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ArribaAbajoPoesías




ArribaAbajoSoneto


A un mal artista que se atrevió a hacer el busto de doña Mariquita Zavala de Ortiz después de su fallecimiento

Abajo    Tente, mentido Fidias que, profano,
dando al mármol inerte alma fingida
tornar imaginabas a la vida
a Cintia bella con esfuerzo vano.
    La grosera facción tu inhábil mano  5
deja en la piedra a trechos esparcida,
que con torpe cincel hiere atrevida,
remedo informe del cincel de Cano.
    No, si Apolo contigo fue severo,
te vengues crudo en la indefensa hermosa  10
del arte, con que lucha tu flaqueza.
    Si la muerte, de hollarla temerosa,
sus rosas respetó, no tú más fiero
borrar pretendas su inmortal belleza.

Abril 1829




ArribaAbajoEpigrama


Al esposo de doña Mariquita Zavala, habiendo mandado hacer un busto de esta señora, después de su muerte, a un artista que le hizo torpemente

ArribaAbajo    No más llorar, Miguel; que la esperanza
torna el busto del dueño malogrado.
Si bien la semejanza,
por no afligirte el alma conmovida,
del artista el cincel disimulado  5
dentro en la piedra la dejó escondida.

Abril 1829




ArribaAbajoEpigrama


Repentino a un clavel improvisado

ArribaAbajo   Esta, que ves, florecilla,
esparcida en el papel,
por más que a tus ojos pese,
vive Dios que es un clavel.




ArribaAbajoAnacreóntica


ArribaAbajo   Toma esa sucia plata,
toma, platero, ese oro,
y en el ferrado yunque
suena el martillo tosco.
Cansa el metal  5
sonante, y al golpe ponderoso
la denegrida fragua
retumbe en ecos broncos.
No con pesada mano
de un casco fragoroso  10
ni de bruñida cota
dibujes los contornos
donde Mavorte fiero
con el semblante torvo
anime a la refriega  15
    sanguinario loco.
Hazme, platero, un vaso
cóncavo, igual, redondo,
donde beber yo pueda
del jugo más sabroso;  20
del que nos dan las uvas
en el templado otoño,
y sobre todo hazlo
cuanto pudieres hondo.
Con el buril esculpe  25
en su luciente dorso
no de feroz guerrero
el atezado rostro.
Ni el brazo peregrino
del extranjero corso,  30
en Austerlitz y en Lodi
y en Jena victorioso.
Ni el rayo que obediente,
presagiador de lloro,
llena a su voz terrible  35
de espanto el orbe todo.
Ni el bronce ya homicida
que con fragor sonoro
muerte despide y luto
entre el ardido plomo.  40
Ni el mentecato grave
que en el papel añoso
mentidos bienes busca
bajo su antiguo polvo.
Graba mi rostro alegre  45
vertiendo risa y gozo
al delicado aspecto
del jerezano mosto.
Y a Baco el rubio grano
pisando allí afanoso,  50
sacando del racimo
el zumo blanco y rojo.
Y amor también que juegue
con pámpanos hojosos
y entre la cepa umbría  55
se esconda con su dolo.
Y allí Célida hermosa
vertiendo vino en torno,
y alma prestando y fuego,
y vida al cuadro todo.  60
Burlando ya mis penas,
secando ya mi lloro,
o ardiendo en puras llamas
a los robustos mozos.
Y así de honores tantos  65
si le fabricas pronto,
te llenen los mortales
de tu vivir celosos;
como abundantes tragos
con el tazón lustroso  70
del tinto Valdepeñas
he de vaciar beodo.

Abril 1829




ArribaAbajoAnacreóntica


ArribaAbajo    Quiero cantar las lides
en cítara entonada
sonando el eco horrendo
de fúnebres batallas.
Mas rebelde mi lira  5
cuando mi mano airada
la pulsa, a Fili bella,
sólo a mi Fili canta.
En balde, en balde quiero
las épocas pasadas  10
renovar en mi lira
y antiguas las hazañas.
Amor las cuerdas todas
sacude con sus alas
y obstinado celebra  15
la bella que le encanta.
En balde yo las cuerdas
ardiendo en ira y rabia
una y otra y mil veces
despechado mudara.  20
Sólo a la linda Fili
cuando yo la pulsaba,
sólo sus quince hermosos
amor con ella alaba.
Suena, pues, lira mía,  25
tus voces acordadas
hoy el natal de Fili
den a los ecos blandas.
Y al vibrarlas Favonio
vuele y con dulce calma  30
en su cabello de oro
deposite sus auras.
Vuele el amor a Fili
y entréguele su aljaba
y bullicioso juegue  35
en sus pomas de nácar.
Del tardo Manzanares
las ninfas y zagalas
cojan vistosas flores
y hagan de ellas guirnaldas.  40
Suenen, lira, tus cuerdas
en la fresca mañana
la rosa del capullo
arrojando sus gracias.
Volad, versos, a Fili,  45
y en premio suplicadla
que torne sus ojuelos
a mirarme apiadada,
y en tantos besos deje
que en su labio de grana  50
mi labio robe el fuego
que en su coral se guarda;
cual ve corderos blancos
pacer en la comarca,
y como tiene el prado  55
fragantes flores gayas;
como hebras blondas rizas
sobre su frente vagan
y deja el mar menudas
arenas en la playa;  60
como suspiros tiernos
por ella el pecho lanza,
como zagales bellos
se abrasan en su llama.

Abril 1829




ArribaAbajoEpigrama


ArribaAbajo    Siempre ha gemido la prensa;
pero hoy que le das, Talidio,
a imprimir tus obras todas,
gime al menos con motivo.




ArribaAbajoOda


ArribaAbajo   ¿Por qué, mariposilla,
volando de hoja en hoja,
haciendo vas alarde
ya de inconstante y loca?
    ¿Por qué, me di, no imitas  5
la abeja que industriosa
el jugo de las flores
constante en una goza?
    Advierte que no vaga
del alelí a la rosa,  10
que una entre miles busca
y una fragante sola.
    Y cuando ya la elige
hasta exprimirla toda,
jamás voluble pasa  15
sin disfrutarla a otra.
    ¿No ves también que el pecho
de ella liciones toma?
Que así jamás libada
deje de amor la copa.  20
    Si en tus cambiantes raros
el sol que te colora
deslumbra nuestros ojos
con tintas mil vistosas;
    ¿por qué, avecilla leve,  25
rehúsas voladora
sola, una flor y un cáliz
cubrir de orgullo y gloria?
    Para el batir tus alas,
para en las blancas pomas,  30
y en el turgente seno
de la que el pecho adora.
    Allí una florecilla
dulce fragancia hermosa
al seno de mi Fili  35
con ambición le roba.
    Vuela, mariposilla,
que si una vez tan sola
en sus matices quieta
de sus delicias gozas.  40
    No ya más inconstante
has de querer traidora
volver a la floresta
a revolar entre otras.
    Vuela, avecilla, vuela,  45
recoge sus aromas,
y tórnate a mí luego
y dame cuanto cojas.




ArribaAbajoLetrilla


ArribaAbajo   Allá cuando niño
creí placentero
ver a Anacreonte
en mis gratos sueños.
Traía en el hombro  5
su fiel mensajero,
la blanca paloma
de rizado cuello.
Y con su piquito
a veces un beso  10
le daba al anciano
y un arrullo tierno;
y él agradecido
el dulce alimento
entonces le daba  15
de sus labios mesmos;
la copa de zumo
llenaba Liéo,
que con miel mezclaba
de panal bermejo.  20
Y al lado llevaba
el falaz artero
la lira más suave
que vates oyeron.
Su barba en perfumes  25
bañaba y su pelo;
brillaban sus ojos
cual si echaran fuego.
Llegose el beodo
a mi blando lecho,  30
ya cantando amores,
ya mosto bebiendo;
y con risa loca
el alegre viejo
mostrome la lira  35
con su propio dedo.
Quíseme a sus brazos
arrojar, mas presto
despertome el susto
y el súbito esfuerzo.  40
Y entonce ¡oh prodigio!,
aunque fuera sueño.
Halleme la lira
que dejara el griego.
Cogila turbado.  45
Pulsé, y amor luego
que en la cuerda estaba
respondiome ledo.
De entonces mi lira
alegre conservo  50
y si bien no dulce
como en otro tiempo,
mis ocios divierte
sonando a lo menos
amores tan sólo,  55
tan sólo Liéo.




ArribaAbajoOda


ArribaAbajo    ¿Dónde, abeja incansable,
dónde vas susurrando?
¿De alguna flor sabrosa
buscas la miel acaso?
No más, no más registres  5
el tomillo del prado;
no más el cáliz puro
vayas de flor buscando.
Sin aguardar que el tiempo
reverdezca los ramos,  10
la miel más dulce y rica
toma aquí todo el año.
Llega de Lisi hermosa,
llega a los suaves labios,
y en su calor te guarda  15
del aire y frío insano.
¿Qué rosa, qué flor bella
habrás nunca gozado
que dé tan suave aroma,
sabor tan delicado?  20
La miel coge que miras
contino destilando,
ven luego y en los míos
ponla de rato en rato.
Y vuelve nuevamente,  25
y exprime sus encantos,
y torna al labio mío,
abejilla, a dejarlo.
Y tantas veces firme
renueva tu trabajo  30
como en mis días besos
tengo en ellos sellados.
Que, yo, abeja preciosa,
también cuando libarlos
tierna Lisi me deja,  35
jamás, jamás me canso.
Cuida empero no herirla,
cuando la estés besando,
con el duro acicate
el terso cutis blanco.  40
Tiembla en mi crudo ejemplo,
que por herirla ufano,
el corazón en pena
¡ay triste!, me ha costado.
Que el que una vez la hiere  45
luego pierde el descanso,
y abrasado en su fuego
muere al punto en sus brazos.
Si, empero, incauto alguno
te pretendiese osado  50
quitar la vez, escucha,
que lo pretenda en vano.
Súbito en él esconde
el tu aguijón airado
y aprenda en su castigo  55
cuanto fue temerario.
Y en vez de miel suave
sepa en tu hierro amargo
que a Tirsi bien tan grande
le está sólo guardado.  60