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ArribaAbajoCanto XIX

El fin que la sangrienta batalla con los tlaxcaltecas tuvo y el requerimiento que los españoles hicieron a Cortés para que dejase tan áspera guerra. La última retirada de los indios y el efecto de las paces, por Cortés con instancia procuradas, juntamente con la venida de Xicoténcatl, en capitán general, al real de los españoles.




    Entre la espiga y mano codiciosa
que el sazonado fruto coger piensa,
suele haber una sierra montüosa,
de mil inconvenientes, por defensa:
allí la que parece fácil cosa
se dificulta, con fatiga inmensa,
de adonde, si se advierte, sacaremos
lo poco, aun en lo poco, que podemos.

   Deje su hinchazón el ambicioso
y conozca de sí lo que es y puede
su caudal quebradizo, vidrïoso,
a quien cualquier vaivén del hado excede:
no se prometa estado venturoso,
que esto no a su miseria se concede,
ni cante el triunfo en la visible gloria
hasta haber alcanzado la victoria.

   Ufano aguarda el Bárbaro arriscado
el fin de la contienda sanguinosa,
más en su gran pujanza confïado
que asegurado de la instable diosa;
más presto quedará desengañado,
su caída llorando vergonzosa,
que en contra suya la sentencia sueña
que al duro yugo su cerviz condena.

   Rota, si bien me acuerdo, la albarrada
del Español dejé en el otro canto,
de espesas selvas de astas ocupada,
llena de sangre, confusión y espanto;
y del Indio la parte mejorada,
que Cortés resistir no pudo a tanto:
donde el furor de la batalla ardía,
si en número no igual, en osadía.

   Auméntase el coraje, el daño crece,
falta en los pechos el continuo aliento,
el sol con nubes de armas se oscurece,
tiembla del suelo en torno el fijo asiento:
a un fin honroso cada cual se ofrece
en el dudoso trance más sangriento,
retiñen los arneses acerados
y cóncavos escudos golpeados.

   Esfuerza el combatir la vocería
que asorda el aire y la campaña atruena,
y en su cumbre se muestra la osadía,
que a breve muerte con rigor condena.
Ya la cosa que en menos se tenía
era la vida dulce en paz serena,
y aquél se juzga de contraria suerte
que a costa de su vida no da muerte.

   Al fin fue tal del Indio la pujanza,
el desigual poder, el tesón tanto,
que al Crismado del fuerte y tiendas lanza,
do casi estuvo de perderse a canto;
mas vibrando una lisa y gruesa lanza
(no al Bárbaro causando poco espanto),
al confuso tropel Cortés atiende
y así a sus compañeros reprehende:

   «¿Qué duda es ésta en que os halláis, amigos?
¿Qué vil temor pretende así entregaros?
¿Dónde aguardar queréis los enemigos
si pensáis de esta suerte desviaros?
¿Qué ciudades, socorros o qué abrigos
dejáis atrás, en que poder fiaros?
Volvedle a recobrar, que aquí consiste
el bien de todos o el suceso triste.

   «No por mí perderéis vuestro derecho,
que alguna parte cobrará mi diestra;
poned a la Fortuna el hombro y pecho,
que hoy favorable (si advertís) se os muestra:
mirad cómo yo solo en punto estrecho
pongo del Indio la soberbia muestra,
y si mi esfuerzo ayuda mereciere,
démela el fuerte, si el cobarde huyere.»

   Tanta virtud tuvieron sus razones
que los perplejos pechos se inflamaron
y los tibios, caídos corazones
su antiguo esfuerzo y su calor cobraron,
y con nuevo coraje y pretensiones
nueva vergüenza del honor sacaron,
volviendo sobre el Bárbaro animoso
que iba siguiendo el hado victorioso.

   Rompe Cortés el pecho de Axtanaro
y a los pies del caballo a Xantlo tiende
(al viejo padre, cual la vida, caro)
y en ira envuelto por la turba hiende:
quiebra la gruesa lanza en Apuxclaro
y a Luxtoy atropella, que le atiende,
y con la espada a diestro, y a siniestro
hiere y mata, siguiendo el hado diestro.

   Vuelven unos con otros a mezclarse,
con áspero rigor, en lid fogosa,
y con vivos gemidos a estrecharse,
ardiendo en nueva saña fervorosa.
Allí se ven los míseros volcarse
en una balsa y otra sanguinosa:
óyense lastimosos alaridos
de los que mueren de los pies batidos.

   ¿Quién las disformes y ásperas heridas
aquí podrá decir que allí se dieron,
las cabezas por medio divididas,
los sesos que en los aires se esparcieron,
las manos de sus troncos desasidas
y los muchos sin brazos que se vieron,
de mazas los contrechos derrengados,
la multitud de pechos barrenados?

   Martín López, Rieros, Vejarano,
Limpias, Granado, Xuárez, León, Cornejo,
Pedro de Paz, Meneses, Anguiano,
Santacruz, Magariño, Solís, Trejo,
Jaramillo, Juan Yuste, Orduña, Cano,
Garnira, Quintanilla, Marmolejo,
Lasso, Ledesma, Zúñiga, Reinoso,
se arrojan a lo más dificultoso.

   Aquí hieren, destrozan, allí matan,
el ímpetu del Indio refrenando,
magullan, descomponen, desbaratan,
parte de lo perdido recobrando.
Leyva, Ojeda y Olea a mil maltratan;
por otra parte, Ayala y Villandrando,
Nájera, Castañeda, Ordás, Mercado,
Villafuerte, Aguilar y Juan Tirado.

   Al valeroso Ríos (a quien dieron
por sobrenombre «Mata» sus hazañas,
serle debido título entendieron,
con dañosa experiencia en mil extrañas)
espacioso lugar le concedieron
viendo abrirse su punta en sus entrañas.
Con él están Ortiz, Salceda, Lago,
haciendo riza y sanguinoso estrago.

   Mosquera le acompaña y Alderete,
Marín, Cifontes, Pierres Gómez, Prada,
Villanueva, Escalante, Navarrete,
Juan Pérez, Villalobos, Moya, Estrada,
Juan Bello, Quintanilla, Ayllón, Negrete,
Valdivia, Delgadillo, Holguín, Quijada,
Quiñones, Alanís, Godoy, Cabrera,
Medina, Pantigosa, Ordás, Ribera.

   Los demás (cuyos hechos merecieron
a la inmortalidad ser consagrados)
no menos daño en el contrario hicieron
que los que van aquí por mí expresados:
a quien pido perdón si no salieron
sus altos nombres a la estampa dados,
que hacerlo fácilmente bien pudiera
si cansar los lectores no temiera.

   Dos veces el Ungido al Indio alarga
del combatido fuerte con gran daño,
mas otras tantas con espesa carga
le cobra, aunque con otro no tamaño:
pero por no cansar con pluma larga,
aunque sé que con corta a muchos daño,
habré de reducir a breve suma
lo que en mucho papel no es bien resuma.

   Oyese de refresco un gran rüido
y era que Xicoténcatl, corajoso,
el bastón arrojando preferido,
al combate bajaba sanguinoso:
el crestellado morrïón lucido,
de un penacho adornado, vario, hermoso,
de planchas de oro puro y acendrado,
por toda parte el cuerpo cobijado.

   De un pequeño recuesto se derriba
a buen correr, gallardo, confïado,
requiriendo en la diestra con voz viva
un fornido venablo tachonado:
orgulloso, feroz, con frente altiva,
cual el suelto caballo que hacia el prado
do están las yeguas, la cadena rota,
tema con crin instable la derrota,

   Tal va el valiente bárbaro animoso,
el cual de la batalla a poco trecho,
despidiendo el venablo fervoroso,
al potonchano Ixtoya rompe el pecho;
cierra, la espada en alto, con Moscoso,
a quien pone de un golpe en punto estrecho,
bien que en un hombro le alcanzó al soslayo,
tras quien en tierra pone al fuerte Aguayo.

   Aquí y allí furioso el indio salta,
a las dificultades acudiendo,
y con sangre española el prado esmalta,
su adquirida opinión engrandeciendo.
Maxixca a su deber en nada falta,
prueba loable de su esfuerzo haciendo,
mas no pueden del hado inevitable
el golpe resistir irreparable.

   Que de Miguel la vista fulminosa
nuevo esfuerzo sembró en los corazones
del Español, en saña vergonzosa
sus pechos encendiendo de leones,
y una infame huida ignominiosa,
al contrario, en los indios escuadrones:
vuelven el rostro al ya ganado fuerte
y abren camino a su caída y muerte.

   El general, que vio el suceso triste
con que el hado siniestro le castiga,
a estorbar la huida fiero asiste,
pero salió sin fruto su fatiga,
que a su ímpetu con golpe no resiste
ni con blandas palabras los obliga,
que adonde el torpe miedo se apodera,
no tiene la razón su fuerza entera.

   Pero, de nueva cólera encendido,
del ciego enojo y del honor forzado,
sólo sustenta el desigual partido,
el fuerte y la opinión que habían ganado:
mas del contrario viéndose oprimido
y de su gente así desamparado,
su esfuerzo atribuyendo ya a locura,
del aprieto mortal salir procura,

   Diciendo: «Mi triunfar ahora sea
las espaldas volver a mi contrario,
que otra vez podrá ser las suyas vea
pues, cual yo, está sujeto al hado vario.»
Desampara con esto la pelea,
mas con su esfuerzo y término ordinario,
con valor su persona defendiendo
de los que el duro alcance van siguiendo.

   Do gran copia de antípodas murieron,
mas por la brevedad ya prometida,
dejaré mil reencuentros, donde fueron
otras veces sus cosas de caída.
Mas tan altas victorias no pudieron,
ni la amiga fortuna conocida,
los ánimos alzar amedrentados,
de algunos españoles declarados.

   Piden que a Villa Rica se tornase
Cortés, por cosa sana y conveniente,
y que sus cosas desde allí tratase
con aquella arriscada y fiera gente,
y (a entrar la tierra adentro) se enterase
que todos morirían brevemente, por estar
muchos de ellos mal heridos
y ser los indios muchos y atrevidos.

   Mas él, que en lo difícil más mostraba
el gran valor del pecho generoso,
visto lo que en el campo se trataba,
el fin considerando peligroso,
de su elocuente plática se armaba,
que acero no era allí tan fructüoso:
junta, halagüeño, su discorde gente,
a quien propone en breve lo siguiente:

   «Siempre, amigos, nos han significado
los peligrosos trances ser mayores
en los principios, que nos han mostrado
ser en su fin dudoso los temores:
con que vuestro valor facilitado
ha los casos más arduos, y a menores
los más dificultosos reducido,
con que habéis tantas glorias adquirido.

   «Contrastasteis del mar la cruel violencia,
triunfasteis de Tabasco y su fiereza
y en Cintla, derribando su inclemencia,
sujetasteis la tierra y su grandeza.
Témeos de Moctezuma la potencia,
rehusando de ver vuestra braveza;
el fiero tlaxcalteca ya no aguarda,
que sólo vuestra sombra le acobarda.

   «Ahora es tiempo, amigos, de mostraros
y de mostrar también gran confïanza,
y no de desabriros y alteraros,
atajando tan próspera bonanza:
bastante es la ocasión a eternizaros,
que no en principio de la mala andanza
y trabajos os deja la Fortuna,
sino en guerra acabada, aunque importuna.

   «No dejéis vuestra suerte destroncada,
seguid, seguid el hado venturoso,
ni quede la conquista comenzada
sin que le deis un fin alto y glorioso.
No al torpe labrador (que, cultivada
la tierra, a la cosecha es perezoso)
imitéis, olvidando tanta gloria
para que canten otros la victoria.

   «Que si el Magno Alejandro no siguiera
en el dorado Hidaspes su fortuna,
y en el Tigris y Eufrates no atendiera
la próspera ocasión, dulce, oportuna,
¿qué nombre o qué victorias adquiriera?,
¿por dicha hubiera de él memoria alguna?
Y si Julio sus guerras no acabara,
¿por ventura la Fama de él cantara?

   «No aquesta turba bárbara os espante,
soberbia, alharaquienta, brava, airada,
que no es, aunque copiosa, tan bastante,
que pueda resistir a vuestra espada,
ni el valor español fiero, pujante,
debe temerla ni tenerla en nada:
mirad que el bien perdido nunca vuelve,
antes en triste llanto se resuelve.

   «Así que con instancia os ruego y pido,
como leal amigo y compañero
(no como general), que conocido
tengáis de mí, señores, cuánto os quiero,
y que por vuestro aumento fui venido
a aqueste nuevo mundo, donde espero,
con vuestra audacia y hechos valerosos,
igualar con los héroes más famosos.»

   No se halló en el ejército soldado
que a lo propuesto responder quisiese,
ni que, viendo a Cortés determinado
en proseguir la guerra, no temiese.
Mas uno a quien el cargo le fue dado
para que por algunos respondiese
(del cual es justo que su nombre calle,
que por ser español no es bien nombralle),

   Soltó la voz, diciendo que a servirle
en todo estaba el Español dispuesto,
y, en lo adverso y lo próspero a seguirle,
donde jamás faltarle había propuesto,
mas que le suplicaba que el oírle
(pues era su pedir justo y honesto),
en ninguna manera rehusase,
porque mayores daños evitase.

   «Mira, dice, los rostros afligidos,
pálidos, sin color, desfigurados,
de aquestos españoles perseguidos,
con hambre, sed, trabajos afeados,
del hado avaro, mísero, abatidos,
ya los cuerpos sin miembros, destrozados,
de cicatrices llenos y heridas,
de esta inhumana gente recibidas,

   «A quien sólo los nombres de guerreros
(perdidas ya las fuerzas) han quedado,
y sus costumbres y hábitos primeros
han con el fiero bárbaro trocado,
las fieras despojando de sus cueros
(para ornato a sus cuerpos regalado),
las carnes de las armas maltratadas
por mil partes mordidas y trizadas.

   «No permitas lo poco que les queda
de la mísera vida aquí se acabe,
sino que a sepultarse volver pueda
cada cual a su patria dulce y suave;
no cargues la Fortuna más que rueda,
ni la fatigues con el peso grave
de mayores victorias que has habido,
que te será contraria en lo adquirido.»

   Oyese en este punto un gran estruendo;
de la señal del arma, una trompeta;
cada cual a sus puestos acudiendo,
el arma que le toca al puño aprieta;
a las partes más flacas van corriendo,
cuando una verde y blanca bandereta
entre una escuadra de indios ven, pequeña,
que a ellos viene, de paz haciendo señas.

   Extienden más la vista y, tras aquélla,
otra escuadra descubren más copiosa,
y al sumo general al cabo de ella,
sin compañero al lado, en muestra hermosa:
varia cubierta de algodón trae bella,
roja, argentada, pluma artificiosa,
fijo el bastón en la pujante diestra,
y en el pendiente alfanje la siniestra.

   Dos extendidas bandas de flecheros
por uno y otro lado le ceñían,
y cuatrocientos jóvenes piqueros
arrastrando las astas le seguían.
Con festivos adornos placenteros,
mil diversos plumajes esparcían:
hinchen el aire de concordes sones,
de pacíficas salvas y razones.

   Vuelan las voces de la guarda ibera:
«¡Aparta, aparta! ¡Afuera, plaza, plaza!»
Cortés, con faz gozosa, placentera,
a pie sale del fuerte a la ancha plaza.
Por una y otra banda, en larga hilera,
su gente al general de Cristo abraza:
camina el uno y otro en paso tardo,
no menos que éste aquél grave y gallardo.

   Dos nubes de astas dio con franca mano
al vago viento el tlaxcalteca fuerte,
y otras dos el ungido pueblo, ufano,
de ardientes balas con propicia suerte.
El idólatra pueblo y el cristiano,
el odio interno en amistad convierte:
ya se saludan, mezclan, ya se abrazan,
y varias suertes de solaces trazan.

   El general de Cristo humildemente
al del ángel soberbio se avecina,
el sombrero en la mano diligente,
a quien el indio la cabeza inclina:
júntanse con abrazo vehemente
y larga oferta, de notarse dina;
dan la vuelta con esto al real cristiano
entrambos generales, mano a mano.

   Que el valor español, confederado
con las grandes provincias belicosas,
contra el rey Moctezuma ya ligado,
pudo facilitar tan graves cosas.
Y habiéndose advertido en el senado,
las paces aceptó por provechosas,
pensando enflaquecer, con mayor mano,
el pujante poder del Mejicano.

   Juntamente con tantas persuasiones,
con ofertas tan grandes y partidos
como Cortés les hizo, con razones
dejando a los más de ellos convencidos:
mas, ¿qué hay que ponderar declaraciones
de discursos humanos tan sabidos,
donde el celeste santo cortesano
obraba con gloriosa, oculta mano?

   Fue la serena paz capitulada,
y salió tan perfecta y tan durable,
con tal fuerza de amor continüada,
que nunca paz se vio menos mudable:
llave de la conquista comenzada,
siempre cierta a Cortés, presta y afable,
y en las necesidades fiel amiga,
cual a su tiempo es justo que se diga.

   A la insigne ciudad todos partieron,
donde un solemne y gran recibimiento
los tlaxcaltecas al Ibero hicieron
con mil alegres muestras de contento.
Con amor en sus casas los metieron,
ya olvidado el rencor, desabrimiento
pasado, do algún tiempo reposaron
y en mil solemnes fiestas le pasaron.

   Visto Megera el curso infructüoso
que en contra de Cortés iba siguiendo,
y que ya el tlaxcallano belicoso
le está en serena paz fiestas haciendo,
de allí levanta el vuelo impetüoso,
el mal gastado tiempo conociendo:
las prestas alas en Chololla abate,
con Moctezuma haciendo amistad trate.

   Veloz tras esto en Méjico se pone
y a Moctezuma fervorosa indina;
delante el español valor le pone
y la resolución con que camina:
ya el ánimo dudoso se dispone
(de aquel monstruo inflamado) y determina
que el paso se le impida a vuestro abuelo
tiñendo con la ibera sangre el suelo.

   Suenan mil cajas de una y otra parte,
mil roncos caracoles tortüosos;
alzan de Moctezuma el estandarte,
acudiendo a las armas fervorosos,
vibra su lanza el iracundo Marte,
los pechos inflamando belicosos:
sangre, fuego, rigor, ira pregonan,
y al cielo braveando aún no perdonan.

   Junta en dos horas treinta mil soldados,
no bisoña canalla embarazosa,
sino entre gruesa copia señalados
como para intentar tan ardua cosa,
en peligrosos trances ya probados
con una y otra muestra valerosa,
los cuales de la gran ciudad salieron:
sabréis más adelante adonde fueron.


 
 
FIN DEL CANTO DECIMONOVENO