respecto a S que lee correctamente en cuadernillos que con toda certeza la edición de Sevilla ha copiado de la rama α. No son muchos los errores separativos de PM, pero sorprenden porque S reproduce todos los demás errores de γ cuando contamina con esta rama, o en todo caso omite o innova a partir de los errores de γ intentando dar sentido al texto. Por tanto, es posible que S copie de un testimonio perdido anterior al ascendiente común a P y M.

El cotejo también confirma que EHVS derivan de un ascendiente común, β, que se caracteriza por no incluir los preliminares de Zamora. Relacionado con ello el error conjuntivo más destacado de esa rama se encuentra en PCS. Donde α lee: «Por ende, considerando, oh Johan Alfonso de Çamora...», β omite el nombre del secretario. Este error muestra que H es más fiel al subarquetipo β que ES, ya que al menos incluye el «oh» del vocativo (que desaparece en esos dos mss.); además, deja un espacio en blanco para el nombre. Las lagunas en Of. son mínimas en extensión y por tanto, difícilmente representativas44. Más significativo es que HES compartan una serie de añadidos (cf. las variantes de viii.25, xx.78, etc.). Esas adiciones figuran como glosas en N, no solo en estos dos lugares, sino en otros también, lo que hace suponer que el arquetipo incluía apostillas como las conservadas en α y β. Su inclusión en el cuerpo del texto, sin embargo, parece una coincidencia entre E, H, V y S, pues al menos en un caso uno de los mss. pasó al texto lo que otro conservó como anotación marginal45. Si se suma que E incorpora con cierta frecuencia glosas en el texto que no aparecen ni siquiera en los márgenes de H, S o V, ramas todas ellas con tendencia a eliminar aquello que debía venir interlineado o en el margen, es razonable pensar entonces que las adiciones comunes a E, H, S y V, estaban ya en un ascendiente común, si bien seguramente aparecían allí en los márgenes.

A pesar de que no comparten muchos errores, E, H, V y S son copias defectuosas, con un gran número de lecciones singulares, hecho que lleva a que cada uno de ellos coincida, por casualidad, con casi cada uno o dos de los restantes testimonios en un número de ocasiones elevado, ya que, como se sabe, el proceso de copia favorece cierto tipo de errores. Este hecho dificulta la filiación de los testimonios de esta rama. Sin embargo, solo ESV y ES comparten errores en verdad significativos. Así, aunque V contiene únicamente el texto de la versión del Sen., presenta una serie de errores separativos con ES frente a H, lo que permite agrupar estos tres mss. en un subarquetipo que llamamos δ. Solo hay un par de errores significativos: v. 15 quán maña] quan grand era δ (quan grandera(s) EV: quan grandes S); vii.22 privada e folgada] pobre e mediana privada e folgada δ (om. privada e folgada S)46.

Por su lado, ES presentan una número elevado de errores significativos que los separan frente a H y V en Sen. y frente a H en Of. La relación entre E y S ya fue advertida por Menéndez y Pelayo, para quien S era «idéntico con ligeras variantes al códice escurialense» (1950, 2: 324). El santanderino no cayó en la cuenta de que la edición contenía un texto contaminado de Of. porque se limitó a cotejar parcialmente Sen., aprovechando que el prólogo de Cartagena había sido transcrito por Gallardo a partir de E (col. 1637, 258-60), al paso que él hacía lo mismo con los preliminares a esa versión tomándolos de S (ibid. 320-24). En efecto, existe un alto número de lecturas comunes entre ambas copias en Sen., pero también en las zonas de Of. en que la edición de Sevilla no contamina con α hay un número suficiente de errores que prueba la relación con E. Llamo ε al modelo común del que derivan. Entre los significativos en Sen. destacan las lagunas (v. 13, 14), los añadidos y las innovaciones (iv.11, 12; vii.21). El número de errores separativos de ES frente a H en Of. es mucho menor. Son confusiones paleográficas (Sen. vii.22; Of. 1.78, III.106), sustituciones por sinónimos (Of. I.100, II.64, III.107) o propiciadas por el contexto (Of. I.70, III.2) o bien saltos de igual a igual (Of. II.64, III.68), errores mecánicos que podrían haberse producido independientemente.

Recapitulando, tenemos que H es el testimonio más próximo a β y que constituye una rama independiente de ESV. Como existe un error común a ESV, estos se han de remontar a un mismo ascendiente δ. De δ derivan dos ramas ES (ε) y V. La relación entre E y S es visible ya en la collatio externa de Of., pues no parece casual que cuando E y H divergen en la distribución de capítulos del libro I, S coincida con aquel ms. y no con este. En cambio, la omisión del prólogo del traductor al Of. no sirve para separar ES frente a H. Está claro que tanto la edición sevillana como E se remontan a un modelo deteriorado, al que faltaba el prólogo de Cartagena, pero la pérdida pudo haberse producido en δ o en β. El hecho de que H incluya una redacción diferente del prólogo parece indicar que el primer cuaderno de β fue arrancado precisamente para reelaborar ese texto. Como indicio curioso señalaré que la numeración antigua de H, compuesto de cuadernos de seis folios, comienza no en el prólogo, que ocupa un cuaderno, sino en el texto de la traducción. Es posible, entonces, que la versión refundida del prólogo fuera añadida a este códice después de haberse copiado el resto de los textos. De lo que no hay duda, porque el texto proporciona suficiente evidencia interna, es de la prioridad cronológica del prólogo en α y de que su posterior reelaboración en H es obra de Cartagena, lo que autoriza hablar de segunda redacción (de autor) y no de simple refundición (de copista)47.

Las variantes estilísticas respecto al prólogo que figuraba en α muestran que la redacción de H es posterior. Su texto está ampliado y su sintaxis es más trabada, que en las citas se aleja más de las fuentes que α, como es característico en las segundas redacciones (Blecua 1983,117-18). Así, H convierte en proposiciones subordinadas oraciones independientes de α: «E Boeçio dize que la nuestra natural entençión quiere el verdadero bien. Esto es lo que desean...» pasa a «E Boeçio dize que la nuestra natural entençión quiere el verdadero bien, lo qual es lo que desean...» y «non se siente si non por los omes abituados a la virtud; e la virtud...» a «non se siente sinon por los omes abituados a la virtud, la qual virtud...». O enfatiza aspectos que en la primera redacción habían sido meramente enunciados: «Ca el uso de las virtudes muy gran deleitaçión tiene...» se transforma en «E non se puede negar que el uso de las virtudes muy grande e incomparable deleitaçión tiene». En la segunda redacción también se acomodan mejor las citas al contexto, rompiendo la literalidad respecto a las fuentes que había en α. Compárese «lata porta et spatiosa via qua ducit ad perditionem» (Mateo 7.13) traducido literalmente en «Ancha es la puerta e espaçiosa es la vía que trae a la perdiçión» en α y de modo más suelto en «Ancha es la puerta e delectosa es la vía que trae a la perdiçión» en H; o «... ab eis tamquam iniustis possesoribus in usum nostrum vindicanda» (San Agustín, De doctrina Christiana, XL.60), seguida fielmente en «los dichos buenos de los gentiles de tirarles son para nós como de injustos poseedores» (α) y con mayor libertad en «los dichos buenos de los gentiles tirar gelos devemos para nós como a justos poseedores» de H. Y, sobre todo, la segunda redacción amplifica ciertas expresiones o frases. Muchas de esas amplificaciones van acompañadas de supresiones y están encaminadas a mejorar estilística y conceptualmente el texto, produciendo una estructura más simétrica que al mismo tiempo resulte más ajustada, sin elementos superfluos: «Hun mismo fin desean los sabidores, los prudentes.....e todos los otros virtuosos; e los malos e maliçiosos, los nesçios e indiscretos... e todos los otros malos e engañosos» (α) es revisado en «Hun mismo fin desean los sabidores, los prudentes, ... e todos los otros virtuosos; e este fin desean los malos, los nesçios... e todos los otros malos» (H). Como puede observarse, H refuerza el paralelismo entre ambas series de sustantivos, añadiendo a la segunda enumeración una expresión introductoria paralela a la que en la primera redacción presentaba los sustantivos positivos. Además, al eliminar los dobletes que acompañaban a «nesçios» y «malos» hace que la correlación entre ambas series sea perfecta, miembro a miembro: sabidores-malos, prudentes-nesçios, e todos los otros virtuosos-e todos los otros malos.

No obstante, las correcciones estilísticas no son prueba suficiente, ya que no son infrecuentes los copistas hábiles capaces de recrear el estilo del autor. Los casos más relevantes para discernir la autenticidad de la refundición son aquellos en que H amplifica la expresión desarrollando, enfatizando o precisando ideas que habían quedado sugeridas en la primera redacción del prólogo. Esas amplificaciones se corresponden con el pensamiento de Cartagena tal como este queda expuesto en torno a 1430. La variante con más fuerza demostrativa es la precisión introducida respecto al vocablo deleite, que repite una distinción establecida por don Alfonso en otro lugar. Así, «Onde el Philósofo dize que los deleites corporales... usurparon para sí el nombre de la deleitaçión» de α queda como «Onde el Philósofo dize que los plazeres corporales... usurparon para sí este nombre e son llamados deleites», con lo que se adecúa la cita aristotélica a los criterios expuestos en las Declinationes (178-82). También son significativas ideológicamente una serie de adiciones: «aquella bienaventuranza que en esta vida por el ome se puede aver [add. que se dize feliçidat H por la qual se gana la bienaventurança [add. perdurable H]... el uso de las virtudes muy grande [add. e incomparable H] deleitaçión tiene». Estos añadidos se corresponden con las matizaciones sobre la bienaventuranza desplegadas en el De la vida bienaventurada48.

Estos dos últimos casos confirman que nos hallamos ante una intervención del autor, que tuvo lugar probablemente a mediados de 1430, inmediatamente antes o después del Concilio de Basilea. Las modificaciones muestran un ligero cambio en torno a algunos conceptos, que hace volverse más riguroso al prelado, más preciso en el uso de los términos filosóficos, como si tuviera temor de ser mal interpretado49.

El stemma

Que α (N) y β (HVES) se remontan a un mismo arquetipo del Sen. está claro por la presencia de las mismas glosas, que N conserva en los márgenes y β incorpora al texto, según vimos antes. Además, todos los testimonios comparten tres errores significativos:

  • vii.24 uicinos: vezinos] viejos X
  • xxii.83 calcem: línia] Vinia X
  • vii.24 ulla in agro maiora opera: algunas obras en el campo mayores] menores [mrg. o inter., mayores] X (menores NH : mayores e menores ε : om. V)

Las dos primeras variantes derivan de confusiones paleográficas, pero la tercera indica que el arquetipo tenía correcciones: el traductor rectificó una versión y Zamora, que copiaba al dictado, rectificó en el margen o interlineando la segunda palabra. La semicorrección pasó a los subarquetipos, pero cada copista, según su tendencia, dio soluciones diferentes a lo que identificaron como un error: NH, como es habitual, suprimieron uno de los términos del doblete; ε conserva las dos lecturas, como suele hacer, y V omite las dos palabras. En Of. hay otros errores comunes, originados por una mala transcripción de un nombre propio:

  • II.16 Themistoclem: themisdocles] ƒ temidocles X: stemidocles α (stenudocles N) : ssemidocles E : este midocles H
  • II.60 Periclem: a Pericle] aperiçie X : aperiçie αS (aparesçe γ aparecio S) : aprea e E : apar H

La dificultad aquí debió estar en que el astil de la t fuera muy alargado, lo que hizo que se confundiera con una ƒ. En realidad, estos casos no son propiamente errores que se transmitan del arquetipo a los subarquetipos -aunque sospecho que en ambos casos α reproduce exactamente la lección de su modelo-, sino que es posible reconstruir el error del arquetipo a partir de la falta de sentido del texto y de la divergencia de lecciones en los testimonios. Contar con un original latino subyacente, que a casi todos los efectos funciona en la reconstrucción del texto como mejor manuscrito, facilita esta tarea (v. abajo, §4.2).

Sobre la base de estos datos, el stemma que se propone es el siguiente:

stemma

[OSen.] representa el original de De senectute, [OOf.] de Of., [OMarc.] de la Oraçión por Marçello, [PZS, PZO] de las epístolas de Zamora y [X] el arquetipo perdido que contenía las dos primeras traducciones. En cuanto a la inclusión de los diversos textos en el arquetipo y subarquetipos, me apoyo en la historia de los mss. que componen cada una de las ramas de la tradición textual para proponer la hipótesis que se dibuja en el stemma. Recordemos que todos los mss. conservados son códices que incluyen más de una traducción, de las que no hay constancia que fueran realizadas para ser reunidas en un solo volumen, pero la presencia de errores comunes a α y β tanto en Sen. como en Of. obliga a considerar que ambas versiones, con su respectivo prólogo de Cartagena, estaban ya juntas en el arquetipo del que derivan estas dos ramas. Sin embargo, no hay razones para creer que en ese arquetipo se incluyeran los textos que aparecen por separado en α (las epístolas de agradecimiento de Zamora) y en β (la versión de la Oraçión por Marçello). Más bien parece que a partir de un primer volumen (el arquetipo, es decir, PCO, Of.; PCS, Sen.) se hicieron dos recopilaciones obedeciendo criterios diferentes: en β se trataba disponer de las versiones de Cicerón realizadas por el obispo de Burgos reunidas del mismo modo que sus traducciones de Séneca (de aquí el desinterés por los textos de Juan Alfonso de Zamora y la adición de Por Marçello); en α se pretendía tener reunidas las obras dedicadas al compañero de embajada del entonces deán de Segovia y Santiago, lo que en principio interesaría al propio Zamora y a Cartagena. Postular la existencia de un arquetipo con todos los textos implicaría imaginar una historia textual bastante complicada, según la cual entre el arquetipo y β habría un número importante de mss. intermedios -de los que no se conserva rastro- en los que se irían produciendo alteraciones (de orden), pérdidas (de la portada con el nombre del obispo de Burgos), omisiones intencionadas (los textos de Zamora) y una adición (Por Marçello), que, en buena lógica, tendría que haber sido anterior a que olvidara la referencia a Cartagena como traductor de los tres textos. Esta serie de modificaciones tendría que haber ocurrido en un plazo muy corto de tiempo, antes de 1460, probable fecha ante quem para E. En cambio, la hipótesis de que α y β son recopilaciones distintas es más económica, puesto que implica menos suposiciones.

En cuanto a la modificación en el orden de las versiones, parece que en β figuraban -como en α y el arquetipo- por prioridad cronológica, primero Sen. y después Of., a los que se añadiría Pro Marçello en tercer lugar. Ahora bien, Of. fue desencuadernado con el propósito de utilizar el prólogo de Cartagena que figuraba allí como base para una segunda redacción. Cuando se reconstruyó el volumen en H, se copiaron por separado Sen. (con su prólogo), Por Marçello y la versión Of., según muestra el hecho de que cada obra empiece en un nuevo cuadernillo, aunque ello obliga a dejar varios folios en blanco. De los ofiçios se colocó al principio del volumen -para poder coserle en último lugar la versión nueva del prólogo- y Por Marçello al final, como estaba en β. Por otro lado, después de utilizar los cuadernos para producir H debió de recomponerse el volumen α colocando en primer lugar Of. (sin el primer cuaderno, que había contenido la primera redacción del prólogo de Cartagena), a continuación (según el orden que indicaría el reclamo al final del cuaderno, como en E) Por Marçello, y por último Sen. De este volumen recompuesto derivaría δ, cuya estructura reproduce E.

Comportamiento y valoración de los testimonios

Correcciones de traductor, la minuta y el texto definitivo

Sorprende comprobar cómo la difusión del Sen. tiene una vida diferente que la de Of. a pesar de que ambas versiones fueron siempre copiadas juntas. Mientras que esta última está plagada de correcciones en todos los testimonios, la versión del Sen. no difiere sustancialmente de un subarquetipo a otro más allá de los errores habituales en la copia de unos textos que, por el hecho de ser traducciones de obras clásicas, ofrecían unas dificultades propias. Para esta primera versión, la rama α (A) y la rama β (HVES) presentan textos muy próximos. N presenta de modo consistente un texto más fiable que β porque esta última rama contiene una distribución caótica de los capítulos e incorpora glosas en el texto, mantenidas como tales en N (excepto dos adiciones, en xviii.75 y xxi.77).

En Of., como ya se ha señalado, la transmisión varía: el número de adiáforas e innovaciones -tanto de los subarquetipos, como de cada uno de los testimonios- es muy importante, lo que dificulta la reconstrucción del arquetipo. Los errores singulares se multiplican, pues los testimonios introducen de forma independiente modificaciones estilísticas, sustituciones por sinónimos, modernizaciones y añadidos tendentes a 'castellanizar' el texto50. Es evidente que la mayor vitalidad de esta versión es consecuencia directa de un mayor interés en el público lector, que salpicó de glosas los márgenes de los mss. hoy perdidos (incluido el arquetipo) e introdujo correcciones y aclaraciones. No es difícil adivinar en las adiciones de P y M, por ejemplo, lo que debían ser glosas en γ, y en E se introducen amplificaciones que encuentran su reflejo en los márgenes de N. El proceso se repitió en los testimonios conservados, que corrigen y añaden sobre lo heredado. Los descendientes de β se toman, cada uno por su cuenta, grandes libertades en la transmisión del texto; en cambio, la familia α se muestra más homogénea, si bien encontramos en ella una serie de innovaciones, de modo que mientras HES remiten a una versión ceñida al original hasta llegar a la incorrección gramatical, en α se lee un texto más elegante, aunque también alejado en algunos puntos de la literalidad de la otra rama. Algunas de las modificaciones en α se deben, creo, al traductor. Otras, en cambio, han de ponerse bajo un signo de interrogación51.

Por ser propias del subarquetipo y por su misma naturaleza, las innovaciones en α se identifican como tales solo después de un cotejo minucioso con el texto latino subyacente y con las lecciones de la otra rama de la tradición textual. Ahora bien, ¿cómo aislar las innovaciones de copista de las correcciones de autor? La dificultad estriba en que el modo de proceder de los copistas consiste por lo general en calcar los recursos romanceadores del traductor, de modo que entre el texto producido por este y el que salió de la pluma de aquel no existe discontinuidad52. Así se comprueba que α, en efecto, contiene una traducción menos literal que β. Como lo lógico es que la versión que se aleja del modelo sea posterior a la más cercana y se base por fuerza en esta, la versión contenida en α es una reelaboración (aunque limitada a aspectos y pasajes muy concretos, como veremos) que generaliza ciertos recursos ya empleados por el traductor, como es hacer explícitos los elementos sintácticos elididos o su adaptación a los modos del castellano. Las innovaciones de α abarcan tres aspectos: el lingüístico, el estilístico y las alusiones culturales al mundo clásico. Su objetivo es «retraducir» ciertos pasajes a un nivel más asequible al lector no latinista de la época, castellanizando la lengua y medievalizando el contenido. Las modificaciones no han sido realizadas de modo sistemático ni abarcan la totalidad de la obra, como sería esperable en un autor cuando revisa un texto. Por ello, resulta difícil decidirse sobre su autenticidad. De hecho, las variantes por sí mismas no son argumento definitivo a pesar de que muestran una forma de enfrentarse al texto paralela a la que se revela en un estudio de la técnica de la traducción del entonces deán y de que las aclaraciones y sustituciones dejan ver que fueron realizadas por alguien que conocía los tics estilísticos e ideológicos del traductor53. Con todo y con eso, siempre sería posible que esas mejoras se debieran a un copista hábil, familiar del obispo en Burgos, por ejemplo.

Sin embargo, existen señales indirectas que apoyan la idea de que el traductor revisó el borrador, que cabría identificar con β. Veamos primero este último dato. Como el propio Cartagena manifiesta en el prólogo a Sen. la traducción fue realizada al dictado: mientras él decía en voz alta el texto castellano, Zamora lo iba copiando. Cuando se seguía esta técnica, lo habitual es que una vez completada la labor, el que romanceaba comprobara la calidad del texto escrito, señalando quizá al margen correcciones y añadiendo la correspondiente división en capítulos. Esta sería la razón por la que los descendientes de β muestran una distribución errónea: las indicaciones, interlineadas o al margen serían difíciles de interpretar y cada copista las insertaría donde mejor le pareció. También el que esa rama no contenga los textos de Zamora podría ser interpretado en el mismo sentido, pues fueron enviadas como epístolas a Cartagena, que las incorporaría a su copia mientras la minuta, guardada por Zamora, tendría una historia independiente54.

En segundo lugar, no queda duda de que la corrección cuidadosa de los originales formaba parte del usus faciendi de Cartagena. Que volvía sobre los textos escritos anteriormente es algo que salta a la vista cuando se leen las glosas a Séneca, plagadas de referencias internas, o los numerosos ecos que se detectan en sus obras, en las que hay un constante reenvío de unas a otras hasta el punto que se puede hablar de la existencia de una red intertextual entre todas ellas. Prueba de este proceder es la reelaboración del prólogo al Of. que se encuentra en H y que ya ha sido comentada. Pero todo ello no es indicio suficiente en lo que se refiere a las traducciones. Sin embargo, contamos por suerte también con el testimonio expreso de Cartagena sobre la necesidad de revisar los romanceamientos con el fin de introducir mejoras estilísticas o enmendar errores. En su intercambio epistolar con Pier Cándido Decembrio, la versión del italiano del libro VI del De re publica de Platón es objeto de discusión en varias ocasiones. En una de las epístolas, el entonces obispo de Burgos da a su corresponsal varios consejos acerca de la ordinatio del texto latino donde le encarece la necesidad de distribuir el contenido en capítulos o de señalar gráficamente a los distintos interlocutores del diálogo de acuerdo con unas pautas que pueden reconocerse en Sen. (cf. n. 34 y 54 de la ed.). En esa misma epístola insiste sobre la conveniencia de que antes de sacar una versión a la luz, esta sea revisada a conciencia por un amigo o, si eso no fuera posible, por el propio autor, aunque siempre pasado un cierto tiempo después de haber finalizado la tarea traductora: «Laudaui prudentiam animi tui quia traductionem tuam, prius quam ad totalem lucem prodiret, alteri inspiciendam et, ubi opus esset, etiam corrigendam mandasti... Quamombrem summe utile iudico... amico alicui qui de ea re aliqualem intelligentiam habeat, inspicienda corrigendaque scripta nostra prius quam ad extraneorum noticiam deueniant mandare. Quod si amicus deest uel in promptu eius copia haberi non potest, saltme nos ipsi competenti temporis saptio interiecto uideamus». Y describe así el proceso seguido: «Eramus ergo tres qui lecture libelli tui dabamus operam, quorum unus originale tuum, alius traductionem Vberti progenitoris tui, ego uero libellum in membrana conscriptum legebam, et cum aliquid obscure positum uidebatur, nedum ad originalis uerba sed ad aliam quoque translationem recurrebam»55.

El tipo de correcciones que reflejan las innovaciones de α muestran que quien las hacía conocía perfectamente el sentido del texto latino y dado el testimonio de Cartagena, lo más verosímil era que la corrección fuera efectuada por él o bajo su dirección. En consecuencia, tomo como base α y dentro de esa rama a N que como se verá seguidamente es un testimonio muy cercano al original.

Características del texto base

N plantea problemas que exigen una atención especial. Ha sido el códice más utilizado en los trabajos sobre Cartagena, sobre todo a partir de que F. López Estrada transcribiera algunos pasajes. Pero además, la crítica moderna ha considerado N el codex optimus de las versiones de Cicerón. Esto no es del todo exacto, pero solo se puede comprobar haciendo una recensio completa, tarea tediosa y poco gratificante por tratarse de una traducción, lo que comprensiblemente había espantado hasta ahora a los estudiosos. Comenzaré repasando el estado de la cuestión, para matizar luego algunas de las opiniones basándome en la evidencia que proporciona la examinatio de las variantes.

Cuantos en los últimos años se han ocupado de Alfonso de Cartagena han coincidido en valorar N como el mejor ms. de los que contienen sus versiones de Cicerón (Salazar 221; Kohut 1977, 187 n. 12; Lawrance 1979, 13 n. 12). De ellos, solo Lawrance se refiere -bien es verdad, de pasada- a una mayor calidad textual mientras que Kohut y Salazar afirman que se trata de un autógrafo: el primero sugiere que el ms. es de mano de Cartagena, mientras que el segundo se inclina por Juan Alfonso de Zamora. Ninguno de los dos explica en qué argumentos se fundamenta su juicio, pero no es descabellado pensar que se basan en el contenido de la rúbrica que figura al final de la epístola en que Zamora agradece a Cartagena la traducción de Sen., donde se lee: «Romaneaço e escripto fue este libro de mi propia mano en Monte Mayor-O-Novo» (f. 6r.; v. n. 48 a la ed.). El sujeto de la oración no está explícito y su sintaxis es ambigua, ya que «de mi propia mano» podría modificar a «romançado» y a «escripto», o solo a esta última palabra. Pero tal interpretación no deja de ser rebuscada. De acuerdo con la gramática del castellano, lo más normal es que el sujeto de «romançado» y «escripto» sea uno solo, es decir, el propio Alfonso de Cartagena. Precisamente, el desglose de las dos tareas, «romançar» y «escrivir», es una buena razón para pensar que el explicit es del deán de Santiago. Schaffer (1989, 136-44), en un clarificador análisis de las fórmulas más típicas en la literatura medieval española en los explicit, ha notado que cuando el autor del texto es otro que el copista, este señala cuidadosamente la diferencia de papeles. También ha demostrado Schaffer que «escrivir» vale casi siempre por copiar y no por componer. En suma, en el epígrafe de N Cartagena afirma que él en persona copió el texto que había traducido. Este hecho se explica si se tiene en cuenta que primero dictaría el texto a Zamora a medida que traducía. De ese borrador o minuta, compuso Cartagena la versión definitiva del Sen., donde escribiría la rúbrica que comentamos.

Ahora bien, el epígrafe por sí mismo no es prueba suficiente de que el ms. sea un apógrafo, ya que no es raro que se copien rúbricas de un ms. a otro, incluso aquellos que indican que ha sido tal o cual persona quien ha copiado («escrito») el códice56. Es decir, la rúbrica podía ya estar en α -que es el ascendiente de N, o incluso en el ms. perdido del que copia α. Tampoco se pueden alegar razones caligráficas en favor de que N sea copia realizada por Cartagena. En su manual de paleografía, Canellas (2: 104) afirmaba que la escritura es autógrafa de un «culto prelado», categoría a que sin duda pertenecía el deán de Santiago, y fecha el ms. en 1422, pero me temo que saca sus conclusiones de la rúbrica en el f. 6r. (a la que remite el epígrafe inicial). El único indicio textual de que N podría haber sido copiado por Cartagena es una frase en el prólogo de Of., que falta en todos los demás mss. Es una cita de Salomón que aparece en otras obras del autor en un contexto idéntico, por lo que puede juzgarse auténtica (v. n. 37 a la ed.). La omisión no puede haber sido causada por un salto de igual a igual, de modo que sería extraño, que γ y H coincidieran en la supresión. La alternativa, tanto ó más factible como que a Cartagena se le ocurriera añadir la frase según iba copiando N, es que la cita hubiera sido anotada en el margen de a y hubiera pasado así a N. Por otro lado, a pesar de que este manuscrito mantiene un número de lecciones singulares correctas mayor que cualquier otro testimonio, también es cierto que contiene errores textuales que difícilmente pueden considerarse de autor.

Como hemos visto, aparte de los errores comunes con PM, N contiene errores singulares, muchos de los cuales derivan de equivocaciones de tipo paleográfico, como la falsa resolución de abreviaturas y la confusión entre algunas grafías que demuestran no solo que el que escribía no entendía muy bien la letra del ms. del que copiaba. Esto podría entenderse como una prueba más a favor de que N fuera una copia hecha por Alfonso de la minuta, que él había dictado antes a Zamora, aunque reconozco que la pérdida de sentido que provocan algunos de los errores es una objeción de cierta importancia. Lo más plausible entonces es que N sea copia de un modelo que ya contenía errores. Todo ello, aunque no invalida la hipótesis de que se trata de un apógrafo, la hace bastante improbable. Si N fue copiada por Zamora, o más probablemente Cartagena, para su uso personal a partir de α- cuya única novedad respecto al arquetipo es la incorporación de las epístolas gratulatorias de Zamora-, es algo totalmente hipotético. Lo más verosímil es que N sea una copia muy cercana de α que podría ser un apógrafo, sin ningún testimonio intermedio entre ambos. Por desgracia, las notas que acompañaban el artículo de A. Salazar donde este afirmaba que N es un autógrafo de mano de Zamora fueron suprimidas por falta de espacio y Kohut tampoco elabora más su hipótesis a favor de Cartagena, por lo que ignoro si sus opiniones se apoyaban en otros datos. A falta de un estudio caligráfico comparativo entre la letra de N y documentos originales escritos por el secretario de Juan II y por Cartagena, las razones que se pueden alegar en favor de que N fuera copiado por uno u otro no son concluyentes. En mi opinión ambas hipótesis son conciliables si se considera que la primera redacción fue escrita por Zamora (de aquí los rasgos leoneses de la lengua) y la redacción en limpio, derivada lógicamente de la anterior, sería obra de Cartagena, que añadió varias glosas, corrigiendo en unos pocos lugares la traducción, demasiado apegada a veces al latín. De esta (¿α?) sería copia directa N un códice elaborado, no lo olvidemos, para el Conde de Haro, personaje muy cercano al prelado burgalés.

En cualquier caso, N representa el codex optimus, pues contiene muy pocos errores, fácilmente subsanables, y lee indistintamente con H, δ, V, ε, E o S cuando uno de estas ramas trae la lección correcta frente a las otras del subarquetipo β. A pesar de que N contiene, claro está, las lagunas e innovaciones de α en otros aspectos su texto es de una mayor calidad que la de cualquiera de los otros mss. En primer lugar, N preserva una serie de lecciones singulares correctas, algunas de las cuales son difícilmente reconstruibles a partir de los restantes testimonios57. En segundo lugar, N contiene un gran número de apostillas marginales de mano del copista. Bastantes de ellas estaban ya en el arquetipo, como lo muestra el hecho de que en Sen. la rama β las incorpora en el texto; unas pocas del Of. aparecen esporádicamente en E, aunque siempre en el cuerpo del texto. Otras glosas de N que no tienen su reflejo en el texto de β o de sus descendientes, también parecen originales de Cartagena o de Zamora. Algunas de ellas solo se explican en un ejemplar destinado a Juan Alfonso de Zamora, como son las múltiples veces que en Of. se identifica Numancia con Zamora (n. 129, 147, 197, 419, 514 a Of.); otras son sin duda de un buen conocedor de la obra latina y de la política de la época (v., por ejemplo, ibid. n. 507). Todo ello da un gran valor a N para la reconstrucción del arquetipo, por lo que he seleccionado este códice como texto base para la edición. Por motivos de coherencia y después de mucho vacilar, he mantenido también la versión del prólogo allí contenida, relegando la segunda redacción al aparato de variantes pues considero que, a pesar de las mínimas divergencias, esta última representa un estadio del pensamiento de Cartagena diferente al que tenía en el momento de traducir a Cicerón. En cuanto a la determinación de qué innovaciones de α pueden adscribirse al traductor, han de tenerse en cuenta primero las características de los mss. latinos empleado por Cartagena para sus versiones.

El modelo subyacente

Características

Los pocos y recientes trabajos sobre los problemas metodológicos que acarrea la edición de traducciones medievales insisten con razón en la importancia del modelo subyacente para el establecimiento del texto crítico58. Con el propósito de reconstruir un texto aproximado al Sen. y Of. leídos por Cartagena he realizado una comparación en tres niveles: (1) cotejo con el texto de las ediciones críticas modernas para determinar qué lecciones incorrectas proceden del modelo subyacente; (2) reconstrucción de errores paleográficos para aquellas variantes no incorporadas en los aparatos críticos habituales; y (3) cotejo con mss. medievales existentes en las bibliotecas españolas, no ya con la esperanza de dar con el texto concreto usado por Cartagena, sino para tener una idea más aproximada de las condiciones materiales del ejemplar al que pudo haber tenido acceso con el fin de ver, cuál era la división más habitual de las obras ciceronianas y qué tipo de glosas se solían añadir. Si esta labor ha rendido poco fruto para Sen., en cambio he podido localizar un ejemplar de Of. que ha resultado de gran valor para ver qué reflejo tienen las anotaciones en el ms. latino en la traducción, a nivel lingüístico e interpretativo.

El primer paso para reconstruir el supuesto original ha sido cotejar la traducción castellana con el texto y el aparato crítico que ofrecen las ediciones modernas de Sen. (Simbeck 1961; Wuilleumier 1969; Bonaria 1968) y de Of. (Atzert 19634; Testard 1965-1984; Fedeli 1965c)59. Sen. y Of. fueron copiados innumerables veces en la Edad Media, siendo especialmente abundantes los ejemplares realizados en el siglo XV. Sin embargo, las ediciones críticas modernas apenas utilizan un máximo de nueve mss., todos anteriores al siglo XIII, a los que añaden las lecturas comunes de algunos de los testigos posteriores, considerados deteriores.

La transmisión textual Sen. se caracteriza porque los mss. han sido constantemente cotejados y corregidos unos sobre otros (Wuilleumier 63). No obstante, se han podido distinguir dos familias, ambas integradas por códices franceses60:

  1. Familia x: P París 6332, s. IX y V Leiden, s. IX. El primero de ellos es utilizado como base en las ediciones modernas.
  2. Familia y: b Bruselas 9251, s. IX-X; L Leiden, s. IX-X; A París Nouv. Ac. 454, s. IX-X; D Vaticano 1762, s. IX-X.

Las contaminaciones entre los mss. de una familia entre sí y entre las dos familias son constantes. De la familia x, P fue corregido sobre L, y V contamina con y y corrige a partir de un modelo próximo a P, mientras que cada una de las ramas de y contamina y corrige entre sí y con x (cf. el stemma propuesto por Wuilleumier 65). Este proceso continuo de contaminaciones condujo al establecimiento de una vulgata temprana, de modo que el texto no difiere básicamente de una copia a otra a partir del siglo XIII (Reynolds 116, 120). La complejidad de las relaciones entre los mss. es tal, que los tres editores que he consultado optan por dar las lecciones correctas comunes para filiar los testimonios en lugar de los errores (Simbeck VI-VII; Wuilleumier 65-67; Bonaria 9-12). Dada esta situación, es imposible saber a qué familia pertenecía el modelo subyacente de Sen., aunque probablemente era un ms. relacionado con x, ya que comparte algunos errores con esta rama frente a solo un error común con y61.

Por otra parte, la abundancia de códices con correcciones y variantes interlineadas autoriza a suponer con cierta probabilidad que cualquier desviación del texto castellano que pueda justificarse a partir de una variante latina, habrá de entenderse como un reflejo de esa variante y no como error del traductor. Pese a los errores, se puede afirmar que el modelo subyacente era una copia tardía, con un texto bastante correcto y con pocas apostillas interlineadas. La mayoría de sus errores provienen de los mss. recentiores, que Bonaria (11) agrupa en una familia: NIvEI5B16T126. Los tres primeros son de origen alemán, de los siglos XII al XIV; el resto son italianos de los siglos XIV y XV. El ejemplar de Cartagena se aproxima a este último grupo, sobre todo a E15 (Nápoles, s. XIV), el texto con el comparte un mayor número de variantes62.

El texto latino que transparenta Of. es bastante más defectuoso. Los mss. latinos se dividen en tres grupos:

  1. Familia Z. Compuesta por mss. copiados en los siglos VIII al X, que se agrupan en QB y PV(Hb) (Atzert ix-x; Testard 1965, 89; Fedeli 1965c, 9-10)63. Los mss. son: Q París 6347, s. VIII-IX; B Bamberg Msc. Class. 26, s. IX-X; P París 6601, s. IX-X; V Vossianus Q. 71, s. IX-X; H Herbipolitanus M. P. Misc. F. 1, s. IX; b Berna 391, s. X. De ellos, Q es el mejor códice, pero está incompleto (omite II.72-III.2).
  2. Familia X. Integrada por Lcp, copiados entre los siglos X y XIII. Los mss. son L Harleianus 2716, s. IX-X; c Bernensis 104, s. XII-XIII; p Palatinus 1531, s. XII. El mejor representante es L, incompleto como Q.
  3. Deteriores.

Los filólogos están de acuerdo en considerar Z como la mejor familia, mientras que X debe ser usada con cierta precaución, ya que los mss. que la componen enmiendan ope ingenii y presentan varias lecturas corruptas (Atzert xv.-xvi; Fedeli 1965c, 11; Testard 1965, 90). Los códices más recientes no son considerados en las ediciones críticas, ya que contienen textos contaminados. Entre ellos está el ms. utilizado por Cartagena, que presenta variantes comunes a X y a Z64. De entre los testimonios de esta segunda rama, solo he podido encontrar un error que podría derivar de una lección singular de P y dos de B65. A pesar de la escasez de datos, es probable que el modelo subyacente se acercase más a B que a P, ya que la versión castellana no contiene ninguno de los errores comunes a PV (cf. la serie que da Fedeli 1973, 381). Las variantes en común con X permiten precisar algo más. Por ejemplo, el ms. de Cartagena seguía a la familia X en un lugar en que cpson los únicos testigos que traen la lección correcta66. Más concretamente, hay bastantes coincidencias con c, aunque es p el que más afinidad muestra con el texto castellano67. Está claro que el Of. del que dispuso el prelado pertenece al grupo de los deteriores, caracterizados por su eclecticismo. A la vista de los datos apuntados, el ms. se constituyó a partir de un texto perteneciente la familia X muy semejante a p que había sido corregido sobre otro de la familia Z68. Ahora bien, no era un ms. similar a los códices deteriores más conocidos, pues comparte pocos de sus errores, ya sean comunes a todos ellos o lecciones singulares69. Concretar con más precisión los textos presumiblemente usados por Cartagena supondría un trabajo ímprobo y para el propósito de nuestra edición es suficiente con saber que dispuso de unas copias contemporáneas que contenían un texto contaminado70. Ello nos indica que utilizó los mss. que tenía a mano, sin preocuparse por buscar textos latinos de mayores garantías filológicas71.

Junto a las lecturas de la traducción para las que se encuentra la variante correspondiente de entre los mss. latinos que recogen las ediciones críticas actuales existe otro grupo, importante por su cantidad y por las implicaciones que tienen para enjuiciar la labor de romanceamiento, para las que no existen variante atestiguadas72. En su mayor parte son omisiones ante las que cabe preguntarse si son intencionales. Sin embargo, salvo unos pocos nombres propios y algunos vocablos que denotan realidades de la civilización latina, suprimidas para eliminar realidades poco familiares para el lector, y algunos ejemplos de abbreviatio, puede descartarse esa posibilidad. Otro grupo de variantes no atestiguadas son reconstruibles, pues reflejan confusiones entre grafías. De nuevo, podrían ser errores que ya estaban en el modelo subyacente o que se produjeron en su lectura por el traductor73.

Más resbaladizo aún es el examen de las desviaciones en la versión. La sospecha inmediata suele ser que cualquier alejamiento respecto al espíritu del original, todo añadido, es fruto de la intervención del traductor, bien por ignorancia, bien llevado del deseo de manipular la materia74. Es decir, la suma de las divergencias de la versión respecto del original nos daría automáticamente la interpretación de la obra clásica del traductor y la medida de sus conocimientos. Sin embargo, la mayoría de los códices medievales incorporan glosas e interpolaciones de todo tipo, que se vertían muchas veces al romance como parte del texto. En consecuencia, lo que hoy podría tomarse incautamente como la «interpretación» de la obra traducida no es, en gran parte, sino resultado de la adhesión a una corriente interpretativa anterior, adhesión por otra parte también cargada de significación. Ahora bien, en el establecimiento crítico del modelo subyacente es importante tratar de diferenciar qué adiciones son de cosecha del traductor y cuáles derivan de una tradición textual establecida previamente. Esta tarea es especialmente difícil pues los romanceadores seguían las mismas técnicas de la enarratio utilizada por comentaristas y copistas latinos, añadiendo aclaraciones léxicas y eruditas, concretando referencias pronominales o explicitando lo que apenas había sido insinuado por el autor. El resultado es que en las versiones vernáculas se da una amalgama de adiciones y divergencias en las que es difícil -cuando no imposible- distinguir lo que es producto de la transmisión del texto latino de lo que es del traductor. En esta labor de rastreo, el cotejo con alguno de los mss. que circularon por Castilla en la primera mitad del siglo XV ha resultado útil para Of. El MS 1283975 de la Biblioteca Nacional de Madrid, sin ser el modelo de Cartagena, tiene algunas glosas e interpolaciones que explican lo que a simple vista parecen desviaciones o adiciones en la traducción76.

Muchos de los añadidos se identifican con facilidad porque van introducidos por alguna muletilla como «es/conviene a saber» o «quiere dezir», que traducen las formas introductorias correspondientes a las acotaciones latinas, como id est o scilicet (Díaz y Díaz 1978, 9-11). Señalo en nota al pie de la edición las aclaraciones léxicas que el traductor tomó de interpolaciones o glosas presentes en su ms. latino77, así como los casos en que se dejó guiar por interpolaciones que concretan el referente de alusiones a otras partes inmediatamente anteriores o posteriores del texto78. También incorporó notas aclaratorias sobre algunos nombres propios que sin duda ya aparecían en el original latino del que dispuso79. Un segundo grupo de desviaciones del original está constituido por presuntos errores de traducción que, en realidad, no se deben del todo a ignorancia lingüística o cultural por parte de Cartagena, sino a que sigue las indicaciones interpoladas en su ejemplar de Of.80 No obstante, el hecho de que Cartagena acepte y siga la autoridad de las glosas en estos casos refleja necesariamente cierto desconocimiento del léxico y el mundo latinos. Lo mismo puede decirse de una serie de pasajes cuya traducción, sin ser equivocada, se explica mejor teniendo presente comentarios como los interpolados en el citado ms. latino81. Por último, encontramos en BN 12839 glosas de tipo moralizante que coinciden exactamente en contenido y lugar con muchas de las que figuran en los márgenes de N82

Su utilidad en la «constitutio textus»

Con la presente edición pretendo reconstruir el arquetipo según el método neo-lachmaniano. Para Sen. no hay mayor problema: contamos con un codex optimus, que ha de ser corregido con ayuda de los testimonios del otro subarquetipo. Para Of., como creo que se deduce con facilidad de lo dicho hasta ahora, la cuestión es más compleja. Por un lado, tenemos en N una base lingüística y una división del texto fiables. Por otro, para la mayoría de las variantes se puede reconstruir la lección primitiva a pesar del carácter innovador de los testimonios porque hemos podido establecer la filiación entre ellos y ordenarlos en un stemma. En tercer lugar, al tratarse de una traducción, existe la ventaja de que existe un texto fuera del stemma, las obras latinas subyacentes al texto castellano. Cuando la traducción se caracteriza por una fidelidad notable, como ocurre en Of., el modelo subyacente actúa de hecho como un segundo codex optimus, subsidiario si se quiere, que permite controlar dónde están las innovaciones y errores. También es de gran ayuda en determinados lugares para seleccionar la lectura correcta cuando el tipo de variantes hace inútil al stemma. Me refiero a las variantes equipolentes entre α y β y aquellos lugares críticos, sobre todo nombres propios, en que cada testimonio lee por su cuenta.

Cuando α y β presentan variantes equipolentes, edito como lección auténtica la que está de acuerdo con el usus scribendi del autor y no necesariamente la que supone una traducción más fiel al texto latino. Caso diferente es cuando uno de los subarquetipos se aleja del latín en variantes mínimas, como es en la adición de conjunciones copulativas o en la repetición o no de preposiciones en enumeraciones y series de miembros paralelos. Como este tipo de correcciones aparecen alternativamente en uno u otro subarquetipo y nunca coinciden, está claro que son innovaciones -aunque mínimas- de copista y aplico entonces el criterio de editar la lección que supone una traducción más cercana al original. Para justificar la elección, incluyo en el aparato de variantes el texto latino entre paréntesis.

El otro apartado en el que la utilidad del modelo subyacente como codex optimus resulta evidente es en el de los nombres propios y los latinismos, cuyas grafías varían en muchos casos de testimonio a testimonio. El cotejo con el latín confirma la existencia de numerosas variantes de difracción en presencia, en que uno de los testimonios conserva la forma conecta frente a todos los demás, pero en otros la lección más cercana al latín es resultado de correcciones de copista, como sucede con frecuencia en S y en menor medida en H83 Pero los ejemplos más interesantes son aquellos en que el modelo subyacente obliga a reconocer como correctas variantes de los subarquetipos más alejados del arquetipo, que una aplicación mecánica del stemma habría despreciado84. Por último, la existencia de un modelo subyacente también facilita en gran medida la reconstrucción de la lección primitiva cuando ninguno de los testimonios trae la transcripción correcta; caso, por cierto, frecuentísimo. En sentido estricto no pueden considerarse variantes en difracción en ausencia precisamente por esta posibilidad de identificar la lección primitiva a través del texto latino85. La existencia de un modelo subyacente no autoriza a corregir todos las transcripciones equivocadas de nombres propios o de palabras griegas, porque algunos de estos pueden ser errores culturales del traductor. Por consiguiente, mantengo la transcripción equivocada cuando hay coincidencia total entre todos los testimonios, porque es imposible de saber si la confusión gráfica arranca del traductor o es un error poligenético de los copistas86 o cuando las variantes no justifican la reconstrucción de las grafía del texto latino87.

Criterios de edición

El objetivo es disponer de un texto de las versiones de Alfonso de Cartagena lo más cercano posible a su estado original, para que pueda servir para un mayor conocimiento de la obra de este autor y de la historia de las traducciones clásicas en España, en especial de la difusión de Cicerón en el siglo XV.

Utilizo N como texto base («copy-text» según la terminología de Greg), respetando sus peculiaridades ortográficas y lingüísticas. Introduzco las siguientes modificaciones que no afectan al valor fonético o histórico de las grafías:

  1. Resuelvo las abreviaturas. Modernizo el uso de n frente a bilabial, transformándolo en m. Desarrollo la tilde como m excepto en el caso de mūcho, que resuelvo como «muncho» por predominar esta forma frente a «mucho». Por otro lado, tal grafía no es infrecuente en textos del XV (v. g. en el Fedrón de Pero Díaz, aunque el editor opta por no desarrollar la nasal según explica en p. 216) y habitual entre autores andaluces del Siglo de Oro, por ejemplo, Góngora.
  2. El signo tironiano queda resuelto como e, ya que ambos coexisten en el ms. para indicar la conjunción copulativa.
  3. Regularizo según los usos actuales el uso de mayúsculas y minúsculas, incluyendo R transcrita como rr excepto a principio de palabra.
  4. A centúo según las normas modernas, salvo para los nombres propios de los que se sabe que se pronunciaban de modo distinto al actual. Por ejemplo, Darío y Aristóteles eran llanas y, por consiguiente, escribo «Darío» y «Aristotiles». Acentúo vós y nós tónicos para evitar ambigüedades con nos y vos átonos.
  5. Añado signos de puntuación de acuerdo con los usos actuales, pero tengo en cuenta la puntuación de los testimonios, sobre todo para la división de las frases y párrafos (vid. las observaciones de Roudil) y del original latino. Sigo las indicaciones de N para marcar el diálogo en Sen. (v. n. 54 ed.).
  6. Respeto las características ortográficas del texto base en cuanto tienen valor fonético:
    1. Regularizo el uso de i/u con valor vocálico y reservo y/j/v para los fonemas consonántico, puesto que el uso de una u otra forma en N se debe a razones puramente gráficas.
    2. Conservo los casos en que el ms. escribe g donde hoy se escribe gu-.
    3. Mantengo la forma de los latinismos e hipercultismos tal como aparecen en N. En el caso de los nombres propios, corrijo según la forma que debía aparecer en el arquetipo, excepto cuando el nombre ha sido alterado en su vocalismo. Por razones de coherencia lingüística mantengo formas como Tetu (por Tito) o Phelipo (por Philipo).
  7. Separación de palabras. El criterio varía. Indico la separación del ms. cuando esta es o pudiera ser significativa y regularizo según los criterios modernos cuando se debe a razones mecánicas:
    1. Recojo la separación de palabras cuando es reflejo de unidades sentidas como independientes desde el punto de vista semántico y funcional en casos como bien fazer, malfazer, etc. (según Morreale 1976). En los restantes casos sigo las normas modernas, aunque debo señalar que Nsepara los elementos de las palabras compuestas («menos presçiar», «vos otros», etc.), e incluso los prefijos («pre poner», etc.).
    2. Para diferenciar los usos de por que con sentido causal y por que con sentido final, escribo el primero porque y el segundo por que, de acuerdo con las normas actuales. Igualmente, diferencio el o exclamativo usado para verter los vocativos de la conjunción disyuntiva escribiendo el primero oh.
    3. Conservo unidos los casos de contracción: dél (= de él), destas, deste, (pero qu'él) etc.
    4. Los pronombres enclíticos se escriben según las normas actuales, unidos al verbo, porque el comportamiento de N en este punto parece por completo arbitrario.
  8. Señalo los casos de apócope mediante apostrofe: resçibier', diz', etc.
  9. Los títulos de los diferentes apartados, correspondientes a rúbricas y epígrafes de capítulos y libros en el manuscrito, están separados del cuerpo del texto para facilitar la lectura.
  10. He anotado, intercalándolos en negrita, el número de libro y capítulo correspondientes a la división habitual que viene en las ediciones modernas de De senectute y De officiis para hacer más cómodo el cotejo de la versión castellana con el original latino.

En el Aparato crítico figuran solo las variantes que han permitido constituir el texto o que tienen valor estemàtico; ocasionalmente incluyo alguna lección singular que tiene especial relevancia para la historia de la recepción de Cicerón (censura, correcciones culturales, testimonios de cotejo con un códice latino, etc.) o que ejemplifica el modo en que se deturpaba la versión castellana. Cuando el cotejo con el modelo subyacente era suficiente argumento para la selección de una variante, he incluido el pasaje latino en cuestión junto a esta; en caso de duda la cita latina figura después de las variantes, para que el lector juzgue por sí mismo. Cuando la variante en cuestión ha sido objeto de nota al final, lo señalo mediante un asterisco (*). Por razones de proximidad lingüística, he utilizado E en lugar de H para completar las lagunas y omisiones de α. Por fuerza las modificaciones son mucho más numerosas en Of., en que el texto crítico ha de ser reconstruido, que en Sen., donde N actúa como mejor manuscrito, que apenas ha de ser corregido. Las modificaciones textuales de N quedan reflejadas en el aparato crítico. He preferido señalar en el texto las correcciones gráficas evidentes mediante el empleo de [] para las adiciones y de () para las supresiones. De esta forma, corrijo el olvido de alguna letra (puridad corregido en p[l]uridad, qusiere corregido en qu[i]siere) o suprimo otras que parecen proceder de una tilde ociosa, pero que pudieran tener relevancia lingüística: grante, pansandolo, etc.

El cotejo de las traducciones con la obra de Cicerón permite observar que el texto castellano se desvía en más de un lugar del texto aceptado comúnmente por los filólogos clásicos en las ediciones actuales. Señalo en el texto mediante > los lugares en que esto sucede. A pie de página recojo aquellos pasajes en que el ejemplar latino de Cartagena sigue alguna de las variantes que figuran en el aparato crítico de las ediciones modernas. En este caso, tomo nota de la lección impresa en las ediciones modernas, seguida de la variante que refleja la traducción con indicación del manuscrito latino. En los casos en que no he podido documentar ninguna variante que justifique la traducción castellana ni en los aparatos de las ediciones modernas ni en los manuscritos latinos consultados, procuro reconstruir cuál pudo ser el modelo subyacente. He apuntado allí también las glosas de BN 12839 que puedan ayudar a explicar algunas de las divergencias de la traducción de Cartagena respecto al texto crítico del De officiis. Utilizo el mismo procedimiento para señalar las omisiones de las traducciones castellanas respecto a los originales latinos. Para mayor comodidad, reproduzco el contexto entero que rodea al pasaje latino que no aparece en la traducción; la omisión se indica por medio de paréntesis.

Las notas propiamente dichas, que comentan aspectos textuales, lingüísticos, culturales o literarios (o que aclaran pasajes de sentido confuso) vienen inmediatamente después del texto. También recojo todas las glosas de los testimonios que tienen algún interés para la historia de la recepción de Sen. y Of.

No he confeccionado un vocabulario porque el lector interesado en esta versión cuenta con un suficiente conocimiento de la lengua medieval, aunque doy el significado de algunas palabras poco frecuentes y el significado latino para los cultismos semánticos en nota al texto; para facilitar su consulta encontrará el lector un Índice de palabras comentadas. Remito al interesado en las cuestiones lingüísticas a la concordancia en microfichas que acompaña la edición de Of. contenida en N publicada por el Seminario de Estudios Hispánicos Medievales de la Universidad de Madison (1989).

Al final, en apéndice, me ha parecido útil dar una relación de todas aquellas palabras y expresiones que Cartagena glosa, explica o define dentro del propio texto. En su mayor parte deben proceder de glosas presentes ya en el ms. latino; de ahí que no aparezcan en la versión del Sen., con una tradición de glosas en los mss. latinos mucho más pobre. Son latinismos, cuyo significado el traductor supone que ignora el lector (collocaçion, pubes, venustad, etc.), bien palabras a las que Cartagena da un significado (¿siguiendo una glosa anterior?) que se aparta del que normalmente tenían en castellano, por lo que con frecuencia son latinismos semánticos (ofiçio, virtud, simulador, etc.). Forman parte de este índice una serie de aclaraciones de tipo interpretativo, algunas de las cuales no fueron intercaladas en el cuerpo de la traducción sino que figuran como glosas en los márgenes de N, pero que, sin embargo, muy bien pudieran ser del propio Cartagena porque son coherentes con sus adiciones en el texto. En ese glosario recojo los pasajes de otras obras de Cartagena en que se repite la definición o aclaración añadida en Of.

[PRÓLOGO DE ALFONSO DE CARTAGENA]

Comiença el prólogo que fizo el que lo romançó, que fue el reverendo in Christo padre don Alfonso, obispo de Burgos, seyendo deán de Santiago e de Segovia, el qual romançó de latín en nuestro vulgar lenguaje

Todo ome segund dize Aristotiles ha de su naturaleza desear saber, lo qual es tan deseado por la natura umanal, que este mesmo philósofo dize que «por esta sola razón queremos más los ojos que otra parte del cuerpo, porque por la vista se conosçen e saben más aína las cosas que por otro sentido alguno». E si los ojos, que con tanta afecçión son amados, se aman a fin de saber, quán amado será el saber a fin del qual los ojos se aman. E con gran razón, la razonable e mortal criatura sobre todas las cosas después de Dios, que es fin postrimero e ogebto muy amable, codiçia la sçiençia, ca aquélla es la que da perfecçión al entendimiento, aquélla es la que guía las obras, aquélla es la que faze diferençia entre nós e los animales brutus, aquélla es la que nos faze en quanto la humanal enfermedad padesçe semejantes de la natura angélica.

E commo quier que todo saber, en quanto saber, es deseable, pero tanto se deve más desear e es más deleitable la sçiençia quan de más altas e más honestas cosas tracta. Ca así commo el prinçipado tanto es más honrado quanto es sobre más honorables presonas, así la sabiduría tanto es más notable e más de querer quanto es de más pura materia; non que la sçiençia se deva aprender poniendo el fin postrimero en ella, mas dévese querer e buscar así commo aquella que, enformando e hedificando al orne, le demuestra e atrahe a alcançar el fin verdadero. Onde un famoso doctor canonista dize que «a alguno o algunos de çinco fines se suele aprender qualquier sçiençia que se aprende, conviene a saber: o para hedeficar a sí mesmo, o para hedeficar a otros, o para saber, o para que sepan que sabe, o para ganar cosas temporales». E déstos, el primero e el segundo son aprovados e líçitos e tales que todo ome los deve querer así commo aquellos que tienden a hedeficaçión de sí e del próximo. El terçero, que quiere el solo saber, aunque paresçe aver razón por ser muy propinco al fin verdadero e por aver en sí muy señalada deleitaçión -ca segund dize el Philósoío «maravillosas deleitaçiones tiene la sabiduría en puridad e firmeza»-, pero, los cathólicos, que han de dirigir todos sus autos a otro más alto fin, non deven éste tomar por término final, mas por carrera demostrante el fin verdadero. El quarto, que tiende a la fama, es reprovado así commo pariente cercano de vanagloria, ca mager que de tal guisa se pueda querer la fama que no induga pecado, pero, non se puede sin pecado querer commo fin. El quinto, que quiere la fazienda temporal, comúnmente es illíçito así commo ministro de avariçia, salvo quando la nesçesidad lo demanda. Por ende, commo qualquier deva codiciar hedificar a sí mesmo e hedificar a otros, lo qual por la sçiençia se alcança, conveniente cosa es que desee el saber. E commo las sçiençias sean muchas e muy diversas, correspondientes a las cinco maneras por las quales el alma conosçe lo verdadero e los falso, que se dizen virtudes intellectuales, e el tiempo de la nuestra hedad sea muy breve e non bastante para las alcançar todas, a aquellas se deve más inclinar que más derechamente contienen salud espiritual e endereçan nuestros autos por la carrera de virtud. Ca segund dize Séneca: «aunque nuestra vida fuese más luenga, non bastaría a aprender lo nesçesario». Pues locura es aprender lo superfluo en tamaña pobreza de tiempo. E entre éstas, el primero e principal lugar tiene la Divina Escritura, la qual contiene cosas que non son solamente complideras a saber, mas aun nesçesarias. E después della, la sçiençia moral, que nos demuestra la carrera derecha e el medio de la virtud entre los estremos viçiosos. E la sçiençia déstas non ha por fin el saber, mas el obrar. Onde el Philósofo dize que «el que oye la dotrina moral e non la pon' en obra es semejante al doliente que oye con diligençia al físico e non faze cosa de lo que le manda». E así commo aquél non sanará en el cuerpo así se curando, tampoco éste en el alma así aprendiendo. E el Apóstol dize éste ser semejante al que se otea en el espejo, el qual en apartándose dél, luego olvida su figura. Por ende, la diligençia del aprender deve ser acompañada de la diligençia del obrar.

E por quanto el ingenio umano, que obra mediante los órganos corporales, se enoja de se ocupar siempre en una materia e se deleita con diversas escripturas. Onde Séneca dize que «la diversidad de la lecçión deleita» e otro poeta dize que «así commo la diversidad de los manjares deleita a los poderosos, así la diversidad de los estudios deleita a los sabidores». Por ende, el ingenio cansado de leer las escrituras nesçesarias algunas vezes es de recrear con lecçión de otras cosas, tanto que sean honestas e non turbadoras del bien, mas inductivas e exçitativas a la virtud, así commo son los fermosos tractados de los eloqüentes oradores antiguos, los quales, aunque non alcançaron verdadera lumbre de fe, ovieron çentella luziente de la razón natural. La qual siguiendo commo guiadora, dixeron munchas cosas notables en sustançia e compuestas so muy dubçe stilo, e tales que, allegadas e sometidas a la fe e a las otras virtudes theologales, exçitan el spíritu, animan el coraçón, abivan e esfuerçan la voluntad a los actos virtuosos; e recreado el ingenio con la dulçe letura dellas, más promto e más fuerte se falla para la lecçión prinçipal de la Santa Escritura. Este es el exerçiçio honesto que se non pierde por tiempo nin se gasta con la hedad, el qual cada uno desde niño e desde la cuna deve començar. E si nigligençia o furtuna en la niñez gelo negare, sígalo en la moçedad e si la moçedad lo errare, súplalo la mançebía; e donde éstas fallesçieren, a lo menos en la vegez. Ca segund dize Séneca «la sabiduría non refusa hedad». E él mesmo en otro lugar dize que «bienaventurado es aquel a quien contesçe ahún en la vegez amar la sabiduría». E hun jurisconsulto dize que «mager el hun pie ya en el sepulcro toviese, aún querría aprender». E aquel sabidor griego, Solón de Athenas, estando en la cama a la muerte alçó la cabeça por oír sus amigos que disputavan. E Aristotiles, segund se cuenta en el libro De pomo, fablando en sçiençia murió, e otros munchos que sería muy prolixo nombrar, ca son llenas las estorias dellos.

E si éstos sin fe a fin de saber tanto codiçiavan la sçiençia, ¿qué deven fazer los cathólicos, que allende deste fin tienden a otro más alto? Non que diga que todos sean letrados, ca la governaçión de la cosa pública non lo padesçe, porque munchos son nesçesarios para labrar la tierra e otros para la defender e algunos para negoçiar e otros para ofiçios e artefiçios que goviernan e fazen fermosa la çivilidad; pero, cada uno en quanto en sí es, deve querer e preçiar el saber. E los que del todo se podieren dar a ello, resçíbanlo con deleitaçión e áyanlo por buen exertjifio; los otros, deleítense en oír algo. La conclusión sea que por nigligençia o menospresçio non quede, ca lo que la nesçesidad faze, escusable es.

E non solamente se deve querer para el que la aprende solo, mas es de comunicar e ayudar al que la desea; ca el deseo della tan honesto es, que él solo obliga que le ayuden todos. E escrito es que «la sçiençia desdeña al poseedor avariento». E non se deve dexar por la sufiçiençia non ser tanta que en muncho pueda ayudar, ca la voluntad se pesa e non la obra. E aquel dinero pequeño que la vieja echó para la obra del templo, Nuestro Redentor dize que «sobrepujó las grandes contías que los otros echavan». «E hun vaso de agua fría quando más non se puede dar», según palabra del mesmo Redentor, «non se puede escusar».

Por ende, considerando, oh Johan Alfonso de Çamora, vuestra diligençia que en quanto en vós es por la sçiençia fazedes e lo que en la moçedad la ocupaçión de otras cosas, o si claro fablo, la nigligençia vos tiró, en la provecta hedad lo deseedes hemendar, e lo que la lengua latina vos quiso esconder, catando trasladaçiones por la lengua materna pugnedes de lo descobrir. E commo acaesçió, e por ventura acaesçe, a algunos, que su niñez o moçedad despendieron en los estudios e alcançaron sçiençia e por causa della estados e honras, después de entrados en días olvidan la sçiençia e se miembran del vino; vós, al contrario, proçediendo en hedad, dexastes el vino e queredes la sçiençia, paresçióme razón que cada uno en algo vos ayude a abrir lo que la lengua latina vos cierra. Por lo qual, así commo los vezinos e amigos suelen embiar a las vezes hun pichel pequeño de vino de cuba furada, así yo de la bodega de Çiçerón vos embío este pequeño pichel. E así commo entre aquellos comúnmente por manera de cortesía se suele dezir «si bien les sopier', que embíen por más», así vós, si vos bien paresçier', de su bodega podredes aver abundançia, la qual non se suele dañar con solano nin le es mester abrir las çerçeras.

E comino en ella oviese tractados de munchas maneras, paresçióme bien propio aquel que in tituló a la vegez por que vós -ahunque en ella non sodes, por ventura la vedes a ojo o llegades a los arravales- por su timor non dexedes trabajar en la sçiençia, veyendo que la madura hedad non estorva, mas ayuda a las deleitaçiones spirituales.

El qual, yo diziendo e vós escriviendo, más curando del seso que de la estrecha significaçión de las palabras, tornándolo de latín en nuestro lenguaje, con muy pequeño trabajo se acabó en las oras que sobravan del tiempo que sabedes. E partíle en capítulos porque así commo en la jornada ha plazer el que camina de fallar lugares o ventas, así en el estudio relieva muncho el reposo e distinción de razones. E vós, en el nombre de Dios de quien depende toda spiencia e dotrina, resçibidle de guisa que por letura dél e de otros, vos animedes a desear el saber al fin verdadero. E a la su alta clemencia plega de tal manera embiar su gracia a vós e a mí por que con derecha entención amemos la sçiençia e executándola con obras virtuosas podamos alcançar la su inmensa gloria.

[EPÍSTOLA DE JUAN ALFONSO DE ZAMORA]

Respuesta que fizo al prólogo el a quien fue intitulado

Commo por esperiençia paresçe quando alguno comiença a aprender el juego de la esgrima, o con vergüença o con pavor o por non se amanerar, turbándosele la voluntad, la mano le trime, la espada se le cae, e semejantemente, a muchos, queriendo usar de ofiçio que non es suyo propio conteçe, por lo qual algunos sabidores de usar de ofiçio ageno muncho se guardaron. Onde Valerio dize que «Sçévola, sabidor del derecho çevil, quando le preguntavan algo que taniese al derecho pretorio, remetíalo a Furio e Cáselo, sabidores de aquella sçiençia, temiendo fablar en aquella arte en que non fazía todo su exerçiçio». E en otro lugar dize el dicho Valerio que «commo los maestros que eran diputados para fazer un altar sagrado a la deessa de sabiduría veniesen al philósofo Platón por aver consejo con él sobre ello, remetiólos a Eucludes, giométrico, dándole mayor honor en aquella sçiençia». Pues si aquellos tan sabidores lo tal temían, quanto más los idiotas commo yo de fablar en autos de sçiençia devemos temer, ca el súbito reçelo de la presençia del mayor faze a las vezes turbar el coraçón del menor. Onde Boeçio dize que «el mandamiento fecho a desora de las cosas pocas vezes acaesçe sin mudamiento de los coraçones». Por ende, a los tales por çierto conviene a usar de aquel proverbio que dize «más val' callar que mal fablar».

Pero considerando cómmo sean de gran reprehensión todos los desagradesçidos, espeçialmente aquellos que se olvidan el benefiçio -onde Séneca dize que «desagradesçido es el que niega aver benefiçio resçebido e también eso mesmo el que lo disimula e el que non retribuye, pero el más desagradesçido de todos es el que se lo olvida»-, por lo qual e seyendo otrosí costreñido de la voluntad para algún poco fablar, solamente por rendir graçias del presente benefiçio reçebido, a vós, el reverendo sabio e señor don Alfonso, doctor en leyes, deán en las iglesias de Santiago e de Segovia, oidor del audiençia del muy ilustre señor nuestro señor el rey e del su Consejo, en cuya graçia e merçed el vuestro todo Johan Alfonso de Çamora, secretario del dicho señor, me recomiendo de tan gran don a mí, maguera indigno, por vuestra merçed embiado.

E estando en gran perplexidad e muy dubdoso quál destas vías temía -conviene a saber, de callar o fablar-, acordándoseme de lo que acaesçió a aquella ignoçente Susaña quando se vio costreñida por los falsos juezes, que mejor era, ahunque en algo errase, fablar que callar por que de la dicha ingratitud non fuese culpado, mayormente aviendo gran confiança en vuestra noble discreçión; que, commo quier que por causa de los dichos defectos algunas simplezas diga, que será por vós a la buena intençión a que lo yo digo tomado; lo qual, yo, así, ante todas cosas supplico. Para lo qual tomaré por fundamiento unas palabras que reçeta el dicho Valerio aver dicho una dueña a Pompeo porque quiso estar a ver la su muerte voluntaria que ella quiso resçebir beviendo con su mano un vaso de bevrage empoçoñado para morir segund la costumbre de aquel tiempo de aquella tierra. Aviéndole él primero dicho, e muncho rogado e amonestado que se non matase, [...] que dizen en esta manera: «Graçias te fago señor commo non te ha venido en enojo de ser amonestador de la mi vida e contemplador e honrador de la mi muerte. E commo yo non sea sufeçiente para rendirte graçias, fágantelas los dioses inmortales». Las quales palabras puedo yo bien reduzir al auto presente diziendo «graçias te fago señor commo non te ha venido en enojo de ser amonestador de la mi vida e contemplador e honrador de la mi muerte. E commo yo non sea sufeçiente para rendirte graçias, fágantelas los dioses inmortales». Las quales palabras puedo yo bien reduzir al auto presente diziendo «graçias te fago señor commo non te ha venido en enojo de ser amonestador de la correcçión de la mi vida e contemplador e honrador de la mi insufiçiençia. E commo yo non sea digno para rendirte las graçias, fágatelas el Nuestro Señor Dios, Pater e Filius e Spirito Santus».

Por ende, oh muy reverendo padre e señor, con aquella reverençia que puedo e devo, vuestro muy notable don, llamado Tulio de senetute, con muy grande alegría he resçebido. Con el qual he ávido e mediante la graçia de Nuestro Señor por todos tiempos muy grande plazer e consolaçion averé, lo qual vos tengo en señalada graçia e merçed, non solamente por la notabilidad del dicho libro, que contiene tantos e tan virtuosos enxemplos e castigos, mas aun por vós de mi insufiçiençia tanta mençión querer fazer, porque a mí, indigno de lo tal, con tan solepne prólogo, ornado de tantas e tan nobles autoridades, el dicho libro fuese intitulado, non denegando, mas ante açeptando la raçión de cada día de la tan santa e incorrutible bodega, por lo qual bien puedo concluir con las suso dichas palabras diziendo: «Graçias te fago señor commo non te ha venido en enojo de ser amonestador de la correcçión de la mi vida e contemplador e honrador de la mi insufíçiençia. E commo yo non sea sufeçiente para rendirte las graçias, fágatelas Nuestro Señor Dios, Pater e Filius e Spiritus Santus, el qual por su santa merçed nos dexe bien bevir e bien acabar e después en la su Santa Gloria nos quiera collocar, al qual e en el qual es gloria e honor in secula seculorum».