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ArribaAbajoEpigramas


ArribaAbajo   Llamas, Fabio, a tu papel
con petulancia sagrado,
por eso se alberga en él,
Fabio mío, tanto malo.

    Si has de poner por justicia  5
a cuantos te llaman necio,
no nos pongas uno a uno,
pon, Fabio, al público entero.




ArribaAbajoSoneto


Al concierto dado por las bellas de Mantua en la platería de Martínez para socorro de los desgraciados del terremoto

ArribaAbajo    Llegó en sordo lamento al Manzanares
El grito de los pueblos que cayeron,
Y piadosas sus bellas le ofrecieron
El fruto de sus célicos cantares.
   Llevolo el eco hasta los hondos mares  5
Y su llanto los tristes suspendieron,
Y a sus acentos asombrados vieron
De nuevo alzarse sus antiguos lares.
    Como en Grecia dulcísimo y sonoro
Hiriendo el aire el poderoso canto  10
Blando pulsaba Anfión la lira de oro;
    Y en techos y columnas se ordenaban
Las piedras, atraídas del encanto,
Y la discorde Tebas levantaban.




ArribaAbajoAnacreóntica


El beso

ArribaAbajo    ¿Por qué, si te hizo bella,
más pura que la aurora,
el ciego Dios de Gnido,
más que su madre hermosa,
    por qué de enojo y rabia  5
tu frente se colora
cuando al descuido un beso
mi labio al tuyo roba?
    Si late henchido el pecho
del fuego que atesora,  10
si tus bullentes pomas
al juego me provocan,
    ¿querrás que nunca necio
la timidez deponga,
y el corazón sofoque  15
la llama en que rebosa?
    Si quieres que respete
tu boca encantadora,
deja, Célida, luego,
deja de ser hermosa,  20
    ¿no ves cómo atrevida
la hiedra vigorosa
al olmo se entrelaza
con osadía loca?
    En vano de su triunfo  25
el noto la despoja,
en vano la rechaza
el ábrego que sopla.
    ¿No ves cómo animada
esfuerzos mil redobla  30
y sube sin respetos
hasta abrazar la copa?
    El laso caminante
perdido que se embosca,
que con la sed ardiente  35
el crudo can agobia,
    si siente allí cercana
la fuente bullidora,
¿ves al raudal sonante
cual sin temor se arroja?  40
    Por más que la corriente
oiga murmuradora,
el labio seco aplica
sobre las puras ondas.
    ¿O ya a la abeja nunca  45
cabe a la esbelta rosa
de su capullo abierto
ves respetar las hojas?
    No más tu rostro airada
con gravedad compongas,  50
por más que en tus mejillas
mi ardiente labio ponga.
    Ni deja más señales,
cruel, mi ardiente boca,
cuando atrevidos labios  55
a tus carmines tocan,
   que por el éter puro
el ave voladora,
o el plomo despedido
que por su mal le corta,  60
    que deja impresa huella
en las fugaces olas,
frágil barquilla osada
que por los mares boga,
    ni es fácil que Lisardo,  65
que tus caricias goza,
de extraño labio aleve
la huella reconozca.
    Que el beso fugitivo
en la ocasión dichosa,  70
tan luego cual se imprime,
tan luego ya se borra.
    Mas si el rigor insano
de tu venganza loca,
ni ya mis besos quiere,  75
ni el dártelos perdona,
    devuélveme, Celida,
el que te di yo ahora,
y en paz quedemos luego
y a tu amistad me torna.  80

Julio 1829




ArribaAbajoRomance


Al Excmo. Señor duque de Frías pidiéndole sea padrino de su boda

ArribaAbajo    Deja la templada lira
por más que sus ecos dulces
el sagrado coro Aonio
con célico asombro escuche;
   tú en quien la Fortuna amiga  5
con admiración reúne
los laureles de Helicona
de la cuna al claro lustre;
    deja que mi tosca musa
el fúnebre llanto enjugue,  10
que cabe el perdido amigo
por tus mejillas discurre;
    que si ya la yerta losa
sus tristes despojos cubre,
basta que sobre ellos tierno  15
una lágrima tributes.
    Ya la antorcha de Himeneo
que amor a encender acude
al blando pecho de Silvia
alegre, a mis ojos luce.  20
    Ya las rosas pasajeras
del tálamo se descubren,
que la espina punzadora
entre las hojas encubren;
    que ¡ay triste!, el ardor del pecho  25
y el volcán que le consume,
marchitando su frescura
ni las dejara que duren.
    Así a mirar el capullo
rasga el sol la espesa nube,  30
y hasta el cáliz por gozarle
sus vivos rayos conduce.
    Ni ve que su mismo fuego
presto su beldad destruye,
y que donde el goce empieza  35
el placer allí sucumbe.
    Ya me brinda de Himeneo
sonriendo alegre el numen
del placer la ardiente copa
para que ansioso la apure.  40
    Ya el amor que hacer eterno
jura el lazo que nos junte
la joven palma de Silvia
a su templo restituye.
    Y ya sobre el ara antigua  45
quiere el cielo que nos une,
que amante y esposo a un tiempo
constancia eterna la jure.
   Mas no la vid amorosa
al cielo enlazada sube  50
sin que del olmo robusto
la alta firmeza la ayude.
    Ni jamás el nido pone
con la compañera dulce
el amante pajarillo  55
sin que antes el bosque cruce.
    Y de la pomposa encina
la sombra amiga procure,
y amparado se cobije
bajo la hojosa techumbre.  60
    No es mucho que antes que el cielo
nuestros destinos anude,
porque a mi enlace presidas,
a tu amistad me refugie.
    Tú me deja cuando Silvia  65
ruborosa el pronuncie
y haga mis dichas eternas
en el lazo indisoluble,
    que oiga a tu sombra seguro
cuanto la Fama divulgue  70
y de sus ruidosos ecos
contigo a la par me burle.
    ¿Qué a mí sus débiles voces,
por más que a mi oreja zumben,
como a tu amparo me acoja  75
y Padrino te salude?
    Que así dos tiernas palomas
que ven bajar de la cumbre
turbas de gárrulas aves
que devorarlas presumen;  80
    si en sus pechos inflamada
del amor la ardiente lumbre,
su blando y sabroso yugo
de Cipria al carro las unce,
    al hueco tronco seguras  85
de sus robadores huyen,
el vano rumor escuchan
que no miedo las infunde.
    A la margen del arroyo
que entre guijuelas discurre  90
así el céfiro gozoso
besa las flores voluble,
    y como, abierta la rosa,
su suave aliento disfrute,
deja en impotente esfuerzo  95
al arroyo que murmure.
    Cuando ya próvido el cielo
nuestros votos asegure,
a ti, infanzón, su fe pura
el garantizarle cumple.  100
    Y aquel ¡ay!, que antes liviano
sus juramentos excuse,
las tormentas de Himeneo
sobre su cabeza anuble.
    Así si yo en la borrasca  105
miro matizar las nubes
un iris en ti gayado
que la tempestad conjure.
    Vuelva al tálamo Himeneo
no bien mis bodas alumbre  110
la hermosa que de tu lado
larga distancia desune;
    y un infanzón generoso
a par de la bella núbil
conceda a tu amor paterno  115
que herede tu nombre ilustre:
    Que cuando algún extranjero
al león de España insulte,
así a vengar sus baldones
el invicto acero empuñe,  120
    como en la paz duradera
cuando las ciencias escude,
de sus mayores ostente
fiel las ínclitas virtudes.
    Ni para ti la Fortuna  125
su curso próspero mude,
ni jamás el infortunio
con sus cadenas te abrume;
    y ni el artesón dorado
el sacro coro rehúse  130
cuando con divinos sones
la lira inspirada pulses;
    si en la deseada aurora
con tierno afán, noble Duque,
al placer de ser esposos  135
el de ser tus hijos unes.

Agosto 1829




ArribaAbajoAl Exmo. Sr. D. Manuel Varela


1.º DE ENERO DE 1830



ArribaAbajo    Implore tu ardiente lumbre
el Genio, Musa, en buen hora,
que al son del bronce tronante
alza el grito de victoria.
    El que es a cantar osado  5
entre los rayos de Arcola,
de Austerlitz entre los truenos
al vencedor de la Europa.
    Y en dulce emoción ardiendo
de gratitud la alma ansiosa,  10
mi blanda lira en suaves
acentos el viento rompa.
    Si falta el estro radiante
que al Genio sublime endiosa,
para enardecer mi pecho  15
fuego a la virtud le sobra.
    O tú, Varela, que enjugas
del triste la faz llorosa,
tú que el raudal atajaste
a la pública congoja,  20
    acepta en humildes tonos
mi dulce ofrenda obsequiosa,
que mi corazón sincero
de agradecido blasona.
    Si canté bajo tu amparo  25
la alta ruina asoladora,
y sobre el triste colono
la torre que se desploma:
    Sobre el montón de ruinas
para el bien más poderosa  30
tu mano que la del genio
maléfico asoladora,
    del alto templo que airado
el ronco huracán destroza
lanzas de nuevo a las nubes  35
la cúpula esplendorosa.
    Y cuando la erguida cresta
de nuevo enhiesta orgullosa,
tu alto nombre murmurando
al Olimpo se alza y toca.  40
    Blandas márgenes del Miño
que visteis brillar la aurora,
que a las ninfas de Hipocrene
será de eternal memoria,
    las que en su cuna ceñisteis  45
las guirnaldas olorosas
del nuevo blasón de España
a la frente brilladora;
    la verdad, las simples gracias
de vuestras gayas pastoras,  50
sus dulcísimos acentos
prestad a mi voz sonora.
    Suele así brillar más pura
en vergel fragante rosa
cuando de aurora apacible  55
sus suaves matices toma.
    Que cuando el can ardoroso
con vivos rayos la dora
también con mentido halago
la marchita y la deshoja.  60
    Sin ti, Varela, las musas
de la Hesperia congojosas
vieran hollar la ignorancia
los laureles de Rioja,
    y fugitivas de un suelo  65
que la ignorancia baldona
juguete al rencor contrario
aun gimieran silenciosas.
    Mas ¿qué sirve -el rubio Apolo
gritó entonces- que recojan  70
con osada frente lauros
tantas liras españolas,
    si su canto no escuchado
en el silencio se ahoga
cual suele del bronce herido  75
morir vibración sonora?
    Que nunca Marón pudiera
cantar la empresa piadosa
si para templar su lira
no le diera Augustos Roma.  80
    Y sin Mecenas Horacio
para el ardor de la oda,
¿cómo a Píndaro robara
la inspiración creadora?
    Que mal del sol sin los rayos  85
en los doseles de Flora
el matizado capullo
sabe desplegar su pompa.
    Otro Mecenas ostente
nueva Mantua vencedora,  90
digno de sus blandos cisnes,
digno de la antigua Ausonia.
    Y la lira que sublime
habló en Guzmán vigorosa
con nuevas glorias mayores  95
las glorias pasadas borra.
   ¿Será, Musas, que en mi pecho
vuestro ardiente fuego corra
y que a los futuros siglos
llegue mi voz victoriosa?  100
    Cuando el amparo me disteis
que guardáis para vosotras,
¿fue para dejar oscura
mi lira vilmente rota?
    No, que si al Prelado ilustre  105
mi acento eleváis ahora
que supo al excelso trono
alzar la voz generosa
    para entregar a la Fama
en las hojas de la Historia  110
las ambicionadas palmas
que Inarco en el Pindo logra,
    y hollando del fanatismo
la cabeza tenebrosa,
con señales indelebles  115
grabar su eterna derrota,
    también cuando ardí por Silvia
en dulce hoguera amorosa,
un infanzón, de Himeneo
ardió para mi la antorcha,  120
    que hijo digno de las Musas
honró la desierta losa,
orilla al Herault, del padre
de la alma lira española
    y por él rindió la España  125
justo homenaje a su gloria;
por él asombró a las gentes
que sus cenizas le roban.
    Recibid, genios sublimes,
las eternales coronas,  130
que a vuestras frentes destinan
sus agradecidas sombras.
    Cuando en los futuros siglos
Meléndez, Inarco se oigan,
con ellos, Varela, Frías,  135
partiréis también sus glorias.
    Y será, sabio Prelado,
que siempre ya mi voz ronca
con tristes sollozos tierna
fatigue las duras rocas.  140
    Si a tantos hacen felices
por tu mano bienhechora
tantos soles, para un triste
¿nunca lucirá una aurora?
    Sé puerto amigable mío  145
cuando la mar borrascosa
amaga ya mi barquilla
débil tragar en las hondas.
    Si, a las dulces resonancias
tú de mi lira humildosa  150
acogida blanda diste
a mi combatida prora;
    como el faro luminoso
que en la distancia remota
astro de vida aparece  155
al que en las tinieblas boga
    no más con furor sañudo
cebe la desgracia loca
en mi pecho palpitante
su garra devoradora.  160
    ¿Qué? Cuando a mi patria entera
un astro su luz hermosa
por sus términos distantes
difunde consoladora;
    cuando al asomar Cristina  165
huyen las espesas sombras
de la noche, y a la España
días de ventura tornan;
    ¿será que anegada en llanto
que los tristes ojos brotan  170
mi alma en el público gozo
gima triste y gima sola?
    No, Varela, que tu pecho
el santo fuego atesora,
para bien del desgraciado,  175
de la virtud bienhechora.
    Cuando la fama propicia
lleve desde el Tajo al Volga,
las preces que por ti al cielo
envíe el alma gozosa;  180
    con letras de vivo fuego
en mi pecho, a tu memoria,
grabará tu nombre ilustre
la gratitud ardorosa.




ArribaAbajoA una hermosa que dio en hacer buenos versos


ArribaAbajo    ¿No te bastan los rayos de tus ojos,
de tu mejilla la purpúrea rosa,
la planta breve, la cintura airosa,
ni el suave encanto de tus labios rojos?
    ¿Ni el seno que a Ciprina diera enojos,  5
ni esa tu esquiva condición de esposa,
que también nuestras armas, Nise hermosa,
coges para rendir nuevos despojos?
    ¿A celebrar de tantos amadores
ingrata el fin [...]4 te previenes  10
que a manos morirán de tus rigores?
    Ya que en tus redes nuestras almas tienes,
la lira déjanos, ya que no amores,
para cantar al menos tus desdenes.




ArribaAbajoOctava


Con motivo de hallarse en cinta nuestra muy amada Reina doña María Cristina de Borbón

ArribaAbajo    Bastante tiempo, oh Rey, la refulgente
Antorcha de Himeneo ardiste en vano,
Y un sucesor al Trono inútilmente
Esperó de tres Reinas el Hispano.
Sí: salud a Cristina que esplendente  5
Vino a partir tu solio soberano;
Que ella es, Fernando, la que al Trono Ibero
Dos veces le asegura un heredero.




ArribaAl día 1.º de mayo


Arriba    ¿Tornas, infausto día,
trayéndole a mi mente
fortunas olvidadas
de tiempos más alegres?
¿Acaso deslumbrarme  5
ora también pretendes
con esperanzas locas
perdidas tantas veces?
Hoy fue que de ilusiones
un tiempo yo juguete  10
pensé que ya tocaba
mil anhelados bienes.
Mas tú corriste luego,
y aquella ingrata aleve,
cruda, en tan largas penas  15
trocó dichas tan breves.
¿Acaso a recordarme,
risueño, me amaneces,
que en pos de nuevas burlas
luego a sus plantas vuele?  20
Ora tal vez brillando
cual rosa entre claveles
a mil adoradores
la faz graciosa vuelve.
Dila que entre esa turba,  25
que hoy a sus pies advierte,
quien como yo la adore
no es fácil que lo encuentre;
que si otros más la dicen
ninguno tanto siente  30
como éste que callando
ni verla ya pretende;
como el que por tributo,
único reverente,
a sus divinas plantas  35
sus lágrimas le ofrece.
No pases sin decirle
esto a mi bien, no piense
que el más rendido amante
nunca olvidarla puede,  40
por más que en honra mía
el circo aquí resuene.
¿Qué a mí, que aplaudan todos
como ella me desprecie?
¿Qué valen pata un pecho,  45
que eterno amor somete,
qué valen, conseguidos,
los lauros florecientes?
Al que le abrasa el fuego
que el ciego dios enciende,  50
los lauros envidiados
son galardón estéril,
si su gentil belleza
el mísero no tiene
a quien ornar con ellos  55
la majestuosa frente.
Yo, más que no el ruido
de palmas mil batientes,
preciara el de sus besos,
emblemas del deleite.  60
¿Y esa mentida gloria,
cuál rico don me ofrece,
si a enardecer no basta
un corazón de nieve?
Cuando mi humilde numen  65
honra el estruendo alegre,
yo solo de mi hermosa,
yo lloro los desdenes.
¡Oh!, callen los aplausos
mientras su amor me niegue,  70
que amante despreciado
de ella, no los merece.
Dila que ya estos lauros
arranque de mis sienes;
yo todos se los trueco  75
por solo un beso ardiente;
que me corone un día
de amor y de placeres;
y coja quien los quiera
los fútiles laureles.  80




 
 
FIN DE LA OBRA