Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoCanto XV

Hace barrenar y echar a fondo Cortés los navíos en que había pasado a la Nueva España, conocida la remisión de algunos españoles en proseguir la conquista, porque no se le volviesen a España sin acabarla. Envía Plutón a Megera al campo español, la cual levanta los ánimos de muchos soldados contra Cortés por medio del insolente Celidón. Apacígualos el capitán con riguroso castigo de su cauteloso inventor.




   En los duros peligros y ocasiones
donde se esconde el deseado medio,
y en los más arduos casos y aflicciones
do se juzga el caído sin remedio,
y en las necesidades y opresiones,
suele ser no esperarle sano medio
y, no pequeña, más cumplida parte,
para tener propio al fiero Marte.

   Que si el aprieto es tal que sólo tiene
por el rigor del hierro la salida,
y al más necesitado le conviene
la salud restaurar que está perdida,
el ánimo dispone y le previene,
y a la dificultad más conocida
y peligroso trance más se esfuerza,
de la necesidad sacando fuerza.

   Como se ha visto ya por experiencia
que, en hechos graves, la cantada gloria
ha tenido pujante resistencia,
de quien era la pérdida notoria
sacando de las manos, con violencia,
de su contrario la feliz victoria,
que el ánimo acosado (es cosa cierta)
hace mil veces la victoria incierta.

   Bien como el oso en el pinar cerrado,
de importunos lebreles perseguido,
P quien el cauto cazador cercado
tiene, y con fuertes redes oprimido,
que de remedio ya desconfïado
vuelve furioso con feroz bramido,
con nuevo acuerdo, traza y fuerza nueva,
el tenor sacudiendo que le lleva.

   Ya al fatigado perro más cercano
entre los bastos brazos despedaza,
y el cazador, de la victoria ufano,
le concede al volver bastante plaza:
y del incauto joven, que liviano
se mostró en aguardarle, ya se abraza,
dándole de su loco atrevimiento
dura satisfacción, con fin sangriento.

   Aquí vuelve furioso, allí acomete,
todo lo descompone y desbarata,
do es mayor el peligro allí se mete,
trunca, atormenta, aflige, hiere y mata.
No hay venablo que baste: do arremete
todo lo rompe, y sólo busca y trata
cómo dañar, quedando (con la gloria)
por suyo el campo y la feliz victoria.

Pues Cortés, estas cosas no ignorando,
como varón prudente y animoso,
quiere que, de salud desconfïando,
la consiga su campo temeroso,
principio al hecho más loable dando,
más alto, más difícil y dudoso
que celebra la Fama por historia,
digno de asiento en inmortal memoria.

   Habiendo en largo vacilar resuelto
lo que de caso tal resultaría,
su campo considera ya revuelto
si el intento declara que tenía:
mas por todo pasó y quedó resuelto
en barrenar las naves que tenía,
porque ninguno a España vuelta diese
hasta que a la conquista fin pusiese.

   No el valeroso Julio a la pasada
del rojo Rubicón tan atajado
(con la espantosa imagen remesada,
que le detuvo el paso al agua echado,
prodigio y amenaza desastrada,
al caso por el César intentado)
estuvo, cual Cortés en este trance,
ni echó con mayor pecho al hado el lance.

   Trató con Alaminos y Escalante
(cursados marineros) le dijesen
en presencia de todos que adelante
era imposible que las naves fuesen,
ni el estar sobre el agua, y que importante
(antes que a fondo sin remedio fuesen)
era el reparo, por estar bromadas
del prolijo discurso y destrozadas.

   Ya los dos marineros habían dado
a las cinco barreno con secreto
(las mejores de todas), do había entrado
tanta agua que les puso en grande aprieto.
Fuelas a ver Cortés, acompañado
de muchos españoles, y en efeto
mandó la artillería se sacase
de ellas y a Villa Rica se llevase.

   Dando muestras de grande sentimiento,
dice que se reparen si es posible.
«Es pensar atajarlo vano intento,
(le responde Alaminos) ya imposible,
que de este mar incógnito el violento
furor odioso, presto, corruptible,
daña la tablazón con fuerza tanta
que cómo hay nave en pie, señor, me espanta.

   «El remedio es que siento conveniente,
que jarcias, anclas, gúmenas y velas
se saquen de estos cascos brevemente
para las otras naos y carabelas.»
Mandólo así Cortés incontinente,
poniendo en que tuviese efecto espuelas:
y así las cinco naos al través dieron,
pérdida que en el alma la sintieron.

   Hizo de las demás que le quedaron
(dentro de pocos días) otro tanto,
menos una, aunque algunos le rogaron
(sabedores de caso en que iba tanto)
que lo mirase bien, y aun procuraron
evitarlo, por ser de mucho espanto
ver a España los pasos atajados
y de volverla a ver desconfïados.

   Callen con este hecho los famosos
de Alejandro, Pompeyo, Julio, y calle
aquél de los helvecios belicosos
(aunque pueden de grande el nombre dalle),
cuando al francés pasando orgullosos,
para con más coraje conquistalle
y quitar de su patria obligaciones,
quemaron sus antiguas posesiones.

   Ninguno comparar con éste puedo,
por ser el que al mayor el nombre quita,
y bien puedo afirmar sin ningún miedo
que es éste el que a Cortés más acredita:
que puede señalarse con el dedo
el que a naturaleza inhabilita,
pues con aqueste hecho nunca oído,
mudó lo en ya costumbre convertido:

   Que hacer de temerosos, esforzados,
los ánimos caídos levantando,
convertir los medrosos en osados,
con la naturaleza peleando,
es de hombres propiamente comparados
a los fieros gigantes que, intentando
la difícil subida al alto cielo,
conquistarle quisieron desde el suelo.

   No sosegaba el príncipe indignado
del Tartáreo profundo, tenebroso,
viendo al fuerte Cortés acreditado,
sobre las nubes ya volar famoso:
en su tierra admitido y respetado
(que tanto tiempo poseyó gozoso)
y que el negro barquero forma queja,
de que el tributo antiguo el paso deja.

   Llama furioso a la crüel Megera
y con horrible voz le dice: «Amiga,
el golpe mira que mi reino espera
(la inevitable y áspera fatiga
con que la dura suerte venidera
nuestro poder limita y nos hostiga)
de ese fiel. Ministra en esto un medio
que sirva, como tuyo, de remedio.

   «Bien sabes cuánto el impedir importa
de este español la presunción altiva,
y cómo con instancia al Indio exhorta
a que sus leyes ásperas reciba.
Parte, y con presto vuelo al aire corta
y entre sus gentes tu furor aviva:
perturba el campo con motín y engaño,
infundiendo en los pechos rabia y daño.

   «El premio de esta empresa te aseguro
que a ti entre todos mis secuaces llama.»
Así le dice, y en el aire puro
la Furia se levanta envuelta en llama.
Lanzando venenoso aliento oscuro
el vuelo aviva y por venganza brama;
impedir de Cortés la traza intenta
y una, entre muchas, por dañosa tienta.

   Crecía ya la noche, cobijando
con negras alas el lustroso cielo,
en regalado sueño sepultando
todas las cosas que alimenta el suelo:
tú solo, Celidón, estás velando
con pecho inquieto y lleno de recelo,
tú sólo de cautelas te pertrechas
y la quietud dulcísima desechas.

   Éste a toda maldad salió dispuesto:
incitador de escándalos, motines,
de trato doble, bajo, descompuesto,
entremetido y de dañados fines;
de mil partes echado por molesto,
por sus odiosos términos rüines,
hasta que a Cuba desterrado vino,
de a do salir huyendo le convino.

   Siguió del pío Cortés el estandarte,
en un puesto por él no merecido,
que como de oro y plata mucha parte
había con trato ilícito adquirido,
tuvo negociación, y de tal arte,
que hasta que fue su trato conocido
con él los casos graves consultaban
y a las juntas de guerra le llamaban.

   Al apuntar la luz los ojos cierra
éste, pero dormido no reposa,
que en inquieto terror su pecho encierra,
de Megera infundido ponzoñosa:
el ánimo le turba y de él destierra
el dulce sueño y la quietud sabrosa,
con fiera vista su temor aumenta
y con sangrientas formas le atormenta.

   Una ciudad le ofrece inexpugnable,
de un espacioso lago rodeada,
de belicosa gente innumerable
por todas partes con valor guardada,
y una rota sangrienta, lamentable,
en la española gente ejecutada;
el sacrificio horrendo, de hombres vivos,
de los llorosos míseros cautivos.

   Cuyos cuerpos en piezas le presenta
en disforme espectáculo sangriento:
pechos abiertos, de a do el Indio intenta
sacar los corazones de su asiento;
brazos y piernas en montón sin cuenta,
vista agradable al Bárbaro sediento,
con infernal furor de sangre humana
que su ley autoriza y secta vana.

   Preséntale mil fuegos abundosos,
a quien los sueltos miembros entregados,
eran en vasos de metal lustrosos
y gruesos asadores prolongados.
Mil banquetes espléndidos, gozosos,
le muestra, de estos tristes sustentados:
«huye (la furia a Celidón le dice)
si no te es grato un fin tan infelice;

«Mas pues autoridad en todo tienes,
a tus amigos de esto desengaña.
¿Por qué en mover la diestra te detienes
contra el cauto caudillo que te engaña?
¿De esta arte a tus amigos ley mantienes?
¿Así miras la causa que les daña?
¿Así por tu salud, cuitado, miras
y de visible muerte te retiras?

   «No aguardes al través dé con la nave
como con las demás el cauto ha hecho,
que no hay sin ella medio, ni se sabe,
que te pueda sacar de tal estrecho,
a tu patria dulcísima, süave,
cerrado el no sabido y largo trecho.»
Así le dice, y de mortal veneno,
con un soplo al partir le deja lleno.

   El sueño huye y Celidón, furioso,
por mil partes discurre con la vista.
Atónito, turbado, pavoroso
del lecho salta, su miseria vista,
y con desasosiego ponzoñoso
sus más parciales fervoroso alista,
a quien en breve junta en la marina
y con palabras tales los indina:

   «¿Es posible, varones escogidos,
que así se premien vuestros hechos raros?
¿Así son de Cortés agradecidos
que quiere al hierro del contrario daros?
¿Con qué razón os tiene así oprimidos,
con cuál el duro freno pudo echaros?
¿Es éste vuestro César por ventura,
que así de obedecerle se procura?

   «¿No es éste, cual vosotros, un soldado,
ayer del más humilde compañero,
por voluntad de algunos levantado
y por el hado incierto y lisonjero?
¿Cómo sin vuestro acuerdo os ha cerrado
el dulce paso, con intento fiero,
a vuestras patrias caras, regaladas,
con las amigas naves barrenadas?

   «Debe tener en poco nuestras vidas,
pues en aprieto tal quiere meternos;
o que nos son (entiende) desabridas
según el trance en que procura vernos.
Si con muertes ajenas, con heridas
quiere al mundo dejar triunfos eternos,
tiente los hados con su diestra fuerte
y adquiéralos, si puede, de esta suerte.

   «Con esperanzas cautas nos detiene,
con que pretende en Méjico encerrarnos,
que sólo le parece que conviene
ir con el fiero Bárbaro a encontrarnos.
A él no le está mal, que bien le viene:
vamos tras lo imposible a despeñarnos
pues, cuando mal a todos nos suceda,
con nave y oro y sin nosotros queda.

   «Si a Julio César imitar entiende,
diferente el tiempo y coyuntura,
que su valor a tanto no se extiende
si no es que le levante su locura.
Si a sus fortunas prósperas atiende,
no hay doquiera del César la ventura.
No sé qué me colija de su intento,
que le tengo por hombre fraudulento.

   «Sólo un navío deja, y yo sospecho
que esto tenga misterio y que hay maraña,
y que este con dañado y cauto pecho
se quiere ir solo con el oro a España
dejándonos (cual véis) en tal estrecho,
entre esta gente sin piedad, extraña,
que entre sus crudos y sangrientos dientes
deshagan nuestros miembros inocentes.

   «Él ve que conseguir es cosa dura
la difícil conquista comenzada,
y ha escogido esta vía por segura
porque nadie le impida su jornada,
y el provecho y la gloria por ventura
llevarse, que adquirió con nuestra espada.
No consintamos, no, tan grande ofensa
que en vez nos da Cortés de recompensa.

   «Y por la luz que nos alumbra juro
que, por diversas cosas discurriendo,
cuando hoy dejó la Tierra el velo oscuro,
sus tenebrosas alas recogiendo,
vi nuestro fin sangriento, acerbo y duro,
que al Sol estaba el Bárbaro ofreciendo,
(¡oh espectáculo horrendo!, ¡oh fin lloroso!)
de cuya vista aun tiemblo congojoso.

   «Bien como os veo, a las sangrientas aras
os vi llevar, amigos, maniatados,
llenas de muerte las marchitas caras,
y oprobio, de los bárbaros tratados:
y no fue sueño, no, que vi a las claras
nuestros cuerpos en piezas apartados
en la fuerte ciudad, donde éste entiende
que su fortuna próspera le atiende.

   «¿Será bien, si os parece, que aguardemos
un fin tan miserable y lastimoso,
y que de la cerviz nuestra no echemos
el yugo, de él llevar ignominioso?
¿Es bien que entre estos brutos nos quedemos
y que éste parta alegre y victorioso?
No lo permita el cielo, amigos, muera
el que con nuestro daño aumento espera.

   «Esta diestra será la que primero
el fin abatirá de su esperanza,
y si amparáis mi intento, como espero,
servirále de poco su pujanza.»
De esta manera, desdeñoso, fiero,
los ánimos provoca a la venganza:
«La vida, dice, y nave le quitemos
en que ricos a España nos tornemos.»

   Todos se indignan, lo propuesto oyendo,
en quien Megera, ponzoñosa o brava,
las tímidas entrañas encendiendo,
la armada diestra con rigor vibraba:
vase el veneno entre ellos extendiendo,
que dispuestos los ánimos hallaba,
y de un corrillo en otro la ira salta,
declarada con voz conforme y alta.

   Cual dura peste fiera, contagiosa,
por los míseros cuerpos se derrama,
y con ansia mortal, crüel, rabiosa,
al uno hiere, mata, al otro inflama,
tal esta Furia ardiente, venenosa
a implacable discordia el campo llama:
odios, rabias, rencores esparcía,
y más por puntos su furor crecía.

   Corren gritando: «¡Al arma!, ¡muera, muera!,»
en confuso tropel amontonados;
truena discorde la trompeta fiera
y roncos atambores, destemplados.
Bien lo sabe Cortés, mas no se altera,
antes con ojos tiernos, levantados,
dice, y con pecho aflicto fervoroso,
del popular tumulto cuidadoso:

   «Oh tú, Señor, pues mis intentos sabes
que sólo a tu servicio van dispuestos,
la ira aplaca y pretensiones graves,
de éstos ánimos ciegos, descompuestos:
haz que le scan (como a mí) süaves
de esta empresa los trances más molestos
para que así, siguiendo tu bandera,
el fin consiga que por ti se espera.»

   Calló, y un nuevo ardor al punto siente
que de vigor le llena y de esperanza
y, con serena faz y mansa frente,
sale al encuentro a la feroz pujanza
con su bastón y espada solamente,
con que piensa aplacar tan gran mudanza;
el cual sobre unas piedras los pies puso
y a todos lo siguiente les propuso:

   «Carísimos amigos, por quien puedo
llamar feliz y próspera mi suerte;
valor que al nuevo mundo pone miedo,
do no hay a vuestras diestras cosa fuerte
cuya ferocidad y cruel denuedo
teme el contrario con visible muerte,
y duro yugo el fiero mejicano,
que espera su cerviz por vuestra mano:

   «¿Qué alteración es ésta, que rüido?
¿Quién el villano pecho así ha mostrado,
tan indigno de ser enriquecido
con el nombre indebido de soldado?
¿Quién ha a vuestra nobleza acometido,
y vuestro gran valor aniquilado,
procurando cerraros el camino
que os abre vuestro próspero destino?

   «¿Algún ánimo vil, acobardado
que suele en los motines señalarse,
a adquirir opinión no acostumbrado,
antes en el huir a adelantarse:
a cuya persuasión el pecho osado
debe por todas vías excusarse
y tapar el oído, cual serpiente,
cuando del canto la violencia siente?

   «¿Do pensáis adquirir mayores glorias?;
si pretendéis riqueza, ¿dónde hay tanta?;
si eterno nombre, triunfos y victorias,
cuya gloria la Fama el mundo canta,
¿dónde iréis a buscar las más notorias
o a dónde el brío el ánimo os levanta?,
y si habéis profesado la milicia,
¿cómo de conseguirla no hay codicia?

   «Si queréis conquistar otras naciones
o en la África remota bravas gentes,
no son más importantes ocasiones,
que cual véis son de aquestas diferentes:
la paga no es mejor, ni pretensiones,
ni hay ventajas allá más preeminentes,
y si el flechar del Indio os es tan duro,
no es aguardar balazos más seguro.

   «Si os llaman las delicias y ternezas
del engañoso amor, torpe, liviano,
y de gallardas damas las bellezas,
el grato aspecto, rostro y blanca mano:
no se adquieren así, no, las noblezas,
ni el alto nombre eterno, soberano,
que si entre estos regalos se adquiriera,
¿quién hay que claro nombre no tuviera?

   «Por mil dificultades se camina
a la alta cumbre del vivir honroso:
por la necesidad, afán, mohina,
camino duro, estrecho y escabroso,
y quien a aquesto su ánimo le inclina
puede llamar el hado venturoso,
y de éstos están llenas las historias
que materia nos dan de tantas glorias.

   «Váyase luego, váyase el cobarde
y el que seguir quisiere sus pisadas;
no inficione mis hados más, ni aguarde,
deje acabar las guerras comenzadas,
que para ver su patria no es aún tarde:
goce de ella con manos desarmadas,
que no hace guerra el escuadrón copioso
sino el ánimo audaz y valeroso.

   «No le será impedido su vïaje,
que el navío que solo está en el puerto
con provisión y buen matalotaje,
al que partir quisiere será cierto:
mas ha de ir desarmado, y no es ultraje
ni de agraviarle en nada algún concierto,
por que los que a la guerra se quedaren
tengan armas si acaso les faltaren.

   «Mas sólo Celidón, que así alteraros
pudo siendo inventor de tal bajeza,
queriendo con cautelas mancillaros,
pretendiendo decir que os fue cabeza,
lave con su vil sangre el no acataros,
el general defecto y su torpeza,
que de esta culpa a todos os absuelvo,
y en que él pague por todos me resuelvo.»

   Diciendo aquesto, por los ojos lanza,
al parecer, mil llamas encendidas,
y del sereno rostro la mudanza
dio muestra, con señales ofendidas.
Faltóle a Celidón aquí esperanza
de ver sus graves culpas remitidas:
a quien las manos con rigor ligaron
y la mortal sentencia ejecutaron.

   Y aquéllos que las armas levantando,
contra su general osados fueron,
con su vista el orgullo desterrando,
en tierra (con los ojos) las pusieron:
el ser y pecho de Cortés loando,
de morir do muriese propusieron,
y en altas voces dicen: «¡Cortés viva,
en quien nuestra esperanza y ser estriba!»

   «No hay español aquí que no te siga,
ni hombre que do murieres tú, no muera,
ni es bien que de nosotros tal se diga,»
responden Alvarado y Aguilera,
Ávila, Ordás, Terrazas y Pantiga,
Lasso, Juan Bello, Sámano y Cabrera,
Leyva, Tirado, Morla y Escalante,
Villalobos, Cifontes y Morante.

   Salceda, Olid, León, Durán y Trejo,
Villandrando, Escobar, Limpias, Cayzedo,
Martín López, Romero, Marmolejo,
Santacruz, Hermosilla, Bravo, Olmedo,
Salas, Mosquera, Nájera, Cornejo,
Ledesma, Jaramillo, Hojeda, Azedo:
tras los cales el campo vino todo,
que a Cortés se ofreció del propio modo.

   Muchos el haber visto confirmaron,
junto a Cortés, un joven refulgente,
con alas (de que mucho se admiraron),
que amenazaba al pueblo inobediente:
una espada en la diestra le notaron
de fuego, que arrojaba llama ardiente.
Cesó el tumulto popular violento
y prosigue Cortés su justo intento.

   El navío que solo había dejado
para tentar los flacos corazones,
hizo que luego fuese a fondo echado
por no dejar lugar a más pasiones:
y así todo español desconfïado
quedó de sus pasadas pretensiones,
haciendo tales cosas, que bastaron
a conseguir aquéllas que intentaron.


 
 
FIN DEL CANTO DECIMOQUINTO