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ArribaAbajoCanto XX

Previniese el rey Moctezuma y los de Chololla [Cholula], para impedir el camino a Cortés con su muerte. Sábese la traición por industria de Gualca, dama del capitán Alvarado. Pone fuego y saquea Cortés la ciudad con muerte de seis mil indios. Parte para Méjico, donde es recibido con grande aplauso del rey Moctezuma y de su corte.




    Con gran dificultad el cauto intento
pueden, y la traición, disimularse,
del ánimo dañado y fraudulento,
que al fin con quien se trata ha de mostrarse:
el cual en un afecto o movimiento
viene, o en un concepto, a declararse
aprobado, vulgar, que lo que toca
y siente el corazón, echa la boca.

   Esto la gente de Chololla muestra,
que en su tierra al ibero regalaba,
a quien con intención cauta, siniestra,
detenía y su muerte procuraba,
cuya saña y furor y airada diestra
el bravo Moctezuma gobernaba,
haciendo gran instancia en que no fuese
a Méjico Cortés, y en que muriese.

   El cual de Tlaxcallán ya había partido
(la gran ciudad dejando querellosa
por lo poco que en ella había asistido,
cumplida oferta haciéndole amorosa)
y a la falsa Chololla había venido,
ciudad fuerte, agradable, populosa,
ya del rey Moctezuma fiel amiga
y de los tlaxcallanos enemiga.

   Do se halla el crismado sospechoso
del trato del Cholollo mal trabado,
viéndole en prevenciones cuidadoso
y (en las más de sus cosas) recatado,
y en un corrillo y otro bullicioso
tentar el corvo arco y lanza osado,
ajeno indicio de la paz serena
que su sangrienta presunción condena.

   Es Chololla república ilustrada,
la cual de un capitán es solamente
(por todos elegido) gobernada,
entre ellos señalado por valiente.
De veinte mil vecinos habitada
es de su muro adentro, que otros veinte
ocupan sus copiosos arrabales,
sin otros muchos pueblos principales.

   Cuatrocientas y más torres vistosas
en la ciudad insigne se mostraban,
de la mejor hechura y más hermosas
que en todo el nuevo mundo se hallaban:
las gentes que la habitan son briosas,
a quien por guerreadores respetaban;
tienen enemistad con cempoallanos
y guerra con Tlaxcalla y mejicanos.

   Fue en la ciudad Cortés bien hospedado,
mas con falsa intención, cauta y dañada,
que ya el estigio monstruo había trazado
cómo impedir tan alta y gran jornada;
mas el perfecto Autor de lo criado,
por quien es toda cosa gobernada,
esta causa amparaba y defendía
como aquél que sus fines disponía.

   Era del Ángel vano el vano intento
que vuestro abuelo en Méjico no entrase,
procurando ponerle impedimiento,
porque no su intención ejecutase.
Juzga por temerario atrevimiento
que un hombre tan sin fuerzas porfïase
en querer de su antiguo asiento echarle,
y así intentaba en todo contrastarle.

   De Chololla dos leguas alojados
hizo estuviesen (para aqueste efeto)
los treinta mil guerreros emboscados
que atrás dije, señor, con gran secreto:
mejicanos valientes, arriscados,
de quien se tuvo allá mejor conceto,
los cuales el camino real cegaron
de Méjico, y un nuevo fabricaron.

   De suyo empantanado, cenagoso,
movedizo y de tierra enaguazada,
para caballos falso y peligroso,
a quien una barranca prolongada
atravesaba cual profundo foso
(sólo a pájaros fácil su pasada),
de nueve o diez estados de hondura
y de cincuenta pies y más de anchura;

   Del curso de las aguas carcomido
y recias avenidas socavado,
por cuyo hondo centro, con rüido,
pasaba un grueso arroyo apresurado.
Este barranco fue de ellos medido
y el agua en hondas balsas represado:
formando un paredón de trecho a trecho,
quedaba un hondo estanque y otro hecho.

   Los suelos de los cuales, estacados
de espesas y altas puntas penetrantes
estaban, de maderos atusados,
unos de otros aun no tres pies distantes;
y lo alto del barranco, con labrados
maderones, grosísimos, tirantes,
con engañosa industria cobijado,
yendo con el camino continuado.

   Así un pontón monstruoso fabricaron
con que el hondo barranco no se v[e]ía,
cuyos gruesos maderos aserraron
hasta el punto que al caso convenía,
por encima del cual arena echaron,
de suerte que camino parecía,
y tal el falso andamio se mostraba,
que a sus propios autores engañaba.

   Tras esto en amplia redondez hicieron
de esta suerte mil hoyos por los prados
y de flores y hierbas los cubrieron,
de altura cada cual de seis estados,
y el ancho del camino redujeron
a treinta pies de anchura limitados,
aun no a cuarto de legua, para entrada
de la española gente descuidada.

   A manera quedaba de ancho coso,
por los lados de hoyos rodeado,
a cuya entrada el Bárbaro animoso
estaba en tres barrancas emboscado,
do al Español aguarda orgulloso
para (en habiendo el firme paso entrado)
cerrar su estrecha vía y apretarle
hasta en los falsos hoyos estacarle.

   Previniéronse así los mejicanos
por si el cauto Cholollo no pudiese
dar cabo en su ciudad de los cristianos
la esperada ocasión no se perdiese;
mas presto, ¡oh vengativos inhumanos!,
hará la suerte que del trato os pese:
ya os amenaza con horrendo estrago,
¿no veis de hirviente sangre un rojo lago?

   En tanto los cholollos atajaron
las calles con tapiados paredones,
y las torres y casas pertrecharon
hinchéndolas de piedras y lanzones.
Sólo cuatro salidas les dejaron
(do estaban cuatro gruesos escuadrones)
para dar en Cortés y sus soldados,
de una cierta señal siendo avisados.

    Damas, si con descuido he procedido,
y en mi corto discurso trabajoso
no habéis ningún servicio recibido
(siendo de os complacer el más ganoso),
entended que la causa en parte ha sido
verme siempre entre Marte sanguinoso,
que no el horrible son de la trompeta
es bien perturbe vuestra oreja quieta.

   Quisiera yo, con dulce y blanda lira,
hacer tratable mi escabroso canto,
y en aqueste discurso lleno de ira
a vuestros loores acudir un tanto:
aunque os debo tan poco, si se mira,
que (dicho) a la más cruda pondrá espanto,
como ya lo han mostrado mis escritos,
do están frescas injurias dando gritos.

   Bien que en algunas partes me es forzoso
meteros en sucesos memorables,
producidos de un celo pïadoso
(en vuestro natural partes loables),
de amor acompañado fervoroso,
donde, en algunas pruebas admirables,
habéis nombres perpetuos adquirido,
a quien dañar no puede el torpe olvido.

   Gualca, de quien amado tiernamente,
con admirables muestras, fue Alvarado,
hija de Gualco, capitán valiente,
y hermana de Gualgano el esforzado,
con pecho lleno de un amor ferviente,
habiendo apenas visto el rostro amado,
del dolor dando muestras que encubría,
llorando a su Alvarado así decía:

   «Ya el vario proceder del hado duro,
y de mis glorias envidioso el Cielo,
mi dudoso temer hacen seguro
y a toda prisa incierto mi consuelo;
ya el áspero rigor del mal futuro
mis huesos baña de un medroso hielo,
que en el dichoso estado, es argumento,
se esconde el desastrado acaecimiento.

   «Hoy tengo, cara prenda, de perderte,
hoy con temprano golpe nos divide
el proceder avaro de mi suerte,
y su prestado bien Fortuna pide;
hoy tiene fin mi vida, y no el quererte,
que éste por ningún término se mide,
que al fin es poco amor, vario, mudable,
el que la muerte acaba, y no durable.»

   Respóndele Alvarado: «Gualca mía,
¿qué te mueve a hacer tales extremos?
¿qué sierra, mar o monte nos desvía
para que en nuestro amor no nos gocemos?
Si es rehusar de Méjico la vía,
para donde mañana partiremos,
y quieres, Gualca, ya de mí apartarte,
sin fingido llorar podrás quedarte.»

    La bárbara, con la faz triste, llorosa,
el cuello le anudó con lazo estrecho,
y con voz de sollozos abundosa,
de arroyos de cristal bañado el pecho,
replica: «¿Tan mudable y engañosa,
Alvarado, me veis, que satisfecho
no estáis del entrañable amor sincero
con que más que a mí propia os amo y quiero?

   «A los inmensos dioses ya pluguiera
que del golpe que espero riguroso
el efecto crüel mayor no fuera,
ni su fin más sangriento y lastimoso:
¿Duda ponéis, señor, en si os siguiera
quien todo sino vos le es enojoso?
En vida, muerte, pena o buen suceso
ha de ir tras vos de Gualca el grave peso.

   «Y para que entendáis si esto es fingido,
y que más que a mi padre y patria os quiero,
sabed que un grande engaño os tiene urdido
el falso Moctezuma carnicero:
al cual está el Cholollo prevenido
por él para este día venidero,
y camino de Méjico hay soldados
para os meter en hoyos estacados.

   «Ved si con justa causa me lamento
aunque, para libraros, tengo dada
(sin poneros, mi bien, en detrimento),
una traza mañosa y extremada:
y es que, al anochecer, para este intento
saldré de la ciudad acompañada
de vos y de cincuenta o más criados,
que están para servirme diputados.

   «Iréis en traje de indio disfrazado,
sin ser de los contrarios descubierto,
y con la oscura noche cobijado,
nuestro engañoso trato saldrá cierto;
y un pequeño lugar no bien poblado,
mío propio, os será seguro puerto,
adonde sin temor podré gozaros,
y vos de una ciudad señor llamaros.»

   Abrázala Alvarado estrechamente,
teniendo en mucho de su amor la prueba,
y ante Cortés, con paso diligente,
con secreto y recato, a Gualca lleva.
Súpose la traición incontinente
y del engañoso paso tuvo nueva
(do aguardaba de Méjico emboscada)
y vio la gran ciudad algo alterada.

   Manda a los españoles, con secreto,
y a los cempoallaneses, tlaxcallanos,
que de apercibo estén para el aprieto,
y oyendo un arcabuz muevan las manos.
Siembra del saco entre ellos el decreto,
hinche de ira los ánimos lozanos,
suena el fogoso trueno señalado,
ya en breve espacio tardo y deseado.

   Levántase confusa vocería
y en cerrado escuadrón la gente parte,
van a la plaza y templo (do asistía
de la del cauto trato la más parte)
no con la prevención que convenía,
por más asegurar con quieto Marte
al cercado Español, mientras llegaba
la hora que en su daño se aguardaba.

   El cauteloso Bárbaro, espantado
del repentino y duro sobresalto,
corre en tropel confuso, desmandado,
falto de industria y de consejo falto.
Tocan al arma en son desacordado,
previénense al sangriento y recio asalto,
acudiendo a las armas aprestadas
antes de tiempo, y sin sazón tomadas.

   Cuál por ir a su estancia señalada
se va a la ajena, o a cercana torre;
cuál por el corvo arco y flecha alada,
sin tiento a su distante casa corre;
cuál con necesidad de ajena espada,
de lanza, dardo o maza se recoge;
cuál con solas dos piedras en la mano
sale a la brega, con su suerte ufano.

   Muévense los copiosos escuadrones
(que en cuatro partes, como dije, estaban)
a la antigua señal de varios sones,
y a un tiempo en la ancha plaza se arrojaban
con fatigados y ágiles talones,
donde los españoles peleaban
de seis mil y más indios ayudados,
amigos, en la flecha ejercitados.

   Ocupan ciegas nieblas polvorosas
la cóncava región del aire claro,
vuelan nubes de humo impetüosas
de mortíferos tiros sin reparo,
que en el viento esparcidas y anchurosas
formas ofrecen de artificio avaro:
mal distintas figuras de dragones,
cerrados montes, yertos serrajones.

   Entre el humo rutila y centellea
fogosa luz de especie salitrada,
brama el trueno en los aires y vocea
el eco en la caverna más rasgada:
todo el bajo edificio ya se arrea
de la confusa grita mal formada,
y en el distante monte se está oyendo,
del indignado Marte el duro estruendo.

   Ya el corazón más fuerte y lleno de ira
se rinde al brazo adverso victorioso,
donde la punta de la ardiente vira
se engasta con esmalte sanguinoso;
ya con la negra bala se retira
de la faz el color más fervoroso;
ya por el campo rueda sin sentido,
quien antes del contrario fue temido.

   El valiente Pulchica, tlaxcallano,
al cholollo Megaya rompe el pecho:
cae el gallardo bárbaro lozano,
volando el alma de su nido estrecho.
Cortés, con rigurosa y presta mano,
castiga el intentar del cauto hecho:
el feroz Español y el Indio amigo,
ponen en punto estrecho al enemigo.

   Sudan calles y plazas sangre hirviente,
de que arroyos se ven por toda parte;
el alarido de la herida gente
asorda el aire, y el rigor de Marte;
el corvo anciano llora tiernamente,
a quien del daño alcanza tanta parte;
el grito de las míseras doncellas,
envuelto en llanto, hiere las estrellas.

   Cesó el estrago cruel cuando no había
quien la ciudad infausta defendiese,
que ya el Indio a las torres se subía,
fundando en el salvarse su interese.
En furioso empellón ya discurría,
eligiendo lugar que fuerte fuese,
mas no el miedo le quita el grueso muro,
que no hay, donde hay temor, lugar seguro.

   Murieron seis mil indios en dos horas;
quemó de la ciudad Cortés gran parte.
Las hesperias banderas vencedoras
ocupan el más fuerte baluarte:
siembran aquí y allí trompas sonoras
dulce victoria, con propicio Marte,
y con hachas y manos codiciosas
quebrantan puertas gruesas y vistosas.

   Ya la casa más fuerte y respetada
se rinde al duro saco impetüoso
sin ser de nadie en nada reservada;
el oculto metal buscan goloso,
la ciudad fue en cinco horas saqueada
y a su hado entregada riguroso:
hecho en tal coyuntura conveniente
y de mi varón, en fin, tan excelente.

   Tras esto a Moctezuma al punto envía
con un resuelto y áspero mensaje,
diciendo que, pues darle no quería
licencia para verle, y el pasaje
(pretendiendo su muerte) le impedía,
que con armada mano haría el viaje
y que lo que antes fue comedimiento
volvería en rigor atroz, sangriento.

    Fue al bárbaro potente la embajada,
el cual le envió respuesta brevemente
con bastante disculpa, y, aun jurada,
y en señal de amistad un buen presente,
diciendo prosiguiese su jornada
y a Méjico partiese incontinente,
donde conocería serle amigo,
de que Tezcatlipura era testigo.

   Nueva para Cortés de gran contento,
con que tomó de Méjico la vía,
no enterado de aquel ofrecimiento
que el sospechoso rey hecho le había:
el cual había mudado ya de intento,
la gente derramando que tenía
en la barranca con designio fiero,
el camino tornando al ser primero.

   Seis mil indios amigos le seguían,
diestros cempoallaneses, tlaxcallanos,
donde juntado un grueso campo habían
contra los belicosos mejicanos:
que a morir en el cerco se ofrecían
si impidiese la entrada a los cristianos,
con tanta voluntad cuanto algún día
con razón cantará la musa mía.

   Y si a mi torpe estilo, rudo, bajo,
cumplir lo prometido se le veda,
o fuere boto de mi pluma el tajo,
prosiga quien quisiere (pues le queda
un sujeto tan alto) y mi trabajo
no detraiga, le pido, a quien no pueda
sacar el suyo a luz, donde se vea
cuánto su claro verso al mío afea.

   Ya a la insigne ciudad Cortés llegaba
cuando el invicto y alto Moctezuma
su alcázar suntuosísimo dejaba,
a quien seguía de gente increíble suma,
que con grande humildad le acompañaba,
cuya persona un palio de oro y pluma
cobijaba riquísimo, vistoso,
sembrado de esmeraldas y costoso.

   Cuatro grandes caciques valerosos
el palio en la cabeza sostenían,
y dos antiguos reyes poderosos,
de las manos al bárbaro traían:
Cuetlabac y Cacama, generosos
mozos que de su sangre procedían,
de Tlacopan el uno rey temido,
y de Tezcuco el otro obedecido.

   Con grande majestad y paso tardo,
de doscientos caciques rodeado,
iba el temido rey, grave, gallardo,
curiosa y, ricamente atavïado,
vestido de algodón pajizo y pardo
y de esmeraldas ricas variado,
zapatos de oro puro reluciente,
con fina pedrería refulgente.

   Iban tres mil señores cortesanos
descalzos, sin sombreros, adelante,
sin grande multitud de ciudadanos,
gente granada, próspera, pujante.
Los tres mil de su guarda van lozanos
en escuadrón gallardo y arrogante:
las diestras, de arcos, picas, ocupadas,
de pedernal sargentas enhastadas.

   No quiso en andas de oro ser llevado,
sino salir a pie al recibimiento
diciendo: «A capitán tan esforzado
se debe un tal favor y cumplimiento»,
que, como de sus hechos ya informado
estaba, usó de aquel comedimiento:
que fue salir, cual digo, hasta el un puente
un rey a recibirle tan potente.

   A quien viendo Cortés, dejó el caballo,
y con humilde y baja reverencia,
el sombrero en la mano, fue a abrazallo,
mas hubo en su llegada resistencia,
que los reyes salieron a estorballo
diciendo: «A nadie es dada tal licencia
ni el tocar al señor es permitido,
por ser grave pecado y atrevido.»

   Cortés, de margaritas y diamantes,
a Moctezuma echó un collar hermoso
al cuello, y de otras piedras rutilantes,
de que obligado se mostró y gozoso,
y con admiración los circunstantes;
mas el gran Moctezuma poderoso
mandó a Cacamacín que acompañase
a Cortés y del brazo le llevase.

   Estaban las ventanas ocupadas,
calles, plazas, solanas y tejados,
de damas ricamente atavïadas,
con los arreos entre ellas más usados;
paredes y ventanas entoldadas,
de que iban los iberos admirados
viendo la gran ciudad y su riqueza,
su inexpugnable asiento y fortaleza.

   De esta suerte a unas casas allegaron
de Moctezuma, fuertes, suntüosas,
donde a los españoles alojaron
en piezas agradables y espaciosas,
a quien con gran cuidado regalaron
con vïandas espléndidas, curiosas:
dejó a Cortés el rey en su posada,
grandeza que por todosfue notada.

   Donde estando, señor, un indio llega
sudando, fatigado y polvoroso,
y una carta a Cortés de Hircio entrega,
con aspecto afligido y congojoso,
que una mísera, adversa y triste nueva
denunciaba, y suceso lastimoso,
con que Cortés perdió el color del gesto,
haciendo el caso en breve manifiesto.

   Era que Qualpopoca muerto había
(señor de Nahutlán) nueve soldados
españoles en una cruel porfía,
de los más valerosos y esforzados;
a quien el fuerte Hircio perseguía
(después que de sus pueblos saqueados
había con rigor sangriento echado),
de los de Cempoallán acompañado.

   Este daba disculpas, aunque ausente,
diciendo que sus muertes no inquiriera
si del rey Moctezuma expresamente
mandato, traza y orden no tuviera.
En extremo Cortés aquesto siente,
y el ver cuán vario Moctezuma era:
dióle bien que pensar el caso extraño
y que temer del pueblo algún engaño.

   Por el cual supo cierto se decía
(en voz conforme) que, cansado de ellos,
los fuertes puentes quebrantar quería
y en víctima a sus dioses ofrecellos,
con que su furia y saña aplacaría,
y que a placer después podría comellos,
quitando de su tierra aquella gente,
mandona al parecer, brava, impaciente.

   Cosas de que Cortés quedó atajado
y anduvo algunos días cuidadoso,
aunque con rostro alegre, sosegado,
apaciguando el campo temeroso,
que alguna parte de él se había alterado
oyendo aquel decreto sanguinoso:
pídenle que de Méjico saliese
antes que algún desastre sucediese.


 
 
FIN DEL CANTO VIGÉSIMO