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ArribaAbajoCanto IV

Prosigue Aguilar su agradable historia, donde declara el asiento de la ciudad de Méjico y costumbres del nuevo mundo [y] el poder y grandeza del rey Moctezuma. Pide a los españoles le digan las caucas de su venida y con qué fines, a lo cual Tapia satisface. Parte la armada de aquella isla, tomando la derrota de Catoche, primera punta de Yucatán.




Don singular por cierto es la templanza,
grandemente los hombres habilita,
mucho con ella en la opresión se alcanza,
y mucho los trabajos facilita;
de aquél puede esperarse buena andanza
que lo superfluo de su cuerpo quita
y con lo razonable se contenta,
con que a naturaleza no violenta.

   Mas triste del que siempre se fatiga,
en servir a su cuerpo cuidadoso,
que a muchos sirve, pues a tal se obliga,
solícito, afanado y temeroso:
éste la cosa justa no investiga,
antes le aplica el nombre más vicioso,
que aquél tiene por vil la cosa honesta,
a quien el cuerpo es caro, y por molesta.

   No digo yo que al cuerpo le quitemos
lo que para el vivir le es necesario,
pues la naturaleza que tenemos
nos fuerza a que le amemos de ordinario;
bien es de los peligros le guardemos,
de enfermedad, pobreza y cruel contrario,
mas con término tal y con tal celo,
que al mundo agrade y satisfaga al Cielo.

   En los tiempos antiguos y dorados,
poco de que traer en esto había,
pues eran comúnmente sustentados
de hierbas los humanos, y agua fría:
unos viviendo de otros apartados,
faltos de casas, ropas, policía.
Esto a naturaleza contentaba,
y el hombre alegre y sin cuidado andaba.

   ¿Quién fue, cuitado, de éstos el primero
que, de tan altos dones mal contento,
abrió a la gula el áspero sendero,
dándole entre nosotros fijo asiento?
¡Oh siglo nuestro errado, lastimero,
vano, vicioso, indómito, sangriento,
vuelve a aquellas costumbres tan hermosas
las tuyas, reprobadas y viciosas!

   Mas hay de epicúreos muchedumbre,
que sus vientres y cuerpos sólo adoran
(vuelta en naturaleza su costumbre),
que el bien o el daño venidero ignoran:
y no hay solo un Pitágora[s] que encumbre,
entre éstos, la templanza que desdoran,
hasta que su maldad al Cielo obligue
a que con sus deleites los castigue.

   No de aquestos los pasos imitando,
ganó el fuerte Aguilar renombre claro,
sino de la templanza antigua usando,
siendo desde su infancia en ella raro.
Fue grande sufridor, menospreciando
del hado adverso el proceder avaro,
el cual haciendo al Español notoria
va de esta suerte su agradable historia:

   «Aquesta es un isleta mal poblada,
adonde ahora estáis, de poca cuenta,
y aquélla es tierra firme, dilatada,
que el occidente veis que el sol calienta.
Habítala una gente desbarbada,
belicosa, feroz, sanguinolenta,
hombres robustos, ágiles, membrudos,
de rostros bazos y en costumbres crudos.

   «Allí una gran ciudad, puesta en un llano,
como cabeza principal florece,
cuyo distrito fértil, ancho, ufano,
con extendidos reinos la obedece:
está el antiguo pueblo mejicano
(por donde nuestro polo se le ofrece)
de altura en su horizonte en veinte grados,
con cuidado, señores, compasados.

   «Es agradable y a la vista hermosa,
tiene sesenta mil y más vecinos,
gente granada, rica, belicosa,
de tal grandeza por sus partes dinos.
Tiene su asiento la ciudad famosa
en agua, y de ella salen tres caminos
de pedernal calzados, tan durable,
que hacen la gran ciudad inexpugnable.

    «Soplan la tierra Norte y Mediodía,
las costas y marinas, Oeste y Leste,
y las calzadas, por derecha vía,
baten Ábrego, Céfiro y Nordeste.
Hay una montüosa serranía,
a la vista de Méjico al sudoeste,
de a do baja tanta agua a la campaña,
que el mejicano muro en torno baña.

   «Hácese un lago ancho y espacioso,
que ocupa en redondez noventa millas,
de la insigne ciudad seguro foso,
guarda y amparo de otras muchas villas
que en su distrito verde y espumoso
se encierran, y en sus húmedas orillas
tiene cincuenta pueblos suntüosos,
de edificios gallardos y costosos.

   «Son los más principales de señores
que a uno, como a rey, sólo obedecen,
y como sus vasallos o inferiores,
con excesivos pechos le engrandecen.
Reyes, caciques, pobres moradores,
al Rey personas con hacienda ofrecen,
que a ninguno reserva del tributo,
como señor de todos absoluto.

   «Ignora el haber Dios y ley divina
esta gente sin luz, y así ejercita
del ángel comunero la doctrina,
con que su mal y daño solicita.
Guardan ésta con dura disciplina,
a que con gran cuidado los incita;
comunican con él todos sus hechos,
de sus cautas respuestas satisfechos.

   «De aquí nace el tener por adivinos
a aquéllos que a este yerro más se aplican;
tienen por fe los falsos desatinos
que estos cuitados con fervor predican,
a quien tienen por santos y por dinos;
de lo que con su adverso comunican,
inquieren lo futuro por agüeros,
haciendo mil discursos estrelleros.

   «Tienen (como lo son) por inmortales
a las almas, y entienden son premiadas
según como vivieron los mortales
velos, en que anduvieron disfrazadas;
creen que hay penas y futuros males
a que son por sus culpas condenadas,
y que alcanza del bien el bueno palma,
con que descansa eternamente el alma.

   «Guardan un rito duro, temerario,
bruta costumbre de su secta vana,
y es que en el sacrificio de ordinario
ofrecen a sus dioses sangre humana;
riegan con ella el falso relicario
y simulacros de su ley profana,
y de los cuerpos ya sacrificados,
comen en borracheras congregados.

   «Bañan en fuentes los recién nacidos,
o en frígidos estanques represados,
por que salgan más recios y curtidos,
y de miembros más fuertes, y alentados.
Son de cuerpos medianos y fornidos,
de gruesos tercios y hombros apartados,
de brazos cortos, tablas espaciosas,
enjutas piernas, plantas presurosas.

   «Pónenles en naciendo a los varones,
una dura rodela en la siniestra,
y una flecha, o dos puntas de lanzones,
en la incapaz y tierna mano diestra.
Regocíjanse en bailes y canciones,
dando de su venida alegre muestra,
diciéndole: «Tu ley y patria cara
defiende, con rigor de lanza o jara.»

   «Usan el corvo arco, y flecha dura,
arma con que pelean comúnmente;
válense de ella por la más segura,
y por ser en tirarla diestra gente.
Tanto, que el que por suerte o desventura
el blanco yerra con la vira ardiente,
en la congregación do la ejercitan
de tirar más allí le inhabilitan.

   «Gruesas picas con puntas enastadas
de pedernal durísimo, enconosas,
dardos para arrojar, hondas, espadas,
ejercitan por armas más dañosas.
Hay entre ellos personas señaladas
en jugar otras armas más briosas,
para poder de cerca señalarse,
y con el enemigo aventajarse.

    «Estos, con hachas cortas y martillos,
al menester en número arremeten:
diestros soldados, prácticos caudillos,
que a su arrogancia sola se someten:
y en las sangrientas bregas y corrillos
son los primeros que las plantas meten,
cuál con pesada maza repuntada,
cuál con ancha rodela y corta espada.

   «Y para que el solícito flechero
no les pueda ofender con brazo airado,
ni el golpe duro del contrario fiero,
visten (de palo fuerte, retostado)
coseletes cubiertos con un cuero
curtido, y con industria aderezado,
del cual hacen quijotes, brazaletes,
grevas, escudos, cascos, capacetes.

   «Esles por estatutos defendido,
el uso de las armas si no en guerra,
por evitar escándalo y ruïdo
y por que esté pacífica la tierra;
en la costa o frontera es permitido,
(do entre ellos la discordia más se encierra),
que el odio envejecido en desafíos,
pueden allí mostrar con nuevos bríos.

   «No diré por ahora la manera
con que estas gentes forman sus batallas,
que no es para contarse a la ligera
el industrioso término de dallas:
pero prométoos relación entera
de esto, y de cosas dignas de notallas,
y en tanto oid del alto Moctezuma
el poder y grandeza en breve suma.

   «Es Moctezuma rey de la más parte
de aqueste nuevo mundo belicoso,
hombre animoso, astuto en cualquier arte,
reportado, sagaz, grave, industrioso,
inclinado, al rumor del fiero Marte,
cursado en su ejercicio riguroso,
amigo de intentar notables cosas
y adquirir opinión en las dudosas.

   «Dicen ser por antigua línea recta
derivado de estirpe generosa,
y de la sangre ilustre y más perfecta
de Aculhúa, y su casa valerosa;
de Aculli descendiente, a quien sujeta
gran parte de esta turba belicosa
está, su real persona respetando,
con que se va de todo apoderado.

   «Este es por sucesor también tenido
del fuerte y valeroso rey Auchizo,
y también descendiente del temido
Acamapich, que a Méjico rehízo.
Hombre entre ellos valiente y atrevido,
valeroso, esforzado en cuanto hizo,
bárbaro, pero recto y justiciero,
tenido en opinión de gran guerrero.

   «El rico y gran distrito señalado,
que a Moctezumacín está obediente,
le terminan de un lado y otro lado
(cada cual por su parte diferente)
el proceloso mar, del Sur llamado,
y el del Norte, con mansa, clara frente,
con blanca espuma el término rayando,
el dilatado sitio demarcando.

   «Y no paró el soberbio mejicano,
con áspero rigor y dura guerra,
hasta que con violenta y diestra mano,
vio los últimos fines a la tierra;
haciendo lo difícil fácil llano,
conquista lo poblado, monte, sierra;
los antiguos caciques deshereda,
dichoso aquél que con la vida queda.

   «Llega a las aguas con feroz destino,
y de verlas el bárbaro ofendido,
intenta abrir el líquido camino,
si por ellas le fuera concedido,
y de bajar al sitio cristalino
del húmedo Neptuno sumergido,
sólo a mover con él sangrienta guerra
porque le impide conquistar más tierra.

   «Del un mar hasta el otro le obedecen
cien ciudades insignes, populosas,
cuyas grandezas con el tiempo crecen,
y fábricas insignes, suntüosas,
que con las sierras competir parecen
sus levantadas torres ingeniosas;
sonle ochocientas leguas obedientes,
de lenguas varias y diversas gentes.

   «Verdad es que en el término que digo,
hay algunas provincias señaladas
que tienen a este rey por enemigo
(de ejércitos gruesísimos dotadas),
que sustentadas de uno y otro amigo,
le atienden con cervices levantadas,
como tecoantepecos, tlaxcallanos,
pánucos, chichimecas, mechoacanos.

   «No porque a Moctezuma, rey potente,
resistirse podrían (si el quisiese
mostrar su gran poder y airada frente)
sin que con brevedad los destruyese.
Entretiénese así porque a su gente
le es, para habilitarse, de interese,
en la milicia; de a do llevan vivos
copia, a sus sacrificios, de cautivos.

   «Son, entre reyes y caciques, treinta,
cada cual de a cien mil y más vasallos,
los que por evidente y clara cuenta,
dejo, por pesadumbre, de nombrallos.
A Moctezumacín personal renta
dan, como a aquel que pudo sujetallos,
reconociendo el duro y adversario
suceso del opreso tributario;

   «Con más tres mil señores poderosos
(que esta costumbre en sus tributos tienen),
señores de lugares populosos
que en el reino espacioso se contienen.
Los reyes y caciques más famosos
residen en su corte y se entretienen,
que así les es del bárbaro pedido,
de ellos jurado en forma y consentido.

   «Usa de aquesta cauta diligencia
por evitar civiles disensiones,
y cuando alguno parte es con licencia
y con graves y justas ocasiones,
dejando lo que dura aquella ausencia
(para rehenes) cuantïosos dones,
mujer, hijos, hermanos y gran suma
de oro luciente, perlas, plata y pluma.

   «Están de antiguos tiempos obligados
a tener casa en Méjico de asiento,
a ello por el bárbaro forzados,
con expreso, inviolable mandamiento;
conservan de esta suerte sus estados
y van los de su Rey en más aumento:
hay en su corte copia de señores,
hechos, de extraños, propios moradores.

   «Estos con sus personas solamente
le pagan, sus servicios asistiendo,
que es el común pechar de noble gente,
la ilustre de la baja distinguiendo,
que el labrador con modo diferente,
va con graves tributos acudiendo:
sirve al rey con hacienda y con persona,
imposición que a nadie no perdona.

   «Tlacopan y Tezcuco nunca dieron
a Moctezuma más del homenaje,
ni sus antiguos reyes le rindieron
(como otros) abatido vasallaje,
voluntaria obediencia le ofrecieron
por ser, como son todos de un linaje,
con quien casan los reyes mejicanos
deudas, hijas, hermanas, con hermanos.

   «Ha mucha tierra y reinos adquirido,
con mano armada y duras opresiones,
y al mejicano imperio sometido,
ensanchando su término y mojones:
tanto su monarquía se ha extendido,
por las bélicas árticas regiones,
que si en Méjico se arman, es ya cierto
de este rey aceptar cualquier concierto.

   «Guardan a Moctezuma por sus grados,
cada día seiscientos caballeros,
y otros dos mil continuos y soldados,
cursados tiradores y piqueros.
Están para este efecto diputados
cuatro caciques, prácticos guerreros,
a quien el repartir la gente toca,
que para aquesta guarda se convoca.

   «Esta es, señores, relación muy cierta,
según la tienen las provincias fieras,
que con armada mano y cerviz yerta,
de gentes se defienden tan guerreras.
¡Dichosa aquélla que a escaparse acierta,
del bárbaro monarca y sus banderas,
y dichosa también la más remota,
pues goza paz serena por ignota!

   «Mucho, señores, por contaros resta,
pero para ocasión mejor se quede,
y en tanto me decid qué armada es ésta,
y la causa también de a dó procede,
a qué fin por aquí viene dispuesta,
qué luz o relación guiarla puede;
del general el nombre y patria os pido
que también me digáis, encarecido.»

   Enterneció a los cuatro el triste cuento;
de la gente y costumbres se admiraron,
y más cuando del bárbaro sangriento,
del comer carne humana se informaron;
hicieron con los rostros movimiento,
con que el temor oculto declararon.
Tapia responde: «Todo se te debe»,
y a su demanda así la lengua mueve:

   «Valeroso español, en trances duros
por los hados siniestros ya probado
(más que aquél que humilló los altos muros
al Durateo, de hombres entrañado),
a alentarnos bastante en los futuros
y a lanzar los pasados del cuidado,
lo que pides haré con gran contento,
y, pues tú le recibes, oye atento:

   «Esta armada que ves y sus banderas,
es del gran Carlos Quinto valeroso,
que envía a conquistar naciones fieras
y ese mundo que dices espacioso:
que ciertas relaciones verdaderas
del genovés Colón, hombre industrioso
(que algunas costas de él ha descubierto),
nos hace, aunque prolijo, el paso cierto.

   «Es general de aquesta armada y gente,
Cortés, que produció la Extremadura,
en Medellín, mancebo floreciente,
de gran reputación, ser y cordura,
reportado, sagaz, diestro, valiente,
de clara sangre y próspera ventura,
según pregona la parlera fama
que del un polo al otro se derrama.

   «La nobleza del pecho generoso
y la necesidad le acometieron,
facilitando el hecho más dudoso,
feliz y honroso fin le prometieron:
y por el ancho mar tempestüoso,
sus arduas pretensiones se extendieron,
buscando en los dudosos trances gloria
con que eterniza el fuerte su memoria.

   «A éste el domar las brutas hinchazones
del Mejicano bárbaro temido,
y el descubrir incógnitas naciones,
debe estar por el Cielo cometido:
para que las idólatras regiones
(que han hasta aquí sin Dios y ley vivido)
un sólo Dios y ley tengan y adoren,
y ser de todo el Hacedor no ignoren.

   «Este siguió las letras, pero viendo
que otro camino el Cielo le mostraba,
y que del crudo Marte el duro estruendo
a darle eterno nombre le llamaba,
el ciego y torpe sueño sacudiendo,
la clara sangre (que dormida estaba)
entre los verdes años se remueve,
lo mucho viendo que a su tronco debe.

   «Diciendo: 'Amada patria y dulce abrigo,
tiempo es de te dejar, a Dios te queda,
que en vez de tu regalo ya me obligo
a seguir de fatigas la vereda,
otras empresas que hasta aquí investigo,
pues llega el tiempo en que mi diestra pueda
vibrar la pica, gobernar la espada,
y mis hombros cubrir gola acerada.'

   «A Italia parte, donde nombres caros
han con tan justas causas adquirido
(por su mucho valor) varones claros,
opuestos al rigor del mudo olvido.
No quiere nombre entre éstos, aunque raros,
sino que un mundo entero no sabido,
haga de su valor bastante prueba,
y de él el triunfo entero se le deba.

   «Torció de aquel intento la derrota,
y a la isla de Cuba (de ésta enfrente)
se vino, hasta Colón al mundo ignota,
estancia no a sus fines conveniente.
Mas con nueva de tierra más remota,
navíos junta, munición y gente,
con mil contradicciones que no digo,
aunque pudiera bien, como testigo.

   «Quiso ver qué españoles llevaría,
Cortés, a la jornada, y numerados
vio que quinientos y cincuenta había
juntado, en militar arte cursados,
que con gallardo aspecto y bizarría
en Cuba dieran muestra concertados:
cinco escuadras lucidas de piqueros,
y hasta once los demás de arcabuceros.

   «Con dieciséis caballos y esta gente,
y once navíos medianos, determina
probar ventura y arrojar la frente
al hado próspero o total ruina.
No la necesidad fue inconveniente
(que es do el ingenio humano más se afina)
para impedir la suerte venturosa,
echada a la inconstante y varia diosa.

   «Salieron capitanes, por consejo
nombrados, Morla, Ordás, Portocarrero,
Escalante, Salceda, Olid, Montejo,
Ávila, gran soldado y marinero,
Velázquez, Escobar (llamado 'el Viejo'
por reportado, práctico, severo),
el general tomando de esta gente,
parte de la arriscada y floreciente.

   «De contrapuestos fuegos varïada,
blancos y azules, hizo su bandera,
y, en medio una cruz grande colorada,
por una banda y otra en cuadro entera,
y una letra en latín que, declarada,
dice en nuestro español de esta manera:
'La Cruz sigamos, que si Fe tenemos
ea esta seña, amigos, venceremos.'

   «Entre los dichos sus navíos reparte,
con gente, munición y artillería,
y de la fértil Cuba alegre parte,
del mar rompiendo la salada vía.
Su gente exhorta, y el furor de Marte
del tímido inflamó la sangre fría,
en el pecho más flaco y temeroso,
nuevo ser influyendo belicoso.

   «El mar soberbio y viento descompuesto,
la armada en varias partes dividieron,
y con violento proceder molesto
gran tiempo el dulce puerto le impidieron.
Al fin, por no os cansar, señor, con esto,
digo que aquí los hados nos trajeron
después de un asperísimo naufragio
tenido, y con razón, por mal presagio.»

   Dio Tapia fin con esto al grato cuento
y, del suceso próspero alentados,
al español, amigo alojamiento
llegaron, con los indios desarmados:
cosa que dio a Cortés mucho contento
y puso más esfuerzo a los soldados,
viéndose con faraute y lengua cierta,
con parte de la tierra descubierta.

   Aguilar a Cortés contó afligido,
su largo cautiverio miserable.
A compasión de oírle conmovido,
con caricia le abraza y rostro afable
diciéndole: «Serás de mí tenido
en lo que pide tu vivir loable;
obras de caro hermano te prometo,
y éstas conocerás por el efeto.»

   Hizo Cortés que luego le trajesen
dos pares de costosas vestiduras
de su misma persona y le vistiesen,
alivio de sus largas desventuras.
Luego a las naos mandó se recogiesen,
y con velas hinchadas y seguras
de aquella isleta ufanos se partieron:
no digo, de cansado, adónde fueron.


 
 
FIN DEL CANTO CUARTO