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PEPA.
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PEPA.-
(Cantando
«Hijos del Pueblo» mientras limpia los muebles con un plumero.)
«Hijos del pueblo te oprimen cadenas». Ya lo creo que las
oprimen. ¡Uff!... Y a nadie más que a nosotras, las
hijas del pueblo que servimos... ¡Qué barbaridad!
Imagínense ustedes, ahora limpiando los muebles...
no tienen ni pizca de polvo, pero hay que limpiarlos, o hacer
la parada de que se limpian, mientras no lloran los chicos.
Porque en cuanto comienzan a berrear... Felizmente duermen.
Oh, esos muchachos. Todo el santo día molestando.- Mamá, mamá. ¡Yo quiero pis! Mamá, la
nena me ha pegado, yo quiero ir a la puerta... Mamá,
esto; mamá, el otro; mamá lo de más
allá... Ustedes creerán que la mamá
se desvive por atenderlos... ¡Pues no señor! Maldito
el caso que les hace... Que Totó quiere pis, pues
ya está la patrona a gritos: ¡Pepa! ¡Pepa! ¡El servicio
para el nene! Y por el estilo: ¡Pepa, calienta leche! ¡Pepa,
llévalos a la puerta! ¡Pepa!... Y Pepa arriba, y Pepa
abajo... Todo tiene que hacerlo Pepa... la indispensable
Pepa... Terrible cosa... no bien amanece, de pie y a vestir
a los niños; unos muñecos los más madrugadores
y después a darles el té con leche; y más
tarde a lavar los pañales del menorcito, una monada
de criatura que no hace más que ensuciarse... y a
tender las camas, y a servir la mesa, y a lavar el servicio...
y no bien han concluido todas esas tareas, vuelta con los
niños; a bañarlos, a sacarlos a paseo, a...
¡Oh! ¡Qué sofocación, señores, qué
sofocación!... Y menos mal cuando todos estos trajines
no van acompañados de rezongos y gritos de la patrona...
¡Es lo que más rabia me da! Bebé, por corretear
en la vereda, se rompe las narices. Pues la culpa la tiene
Pepa, una descuidada, una bandida, una canalla. Miren que
dejar caer a la pobre criatura... ¡Qué infamia! Porque
los niños no se caen nunca sino por descuido de las
mucamas... Y como esto, todos los rezongos... menos mal,
cuando la patrona no amanece de mal humor... ¡que sabe agarrar
unas lunas!... ¡Ay! Vale más no acordarse de ello.
Y por ese trabajo, con malos ratos y todo, me pagan, señores,
cuatro pesos al mes, con comida, es claro... mejor dicho,
con sobras. (Se interrumpe y recorre los muebles tarareando.)
¡Ay! ¡Qué vida ésta! ¡Qué vida! ¡Qué
vida!... Ni un instante desocupada... Ahora mismo, que podría
hacerme una escapadita hasta la carnicería, a ver
al podre Isidro que me ha de estar esperando... a Isidro...
¿no lo conocen?... mi novio... Ahora que podría charlar
un rato con él, pues no están los señores,
nada de poder moverse porque la niña se ha dormido
y si se despierta y no estoy... (Se oye llanto adentro.)
¡No ven, no ven! ¿Oyen ustedes? Muñecos del diablo.
(Se acerca a la puerta de la izquierda.) ¡Mée! ¡Mée!
¡Mée! (Remedando el llanto.) ¡Berrea, condenada, hasta
que te mueras! (Volviéndose hacia el público.)
¿Han visto cosa igual? ¡Ah! Y a todo esto estará Isidro...
(Pausa.) ¿Han oído? ¿Han silbado, verdad? (Se acerca
al balcón.) Sí... sí... es el mismo
Isidro. Véanlo. (Haciendo señas.) ¿Qué?
¿Que vaya?... ¡No, imposible!... No puedo... ¿Y los niños?
(Se detiene un instante y volviéndose al público.)
¡Pobre Isidro!... Si se comprometen a no decir nada les contaré
que me ha tirado un beso... así... ¿Se lo devuelvo?
Sí, ¿verdad? (Volviéndose al balcón.)
¡Qué lástima! Ya se fué... Caramba...
¡Pero calle! ¡Allí va Luisa! La voy a llamar. Así
charlaremos un rato... Chist... Chist... ¡Luisa!... Ya viene...
Es una excelente muchacha... ¡Y sabe unas cosas de su patrona!
Verán ustedes. |
Escena II
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PEPA-LUISA.
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LUISA.-
(Entrando.) ¡Hola! ¿Cómo te va? (Dándole la
mano.) |
PEPA.-
¡Bien, hija, bien!. Es decir, mal. Figúrate
que hace rato que Isidro me está esperando... |
LUISA.-
Sí, lo vi en la esquina. |
PEPA.-
Y a causa de esos
pebetes, nada de poder moverme de aquí... (Llorando
otra vez adentro.) ¿Lo ves? que están a gritos. (Aproximándose
a la puerta con rabia.) ¡Revienten! ¡Malditos! ¡Uff!...
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LUISA.-
¡Ave María, qué mala! |
PEPA.-
¿Mala?
demasiado tolerante. Pero ya se han callado. Vamos a charlar
un rato en paz. ¿Te parece? Nos sentaremos aquí como
dos grandes señoras. (Se sientan.) ¿Has visto al tuyo,
Luisa? |
LUISA.-
¡Calla, mujer! ¡Qué he de verlo! ¡Toda
la mañana ocupada ¡¡Es sábado hoy pues!...
Y que el panadero, y que la lavandera, y que el lechero,
y que... Y a todos tengo que atenderlos porque el señor
se ha ido para afuera, como todos los sábados. Y yo
tengo que cargar con el burro muerto de los rezongos de todos
los acreedores... Que venga el otro sábado. Que pase
a fin de mes... Que hoy no hay plata... ¡Jesucristo! Y las
vergüenzas que me hacen pasar. |
PEPA.-
¡Hija, pues yo
soy más feliz! ¡Aquí nada de eso ocurre! |
LUISA.-
¿De veras? ¡Qué extraño! |
PEPA.-
¡Claro, como
que no hay quien les fíe a los señores! |
LUISA.-
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Qué bueno! Y, dime, de aquello ¿has
averiguado algo? ¿Descubriste?... |
PEPA.-
¡Calla, hija, nada...
nada! (Observa si alguien escucha.) Pero, be pispado un detalle
de primer orden... Ahora verás.... El Viernes Santo,
la señora recibió tempranito una carta... con
sobre amarillo, como siempre; la leyó y se puso loca
de contenta: tan contenta que lo menos por una hora no me
rezongó... Este... como iba diciendo, después
tomó un coche se fue a recorrer, según dijo
ella, las iglesias, a eso que llaman jubileo tal vez, y no
regresó, hasta la tardecita... |
LUISA.-
(Con malicia.)
¡Ah! ¡Si! Ah jubileo... Y yo que creía que no era
muy católica esa señora! |
PEPA.-
Ya lo ves.
La carta sería sin duda del... ilustrísimo
arzobispo... ¿Y tú que has sabido?... |
LUISA.-
¡Ah
si supieras!.. ¡A que no adivinas quién es él...
él... vamos, la relación de mi señora!
Ni lo sospechas. |
PEPA.-
¿El diputado aquél? |
LUISA.-
¡No! |
PEPA.-
¿El hermano del corredor de la bolsa? |
LUISA.-
¡Tampoco! |
PEPA.-
¡Ah! ¡Ya se! El mozo rubio aquel que pasa
todas las tardes. |
LUISA.-
Menos...¿Te das por vencida?...¿Sí?...Pues
caete de espaldas Don Te o |
PEPA.-
¿Teófilo? |
LUISA.-
Teodoro. |
PEPA.-
¡El patrón!!! |
LUISA.-
El mismo.
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PEPA.-
¿Qué me decís? ¡Qué barbaridad!
¡Quién iba a sospecharlo! |
LUISA.-
Ya lo ves. ¡Las
santitas de nuestras patronas!... Después de hablar
de nosotras, dicen que somos una relajadas, unas indecentes
que tenemos novios o amantes... Y nos retan,... y nos llaman
sinvergüenzas, desorejadas... ¡Ah! Pero... |
PEPA.-
Sí,
hija. Tienes razón... Pero ¿cómo has hecho
para saber todo eso? |
LUISA.-
Muy fácil... Esta mañana
me llamó la señora y me dijo: Luisa, de parte
del señor lleve esta carta a don Teodoro García...
y me entregó la carta... Yo, sabes, la tomé,
y es claro miré el sobre y... Pero esas tontas, mejor
dicho esas idiotas de patronas se piensan que nosotras tenemos
unas tragaderas así de anchas... Figúrate que
la dirección iba con letra de ella y el sobre... todo
perfumado... me parece que el señor no escribe así...
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PEPA.-
¡Qué pava!... ¿Y trajiste la carta? |
LUISA.-
Sí, aquí la tengo. ¡Mira!... |
PEPA.-
¿A ver?
¿a ver? (Huele.) Rico, rico el perfume... (Observa el sobre
y lo mira al trasluz.) ¿Qué dirá? ¿qué
dirá? Si pudiéramos... |
LUISA.-
¿Abrirla? ¡No!...
Qué temeridad... |
PEPA.-
¿Y por qué no? ¡Es
tan fácil!!! Mira, con un poquito de agua caliente...
¡Poniéndola al vapor! |
LUISA.-
¿Y no se conocerá?
¡Ah, hija! ¡Tengo un miedo de que nos descubran!... |
PEPA.-
¡Verás, verás! No seas tonta... nos vamos
a divertir en grande. Espérame un poco... |
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(Se va por
la izquierda.)
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Escena IV
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PEPA-LUISA.
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PEPA.-
(Entra con la caldera en la
mano tarareando la marcha del «Riego».) Tariráráráráaá...
Ya está... Vamos a ver... (Pone la caldera sobre el
escritorio.) ¡Ajajá!... Así... Un poquito
de vayor y le ponemos en claro la conciencia a tu patrona...
(Las dos observan.) Ya empieza a ablandarse la goma... |
LUISA.-
¿Pero no se echará a perder el sobre? |
PEPA.-
¡Calla
tonta! Déjame hacer... ¿ves? ¡Ya va a estar!... |
LUISA.-
Bueno, pero yo la leo primero... me corresponde. |
PEPA.-
¡Qué esperanzas! ¡Yo la leo! |
LUISA.-
¡Déjamela!
...Yo, yo debo hacerlo... |
PEPA.-
¡Muchacha! ¡Que rompes
el sobre! ¡Suelta!... Lárgame... ¡Ves que ya lo has
roto!... |
LUISA.-
¡Qué barbaridad!... ¿Y ahora? |
PEPA.-
Ahora a leerla. (Desdobla el pliego y lee.) «Mi querido
negro». ¡Caramba! ¡Caramba! |
LUISA.-
¡Ay la señora
moralista! ¡Con que «Mi querido negro». Muy bonito! Sigue.
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PEPA.-
(Leyendo.) «Mi querido negro: Buena me la has hecho.
Ayer te esperé largo rato en la capilla de los Salesianos,
y tú nada de llegar... Recé por ti, tres padres
nuestros que no te los mereces por infame. Esta noche voy
a la Catedral. Estaré junto al altar de Nuestra Señora
de los Dolores... Trata de no cansármelos demorando
mucho... Tu pochocha que te adora. Clara» (Dejando caer los
brazos estupefacta.) ¡Qué me dices Luisa! ¿Qué
me dices? |
LUISA.-
Que todo es muy digno de la moral católica
de mi señora. |
PEPA.-
Y tan devota, ya querida Pochocha.
¡Ja! ¡ja! ¡ja! |
LUISA.-
Y todavía se permite insultarme
porque tengo novio. |
PEPA.-
Vaya. ¿Y eso te llama la atención?
Parece que no hubieras servido nunca. Si te empezara a contar
las cosas por el estilo que he presenciado en la buena sociedad,
teníamos para llegar a viejas antes de concluir...
Esto, es así. Las señoras, las patronas, nos
critican, nos acusan de indecentes, para tranquilizar sus
conciencias, sin duda... |
LUISA.-
O envidiando nuestra moralidad.
Pero... y ahora ¿qué hacemos con el sobre roto? |
PEPA.-
Cierto. Lo olvidaba... No se por qué me estaba entristeciendo,
apenando. Me invadía un profundo desconsuelo. Porque
mira que es lastimosa a torturar sus sentimientos a... |
LUISA.-
¡Qué penas, ni qué lástimas! ¿Porque
no se rebela? ¿Por qué no protesta contra ese convencionalismo,
que la obliga a considerar delito, su amor.? ¿Por qué
no es como nosotras las que para amar no precisamos del visto
bueno de la sociedad?... ¿Por qué es hipócrita?...
¿Por qué disimula? ¿Por qué? ¿Por qué
me ha reprendido a mí que al fin no engaño,
ni mistifico a nadie? Vamos, vamos, eso es perversión
moral, nada más, la perversión bíblica
de esas Evas de la buena sociedad, que se pasan la vida buscando
serpientes que las tienten a comer la manzana prohibida.
Pero en fin, dejando esas cosas... ¿Cómo arreglaremos
eso del sobre? |
PEPA.-
¡Ah! ¡Sí! ¡Mira! Tú
tienes buena letra... Hacemos un sobre nuevo. Mi señora
debe tener algunos aquí, en su escritorio. ¡A ver!...
¡Creo que una de esas llaves sirve! (Saca un llavero.) Fíjate
por la calle por si viene alguien. (Probando las llaves.)
Esta no sirve... ni ésta... ¡Ajajá! ¡Ya está
abierto! ¡Cuantas cartas empaquetadas! ¡Y con letra de hombre!
¿Y ésta? ¿Cerrada? ¡A ver, a ver!... letra de la señora,
de mi señora... dice... Señor Silvio Laguna....
|
LUISA.-
¿Qué dices de Silvio Laguna?... |
PEPA.-
Que
aquí hay una carta para él. |
LUISA.-
¿Para
mi patrón? |
PEPA.-
(Con ironía.) Ya lo ves.
Y de mi patrona, de Misia Catalina. |
LUISA.-
¡Ave María
Purísima!! |
PEPA.-
Sí. Hay que abrírla
también... El que hace un cesto hace un ciento. Caramba
está fría ya el agua. Pero, qué importa.
Romperé el sobre. |
LUISA.-
¡Muchacha! Eso es más
difícil. ¿No ves que irremisiblemente te descubrirán?
|
PEPA.-
¡Y qué! Me echarán a la calle. Bueno.
Estoy en tren de todo. Lo que es de esta hecha no me quedo
con la curiosidad... A la una... a la dos... y a las tres.
(Rompe el sobre alejándose de LUISA que quiere impedirlo.)
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LUISA.-
¡Pepa? ¡Pepa! ¿Qué has hecho? |
PEPA.-
(Leyendo.)
«Silvio adorado». Esta noche voy al «Solís» con el
imbécil de mi marido. No faltes y mírame mucho,
mucho, con los gemelos. Te adora Catalina. ¿Eh? ¡Has visto!
¡Juegan a las cambiaditas muchas señoras con sus maridos! |
PEPA.-
A las cambiaditas, eso es, mi patrón con
tu patrona y tu patrón con mi patrona... Y esto queda
en familia...¡Qué asco! |
LUISA.-
¡Pero qué
asco! |
PEPA.-
¿Y qué destino le daremos a esta carta?...
|
LUISA.-
Ponerle otro sobre. |
PEPA.-
Pero conocerá
la señora Catalina que le han cambiado el sobre, que
no es su letra... |
LUISA.-
Es verdad... ¿Qué hacemos,
pues? (Pensativa.) |
PEPA.-
Eso pregunto yo. |
LUISA.-
¡¡Ah!
¡Qué idea! ¿Te animas a hacer una barbaridad conmigo?
¿Una barbaridad muy grande? |
LUISA.-
Según. |
PEPA.-
Enterar a los maridos de que sus mujeres los traicionan.
|
LUISA.-
¿Estás loca?... ¡Es una felonía!
|
PEPA.-
Puede ser un acto revolucionario. Una lección,
un castigo a la elástica moral de esas gentes bien.
Figúrate. Ponemos las cartas de las dos señoras
en los sobres correspondientes a sus respectivos esposos.
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LUISA.-
Es decir la de mi señora irá a mi
patrón su esposo, y... |
PEPA.-
Y la de la mía
a su esposo. Esto es que la carta enviada al marido de tu
señora la recibirá el esposo de la mía,
mi patrón... Así se darán cuenta ambos
de que se engañan respectivamente con sus propias
mujeres... ¿Aceptas? |
LUISA.-
Pero... |
PEPA.-
¿Aceptas?...
Si se arma farra, que se arme. Nada nos ha de tocar. ¿Quieres?
No será muy digno esto... pero, tampoco el caso exige
muchos escrúpulos... La cocina es para tiznarse. ¿Aceptas?
|
LUISA.-
Bueno, últimamente...Vaya, lo haremos. (Sentándose
a escribir.) « Al señor Teodoro García». Calle
Tal, número tal... Jájájá. Ya
está uno. «Al señor Silvio Laguna... calle...
etc., etc. Ya está el otro. Ahora a poner las cartas
adentro. |
PEPA.-
No te equivoques, ¿eh? |
LUISA.-
Pierde cuidado.
(Pone los pliegues dentro de los sobres.) Ahora al correo.
|
PEPA.-
¿Las llevas tú? |
LUISA.-
Sí, en seguida...
Adiós ¿eh?... Adiós. |
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(Vase.)
|
PEPA.-
Hasta
luego. (La acompaña hasta la puerta. Se siente llanto
otra vez.) ¡Voy! ¡Ya voy! ¡Mocosos! (Al público.) ¡Qué
demonios! Tienen razón los jesuitas. El fin justifica
los medios... ¡Voy! ¡Voy! |