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ArribaAbajoToledo




       Negra, ruinosa, sola y olvidada,
Hundidos ya los pies entre la arena,
Allí yace Toledo abandonada,
Azotada del tiento y del turbión.
Mal envuelta en el manto de sus reyes,
Aun asoma su frente carcomida;
Esclava, sin soldados y sin leyes,
Duerme indolente al pie de su blasón.

       Hoy sólo tiene el gigantesco nombre,
Parodia con que cubre su vergüenza,
Parodia vil en que adivina el hombre
Lo que Toledo la opulenta fue.
Tiene un templo sumido en una hondura,
Dos puentes, y entro ruinas y blasones
Un alcázar sentado en una altura,
Y un pueblo triste que vegeta al pie.

       El soplo abrasador del cierzo impío
Ciñó bramando sus tostados muros,
Y entre las hondas pálidas de un río
Una ciudad de escombros levantó.
Está Toledo allí: yace tendida
En el polvo, sin armas y sin gloria,
Monumento elevado a la memoria
De otra ciudad inmensa que se hundió.

       Alguna vez sobre la noche umbría,
De este montón de cieno y de memorias
Se levanta dulcísima armonía....,
Cruza las sombras cenicienta luz:
Se oye la voz del órgano que rueda
Sobre la voz del viento y de las preces;
Una hora después apenas queda
Un altar, un sepulcro y una cruz.

       Apenas halla la tardía luna,
Al través de los vidrios de colores
El brillo de una lámpara moruna
Colgada al apagarse en un altar;
Apenas entreabierta una ventana
Anuncia un ser que sufre, llora o vela;
Que el pueblo sin ayer y sin mañana
Yace inerme dormido ante el hogar.

       Acaso al gemir del viento,
Ese pueblo, en la alta noche,
Alza el rostro macilento
Despertando con pavor;
Fingiendo en la sombra oscura
La mal abierta pupila,
La transparente figura
De un fantasma aterrador.
Entonces en su memoria
Se levantan confundidas
Una bruja y una historia
De la santa religión,
Mientra, en el polvo la frente,
A la bruja, o a María
Dirige indistintamente
Su sacrílega oración.
Y en su ignorancia grosera
Mezcla acaso en un ensueño
El nombre de una hechicera
Con el nombre de Jehová.
Con el vaticinio inmundo
De un saludador infamo,
El del Redentor del mundo
En torpe amalgama va.
La luna en tanto pasea
Cruzando el azul tranquilo,
Y los despojos blanquea
De tanta generación;
Esas páginas sin nombre,
Cifras de un siglo ignorado,
Que alzó la mano del hombre
Del hombre para baldón.
Esas santas catedrales,
Cuyos pardos capiteles,
Cuyos pintados cristales,
Cuya bóveda ojival,
Cuyo color ceniciento,
Cuyo silencio solemne,
Cobijan por pavimento
Una losa sepulcral.
Sobre ella los vivos cantan,
A par de ruidosa orquesta,
Cantares que se levantan
Hasta los pies del Señor:
Sobre ella flota el perfume
Que la atmósfera embalsama,
Y en oblación se consume
Oro y mirra al Criador.
Sobre ella en noche lluviosa,
Al bramar del viento bravo,
Armonía misteriosa
En el templo se hace oír.
Es un cántico tremendo,
Ronco, vago, agonizante,
Una voz que está pidiendo
Por los que van a morir.
Es la voz del himno santo,
Del terrible Miserere,
Cuyo monótono canto
Miedo infunde al corazón:
Y en la bóveda rodando,
Saliendo al aire flotante,
Al mundo va predicando
Una santa religión.
Y bajo la piedra helada,
De los hombres que murieron
Se oye la voz apagada
El triste salmo decir:
Y la campana sonora
Remedándola en el aire,
Con la voz de alguna hora
La hace en el aire morir.

       Duerme ¡oh Toledo! en la espumante orilla
De ese torrente que a tus pies murmura,
Que con agua pesada y amarilla
Roe y devora tu muralla oscura,
Que llora avergonzado tu mancilla,
Tu perdida riqueza y tu hermosura,
Y calla por piedad a las naciones
Que yacen en su fondo tus blasones.
   Duerme, sí, con tus fábulas sagradas,
Los ángeles y brujas de tus cuentos,
Las danzas de los santos con las fadas,
Los misterios ocultos en los vientos;
Duerme, sí, con tus farsas parodiadas,
Prenda de tus señores opulentos:
Sepulta en barro tu diadema de oro
Y canta en derredor de tu tesoro.

       Hubo unos días de gloria
Vanos recuerdos de ayer:
Apenas hoy de esa historia
Nos queda un Zocodover,
U otro nombre, en la memoria.
Ceñida entonces la plaza
De ancho tapiz toledano,
En la arena húmeda emplaza
Un moro de noble raza
A algún capitán cristiano.
Vestidos están de flores,
Que avergüenzan un jardín,
Balcones y miradores;
Cristales son de colores
Los del Miramamolín.
Sólo abierto hay un balcón,
Y es el balcón del Sultán,
Y armados de alto lanzón
Jinetes debajo están
Por respeto a la función.
Y las musulmanas bellas
Detrás de las celosías
Muestran ocultas estrellas
Sus ojos, que en tales días
No hubiera luces sin ellas.
¡Bellas son las orientales!
Delicados como espumas
Sus prendidos y sus chales,
Que mece en ondas iguales
Un abanico de plumas.
Por eso, celoso el moro,
Tendió en sus ojos un velo,
Que es más rico su tesoro
Que el color azul del cielo
Teñido en franjas de oro.
Derraman desde la altura
Aguas de olor en la arena,
Que dan aroma y frescura,
Y agitan el aura pura
De aurora blanca y serena.
Y en redes de oro, colgadas
De las tres torres mayores,
De luz y de aire embriagadas,
Cantan y vuelan cerradas
Aves de gayos colores.
Gala del hombre de Oriente
Era la altiva Toledo:
Hoy conserva solamente
Cieno en la caduca frente,
Y dentro del alma miedo.
La árabe Zocodover,
Solitaria y carcomida,
Puede apenas sostener
La memoria de su vida,
Amenazando caer.
Hoy a las cañas de moros
A lo más ha reemplazado
Con una farsa de toros,
Y a los adufes sonoros
Con los gritos de un mercado.
Y porque consuelo alguno
Quedar a Toledo pueda,
Robóle el tiempo importuno
Hasta la alfombra de seda
Del alto alcázar moruno.


III

   Hoy un templo de gótica estructura,
Y escombros sin historias y sin nombre,
En su deforme y colosal figura
Su sentencia mortal muestran al hombre.
   Y es fama que se encienden todavía
En el templo las lámparas sagradas,
Y que vibrar se escuchan noche y día
Del órgano las notas aceradas.
   Aun existe una página de roca
En que leer deletreando apenas
La era en que una tribu noble o loca
Cesó de darnos timbres o cadenas.
   Aun hay mirra, hay pebetes y hay alfombras
En que a través de seda y pedrería
Alcanza el pensamiento entre las sombras
Lo que Toledo la árabe sería.
   Esos son los suntuosos funerales
De tanta gala, pompa y hermosura;
Quedan, en vez de cantos orientales,
Himnos al Dios que mora en el altura.

       Ya no hay cañas, ni torneos
Ni moriscas cantilenas,
Ni entre las negras almenas
Moros ocultos están;
Hoy se ven sin celosías
Miradores y ventanas,
No hay danzas ya de sultanas
En el jardín del Sultán.
Ya no hay dorados salones
En alcázares Reales,
Gabinetes orientales
Consagrados al placer;
Ya no hay mujeres morenas
En lechos de terciopelo,
Prometidas en un cielo
Que los moros no han de ver.
Ya no hay pájaros de Oriente
Presos en redes de oro,
Cuyo cántico sonoro,
Cuyo pintado color,
Presten al aire armonía
Mientras en baño de olores
Dormita, soñando amores,
El opulento señor.
No hay una edad de placeres
Como fue la edad moruna;
Igual a aquella ninguna,
Porque no puede haber dos;
Pero hay en gótica torre
De parda iglesia cristiana
Una gigante campana
Con el acento de un Dios.
Hay un templo sostenido
En cien góticos pilares,
Y cruces en los altares,
Y una santa religión;
Y hay un pueblo prosternado
Que eleva a Dios su plegaria
A la llama solitaria
De la fe del corazón.


IV

       Hay un Dios cuyo nombre guarda el viento
En los pliegues del ronco torbellino,
A cuya voz vacila el firmamento
Y el hondo porvenir rasga el destino.
   La cifra de ese nombre vive escrita
En el impuro corazón del hombre,
Y él adora en un árabe mezquita
La misteriosa cifra de ese nombre.




ArribaAbajoEl reloj



       Cuando en la noche sombría
Con la luna cenicienta,
De un alto reloj se cuenta
La voz que dobla a compás;
Si al cruzar la extensa plaza
Se ve en si! tarda carrera
Rodar la mano en la esfera,
Dejando un signo detrás,
   Se fijan allí los ojos,
Y el corazón se estremece,
Que según el tiempo crece,
Más pequeño el tiempo es;
Que va rodando la mano,
Y la existencia va en ella,
Y es la existencia mas bella
Porque se pierde después.
   ¡Tremenda cosa es pasando
Oír, entre el ronco viento,
Cuál se despliega violento
Desde un negro capitel
El son triste y compasado
Del reloj, que da una hora
En la campana sonora
Que está colgada sobre él!
   Aquel misterioso círculo,
De una eternidad emblema,
Que está como un anatema
Colgado en una pared,
Rostro de un ser invisible
En una torre asomado,
Del gótico cincelado
Envuelto en la densa red,
   Parece un ángel que aguarda
La hora de romper el nudo
Que ata el orbe, y cuenta mudo
Las horas que ve pasar;
Y avisa al mundo dormido,
Con la punzante campana,
Las horas que habrá mañana
De menos al despertar.
   Parece el ojo del tiempo,
Cuya viviente pupila
Medita y marca tranquila
El paso a la eternidad;
La envió a reír de los hombres
La Omnipotencia divina,
Creó el sol que la, ilumina,
Porque el sol es la verdad.
   Así a la luz de esa hoguera
Que ha suspendido en la altura,
Crece la humana locura,
Mengua el tiempo en el reló;
El sol alumbra las horas
Y el reloj los soles cuenta,
Porque en su marcha violenta
No vuelva el sol que pasó.
   Tremenda cosa es, por cierto,
Ver que un pueblo se levanta
Y se embriaga y ríe y canta
De una plaza en derredor;
Y ver en la negra torre
Inmoble un reloj marcando
Las horas que va pasando
En su báquico furor.
   Tal vez detrás de la esfera
Algún espíritu yace
Que rápidamente hace
Ambos punzones rodar
Quizá al declinar el día,
Para hundirse en Occidente
Asoma la calva frente,
El universo a mirar.
   Quizá a la luz de la luna
Allá en la noche callada,
Sobre la torre elevada
A meditar se asentó:
Y por la abierta ventana,
Angustiado el moribundo,
Al despedirse del mundo
De horror transido le vio.
   Quizá asomando a la esfera
La noche pasa y los días,
Marcando la hora postrera
De los que habrán de morir;
Quizá, la esfera arrancando,
Asome al oscuro hueco
El rostro nervioso y seco
Con sardónico reír.

   ¡Ay, que es muy duro el destino
De nuestra existencia ver
En un misterioso círculo
Trazado en una pared!
Ver en números escrito
De nuestro orgulloso ser
La miseria..., el polvo..., nada,
Lo que será nuestro fue.
Es triste oír de una péndola
El compasado caer
Como se oyera el rüido
De los descarnados pies
De la muerte, que viniera
Nuestra existencia a, romper;
Oír su golpe acerado
Repetido una, dos, tres,
Mil veces, igual, continuo
Como la primera vez.
Y en tanto por el Oriente
Sube el sol, vuelve a caer,
Tiende la noche su sombra,
Y vuelve el sol otra» vez,
Y viene la primavera,
Y el crudo invierno también,
Pasa el ardiente verano,
Pasa el otoño, y se ven
Tostadas hojas y flores
Desde las ramas caer.
Y el reloj dando las horas
Que no habrán más de volver;
Y murmurando a compás
Una sentencia cruel,
Susurra el péndulo: «¡Nunca,
Nunca, nunca vuelve a ser
Lo que allá en la eternidad
Una vez contado fue!»




ArribaAbajoLa luna de Enero



       El prado está sin verdura,
Y los jardines sin flores,
No cantan los ruiseñores
Amores en la espesura.
   No se oye el dulce murmullo
Del viento, que ronco brama,
No brota en la seca rama
Tierno y pintado capullo.
   No saltan serenas fuentes
Por entre sutiles bocas,
Que ruedan desde las rocas,
En vez de arroyos, torrentes.
   La luz que los aires puebla
Pesada, amarilla y tarda,
Se pierde en la sombra parda
De la perezosa niebla.
   Se viste el color del cielo
Color de los funerales,
Y son del alba cristales
Los carámbanos de hielo.
   Brota a los rudos estragos
Con que el invierno la abruma,
La tierra nieblas y lagos,
El mar montañas de espuma.
   Y hacinados de ancha hoguera
Los hombres en derredor,
Contemplan el resplandor
Que asalta la azul esfera.
   Y baja amarillo el río,
Y entre sus ondas pesadas
Trae las ramas desgajadas
Al furor del cierzo impío.
   Mas la noche silenciosa
Por el firmamento sube,
Sin que la manche una nube,
Engalanada y vistosa.
   Que en vez de sombra importuna
Vienen siguiendo sus huellas
Mil ejércitos de estrellas,
Cortesanas de la luna.
   Que la noche, en recompensa,
Callando los vendavales,
Enciende sus mil fanales
Sobre la atmósfera inmensa.
   ¡Qué bella es la luz de plata
Con que la noche se viste
Después del día más triste
De la estación más ingrata!
   Se ven en la oscuridad,
Como soldados que velan,
Cuál con la lluvia riëlan
Las torres de la ciudad.
   Se sienten rodar inquietas,
Lanzando un grito violento
Al brusco empuje del viento,
Sobre el punzón las veletas.
   Y en las mansiones vecinas
Los vidrios de las ventanas
Remedan las luces vanas
Colgadas en las esquinas.
   No hay sombra en que no veamos
Alguna fantasma oculta,
Que porque más la temamos,
La noche la sombra abulta.
   Pues por completa ilusión
La noche miente tan bien,
Que las cosas que se ven
No son las cosas que son.
   El aire cristales miente,
Plata los pliegues del río,
Lluvia de ámbar el rocío,
Nácar y perlas la fuente.
   Y alza a lo lejos el monte,
Como filas de soldados,
Mil peñascos apiñados
Que guardan el horizonte.
   ¡Bello es entonces cantar
Con enamorado acento,
Versos que cruzan el viento
Para nacer y expirar!
   Bello es en la sombra oscura
Ver una ondulante falda,
Y adivinar una espalda
Sobre una esbelta cintura.
   Pensar un velo sutil
Ocultar un blanco cuello,
Y buscar detrás de aquello
Un elegante perfil.
   Y alcanzar por entre el velo
Dos ojos o dos centellas,
Que iluminan como estrellas
El espacio de aquel cielo.
   Hasta la misma amargura
Es tal vez menos amarga,
Que cuanto la noche alarga
Adquiero más hermosura;
   Que en una noche tranquila
Parece el cielo, en verdad,
Ojo de la eternidad,
Y la luna su pupila.

       Reina de los astros,¡Luna!,
Como tu luz no hay ninguna;
Si el alba tiene arrebol,
Si tiene rayos el sol,
Su luz de fuego importuna.
   Cansa por cierto ese ardor
Con claridad tan extrema;
Bello es del alba el color,
Bello del sol el calor,
Pero tanta lumbre quema.
   ¡Oh, de la tuya templada
Es fantástico el imperio!
Tú con tu luz plateada
Das de la sombra a la nada
Los contornos del misterio.
   ¡Oh noches encantadoras,
Volved con tanta riqueza!
¡Hermosas son vuestras horas,
Que embellecen seductoras
Del ánima la tristeza y
Como aquéllas ¡no hay alguna;
Que en vez de sombra importuna
Traen por orgullo con ellas
Mil ejércitos de estrellas
Cortesanas de la luna.




ArribaAbajoA una mujer



       Ayer el alba amarilla,
Al anunciar la mañana,
Pintaba de tu ventana
El transparente cristal;
Ayer la flotante brisa
Daba a la atmósfera olores,
Meciendo las gayas flores
Sobre el tallo desigual.

       Ayer, al rumor tranquilo
De la corriente vecina,
En la orilla cristalina
Se bañaba el ruiseñor;
Y pájaros, flores, fuentes,
Saludando al nuevo día,
Le prestaban armonía
En cambio de su color.
       Ayer era el sol brillante,
El cielo azul y sereno,
El jardín fresco y ameno,
Y delicioso el vivir;
Eras tú niña y hermosa,
Sin rubor sobre la frente,
Tu velar era inocente,
Inocente tu dormir.

       Tú reías y cantabas,
Niña o ángel en el suelo,
Y tus risas en el cielo
Eran guirnaldas tal vez:
Estrellas eran tus ojos,
Cántico vago tu acento,
Blando perfume tu aliento,
Luz de la aurora tu tez.

       Entonces, niña, en tu mente
No resonaban las horas,
Ni apenaban seductoras
Fantasmas al corazón;
No te pintaba tu sueño
Entre la sombra callada
Un suspiro, una mirada
En voluptuosa ilusión.

       Para ti no había tiempo,
Todo era paz, todo flores,
No había infierno de amores,
Ni fastidio del placer;
Un poeta te cantaba
Melancólicos cantares,
Y la voz de sus pesares
No comprendías ayer.

       ¡Pobre niña! ¿Qué se han hecho
Los delirios de tu infancia?
¿Qué has hecho de tu fragancia,
Marchita olvidada flor?
Tus hojas yacen quemadas,
Tu cáliz vacío y seco,
Tu tallo quebrado y hueco,
El sol no te da color.

       Niña de los negros ojos,
¿A qué viniste a la tierra?
Rosa nacida entre abrojos,
¿Qué esperas del mundo, di?
Una brisa corrompida,
Fétida, hedionda, te mece,
Tu aroma se desvanece.....
¿Quién demandará por ti?

       Ángel mío, vuelve al cielo
Antes que el mundo te vea,
Que los placeres del suelo
Placeres malditos son.
¡Oh! Por el gozo de un día
No compres, no, tu tormento;
El cielo es sólo, ¡alma mía!,
De los ángeles mansión.
       ¡Hoy es tarde!.... ¡Eres mujer!
Leo en tu frente humillada
El porvenir de la nada
Entre las huellas de ayer.
   Veo en tu rostro bullir
Ese torcedor secreto.....
¡Tu velar es hoy inquieto,
Es inquieto tu dormir!
   Lívida está tu mejilla,
En desorden tus cabellos.....
Mujer, mal prendida en ellos
Olvidada, una flor brilla.
   Anoche, en vez de oración,
Desesperada en el lecho,
Exhalaste de tu pecho
Sacrílega maldición.
   Que en el cristal transparente
Contemplastes aterrada
Del negro crimen grabada
La marca infame en la frente.
   Que mal sujeta a tus flores
Entre tus gasas y lazos,
Rasgando van a pedazos
Tu hermosura los dolores.
   ¡Ay! Inútilmente lloras
El desvanecido encanto;
Entre las ondas del llanto
No vuelven, mujer, las horas.
   Dióte el mundo oro y placeres
Cumpliendo al fin tus afanes,
Ídolo de los galanes,
Envidia de las mujeres;
   Y a luz salistes ufana
Con tu hermosura ¡oh mujer!
Sin acordarte de ayer,
¡Y sin pensar en mañana!
   ¡Ay! En la tumba concluyen
El gozar y el padecer
   Del mundo vano,
Y los vicios nos destruyen
Y nos matan ¡oh mujer!
Tarde o temprano.

       Y tú, caída palmera......
Porque vendiste tu amor
   A precio infame,.
Has querido, vil ramera,
Que a tus puertas el dolor
   Más presto llame.
.........................................................
.........................................................
Tal vez lúbrico magnate
Te inundó por un placer
   De oro y cariño,
Y mientras su rey combate,
Él te cobija, mujer,
Bajo su armiño.

       Tal vez coronada frente
Descansó en tu impuro pecho,
   Tu amor comprando,
Y hoy el mendigo indigente
Te negará el pobre lecho,
   Tu frente hollando

       Pasaron, niña, los días,
Con ellos las ilusiones
   Infantiles,
Con ellos vienen impías
Las tormentas y aquilones
   De tus abriles.

       Con ellos llanto y dolores,
Remordimiento, amargura
   Y desengaños:
Que en sus pliegues roedores,
Gala, placer y hermosura
   Hunden los años.

       ¡Murió! La voz de la fatal campana
Apagó su memoria y en oración;
Nadie su nombre buscará mañana;
Yace su tumba en fétido rincón.
   Aquel clamor fatídico y doliente
Se plegó entre las flores del jardín,
Vibró con los cristales de la fuente,
Rodó sobre los brindis del festín.
   Y en oculto elegante gabinete,
Brusco y agudo penetró también,
Y se estrelló entre el humo del pebete
De alguna hermosa en la tocada sien.
   Pero una sola lágrima, un gemido
Sobre sus restos a ofrecer no van,
Que es sudario de infames el olvido.....
¡Bien con su nombre en su sepulcro están!




ArribaAbajoOriental



       Dueña de la negra toca,
La del morado monjil,
Por un beso de tu boca
Diera a Granada Boabdil.
   Diera la lanza mejor
Del Zenete más bizarro,
Y con su fresco verdor
Toda una orilla del Darro.
   Diera las fiestas de toros,
Y si fueran en sus manos,
Con las zambras de los moros
El valor de los cristianos.
   Diera alfombras orientales,
Y armaduras y pebetes,
Y diera.... -¡que tanto vales!-
Hasta cuarenta jinetes.
   Porque tus ojos son bellos,
Porque la luz de la aurora
Sube al Oriente desde ellos,
Y el mundo su lumbre dora.
   Tus labios son un rubí
Partido por gala en dos....
Le arrancaron para ti
De la corona de un Dios.
   De tus labios, la sonrisa,
La paz, de tu lengua mana....
Leve, aérea como brisa
De purpurina mañana.
   ¡Oh, qué hermosa nazarena
Para un harén oriental,
Suelta la negra melena
Sobre el cuello de cristal,
   En lecho de terciopelo,
Entro una nube de aroma,
Y envuelta en el blanco velo
De las hijas de Mahoma!
   Ven a Córdoba, cristiana,
Sultana serás allí,
Y el Sultán será ¡oh Sultana!
Un esclavo para ti.
   Te dará tanta riqueza,
Tanta gala tunecina,
Que has de juzgar tu belleza
Para pagarle, mezquina.

       Dueña de la negra toca,
Por un beso de tu boca
Diera un reino Boabdil;
Y yo por ello, cristiana,
Te diera de buena gana
Mil cielos, si fueran mil.




ArribaAbajoA Venecia



       Allí está, Venecia, la dueña opulenta
De antiguos, y nobles, y libres blasones,
Venecia la hermosa, la villa que cuenta
Que a sueldo tenía soberbias naciones,
   Señora del mar.

       Que cuenta que un día imperios y reyes
Su gala envidiaron, su nombre temieron,
Y el mar y la tierra besaron sus leyes,
-Y enviáronla buques, soldados la dieron;
Porque ella supiera batirse y triunfar.

       Un día a sus ojos la tierra callaba,
Un día su nombre la tierra llenaba:
Pasaron los días, Venecia pasó.
Hoy es una viuda y hermosa Sultana,
Que tiene su corte ridícula y vana
Allá en un palacio que el Sultán la dió.

       ¡Venecia la encantadora,
La de los pardos pilares,
De las ciudades señora,
La señora de los mares,
La corona de jardines
Colgada sobre canales!
No son tu gala y festines
Los que valen lo que vales.
Hechizo de Italia, sí,
Mas del poeta la lira
No es por ti por quien suspira,
No, Venecia, no es por ti.
    ¿Qué valen tus gondoleros,
Y tus regatas vistosas,
Tus republicanos fueros,
Tus máscaras revoltosas,
Y tus timbres altaneros,
Sin los ojos hechiceros
De tus hermosas?

    ¡Ay, que tus días pasaron!....
Venecia, la maravilla,
A quien monarcas doblaron
Otro tiempo la rodilla,
Tus timbres ¡ay! se borraron,
Tus señores olvidaron
La hermosa villa.

       Antigua reina del mar,
Mal encubres tu caída
Tus bodas al celebrar
Con la posesión perdida.
Llora, Venecia, sí, llora,
Haz duelo en amargo llanto,
Que tus esclavos, señora,
Escupen sobre tu manto.
Reina, tu Adriático brama
Lejos ya de tus confines,
Olvídale, noble dama,
Entre danzas y festines.

       Tu patrono ha encanecido,
Tu raudo león no vuela,
Sobre sus garras dormido,
Por tu grandeza no vela;
Brioso alazán herido,
Su caballero ha perdido
Freno y espuela.

       Un capricho que pasó,
Matrona opulenta, fuiste;
Tu Príncipe te olvidó;
Hermosa, ya envejeciste
Y tu tez se marchitó:
¡No pienses, Venecia, no,
En lo que fuiste!

II
       ¡Reír, cantar, beber, corta es la vida!
Reír, hasta que seca la garganta
Niega paso a la voz enronquecida;
Cantar, hasta que el alba se levanta,
Que yace en el Adriático dormida.
¡Opulenta Venecia, ríe y cantal
   Ríe y canta, señora de los mares,
Que la risa y la voz cubren el llanto;
Y mientras roe el tiempo tus pilares,
Y deslustra la lluvia el áureo manto,
Risa, y juego, y festines, y cantares.....
Rueden las horas del dolor en tanto.

   Porque la voz de una orgía
La voz de un enfermo apaga,,
Que un suspiro de agonía
No penetra en un festín.
Canta, Venecia la bella,
Para cubrir el crujido
De tu poder que se estrella,
Y va rodando a sa fin.

   Levanta una carcajada
Para apagar un gemido,
Fatídica campanada
Preludio de un funeral;
Melancólica armonía
Que en la bóveda del templo
Vibra al expirar el día,
Y es un canto sepulcral.
   Porque, pese a tus placeres.
A tu pompa y tu hermosura,
Hoy, Venecia, sólo eres
Una memoria de ayer,
Un sepulcro cincelado
Entro flores y perfumes,
Donde yace abandonado
Ta carcomido poder.
   Un velo blanco de lino
De una virgen desgraciada,
Ofrenda al verbo divino
Suspendida en un altar;
Barro inmundo en que grabaron,
Con mano desesperada,
El nombre que te legaron
Tantos siglos al pasar.
       Tu ley sea el placer, ciudad gigante:
¡Reír, cantar, beber, corta es la vida!
Que en un festín espléndido y brillante,
Duerme el pasado, el porvenir se olvida.




ArribaAbajoUn recuerdo y un suspiro


       Volvió la vida a latir,
Volvió el alma a delirar,
Volvió el ardor de sentir,
y el infierno de vivir
Y el paraíso de amar.


D. NICOMEDES PASTOR DÍAZ.                





I

       Bella es la luz de la rosada aurora
Y una. mañana del quemado estío,
Cuando con tibia púrpura colora
Las transparentes gotas del rocío.

       Cuando inundan el aire de armonía
Las aves en las hojas apiñadas,
Cuando la tierra, saludando al día,
Desata ríos, fuentes y cascadas.

       Cuando se mecen las abiertas flores
Al blando arrullo de la brisa errante,
Y pasa el aura prodigando olores
Su inmenso velo al desplegar flotante.

       Cuando en sus torres, la ciudad dormida
Vibra ronca la voz de la campana,
Señal primera de que vuelve a vida
Y bendice la luz de la mañana.

       Bello es el sol allá en el horizonte
Cuando alza ufano la radiante esfera,
Gigante que, trepando por el monte,
Del mundo el sueño a sorprender viniera.

       Bella es la tarde con su parda sombra
Que el ruido apaga y el espacio puebla,
Cuando del mundo en la gastada alfombra
Tiende su manto de azulada niebla.

       Bella es la noche cuando en paz camina
Entre sublime oscuridad velada,
Al opaco fulgor con que ilumina
Esa luna de estrellas coronada.

       ¡Bello es el mundo, sí, la vida es bella!...
Dios en sus obras el placer derrama:
Sólo no encuentra su contento en ella
Un corazón que el imposible ama.
       Él sólo melancólico suspira
Cuando el alba purpúrea se eleva:
Él sólo melancólico la mira
Cómo en sus pliegues su esperanza lleva.

       Sólo él sabe que el sol en Occidente
Al sepultarse, le arrebata un día,
Y la noche, al caer sobre su frente
Con su misterio aumenta su agonía.

       Sus ojos ven el alba, y ven las flores,
Ven la luz, y la sombra, y las estrellas,
Ven las horas rodar y sus dolores
¡Rodar también para volver con ellas!

       ¡Corazón que no has amado,
Tú no sabes el dolor
De un corazón acosado,
Carcomido y desgarrado
Por amarguras de amor!

       No sabes cómo se llora
Con ese llanto que quema,
Con la noche y con la aurora,
Con ese sol que colora
En la frente un anatema.
       Se llora con el placer,
Se llora con el pesar,
Con el recuerdo de ayer,
Y mañana hay que llorar
Si nos ama una mujer.

       Tú, velado a la tormenta
De borrascosa pasión,
No sabes cómo se aumenta,
Cómo inflamada revienta
La pena en el corazón.

       Cómo le devora eterno
Ese esperar indeciso,
Cómo abrasa el fuego interno
De tener hoy un infierno
Donde estuvo un paraíso.

       ¡Amar y no ser amado!
¡Sentir y no consentir!
¡Morir viviendo olvidado!
¡Ay! ¡Morir de enamorado
Y no poderlo decir!

       ¡Bullir en el pensamiento
El bello ser de otro ser.....
Y ese roedor tormento,
Que hemos bebido en el viento,
En la voz de una mujer!

       Sí, mis oídos la oyeron,
Mis ojos la contemplaron;
Era hermosa y Ia creyeron.....
Mis oídos me mintieron
O sus ojos me engañaron.

       Era un ángel tal vez; descendió al suelo
Para dejar sobre la tierra impía
Alguna oculta maldición del cielo,
Y un reguero de luz y de armonía.
       La amé al pasar, y me dejó pasando,
Y por único alivio en mi honda pena,
«Canta», me dijo, y la visión flotando
Se deshizo en la atmósfera serena.


II

A D. N. PASTOR DÍAZ


       Poeta, ven y cantemos
A una voz nuestros amores;
En un arpa los lloremos,
Que bien cobijarse vemos
A un árbol dos ruiseñores.

       Yo tu dolor cantará,
Tú cantarás mi dolor,
Que igual el de entrambos fue,
Y harto yo solo lloró
Una mujer, un amor.

       Hagamos doliente y tierno
A nuestro canto improviso,
Del mundo un recuerdo eterno,
Y donde estuvo un infierno
Alcemos un paraíso.