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ArribaAbajoLetrilla


ArribaAbajo   Arrollito limpio
ruin y mal pensado
que entre guijas duras
pasas murmurando;
y esos tus cristales  5
corres a mezclarlos
con las arenillas
doradas del Tajo;
si llegas a Fili
cuando esté en mis brazos  10
cesa tu murmurio
maldiciente y bajo,
que la niña Fili
si acierta a escucharlo,
cuando sin testigo  15
los dos nos besamos,
presto, medrosilla,
temerá si acaso
vas de sus ternezas
hablador mofando,  20
y el pudor entonces
a mi tierno halago
con repulsa fiera
dejará burlado.
Y vosotras, ninfas  25
de los verdes prados,
que sabéis sin duda
lo que corre hablando;
y vosotras, flores
de colores gayos,  30
que en su margen pura
refrescáis el labio;
por la ninfa Fili
decidle algo al paso
y en el blando seno  35
florido acalladlo.
Y así, mi arroyuelo,
si entre los peñascos
de hoy más, comedido,
te deslizas manso,  40
nunca el noto fiero
te altere bramando,
ni ábrego en estío
te enjugue el regazo.
Mas dulce Favonio  45
y el céfiro blando
que ricen tus alas
con soplo anhelado.
Y así zagalejas
labios purpurados  50
acerquen ansiosas
a tu dorso claro;
y a tus ondas fíen
tesoro guardado,
y la envidia seas  55
de mozos gallardos.

Abril 1829




ArribaAbajoOda


ArribaAbajo   ¿Qué importa, linda Fili,
qué importa que te digan
si mi cariño pagas
maliciosas amigas?
¿Qué vale porque el ciclo  5
les niegue tanta dicha
que de mi amor y el tuyo
ya murmuren, ya rían?
¿No ves que son en ellas
esas necias hablillas  10
tristes recursos, Fili,
de estériles envidias?
Si el fuego que me abrasa
le encendiste tú misma,
apágalo en tus brazos  15
y lo demás descuida.
Que no cuando te viera
cautivo el primer día,
para encenderme el alma
consejos les pedías.  20
Si para hacerme el daño
no curaste de amigas,
¿por qué para enmendarle
de todo el mundo cuidas?
Torna hacia mí piadosa  25
esas brillantes niñas,
y deja que mi premio
le busquen tus mejillas.
Deja que en ellas coja
dulcísima ambrosía  30
que sólo me entretiene
para tu amor la vida.
Y en tus ojuelos deja
bañados en sonrisa
que ebrio de amor y gozo  35
todo el placer exprima.
Y ardiente y juguetona
responde a mis caricias,
y deja, hermosa Fili,
a todos ya que digan.  40
¿No ves en los vergeles
las aves parlerillas?
¿No ves que en sus amores
de otras jamás se cuidan?
Nunca arrullada y tierna  45
la blanca palomita
triste se recatara
de la ajena malicia.
Cuando el osado amante
sus besos solicita,  50
las encrespadas alas
ella también le pica.
Y cuando al fin ardiente
dichoso se publica,
tal vez, Fili, es su gloria  55
mirarse ya vencida.
Y entonce en sus ojuelos
amor más dulce brilla
cuando el orgullo añade
los triunfos a las dichas.  60
Tú también, amor mío,
sensible las imita,
si tanto me idolatras
a gloria ten ser mía;
y mientras que en mi fuego  65
tus glorias se repitan,
goza, dichosa Fili,
y al mundo todo olvida.




ArribaAbajoOda


ArribaAbajo   Del aterido invierno
se acercan ya los fríos,
los árboles coposos
desnudos ya los miro.
    Y en la agrupada nieve  5
blanquean revestidos
de copos desatados
donde el verdor ha sido.
    En el lontano oscuro
brillan los altos picos  10
del recio Guadarrama
todos encanecidos.
    Naturaleza triste
llora el tiempo perdido,
y en lluvias se deshace  15
y espera al blando estío.
    Mas ¿a mí qué? Si el orbe
se anega, mis amigos,
y los torrentes bajan
del monte desprendidos.  20
    Si en mi cerrada choza
Fili se está conmigo,
y aun más que Fili a veces
cien odres de buen vino.
    Y en tanto que sus galas  25
y el verde primitivo
recobra el campo alegre,
hoy mustio y aterido;
    y en la estación de amores
divierto yo el oído  30
en canciones ligeras
de sueltos pajarillos;
    y gozo en la floresta
oloroso tomillo,
y blancas azucenas  35
y balsámico mirto;
   o miro a las zagalas
en juegos no aprendidos
cual leves mariposas
girar en torno mío;  40
    y en la festiva tarde
bailar con sus queridos,
sus miembros agitando
al son del caramillo;
    o en la ribera grata  45
del onduloso río
las aguas sucederse
sobre su cauce antiguo;
    o la naciente hierba,
apenas ya nacido,  50
segar, junto a la oveja,
el saltón cabritillo,
    los ecos fatigando
por desiguales riscos,
sencillos, discordantes,  55
sus trémulos balidos;
   y el lanudo carnero
y el toro embravecido
a su pareja ardiente
buscar de amor ardidos.  60
    En tanto que esto gozo,
y el tiempo en raudo giro
torna a la tierra joven
de Primavera el brillo;
    para pasar las noches  65
del hivernoso frío,
las híadas pluviosas
para escuchar tranquilo,
   ni amores de una bella
me faltan, ni un amigo,  70
ni una enranciada bota,
ni menos falta un libro.
    En vano proceloso
cruzando en el ejido
los vientos se combaten  75
sonando agudos silbos.
    Al fuego conversamos,
juntos allí reímos
del que ignorante busca
los placeres mentidos.  80
    Que para aquel se guarda
la dicha, que, entendido,
el tiempo como viene
recibe así tranquilo.
    De rato en rato un vaso  85
en que rebosa un vino
más dulce que aquel néctar
del celebrado Olimpo,
    vaciado a la redonda
en turnos repetidos  90
mil veces se ve lleno
y otras tantas vacío.
    El techo es un reparo
a la inclemencia y brío
del aquilón furioso  95
que brama de contino.
    En la dudosa llama
tenemos luz y abrigo,
y aunque en rústica choza
no del palacio envidio.  100
    Del bosque separado
al más gigante pino
parece ya deshecho
quejarse en mil chasquidos.
    No aquí del avariento  105
el oro enmohecido
penetra ponzoñoso
a mi feliz retiro.
    Que del amor deseosos
tan sólo y el buen vino,  110
si todos son felices
son igualmente ricos.
    Y aquel que alegre danza,
y duerme bien bebido,
y es rico aquel tan sólo  115
que quiere y es querido.
    Ni menos de la corte
el macilento vicio
a las bellezas trujo
sus juegos más lascivos.  120
    Y andar aquí bien puede
desnudo el ciego niño
si en la ciudad viciada
va de rubor vestido.
    No sabe aquí la hermosa  125
como al fiel pastorcillo
se puede, infiel amante,
dar trato fementido.
    Que a amor le guarda sólo
la zagala sus lirios,  130
y nunca los profana
sino el que es de ellos digno.
    Ni fue jamás besada
sino es de su querido
la simple zagaleja  135
que una vez bien le quiso.
    Y aquí en la choza alegre
placeres son sencillos
los que al trabajo siguen
del día fenecido.  140
    Y a veces si Corilda
se viene con Mirtilo
de esbeltas aldeanas
y pastores seguidos;
   en darles de aquel néctar  145
grande placer sentimos,
y en que la copa apuren
del jugo del racimo;
   y en ver que alborozados
riñen enardecidos  150
el premio de las danzas
que reparte Cupido.
    Llueva, pues, y granice
y tiemble estremecido
el antes firme suelo  155
que sin cuidados piso;
    del cielo el trueno airado,
del aire los bramidos,
alteran esos pechos
que abrigan el delito.  160
    Que no del daño ajeno
me reconviene el mío,
y en ruinas caiga el orbe,
si quiere, desunido;
    que en tanto de las bellas,  165
del saludable vino
felice disfrutando
y al lado de un amigo;
    me tengo por dichoso
cuando el vellón mullido  170
recibe en su blandura
mis miembros adormidos;
    y cuando ya a la aurora
del trabajo el aviso
me vuelve a dar del gallo  175
el canto matutino.




ArribaAbajoLa flor de Cintia


ArribaAbajo    No, Cintia, des a Anardo
la linda florecilla
que tienes en tu seno,
mi amor, tan escondida.
    No se la des; advierte  5
que a Anardo si la fías
al punto entre sus manos
verás tu flor perdida.
    Que a todas igualmente
la pide, si son lindas,  10
y luego la deshoja
una tras otra hojita.
    Dámela a mí, que el pecho
a nada más aspira
sino a libar su aroma,  15
dejándola enterita.
    Y luego que a mis labios
la toque, bella Cintia,
verás como la vuelvo
intacta florecita.  20