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ArribaAbajoCanto XXI

Pone en prisión Cortés al rey Moctezuma; derriba los ídolos del templo, arbolando en su lugar la Cruz y efigie de Nuestra Señora. Hace Plutón y sus infernales ministros un concilio en el volcán de Chololla [Cholula]. Parte el ídolo Tezcatlipuca a la casa de la Envidia, la cual va a la isla de Cuba y, habiendo hecho su ponzoñoso efecto, envía Diego Velázquez, con armada contra Cortés, a Pánfilo de Narváez. Quema Cortés al cacique Qualpopoca en México. Mándale Moctezuma salir de la ciudad, persuadido de la infernal Megera.




    Llegada es la sazón, ¡oh musa pía!,
en que, siendo de ti favorecido,
he de dar cuenta del dichoso día,
por el hado al Ibero concedido.
Aquí he de resumir su valentía:
informa a tu devoto enflaquecido
para que diga tanto, ¡oh Virgen santa!,
que a nuevas glorias nueva voz levanta.

   También del ángel malo, inobediente,
cantaré las estatuas abatidas,
y las del alto, inmenso omnipotente,
en sus asientos por Cortés subidas;
la alteración también del occidente
diré, y las duras armas prevenidas
contra el fuerte Español (grave proceso)
y de los liados el caduco peso.

   Y tú, que el sol y luna estás pisando
(de tu sumo valor premio debido),
nuestras miserias desde allá notando,
ya a puerto de descanso conducido,
atiende a que el vigor me va faltando
y a que mi débil voz se ha enronquecido:
pide, pues allá estás do puedes tanto,
nuevo aliento, Cortés, para mi canto.

   Si hasta aquí con atento y grato oído
habéis, marqués, mis versos escuchado
y a mi voz ronca y débil atendido,
oyendo mi cantar desentonado,
nueva atención, señor, ahora os pido,
aunque ya con aliento fatigado
saque de mi flaqueza fuerza nueva
y, con dificultad, la pluma mueva.

   No menos pide que favor divino
el hecho (cual le tuvo en el obrarse),
de si mil, el más alto en todo indino,
pues ninguno con él puede igualarse,
bastante a darle el nombre que convino
para del torpe olvido libertarse:
advertirle, señor, como merece,
que éste más que otro alguno os engrandece.

   Era el tiempo en que el Bárbaro pujante
(del tartáreo ministro provocado)
se prevenía con ánimo arrogante,
del yugo ignominioso amenazado,
cuando de Cristo el general constante,
de alguna de su gente acompañado,
al indiano monarca se avecina,
a quien humilde la cabeza inclina.

   Dícele: «Gran señor, con razón puedo
de tu amistad y fe bien recelarme;
que me has hecho merced, yo lo concedo,
causa para poder mejor quejarme:
y aunque en obligación alguna quedo,
no tanta que no pueda ya agraviarme
del cauto proceder de un rey tan alto,
a quien parece mal de fe ser falto.

   «¿Qué cosa hay en el mundo tan preciada,
mayormente en los príncipes y reyes,
que su firme palabra una vez dada,
bastante a introducir o quitar leyes?
Si ésta dada por ti no me es guardada,
mal me defenderán tu pueblo y greyes:
nunca de tu grandeza tal pensara,
ni que en tiempo ninguno me faltara.

   «Escucha aquesta carta, si ver quieres
lo que ha hecho un traidor por tu mandado
a quien si en breve tiempo no me dieres,
serás (aunque en tu tierra) molestado:
y si satisfacerme no quisieres
de lo que Qualpopoca te ha imputado,
yo tomaré del caso justa enmienda
y haré que tal traición el mundo entienda.»

   Sabiendo Moctezuma extensamente
todo lo que la carta contenía,
responde en ira ardiendo: «El perro miente,
si dice que orden tal de mí tenía.
Venga el traidor aquí, falso, insolente,
sabráse si la culpa es suya o mía.»
Para lo cual su sello le enviaba,
haciéndole saber que le aguardaba.

   Cortés, con pecho fuerte, valeroso,
le dice: «Gran señor, vente conmigo
a mi posada y no te sea enojoso,
pues te soy servidor y fiel amigo,
porque llevarte preso me es forzoso.
Y no entiendas, señor, uso contigo,
en proceder así, de algún engaño,
que esto es para evitar un grave daño.»

   Responde Moctezuma con voz grave:
«No es persona la mía que ha de ir presa,
ni habrá, mientras yo viva, quien se alabe
que pudo conseguir tan alta empresa.
Mi poder y valor el mundo sabe,
buena razón, Cortés, por cierto es ésa,
que intente un flaco huésped desarmado
hacer cosa a que el mundo no ha bastado.

   «¿Yo no soy quien domó tantas naciones,
y el que quince batallas ha vencido,
y el que de un mar al otro sus mojones
con rigor asperísimo ha extendido;
temido, de estas bélicas regiones,
de todas por monarca obedecido,
y el que (si el hondo mar no lo impidiera)
de todo el universo señor fuera?

   «¿Yo en estacado campo, en desafío
no vencí seis caciques valerosos
cuerpo a cuerpo, y aqueste brazo mío
no venció cuatro reyes poderosos,
también en estacada, con su brío,
poniéndolos en yugos vergonzosos,
no con suerte o favor de gruesa armada,
sino con esta diestra no domada?

   «Todo aquesto de efecto grande fuera
si la yerta cerviz a un hombre loco,
copioso de razones, sometiera;
sirviéranme mis triunfos de bien poco.
No procedas, Cortés, de esa manera
ni a Moctezuma tengas en tan poco,
a quien bien puedes dar muerte alevosa,
pero no decir de él tan baja cosa.

   «Y no porque amorosa y francamente
en mi fuerte ciudad te haya hospedado
(contra el designio de mi fiera gente,
bien en contra del tuyo declarado)
tienes, con loco término imprudente,
de perderme el respeto que guardado
me ha sido hasta aquí de todo el mundo:
pregúntalo a mi diestra, en quien me fundo.

   «¡Vive el luciente Sol, a quien adoro,
que si tanto, Cortés, no te quisiera,
que hoy con tu poca gente en muerte y lloro
tus temerarios fines convirtiera!
¿Guárdase así a los reyes el decoro?
¿Tratáis al vuestro allá de esa manera?
Agradece, Cortés, que a tu locura
no satisfago con venganza dura.»

   Cortés que no se altere le replica,
pidiéndole que el pueblo no levante,
y mientras la traición se verifica
(por ser de sus intentos lo importante)
que a su casa se vaya le suplica,
poniéndole la muerte por delante
si el ir con él callando rehusaba
o en su defensa la ciudad se armaba.

   Hallóse de esto el bárbaro turbado,
sin saber a Cortés qué responderse;
sin consejo, corrido y atado
bien cuatro horas dudó en el resolverse,
de varios pensamientos rodeado,
mas visto ser dañoso el defenderse:
-«¡Oh triste estado, dice, oh airado cielo!»,
despidiendo un suspiro sin consuelo:

   «¡Oh español esforzado y valeroso
(un tanto del coraje enternecido
le dice), el más felice y venturoso
que cuántos ha tu patria producido!:
pues con hecho tan arduo y peligroso
que salgas hoy el cielo ha permitido,
mira que el gran poder del Mejicano,
llevas y va debajo de tu mano.»

   Cortés, haciendo humilde acatamiento,
le responde: «Señor, será tu Alteza
tratado con aquel comedimiento
que se debe y es justo a tal grandeza,
y no es ésta prisión, mas cumplimiento,
porque de esta mi gente es la braveza
de suerte que si así no procediera,
a sus manos sin duda feneciera,

   «Diciendo no haber hecho diligencia
en el vengar sus muertos compañeros
y que, por mi descuido y negligencia,
dejaba, o por sobornos, de ofenderos:
mas venga Qualpopoca a mi presencia,
que esto será bastante a defenderos,
y poniendo en prisiones al culpado
seréis luego, señor, de ella sacado.»

   «Vamos, dice, español, donde quisieres,
que la alta empresa que has acometido
da bien claro a entender lo mucho que eres,
pues que tu esfuerzo a tanto se ha extendido:
del Cielo baja al fin lo que hicieres
y así en todo serás obedecido,
que rehusar su suerte no conviene
al que ofendido como yo le tiene.»

   El rostro y ojos inclinó con esto
y en unas andas de oro le llevaron
en casa de Cortés, donde fue puesto
en lugar que por suerte señalaron:
mas en tropel confuso, descompuesto,
a la casa los indios se arrojaron
a librar a su rey, el cual les manda
suspendan por entonces tal demanda,

   Diciendo su prisión ser conveniente
para cosa que a todos importaba.
Quietóse con aquesto el pueblo y gente,
que en arma y levantado todo estaba.
¿Quién hazaña leyó tan excelente
ni empresa tan difícil, ardua y brava,
ni cuándo capitán griego o romano
hecho emprendió tan alto y soberano?

   Salía Moctezuma, acompañado
de españoles, al templo y sacrificio,
que esto de vuestro abuelo había alcanzado,
a quien su humilde ruego fue propicio.
Habíale con instancia suplicado
que el inhumano, cruel y torpe vicio
de inmolar sangre humana se dejase
y que de todo punto lo evitase.

   Mas visto el pueblo errado no cesaba
en su sangrienta y vana idolatría,
la ciega ley que el Bárbaro observaba
y la ofensa que a Cristo se seguía,
mil difíciles medios intentaba
y al fin quedó resuelto en uno un día,
donde mostró su ser y audacia suma
más que en prender al alto Moctezuma.

   Fue, pues, que con violenta mano armada
(estando Moctezuma con la gente
de su corte mejor y más granada
en el templo mayor) osadamente
por él con grande esfuerzo derribada
la simulada estatua incontinente
fue, de Tezcatlipuca y dioses vanos,
que adoraban los torpes mejicanos.

   Diciendo: «Adverso cruel del ser humano,
ángel altivo, de soberbia lleno,
hoy el Cielo permite que esta mano
la adoración te quite que condeno!
Segunda vez salió tu intento vano,
baja, maldito, a tu profundo seno,
entre el espanto y el crujir de dientes,
que ésos te son lugares convenientes.

   «Deja la adoración precisa y santa
para el perfecto Autor de toda cosa,
y para esta insigne y útil planta
en que vertió su sangre fructüosa.»
Con esto el árbol santo en alto planta
con intención y diestra fervorosa,
y con las manos juntas levantadas
dice, postrado en las sangrientas gradas:

   -«Aqueste es el lugar a ti debido,
árbol cuyas raíces penetraron
hasta el oscuro reino del olvido,
do las suspensas almas desataron:
y a ese enhiesto pimpollo florecido,
que las venas de Cristo alimentaron,
el cual sobre el Olimpo alzando el vuelo,
abrió el cerrado paso para el Cielo:

   «Y a esos abiertos brazos que nos muestras
(de ese tronco feliz ramos tan buenos)
con que abrazaste las miserias nuestras,
haciéndonos de eterna muerte ajenos;
y a ti, ¡oh Señora!, que a su pie te muestras
con los virgíneos ojos de agua llenos,
la adoración se debe que procura
quitaros la infernal y vil criatura.

   «Pero mientras mi diestra recibiere
vigor del inflamado pecho ardiente,
y mientras vivo sustentar pudiere
el puesto en que os plantó mi celo hirviente,
no le habéis de perder, y si ocurriere
el infernal poder y el de esta gente,
filos siento en mi espíritu y espada
para vuestra defensa, ¡oh Cruz sagrada!»

   «Mas ya son menester, que el furor siento
de la idólatra gente removida,
la cual parte a impedir mi justo intento:
¡Vuestra causa amparad, árbol de vida!»
Calló con esto, y al rigor sangriento
se opone de la turba embravecida
que, al son de caracoles tortüosos,
venía al embestir con pies furiosos.

   Pero al altar los ojos levantando,
adonde por cien gradas se subía,
fueron el paso y furia mitigando,
sintiendo sin vigor la sangre fía:
fuese un hielo en sus venas regalando,
infundiendo en sus pechos cobardía,
que en torno de la Cruz una luz vieron
con que del todo el ánimo perdieron.

   Mostróse a Moctezuma más patente,
el cual dijo haber visto, en fuego envuelta,
una no conocida, alada gente,
con varias armas, diligente, suelta,
que a la Virgen guardaba y Cruz luciente
de aquella turba bárbara resuelta,
y que en el aire un joven se mostraba
que al idólatra pueblo amenazaba.

   Lo cual viendo, alterado, temeroso,
hizo con general y presto bando
que el pueblo amedrentado, receloso
las armas fuese y pretensión dejando:
a quien Cortés, con celo fervoroso,
fue gloriosos misterios declarando,
con que los sacrificios se evitaron
y en agua santa muchos se lavaron.

   Viendo Plutón el daño tan notable
que por medio de aquesto le venía,
áspero de llevar, irreparable,
la muchedumbre de almas que perdía,
y que a muchos la ley era agradable
y lo que por momentos se extendía,
con eficacia inquiere y solicita
cómo recuperar su ley maldita.

   Para lo cual sus súbditos convoca
y todos, su mandato obedeciendo,
vinieron a juntarse a una alta roca
que está continuas llamas despidiendo
(de su oscura morada ardiente boca),
cuyo ruido el aire ensordeciendo
causa al suelo terror, y sus centellas
se van contraponiendo a las estrellas.

   Es aqueste un volcán (Sierra, llamado,
del Humo por el Indio antiguamente)
de Chololla ocho leguas apartado,
que quince leguas en contrario, y veinte,
la tierra habían sus llamas abrasado
con gran rüina y pérdida de gente,
de plantas, mieses, cazas y ganados,
quemando vegas, valles, sotos, prados.

   Allí más que otras veces el rüido
en las cóncavas rocas resonaba,
las voces, el estruendo y el aullido
los comarcanos pueblos espantaba,
que como entonces nunca se había oído
ni visto tempestad tan dura y brava:
las flamíferas ascuas que bajaban,
poblados y desiertos abrasaban.

   Un gran incendio, al suelo amenazando,
de un turbio y negro velo le vestía,
el estruendo y terror fiero aumentando
tanto que el gran Vulcano parecía
(con su cíclope turba martillando)
que sus yunques durísimos hería:
suben al alto alcázar encendidas
ascuas, de un fiero viento compelidas.

   Aquí el bravo, infernal ayuntamiento
estuvo un día y noche voceando
sobre el poner con tiempo impedimento
a la ley que Cortés iba sembrando:
donde se resolvió, para este intento,
fuese Tezcatlipuca (rutilando
con la rica y luciente vestidura
que en Méjico tenía y la figura),

   A las casas oscuras, espantosas,
de la mísera Envidia, brevemente,
a pedir que con trazas cautelosas
la rüina atajase y mal presente.
Y con varias industrias ponzoñosas,
(cosa a sus pretensiones conveniente
visto su intento, por ninguna vía,
cuán poco efecto en tierra y mar hacía.

   Tezcatlipuca del volcán desciende
envuelto en ciego y negro torbellino.
Por la nublosa vía el aire hiende,
hinchendo de tinieblas el camino:
árbol, planta ni flor no se defiende
de su anhélito ardiente, repentino,
que todo lo que alcanza por do pasa,
arrüina, marchita, seca, abrasa.

   Llegando sobre un valle seco, oscuro,
donde jamás el sol entrado había,
sin árbol ni vereda, vido un muro
que un carcomido andamio sostenía,
a quien con proceder continuo y duro
el Aquilón nevoso combatía,
lleno de oscura y negra pesadumbre,
de ponzoñosa y sucia podredumbre.

   Aquí detuvo el alto y veloz vuelo
y, al edificio el ídolo bajando,
el aire deja y pisa el seco suelo,
a la lóbrega puerta enderezando:
do a Ajax Telamón vio sin consuelo,
que las armas de Aquiles codiciando,
su miserable suerte lamentaba
porque el prudente Ulises las llevaba.

   Mostrábase allí Dédalo envidioso,
dando a Talos la muerte por su mano,
aquél su gran discípulo ingenioso;
y, con dañado intento, vio a Adriano,
de su fortuna mísera quejoso
por las prosperidades de Trajano,
causa de que los partos entregasen
su tierra y el gran puente derribasen.

   Vio a Zoilo, que estaba maltratando
a Homero con palabras injuriosas;
vio a Dídimo seis libros hojeando,
copiosos de razones afrentosas,
con que al gran Cicerón iba culpando,
sus obras detrayendo tan famosas;
Salustio y Cicerón vio competían
y que epístolas feas se escribían.

   A Calígula vio; cómo al precioso
collar se codiciaba de Torcuato;
que a Esio degollasen por hermoso,
de Envidia pronunciaba el cruel mandato,
y de Pompeyo el tronco generoso
envidiaba, y la crin de Cincinato;
contra Abel a Caín v[e]ía indignado,
por ser más rico que él, y afortunado.

   Vio al temeroso Herodes, rey cruento,
que el reino de Mesías envidiando,
iba con proceder bravo, sangriento,
los tiernos inocentes degollando;
de José los hermanos vio y asiento,
y cómo de venderle están tratando;
vio a Mucio, que envidioso enflaquecía
con el aumento y bien que en otros v[e]ía.

   Estaban estos bultos mal apuestos,
en frío y duro bronce entretallados,
sin orden en la puerta y zaguán puestos,
con grosera inventiva fabricados:
aquí y allí tendidos, descompuestos,
de orín y herrumbre fea cobijados,
sin otros muchos que decir pudiera
si cansaros, Fernando, no temiera.

   Tezcatlipuca entró do se alojaba
la miserable Envidia carcomida,
que en un rincón oscuro se mostraba
en la tierra tristísima tendida:
vio que el vientre insaciable alimentaba
(que aquesta es de ordinario su comida)
de lagartos, culebras y serpientes,
con quebrada color y agudos dientes.

   Perezosa de tierra se levanta,
viendo ante sí aquel ídolo dorado,
el cual del espectáculo se espanta tan fiero,
y de facción tan mal formado.
Ella se aflige en ver riqueza tanta,
y se entristece en verle cobijado
con planchas de oro puro reluciente
y ocho esmeraldas gruesas en la frente:

   A quien mira con faz ceñuda, airada,
mil profundos suspiros despidiendo.
Tanto era aquella bestia emponzoñada
que él también suspiró, su rostro viendo,
que aunque de la infernal región dañada
vino (el mandato de Plutón cumpliendo),
nunca monstruo tan fiero visto había
ni entendió que la tierra le tenía.

   Cuyo cuerpo miraba, mancillado,
flaco y con mal compuesta vestidura,
largo el rostro, amarillo y ocupado
de una sombra mortal, triste y oscura,
con semblante asperísimo, indignado
y cautelosa vista mal segura:
mira los pies descalzos, descarnados,
de espeso y negro vello cobijados.

   Nunca duerme, mas siempre está velando,
este animal nocivo, ponzoñoso,
mil suertes de dañar imaginando,
con que priva a los hombres de reposo,
injustamente a muchos derribando
de sus puestos con término afrentoso:
nunca ríe ni en él entró contento
sino con el siniestro acaecimiento.

   A éste dice el ídolo: «Ve luego,
de nuestro rey cumpliendo el mandamiento,
sembrando ponzoñoso y vivo fuego,
de tu poder usando, atroz, violento,
de Cuba a la isla fértil, do te ruego
(si es mi ruego también de algún momento)
que en la española gente que la habita
infundas el rencor que te acredita.

   «Para que esto detenga el brazo airado,
de un joven español, fuerte, animoso,
cuyo valor (de muchos envidiado)
no pueda conseguir su fin glorioso:
que al rico y nuevo mundo yugo ha echado,
donde, del Nazareno fervoroso,
los ocultos misterios ha esparcido,
con que pierde el Infierno lo adquirido.»

   Desparecióse el ídolo con esto
y ella, su estancia lóbrega dejando,
con indignado rostro y vuelo presto,
mar, montes y poblado atravesando,
dejando inficionado y descompuesto
cuanto su fiera vista va tocando,
llega a la fértil Cuba, do en la gente
su semilla esparció, dañosa, ardiente.

   Unos hermanos de otros se quejaban
y con palabras y obras se ofendían;
lo que amistad estrecha profesaban,
con el bien del amigo enflaquecían;
de ofenderse mil medios intentaban,
fraudes, insultos, robos cometían,
cada cual su bien sólo pretendiendo
y por dañar al prójimo muriendo.

   Con espantosas alas ocupaba
la nocturna tiniebla el bajo suelo;
Dictina en la mitad del cielo estaba,
cubierta de un nubloso y triste velo;
la cuerda en los mortales aflojaba
a la necesidad, trabajo y duelo,
un sueño general, dulce, sabroso,
en silencio gozando de reposo,

   Cuando la Envidia andaba visitando
los que el Gobernador más conversaba.
Iba sus más amigos frecuentando
y con su aliento y mano les tocaba:
fueles con su ponzoña inficionando,
y por pechos y entrañas les sembraba
gran cantidad de espinas escabrosas
y nuevas pretensiones envidiosas.

   Póneles por delante las proezas
que en la conquista vuestro abuelo hacía,
el oro, plata, piedras y riquezas
que el bárbaro monarca le ofrecía,
su noble proceder y sus grandezas
y cuánto el nuevo mundo le temía:
despiertan sin sosiego suspirando,
mil vueltas a una parte y otra dando.

   Aun apenas la estrella radïosa
había muestras de luz al suelo dado,
y de Titón la bella, clara esposa
del mundo el dulce sueño ahuyentado,
cuando la cama, al pretensor odiosa,
cada cual deja, de este mal tocado:
vanse al Gobernador, que gruesa armada
mandó fuese de naves aprestadas,

   Para que luego a Méjico partiese
y a vuestro abuelo de él con fuerza echase,
de cuya gente y naves quiso fuese
Pánfilo de Narváez quien se encargase
y que de capitán nombre tuviese,
al cual mandó que al punto se embarcase:
parte de Cuba la pujante flota,
de Yucatán tomando la derrota.

    Volviendo a Qualpopoca (a quien llamado
por su descargo Moctezuma había),
digo que a la ciudad había llegado,
a quien puesto en prisión Cortés tenía.
Halló que en la traición era el culpado,
con un hijo y quince hombres que traía,
los cuales todos juntos fueron luego
dados en la ancha plaza al vivo fuego.

   Y mientras la sentencia ejecutaba,
agravó a Moctezuma las prisiones,
a quien con grillos de oro aherrojaba
por si aspirase a nuevas pretensiones:
mas hecha la justicia, le quitaba
las estrechas y duras ligazones,
y libertad sabrosa le ofrecía,
la cual vino a decir ya no quería.

   Tras esto Moctezuma la obediencia
por Carlos dio a Cortés, con fe jurada,
prometiendo aplacar con diligencia
la gente más remota y arriscada;
mas Luzbel, que en su causa hacía asistencia,
viendo su falsa ley vituperada,
pensando su deseo consiguiera,
trata que el Español dañoso muera.

   Estando solo Moctezuma un día,
cuidoso a un aposento retirado,
todo el suelo sintió se estremecía,
de que se halló confuso y atajado:
vio una fogosa boca en él se abría,
y por ella salir un hombre armado,
de aspecto fiero, bravo, en vista horrible,
que con voz le amenaza cruel, terrible.

   De fea amarillez cubierto el gesto
y de mortal tiniebla, triste, oscura,
con visaje espantable, descompuesto,
descarnado y de fiera catadura.
Causóle a Moctezuma terror esto
y más cuando una llama viva, pura,
vido que por los ojos le salía
y el turbio y negro aliento que esparcía.

   Erízasele al rey, turbado, el pelo
y el fatigado aliento le faltaba;
un entrañable miedo y frío hielo
los miserables huesos le ocupaba.
Tiembla, puestos los ojos en el suelo,
que la fiera visión mirar no osaba,
la cual le dice: «Tímido, abatido,
indigno del imperio que has tenido.

   «Yo, soy Acamapich, que la corona
tuve gran tiempo de este triste estado,
que ahora el Español falso pregona
haber con fuerte diestra sujetado:
éste reedificó mi real persona
para que tú, imprudente, acobardado,
vinieses a perder con flaca mano,
y su temido nombre el Mejicano.

   «¿Quién sino tú en su reino, entre su gente,
a un extranjero triste se rindiera
y a la dura prisión, infamemente,
la cerviz libre, yerta sometiera?
¿O quién a Qualpopoca, un tal pariente,
quemar en su presencia consintiera?
¿O quién su antigua ley no sustentara,
antes muriendo que otra se plantara?

   «Del reino oscuro y cárcel tenebrosa
a que me condenó mi adverso hado
vengo sólo a avisarte de una cosa,
de tu contraria suerte lastimado:
y es que esta gente brava, cauta, odiosa
des a la muerte o eches de tu estado
si no quieres perderle, con la vida,
en afrentosa y mísera caída.»

   Despareció Megera con aquesto,
que había en forma de aquél aparecido.
Llama a consejo el rey, donde propuesto
fue el arduo caso en breve, y definido,
de do salió que, con secreto y presto,
un ejército grueso y escogido
de la práctica gente se juntase,
y en la ciudad y fuerzas se alojase.

   Cien mil hombres y más juntó en un día
sin que de ello Cortés nada supiese,
a quien luego a llamar furioso envía,
mandándole de Méjico se fuese.
Humilde respondió que le placía,
que un conveniente término le diese
para que algunas naves fabricase
en que a su dulce patria se tornase.

   De industria tal respuesta Cortés daba,
que no porque dejar quería la tierra
ni tal por pensamiento le pasaba,
sino acabar del todo aquella guerra:
y así veinte españoles enviaba
para que en los pinares y alta sierra,
con muchos indios, árboles cortasen,
y a labrarlos despacio comenzasen.

   En esta coyuntura un indio llega
con nueva a Moctezuma de una armada
que en la costa quedaba, a quien entrega
de algodón una tela delicada
que luego en su presencia se despliega,
donde al vivo la flota figurada
con tanta sutileza se mostraba
que sólo el movimiento le faltaba.

   Manda a gran prisa el bárbaro alterado
le llamen a Cortés pero, sabido
por él, se halló confuso y atajado,
suspenso, receloso y afligido,
que siempre algún furor del pueblo airado
y voluntad del rey había temido,
por ser gente sin ley, feroz, airada,
brava, inhumana, fiera y arriscada.

   Los demás españoles, que entendieron
el peligroso trance que aguardaban,
algún triste y sangriento fin temieron
y con rostros aflictos lo mostraban,
y así al presente mal se previnieron,
que por muerte cualquier sombra juzgaban:
mas quien de esto el suceso ver desea,
el venidero canto atento lea.


 
 
FIN DEL CANTO VIGESIMOPRIMERO