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Sus mejores versos

Federico Balart

FEDERICO BALART

     Nació en Pliego (Murcia) el 23 de octubre de 1831. Falleció en Madrid el 11 de abril de 1905.

     ... por fin reapareció con dos hermosos libros de versos, �Horizontes� y �Dolores�; el crítico se había transformado en un poeta de numen gallardo y estilo elegantísimo. La Academia de la Lengua le eligió individuo de número, y el teatro Español, director artístico y literario.

     Pero no ingresó en la Academia, no; Balart, habiendo escrito lo suficiente para dejar la reputación de crítico y poeta bien sentada, y a pesar de morir a una edad respetable, es en cierto modo un escritor malogrado por no haber dado de sí todo lo que valían su cultura, su ingenio y su profundo entendimiento.

José Fernández Bremón.



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Prólogo

FEDERICO BALART

     Quiere la costumbre en este linaje de prefacios que se consigne un breve apunte biográfico del prologado, es innecesario para el lector. Un crítico, dedicado a aquilatar el mérito del poeta, necesitará, sin duda, conocer su historia, así como el ambiente y el momento en que escribió, porque la obra es fruto de esos tres factores según la combatida e imperecedera teoría de Taine. Para el lector corriente, ajeno a toda preocupación erudita y crítica, que busca en la poesía el eco de sus propias emociones o que sólo pide al poeta la confidencia sentimental que despierte en su espíritu resonancias afines, �qué importa quién fuera ni cuándo o cómo viviera el autor? Sin embargo, rindiéndome a la costumbre consignaré algunos datos.

     Federico Balart nació en Pliego (Murcia), el 23 de octubre de 1831. Diez y nueve años más tarde vino a Madrid y aquí comenzó su carrera de escritor publicando sus primeras críticas literarias hacia 1861 en el periódico Verdad, con el pseudónimo �Nadie�. Las continuó en La Democracia, con la firma �Cualquiera�. Intervino durante algunos años en la política; obtuvo cargos: fue diputado, senador, subsecretario del ministerio de la Gobernación, consejero de Estado. Abandonó la política. Guardó silencio durante doce años. Tornó al cabo a escribir. Publicó, aparte nuevos artículos de crítica literaria, trabajos breves como El prosaísmo en el Arte y Novedades de antaño. Lo llamó a sí la Academia de la Lengua en 1891. Fue censor y director artístico del Teatro Español. Pobre y agotado, murió en 1905.

     Si toda su biografía estuviera encerrada en esas líneas, Balart estaría olvidado y sería muy secundario su puesto en las letras españolas, aun reconociendo el valer que como crítico debe concedérsele por su frase certera, su agudeza irónica y su seguro buen gusto. Pero sus títulos al recuerdo tienen más sólido cimiento: se contienen en dos pequeños volúmenes de poesías Dolores y Horizontes, los cuales tienes, lector, ante tu vista. Mientras se hable lengua española, mientras la cruel separación de los seres amados haga vibrar de dolor las fibras de nuestro corazón, o la inquietud del más allá abrume nuestro espíritu con la angustia infinita del misterio, Balart vivirá entre nosotros porque supo, con palabras sencillas pero intensas, dar forma a su dolorosa emoción y comunicarla al lector.

     Dolores-publicado en 1893-, es una corta colección de poesías consagradas a la memoria de su esposa, muerta poco tiempo antes. Aunque no todas escritas, sin duda, con igual propósito, hay en todas ellas una cierta uniformidad de tendencia espiritual que las enlaza y las imprime cierta unidad; forman todas una corona de pensamientos depositada sobre una tumba.

     Descuellan las que llevan por título Preludio, Relicario, Insomnios, Recuerdo, Aspiración y Restitución.

     Aun cuando sólo hubiera escrito la primera y la última de las citadas, Balart tendría derecho a ser reputado altísimo poeta. Los versos del Preludio son de aquellos que para siempre quedan impresos en la memoria del lector:



                    �Yo te bañé con mi llanto,
yo te abrí la oscura caja,
y, dominando mi espanto,
yo te vestí la mortaja:
blanca toca y negro manto.
Tu cuerpo cubrí de flores,
y te ceñí por corona
(�postrer don de mis amores!)
el velo de tu Patrona
la Virgen de los Dolores.�


     Ningún relato más sobrio ni más sencillo. La hojarasca usualmente mezclada a los artificios retóricos está ausente de estos renglones. Son prosa rimada. Pero prosa rimada, viva y doliente, transida por la más intensa emoción que se transparenta con irresistible vigor contagioso. Tienen esos renglones la sobriedad del verdadero dolor, reconcentrado y esquivo; y, a la vez, el movimiento de la acción sencillamente relatada. Y penetran en el espíritu reanimando y caldeando acaso imágenes yertas de amarguras pasadas o evocando anticipados dolores.

                              �... yo te vestí la mortaja:
blanca toca y negro manto�


     Aunque esos leves renglones caigan en el fondo de nuestra memoria para dormir en ella años de olvido, emergerán de lo inconsciente y adquirirán nuevo valor significativo, cada vez que nuestra alma perciba en la penumbra temerosa del arcano la sombra de la muerte amenazadora para un ser querido.

     Pertenece la poesía de Balart, tanto en Dolores como en las recopiladas en su volumen Horizontes -publicado poco después-a la poesía llamada �filosófica� que tan alto esplendor alcanzó en el siglo XIX y que logró en otros países adalides tan geniales como Leopardi v Carducci, en Italia; Lamartine, Vigny, Hugo, Sully-Prud'homme, en Francia; Byron, Shelley, Tennisson, en Inglaterra; y entre nosotros copiosos cultivadores, Tassara y Campoamor, Núñez de Arce, Bartrina, Manuel Reina y Balart entre otros. Sin desdeñar la forma los poetas filosóficos del siglo XIX, sienten la emoción de las grandes ideas y de las inquietudes perdurables y universales de nuestro linaje. Por eso, a la vez que nos hacen sus confidencias y parecen verter en nuestro espíritu únicamente el licor amargo que sus propias congojas destilan, son eco de las nuestras; y dan forma a nuestras propias ansiedades. El verdadero poeta no es un solitario que interpreta sus propios sentimientos exclusivos; es voz de la Humanidad.

     En todos ellos afloran los mismos temas. Es que son pocas las cuerdas del alma humana y menos aún los sentimientos que las hacen vibrar. El amor y el dolor; la vida fluente - y efímera con su acre sabor a ceniza y su liviana y vacía fragilidad; la muerte con sus misterios implacables y desoladores; la duda y la esperanza, la resignación y la fe encierran todo el tesoro de las hondas emociones humanas y despliegan su riqueza sentimental al través de la floresta literaria de todas las generaciones.

     Pero sobre todas ellas, la muerte,- la muerte que, según el dicho de un filósofo, es como el sol, a quien ningún humano puede contemplar frente a frente. La muerte, reveladora de la vanidad irremisible de la vida, es la obsesión de Balart. Ella arranca a su lira los sonidos más dolientes, los acentos más desgarradores.



                               ��Vanidad!; �Vanidad! �Mísera suerte
de todo humano bien! Gloria, riqueza,
poder, talento, juventud, belleza...
�Qué hay seguro en la vida, qué? �La muerte!
grita en Ultra.
�Vanidad! �Vanidad! �Oh! �qué es la vida!
�Viento fugaz perdido en el espacio!
clama en Cenizas.


     Resignado escribe en Quietud:

        �No hay en el mundo sueño más tranquilo

     que el sueño de la tumba...�

     Pero la rebelión del ser humano contra el aniquilamiento de la muerte, contra esa quietud eterna e inexorable de la tumba, hace surgir en nuestro espíritu una flor de esperanza que proyecta sobre los infinitos espacios la silueta fortalecedora de Dios. La fe, que se eleva, hasta los cielos, nutre sus raíces en la savia de las sepulturas. Balart en su Meditación, lo confiesa

        �...Y al cabo las pupilas moribundas

     se elevan hacia Ti�.

     No falta quien moteje estas preocupaciones de la poesía del siglo XIX-cl gran siglo de la lírica de �filosofía barata�. Lo es, en efecto, si por filosofía barata entendemos toda preocupación por las ansiedades compartidas con los más de los hombres capaces de sentir. La vanidad de la vida tiene sus acentos desgarradores en el Eclesiastés; la idea de la muerte hace inclinarse la frente, vasta como un océano, de Pascal y vibra con eternos sones en Jorge Manrique, como antes en los poetas árabes, y después en el alma torturada de Leopardi.

        ��Qué memoria en la tierra deja el hombre?

     �Qué rastro deja por la mar la nave?�

escribe Balart. �Filosofía barata! Sí. Pero la más honda, la más íntima filosofía es siempre vulgar; porque es el grito del dolor del hombre, cercado por la muerte impasible e inexorable que lo acecha,- o el esfuerzo desesperado por comprender el enigma de nuestro ser y el misterio de nuestro destino, por penetrar en el más allá: o la protesta desgarradora y amarga como la impotencia contra el implacable decreto del hado que la condena a desaparecer. El hombre no se resigna a ser en el océano de la vida como la ola que se encrespa, se corona de espuma, estalla y se disuelve para siempre, sin dejar ni memoria ni huella sobre la superficie del mar. Por, eso, anhelando consuelo, lo busca en la fe. Y cuanto torna sus ojos desde la sepultura a la vida, es un resignado o un creyente. Esa filosofía barata, está tejida con la desesperación y la esperanza de todas las generaciones y de ella arranca toda la poesía humana, la que forma ideales perecederos que aparten del abismo los ojos, como la que, gozosa y triunfante, cree vencer a la muerte cantando el amor.

     Esa filosofía tiene en Balart interpretaciones indelebles. Desde las que transitan por los renglones de Restitución, joya preciosísima de la lírica española, hasta el esbozo Cuatro tablas, que recuerda versos de Heine. La colección que tienes en tus manos, lector, hecha con tino-ya que no es mía- reúne lo mejor de Balart poeta, eliminando algunas composiciones que, por serlo de circunstancias o por no responder a verdaderos sentimientos del autor, disonarían en el conjunto. De aquellos aprende lector, de memoria los que por ser más dolorosos son más humanos. Tal vez algún día subirán de tu corazón, a tus labios. Y evocando, al repetirlos, el dolor del poeta que los escribiera, te parecerá que aquél comparte tus propias amarguras. y acaso te consolarán.





                                 ArribaAbajoEste libro, que al mundo lanzado veo,
lector, contra el torrente de mi deseo,
por más que hoy tu mirada sobre él irradie,
para ti no se ha escrito.-�Ni para nadie!
Exudación de un alma de angustia llena,
la materia y la forma le dio una pena.
En sus versos, desnudos de gala y arte,
ni voluntad ni esfuerzo tuvieron parte:
lágrimas son que turbias se aglomeraron,
que en informes estrofas se coagularon,
y en un alma nacieron que el duelo enluta,
como la estalactita nace en la gruta.
   Yo, que en densa tiniebla desparecido
soy un triste habitante del triste olvido,
mis canciones dejaba sonar a solas
como en playa desierta suenan las olas.
Al pie de árbol estéril, hojas caídas,
entre el polvo rodaron desconocidas.
Hoy, que contra mi gusto las lanzo al viento,
tales como las hallo te las presento.
La corrección mezquina, meticulosa,
que los versos a veces convierte en prosa,
si tersura les presta, verdad les quita:
�Quién corrige, quién pule la estalactita?
Lo que en su masa tosca puede agradarte
es ver cómo espontánea creció mi arte;
y de ese crecimiento pierdes la norma
cuando a la estalactita quitas su forma.
   Si este libro robarte logra un momento,
sólo ha de ser en gracia del sentimiento;
sentimiento que es siempre, de varios modos,
si en cada cual distinto, común a todos.
   En la roca pendiente sobre el abismo,
cruza el hombre los brazos entre sí mismo,
y duda, al ver el alma y al ver el mundo,
cual de los dos abismos es más profundo;
mas siempre halla en el fondo de entrambos huecos,
para iguales gemidos, iguales ecos.
Desde que el mundo es mundo, con varios nombres
iguales desventuras lloran los hombres.
Ya Job llevó la carga que yo ahora llevo:
�Bajo el cielo estrellado no hay nada nuevo!
El volcán siempre arroja la misma lava:
hoy pensamos lo mismo que Job pensaba,
porque, bajo el azote de suerte impía,
hoy sentimos lo mismo que Job sentía:
a más crudas desgracias, penas más crudas,
�y, a mayores problemas, mayores dudas!
   Y, siendo igual el fondo del sentimiento,
�no lo han de ser las formas del pensamiento?
�Ay! desde Adán el hombre siempre ha tenido
para iguales dolores igual gemido:
en placeres y penas, por varios modos
nada es tuyo ni mío; �todo es de todos!
   Cuando mayo los campos cubre de flores,
cantan la misma endecha los ruiseñores;
pero, aunque confundidas en un lamento,
cada voz se distingue por el acento.
Catedral cordobesa, que si hoy bendita,
de otro Dios y otro culto fuiste mezquita:
entre cuantas columnas te hacen preciada
para ti ni una sola fue cincelada.
Pero, si en sus robustos fustes gigantes
otros cien edificios pesaron antes,
hoy que en ellos descansas, di, �quién te quita
tu original belleza, noble mezquita?
En la flor de los campos, blanca o bermeja,
delicados aromas bebe la abeja;
pero el licor sabroso que el panal mana
no es romero, tomillo ni mejorana:
el dulzor que en el labio la miel nos deja
es algo que tan sólo le da la abeja.
   Yo no aspiro a que ensalces mi fantasía,
lector, a mí me basta tu simpatía;
y en ella sin temores el alma espera,
que no hay voz despreciada cuando es sincera.
Todo ajeno gemido vibra en nosotros;
los unos padecemos lo que los otros;
no se pierden los ayes en el vacío:
�Mi dolor siempre es tuyo, y el tuyo es mío!


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Preludio



                                  ArribaAbajoYo te bañé con mi llanto,
yo te abrí la obscura caja,
Y, dominando mi espanto,
yo te vestí la mortaja:
blanca toca y negro manto.
   Tu cuerpo cubrí de flores,
e ceñí por corona
(�postrer don de mis amores!)
de tu Patrona
la Virgen de los Dolores.
   Después, en mi fiebre amante,
junto a ti me arrodillé
y, convulso y delirante,
sobre tu yerto semblante
la cabeza recliné;
   y, abismado en el dolor,
seis horas pasé mortales
hablándote de mi amor,
al trémulo resplandor,
de los cirios funerales.
   El sentido al fin perdí;
y, sin que yo lo advirtiera,
alguien me arrancó de allí:
�muriera yo junto a ti,
primero que en mí volviera!
 
   �Qué sentí? -Lo que, abatida
por la zarpa del león,
sentirá la cierva herida;
lo que la garza, oprimida
por la garra del halcón:
   Algo que no es vil excusa
ni santa conformidad;
que ni asiente ni rehúsa;
�horrible mezcla confusa
de estupor y de ansiedad!
   Por salir de aquel estado
pugnaba con vano empeño
pensando que era soñado:
�un año entero ha pasado,
y aún me parece que es sueño!
 
   Desde aquel amargo día
vivo en triste soledad;
y, en esta lenta agonía,
la mitad del alma mía
llora por la otra mitad.
   Fija la vista en el suelo,
largo tiempo te llamé
con amargo desconsuelo:
hoy sé que estás en el cielo;
�y en el cielo te hallaré!
   Dios, que mira mi aflicción,
cuando en la noche callada
a Él levanto mi oración,
con su palabra sagrada
se lo dice al corazón.
   Y estas tiernas emociones
y dulces melancolías,
origen de mis canciones,
�qué son sino inspiraciones
que tú del cielo me envías?
   Obra tuya debe ser
este cambio singular
que no acierto a comprender:
yo nunca supe cantar,
y ahora canto sin saber.
   Canciones de triste acento,
siempre regadas de llanto;
porque, en hondo abatimiento,
los sollozos son mi canto,
la muerte mi pensamiento;
   que, como es dura mi suerte
y abrigo la convicción
de que en la gloria he de verte,
sólo pensando en la muerte
se me ensancha el corazón.
 
   Aquel ruiseñor sin nido
que vaga por la pradera
conturbado y dolorido
con el recuerdo querido
de su pobre compañera,
   cuando al fin el canto agota,
sobre una rama sin flor
que el cierzo iracundo azota
repite una sola nota,
eco de un solo dolor.
   Así yo que, sin ventura,
con el alma destrozada
y envuelto en tiniebla oscura,
llevo hasta el fondo apurada
la copa de la amargura,
   en la horrible turbación
que me oprime el corazón
y la mente me enajena,
ni tengo más que una pena,
ni sé más que una canción.
   Querella de mi agonía,
conforme sale de mí
a ti mi dolor la envía:
�oyéla tú, vida mía,
porque es toda para ti




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Primer lamento



                                   ArribaAbajo�No puedo más! El llanto reprimido
ya hirviendo me sofoca:
cuatro meses la queja he contenido,
con el puño en la boca.
   �No puedo más! Perdona, Dios clemente,
perdona si te agravio
rompiendo al fin los diques al torrente
que rebosa en mi labio.
   Gimiendo me sorprende la mañana;
gimiendo paso el día:
en sólo un pensamiento �oh Dios! se afana
tenaz el alma mía.
   Entre oscuros cipreses ven las aves
una tumba ignorada:
para dos fue labrada -�tú lo sabes!-
�Para dos fue labrada!
   Aún la mitad, Señor, está vacía,
y un cadáver me espera:
�logre, logre su ansiada compañía
mi pobre compañera!
   Cuando en la triste noche el viento azota
los árboles desnudos,
y la lluvia desciende gota a gota
sobre los campos mudos,
   allá vuela mi mente enamorada,
allá vuela afanosa,
buscando a la que sola y olvidada
bajo el mármol reposa.
   Desde que ella partió, sordo mi oído,
ciegos están mis ojos,
y mi lecho, que ayer de amor fue nido,
ya es tálamo de abrojos.
�No puedo más, Señor! Niebla sombría
me impide verla y verte.
Manda un rayo de luz a mi agonía,
�y venga en él la muerte!
   La muerte, sí, la muerte es mi esperanza,
la muerte redentora
que esta tormenta tornará en bonanza
y esta noche en aurora.
   �Misericordia, oh Dios! �Cese esta guerra,
cese este ardiente anhelo;
que me aguarda un cadáver en la tierra
y un ánima en el cielo!


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Soledad



                                  ArribaAbajoCuando abatido dejo mi casa
y al campo salgo, triste y sombrío,
tal vez me quedo mirando al río,
tal vez me quedo mirando al mar:
como esa linfa que pasa y pasa,
fueron mis dichas y mis venturas;
como esas olas mis amarguras,
que van y vienen sin descansar.
   Mudo y absorto, solo y errante,
ya en mi se cifra mi vida entera:
nadie se cuida, nadie se entera
de los suspiros que al viento doy.
Ya no me queda ni un pecho amante
que con sus penas mis penas junte,
ni un dulce labio que me pregunte
de dónde vengo ni a dónde voy.
   Nadie ve el duelo que mi alma llena;
mis negras dudas a nadie fío;
todas mis fuerzas embarga un frío
que al fondo llega del corazón;
y a solas paso mi amarga pena,
y a solas vivo y a solas muero,
como en la nieve muere el cordero
que entre la zarza dejó el vellón


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Compañía



                                  ArribaAbajoDe ir solos por la vida nos quejamos
a la contraria suerte:
y solos nunca vamos;
que, mientras por la vida caminamos,
siguiendo nuestros pasos va la muerte.


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Puntos de vista



                                  ArribaAbajoLa sombra por el cielo se extendía,
con resplandor escaso,
sereno y melancólico, en ocaso,
iba muriendo el día;
   sobre el vago crepúsculo que huía,
negra su forma recortaba el monte
cuyas cumbres enhiestas
dibujan con sus picos y sus crestas
la línea desigual del horizonte;
y entre la oscura sombra que caía
y el monte que siniestro la esperaba,
como una tumba, misteriosa y fría,
la noche sobre el mundo se cerraba.
   Y él entonces me dijo:-�Por qué triste
siempre tu alma cobarde se acongoja?
�Por qué al placer tu pecho se resiste
cuando el cierzo despoja
sañudo al árbol de su inútil hoja,
y cuando abril de flor los campos viste?
   Y yo le respondí:-Jamás en calma
sonríe a las miserias de este mundo
quien con tedio profundo
la duda y el dolor lleva en el alma.
Y él añadió:-Contempla la belleza,
contempla la alegría
con que el mundo renueva cada día
la madre universal Naturaleza.
   Y yo:-Contra la duda no hay una guarida:
el hombre que probó su amargo dejo,
mientras al cuerpo el alma lleva unida
no vuelve a desplegar el entrecejo.
En esa sucesión no interrumpida
que un ser en otro sin cesar convierte,
tú escuchas los alientos de la vida,
yo escucho las congojas de la muerte.
   Y él a mí:-La esperanza es luz del mundo;
en todo brilla su esplendor fecundo:
mientras en las regiones del ocaso
con ceño moribundo
sepulta el sol su resplandor escaso
que extinguiéndose va de loma en loma,
tibio, dulce, tranquilo, paso a paso,
nuevo fulgor por el oriente asoma,
sus rayos extendiendo por la duna
como blanco cendal en muelle cuña.
   Dijo, y miré:-Rayaba por oriente
claro nimbo esplendente;
y, entre sombras de la noche bruna
subiendo silenciosa al horizonte,
sobre el valle y el monte
su sudario de luz tendió la luna.


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Exequias



                                  ArribaAbajoSi el cielo, de noche,
me paro a mirar,
tantas luces y tanto silencio
me dan que pensar;
   y, al ver como callan
tierra, viento y mar,
me parece que el mundo es un muerto
que van a enterrar.


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Resignación



                                  ArribaAbajoLlevo en un relicario colgado al cuello
tu retrato y un rizo de tu cabello,
y, sobre esas reliquias de mis amores,
la imagen de la Virgen de los Dolores.
Cuando en mis amarguras su auxilio imploro,
al pronunciar su nombre suspiro y lloro;
porque es esa palabra, de encanto llena,
el nombre de mi esposa y el de mi pena.
�De penas y de nombres harto sabía
quien te dio el que llevabas, Dolores mía!
De dolor traspasada cruzaste el mundo,
y en mi pecho dejaste dolor profundo:
dolor que, aquí en el fondo del alma herida,
durará lo que dure mi triste vida;
dolor que, lento y sordo, pero tremendo,
corazón y memoria me va royendo,
desde la triste noche que, enajenado,
a la luz de unos cirios pasé a tu lado.
 
   Seis meses han corrido desde aquel día:
�Quién ya de ti se acuerda, Dolores mía!
Tu imagen se ha borrado como una sombra:
nadie por ti pregunta, �nadie te nombra!
�Qué resta de tu vida, pobre Dolores?
�Qué de la dulce historia de mis amores?
�Una pena que oculto como un misterio,
y un nombre en una losa de un cementerio!
Ya entre tu amor y el mío se eleva un muro.
Todo en mi vida es triste, todo es oscuro.
Tu voz, tu voz amada, de dulce acento,
ya en mis tristes congojas no me da aliento;
tus ojos amorosos ya no me miran
ni tus labios de rosa por mí suspiran;
y aquellos brazos bellos que me estrechaban,
y aquellas pobres manos que me halagaban,
del nicho en el oscuro recinto estrecho
ya inmóviles se cruzan sobre tu pecho.
De mis dichas, �qué resta para memoria?
�Tu despojo en la tumba; tu alma en la gloria!
�En la gloria!-�Quién sabe lo que está escrito!
�Quién penetra el secreto del Infinito!
 
   Dios, que escuchas mi llanto, que ves mi duelo,
�Llévame con mi esposa, llévame al cielo!
�Junta nuestras dos almas, y redimidas,
en éxtasis eterno vivan unidas!
Perdona si te ofenden mis pensamientos;
perdona si te irrito con mis lamentos;
perdona si, en la fuerza de mi amargura,
la exaltación del alma raya en locura.
Yo no sé lo que pienso ni lo que digo;
pero yo te venero, yo te bendigo.
Yo escucharé obediente tu voz airada;
yo besaré la mano que me anonada;
pero, si es que ignorantes tal vez caímos,
si es ésta �oh Dios! la pena que merecimos,
recuerda que mis pasos ella seguía
y que, si hay culpa en algo, la culpa es mía.
Ella quizá fue débil; pero fue buena:
�yo, que soy el culpado, sufra la pena!
Este ruego ferviente mi amor te envía:
si ha de perderse un alma, �toma la mía!
pero déjame al menos, Dios soberano,
que, al recibir el golpe, bese tu mano.
Conozco tu clemencia, y a ella me acojo.
No temo tu castigo: temo tu enojo;
y si en perpetuo luto y en llanto eterno
puedo amarte y amarla, �qué es el infierno?
   �Oh! perdona, perdona si, allá en tu altura,
te ofenden los lamentos de mi amargura;
y pues eres elemente, pues eres justo,
no se cumpla mi anhelo, sino tu gusto.
Oye tan sólo un ruego de mi agonía:
si ha de perderse un alma, �toma la mía!


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Luz y sombra



                                  ArribaAbajoCuando en el pavimento la persiana,
como listada piel de tigre hircana,
de sombra y luz solar tiende una alfombra,
si en ella clavo con tesón la vista,
cambiando de tamaño cada lista,
mientras mengua la luz, crece la sombra.
   Yo bien sé que, aunque siempre repetido,
sólo es vana ilusión de mi sentido
ese de sombra y luz efecto extraño:
yo bien sé que, si aparto de él la vista,
al mirarlo de nuevo, cada lista
recobra su figura y su tamaño.
   Pero es triste, muy triste, Dios clemente,
que así también, cuando tenaz y ardiente
persigue el hombre la verdad desnuda,
si en los grandes problemas un momento
fija con atención el pensamiento,
mientras mengua la fe, crezca la duda.




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A Federico



                                  ArribaAbajoNiño que al triste fulgor
de mi estrella amortecida
vas penetrando en la vida
por la senda del dolor;
   que, angustiado cuando ves
mi tormento y mi martirio,
vives mustio como un lirio
nacido al pie de un ciprés,
   y con infantil piedad,
compartiendo mi agonía,
ni aun buscas la compañía
de los niños de tu edad:
   cuando, en presencia de Dios
que nos ve desde la cumbre,
al dulce amor de la lumbre
solos velamos los dos,
   y corren, sin que yo quiera,
mis lágrimas silenciosas
entre las ondas sedosas
de tu rubia cabellera,
   y en mi agitado interior,
con lucha terrible y muda,
combaten la fe y la duda,
la esperanza y el temor,
   aunque por tu edad ignoras
lo duro de estas batallas,
me ves silencioso y callas;
me sientes llorar, y lloras;
   y entonces, de una pasión
a otra pasión arrastrado,
por dos fuerzas desgarrado
se me parte el corazón.
   Temblando, el llanto reprimo;
en mi congoja sombría,
miento frases de alegría
y el labio en tu frente imprimo;
   que aunque mi aflicción es tanta
y es tan acerbo mi mal,
no han de ser ellos dogal
de tu inocente garganta.
   Procurando tu ventura,
el voto debo cumplir
de la triste que al morir
te encomendó a mi ternura.
   Crece, sí, mi dulce amor;
nada perturbe tu calma,
que aun no tienes, niño el alma
templada para el dolor;
   ni puede querer tu mal
la que, previendo mi duelo,
me dejó para consuelo
tu sonrisa angelical.
   Vida de bien tan avara
presta a tu infantil belleza
una sombra de tristeza
que más hermoso te para;
   mas �ay! me aterra pensar
que mi constante amargura
puede aumentar tu hermosura
con la sombra de un pesar.
   En este ambiente nocivo
del dolor, que es mi elemento,
por ti solamente aliento,
por ti solamente vivo;
   y cuando, exaltado y loco,
toda esperanza perdida,
juzgo imposible la vida
y a voces la muerte invoco,
   pensando en tu porvenir
siento en las arterias frío...
�Crece, crece, niño mío,
por que pueda yo morir!


ArribaAbajo

�....!



                                 ArribaAbajoPara Dios no hay eventos, no hay acasos:
antes que el giro de la azul esfera
la eternidad a tiempo redujera,
contó mis horas y midió mis pasos.
   El mal y el bien me brindan con sus vasos,
y esquivarlos en vano el alma espera,
que de mi vida la fatal carrera
mutaciones no admite ni retrasos.
   Anterior a mi ser es mi destino;
tasadas mis acciones ab aeterno;
fija la suerte, ineluctable el sino:
�y aun suponen que un Dios piadoso y tierno
puede abrir al final de mi camino
la sima tenebrosa del infierno!




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Ansiedad



Por no conocerme así,      
no quisiera conocerme.
BOSCÁN




                                 ArribaAbajoDe tan largo padecer,
de tan continuo penar,
imbécil me he de tornar
o loco me he de volver:
trastornado está mi ser
desde que mi amor perdí
y es tanto el mal que sufrí,
tanto el que sufriendo estoy,
que no encuentro en lo que soy
ni sombra de lo que fui.
   Cuando tiendo la mirada
por los años de mi vida,
de hallarse tan abatida
llora el alma sonrojada:
hoy, al fin de mi jornada
al contemplarme y al verme
débil, apocado, inerme
contra la suerte fatal,
por no conocerme tal
no quisiera conocerme.
   Desde que mi bien perdí
con lucha implacable y muda
la certidumbre y la duda
batallando están en mí:
ni creo lo que creí,
ni niego lo que negué;
y, examinando el por qué
de cuanto temo y deseo,
todas las sendas tanteo
y en ninguna siento el pie.
   �Feliz, feliz el creyente
que espera, firme y entero,
en un Dios justo y severo
o en un Dios dulce y clemente!
Mas �ay de aquel que impaciente
sondea la eternidad,
y, en vaga perplejidad,
jamas el ánimo inclina
ni a la justicia divina
ni a la divina bondad!
   Para el que no osa creer,
es la eternidad baldía
un interminable día
sin mañana y sin ayer;
noche fue su amanecer,
y en su horizonte sombrío,
negro recorre el vacío
un sol que, entre opacas nieblas,
rayos lanza de tinieblas
y ondas esparce de frío.
   Pero aquél que, en su impiedad,
a la negación se aferra,
del ánimo al fin destierra
duda, temor y ansiedad:
él admite una verdad,
�triste verdad, bien lo sé!
mas para el alma que fue
presa de cobarde anhelo,
cualquier creencia es consuelo:
�la fe en la nada aún es fe!
   Yo, como el agua que llueve
corre esparcida sin cauce,
como la rama del sauce
que a todo viento se mueve,
presa de la duda aleve
cambio sin saber por qué;
y, exhausto de toda fe,
con amargo desconsuelo,
consternado miro al cielo
cuando nombro a la que amé.
   En vano la Religión
me manda, con ceño airado,
que, olvidando lo pasado
procure mi salvación;
que negocie mi perdón,
y que, aplicando el veneno
que oculto llevo en el seno
la triaca que me den,
agencie mi propio bien
sin pensar en el ajeno.
   �Traición fuera, vil traición,
olvidar, falto de brío,
a la que por mí, Dios mío,
arriesgó su salvación!
En indisoluble unión,
almas que supo juntar
al pie de tu propio altar
amor trocado en deber,
�o juntas se han de perder,
o juntas be han de salvar!
   Y al salvarme, �qué ventura
lograra yo �desgraciado!
si en no tenerla a mi lado
consiste mi desventura?
Aunque en la celeste altura
donde mi clamor es estrella,
desertando de su huella
penetrar consiga yo,
para quien tanto la amó
�qué gloria ha de haber sin ella?
   �Oh! cuando uno ha de caer,
acaso el otro, en la gloria,
pierda la dulce memoria
de los amores de ayer.
Mas si no hemos de caber
a un tiempo los dos allí,
haz, Señor, que junto a Ti
mi esposa feliz se crea,
�ay! aunque yo no la vea
ni ella se acuerde de mí!


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La última tabla



                                  ArribaAbajoEn el abismo del dolor sumido
la mirada levanto a las alturas,
y desde el hondo valle de amarguras
te invoco �oh Dios! con ánimo abatido.
   �De la duda que ofusca mi sentido
disipa Tú las ráfagas oscuras!
No te pido grandezas ni venturas;
�esperanza, y amor, y fe te pido!
Aunque en sollozos mi dolor exhalo,
de punzante inquietud y angustia lleno,
aún tu bondad a tu poder igualo.
   No al odio dejes invadir mi seno:
bueno te juzgo; pero, si eres malo,
�déjame, por piedad, juzgarte bueno!

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