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Despierta, corazón, esta es la hora: |
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ya tu plegaria vespertina espera |
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la pobre compañera |
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que a sombras del ciprés dormida mora. |
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Despierta, sí, despierta: ya incolora |
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se angosta en las regiones del vacío |
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la franja del crepúsculo sombrío, |
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semejante a la franja de la aurora. |
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Mas no: �cuán diferente! |
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Ese sol esplendente, |
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que los cielos recorre paso a paso, |
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�Qué alegre se levanta en el oriente! |
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y �qué triste se oculta en ocaso! |
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Sonriendo, la aurora |
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mece la cuna del naciente día; |
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el crepúsculo llora |
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sobre el lecho mortal de su agonía |
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despierta, corazón: �esta es la hora! |
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�Hora solemne y grave! |
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su nido busca silenciosa el ave |
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por el bosque vecino, |
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y en la torre lejana |
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la trémula campana |
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lanza el triste lamento vespertino; |
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desde el cielo profundo, |
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desplegando sus negros pabellones |
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en fúnebres crespones |
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va la noche cayendo sobre el mundo; |
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al hálito invernal de Guadarrama, |
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la niebla, de los valles desprendida, |
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por los desnudos arboles tendida |
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cuelga su blanco tul de rama en rama; |
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y, con rumor de lúgubre misterio, |
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tan vago que las auras no lo advierten, |
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sobre mi frente su tristeza vierten |
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el sauce y el ciprés del cementerio |
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Ellos, de mi dolor graves testigos, |
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ya por suyo me cuentan y me miran: |
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sus secretos me dicen como amigos; sus |
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sentimientos de piedad me inspiran; |
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y tienen uno y otro por tan cierto |
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ser mi propia mansión la sepultura, |
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que, cuando en medio de la noche oscura |
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salgo, dejando mi lugar desierto, |
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se admira el sauce, y el ciprés murmura: |
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��Adónde vas, adónde, pobre muerto!� |
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Aquí el alma se eleva y se contrista |
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pensando en esta vida transitoria. |
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�Qué es el hombre? �Ay de mí! �Frágil arista! |
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�Mentira su saber! �Humo su gloria! |
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�Nada en él que a la muerte al fin resista! |
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��Quitado de la vista, |
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pronto se va también de la memoria!� |
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Ni amor ni gratitud le prestan nido: |
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bien lo dice este osario |
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sobre cuyo recinto solitario |
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tiende sus alas el traidor olvido. |
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La yerba borra lo que fue sendero; |
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y estas desiertas soledades cubre |
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(�miserable sudario postrimero!), |
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ya con su nieve enero, |
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ya, con sus hojas pálidas octubre. |
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Abismo en cuyo fondo no medido |
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ni penetra la luz ni el viento zumba, |
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si es más honda que el báratro la tumba, |
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más hondo que la tumba es el olvido. |
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�Vanidad! �Vanidad! �Mísera suerte |
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de todo humano bien! Gloria riqueza, |
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poder, talento, juventud, belleza... |
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�Qué hay seguro en la vida, qué? -�La muerte! |
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�Y más allá?-�La sombra inexplorada! |
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�La negra inmensidad desconocida! |
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�El misterio! Con ola desmayada |
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llega a la tumba el mar de nuestra vida. |
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Mas, lo que al hombre espera |
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detrás de aquel estrecho tenebroso |
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�es puerto de reposo, |
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o es nueva mar sin fondo y sin ribera? |
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Citando un cadáver miro, |
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mudo de horror, ni aliento ni respiro. |
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�Ay! aquella tensión inmoble y fría |
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�es inercia? �es dolor? �es sueño? �es calma?... |
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�Problema que a la ciencia desafía! |
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�Oh eternidad sombría! |
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�Oh abismo de los vértigos del alma! |
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��Morir! �Dormir! -�Dormir?- �Soñar, acaso!� |
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�Y esa es la duda que nos turba el pecho |
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ante el último paso |
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que lleva oh tumba, a tu recinto estrecho! |
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�Duda espantosa que la mente enerva! |
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�Es materia no más, materia inerte, |
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lo que de nuestro ser al fin conserva |
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en sus garras fatídicas la muerte? |
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�Espíritu!... �Materia!... �Unión oscura |
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que en vano el sabio deslindar procura! |
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�A qué esa dualidad mal definida |
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con que el hombre duplica su miseria? |
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Para explicar la vida, |
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el espíritu, basta, o la materia. |
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�Pero cuál? -Cuando enfoca vuestro lente, |
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oh sabios, el anverso y el reverso |
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de la cuestión, �qué queda al fin patente? |
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�Es mi mente porción del universo, |
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o el universo engendro de mi mente? |
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�Problema tremebundo, |
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que a todo pensador arruga el ceño! |
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Yo, cuando en duda tal el juicio empreño, |
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aquí, de la conciencia en lo profundo, |
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mejor concibo el mundo como un sueño, |
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que el alma como un átomo del mundo! |
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Mas en rigor, �qué añade a mi ventura |
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ser espíritu o ser materia impura? |
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Esto que piensa, en mí (sea cual sea: |
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almo soplo divino |
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que ingrávido los orbes señorea, |
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o átomo miserable que, sin tino, |
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en ciego torbellino, |
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del mundo, con los átomos guerrea), |
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ello es que existe y siente; |
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y, obra de Dios o aborto de sí mismo, |
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siempre ha de hallar presente, |
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oh eternidad, tu inevitable abismo. |
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Triste verdad, pero verdad notoria. |
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Dilema que no admite dilatoria: |
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si existe Dios, existe la justicia; |
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y la inicua malicia |
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y la virtud constante y meritoria |
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han de encontrar eterno |
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el premio en las delicias de la gloria |
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o el castigo en las penas del infierno. |
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Si Dios no existe como fuerza externa, |
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si Él no sacó los mundos de la nada, |
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la materia es eterna: |
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porque eterna ha de ser siendo increada. |
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Mas, si en ella el espíritu no anida, |
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si ella sola se rige y se gobierna, |
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ella ha de ser quien sufre dolorida; |
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�y, eterno el mundo y el dolor eterno, |
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siempre hallará la mente confundida, |
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a falta de las penas del infierno, |
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el espantoso infierno de la vida! |
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�Una vida tras otra!-�Horrenda suerte! |
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�Perdurable agonía!- |
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�En pos de las tinieblas de la muerte, |
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surge el lívido albor de un nuevo día! |
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�Eterno, inexcusable cataclismo! |
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�Tras un abismo, un monte!... |
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�Tras un monte, un abismo!... |
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�Y un horizonte en pos de otro horizonte!... |
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�Y otro!... �y otro después!... -�Siempre lo mismo! |
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�Funesto aborto del sepulcro inerte, |
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cada breve existencia consumida |
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termina en las congojas de otra muerte, |
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germen de los tormentos de otra vida! |
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�Batalla eterna, misteriosa y muda! |
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Sobre este helado suelo que ahora, insano, |
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de su verdor el ábrego desnuda, |
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poderoso y lozano |
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su agreste pompa tenderá el verano. |
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Con inconsciente amor, la madre tierra |
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que los yertos despojos |
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de cuanto ha sido, en su regazo encierra, |
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fecundizada por los rayos rojos |
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del sol primaveral, trocará en germen |
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de vida y de vigor la podredumbre |
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de esas reliquias que ateridas duermen. |
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Por la voraz raíz arrebatados, |
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en ciega muchedumbre, |
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los átomos que hoy yacen disgregados |
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veranse a influjo de la etérea lumbre |
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en savia exuberante transformados. |
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De ella tomando aromas y colores, |
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la verde rama cubrirán las flores. |
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Y la flor, convertida en dulce fruto, |
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al hombre avaro rendirá tributo: |
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tributo que a las fuentes de la vida |
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dando nuevo caudal con nuevos dones, |
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nuevas generaciones |
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te traerá, �Humanidad nunca extinguida! |
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�Oh fosa! en tus arcanos, |
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que las tinieblas de la muerte enlutan, |
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voraces los gusanos |
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la podredumbre humana se disputan; |
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y los hombres, inquieta muchedumbre |
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que pulula espantosa, |
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otros gusanos son, que en otra fosa |
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devoran otra horrible podredumbre. |
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�Festín abominable! |
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Los seres a los seres devorando, |
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con furor insaciable |
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van el suplicio eterno renovando. |
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Así, en lucha jamás interrumpida, |
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la muerte se alimenta de la vida, |
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la vida se alimenta de la muerte, |
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y -�oh pavoroso arcano!- |
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el ser humano en polvo se convierte, |
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y el polvo se convierte en ser humano! |
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Y si, por dura ley reconocida, |
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es la vida función de la materia, |
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y el dolor consecuencia de la vida, |
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�qué esperanza de paz, segura y seria, |
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nos das, oh eternidad nunca eludida? |
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En vano, consternado, miro al cielo. |
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El trémulo fulgor de las estrellas |
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no me asegura el bien que, loco anhelo: |
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�la ley universal columbro en ellas! |
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Si tiendo la mirada con recelo |
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por la estrellada bóveda serena, |
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o la convierto a la región oscura |
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donde el hombre, amarrado a su cadena, |
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la frente inclina con dolor al suelo, |
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desde el astro que vívido fulgura |
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en la celeste altura, |
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hasta la leve titilante gota |
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que refringe su luz como un topacio, |
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la vida universal llena el espacio, |
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la vida universal el tiempo agota. |
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Ante la inmensidad todo es la mismo: |
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y, en ciego perdurable cataclismo, |
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siempre de angustias y dolor fecundos, |
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átomos son los mundos, |
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y mundos son los átomos.-�Abismo! |
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La nebulosa apenas percibida, |
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de millones de soles niebla densa, |
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es menuda molécula perdida |
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del negro espacio en la extensión inmensa; |
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y la azucena que entreabrió a la aurora |
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la copa tembladora |
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de sus pétalos cándidos y tersos, |
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lleva por gala, entre el follaje umbrío, |
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millones de millones de universos |
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en cada limpia gota de rocío! |
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Y, con giro incesante, |
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de la nítida gota en lo profundo, |
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cada invisible mundo |
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siglos de siglos vive en cada instante. |
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La importancia del tiempo es a medida |
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de cada ser al universo adscrito; |
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en cada ser que puebla lo infinito |
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es diferente el ritmo de la vida; |
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interminable cielo es en el uno |
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lo que, en el otro, indivisible instante: |
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�para llenar un año de Neptuno, |
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un siglo de la Tierra no es bastante! |
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�Confusión! Nada es grande ni pequeño. |
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A veces contemplado de hito en hito, |
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se desvanece el mundo como un sueño; |
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y a veces, cuando atónito medito, |
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de un lado y otro, más fatal, más fosca, |
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su inmensa curva enrosca |
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la siniestra espiral de lo infinito. |
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No me habléis de esas fúlgidas esferas |
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que mansiones del bien finge la mente: |
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su paz, su dicha, su tranquilo ambiente, |
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quimeras son no más, �vanas quimeras! |
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Porque deslumbre su esplendor mis ojos, |
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�esas pobres lumbreras |
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han de ser realidad de mis antojos? |
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�Ilusión! Esta vil tierra mezquina |
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donde reina la muerte, |
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donde el dolor domina, |
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donde el débil es víctima del fuerte, |
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donde el hombre, juguete de la suerte, |
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falso en su fe, mudable en sus consejos, |
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vive propenso al mal, y al bien reacio, |
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�esta tierra también, vista de lejos, |
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es un astro en las sombras del espacio |
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Una en esencia, en formas diferente, |
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la gran Naturaleza, conmovida |
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por su fuerza inmanente, |
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con giro permanente |
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y en cadena jamás interrumpida, |
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todo lo crea y todo lo destruye, |
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y, deshecho, otra vez lo reconstruye |
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con apariencia nunca repetida. |
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Y, en esta fuente que perenne fluye, |
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morir es renacer a nueva vida, |
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que a una pena otra pena sustituye. |
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Y, si vivo a tortura condenado, |
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�qué alivio dan a mi tormento duro |
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el ciego olvido del dolor pasado, |
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ni la ciega ignorancia del futuro! |
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De mi anterior y venidera historia |
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nada el inquieto pensamiento alcanza: |
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�por un lado se ofusca la memoria! |
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�por otro se confunde la esperanza! |
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Aun en esta fugaz vida presente, |
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las huellas de pesares y venturas, |
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del tiempo con la rápida corriente |
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se borran de la mente |
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cual labor en arenas inseguras: |
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con más causa imprevistas u olvidadas, |
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las dichas y amarguras |
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de existencias pasadas y futuras |
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en profundo misterio están veladas; |
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y, entre densas tinieblas apiñadas, |
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esta vida de angustias y de tedio |
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es un instante conocido, en medio |
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de dos eternidades ignoradas. |
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Pero, aunque nada mi conciencia sabe |
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de ese ayer, ya remoto, ya vecino, |
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�es mi carga presente menos grave |
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ni menos escabroso mi camino? |
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Por contener un vino y otro vino |
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�guarda de todos la fragancia el vaso? |
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�O, de los vientos combatido, acaso |
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recuerda el mastelero de la nave, |
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cuando surca veloz las verdes ondas, |
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el canto melancólico del ave |
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que ayer el nido cobijó en sus frondas? |
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Pálido, torvo, sin valor, sin tino, |
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por los resquicios del eterno muro |
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que oculta lo pasado y lo futuro, |
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se asoma inquieto el hombre a su destino, |
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como a un abismo oscuro. |
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Entre las sombras avanzando el cuello, |
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nada ve, nada alcanza. Mas, si escucha, |
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lamentos oye de lejana lucha, |
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�clamores que le erizan el cabello! |
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�Vive en tinieblas, ánimo impaciente! |
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mas lo que no consiente |
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negaciones ni dudas, lo seguro |
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es, el dolor presente, |
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recuerdo y vaticinio permanente |
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del pasado dolor y del futuro. |
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Cada átomo del mundo es un cautivo, |
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cada estrella del cielo una espelunca. |
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Si a veces me pregunto pensativo, |
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cuándo el tormento cesará en que vivo, |
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cada astro es una voz que dice: ��Nunca� |
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�Oh armonía del mundo, |
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del eterno dolor eterno grito! |
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�Oh manantial del ser, negro y profundo! |
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�Oh trabajo infecundo: |
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�verter lo inagotable en lo infinito!� |
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�Y es esta la ventura |
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que a mi angustia mortal brinda el ateo? |
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Cuando en el libro de la vida leo, |
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siempre te encuentro, eternidad oscura; |
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y, al descifrar la página futura, |
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creo en el mal cuando en el bien no creo. |
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�Triste materialismo, |
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tu esperanza más clara y más segura |
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es caer de un abismo en otro abismo! |
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Si justiciero existe un Dios eterno, |
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infierno puede haber, puede haber gloria; |
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mas si es lo eterno la mundana escoria, |
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y es su ley el dolor, �todo es infierno! |
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�Dónde la nada está? �Dónde se encierra |
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la perdurable paz que ansié demente? |
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Eterna la materia, eternamente |
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al ser mantiene con el ser en guerra. |
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�Sin la imagen de Dios omnipotente, |
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el infinito material aterra! |
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Mas, de improviso, en niebla tan sombría |
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la luz de la esperanza reverbera; |
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su faro enciende la conciencia austera; |
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y al puro rayo que su llama envía, |
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la impiedad vocinglera |
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calla con estupor, como quien viera |
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en la alta noche despuntar el día. |
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En vano a la evidencia me resisto, |
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cuando yo propio el argumento ofrezco |
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contra el error en que tenaz insisto: |
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aborreciendo el padecer, padezco; |
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aborreciendo la existencia, existo: |
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y �aún recuso el poder de otro más fuerte |
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que, providente acaso, acaso ciego, |
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insensible a la queja y sordo al ruego, |
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dispone de mi suerte? |
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Si de mí mi destino dependiera, |
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si muerte fuera, para mí la muerte, |
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�cuándo lo que padezco padeciera? |
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Existe Dios; existe, y en Él creo. |
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No es mentida ilusión de mi deseo: |
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�cuánto más iracundo |
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cierro los ojos a la luz del mundo, |
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mejor su faz en mi conciencia veo! |
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Los que juzgan inútil su existencia, |
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por más que en la impiedad ciegos se gocen, |
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para fundar su ciencia, |
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sujeto a ley el mundo reconocen.- |
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�ley sin legislador?-�Sueño! �Demencia! |
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Pero ese Dios potente y soberano |
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�es de venturas perennal venero? |
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�Es de miserias manantial insano? |
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Vengativo, clemente o justiciero, |
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�qué es para el hombre, en fin?�Padre o tirano? |
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Cuando a veces sus obras considero, |
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(mal que a mi fe y a mi esperanza cuadre), |
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aunque a sus pies postrado le venero, |
|
por tirano le tengo, y no por padre. |
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Si todo es obra de su fuerte diestra, |
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si en todo brilla su saber profundo, |
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�quién lanzó a las tinieblas de este mundo |
|
tanta cosa siniestra? |
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�Quién puso al tiburón la triple fila |
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de sus dientes voraces? |
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�Quién en secreto afila |
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las garras de las fieras montaraces? |
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�Quién erizó la zarza punzadora |
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que el pie desnudo del mendigo araña? |
|
�Quién la naciente espiga bienhechora |
|
en los brazos ahogó de la cizaña? |
|
�Quién a los ojos del insomne búho |
|
dio la atracción que al pájaro fascina? |
|
�Quién dirige de noche el triste dúo |
|
del lince y de la loba en la neblina? |
|
�Quién el veneno destiló en el plomo |
|
de su cóncavo diente a la culebra? |
|
�Quién la virtud, cual frágil vidrio quiebra? |
|
�Qué juez firmó, sellándolas con plomo, |
|
las sentencias que el báratro celebra, |
|
y su pluma infernal limpió en el lomo |
|
del tigre, del leopardo y de la cebra? |
|
Si es Dios creador, y bueno, y soberano, |
|
�de dónde nace el mal? -�Horrible arcano! |
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|
|
�Nadie examina sin pavor, Dios mío, |
|
misterio tan tremendo y tan profundo! |
|
Mas �no! cuando en tu luz el alma inundo, |
|
yo, a despecho del mal en Ti confío. |
|
El mal no es obra tuya: es el vacío |
|
que, donde faltas Tú, queda en el mundo! |
|
Si el mundo, como Tú, fuera perfecto, |
|
su esencia con tu esencia fundiría, |
|
y tus obras quedaran sin efecto: |
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El mundo que tu mano formó un día, |
|
sólo puede existir siendo imperfecto. |
|
La imperfección, que es ley de su existencia, |
|
a todas horas, por doquier trasluce: |
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sólo forzando su bastarda esencia, |
|
tu sabia providencia, |
|
de los senos del mal, el bien produce. |
|
Si tu ardiente mirada no ilumina |
|
la cúpula del cielo, |
|
la oscuridad sus ámbitos domina, |
|
y, entre los pliegues del nocturno velo, |
|
hacia la nada la creación camina; |
|
si de tu aliento bienhechor carece |
|
la selva enmarañada, |
|
de efluvios deletéreos impregnada |
|
la brisa nuestras fuerzas entumece, |
|
y la flor de la adelfa nos ofrece |
|
su purpurina copa envenenada; |
|
si tu mano las rocas no encadena, |
|
los altos montes desquiciados crujen; |
|
y si tu augusta voz no los refrena, |
|
el león y el volcán furiosos rugen. |
|
|
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Y es bien, Señor, es bien que así suceda: |
|
sin el terror que en la conciencia queda |
|
tras los azares de la humana vida, |
|
�quién habrá que atajar el vuelo puedo pueda |
|
de la soberbia, que en el alma anida |
|
como el ave nocturna en la arboleda? |
|
�Oh! cuando de mi juicio temerario |
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me aparta la razón, a luz más clara |
|
tu rigor considero necesario: |
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si tu mano severa, |
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cuando yerro, mi error no castigara, |
|
�en qué tu omnipotencia conociera? |
|
Desde el primer sollozo de la cuna, |
|
sed de placer, ardiente, nos devora: |
|
cuanto el mundo en sus senos atesora |
|
pedimos por tributo a la fortuna; |
|
y cuanto bien gozamos |
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bajo la esfera de la blanca luna |
|
obra de nuestro mérito juzgamos. |
|
Desvanecido por la dicha el hombre, |
|
aunque los ojos torne a lo infinito, |
|
no ve, Señor, tu sacrosanto nombre |
|
con viva luz en el zenit escrito: |
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sus turbios ojos la soberbia empaña, |
|
cual polvo por el viento arrebatado; |
|
pero al fin te descubre, consternado, |
|
si ardiente el llanto sus pupilas baña. |
|
El dolor es la espina punzadora |
|
que nos hace bajar la vista al suelo; |
|
pero, en las sombras del humano duelo, |
|
él es también la mano redentora |
|
que nos indica el cielo. |
|
El dolor nos advierte |
|
que encima de esa bóveda estrellada |
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hay un Dios justo y fuerte, |
|
árbitro de la vida y de la muerte, |
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Señor del universo y de la nada. |
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No son dos dioses, no, como allá un día |
|
Persia ciega creía; |
|
Persia, que cuando el cielo contemplaba, |
|
dos poderes contrarios descubría: |
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uno que las estrellas inflamaba, |
|
otro que las estrellas extinguía. |
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Sola una mano el universo mueve. |
|
El aire que la nieve |
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cuaja en las altas cimas del Moncayo |
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es el mismo en que mayo |
|
tibia la esencia de sus flores bebe: |
|
así también, sin ira ni desmayo, |
|
la diestra que los mundos equilibra |
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es la misma que el rayo |
|
sobre la frente de los mundos vibra. |
|
Justo a un tiempo y clemente, |
|
Dios la piedad con el rigor hermana: |
|
su cólera, volcán incandescente, |
|
confunde a veces la soberbia humana |
|
con hórrido aluvión de lava hirviente; |
|
�pero, a su pie, la fuente |
|
del eterno perdón perenne mana! |
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Atribulado espíritu, �despierta! |
|
si a Dios acudes, la esplendente puerta, |
|
límite de los ámbitos del cielo, |
|
jamás cerrada encontrará tu anhelo: |
|
�abierta está de par en par abierta! |
|
La puerta del abismo... |
|
esa no la abre Dios: �la abres tú mismo! |
|
�Ni qué otro abismo que tu mente oscura? |
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Como arrastra el forzado su cadena, |
|
sujeta al pie, colgada a la cintura, |
|
oh conciencia, en tu lóbrega clausura, |
|
cada crimen arrastra en pos su pena. |
|
No esperes, criminal, con ansia vana |
|
esquivar el fatídico escarmiento: |
|
si a veces duerme la justicia humana, |
|
tremenda la justicia soberana |
|
suscita el velador remordimiento. |
|
�En vano, en vano intentarás la huida! |
|
�Seguro, inevitable es el castigo; |
|
que, de ti propio acusador testigo, |
|
mientras dura tu vida, |
|
donde quiera que vayas, va contigo! |
|
En público y a solas, |
|
�oh miserable criminal perverso! |
|
ya cuando ruge el huracán adverso, |
|
ya cuando braman las revueltas olas, |
|
temes por enemigo al universo; |
|
y en el silencio de la noche, cuando |
|
vas por la oscura selva caminando |
|
si alzas la vista al estrellado cielo, |
|
hondo pavor a tu conciencia inspiran |
|
esos ojos sin rostro que te miran |
|
entre las sombras del nocturno velo. |
|
Como entra en lo profundo |
|
de la cloaca vil precipitado |
|
fuliginoso cieno nauseabundo |
|
por la lluvia del cielo arrebatado, |
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así, en negro aluvión, de horror preñado, |
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la nocturna tiniebla que a deshora |
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con los rayos del sol barre la aurora |
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se sume en la conciencia del malvado. |
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Espantosa caverna |
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donde, a manera de nocturnas aves, |
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tristes anidan las congojas graves, |
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su alma vive bañada en noche eterna. |
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Mas si se vuelve a Dios con fe segura, |
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Dios en ella sus dones multiplica, |
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y en luz la anega, y calma su amargura, |
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y al fuego del dolor la purifica. |
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El dolor-�oh misterio!- |
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el dolor no es el mal: �es el cauterio |
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que a nuestra corrupción el Cielo aplica! |
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Corazón miserable, nunca dudes |
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de la bondad divina en tu impaciencia. |
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Con santa competencia |
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brillan en Dios potentes dos virtudes: |
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exentas de flaqueza y de sevicia, |
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siempre ante la divina Omnipotencia |
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resiste a la clemencia la justicia; |
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mas vence a la justicia la clemencia. |
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�Por quién tornas a Dios? �por quién? -Su Esencia |
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de toda perfección norma segura, |
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su bondad evidencia: |
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inmenso es su poder; su inteligencia |
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más que la luz fulgura: |
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y marchita se agosta en su presencia |
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toda humana hermosura. |
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A sus altos decretos |
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el tiempo y el espacio están sujetos. |
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Todo a sus santas leyes obedece: |
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desde el astro que inmóvil resplandece |
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en la cúpula azul del firmamento. |
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hasta el bólido raudo que parece |
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gallardete de luz tendido al viento. |
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Todo a su augusto imperio se sujeta: |
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hasta el vago cometa |
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que del cielo se pierde en lo profundo, |
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o junto al sol tremola |
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tendida al éter la candente cola |
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augurando catástrofes al mundo, |
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en su órbita encerrado le venera: |
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y, si de ella se aparta vagabundo, |
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Dios, con su marlo que en la sombra oculta, |
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lo ataja en la mitad de su carrera, |
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lo prende por la ardiente cabellera, |
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y en los negros espacios lo sepulta. |
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Para tu voluntad, todo es posible. |
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Para su comprensión, todo es pequeño; |
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que, del ser y el no ser, árbitro y dueño; |
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Él torna en realidad lo inconcebible, |
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y lo evidente, en sueño.- |
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�Triste oprobio de humanas vanidades! |
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De unas a otras edades, |
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sombras ayer, mañana resplandores, |
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las antiguas verdades son errores, |
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los antiguos errores son verdades. |
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Sólo es segura, oh Dios, tu inteligencia: |
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ciega y muda ante Ti, borra la ciencia |
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la página que ha escrito. |
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En tu mente se anega lo infinito: |
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La eternidad se encoge en tu presencia. |
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Tu hermosura pregona el firmamento: |
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ante tu dulce aliento, |
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efluvio pestilente |
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despiden los fragantes cinamomos; |
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y los rayos del sol resplandeciente, |
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ante los rayos de tu excelsa frente |
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dicen temblando:-�Oh Dios! �tinieblas somos! |
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Y a esa Esencia divina, |
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que en sí la plenitud del bien encierra, |
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�puede faltar, oh amor, tu peregrina |
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lumbrera, que ilumina |
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los ámbitos del cielo y de la tierra? |
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�Oh dulce ley forzosa! |
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�qué es el amor, qué es el amor, Dios mío, |
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sino el lujo del ser en quien rebosa |
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vida, fuerza, valor y poderío? |
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�Fuerza! �amor! �dos palabras |
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que un solo bien acordes significan! |
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Tú, amor, con tu poder el mundo labras; |
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tus alientos los orbes vivifican: |
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por tu saeta herido, |
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su trino el ruiseñor alza en la olmeda; |
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por ti el águila enreda |
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sobre el alto peñón su tosco nido; |
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por ti el lirio campestre |
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segrega el dulce aroma de su estambre; |
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por ti zumba el enjambre |
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que agota el zumo al romeral silvestre; |
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a tu hálito fecundo, |
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se inunda en lluvia de placer el mundo: |
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despide la violeta su fragancia, |
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rebosa la colmena, su tesoro |
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la vid nudosa en el lagar escancia, |
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y la granada espiga, en letras de oro, |
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repite por los campos:-��Abundancia!� |
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�Oh amor, oh amor, tu diestra omnipotente |
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los astros a los astros eslabona! |
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Tú ciñes con tus manos a la �rente |
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de la noche su espléndida corona: |
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sin tu tierno latido |
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que conmueve los átomos, perdido |
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el dulce efluvio que entre sí se envían, |
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como el diamante en el crisol fundido |
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los astros a la nada volverían. |
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Tú, más casto, más puro |
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a más sublime condición nos llevas |
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si el alma humana, misterioso, elevas |
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mostrándole en el cielo el bien futuro: |
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tú solitario habitas |
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el oscuro rincón de las ermitas |
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perdidas en los páramos desiertos; |
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tú en el retiro y la oración marchitas |
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las frentes de los santos cenobitas |
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que ruegan por los vivos y los muertos. |
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�Oh universo, hervidero de la vida, |
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fuente perenne que a torrentes manas, |
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tú, en unión por el cielo bendecida, |
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fuerza y amor hermanas! |
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Por más que el hombre su sentido tuerza, |
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fuerza y amor en Dios corno en el hombre, |
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un bien expresan con distinto nombre |
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y fuerza es el amor, y amor la fuerza. |
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Y, siendo Dios la Fuerza Omnipotente |
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que el mundo esparce, como esparce el prisma |
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los colores del sol resplandeciente, |
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�no ha de ser el Amor su Esencia misma? |
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Señor, que en tu infinito poderío |
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el universo riges con tu dedo, |
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sólo de tu piedad duda el impío: |
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�no cabe en Ti, Dios mío |
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la cobarde crueldad hija del miedo! |
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Mal tu poder comprende |
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quien teme que piadoso lo desdores: |
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�el hombre cuyo pecho el odio enciende, |
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es quien tu gloria ofende |
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consagrando en tus aras sus rencores! |
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�Alienta corazón! La Omnipotencia |
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no puede ser cruel: el Fuerte es Bueno, |
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y no hay bondad cumplida sin clemencia. |
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Señor, si al hombre que, de dudas lleno, |
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doblando la rodilla |
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bajo tu potestad la frente humilla, |
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rechazarás airado de tu seno; |
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si con juicio sereno |
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condenaras su flaca inteligencia |
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por no alcanzar misterios de tu esencia; |
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si, de piedad y compasión ajeno, |
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descargaras en él tu airada mano, |
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y en su error te ensañarás vengativo, |
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yo mísero mortal, yo vil gusano, |
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yo, que más generoso te concibo, |
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fuera mejor que Tú, �Dios soberano! |
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�No! mi mente turbada |
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podrá errar si tu Esencia considera; |
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mi inteligencia dudará ofuscada, |
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pero mi corazón seguro espera. |
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Y es tan viva esta fe, que si del cielo |
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viera hundirse la bóveda estrellada |
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y los mundos volver en corvo vuelo |
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a los lóbregos senos de la nada, - |
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del negro espacio en la región vacía, |
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transido de pavor, mudo de espanto, |
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�Dios clemente, Dios santo, |
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yo en tu inmensa bondad esperaría! |
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�Oh! cuando el alma hiere |
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la luz que en tu mirada centellea, |
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no hay un átomo en mí que en Ti no crea, |
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no hay un átomo en mí que en Ti no espere; |
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y, ciego con los vívidos destellos, |
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que ofuscan mí turbada fantasía, |
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a expresarte mi amor no alcanzaría |
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si lenguas se tornaran mis cabellos. |
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Este férvido amor que a Dios se lanza |
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buscando lo perfecto en lo absoluto, |
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esta firme esperanza |
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que robustecen el dolor y el luto, |
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esta fe poderosa |
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que ilumina las sombras del misterio, |
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hablan al corazón en cada fosa |
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de tu recinto, �oh mudo cementerio! |
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Por eso, con la mente oscurecida, |
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pero con la conciencia despejada: |
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cansado de la vida, |
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pero a vivir el alma resignada; |
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fiel a Dios y a la esposa |
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que en ti cayó desde mis brazos yerta |
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y en tu seno esperándome reposa, |
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�oh muda tumba solitaria y fría |
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donde ni un eco mi clamor despierta, |
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yo, al espirar la luz de cada día, |
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sin miedo y con amor llamo a tu puerta! |