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Poesía cruzada. Dos poemas inéditos de Leopoldo de Luis

Francisco Estévez Regidor

Con el cambio de paradigma cultural que suponen las nuevas tecnologías, asistimos a los estertores de las socorridas investigaciones epistolares según las entendemos tradicionalmente. Hasta hace poco podíamos escarbar con curiosidad entre la correspondencia de los autores para buscar, agazapadas al calor de la intimidad. Ideas relevantes del escritor, opiniones variadas o apuntes biográficos, ese sinfín de datos que actúan como buen fermento con el que abonar el estudio literario. Aparecían incluso inéditos u otros escritos que yacían entre cartas. Por suerte, aún topamos en la «oficina del escritor» con alguna que otra correspondencia de valor. Así ha ocurrido al revolver entre el material que trabajaba el poeta Leopoldo de Luis cuando la muerte lo encontró, hace pocos años. Allí surgen, entre otros escritos de especial valor, un último poemario inédito totalmente ordenado y listo para imprenta, más de un centenar de poemas inéditos, variada correspondencia y una serie de diarios donde se apretujan bocetos poéticos, futuros proyectos, pensamientos varios y toda suerte de reflexiones poéticas. La sorpresa fue mayúscula por el valor y alcance de lo hallado que nos permitirá, en un futuro cercano, delimitar con mayor precisión la silueta del autor. Ricardo Senabre apunta bien la fecunda creación de Leopoldo de Luis, con «más de medio siglo de escritura y casi treinta libros de poemas, entre los que se encuentran títulos capitales de nuestra poesía contemporánea», en la introducción a la Obra poética (1946-2003), libro que a tenor de los descubrimientos se muestra ahora incompleto y deberá aumentarse tras realizar una edición póstuma del poemario inédito como bien solicita al ser la última creación del poeta. De entre el variado material hallado en el registro también se ha desempolvado la abundante correspondencia que muy ordenada conservaba el poeta y crítico cordobés. Allí se localiza un carteo largo y fructuoso con el poeta colombiano Germán Pardo García, otrora candidato al Nobel y actualmente desatendido en los manuales pertinentes donde apenas unas pocas líneas dan cuenta de su huidiza personalidad1.

Analizado el epistolario en otro sitio2, quisiera en estas líneas comentar el intercambio de poemas que se produce por carta entre ambos autores y, sobre todo, presentar dos poemas inéditos que Leopoldo de Luis dedica a la figura literaria de Germán Pardo García, a quien se los envió manuscritos, guardando copia. Ya tuvimos ocasión de conocer similar atención poética hacia la figura literaria del colombiano por parte del cordobés en el IV Congreso Internacional de La Lengua Española allá por noviembre de 1999 cuando presentó como artículo un vibrante y lúcido poema «Querida y vieja lengua» que convendría estudiar en otro momento. En dicho poema, al calor de la tradición y en orden histórico, repasa el conjunto de las lecturas y autores que formaron su entendimiento y abonaron su quehacer creativo: «Entonces vuelve / a mí mismo la voz para decirme / ¡qué bien suenas y cómo de mi sangre suenas, querida y vieja lengua mía!». Al repasar los autores que ahormaron con ímpetu el espíritu, el poeta recuerda:

Le pregunté a Ricardo Molinari

cómo cantó cuanto él echaba en falta.

Nicanor Parra me brindó el refugio

de sus antipoemas y Germán

Pardo García la emoción telúrica

de la imponente noche americana.



La amistad que trabó de Luis con el autor colombiano se alargó casi un cuarto de siglo, desde principios del año 1957 hasta las postrimerías de 1982. Pero apuntemos, siquiera por centrar de forma mínima, que la figura de Pardo García se adscribe generacionalmente al heterogéneo grupo de Los Nuevos. El mismo nombre toma la revista que fundaran los hermanos Felipe y Alberto Lleras Camargo hacia 1925 como salida y real superación del modernismo rampante al uso en la Colombia de aquellos años. En torno a aquella publicación se arremolinaron Luis Tejada, Rafael Maya, León y Otto de Greiff, Jorge Zalamea, Jorge Eliécer Gaitán, Gabriel Turbay, Silvio Villegas, Luis Vidales, José Mar y el propio Pardo García entre otros más. Tal adscripción generacional proporciona escasa información sobre nuestro poeta debido a la pluralidad de voces del grupo, aunque en los turbulentos años 20 surgiera en Colombia la necesidad de renovación, como ráfaga de aire nuevo, ni siquiera el vanguardismo consigue ser denominador común para aquel grupo. La amistad de Pardo García con el escritor Carlos Pellicer le condujo en su juventud hasta México y, tras varias estancias, ya en 1951, se afincó definitivamente en la capital. Salvo por breves visitas a Colombia y algunos pocos viajes europeos, México será su residencia estable, donde funda y dirige la importante revista Nivel, con más de trescientos números en su haber y con la cual desempeñó un papel clave en la difusión de la poesía ibérica entre tierras americanas. Como definió con exactitud poética de Luis en un poema en que no nos podemos detener como quisiéramos ahora:

Germán Pardo García, voz al rojo

vivo de América, te escucho

cual si escuchara al viento lóbrego

sobre los páramos desnudos.



Bien conocía de Luis que Pardo García, nacido en Colombia en 1902, fue criado en las soledades de la cordillera oriental andina, esos «páramos desnudos», por un ama que potencia el cultivo de sus primeras letras bajo la atención del crítico y poeta Antonio Gómez Restrepo, discípulo de Menéndez Pelayo de quién aprende los secretos de la retórica. Con sus dos primeros libros, Voluntad de 1930 y Los júbilos ilesos en 1933, despierta la atención de Gabriela Mistral quien afirma su superioridad espiritual frente a la poesía de Amado Nervo al ser «más genuina que la otra que encallaba con frecuencia en unos bancos falaces de sentimentalidad femenina y por allí debilucha». La poeta subraya el valor excepcional del genio pardiano: «Muchos le apuntarán que hay en su poesía una naturaleza constante de claridad -no de fulgor, no de brillantez- de la equitativa claridad a secas» (Mistral 1933)3. Y con claridad lo supo leer también Leopoldo de Luis.

Pasemos ahora al intercambio de poemas, iniciado desde Roma el 7 de abril de 1967, cuando Germán Pardo adjunta, a una carta dirigida a de Luis, el poema «Pequeña biografía de un hombre de fines del siglo XX» con la dedicatoria «Al gran poeta español Leopoldo de Luis». El poema será recogido poco después en el libro Gavilán al destierro. Algunos años después, Leopoldo de Luis escribe un poema cuyo título aclara el motivo de inspiración, pues reza:

Para el libro «El héroe», del poeta colombiano Germán Pardo García

Tan sólo la materia es infinita.

G. P. G.



Terrible lucidez: es la materia

lo eterno, el alma de cada uno pasa.

Somos eterno árbol que se abrasa

y sangre somos de una eterna arteria.

El héroe, Germán Pardo, que tú esculpes

en el granito fiel de tu poema

no es más que el pobre humano que se quema

en su propia amargura, no le culpes:

Va a disolver su voz entre los mitos,

multiplicado de ancestrales ritos,

soñando con salvarse de la muerte.

Tú cantas su delirio de grandeza,

su llama azul de cósmica tristeza

y el mar eterno en que su río vierte.



En efecto, Pardo García resulta un poeta de vena clásica y lenguaje culto, aunque lo más curioso resulta cierta temática que explora de forma precoz cuando eleva su canto alrededor de la ciencia y la física contemporánea. El colombiano admitirá con vehemencia «Voy tras las huellas del más grande poeta de todos los siglos, Albert Einstein. Algunas de sus ecuaciones, la nuclear, la primera, es todo un inmenso poema lleno de magia, de poder, de asombro, de pavor»4. Aquella querencia por la ciencia y las matemáticas5 queda compensada pues por una factura clásica, un gusto refinado y la placidez que le ofrecen los «poetas cósmicos alemanes», como llama a Hölderlin, Schiller, Novalis, donde encuentra esa musicalidad lejana que ofrece el «cosmos», junto a la «soledad», sus dos grandes temas. No extraña la lucidez poética en el poema de Leopoldo de Luis al encontrarnos ambos términos fundidos en bella armonía, precisamente esa «cósmica tristeza» que padece aquel héroe, protagonista y alter ego de Germán Pardo.

El segundo poema anunciado líneas arriba tiene fecha de 1975 y dice así:

Para Himnos de la noche, de Germán Pardo García

Quizá no somos más que oscura astilla

de la noche total, sombría rama

del árbol de la noche y en la trama

de la nocturna tela breva orilla.

Quizá en tus Himnos a la noche cantas,

Germán Pardo, no más que elegía

de nuestra humana y breve biografía

perdida en el silencio de los quantas.

Desolados y hermosos, tus sonetos

nos hunden en los lóbregos secretos

de la noche total que nos acosa.

Y leemos tus versos y sentimos

como un hedor de permanentes limos

junto al perfume de una antigua rosa.



De nuevo la soledad se liga al cosmos y a la humanidad en esos «desolados y hermosos» sonetos que leyó con detenimiento el poeta andaluz en Pardo García, «voz al rojo /, vivo de América». De Luis supo transmutar dicha experiencia lectora a su vez en otros dos poemas que transmiten una visión crítica de la obra del colombiano, expresada con belleza, pero también una amistad trabada por esa misma vibración que animó a ambos: la Poesía.