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ArribaAbajoCanto VI

Previenese el cacique Tabasco con su gente para defender la entrada a los españoles; en la ciudad de Potonchan [Champotón], la cual fortifica no poco ufano y alentado de un infernal y monstruoso prodigio. Traza Cortés de darle el asalto después de muchas demandas y respuestas con los naturales.




¡Cuán bien parece el príncipe ocupado
en defender sus súbditos cuidoso!
Bien como por derecho está obligado
de todo riesgo y trance peligroso,
compliendo con aquello que encargado
le está del Sumo Padre poderoso,
lo cual algunos príncipes ignoran,
con que su ser y crédito desdoran.

   Piensan los tales que el tener vasallos,
sólo les fue del Cielo concedido
para con graves pechos molestallos,
camino do por muchos se han perdido.
Quiero de eite error desengañallos
(ya que en esta materia me he metido)
diciéndoles aquello que hacer deben,
aunque del sabio Rey la ley reprueben.

   Deben amar su pueblo tiernamente,
conociendo y premiando los servicios,
y aplicarle el castigo conveniente
para sacarle de sus torpes vicios:
mas esto con un ánimo clemente,
que baste con la pena a dar indicios
de que, aunque como, rey al tal castiga,
su daño como a padre le fatiga.

   Porque no es (si advertimos) otra cosa
un rey, que de estos miembros la cabeza,
obligado a sentir (cosa forzosa)
el dolor de cualquiera con terneza.
¡Dichoso reino y era venturosa,
en la cual, hermanadas con firmeza,
la piedad y verdad juntas andaren,
y la paz y justicia se besaren!

   Deben en tres maneras ser guardados
los vasallos del rey, y la primera,
de sí mismo ha de ser, sin ser vejados
con lo que de otros él no consintiera.
No han de ser en sus bienes molestados
sin bastante ocasión, notoria, entera,
y procediendo con tan justo intento,
rey, vasallos y hacienda irá en aumento.

   La segunda manera de guardarlos,
ha de ser de los daños que ellos se hacen,
procurando igualmente el enmendarlos,
las causas atajando de a do nacen.
También de los mayores a ampararlos,
que en todo a los menores desaplacen
con fuerzas, robos, daños, desafueros,
leyes rompiendo y quebrantando fueros.

   La tercera, ha de ser de los contrarios
que de fuera a sus súbditos fatigan,
inquíriendo los medios necesarios
para que las victorias se consigan:
no intentadas por modos temerarios,
que a perder las cantadas aún obligan.
Será con esto el príncipe querido,
y con Dios y su oficio habrá cumplido.

   Dirán algunos que excusar pudiera
entrarme tan sin tiempo en el derecho,
y que el rigor de Marte prosiguiera,
camino, al parecer, menos estrecho:
y no dijeran mal si no tuviera
tan cerca la respuesta en mi provecho,
a que pido, señor, estéis atento,
que tiene (según pienso) fundamento.

   Digo, pues, que el Cacique valeroso
que poseía el potonchano estado
era por todo extremo cuidadoso
en observar las cosas que he apuntado:
magnánimo, tratable, pïadoso,
y a deshacer agravios inclinado,
defensor valeroso de su tierra,
querido y respetado en paz y guerra.

   Pues si aquesto en un bárbaro hallamos,
falto de ley, y documentos falto,
¿qué mucho que sus partes advirtamos,
dignas de estilo más copioso y alto,
si lo que acá en los príncipes loamos,
constituidos en lugar tan alto,
con prolijos estudios alcanzado,
se halló en un natural no cultivado?

   Este os será, Marqués, un vivo ejemplo,
para que, aunque en edad tierna, lozana,
con la instancia aspiréis que en vos contemplo,
do el príncipe tal gloria y nombre gana:
al cual hacían los antiguos templo,
y al que no, de metal estatua vana;
que (como dice el sabio) es provechoso
un hombre en la memoria virtüoso.

   Mas como con tan sanas intenciones,
por escrito y palabra con vos ando
tan lejos de interés y adulaciones,
va lo que encierra el pecho en sí mostrando
mayores que otros que os están llamando:
cumplid con ellas; mas dejando aquesto,
pasaré a proseguir lo ya propuesto.

   Tendía el sol sus rayos igualmente,
ya levantado en la mitad del cielo,
y con aliento fervoroso, ardiente,
los mieses tuesta y hiende el seco suelo,
cuando, exhortando a la española gente,
con diez barcas armadas, vuestro abuelo
(al furioso corriente contrapuesto)
sube con el pendón de Carlo enhiesto.

   Mas el soberbio bárbaro arriscado,
al venidero daño prevenido,
el ancho del corriente había ocupado
con número de barcas recogido:
hallábase con él fortificado,
y por lados y espaldas socorrido;
mostrábase arrogante, orgulloso,
y de trabar contienda deseoso.

   Era de esta naval escuadra bella
capitán, por Tabasco, Taxbayeto,
señalado en la frente de una estrella,
don natural de singular secreto;
salía resplandor lustroso de ella,
mostrándose en el día más perfeto:
joven, valiente, afable, desenvuelto,
de grandes fuerzas y de miembros suelto.

   Cobijaba del bárbaro robusto
el bien formado cuerpo, un coselete
a cuatro lazos, aplicado, justo,
hecho de liso y retostado abete,
cubierto del metal que el Cielo justo
en las entrañas de la tierra mete,
mostrándonos que esconde un monstruo extraño
do nuestra perdición consiste y daño.

   De suerte el sol en él reverberaba,
y en el bruñido casco reluciente,
que la vista más viva se ofuscaba,
como suele, al salir del rojo oriente.
Un fanfarrón plumaje le adornaba,
en vistosos colores diferente,
de azul, pajizo, blanco y encarnado,
de perlas, y esmeraldas argentado.

   Ancho alfanje pendiente y, en la diestra,
flecha alada, de punta penetrante;
arco pintado, corvo, en la siniestra,
de extremos yertos y vigor pujante.
De esta suerte en la proa daba muestra,
el animoso joven arrogante,
de ser en la refriega el delantero,
cuyo rigor tal vez temió el Ibero.

   Con veinticuatro barcas se le ofrece
al español el indio, en orden puesto,
do el juvenil furor y orgullo crece,
con bravear gallardo y descompuesto.
Que es la victoria suya le parece,
prométese dichosa suerte en esto,
diciendo: «bien deb[e]rían los barbudos
saber si cortan nuestros filos crudos.»

   Ya la ronca señal de arremetida,
de un corvo caracol se despedía
que, de la turba idólatra entendida,
a embestir presurosa se movía,
cuando el pío Cortés, con voz subida,
con Aguilar les dijo que quería
hablar de paz con ellos, que bajasen
las armas y que atentos le escuchasen.

   Refrenaron la furia acelerada
y, aunque de mala gana, al fin oyeron
a Aguilar, por quien fue manifestada
(con lengua a quien los indios entendieron)
la gran necesidad de aquella armada,
dando satisfacción que si surgieron
allí, arrojados de los vientos fieros,
fue a buscar de comer por sus dineros.

   Que en un aprieto tal los socorriesen,
encarecidamente les pedían,
y que en la paga o precio no estuviesen,
porque de sed y hambre perecían:
que de su gran fatiga se doliesen,
puesto que a disgustaflos no venían,
y, advirtiesen ser cosa reprobada,
recibir al humilde con la espada.

   Pudo con el caudillo tanto aquesto
que el furor aplacó del fuerte pecho;
su excusa admite con afable gesto,
ya condolido, de su punto estrecho:
tanto convence un término compuesto,
que aun es con el contrario de provecho.
«Vuestra demanda, dice, es justa, honesta,
de que tendréis en breve la respuesta.»

   Parten, las corvas proas revolviendo,
y a la ciudad vecina caminaron,
donde algunas barquillas, proveyendo
de vianda al Ibero, se tornaron.
A su justa demanda respondiendo,
la intención de Tabasco declararon,
diciendo que a sus naves se tornasen
y que en su tierra y costas no saltasen.

   Replicó el general que él no venía
a dar zozobra ni causar disgusto,
pero que la razón no permitía
tan inhumano proceder injusto:
que sólo de su tierra se quería
(por su dinero, por su mano y gusto)
fuése su rota armada proveída,
o en la ciudad su entrada permitida.

   Era mandato de Tabasco expreso,
que la suerte por agua no tentase,
sino que las razones de más peso
y el pecho del contrario, escudriñase,
para poderse prevenir con esto
como mejor el tiempo lo ordenase;
mas su intento sabido, ya trabaja
en que sus costas pise por ventaja.

   Para poder mejor fortalecerse,
un cauteloso término pidieron
a Cortés, señalado para verse
en ello, y a sus casas se volvieron.
Mas con resolución de defenderse,
a las usadas armas acudieron,
dando aviso a los pueblos más vecinos
por secretas veredas y caminos.

   Recorren las murallas, fortifican
las puertas, barbacanas, torreones,
forman anchos bastiones, reedifican
cubos con gruesas vigas y troncones;
ahondan fosos, saeteras pican,
cubren los altos muros de lanzones,
de piedras, dardos, flechas, chuzos, varas,
de largas picas y veloces jaras.

   No con tanto cuidado y diligencia,
fue el jotapato muro reparado
por la hebrea pujanza, la inclemencia
temiendo y el rigor de Nero airado,
y del gran Vespasiano la potencia
(por la ofendida Roma allí enviado),
como la gran ciudad, que por mil partes
bastiones brota y altos baluartes.

   La juvenil pujanza belicosa
a una y otra parte discurría,
que con ira feroz, brava, fogosa,
por mostrarse al Ungido ya moría:
de la ciudad pretende fervorosa,
salir con mano armada y cruel porfía,
pensando de acabar aquella empresa
trayendo la pequeña escuadra presa.

   Mas Tabasco, cacique valeroso,
antiguo sucesor de aquel estado,
por fuerte, diestro, bravo, belicoso,
de todas sus comarcas reputado:
en su diestra un bastón grueso, nudoso,
del líbiza el extremo repuntado,
con aspecto feroz su gente ordena
y su bullicio juvenil refrena.

   Tal se hubo el capitán con esta gente,
reprimiendo su furia acelerada,
cual cazador astuto, diligente,
en abstener de perros la manada:
cuando, con proceder inquieto, ardiente,
quiere seguir la caza levantada,
forcejeando en romper las ligaduras
de las traíllas ásperas y duras.

   Cubría su cuerpo y pecho dilatado,
y la yerta cerviz nunca abatida,
una piel de lagarto varïado,
con gruesas esmeraldas guarnecida,
(que, como arnés de punta reservado,
jamás de su rigor se vio ofendida)
sobre otra piel durísima asentada,
con mano sutilísima labrada.

   Los largos, fuertes brazos le ceñía,
cabeza, rostro y hombros le ocultaba,
a los rollizos muslos descendía
y en las nudosas corvas se enlazaba
con ligazón vistosa, que la asía
y las plegadas bocas ajustaba:
doce preciosas piedras y lucidas,
por las anchas junturas esparcidas.

   Del goloso metal, puro, acendrado,
que las venas le ofrecen de su tierra
(en cuyas gotas Jove transformado,
con Dánae la pasión de amor destierra)
grebas llevaba; de uno y de otro lado
entretallados términos de guerra,
los calcaños fornidos, alentados,
sobre dobladas pieles asentados.

   Las manos de la fiera le servían
de manoplas al bárbaro arrogante,
do las agudas uñas parecían
(corvas, de golpe duro, penetrante)
que en espacioso trecho le salían
por los nervosos dedos adelante,
con que diversas veces peleaba
cuando la espada o maza le faltaba.

   En la altiva cabeza, por celada,
traía la del monstruo, por los lados
a las cóncavas sienes enlazada,
con los agudos dientes aserrados,
por do la fiera vista limitada,
de los ojos feroces y rasgados
despide, amenazando las estrellas,
y con rigor fogoso mil centellas.

   Seis piedras en un grifo por cimera
llevaba, de valor incomparable,
y un cortador alfanje de madera
y pedernal, de golpe irreparable:
una ancha piel, por vaina, de pantera
(de un rico tahalí bello, admirable,
pendiente) y una pluma colorada,
sobre la sien siniestra derribada.

   En el pecho espacioso se mostraba,
sobre la varia escama, al diestro lado,
la batalla esculpida, atroz y brava,
en que el soberbio bárbaro arriscado
a Francisco Fernández retiraba
con valor de su tierra, y brazo airado,
de cuerpos las marinas ocupadas,
y de la ibera sangre rocïadas.

   En el simestro lado a Baltarino
(con quien tuvo sangrientas disensiones)
traía, un su contrario convecino,
con ejército grueso en escuadrones:
al cual en un reencuentro le convino
volver con presto curso los talones,
y en sanguinosa, infame retirada,
conocer la ventaja de su espada.

   Por las anchas espaldas, mil historias
con perfectas colores estampadas;
sus prósperas fortunas y victorias
traía por trofeos derramadas:
sanguinosas contiendas, triunfos, glorias
por el famoso idólatra alcanzadas,
y sembrados por orla en toda parte,
mil despojos belígeros de Marte.

   Fue la ciudad en breve proveída
de vitüallas, munición y gente,
de gente bien armada y escogida,
que a su defensa vino diligente.
Esta, por sus estancias compartida,
al enemigo aguarda alegremente,
su tardanza culpando ya importuna,
y al duro proceder de su fortuna.

   Viejos, mujeres, niños echan fuera,
y gente de labranza, no importante
al menester, bisoña, novelera,
en ejercicio, bélico ignorante,
y de la natural y forastera
nombró un pequeño número arrogante
de cuatrocientos jóvenes, que atiendan
a la muralla y la ciudad defiendan.

   A quien, con grave voz presuntuosa
exhortando, el Cacique dice: «En tanto
que esta diestra rigiere la nudosa,
herrada maza, de rollizo canto,
gozaréis libertad dulce, sabrosa;
veréis si en conservarla me adelanto,
siendo en las ocasiones el primero,
y en dejar los peligros el postrero.

   «Entre el copioso número que encierra
de fuertes hombres mi espacioso estado,
os elegí por muros de la tierra,
más que no en los presentes confïado,
que el fuerte muro que al contrario atierra
nave con el varón insigne, osado;
con esto está en los trances más seguro
que detrás del fosado y ancho muro.

   «De nuestra parte la razón tenemos,
que es la mayor de conseguir victoria;
ley, libertad y hacienda defendemos,
ocasión de adquirir perpetua gloria;
cuánto puede el contrario conocemos,
quien nuestra pujanza es ya notoria:
nuestras puertas la victoria llama,
no neguemos los nombres a la Fama.

   «Que no de padres los gloriosos hechos
pueden hacernos justamente ufanos,
que si tuvieron valerosos pechos,
no fue con el favor de nuestras manos.
Cuando hayamos (por trances tan estrechos)
sus pasos imitado soberanos,
el nombre nos aguarda concedido,
a los que muertos triunfan del olvido.

   «¿Hay carga más pesada que la vida
con el odioso deshonor manchada?
¿Hay afrenta más dura y desabrida
que la sabrosa libertad quitada?
¿Hay prenda de quilates más subida,
con quien esté la honra más ligada?
Pues si aquesto es así, ¿qué bien nos queda
que tal sin libertad llamarse pueda?

   «Prevenid, valerosos potonchanos,
a la venganza el ánimo ofendido,
paguen aquestos extranjeros vanos
su jactancioso término atrevido.
¿Tan sin vigor nos hallan, tan sin manos,
que el yugo nos presentan abatido,
que las cervices potonchanas yertas
de sí sacudirán después de muertas?

   «Cesen entre vosotros los rencores,
y las antiguas competencias cesen,
que pues no os repartió cosas mayores
la suerte, así convino que estuviesen.
Bien sé que son terribles sinsabores,
aun cuando las mayores se adquiriesen,
mas jamás elección hizo ninguna,
por examen de méritos, Fortuna.

   «Merecedores sois, yo os lo confieso,
claros varones, de real corona,
según de vuestros hechos el proceso,
con que eternos la Fama ya os pregona:
aunque indignos, cien mil gozaron de eso
contra el ser y valor de su persona,
por do veréis que es más el merecerlo
que indignamente, amigos, poseerlo.»

   Calló el robusto capitán con esto
y un zurrido en su gente sordo escucha,
como cuando con soplo descompuesto,
con los huecos peñascos Bóreas lucha:
todos, con el siniestro brazo enhiesto,
manifestando confïanza mucha,
dieron al aire las aladas flechas,
a la parte do nace el sol derechas.

   A quien después de salva tan cumplida,
haciéndole en su estancia reverencia,
con alta voz, a un tiempo despedida,
piden para defensa tal licencia.
Axtli con faz marchita, envejecida,
sacerdote tenido en reverencia,
las frágiles rodillas en el suelo,
dice al ausente protector de Delo:

   «Oh padre poderoso, refulgente,
cuya presencia la tiniebla espanta:
tú, cuya ciencia eterno, eternamente
en todo al tiempo incierto se adelanta,
muestra a tu pueblo con piedad la frente,
y el ánimo del tímido levanta,
para que de estas gentes extranjeras,
consigan fin glorioso tus banderas.

   «Rociaremos tu faz bella, lustrosa
(si esta victoria nos concedes cara)
con sangre de esta gente perniciosa,
buscando la mejor, más pura y clara.
Ocho barbudos de apostura hermosa,
de recios miembros y agradable cara,
vendados a tus aras llevaremos,
y en tus templos sus pieles colgaremos.»

   Tembló la tierra en torno reciamente,
abrióse un boquerón en ella horrible,
de llama vomitando, espesa, ardiente,
en humo envuelta, un empellón terrible.
Cubrióse el aire de un vapor caliente
y de azufrado olor, seco, insufrible;
óyese echado del fogoso seno,
un mal distinto y espantoso trueno.

   Tras esto un prieto joven se les muestra,
alto, en la boca de la horrenda sima,
vibrando un arco, con pujante diestra,
que de una flecha el cuento al pecho arrima.
Entrega al aire la señal siniestra,
envuelta en fuego, con que al Indio anima;
ésta buscó las naves españolas,
hasta entrar rechinando por las olas.

   Volvióse a resolver en llama pura
aquel tartáreo monstruo denegrido;
calóse al hondo de la boca oscura
con espantable y áspero bramido;
cerróse aquella cóncava abertura
ensordeciendo el aire con rüido:
júzgase el Potonchano bullicioso,
con favorable agüero, victorioso.

   Alzó el Cacique con las juntas manos
la agua más clara que del río pudo;
obligóse a sus dioses, torpes, vanos,
con varios votos y con pecho crudo.
A los astros, con luz nocturna ufanos,
también se obliga, de piedad desnudo,
y a las penosas almas del olvido
con sanguinosa ofrenda quedó asido.

   ¡Oh cuán sin fruto, Antípoda, te afanas,
idólatra sin luz, crudo, sangriento,
en defender tu tierra y leyes vanas
contra el supremo inevitable intento!
¿Tú las estatuas de Luzbel profanas,
no ves del Alto usurpan el asiento?
Limpia los ojos de esa niebla ciega,
que a suerte muy mejor Cortés te entrega.

   Tras esto, doce barcas reforzadas
el Cacique mandó que se aprestasen
con poca vitüalla y bien armadas,
y contra el pueblo ungido se tornasen
con respuesta y razones mal miradas:
que a sangrienta contienda le forzasen,
dándole poco y mal mantenimiento,
para venir del todo en rompimiento.

   Del crïstalino lago ya salía
(sus dorados cabellos esparciendo)
Delio, dando su luz al nuevo día,
las nocturnas tinieblas despidiendo.
Al espejado cielo se subía,
el alto olimpo por la altura hiriendo,
cuando la fiera gente potonchana
en escuadra naval se ofrece ufana.

   Recibió el general lo que trajeron,
mas conoció las cautas intenciones,
que la áspera respuesta que le dieron
descubrió sus dañadas pretensiones.
Quísolos aplacar, pero volvieron
la oreja a sus pacíficas razones
diciéndole: «Consejo no queremos
de quien no nos entiende ni entendemos.

   «Toma tú, amigo, el nuestro, y serte ha sano,
desocupa la tierra y costa ajena
antes que el valeroso Potonchano
te dé de tu locura justa pena.
El remediarte ahora está en tu mano,
y el huir la ocasión que te condena:
no te metas en parte que te pese,
y tu remedia con tu vida cese.»

   Visto ser ya razones excusadas,
Cortés, las que al Antípoda decía,
le responde: «Serán por mí ocupadas,
antes que se nos muestre el nuevo día,
de la ciudad las casas más granadas,
abriendo en vuestras muros ancha vía.»
Nada los potonchanos respondieron,
y a su ciudad risueños se volvieron.

   Citando con negras alas ocupaba
lo oscura noche el espacioso cielo,
y con velo espantoso cobijaba
la dilatada redondez del suelo,
trescientos españoles emboscaba
por tierra, con silencio, vuestro abuelo,
por Alvarado y Ávila regidos,
en números iguales compartidos.

   Llevaban seña cierta y acordada
que (en oyendo jugar la artillería)
la gran ciudad, por tierra, descuidada,
asaltase la oculta compañía
rompiendo con la muralla franca entrada,
porque en naval conflicto les quería
dar, para entretenerlos, sobresalto
mientras daba por tierra el duro asalto.

   Esto después de haber (como es mandado)
al idólatra pueblo requerido
con la serena paz, y haber guardado
de las conquistas el rigor pedido.
Y haber también con humildad rogado
no el paso le impidiesen defendido,
justa demanda que la ley concede
cuando por lo dispuesto se procede.

   El general de Cristo con aquesto
(arbolado en su nombre el estandarte),
al del Ángel soberbio contrapuesto,
representa un cristiano, fiero Marte.
No hay peligro ni daño a que dispuesto
no esté, cual reforzado baluarte,
pues ya triunfado habiendo del mar fiero,
pelea con Satán y un mundo entero.


 
 
FIN DEL CANTO SEXTO