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Pág. 273 de la ed. de 1863.

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[«luz», corregido por «Luz» de la fe de erratas del original (N. del E.)]

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Pág. 142.

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Pág. 46.

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(1828-1897). Natural de Málaga e hijo de D. Antonio Cánovas y García y de D.ª Juana del Castillo. Desde muy joven mostró su inclinación por las letras, si bien su padre habría preferido que cursase Ciencias exactas. Fundó el semanario La joven Málaga y en 1845 trasladose a Madrid, donde al lado de su tío D. Serafín Estébanez Calderón terminó el Bachillerato y se licenció en Derecho. En 1849 formó parte de la redacción de La Patria, que dirigía D. Joaquín Francisco Pacheco y que más adelante dirigio él también. Graduose de Abogado en 1853. Durante este año y el siguiente tuvo a su cargo en el Ateneo de Madrid un curso de lecciones históricas. Diputado por Málaga en las Constituyentes de 1854-56. Diplomático en Roma, donde hizo compatible esta tarea con estudios históricos. Gobernador Civil de Cádiz, Director General de Administración Local y Subsecretario de Gobernación. Ministro de este Departamento en 1864 y del de Ultramar en 1865. Académico de la Lengua, de la Historia, de Bellas Artes de San Fernando y de mérito de la de Jurisprudencia. En 1874, con motivo de la proclamación de Alfonso XII, por el General Martínez Campos, encargose de formar el Ministerio Regencia. Volvió al poder en 1883 y en 1890 ocupó de nuevo la Presidencia del Consejo de Ministros. Dirigió la Academia de la Historia y presidió el Ateneo de Madrid. Con escasa fortuna cultivó la poesía (Obras poéticas, 1887). Con ocasión del ingreso de los señores Saavedra y Vilanova disertó en la Academia Española sobre Literatura aljamiada y Geología y Protohistoria ibéricas. Crítico de arte en Artes y Letras y autor de Problemas contemporáneos (1884-90). Poseía en su hotel de la calle de Serrano, de Madrid, llamado La Huerta una biblioteca, con más de 35000 volúmenes. Colaboró en Las Novedades, Semanario Pintoresco, Revista de España, La Ilustración Española y Americana, Ilustración de Madrid, España Moderna, El Tiempo, La Época, y publicó con Goñzález Bravo El Murciélago. Fue asesinado en el balneario de Santa Águeda (Guipúzcoa), por el anarquista italiano Miguel Angiolillo, el 8 de agosto de 1897.

BIBLIOGRAFÍA.- Cherbuliez: L'Espagne Politique (París, 1874); G. Hubbard: Regne d'Isabelle II (París, 1882-83); Manuel Casado Sánchez de Castilla: Cánovas, apuntes biográficos (Málaga, 1887); Francisco Cañamaque: Los oradores de 1869 (Madrid, 1887); Adolfo Pons y Umbert: Cánovas del Castillo (Madrid, 1901); V. C. Creux: Antonio Cánovas del Castillo, sa carrière, ses oeuvres, sa fin. Étude biographique et historique (París, 1901); A. de Lara y Pedraja: Antonio Cánovas del Castillo (Madrid, 1901); Emilio Cánovas: Cánovas del Castillo: juicio que mereció a sus contemporáneos españoles y extranjeros (Madrid, 1901); J. Valera: Ecos Argentinos (Madrid, 1901); Elogio del Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo. O. C. t.º II (Madrid, 1905) y t.º XL (Íd., 1914); Juan del Nido: Historia... de Cánovas (Madrid, 1914); Conde de Vallellano: Cánovas (Madrid, 1946); M. Fernández Almagro: Cánovas: su vida y su política (Madrid, 1851).

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Prologola el tío del autor, D. Serafín Estébanez Calderón. Reproducimos este discreto juicio sobre la novela en general. «Y si los ensayos y tentativas en nuestra literatura, singularmente en las composiciones de amenidad, han sido inflices y de ruin éxito en los últimos tiempos, no habrá razón para esperar mejor fortuna en aquellos ramos en que son mayores las dificultades, como sucede en la novela histórica». (La campana de Huesca, en La Novela de Ahora, 3.ª época, año 3.º, núm. 8, pág. 2).

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[«XXY», corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

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Ibídem, pág. 116.

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Bosquejo histórico de la Casa de Austria (1869); Estudios del reinado de Felipe IV (1888); Estudios de la decadencia de España desde Felipe III hasta Carlos II (1910), etc.

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Se ha atribuido a D. Antonio Cánovas un exceso de celo estilístico, llevado al extremo de corregir y enmendar exageradamente sus escritos. Achaque es éste de muchos escritores. Hartzenbusch, por ejemplo, se pirraba no sólo por corregirse a sí mismo, sino por corregir a cuantos autores clásicos caían en sus manos. Tal afán de aliñar la prosa resta naturalidad, espontaneidad a la elaboración literaria, e incluso, como se ha observado ya respecto del historiador de los Austrias, puede hacerla confusa e inextricable.

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