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Puertas adentro

Florencio Sánchez



PERSONAJES
 

 
PEPA.
LUISA.





ArribaActo único

 

La escena representa un saloncito lujoso. Pequeño escritorio de mujer en el centro. Puertas al fondo y a la derecha. Ventana a la izquierda.

 
 

PEPA.

 

PEPA.-   (Cantando «Hijos del Pueblo» mientras limpia los muebles con un plumero.)  «Hijos del pueblo te oprimen cadenas». Ya lo creo que las oprimen. ¡Uff!... Y a nadie más que a nosotras, las hijas del pueblo que servimos... ¡Qué barbaridad! Imagínense ustedes, ahora limpiando los muebles... no tienen ni pizca de polvo, pero hay que limpiarlos, o hacer la parada de que se limpian, mientras no lloran los chicos. Porque en cuanto comienzan a berrear... Felizmente duermen. Oh, esos muchachos. Todo el santo día molestando.- Mamá, mamá. ¡Yo quiero pis! Mamá, la nena me ha pegado, yo quiero ir a la puerta... Mamá, esto; mamá, el otro; mamá lo de más allá... Ustedes creerán que la mamá se desvive por atenderlos... ¡Pues no señor! Maldito el caso que les hace... Que Totó quiere pis, pues ya está la patrona a gritos: ¡Pepa! ¡Pepa! ¡El servicio para el nene! Y por el estilo: ¡Pepa, calienta leche! ¡Pepa, llévalos a la puerta! ¡Pepa!... Y Pepa arriba, y Pepa abajo... Todo tiene que hacerlo Pepa... la indispensable Pepa... Terrible cosa... no bien amanece, de pie y a vestir a los niños; unos muñecos los más madrugadores y después a darles el té con leche; y más tarde a lavar los pañales del menorcito, una monada de criatura que no hace más que ensuciarse... y a tender las camas, y a servir la mesa, y a lavar el servicio... y no bien han concluido todas esas tareas, vuelta con los niños; a bañarlos, a sacarlos a paseo, a... ¡Oh! ¡Qué sofocación, señores, qué sofocación!... Y menos mal cuando todos estos trajines no van acompañados de rezongos y gritos de la patrona...

¡Es lo que más rabia me da! Bebé, por corretear en la vereda, se rompe las narices. Pues la culpa la tiene Pepa, una descuidada, una bandida, una canalla. Miren que dejar caer a la pobre criatura... ¡Qué infamia! Porque los niños no se caen nunca sino por descuido de las mucamas... Y como esto, todos los rezongos... menos mal, cuando la patrona no amanece de mal humor... ¡que sabe agarrar unas lunas!... ¡Ay! Vale más no acordarse de ello. Y por ese trabajo, con malos ratos y todo, me pagan, señores, cuatro pesos al mes, con comida, es claro... mejor dicho, con sobras.  (Se interrumpe y recorre los muebles tarareando.)  ¡Ay! ¡Qué vida ésta! ¡Qué vida! ¡Qué vida!... Ni un instante desocupada... Ahora mismo, que podría hacerme una escapadita hasta la carnicería, a ver al podre Isidro que me ha de estar esperando... a Isidro... ¿no lo conocen?... mi novio... Ahora que podría charlar un rato con él, pues no están los señores, nada de poder moverse porque la niña se ha dormido y si se despierta y no estoy...  (Se oye llanto adentro.)  ¡No ven, no ven! ¿Oyen ustedes? Muñecos del diablo.  (Se acerca a la puerta de la izquierda.)  ¡Mée! ¡Mée! ¡Mée!  (Remedando el llanto.)  ¡Berrea, condenada, hasta que te mueras!  (Volviéndose hacia el público.)  ¿Han visto cosa igual? ¡Ah! Y a todo esto estará Isidro...  (Pausa.)  ¿Han oído? ¿Han silbado, verdad?  (Se acerca al balcón.)  Sí... sí... es el mismo Isidro. Véanlo.  (Haciendo señas.)  ¿Qué? ¿Que vaya?... ¡No, imposible!... No puedo... ¿Y los niños?  (Se detiene un instante y volviéndose al público.)  ¡Pobre Isidro!... Si se comprometen a no decir nada les contaré que me ha tirado un beso... así... ¿Se lo devuelvo? Sí, ¿verdad?  (Volviéndose al balcón.)  ¡Qué lástima! Ya se fué... Caramba... ¡Pero calle! ¡Allí va Luisa! La voy a llamar. Así charlaremos un rato... Chist... Chist... ¡Luisa!... Ya viene... Es una excelente muchacha... ¡Y sabe unas cosas de su patrona! Verán ustedes.



Escena II

 

PEPA-LUISA.

 

LUISA.-   (Entrando.)  ¡Hola! ¿Cómo te va?  (Dándole la mano.) 

PEPA.-  ¡Bien, hija, bien!. Es decir, mal. Figúrate que hace rato que Isidro me está esperando...

LUISA.-  Sí, lo vi en la esquina.

PEPA.-  Y a causa de esos pebetes, nada de poder moverme de aquí...  (Llorando otra vez adentro.)  ¿Lo ves? que están a gritos.  (Aproximándose a la puerta con rabia.)  ¡Revienten! ¡Malditos! ¡Uff!...

LUISA.-  ¡Ave María, qué mala!

PEPA.-  ¿Mala? demasiado tolerante. Pero ya se han callado. Vamos a charlar un rato en paz. ¿Te parece? Nos sentaremos aquí como dos grandes señoras.  (Se sientan.)  ¿Has visto al tuyo, Luisa?

LUISA.-  ¡Calla, mujer! ¡Qué he de verlo! ¡Toda la mañana ocupada ¡¡Es sábado hoy pues!... Y que el panadero, y que la lavandera, y que el lechero, y que... Y a todos tengo que atenderlos porque el señor se ha ido para afuera, como todos los sábados. Y yo tengo que cargar con el burro muerto de los rezongos de todos los acreedores... Que venga el otro sábado. Que pase a fin de mes... Que hoy no hay plata... ¡Jesucristo! Y las vergüenzas que me hacen pasar.

PEPA.-  ¡Hija, pues yo soy más feliz! ¡Aquí nada de eso ocurre!

LUISA.-  ¿De veras? ¡Qué extraño!

PEPA.-  ¡Claro, como que no hay quien les fíe a los señores!

LUISA.-  ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Qué bueno! Y, dime, de aquello ¿has averiguado algo? ¿Descubriste?...

PEPA.-  ¡Calla, hija, nada... nada!  (Observa si alguien escucha.)  Pero, be pispado un detalle de primer orden... Ahora verás.... El Viernes Santo, la señora recibió tempranito una carta... con sobre amarillo, como siempre; la leyó y se puso loca de contenta: tan contenta que lo menos por una hora no me rezongó... Este... como iba diciendo, después tomó un coche se fue a recorrer, según dijo ella, las iglesias, a eso que llaman jubileo tal vez, y no regresó, hasta la tardecita...

LUISA.-   (Con malicia.)  ¡Ah! ¡Si! Ah jubileo... Y yo que creía que no era muy católica esa señora!

PEPA.-  Ya lo ves. La carta sería sin duda del... ilustrísimo arzobispo... ¿Y tú que has sabido?...

LUISA.-  ¡Ah si supieras!.. ¡A que no adivinas quién es él... él... vamos, la relación de mi señora! Ni lo sospechas.

PEPA.-  ¿El diputado aquél?

LUISA.-  ¡No!

PEPA.-  ¿El hermano del corredor de la bolsa?

LUISA.-  ¡Tampoco!

PEPA.-  ¡Ah! ¡Ya se! El mozo rubio aquel que pasa todas las tardes.

LUISA.-  Menos...¿Te das por vencida?...¿Sí?...Pues caete de espaldas Don Te o

PEPA.-  ¿Teófilo?

LUISA.-  Teodoro.

PEPA.-  ¡El patrón!!!

LUISA.-  El mismo.

PEPA.-  ¿Qué me decís? ¡Qué barbaridad! ¡Quién iba a sospecharlo!

LUISA.-  Ya lo ves. ¡Las santitas de nuestras patronas!... Después de hablar de nosotras, dicen que somos una relajadas, unas indecentes que tenemos novios o amantes... Y nos retan,... y nos llaman sinvergüenzas, desorejadas... ¡Ah! Pero...

PEPA.-  Sí, hija. Tienes razón... Pero ¿cómo has hecho para saber todo eso?

LUISA.-  Muy fácil... Esta mañana me llamó la señora y me dijo: Luisa, de parte del señor lleve esta carta a don Teodoro García... y me entregó la carta... Yo, sabes, la tomé, y es claro miré el sobre y... Pero esas tontas, mejor dicho esas idiotas de patronas se piensan que nosotras tenemos unas tragaderas así de anchas... Figúrate que la dirección iba con letra de ella y el sobre... todo perfumado... me parece que el señor no escribe así...

PEPA.-  ¡Qué pava!... ¿Y trajiste la carta?

LUISA.-  Sí, aquí la tengo. ¡Mira!...

PEPA.-  ¿A ver? ¿a ver?  (Huele.)  Rico, rico el perfume...  (Observa el sobre y lo mira al trasluz.)  ¿Qué dirá? ¿qué dirá? Si pudiéramos...

LUISA.-  ¿Abrirla? ¡No!... Qué temeridad...

PEPA.-  ¿Y por qué no? ¡Es tan fácil!!! Mira, con un poquito de agua caliente... ¡Poniéndola al vapor!

LUISA.-  ¿Y no se conocerá? ¡Ah, hija! ¡Tengo un miedo de que nos descubran!...

PEPA.-  ¡Verás, verás! No seas tonta... nos vamos a divertir en grande. Espérame un poco...

 

(Se va por la izquierda.)

 


Escena III

 

LUISA.

 

LUISA.-  ¡La verdad es que no merecen estas patronas que se les conserve fidelidad!... Qué diablos... Y al fin y al cabo consintiendo en que se abra la carta no haré más que vengarme. El otro día me pegó una reprimenda terrible por haberme pillado debajo de la almohada una carta de Enrique... ¡Uff! las cosas que me dijo... sinvergüenza; grandísima... grandísima... grandísima oveja... Y digo oveja por no repetir la palabra que ella empleó; que fue un poquito más fuerte. ¡Con que grandísima!... Eso sí; usan un lenguaje entre casa, esas señoras decentes!... ¡Es claro, yo le contesté que era muy libre y muy dueña de hacer mi santa voluntad, mientras no la ofendieran... y ella, se enfureció y siguió diciéndome cosas, unas cosas! ¿y yo qué había de callarme? le dije que más sinvergüenza y más grandísima... eso... era su hermana que se pasaba las noches con el novio en el balcón haciendo porquerías y... en fin, que casi me echa a la calle por la moralidad de su hogar. Tan luego ella... ¡Ay, señores, como anda el mundo, cómo anda la sociedad!...



Escena IV

 

PEPA-LUISA.

 

PEPA.-   (Entra con la caldera en la mano tarareando la marcha del «Riego».)  Tariráráráráaá... Ya está... Vamos a ver...  (Pone la caldera sobre el escritorio.)  ¡Ajajá!... Así... Un poquito de vayor y le ponemos en claro la conciencia a tu patrona...  (Las dos observan.)  Ya empieza a ablandarse la goma...

LUISA.-  ¿Pero no se echará a perder el sobre?

PEPA.-  ¡Calla tonta! Déjame hacer... ¿ves? ¡Ya va a estar!...

LUISA.-  Bueno, pero yo la leo primero... me corresponde.

PEPA.-  ¡Qué esperanzas! ¡Yo la leo!

LUISA.-  ¡Déjamela! ...Yo, yo debo hacerlo...

PEPA.-  ¡Muchacha! ¡Que rompes el sobre! ¡Suelta!... Lárgame... ¡Ves que ya lo has roto!...

LUISA.-  ¡Qué barbaridad!... ¿Y ahora?

PEPA.-  Ahora a leerla.  (Desdobla el pliego y lee.)  «Mi querido negro». ¡Caramba! ¡Caramba!

LUISA.-  ¡Ay la señora moralista! ¡Con que «Mi querido negro». Muy bonito! Sigue.

PEPA.-   (Leyendo.)  «Mi querido negro: Buena me la has hecho. Ayer te esperé largo rato en la capilla de los Salesianos, y tú nada de llegar... Recé por ti, tres padres nuestros que no te los mereces por infame. Esta noche voy a la Catedral. Estaré junto al altar de Nuestra Señora de los Dolores... Trata de no cansármelos demorando mucho... Tu pochocha que te adora. Clara»  (Dejando caer los brazos estupefacta.)  ¡Qué me dices Luisa! ¿Qué me dices?

LUISA.-  Que todo es muy digno de la moral católica de mi señora.

PEPA.-  Y tan devota, ya querida Pochocha. ¡Ja! ¡ja! ¡ja!

LUISA.-  Y todavía se permite insultarme porque tengo novio.

PEPA.-  Vaya. ¿Y eso te llama la atención? Parece que no hubieras servido nunca. Si te empezara a contar las cosas por el estilo que he presenciado en la buena sociedad, teníamos para llegar a viejas antes de concluir... Esto, es así. Las señoras, las patronas, nos critican, nos acusan de indecentes, para tranquilizar sus conciencias, sin duda...

LUISA.-  O envidiando nuestra moralidad. Pero... y ahora ¿qué hacemos con el sobre roto?

PEPA.-  Cierto. Lo olvidaba... No se por qué me estaba entristeciendo, apenando. Me invadía un profundo desconsuelo. Porque mira que es lastimosa a torturar sus sentimientos a...

LUISA.-  ¡Qué penas, ni qué lástimas! ¿Porque no se rebela? ¿Por qué no protesta contra ese convencionalismo, que la obliga a considerar delito, su amor.? ¿Por qué no es como nosotras las que para amar no precisamos del visto bueno de la sociedad?... ¿Por qué es hipócrita?... ¿Por qué disimula? ¿Por qué? ¿Por qué me ha reprendido a mí que al fin no engaño, ni mistifico a nadie? Vamos, vamos, eso es perversión moral, nada más, la perversión bíblica de esas Evas de la buena sociedad, que se pasan la vida buscando serpientes que las tienten a comer la manzana prohibida. Pero en fin, dejando esas cosas... ¿Cómo arreglaremos eso del sobre?

PEPA.-  ¡Ah! ¡Sí! ¡Mira! Tú tienes buena letra... Hacemos un sobre nuevo. Mi señora debe tener algunos aquí, en su escritorio. ¡A ver!... ¡Creo que una de esas llaves sirve!  (Saca un llavero.)  Fíjate por la calle por si viene alguien.  (Probando las llaves.)  Esta no sirve... ni ésta... ¡Ajajá! ¡Ya está abierto! ¡Cuantas cartas empaquetadas! ¡Y con letra de hombre! ¿Y ésta? ¿Cerrada? ¡A ver, a ver!... letra de la señora, de mi señora... dice... Señor Silvio Laguna....

LUISA.-  ¿Qué dices de Silvio Laguna?...

PEPA.-  Que aquí hay una carta para él.

LUISA.-  ¿Para mi patrón?

PEPA.-   (Con ironía.)  Ya lo ves. Y de mi patrona, de Misia Catalina.

LUISA.-  ¡Ave María Purísima!!

PEPA.-  Sí. Hay que abrírla también... El que hace un cesto hace un ciento. Caramba está fría ya el agua. Pero, qué importa. Romperé el sobre.

LUISA.-  ¡Muchacha! Eso es más difícil. ¿No ves que irremisiblemente te descubrirán?

PEPA.-  ¡Y qué! Me echarán a la calle. Bueno. Estoy en tren de todo. Lo que es de esta hecha no me quedo con la curiosidad... A la una... a la dos... y a las tres.  (Rompe el sobre alejándose de LUISA que quiere impedirlo.) 

LUISA.-  ¡Pepa? ¡Pepa! ¿Qué has hecho?

PEPA.-   (Leyendo.)  «Silvio adorado». Esta noche voy al «Solís» con el imbécil de mi marido. No faltes y mírame mucho, mucho, con los gemelos. Te adora Catalina. ¿Eh? ¡Has visto! ¡Juegan a las cambiaditas muchas señoras con sus maridos!

PEPA.-  A las cambiaditas, eso es, mi patrón con tu patrona y tu patrón con mi patrona... Y esto queda en familia...¡Qué asco!

LUISA.-  ¡Pero qué asco!

PEPA.-  ¿Y qué destino le daremos a esta carta?...

LUISA.-  Ponerle otro sobre.

PEPA.-  Pero conocerá la señora Catalina que le han cambiado el sobre, que no es su letra...

LUISA.-  Es verdad... ¿Qué hacemos, pues?  (Pensativa.) 

PEPA.-  Eso pregunto yo.

LUISA.-  ¡¡Ah! ¡Qué idea! ¿Te animas a hacer una barbaridad conmigo? ¿Una barbaridad muy grande?

LUISA.-  Según.

PEPA.-  Enterar a los maridos de que sus mujeres los traicionan.

LUISA.-  ¿Estás loca?... ¡Es una felonía!

PEPA.-  Puede ser un acto revolucionario. Una lección, un castigo a la elástica moral de esas gentes bien. Figúrate. Ponemos las cartas de las dos señoras en los sobres correspondientes a sus respectivos esposos.

LUISA.-  Es decir la de mi señora irá a mi patrón su esposo, y...

PEPA.-  Y la de la mía a su esposo. Esto es que la carta enviada al marido de tu señora la recibirá el esposo de la mía, mi patrón... Así se darán cuenta ambos de que se engañan respectivamente con sus propias mujeres... ¿Aceptas?

LUISA.-  Pero...

PEPA.-  ¿Aceptas?... Si se arma farra, que se arme. Nada nos ha de tocar. ¿Quieres? No será muy digno esto... pero, tampoco el caso exige muchos escrúpulos... La cocina es para tiznarse. ¿Aceptas?

LUISA.-  Bueno, últimamente...Vaya, lo haremos.  (Sentándose a escribir.)  « Al señor Teodoro García». Calle Tal, número tal... Jájájá. Ya está uno. «Al señor Silvio Laguna... calle... etc., etc. Ya está el otro. Ahora a poner las cartas adentro.

PEPA.-  No te equivoques, ¿eh?

LUISA.-  Pierde cuidado.  (Pone los pliegues dentro de los sobres.)  Ahora al correo.

PEPA.-  ¿Las llevas tú?

LUISA.-  Sí, en seguida... Adiós ¿eh?... Adiós.

 

(Vase.)

 

PEPA.-  Hasta luego.  (La acompaña hasta la puerta. Se siente llanto otra vez.)  ¡Voy! ¡Ya voy! ¡Mocosos!  (Al público.)  ¡Qué demonios! Tienen razón los jesuitas. El fin justifica los medios... ¡Voy! ¡Voy!






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