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ArribaAbajoCanto XI

Estando Cortés cuidadoso por la comenzada conquista, se rinde al sueño, en el cual se le ofrece el río Tabasco y, aliviándole los cuidados, le instruye en lo que debe hacer para su conservación y prósperos sucesos. Sale de la ciudad con ánimo de dar la batalla al Cacique, el cual se le ofrece en el camino, donde se traba una profiada y sangrienta batalla que puso a los españoles en grande aprieto.




   ¿Quién hay que ponga al tiempo inestimable
precio ninguno, por ninguna vía?
¿Quién que restaure el daño irreparable
que se le sigue, de perder un día?
Digno de vituperio abominable
es el que sigue tan errada vía,
que el despreciar el tiempo es una culpa
(según el sabio) donde no hay disculpa.

   ¿Con qué los celebrados escritores
a la inmortalidad se dedicaron?
¿Con qué los claros héroes vencedores
sus nombres de la muerte libertaron?
¡Con qué los estudiosos oradores
honrosos privilegios alcanzaron,
si no con entender que era la cosa,
el tiempo de la vida más preciosa?

   Deste usaba Cortés como quien v[e]ía
por cuántas causas estimarse debe,
y como sus efectos conocía
(su carrera temiendo y curso leve),
aún del común reposo se abstenía:
que lo forzoso excusa que le lleve,
no haciendo, como muchos, menosprecio
de lo que no se compra con gran precio.

   Luego que de Tabasco las banderas,
en las torres de Cintla se arbolaron,
y las trompetas, con señales fieras,
a juntar nuevas gentes comenzaron,
a las sangrientas guerras venideras
los ánimos briosos se aprestaron;
turbó el bélico estruendo de repente
la parte principal del Occidente.

   Vuestro abuelo, señor, que el fin de aquesto,
como caudillo con razón temía,
en un mar de congojas y ansias puesto,
fatiga la ligera fantasía:
ya traza, ya tantea aquello y esto,
y ya de lo que elige se desvía;
veloz el bien y el mal a un tiempo advierte,
y el pensamiento aquí y allí divierte.

   Cual en el claro espejo meneado
suele el rayo del sol, reverberante,
volar a toda parte apresurado
con proceder inquieto rutilante:
tal vez hiriendo el techo levantado,
tal el lugar oscuro, aunque distante,
con vario y presuroso movimiento,
así en Cortés discurre el pensamiento.

   Andaba por la huerta deleitosa
de Tabasco, que cerca el roto muro
(por donde la corriente impetüosa
del río hacía el pueblo mal seguro),
haciendo centinela cuidadosa
cubierto del nocturno manto oscuro:
ya duerme de su gente la más parte,
y él vela en el fervor del fiero Marte.

   A la sazón que ya la noche fría
al medio de su curso se acercaba,
y del trabajo del pasado día,
hombres, aves y fieras relevaba,
cuidoso por las guerras que atendía,
Cortés los lasos miembros recostaba
(convencidos de un sueño perezoso)
a la orilla del río tortüoso.

   No bien los ojos al reposo entrega,
cuando la sesga imagen le aparece
del mismo río, y a Cortés se allega,
que entre álamos alzado se le ofrece:
ya la corriente que los campos riega,
que está en el aire enhiesta le parece,
y que con urna transparente baña,
por desusadas partes la campaña.

   De hojosas, tiernas cañas coronado,
y de un lino sutil, verde vestido,
sobre el rostro el cabello remojado,
y dilatados hombros esparcido,
aliviar de Cortés quiere el cuidado
en que por la conquista está metido.
Mil rosas por venir decirle quiere
y así con blanda voz su oreja hiere:

   «¡Oh tú, varón insigne y eminente,
que del valor ibérico seguido
turbaste la quietud de mi corriente,
jamás de proa humana dividido!:
hoy eternizas la española gente
con altos triunfos de lo no sabido,
a quien ha largos tiempos que atendemos,
los que en lo porvenir algo sabemos.

   «No te espanten las duras amenazas
del belicoso Marte, mas prosigue
en tus loables, singulares trazas,
que la fortuna próspera te sigue:
y la justa intención con que te abrazas
hace que el cielo a te amparar se obligue;
de la intentada empresa no desistas,
que no hay trabajos ya a quien no resistas.

   «Y pues que ya con diestra sanguinosa
has victorioso mi ciudad entrado,
y de esta gente a la cerviz briosa,
ya casi el yugo ron valor echado,
arando el mar con proa presurosa,
buscarás un peñol (por él bañado)
siguiendo la senosa costa, adonde
sus rayos el dorado Delio esconde.

   «Poco distante del peñasco yerto
echa el arado, que es do el hado asigna,
para fundar la Veracruz y el puerto,
que el hado así tus cosas encamina.
Este será paraje grato y cierto
de la flota de Iberia, de él condigna,
y en tus necesidades fiel abrigo,
mas sigue esta instrucción, está conmigo.

   «Los fuertes y arriscados potonchanos,
totonaques y pueblos de la sierra,
pánucos, chichimecas, cempoallanos
y tlaxcaltecas, belicosa tierra,
guaxacos, antepecos, mechoacanos,
tienen con Moctezuma eterna guerra,
tipancincos, cholollos, chiauiztlanes.
Oye cómo saldrás de mil afanes:

   «Estos reciben de él mil vejaciones,
mil tiránicas fuerzas, desafueros,
por momentos formando imposiciones,
los nobles declarando por pecheros;
tienen con él algunos disensiones,
de los más poderosos y guerreros,
así que libertad pretenden todos,
vanamente intentada por mil modos.

   «Con éstos trata provechosa liga,
juntarán a la tuya sus banderas,
que como de ella número te siga,
sucederán las cosas como esperas:
y aunque el rey Moctezuma contradiga
(como lo intentará por mil maneras)
en su ciudad tu entrada, no te espante,
que el verle es de tu intento lo importante.

   «Sigue, sigue tu próspero destino,
que tal bien para ti guardaba el cielo,
y fuera de tu César, otro digno
de gloria tal no tiene el bajo suelo:
no la escabrosidad de este camino
baste para atajar tu justo celo,
bien que esté la infernal turba dañada
para su impedimento conjurada.

   «Pasa con tus proezas adelante,
y con tus justas y altas pretensiones;
no la necesidad, varón, te espante,
los dudosos reencuentros y ocasiones,
que con diestra invictísima, pujante
sujetarás las bárbaras regiones,
y al fin conseguirás, varón, tu intento,
de la ibérica gente prez y aumento.

   «Esto, sin duda, te será premiado
por el augusto Carlos belicoso,
de quien condignamente eres soldado,
más que el César primero valeroso:
serás Marqués del Valle intitulado,
estado fértil, rico y abundoso;
daráte mucha parte de esta tierra,
adquirida por ti en sangrienta guerra.

   «Casarás con la bella doña Juana
de Zúñíga, doncella virtüosa,
discreta, afable, joven y lozana,
grave, dispuesta y por extremo hermosa;
del Conde de Aguilar hija y de hermana
del de Béjar, estirpe generosa.
A ésta concede el hado que sea madre
de hermosos hijos de tan alto padre.

   «La cual producirá un pimpollo tierno
(primogénito tuyo deseado)
de gran pecho, valor, ser y gobierno,
que don Martín Cortés será llamado:
tus hechos amará con celo interno
y vendrá a sucederte en el estado;
tendrás también tres hijas tan hermosas
que excederán en todo a las tres diosas.

   «A doña Juana, de éstas la más bella,
señala bien la suerte venidera,
y no menos le da su grata estrella
que al de Alcalá, apellido de Ribera.
Doña María (advierte) será aquélla
a quien ya cuidadoso el Conde espera
allá en tu España, Pimentel llamado,
para señora de su antiguo estado.

   «Con doña Catalina no permite
(por cosas que dispone el justo cielo),
que el alegre himeneo se acredite,
mas que virgen levante el blando vuelo,
bien que un tanto a sentir te necesite
por serte entre ellas la de más consuelo,
que la caduca diosa no lastima
sino en las prendas de mayor estima.

   «Del invicto Felipe (rey potente,
a quien promete el cielo las Españas),
amparado será con grata frente
don Martín, estimando tus hazañas:
será sagaz, discreto extremamente,
y alcanzará a saber cosas extrañas,
será por tal de todos celebrado,
por valeroso y quisto reputado.

   «Casará con doña Ana de Arellano,
hija de aquel señor de los Cameros
que alcanza con tu César tanta mano,
único entre sus fieles consejeros:
hombre industrioso, afable, gran cristiano,
de sanos pareceres verdaderos;
será, aunque su mujer, su prima hermana,
dispuesto por la mano soberana.

   «Aquesta rama, ya en tu planta enhiesta,
promete otra tan bella al bajo suelo
que, en lo sublime de tu tronco puesta,
querrá seguir tu preeminente vuelo:
de adonde un bello joven manifiesta
ser digno nieto de tan alto abuelo;
este se llamará, cual tú, Fernando,
de tu apellido la cabeza y bando.

   «Será, aunque en tierna edad, maduro en seso,
de gran sagacidad, ser y cordura,
de claro entendimiento y mucho peso,
dotado de mil dones de natura,
y aunque extremado en todos, no por eso
los usará sin tiempo y coyuntura:
serále aborrecible todo vicio,
y la virtud dulcísimo ejercicio.

   «Tendrás a don Jerónimo, otro nieto,
de Fernando segundo hermano caro,
desde su verde edad hábil, discreto,
de levantado ingenio, sutil, claro:
poeta celebérrimo, perfeto,
en conocer la esfera y astros raro,
a quien promete no pequeña parte
de su sangriento estudio el fiero Marte.

   «Don Pedro, de tus nietos el tercero,
también será en las ciencias eminente.
De doña Juana y Angela no quiero
decir más de que el alto Omnipotente
(como cuidoso padre verdadero)
estado a sus personas conveniente
les dará, por su mano soberana,
en floreciente edad, tierna, lozana.

   «Esto después que ya Atropos furiosa,
en medio de su curso más florido,
haya con mano airada, rigurosa,
de su madre la verde flor cogido,
sin razón arrancando aquella rosa
del dulce, tierno tronco tan querido,
dejando a don Martín en duro llanto,
justa ocasión de mísero quebranto.

   «¡Oh codiciosa Parca acelerada!
templaras el rigor de tu costumbre
hasta que ya del todo cobijada
estuviera de nieve la alta cumbre:
no con la crespa hebra hermoseada,
con el lustroso efecto de su lumbre,
da su florida edad la destroncaras,
ni del caro consorte la apartaras.

   «Mas para mitigar el llanto y pena
de que causa será tan triste ausencia,
el hado (que su bien y aumento ordena,
guiado por la Suma Providencia)
de Guzmán a la bella Magdalena,
segunda vez le da, cuya prudencia,
virtud, con discreción, gracia, cordura,
excederá a los dones de natura.

   «No tengas, oh varón, alguna duda
de cuanto aquí mi lengua ha pronunciado,
ni hayas recelo que la suerte acuda
contra lo por el cielo destinado:
y aunque se muestre en parte adversa y cruda
y, al parecer, contrario y duro el hado,
síguele can audacia y pecho fuerte,
que allí te está guardada dulce suerte.»

   Mil cosas más le dijo en voz süave,
que de Proteo supo, dios marino,
bien informado, con estilo grave,
en su líquido albergue cristalino:
de cuanto por venir de Cortés sabe,
de su valor y hado peregrino,
y cómo el nuevo mundo no sabido,
estaba a su fortuna cometido.

   El cual decía: «A ti, espacioso mundo,
a ti (decía) vendrá, sin duda alguna,
un ibero varón, que el rito inmundo
de ti echará, y tu ley torpe, importuna,
la ambición desterrando del profundo
con valerosa diestra su fortuna,
reduciéndote al número acertado
del Nazareno, en el Jordán lavado.

   «Yo soy el río Tabasco caudaloso,
que estos fértiles campos alimento,
y el que al Océano, padre poderoso,
rinde tributo de mayor aumento.»
Dijo, y de su corriente al centro hondoso
calar se deja, y cristalino asiento.
Huye la noche, y de Cortés el sueño,
y del alegre rostro el blando ceño.

   Mil gracias rinde el general al cielo,
del cual aunque conoce los favores,
no le causan soberbia, mas consuelo,
humilde dando a su hacedor loores;
ya las vanas estatuas por el suelo,
de los estigios monstruos habladores,
le parece que ha puesto victorioso,
y en su lugar el culto misterioso.

   Puestas ambas rodillas en el suelo
y las cóncavas palmas juntas y altas,
fijos los ojos en el alto cielo,
considerando maravillas altas,
dice: «Si a la limpieza de mi celo
no oscurecieran mis notables faltas,
digno por cierto en parte me juzgara
de esta revelación tan alta y rara,

   «Bien que por medio extraordinario y nuevo.
Mas, ¿quién penetrará vuestros secretos?
Creer que es vuestro aqueste aviso debo,
según la gravedad de sus concetos.
Vuestra es la causa y pretensión que llevo:
amparadla, mi Dios, en sus efetos,
por que esta gente (que quien sois ignora)
conozca cuánto en suerte se mejora.

   «Bien sabéis vos, Señor (como quien sabe
lo más secreto del humano pecho),
el sano intento que en el mío cabe
y si le mueve aqueste o mi provecho.
Permitid la idolatría torpe y grave
tenga ya fin y cautiverio estrecho;
romped los infernales estatutos,
copiosas de tiránicos tributos.»

   Dijo, y, con increíble diligencia
la ciüdad portilla, fortifica,
para hacer a Tabasco resistencia
por si viene sobre ella cual publica.
Mas del Bárbaro viendo la potencia
y cuánto más y más se multiplica,
acuerdo nuevo toma en un instante,
al parecer de todos importante.

   Cuando el tritón Elice vuelto había
(su timón inconstante gobernando),
y con circular curso parecía
irse al constante Ártico inclinando,
y de Licurgo y Naxos se escondía
su hija Asterop[e], las demás guiando,
de la ciudad Cortés había salido
y a batalla su gente prevenido.

   A Cintla deseoso caminaba
de volver con el Bárbaro a las manos,
donde supo Tabasco en campo estaba
juntando copia de indios comarcanos.
Dar sobre él de repente procuraba,
antes que fuesen más los potonchanos;
arbola presuroso sus pendones
y exhorta a sus pequeños escuadrones.

    Ya del Indio el ejército se había
al son de un ronco cuerno levantado,
y en gran silencio a la ciudad venía,
de cercarla, señor, determinado:
el orden que Tabasco en él traía,
habiendo ya sus haces concertado,
eran cinco escuadrones belicosos
de a ocho mil (cada cual) mozos briosos.

   Nombró el caudíllo astuto potonchano
cuatro caciques diestros, arriscados
para que por su ardid, industria y mano
fuesen, cual otras veces, gobernados.
Tomando el más vistoso y más lozano,
él (como general), de los nombrados,
último en el partir, con paso tardo
sigue el curso feroz, grave, gallardo.

   Vuelven los corredores que adelante
Cortés a descubrir había enviado,
diciéndole: «Señor, será importante
acuerdo nuevo en caso tan pesado:
sobre ti viene el Bárbaro pujante,
de cinco selvas de astas rodeado;
parece que hombres brota la campaña,
según la cantidad que le acompaña.»

   Cortés, la alteración disimulando
que había con esta nueva recibido,
por su campo discurre, concertando
su gente, cuidadoso de lo oído.
A su pequeño ejército animando,
dice: «Vuestro deseo es ya cumplido,
ya la dulce ocasión llama a victoria
que hoy dará a nuestra España eterna gloria.»

   En esto del contrario las banderas
asoman, en los aires levantadas;
toman el llano, dejan las laderas,
comenzando a ofender con sus pisadas
las hierbas olorosas, placenteras,
que estaban por los prados derramadas,
y al son de trompas, flautas, atambores,
gritan: «¡Hoy moriréis, engañadores!»

   No Lucio, con la vista repentina
de Asdrúbal infelice, holgó tanto
(codiciando la pérdida y ruina
que a Cartago dejó en sangriento llanto)
como el Indio, de ver que se avecina
el último reencuentro, en que iba tanto:
da del contento muestras en que se halla,
en venir con Cortés a la batalla.

   Topáronse entre acequias y pantanos,
donde el Indio de industria se detuvo
para coger entre ellas los cristianos,
loable ardid que sobre todos tuvo:
comiénzanse a extender los más cercanos,
y tan experto y advertido anduvo
que (los enjutos pasos ocupando)
se fue de lo mejor apoderando.

   El general de Cristo, cuidadoso,
mandó a los de a caballo le siguiesen,
y del atolladero peligroso
salió, sin que los indios lo impidiesen.
A Alvarado dejando, y a Reinoso,
para que la demás gente rigiesen,
sobre el siniestro lado, a media rienda,
sale a buscar cuidoso enjuta senda.

   Iban con él Godoy, Morla, Caycedo,
en sus jinetes; Tapia y Escalante,
Fonseca, Marmolejo y Acevedo,
Mosquera, Hermosilla, Olid, Morante:
de los cuales diré (sin ningún miedo
de que en nada mi Musa se adelante)
en mi corto discurso algunas cosas
particulares, graves, valerosas.

   Pues como vio el cacique el grande aprieto
que amenazaba a la española gente,
y oportuno lugar para el efeto,
donde tomar venganza conveniente:
teniendo de Toyol mejor conceto
(por ser hombre feroz, cuerdo, valiente)
que de los otros, manda se adelante
y a negocio dé fin, tan importante.

   Este con ronca voz sale llamando,
brioso, al español a la batalla,
que iba por los pantanos atollando,
buscando sitio enjuto para dalla:
y el húmedo lugar atravesando,
con grande riesgo de la vida, se halla
en un prado, espacioso, verde, llano,
donde aguarda al pujante Potonchano.

   Viendo el puesto Alvarado, y que venía
el contrario sobre él con alarido,
en orden al encuentro le salía,
habiendo ya su gente prevenido:
furioso el uno al otro se embestía
con ánimo dañado y ofendido;
cierran los desiguales escuadrones
a la postrer señal de varios sones.

   Cuál cae de ardiente bala atravesado,
a cuál flecha veloz traspasa el pecho,
cuál rueda por el campo desangrado,
dejando el brazo adverso satisfecho,
cuál, de rolliza maza derrengado,
el campo ocupa mísero, contrecho:
vuela la vocería a toda parte,
y el bélico rumor del fiero Marte.

   Como la tempestad furiosa, airada,
en las cavernas cóncavas resuena,
del Encelado en Etna acompañada,
del bramido que el monte y mar atruena,
al consorte de Venus consagrada
la ardiente cumbre de centellas llena:
tal era de las armas el rüido,
el estruendo y batir embravecido.

   Mas en espacio breve, conocida
fue por la iberia gente la ventaja:
priva Cifontes a Toyol de vida
y al reino oscuro el alma triste baja.
Vista por el Cacique su caída
y cuánto el hado en le ofender trabaja,
sin capitán la gente destrozada,
sale de su escuadrón con voz airada,

   Diciendo: «¡Vil canalla, soez, grosera,
sin ser, y de valor necesitada,
prodigio de mi afrenta y delantera
de mi suerte infeliz, por tal notada!
¡Por el luciente Sol, si no estuviera
tan cerca el enemigo, que esta espada
o bastón revolviera en vuestro daño,
haciendo un ejemplar castigo extraño!»

   Con esto el fiero bárbaro arremete
solo, la maza en alto levantando,
al brioso español, y entre él se mete,
el fresno a todas partes rodeando.
Aquí hiere, derrenga, allí acomete,
peligrosas empresas intentando,
con tal velocidad y gallardía
que un alentado pardo parecía.

   Ofrécesele al indio Juan Tirado,
que fue en acometer de los primeros,
y, del golpe del leño reservado,
al bárbaro embistió con pies ligeros.
Tocóle de una punta el diestro lado,
mas no fueron de efecto sus aceros:
por la batalla pasan adelante
con diestro Marte y ánimo constante.

   «¿Qué es de vuestro caudillo, gente loca?
(el indio grita), ¿qué razón le excusa
de andar en la batalla cual le toca?
¿Así (las armas defendiendo) os usa?
¿Así al contrario aguarda el que provoca?
¿Por qué mi vista, me decid, rehúsa?
¿Tanto teme el probar de un retirado
a lo que llega el ánimo indignado?»

   Tras esto los copiosos escuadrones
embisten con estruendo y vocería:
gimió la tierra y cóncavos rincones
con el peso y rumor que la oprimía;
dejaron a Neptuno los tritones
y en sus cuevas se esconden a porfía;
las arenosas costas y marinas
temblaron, y las aguas convecinas.

   Trábase una batalla peligrosa,
vuelan nubes de flechas por el viento,
suena la artillería presurosa,
con cuya furia tiembla el fijo asiento:
la cólera, furor, ira rabiosa
del uno y otro bando va en aumento;
el vocear confuso rompe el cielo,
las aves abatiendo de su vuelo.

   Topó Portocarrero con Maguano
(que iba por la batalla discurriendo)
a quien enderezó la espada y mano,
herirle de una punta pretendiendo.
Guardóse del efecto el potonchano
y, una rolliza maza revolviendo,
otro [¿golpe?] tira al contrario, con tal vuelo
que, errándole, Maguano vino al suelo.

   Sobrevino al instante Cayabida,
Mayón, Papaya, Otoy, que detuvieron
el brazo al español, con que la herida
que a Maguano tiraba resistieron:
de este golpe quedó el Otoy sin vida,
que no tan a su salvo socorrieron
al caído Cacique que, primero,
no matase a los dos Portocarrero.

   Pasa adelante el español airado,
hiriendo rompe por la turba espesa,
donde vio en lo más áspero a Alvarado,
a Molina, Alderete y a Nicuesa,
que el suelo en torno tienen ocupado,
de muertos, peleando con gran priesa:
no resiste a sus golpes armadura,
ni cosa donde alcanzan hay segura.

   Vio a Meneses el fuerte Tabayeto,
que con Hirtano estaba peleando,
a quien arremetió por el aprieto,
mas topó en el camino a Villandrando,
cuya espada en el indio haciendo efeto,
le tiende por el campo basqueando:
sale en espacio breve por la herida,
dejando el cuerpo, el alma entristecida.

   Martín López aquí y allí hiriendo,
de vida regalada a Toxgo priva,
y al joven Oxtilón, que discurriendo
por la batalla entró con frente altiva:
cuyos ojos Lucina, a un tiempo abriendo
mostró a los dos de Febo la luz viva,
a costa de la madre desdichada,
de otro parto por muerte reservada.

   Hace sangrienta riza Villafuerte,
y pone en sueño eterno a Puxca y Xago;
mucha sangre enemiga Orduña vierte,
a cuyos pies se muestra un rojo lago.
A un cabo y otro, con propicia suerte,
hace Terrazas sanguinoso estrago,
mas con industria el bárbaro advertido,
fue previniendo el sitio conocido.

   Apenas de él se vido apoderado
cuando (un alto alarido despidiendo)
el malicioso cerco dilatado
se fue por todas partes recogiendo:
con ímpetu y furor desenfrenado
fue en el pantano al Español metiendo,
con tal presteza y con valor tamaño,
que fue sin fruto el prevenir tal daño.

   Hallóse de esto el Español corrido
y sojuzgado del contrario fiero,
que más y más se muestra embravecido,
y en el herir más áspero y ligero.
Ya el Ibero ruidoso y afligido
ocupa el aguazado atolladero
donde metido el Bárbaro le había
y con mortales golpes le oprimía.

   Vióse tan apretado que quisiera
hallar para escaparse algún camino,
.si el engañoso sitio lugar diera
y para salir de él tuviera tino.
Y si a vista de todos no ocurriera,
no terrestre socorro, mas divino,
con la vida cristiano no quedara
que el lastimoso caso denunciara.

   ¡Oh Ibero valeroso, cuán de veras
al Sumo Dios los ojos revolviste,
y con ocultas ansias lastimeras,
socorro en tal aprieto le pediste!:
pues teniéndolas ya por las postreras,
con lamento interior, acerbo y triste,
a tu humilde pedir bajó del cielo
socorro en tan notorio desconsuelo.

   Mostró su bella faz el Sol turbada,
con otra nueva luz que le excedía,
de cuyo resplandor quedó admirada
la gente que a los dos campos seguía.
Afloja el Indio la sangrienta espada
con que a los españoles afligía,
y tendiendo la vista por el prado,
ven venir a caballo un hombre armado.


 
 
FIN DEL CANTO UNDÉCIMO