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Vemos en Sor Juana Inés de la Cruz una presencia de la filosofía, bajo la forma de filosofía tomista, escolástica, que era la que más se cultivaba en su época (al lado de la filosofía neoplatónica, hermética, y ya la moderna). Es una presencia e influencia poco destacada y estudiada en las obras de Sor Juana. No creemos que se haya dejado de lado porque se la da por obvia y ya ni atrae la consideración. Es un aspecto que se ha relegado por negligencia, y a veces por prejuicio. Se ha llegado a querer presentar una Sor Juana más bien hermética, neoplatónica y hasta moderna, pero no escolástica, como si ello fuera en desdoro y vergüenza de sus talentos. Pero, por una parte, es real y comprobable esa influencia en los escritos de Sor Juana; y, por otra, no creemos que sea demérito, sino, antes bien, una más de las virtudes de la genial monja este conocimiento y manejo de esa filosofía tomista que se deja ver en sus poemas.
Por ejemplo, Sor Juana recoge la enseñanza de la cosmología o filosofía natural propia de la escolástica, que era la correspondiente a la Physica de Aristóteles. Así, en la loa dedicada al cumpleaños del hijo de los virreyes, un personaje que representa a la Tierra, y lleva el nombre de Telus, explica las propiedades de los cuatro elementos según sus oposiciones mutuas:
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Ciertamente esta parte de la filosofía aristotélica, la de la física, fue la más perecedera y que pronto iba a ser destronada por la ciencia moderna. Pero brindaba cosas que aun ahora siguen siendo valiosas y —62→ válidas en el ámbito de la filosofía natural. Esto es, no en cuanto teorías científicas de la física, sino en cuanto teorías filosóficas u ontológicas de los fenómenos físicos. En seguida Sor Juana hace un silogismo acerca de la prioridad de la luz en la creación, donde menciona de pasada la distinción esencia/accidente en las propiedades, así como la distinción esencia/existencia en los principios del ente. Los razonamientos son válidos (i. e. con verdad y corrección), a pesar de las exigencias de la versificación y del uso de metáforas. Por eso hace decir a Neptuno:
Y argumento en esta forma: | |||
La luz, primero que el Sol, | |||
fue el primer día creada, | |||
y después fue vinculada | |||
a ese luciente Farol: | |||
de modo que su arrebol, | |||
después a su ardor unido, | |||
fue un accidente añadido, | |||
para que fuese luciente; | |||
luego es esencia lo ardiente, | |||
y accidente lo lucido. | |||
Luego (si su ardor ha sido | |||
su principal existencia, | |||
en que consiste su esencia), | |||
alumbrar y no encender, | |||
no puede ser. |
También hace ver que una propiedad esencial no puede negarse sin destruir la entidad, lo cual sería «con necia filosofía». En efecto, uno de los temas que más atraían a los escolásticos era esa especie de dialéctica que se hacía entre las propiedades opuestas de los cuatro elementos. Aunque eran opuestos, llegaban a una armonía por la que se producían las cosas. Ya era algo de lo que se admiraban los primeros filósofos griegos, singularmente Anaximandro, que hablaba de que de tiempo en tiempo había una colisión universal por la que se reparaba el predominio de alguno de los elementos. También se dio ese tópico en los aristotélicos y los escolásticos, y es una observación que aparece varias veces en los poemas de Sor Juana. Por eso, en esa misma loa, dice en seguida el Sol:
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En la escolástica, recogiendo la tradición clásica, a través de Boecio, se consideraba la matemática formada por la aritmética y la geometría; pero la música estaba subordinada o subalternada a la aritmética, en cuanto que ésta le daba ciertos principios y elementos. En un poema encomiástico a los años de la virreina, el personaje que representa a la Música sabe que ésta es una disciplina subalternada a la aritmética; también sabe que la aritmética versa sobre la cantidad discreta, y que a ella pertenecen los sonidos musicales, todas ellas son ideas de esa tradición. La propia Música dice:
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Hace también mención de un punto de ontología de las relaciones o de los seres relativos. En efecto, según Aristóteles en las Categorías, los relativos se implican de tal manera que el conocimiento de uno lleva al conocimiento del otro. Sor Juana, de manera muy perspicaz, hace que la nota Re diga que cuando aparece el Do (o «Ut», como se lo llamaba en aquel entonces) ella también aparece, pues su ser es relacional, y donde está un correlato se presenta otro, según aquella mutua implicación que tienen los relativos:
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Hay una alusión a la quintaesencia, como dechado de perfecciones. De hecho, se pensaba que, además de las 4 esencias sublunares (agua, —64→ aire, tierra y fuego), había una quinta esencia, la de los cuerpos celestes, que era la más perfecta de todas. Los alquimistas la buscaban, como capaz de transmutar o transformar a las otras esencias en metales preciosos128. En este caso, es el Sol quien concentra y sintetiza todas las perfecciones en su quinta esencia, la propia de los cuerpos celestes. Por eso, el personaje que lo representa dice:
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Sor Juana recoge la enseñanza escolástica de la epistemología, relacionada con la ontología de las causas. Estas causas son los principios explicativos de la cosa, por lo cual ella emplea el esquema causal aristotélico para explicar lo que es un instrumento musical. La Música misma, al aclarar el funcionamiento de un instrumento musical, explica las cuatro causas de éste, siguiendo el esquema explicativo dado por Aristóteles en los Segundos Analíticos, y preservado por los escolásticos. En ese instrumento, el fin es la melodía, la materia y la forma están dados por el ente, que lo fabrica para lograr ese efecto armonioso, pero si la causa eficiente, a saber, el ejecutante, no es adecuada, sonará mal:
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Dentro de esta línea del pensamiento cosmológico o de filosofía natural, se dejan ver otras ideas escolásticas acerca de la naturaleza. En la loa por el cumpleaños de Fray Diego Velázquez de la Cadena, la Naturaleza se proclama causa segunda supeditada a esa Causa Primera, que es Dios. Sor Juana explica, de manera muy erudita, que la idea operativa de la Naturaleza es la que configura la unión de materia y forma. En efecto, en su Del ente y de la esencia, capítulo 1131, Santo Tomás —65→ dice que la naturaleza es la esencia en cuanto operativa (y no sólo definible, como en lógica, o entitativa, como en metafísica), y de esta manera es propia de la física, cosmología o filosofía natural. Ella es la que cuida del dinamismo del mundo, haciendo que, aun cuando los individuos perezcan, las especies se conserven. Igualmente cuida la sucesión de la generación y la corrupción, de modo que de lo corrompido se genere otra cosa, y así sucesivamente:
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Nótese cómo la naturaleza es la que hace acoplarse a la materia y la forma, ya que en esa composición de ambas consiste la naturaleza o esencia de cada cosa. Y ella, además, por la parte de la forma conserva a los universales (especies) y por parte de la materia conserva a los individuos. Asimismo, por la corrupción de una forma, hace que advenga otra, y así la cosa «rejuvenece», ya que la transformación se da como sustitución de una forma por otra en la materia. Cuando hay privación de una forma, adviene otra a la materia, y se da un cambio o rejuvenecimiento del ente corpóreo. Por otra parte, aparecen nuevamente los cuatro elementos, mencionados por la Naturaleza, la cual pondera la diversidad de sus características o cualidades, pero tan perfectamente conciliadas y en equilibrio, que resulta un verdadero misterio. Es un tópico que ya hemos encontrado antes:
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Por supuesto que aquí esa «misteriosa Cadena» que une a los seres le sirve a Sor Juana de pretexto para aludir al homenajeado, esto es, a Fray Diego Velázquez de la Cadena. Por lo demás, en un contexto de antropología filosófica o filosofía del hombre, la monja jerónima recibe un hermoso símbolo que viene desde la Antigüedad, recorre la Edad Media y cobra vigor en el Renacimiento: el del hombre como microcosmos y como compendio de todo. Aquí reviste una modalidad muy bella, pues es el entendimiento el microcosmos, y no tanto el hombre en cuanto tal; efectivamente, de modo ideal o intencional (es decir, cognoscitivamente) es una cifra o compendio de todo lo creado. Así pues, expresa el Entendimiento:
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Todo un mundo se contiene en el pensamiento, esto es, en el entendimiento del hombre, el cual tiene dos aspectos muy distintos: uno de entendimiento propiamente dicho, o de intelección, y otro de razón, o razonamiento, o raciocinio, o discurso. Por eso, el discurso es lo que se sigue del entendimiento, pues el segundo es conocimiento directo y simple, intuitivo, mientras que el primero es complejo, sucesivo y fatigoso. Pero si el entendimiento es perspicaz, el discurrir será sutil. Habla el Discurso:
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El discurso o raciocinio es lo propio de la ciencia, mientras que la intuición es más propia de la sabiduría. Aun cuando ésta sigue usando del discurrir científico, lo que tiene como más peculiar es la captación intuitiva del orden cósmico. Y la sabiduría filosófica es la metafísica u ontología. De ahí que, por boca de la Música, se menciona la díada ontológica de principios que son la potencia y el acto. El acto es la perfección de la potencia, su culmen y realización, y puede ser entitativa u operativa. El acto entitativo es el de ser o existir, y el operativo se refiere a las distintas operaciones que puede efectuar el ente ya existente. Oímos exclamar a la Música:
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Sor Juana domina, pues, los conceptos y principios clave de la ontología o metafísica escolástica. Pues bien, así como el entendimiento, con su dinamismo daba origen al discurso o raciocinio, así -de acuerdo con lo que dijimos- este último da origen a la ciencia, pues ella es el razonamiento que hace conocer las causas. El intelecto da los enunciados que sirven de premisas, y el discurso extrae de ellas la consecuencia o conclusión. Y la conclusión es científica cuando en las premisas se indican las causas de la cosa. Y la ciencia, según la expresión de Sor Juana, se fabrica a partir de la experiencia propia, o a partir de la ajena, mediante el estudio de los que han experimentado. Por eso dice la Ciencia:
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La experiencia, que alimenta la intelección y, por lo mismo, la ciencia, puede venir de uno mismo o de los demás. En el segundo caso, conjuntamos las experiencias que nos transmiten los otros y se da la enseñanza, con la cual avanzamos de ordinario, pues la invención personal es más bien rara, y es más frecuente adquirir los conocimientos mediante el aprendizaje. Sor Juana juega con el segundo apellido del fraile festejado (Fray Diego Velázquez de la Cadena), pues además de tener en el cielo como protector a San Agustín, quiere tener a Santo Tomás, el cual escribió una Cadena dorada, es decir, su Catena aurea, hecha de textos de los Santos Padres acerca de los evangelios. El también tiene una cadena de oro, como el del nombre. Esto lo afirma la Naturaleza del siguiente modo:
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Finalmente, en esa misma loa a Fray Diego, Sor Juana se refiere a dos conceptos que se podían encontrar tanto en la lógica como en la física: la intensión y la extensión. La intensión, en la lógica, se encuentra en los conceptos, y es el contenido significativo, mientras que la extensión son los individuos a los que designa. En física, la extensión es la cantidad de la cosa corpórea, y la intensión es el aumento o incremento de sus propiedades. Sor Juana habla de vivir, más que en cantidad (en la extensión), en la calidad (en la intensión). Aquí seguramente que no se refiere a la intención (con «c»), sino a la intensión (con «s»), pues de esta última forma significa la intensidad cualitativa, la intensio (como la llamaban los lógicos y físicos escolásticos), como acrecentamiento o condensación de la cualidad de algo. Tal expresa el Entendimiento:
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Con base en todos los ejemplos anteriores que hemos analizado, se ve, por consiguiente, la habilidad que Sor Juana había adquirido en filosofía. Su manejo de las nociones es adecuado, y sabe hacer poesía con conceptos filosóficos. Si se quiere, sin llegar a hacer una poesía filosófica, ni hacer filosofía en su poesía, sabe hacer un uso conveniente de los filosofemas en sus poemas, se vale de lo filosófico para dar mayor fuerza a lo poético. En este caso, podríamos decir, la filosofía está al servicio de la poesía; el arte se sirve de los otros saberes para quedar más logrado y perfecto. Pero, aun en esa utilización de lo filosófico en aras de lo poético, hay un aprovechamiento muy fino, y una precisión en el manejo de las ideas, que nos hace darnos cuenta de que Sor Juana alcanzó a tener un conocimiento más que pasable, notable, de la filosofía de su época, singularmente de esa filosofía escolástica que era la más extendida, a saber, el tomismo. Esta es una influencia y presencia intelectual que, no se sabe por qué, fue dejada de lado por los estudiosos de Sor Juana, y sólo poco a poco está siendo reconocida, y es la que nos hemos dedicado a recoger y resaltar en los renglones este trabajo.
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Un rasgo de la historia del pensamiento en la Nueva España es la presencia de la filosofía hermética, sobre todo a través de las obras de Atanasio Kircher, S. J. Este fue un erudito y fecundo escritor que se dedicó a sistematizar el hermetismo en numerosos libros que ambicionaban llegar a constituir una especie de enciclopedia. A través de él llegó la filosofía hermética a muchos de los novohispanos, entre ellos a Sor Juana Inés de la Cruz. Para poder entender el legado y la importancia del pensamiento hermético en Sor Juana, veamos primero un poco en qué consiste ese sistema. Después veremos qué recepción tuvo por parte de nuestra poetisa.
Llena de misterios y aun de confusiones, la filosofía hermética trataba de conjuntar a Platón y a Aristóteles, es decir, la especulación y la empirie, y en ese sentido era neoplatónica, realizada por griegos establecidos en Egipto (a pesar de que se ha creído que fueron escritos por sacerdotes egipcios helenizantes)140. Con todo, es indudable que en esta filosofía predominaba Platón, y así es comprensible que en el terreno de la ciencia ella se lanzaba a una apasionada especulación a partir de unos pocos datos experimentales que al final no contaban mucho. Inclusive en la tradición hermética se iba más allá de Platón, y se pensaba que el fundador de esa filosofía era el mitológico Hermes Trismegisto, esto es, el tres veces grande, por su sabiduría, bondad y poder141.
Así pues, su origen se remontaba fantasiosamente al antiguo Egipto, a su equivalente el dios Theut o Thot, inventor de la escritura y, por tanto, potenciador del saber, ya que la memoria humana no podía retener sino una cantidad muy limitada de conocimientos, mientras que si el hombre escribía, guardaría más de ese saber. Era, pues, creador de las artes y por lo mismo de la cultura. Pero era también el que, con la escritura, había domeñado y domesticado el lenguaje, hábil en el habla. Por eso tenía para los griegos y romanos (con los nombres de Hermes y Mercurio, respectivamente) el carácter de mensajero e intérprete de los dioses, el que traducía o explicaba sus designios a los hombres. Astuto y buen intermediario, había acumulado una gran sabiduría y la había legado a los mortales que le daban culto, guardada celosamente por los sacerdotes egipcios, quienes la habían transmitido a los demás. Con ellos —72→ habría aprendido Platón, e inclusive lo habría hecho también Moisés; por eso la fácil asociación con la religión judeocristiana (y no faltaba quien dijera que el propio Jesucristo la había aprendido en el tiempo de su huida a Egipto).
Alberto Magno, en
su Metaphysica, dice que Platón
tomó la doctrina de las ideas de la Tabla Esmeraldina, que
recoge enseñanzas de Hermes, y en la que se dice que
«como es arriba es abajo»
,
esto es, se indica la participación de las ideas celestiales
por parte de las cosas terrenas o sublunares142.
Aunque, efectivamente, lo que pasaba era que los cristianos
habían introducido su doctrina del Verbo de Dios en la
teoría platónica de las ideas ejemplares. Así,
en el Poimandres se dice, platónicamente, que la
Voluntad de Dios, «habiendo recibido en
sí misma al Verbo y habiendo visto el bello mundo arquetipo,
lo imitó, una vez modeladas en un mundo ordenado,
según sus propios elementos y sus propios productos, las
almas»
143,
y esas ideas prototípicas fueron plasmadas en la naturaleza
por el Verbo y el Demiurgo que éste engendró. Se
recoge así la idea del Verbo creador del Prólogo del
Evangelio de San Juan, que era la sabiduría de Dios, es
decir, el receptáculo de sus ideas divinas, y el que las
había plasmado en la creación; pero todo esto se ve
inundado de ideas neoplatónicas y gnósticas. Clemente
de Alejandría llega a decir que Platón tomó
sus doctrinas de Moisés, por lo cual el que un cristiano
utilice el platonismo no es más que un acto de justicia y de
recuperación de lo que es propio144.
La ciencia hermética acudía de una manera muy importante al argumento de autoridad. Muchas de las obras que se produjeron en ella fueron muy tardías, y se han fijado cronológicamente en el periodo helenístico, sobre todo en el neoplatonismo, como lo señala el propio Festugière, y, sin embargo, para todas ellas se buscaba de una manera u otra la autoría del mismo Hermes Trismegisto. Comenzado el siglo XVII, en 1614, el erudito Isaac Casaubon puntualizó que, aun cuando podía haber existido un personaje antiguo con el nombre de Hermes Trismegisto, los que pasaban por escritos suyos eran fechables después de Cristo, incluso falsificados por los cristianos para su provecho, restándoles con ello autoridad; pero siguieron influyendo durante todo ese siglo145.
Era, además, esta ciencia hermética una ciencia ya inicialmente utilizadora de la experiencia, pero mayormente basada en la autoridad y en el secreto. En lo que se transmite con sigilo y sólo a los iniciados. Todos estos investigadores, a veces llamados «magos», arrancaban con una mezcla de supuestos vagos y experimentos repetidos sus secretos a la —73→ naturaleza; y también los transmitían por la vía de la iniciación secreta, como un secreto que se concede al iniciado. Al discípulo se le pedía que continuara esa tradición, en el secreto que lo protegiera de los poderosos. Por eso aureolaban sus conocimientos con un nimbo de misterio, de revelación, como lo hizo Raimundo Lulio, que tanto influiría en Kircher y en Leibniz. Lulio recibió la revelación de su arte combinatorio, universal y enciclopédico, esto es, que contenía en su fuente y origen todo saber, para ser desarrollado lógicamente, cuando estaba de ermitaño haciendo penitencia en el monte Randa, en Mallorca. Fue incorporado a la corriente hermética sobre todo en el renacimiento, de modo que entonces lulismo y hermetismo eran casi la misma cosa146. Pico de la Mirandola, Ficino, Bruno..., todos ellos se iniciaron en el ars magna de Lulio y la usaron como instrumento algorítmico para obtener los conocimientos, como una especie de alquimia del saber, que alambicaba toda la realidad procesándola a favor del mago o filósofo. Además, Lulio tenía un sincretismo y un universalismo muy fuertes147, que le hacían pensar, herméticamente, que podría hacerse entender por todos y, lo que es más, persuadir a todos de la verdad universal del cristianismo, como trató de hacerlo con los árabes y fue martirizado.
Muchas veces los conocimientos eran presentados en los escritos en forma de diálogos, diálogos entre maestro y discípulo, y aun entre el hermético y algún enviado del cielo, nuevo Hermes que le transmitía un mensaje de lo alto, como se ve en la obra que emprendió el padre Alexandro Favián, corresponsal de Kircher en México. Algo de eso se ve en Sor Juana, fuertemente influida por el hermetismo, que adoptó la forma de un sueño como camino revelador del saber.
Atanasio Kircher encarnó en sus obras y en su persona esa tradición, reunió todo el saber que se había recibido y desarrollado en la escuela hermética, que habían adoptado los jesuitas debido a que su eclecticismo se lo permitía. Ese eclecticismo era parte de la Contrarreforma, y, sobre todo dejaba mucho lugar a la imaginación, como se ve en el manejo del lenguaje figurado, en la retórica de Gracián y otros, en tanto que la línea protestante o reformada se centró en el sentido literal. Pero Kircher influyó también en los reformados, por ejemplo en Leibniz, quien lo toma muy en cuenta para su libro De arte combinatoria.
La obra de Kircher influyó ampliamente en México. Elías Trabulse nos dice que los inventarios de bibliotecas, hechos por la Inquisición, reportan la presencia de sus obras. Para cosas de magnetismo lo cita fray —74→ Diego Rodríguez, catedrático de matemáticas en la universidad y maestro de Sigüenza y Góngora. Muchos de los que hablaron sobre el cometa aparecido a fines de ese siglo en México usaban los libros de Kircher. Así se ve en el propio Sigüenza, pero también en sus adversarios: el padre Kino, Joseph de Escobar y Gaspar Juan Evelino. También lo citan el geómetra Joseph Sáenz y, ya en el siglo XVIII, Eguiara y Eguren, Clavijero, Alzate y León y Gama, Borunda y fray Servando Teresa de Mier, para asuntos de jeroglíficos, y el padre Gamarra para asuntos de física148.
Célebre y
especial fue el caso de Sor Juana. En el retrato de ésta
pintado por Miguel Cabrera aparecen las obras de Kircher junto a
las de Galeno149.
Además, el mencionado corresponsal mexicano de Kircher,
Alexandro Favián, consiguió muchas obras del jesuita
alemán, tanto para él como para el obispo
Fernández de Santa Cruz, muy cerca del cual estaba. Este
obispo fue el que dirigió a Sor Juana la famosa carta acerca
de su mayor afición al estudio que a los rezos, con el
seudónimo de Sor Filotea de la Cruz150.
En su respuesta a esa carta, Sor Juana dice: «Así lo demuestra el R. P. Atanasio
Quirquerio en su curioso libro De Magnete. Todas las cosas salen de Dios, que es
el centro a un tiempo y la circunferencia de donde salen y donde
paran todas las líneas criadas»
151.
Con ello acepta Sor Juana el esquema hermético-kircheriano
de Dios como el círculo o la esfera cuyo centro y cuya
circunferencia están en todas partes, por ser infinitos.
Vemos la cita explícita del De Magnete de Kircher (Quirquerio)
hecha por Sor Juana.
Por otra parte, la propia Sor Juana tiene un romance en el que dice:
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Y en un soneto al virrey marqués de la Laguna:
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Ermilo Abreu
Gómez, en su intento de reconstrucción de la
biblioteca de Sor Juana, manifiesta la presencia de la
tradición hermética. Sin embargo, el padre Alfonso
Méndez Plancarte lo critica por incluir a ese
—75→
personaje mitológico e inexistente, Mercurio
Trismegisto154.
Con todo, podemos decir que Sor Juana conoce la obra de Hermes, si
no directamente, al menos por medio de compiladores y transmisores,
como el propio Kircher. Acerca de éste, el mismo Abreu
Gómez menciona su presencia en la obra de nuestra
monja155.
Sobre la relación de Sor Juana con la tradición
hermética habló expresamente Robert Ricard, al
relacionar El sueño de la Décima Musa Mexicana con
los sueños filosóficos herméticos156.
Octavio Paz enlaza a Sor Juana con la tradición
hermética a través de la obra de Kircher. Dice:
«Por Kircher, sor Juana se enlaza a una
tradición universal y todavía viva, una
tradición que no ha cesado de inspirar a los poetas de
nuestra civilización, desde el Renacimiento hasta la
época contemporánea. Pero esta tradición, por
su naturaleza misma, ha sido siempre una corriente
subterránea. Sólo hasta ahora empezamos a conocer sus
orígenes y percibimos sus ramificaciones. No deja de ser
extraordinario que una de esas ramificaciones se encuentre en el
México de fines del XVII y que se haya manifestado en uno de
los textos más complejos, rigurosos e, intelectualmente,
más ricos de la poesía de lengua española:
Primero sueño»
157.
En concreto, el modelo de Sor Juana habría sido el
Iter
Extaticum de Kircher; pero también sus dos obras
Oedipus
Aegyptiacus y Musurgia Universalis. Por su parte,
José Pascual Buxó dice prudentemente: «Así, pues, el indudable conocimiento que
tenía Sor Juana de las obras del padre Kircher, si bien nos
confirma su insaciable curiosidad científica, no es bastante
para persuadirnos de que la doctrina de su poema sea esencialmente
hermética y "egipciana" ni que la traza de El sueño
haya de seguir fatalmente la del Iter Extaticum o la Musurgia Universalis;
de esta última -hace poco también- Elías
Trabulse aseguraba ser la obra que inspiró a Sor Juana "las
etapas que el espíritu ha de recorrer a efecto de conocer la
armonía... de todas las cosas creadas", y causa de que -a su
juicio- El sueño no sea otra cosa que una
versión en verso de "lo que Kircher había tratado
'científicamente' al describir cómo lo que preside
las relaciones entre todos los seres creados... es la
armonía musical"»
158.
Es cierto que no se debe exagerar la influencia del hermetismo en
Sor Juana; hay también otras influencias. Pero tampoco se
puede minimizar, ya que era algo muy peculiar a ese mundo
extraño del siglo XVII que convivía con el
surgimiento de la modernidad.
Sor Juana
está muy poco en el mundo moderno. Más bien se coloca
en esa reacción contra éste que fue el barroco,
tensionado entre la escolástica y el hermetismo. La
escolástica era medieval, y el hermetismo propiamente
renacentista, aunque recorrió varias épocas. El
—76→
barroco, contrastado con la modernidad, nos hace pensar en
la Edad Media; no en balde Irving Leonard llama a la Nueva
España «sociedad
neomedieval»
. De alguna manera eso es el barroco: un
tiempo que tiene algo de neomedieval. Ciertamente sucumbió
ante los embates del mundo moderno, pero fue un repunte del
medioevo, conviviendo con lo nuevo, y sobre todo
retardándolo. Los filósofos y científicos que
originaron la modernidad tuvieron todavía algo de barrocos,
pero eso fue desplazado por lo nuevo que nacía. Descartes
con sus retorcimientos religiosos, Leibniz con su metafísica
optimista, Galileo, Tycho y Kepler, y aun Newton, al que alguna vez
se ha llamado «el último de los magos». Esos
primeros científicos tuvieron resabios herméticos:
resquicios de magia, confusiones astrológicas, etc. Pues
bien, en el barroco mexicano, que era la alternativa no moderna, se
daban muchos rasgos de detenimiento, embrollo y aun rechazo de lo
moderno, que tienen mucho parecido con las últimas y
más nuevas proclamas posmodernas.
Sor Juana
está interesada en la teología, saber de
salvación. La teología en la época del barroco
oscilaba entre el conceptismo y el gongorismo, en todo caso
padecía de una abigarramiento y recargo. Lo que se
hacía en los retablos, que se sobrecargaban de adornos, se
hacía en las páginas de los libros teológicos,
que se sobrecargaban de erudición prolífica,
cuestiones sutiles y distinciones menudas. Si a eso añadimos
la influencia del hermetismo, se tiene una mezcla que explica
muchos de los fenómenos literarios y de pensamiento en Sor
Juana. De hecho la escolástica medieval y el hermetismo
renacentista convivían en España y sus provincias de
ultramar. Ermilo Abreu Gómez afirma: «La Edad Media y el Renacimiento no tienen
fronteras en el espíritu de España. Una franja
inefable, de espacio y de tiempo, los separa sin dividirlos. Se
diría que sus valores, sin confundirse, conviven en el
espacio. Al cambiar las épocas no fueron los hechos sino su
sentido filosófico lo que varió en la conciencia
ibérica. Más que la esencia, fue el rumbo, el ritmo
de la marcha humana lo que se alteró. Se ha dicho que el
Renacimiento español fue tardío. Debe aclararse esta
apreciación: fue lento en concordar con los aspectos del
Renacimiento europeo; pero era antiguo en sus gérmenes
clásicos como en Italia o en Francia»
159.
De este barroco conceptista, Sor Juana cita al padre Baltasar
Gracián: «como dijo doctamente
Gracián, las ventajas en el entendimiento lo son en el
ser»
—77→
Hay un retrato muy notable de Kircher. El que aparece en la portada de su libro Mundus subterraneus160. Es una litografía, un grabado en bronce. En él se ve a Kircher a sus 76 años de edad, en 1678, es decir, cuando faltaban dos años para su muerte. Su fisonomía es vigorosa. Los ojos muy abiertos y la mirada inquisitiva y penetrante. Parece que devora lo que ve. Sus pómulos salientes, la cara adusta. La nariz recta y firme. Los labios apretados, con gesto fuerte y hasta rígido, con un rictus notorio en la quijada. La vestimenta parece el abrigo usado en lugares de mucho frío, tal vez por hallarse en el invierno europeo. En la cabeza lleva el bonete jesuítico, que nos revela o nos recuerda su pertenencia a la Compañía, como no deja tampoco de decirlo la leyenda que aureola el grabado, en la que además nos enteramos que era fuldensis, esto es, de Fulda, en Alemania.
Tiene unos ojos brillantes, con los que da la impresión de estar viendo más de lo que parece. Tal vez la cercanía de la muerte o tal vez su misma sapiencia alcanzada le hacían ver algo de la Trascendencia. Uno recuerda sus libros cargados de esa «ciencia» más pretenciosa que la moderna, pues quería llegar a cosas imposibles, como la invención del arca de Noé y el estudio de la torre de Babel161. Nos desconcierta esa mirada de Kircher, mirada que puede ser la de un visionario y también la de un iluso. Un poco atractiva y un poco sobrecogedora, esa mirada parece hundirse en el horizonte, en busca de sueños perdidos que rescatar. Esa mirada nos habla del tipo de conocimiento que el hermetismo barroco buscaba. Conocimiento de la realidad a través de sus símbolos el imán magnético, los jeroglíficos y el caracol.
¿Por qué esta relación del hermetismo con el barroco? Pues Kircher, al igual que sus cofrades Sebastián Izquierdo y Baltasar Gracián, así como Quevedo y Leibniz, pueden ser ubicados como sabios barrocos. El barroco es entusiasta (piénsese en la metafísica optimista de Leibniz): exuberante en el culteranismo y más parco en el conceptismo. Pero tanto en uno como en otro da la impresión de ser muy animoso162. ¿Qué dificultad le representa el acometer esas utopías e ideales, o incluso obsesiones y fantasías? Es, en verdad, reino de la fantasía, no sólo de la razón. La imaginación creativa se entremezcla con el esfuerzo racional; pero en una verificación empírica todavía incipiente y rudimentaria. Kircher habla del pez magnético del que le informa por carta Alejandro Favián, desde las aguas de México163, pero como algo apendicial, no —78→ decisivo y ni siquiera como prioritario. Ya que era creíble porque era más fantástico que empíricamente constatable.
Este saber kircheriano llegó a Sor Juana. Kircher fue uno de sus principales paradigmas de conocimiento. Eso concuerda con su barroquismo gongorista y sofisticado (aunque también tiene momentos conceptistas y alambicados). La lleva al simbolismo mitologista del Neptuno alegórico, se deja ver en el Sueño, con sus alusiones al conocimiento enciclopédico de los arcanos misterios del cosmos, tanto del macrocosmos como del microcosmos (quizá más de este último), y transmina en otros escritos suyos. Sor Juana, sabia barroca como Sigüenza y Góngora, hace convivir el hermetismo con el escolasticismo. El hermetismo, tal vez no recogido directamente de los textos de Hermes, pero sí a través de hermetistas como el propio Kircher, le da ese regusto gnóstico, hermético en el sentido de oculto y que busca lo cerrado, que gusta ocultarse y exigir una laboriosa exégesis para poder penetrar en su secreto. Así como llegó a ser tan penetrante la mirada de Kircher, en el grabado al que nos referimos.
La mirada penetrante, pero un tanto perdida, de Kircher nos fascina. El sabio barroco se permitía brincar de su raíz escolástica al arrebato hermético-gnóstico. Convivían en él la argumentatividad escolástica con la fantasía neoplatónica, es decir, el concepto y la imagen. Eso se da en Sor Juana. En ella encontramos esos aspectos conjuntados. Sor Juana que da brillantez conceptual a sus escritos, Sor Juana que se deja ir en el vuelo de su fantasía. Sor Juana que piensa. Y Sor Juana que sueña.
—[79-80]→ —81→
En algunas de las obras de Sor Juana, sobre todo en sus piezas teatrales, se ven muchos puntos de la ética o filosofía moral que tenía ella, o que reflejaba las opiniones de su época. Preferimos Los empeños de una casa, porque Amor es más laberinto no fue escrita en su totalidad por Sor Juana, sino que en ella interviene el numen, bastante menor, de Juan de Guevara. Por eso solamente trataremos de esta que fue la única comedia escrita totalmente por la genial monja.
La comedia Los empeños de una casa164, de Sor Juana Inés de la Cruz, habla del apasionado amor de Don Carlos y Doña Leonor.
Para realizar sus propósitos de unirse, el primero había raptado a la segunda, y había dejado herido a uno de los familiares del padre de ésta, Don Rodrigo. Por supuesto, este último estaba persiguiendo al raptor y a la raptada. En esa fuga, Doña Leonor llega a pedir refugio a casa de Doña Ana, hermana de Don Pedro. Éste se hallaba enamorado de Doña Leonor y deploraba que ella correspondiese a Don Carlos.
Por su parte, Don Juan, amigo de Don Pedro, amaba a la hermana de éste, Doña Ana, pero ella no lo tomaba en cuenta, y estaba, a su vez, enamorada de Don Carlos, y resuelta a quitárselo a Leonor. Doña Ana y su criada Celia amparan y esconden a los fugitivos; a Leonor en la casa y a Carlos y a su criado Castaño en las caballerizas, para que no se enterara de ello Don Pedro.
En su amor desesperado por Carlos, Doña Ana maquina engañar a Leonor y disuadir a Carlos del amor de ésta. Lo quería para sí. Por eso, con la ayuda de Celia propicia el que Don Pedro pueda hablar con Leonor. Éste le declara su amor, pero ella se mantiene fiel a Carlos, y rechaza todas las propuestas que le hace. Sin embargo, Castaño, para poder salir de la casa, tiene que disfrazarse con ropas de mujer, tapando su cara con un velo. En esa ficción, Don Pedro lo confunde con Leonor, y Castaño, teniendo que aparentar que es ella, le da esperanzas de su amor. La finalidad por la que Castaño tenía que salir de esa casa era llevar a Don Rodrigo un papel en el que Carlos reconocía lo que había hecho, y prometía casarse con Leonor. Esto le urgía, pues ya sabía que Don Rodrigo, queriendo a toda costa lavar su honor y el de su hija, sobre todo con ventaja económica, había aceptado que Don Pedro se casara con —82→ ella. Lo que a Don Rodrigo le preocupaba era que Leonor no quedara deshonrada sin matrimonio.
Doña Ana, mientras tanto, procuraba convencer a Carlos de que ella lo amaba más que Leonor, dado que esta última había dado esperanzas a su hermano. Y había logrado que Carlos la viera y abrigara la duda en su corazón. Por ello Carlos mismo llega a flaquear, por resentimiento, con Doña Ana, y a considerar la posibilidad de dirigir hacia ella su amor. Doña Ana, ayudada por Celia, había dispuesto que Leonor presenciara esa flaqueza de Carlos. Pero Castaño alcanza a llevar el papel a Don Rodrigo, y él accede a que Don Carlos se case con Leonor. Con ello Don Pedro se da cuenta de que estuvo hablando a Castaño, y no a Leonor, como él creía, por el disfraz de éste. Entonces Don Juan aprovecha que a Doña Ana se le malogran sus amoríos con Carlos, para ofrecer desposorios a ésta, la cual lo acepta, como una especie de premio de consolación. Don Pedro acepta que no pudo conquistar a Leonor, y regaña a su hermana por haber hecho tantos enredos para conseguir a Carlos, al punto de poner en peligro su honra. Por su parte, Carlos se queda con Leonor, que comprende lo que ha pasado; y hasta Castaño se queda con Celia. Sólo se queda sin pareja Don Pedro.
Esto último, la frustración de Don Pedro, parece obedecer a que trató de aprovecharse de la situación de Leonor, y se muestra como un castigo. Aunque la principal truculenta y enredadora fue Doña Ana, que así con trampas quiso conseguir el amor de Carlos, ella sólo recibe una reprimenda de su hermano, quien le dice que expuso demasiado su honor para lograr lo que tal vez podía haber intentado de buen modo. Pero, en fin, se queda con Don Juan, que la pretendía en secreto, como recompensa a la perseverancia de éste. Fidelidad y perseverancia son vistos por nuestra monja jerónima como valores muy encomiables.
La que se exhibe como virtuosa es Leonor, que mantiene firme su amor por Carlos en todo momento, a pesar de que éste llega a obnubilarse al ver a Leonor flirteada por Don Pedro. Leonor es el prototipo de la mujer amorosa y fiel, de pasiones fuertes, pero en la línea de la veracidad, que es lo que Sor Juana plasma como ideal de mujer. Con todo, a Carlos se le toma en cuenta la fuerza de su amor por Leonor, y es recompensado con la posesión de su dama. Sor Juana procura poner de relieve que actuó movido por los celos y el engaño. Pero, en el fondo, el premio a Carlos de la posesión de su dama parece más un premio a ella misma que a él.
—83→En la persona de Don Rodrigo Sor Juana llega a burlarse de la cuestión de honor, pues se le ve más deseoso de lavar su honra haciendo que Leonor se case con cualquiera, o Carlos o Don Pedro. Además, se hace ver que está venido a menos y que llegó a tentarle la mejor posición de este último. Quiere para su hija lo mejor que pueda conseguir, como si fuera la mejor oferta por una mercancía cualquiera.
Da la impresión de que la entrega incondicional es muy valorada por Sor Juana, bajo la forma de la fidelidad como virtud. Ya sea, en primer lugar, en la fidelidad de Leonor, ya sea en el amor impulsivo de Carlos, que, aun cuando tiene algún titubeo a favor de Doña Ana -al imaginarse que Leonor flaqueaba con Don Pedro-, sin embargo, de suyo la quiere, y fue capaz de arrostrar por ella tantos peligros y sinsabores. Castaño y Celia, los pícaros, se hacen simpáticos por sus agudezas de ingenio, además de hacerlo por el afecto que se tomaron.
Sor Juana adopta un tono conceptista, el cual queda bien dentro de su barroquismo, ya que es una parte de este fenómeno estético, y además maneja muy bien la paradoja o antífrasis, cuando hace decir a Doña Leonor:
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Los contrarios se unen allí para causar los efectos que son deseados, modulando y hasta aprovechando su oposición. Por lo demás, en esta comedia puede verse a Sor Juana describiéndose a sí misma cuando en boca de ese personaje sigue diciendo:
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Dice Sor Juana que la superstición popular llegó a un empeño desmedido; pero su propio empeño, «el empeño de su casa», fue el estudiar y adquirir un saber fuera de lo común en su época. Asimismo, allí es notorio su ingenio y su gracejo, que se acerca al retruécano. Otro juego de palabras se encuentra allí mismo, cuando ella expresa:
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En sus intervenciones, Castaño representa lo práctico y realista, mientras que Don Carlos representa al enamorado idealista, casi un carácter quijotesco o de poeta romántico. El primero dice al segundo, —85→ cuando éste dice haber visto a Doña Leonor en casa de Doña Ana, donde lograron a duras penas esconderse:
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Por su parte, Celia hace gala de su talento pícaro cuando sabe inculcar con habilidad en Don Carlos la duda acerca de Doña Leonor, haciendo caso a su ama, Doña Ana, que deseaba hacerlo desistir del amor de aquélla:
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Pero ya la duda está sembrada, y es poderosa productora de celos y desasosiego. Además de los juegos de ingenio, Sor Juana muestra un dejo de teología moral -algo dura y centrada en el castigo- cuando pone en boca de Don Rodrigo estas palabras:
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Algo muy interesante para conocer las ideas de la época, la cual tenía en buen concepto al hermetismo (que era una de las facetas del pensamiento de Sor Juana), se ve en la alusión a la astrología, oficio -entre otros- de su amigo Sigüenza y Góngora, lo cual reluce al decir Don Carlos:
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Como algo en lo que nuestra monja jerónima parece anticiparse a ciertos recursos de la vanguardia más moderna, un curioso metadiscurso o meta-comedia se abre de repente cuando Castaño hace que Don Carlos calle, apurándole así:
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Se refiere a que ya debía terminar la segunda jornada de la comedia, y allí es en efecto donde adquiere abruptamente punto final. Una alusión a Calderón de la Barca, en la que Sor Juana indudablemente se inspiraba —87→ para muchas de sus piezas teatrales, y al cual alude en otros lugares, se encuentra cuando Castaño exclama:
¡Quién fuera aquí Garatuza | |||
de quien en las Indias cuentan | |||
que hacía muchos prodigios! | |||
que yo, como nací en ellas, | |||
le he sido siempre devoto | |||
como a santo de mi tierra. | |||
¡Oh tú, cualquiera que has sido, | |||
oh tú, cualquiera que seas, | |||
bien esgrimas abanico, | |||
o bien arrastres cantera, | |||
inspírame alguna traza | |||
que de Calderón parezca | |||
con que salir de este empeño!173 |
También se refiere a Calderón, por ejemplo, en el sainete segundo que se representó en uno de los descansos de esa comedia. Uno de los personajes dice que pudo haberse escogido, para ser representada, una de Calderón, Moreto o Rojas174.
Un si es no es de feminismo se le escapa a Sor Juana cuando hace decir a Castaño, que ha terminado de disfrazarse con ropas de mujer y de cubrirse la cara con un velo:
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Pero también, como en un acto de justicia, muestra un mucho de conocimiento de lo femenino, y algo de crítica a las mujeres se alcanza a notar cuando el mismo personaje aclara, al ser galanteado en su disfraz mujeril:
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Con ello muestra Sor Juana ser equitativa en observaciones críticas. Critica tanto el papel del hombre como el de la mujer que se había dado en su época. También critica la pretendida defensa de la honra, que hacían los padres o las personas «ofendidas». Así señala hacia Don Rodrigo, que se preocupaba más de sí mismo, sintiéndose, como se sentía, ofendido en el honor de su hija Leonor. Él cuida mucho el honor,
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Vemos un matiz de reclamo en ese metro de Sor Juana. Y ahora, pasando al sainete segundo, al que ya nos hemos referido al mencionar su alusión a Calderón, uno de esos personajes, Muñiz, dice los siguientes juegos de ingenio y de ironía:
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Hay aquí un verdadero derroche de ingenio. Estamos ante un sainete en verdad brillante, en el que Sor Juana se dedica a burlarse de su propia comedia. Y, cuando los personajes del mismo le silban, dice con sorna:
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No carece de fineza el chiste, y no quiere ser ofensivo, sino resaltar la dicción característica de los españoles peninsulares (gachupines), con la que se distinguían notoriamente de los criollos y demás estamentos de Indias. Como se ve, ya se les llamaba «gachupines» a fines del siglo XVII, y ya se marcaba una prosodia muy distinta a ambos lados del mar. Todos ellos eran elementos de la identificación y del nacionalismo de los mexicanos, y en Sor Juana se ve la búsqueda de la identidad de lo mexicano, por mucho que sea incipiente, como lo era también en el caso de Sigüenza y Góngora, pero ya en ambos decidida y abierta.
En síntesis, los contenidos filosófico-morales de esta comedia de Sor Juana apuntan a resaltar ciertos valores, que para ella son muy importantes. En ellos se ve su sensibilidad de mujer, además de su postura cristiana sincera y coherente. Virtudes como la fidelidad, tanto en la perseverancia como incluso en la vehemencia del amor mismo, son subrayadas por ella, más allá del mero apasionamiento. La sensatez y prudencia de las mujeres, como en Leonor, y el denuedo para superar las dificultades que se interponen entre los enamorados, como en Carlos, obtienen su premio en la realización de su anhelo. Aun la paciencia y la constancia de Don Juan logra su fruto. En cambio, la inconstancia de Doña Ana y el oportunismo de Don Pedro son castigados en el incumplimiento de sus objetivos. En los pícaros, como en Castaño y Celia, se alaba la rapidez de la inteligencia y la habilidad, y el afecto se ve recompensado. Todo esto nos habla no solamente del mundo de Sor —90→ Juana, como una cultura precisa y bien delimitada, sino de tipos y caracteres que trascienden su momento histórico y se erigen en prototipos y paradigmas del comportamiento humano.