Teatro de los niños o Colección de composiciones dramáticas para uso de las escuelas y casas de educación
José Ulanga y Algocín
—I→
El fin que se ha propuesto el editor de esta obrita no es únicamente proporcionar a los niños y niñas de los colegios y casas de educación, por medio de los dramas contenidos en ella, un inocente pasatiempo, durante las Pascuas y otras solemnidades del año. Verdad es que les será utilísimo este ejercicio, pues dejando aparte la gran ventaja de inspirárseles —II→ los principios de honor, de virtud y buena conducta, no por el método ineficaz de máximas y documentos teóricos que casi siempre se olvidan cuando se presenta el caso de aplicarlos, sino por lances prácticos en que se ve premiada y distinguida la generosidad, la aplicación, la buena fe, el amor filial; y vilipendiada la holgazanería, la vanidad, la envidia y demás vicios de nuestros primeros años, aprenderán los niños sin esfuerzo alguno a presentarse y hablar en público con despejo, y a descartar de su pronunciación el tonillo fastidioso que suelen contraer en las escuelas. Pero como la mayor parte de estos resultados se consigue igualmente con la lectura diaria, el principal objeto —III→ del editor es ofrecer a los maestros un libro que sirva para las lecciones cotidianas, alternando con los preceptos evangélicos, que son la base de la enseñanza, y en el cual vean, para decirlo así, la Moral puesta en acción, inculcandose en sus tiernos corazones de un modo indeleble, mediante el halago propio de las formas dramáticas, y la curiosidad del desenlace, pasión más vehemente en la niñez, que en ninguna otra época de la vida.
El que espere encontrar en estos dramas el enredo, el interés, las sales cómicas y la diversidad de lances y caracteres, que busca en el teatro, se engaña de medio a medio. Todas las pasiones humanas se descubren desde la niñez, a excepción de una —IV→ sola, que nace en la pubertad, suele influir poderosamente en el destino de la mayor parte de los hombres, y admite en sus efectos y combinaciones una variedad inagotable, por cuya razón campea en el teatro, y forma por sí sola el fondo y la trama de casi todas las composiciones conocidas. Es pues cosa clara, que esta pasión no puede tener lugar en obras destinadas al uso de los niños, ni aun con el fin de preservarles de sus estragos; pues lejos de producir utilidad, serviría únicamente para despertar en ellos una inclinación, que demasiado pronto vendrá por sí misma a perturbar su sosiego, y a dar al traste con su feliz inocencia. Los dramas que contiene el presente libro versan sobre —V→ asuntos acomodados a la capacidad de la infancia, afeando los vicios de esta edad, y ensalzando las virtudes que les son opuestas. El enredo es sencillo, el desenlace natural, el estilo familiar y claro, y el lenguaje castizo y puro, en lo cual ha puesto el editor sumo cuidado, persuadido de que en las obras destinadas a la primera educación deben resplandecer con preferencia a todas las demás la propiedad y pureza del idioma patrio. Si hay algún mérito de su parte, en esto sólo consiste; pues no siendo originales estos dramas, ha procurado esmerarse en que lo parezcan, empleando siempre voces y modismos castellanos con la mira de preservar a los niños del contagio de la frase extranjera, —VI→ cuya general propagación entre nosotros se debe en gran parte al descuido o a la impericia de algunos traductores.
Ofreciendo a los niños una lectura, en que no se encuentren hechos ni raciocinios absurdos, que vicien la natural rectitud de su juicio, ni falsas máximas de moral que perviertan su corazón, cree el editor haber hecho una obra útil. Si lo ha conseguido, o no, lo juzgarán las beneméritas personas, que se ejercitan en las penosas tareas de la pública enseñanza, y en todo caso le agradecerán sus buenos deseos.
—1→
—2→
PERSONAJES |
|
DON JUAN DE LAZCANO. | |
FERMINA, su hija, de edad de 12 años. | |
DOROTEA, su sobrina, de edad de 13 años. | |
LEANDRO, hermano de ésta, de edad de 14 años. | |
ANTONIO, cochero de DON JUAN. | |
UN CRIADO. |
—4→
Escena V
|
||||
DOROTEA.- ¡Pobre muchacho! Cuantos más sustos llevo por él, más le quiero. |
—16→
—23→
—24→
Escena IX
|
||||
FERMINA.- ¡Cuánta ansia tengo por verle, y oírle contar su historia! Como que hace ya más de un año que nos dejó. ¡Ah! Ya le veo. (Corre a la puerta a abrazarle.) ¡Primo mío! |
—32→
—33→
Escena XIII
|
||||
DON JUAN, FERMINA, DOROTEA, ANTONIO. |
||||
DOROTEA.- Aquí está Antonio, tío. |
||||
ANTONIO.- Perdone V. señor, mi atrevimiento, pues no pudiendo persuadirme que aún le dure a V. el enfado, y pasando casualmente por el pueblo, me he tomado la libertad de ponerme en su presencia para suplicarle que tenga la caridad de darme un certificado favorable de mi conducta. |
||||
DON JUAN.- ¿Pues qué? ¿No le llevaste cuando saliste de casa? |
||||
ANTONIO.- No, señor: V. me dijo secamente: «Ahí tienes tu dinero, vete al punto de mi casa, y no vuelvas a parecer en mi presencia». Así no tuve ni tiempo ni valor para pedir a V. el papel de abono. |
||||
DON JUAN.- ¿Y te parece que eras acreedor a más consideraciones —34→ después de haber destrozado mi berlina? |
||||
ANTONIO.- Verdad es, señor: pero, ¿qué remedio? Un cochero sin fusta no es nadie, y como la mía se había caído... ¡Buen cuidado tendré de que no me vuelva a suceder otro lance igual! |
||||
DON JUAN.- Bien está: ya eso se acabó. ¿Cómo te ha ido desde entonces? |
||||
ANTONIO.- ¡Ay, señor! Sepa V. que no he tenido día bueno. Entré al instante en casa del coronel Campuzano; pero, ¡qué hombre aquel! No sabía hablar sino enarbolando el bastón. ¡Dios le haya perdonado! |
||||
DON JUAN.- ¿Ha muerto? |
||||
ANTONIO.- ¡Sí, señor!; y ¡Con gran satisfacción de sus soldados! Ya se ve, sino se verificó que diese una orden de cuatro palabras sin adornarla con cuatro porvidas y juramentos. A sus caballos garrote listo, y cebada larga; pero s los criados poco pan y muchos ultrajes. |
||||
—35→ | ||||
FERMINA.- ¡Pobre Antonio! ¿Y por qué no dejaste al segundo día semejante casa? |
||||
ANTONIO.- ¿Qué quiere V. que hiciera, señorita? Con hijos y mujer, y con la ventaja de que ésta fuese recibida en la casa para lavar y coser la ropa blanca, ganando por su parte tanto como yo para alimentar a nuestra familia, fue preciso aguantar el genio de aquel Herodes. Al verle delante, todos nos poníamos a temblar, pero al fin la muerte le hizo temblar a él, y quedamos en la calle. Actualmente estoy desacomodado, y no sabemos donde ir a dar con los huesos. |
||||
DON JUAN.- Y qué, ¿no sabías tú, que yo no consiento que nadie se muera de necesidad, y menos los que me han servido tantos años? |
||||
ANTONIO.- Sí, señor, que lo sé; y más de cuatro veces tuve intención de venir: pero aquellas palabras tan secas que V. me dijo: «no te presentes jamás delante de mí», estaban sonando siempre en mis oídos como un trueno, y... —36→ la verdad, no tuve ánimo para hacerlo. Una docena de juramentos del coronel, de aquellos más horrorosos, no me hubieran intimidado tanto. |
||||
FERMINA.- ¿Pero cómo no has hallado casa en tanto tiempo? |
||||
ANTONIO.- ¡Ay, señorita! Aquí en Guipúzcoa no es lo mismo que en Madrid: hay pocas gentes que gasten coche. Mi único recurso ha sido ir al campo a ganar un triste jornal: entre tanto mi mujer hilaba cuanto podía y los muchachos andaban pidiendo limosna. Pero toda la ganancia era tan escasa, que después de matar el hambre, no ganaba lo suficiente para pagar la zahúrda en que estábamos albergados. Creció de día en día nuestra miseria en términos que mi pobre mujer no pudiendo soportarla, cayó enferma, y murió en breve tiempo. (Se enjuga las lágrimas.) |
||||
DON JUAN.- Estoy por decir que te está bien empleado. ¿Por qué no acudiste a mí? ¿Soy por ventura —37→ algún despiadado, que no tiene entrañas ni caridad? |
||||
FERMINA.- (A DOROTEA.) Ya papá está enternecido. ¡Buen agüero para Leandro! |
||||
ANTONIO.- ¡Y qué buena mujer era la mía! ¡Qué aplicada y hacendosa! ¡Con qué mansedumbre y cariño aplacaba mi cólera cuando yo desesperado de mi situación, gritaba y quería hacer pedazos cuanto cacharro se me ponía por delante! ¡Dios le dé la gloria, que buena falta me ha hecho! Mis mayores desgracias empezaron entonces y Dios sabe cuando tendrán fin. |
||||
FERMINA.- ¡Pobre Antonio! |
||||
ANTONIO.- Como no había esperanzas de hallar acomodo en el país, cargué con la niña, y tornando al chico de la mano, eché a andar una tarde por evitar el calor, y habiendo caminado toda la noche, llegué al otro día a una aldea, donde había una feria muy concurrida. Aproveché la ocasión de ganar algún dinerejo llevando —38→ fardos de una parte a otra, cuando quiso Dios depararme al señorito don Leandro, o por mejor decir a un ángel del cielo, que aliviase mis trabajos. |
||||
DON JUAN.- ¡Cómo! ¿A Leandro? ¿Y llamas ángel a aquel calavera? |
||||
(DOROTEA y FERMINA se dan la mano acercándose con curiosidad y diciendo a un tiempo.) |
||||
FERMINA.- ¿Leandro? |
||||
DON JUAN.- ¿Mi hermano? |
||||
ANTONIO.- Sí, señor: así le llamo, y menos sentiré que me mande V. dar de palos, que oír que le trate V. de un modo tan poco merecido. |
||||
DOROTEA.- Prosigue, Antonio, que estoy en ascuas: cuéntanos lo demás. |
||||
ANTONIO.- Entró mi Luisita a pedir limosna en una tienda de vinos generosos, y quiso Dios que estuviesen sentados a una mesa bebiendo los señoritos don Leandro y don Mariano. |
||||
—39→ | ||||
DON JUAN.- ¡Eh! ¿Qué tal? ¡Mirad qué buenas inclinaciones! ¡Y nada menos que en una taberna! |
||||
DOROTEA.- No es eso, tío; sino que acababan de llegar, y estaban muertos de sed. |
||||
DON JUAN.- ¿Pero qué tenían que hacer en aquel pueblo? |
||||
FERMINA.- Iban a ver la feria. ¿No estaba allí también Mariano con ser tan ejemplar? |
||||
ANTONIO.- Pues, señor: conoció al momento a la chica, y sin que pudiese contenerle don Mariano, le dio un vaso de vino, y cogiéndola del brazo1 se salió con ella a la calle: la preguntó por mí, y enterado de nuestra situación corrió a buscarme. Estaba yo en la calle inmediata al lado de una fuente, bebiendo en el sombrero un trago de agua para templar al gran calor que hacía, cuando llega don Leandro, y sin reparar en mis andrajos se arroja a abrazarme. Yo no sé cómo no me mató el gusto de verle, y cómo no le ahogué apretándole contra mi —40→ corazón. Por último viendo que se agolpaba la gente, le llevé al mesón, en que tenía de antemano apalabrado un rincón del granero. |
||||
FERMINA.- ¿Cuánto va papá, a que mi primo?... |
||||
DON JUAN.- Calla, no le interrumpas: sigue, Antonio, sigue. |
||||
ANTONIO.- Le hice la misma relación que a Vds., y al oírla echó a llorar exclamando: Yo soy quien debiera mendigar por ti, pues he tenido la culpa de tus trabajos; pero no descansaré hasta que haya conseguido remediarlos en cuanto pueda. Toma por el pronto el poco dinero que tengo; tómalo, Antonio, que yo no lo he menester: y en esto se puso a recorrer todos sus bolsillos. Yo repugnaba tomarlo, diciéndole que no quería privarle de una cantidad que le haría falta para sus diversiones; pero se enfadó tanto, y empezó a patear y a menear la cabeza en tales términos, que pensé que me daba de cachetes si llevaba adelante mi resistencia. |
||||
—41→ | ||||
DON JUAN.- ¿Y cuánto te dio? |
||||
ANTONIO.- Cosa de seis pesetas; pero ¿cómo? Con solos dos reales se quedó, sin poder yo lograr que tomase siquiera la mitad. «No te empeñes en eso, me dijo: nunca permitiré yo, que un buen criado de mi tío, que no es asesino ni ladrón, se vea precisado en su vejez a mendigar de puerta en puerta con sus hijos sin tener un rincón en que meterse. Ya puedes tratar de buscar un cuartito, mientras yo vuelvo a traerte mayor socorro, que antes de tres días estaré aquí con él. Entretanto escribiré a mi tío, que aunque está irritado con nosotros dos, bien sé que no te dejará perecer, porque es más caritativo y generoso de lo que tú te figuras. |
||||
DON JUAN.- La verdad, Antonio: ¿eso te dijo? |
||||
ANTONIO.- Señor, lo juraré si es del caso. |
||||
DON JUAN.- No es menester, prosigue. |
||||
ANTONIO.- ¿Cómo te compones con los chicos? Me dijo —42→ haciendo halagos a Manolo. ¿Cómo quiere V. que me componga, le dije yo? Andan por todas partes vendiendo escobas o flores, y cuando falta el despacho o el género, piden limosna. No, amigo, replicó: así no va la cosa bien, porque esa vida los hará viciosos y holgazanes. Es menester que a Manolo le pongas a oficio, y a la niña al lado de alguna familia honrada. |
||||
FERMINA.- Tiene razón Leandro: ¿no es verdad; papá? |
||||
ANTONIO.- V. dice muy bien, repliqué; pero ¿dónde ha de ir uno a presentar esas criaturas tan andrajosas? Si tuviese diez o doce duros, pronto estaría hecho. Justamente vive aquí cerca un tejedor que le recibiría de aprendiz si estuviera vestidito y se le diera cualquier cosa para ayudar a su manutención, hasta que empezara a servir de algo. De la chica digo lo mismo: con alguna ropita que se le comprara, no faltaría donde la tuviesen para cuidar una tienda en los momentos en que faltase el amo, y en fin para barrer, fregar o tener un niño. Entonces sí que estaría yo libre para —43→ buscar acomodo, y no que ahora me veo precisado a andar de ceca en meca como un vagamundo. |
||||
DON JUAN.- ¿Y a eso qué contestó Leandro? |
||||
ANTONIO.- Se quedó un poco pensativo, y sin responder nada se marchó; pero a los dos días ya estaba de vuelta. = ¿Dónde vive el tejedor que juzgas dispuesto a recibir a Manolo? = Le llevé allá, y estuvo hablando con él en secreto largo rato. Salimos de allí, y después me llevó a una tienda de lienzos. Ya don Leandro estaba de acuerdo con el ama, y así no hizo más que decirme: es menester que conozcas a esta señora, que quiere encargarse de tu Luisa; y apenas la había saludado, cuando empezó a darme prisa para que fuésemos a una ropería de las que habían venido a la feria. En el camino me dijo abrazándome: ea Antonio mío, ya puedes estar descansado por lo que hace a tus niños. Toma ahora la ropa que hayan menester, y para ti una chaqueta y un pantalón, que esos están muy viejos y desgarrados. Todo se hizo así, pagó su dinero, —44→ y cáteme V. aquí vestido, libre y en aptitud de trabajar como a los veinte años. |
||||
DOROTEA.- ¡Oh hermano querido! ¡Estoy loca de contenta! |
||||
FERMINA.- ¿No te decía yo que estaba inocente? Para que veas que no me equivocaba. |
||||
DON JUAN.- (Aplicándose el pañuelo a los ojos.) Pues, señor; ya está visto el paradero del reloj: no hay más que saber. |
||||
ANTONIO.- ¿Cómo que no? ¿Cree V. que paró en esto? No, señor. A poco rato noté que me estaba metiendo dinero en el bolsillo con gran disimulo, y yo, la verdad, no quise consentirlo en manera alguna por más que me lo rogó, se enfadó y se valió de mil medios para persuadirme. Ya ve V. que eso no era regular después de tanto como acababa de hacer por mí el buen señorito. Al cabo lo tuve que tomar; pero fue porque me aseguró, que V. se lo había enviado para que me lo diese. Díjele que al momento quería venir acá a pedir a V. mil perdones, y darle las gracias —45→ por sus bondades; mas don Leandro no me lo permitió, añadiendo que V. no gustaba que supiese yo de donde me venía aquel socorro. Mucho lo sentí en verdad, pues me lisonjeaba de que un amo tan bueno y compasivo me querría tal vez admitir de nuevo en su casa. Sin embargo no me atreví a desobedecerle. |
||||
DON JUAN.- ¡Oh Leandro querido! ¡Conque es verdad que tu corazón es tan noble y generoso como en tu niñez prometía! |
||||
DOROTEA.- ¿Y cómo es que has venido ahora a ver a mi tío? |
||||
ANTONIO.- Porque no queriendo el maestro admitir a Manolo sin que llevase su fe de bautismo, tuve que venir a Mondragón a buscarla. Allí supe que el conde de Agoitia necesitaba cochero, fui a presentarme a él, y en efecto me recibió con la condición de que le llevase un certificado del último de mis amos. Pedírsele al coronel en el otro mundo no era posible: fue pues necesario aventurarme a venir —46→ acá, aunque lleno de miedo y vergüenza. Si V. no gusta de dármelo, tendré paciencia; pero por lo menos nadie me quitará el gusto de manifestar a V. mi agradecimiento por el socorro que tuvo a bien enviarme por conducto del señorito don Leandro. |
||||
DON JUAN.- No, buen Antonio, eso no. Preciso es que sepas que todo ha sido obra de mi sobrino, y que a él y no a mí debes agradecerlo. Pero si se desnudó por vestirte, por ti vuelve a mi gracia, que había perdido. Estaba tan irritado contra él que tenía resuelto desterrarle para siempre de mi presencia: mira si tu venida le saca de buen atolladero. |
||||
ANTONIO.- ¡Ay, señor! Si es así, me contemplo dichoso. ¡Qué mayor fortuna para mí, que poder prestar un servicio tan señalado a quien se condolió de mi necesidad remediándola tan generosamente! |
||||
DON JUAN.- Aquel bribón de Mariano ha tenido la culpa: y a fe que ya debiera estar bien receloso de sus pérfidos manejos, pues bastantes —47→ veces me ha engañado. Pero, no señor: él no hubiera conseguido alucinarme hasta este punto; la carta del director lo ha hecho todo. ¡Quién había de imaginar que un sujeto tan respetable fuese capaz de semejante proceder! |
||||
FERMINA.- Desengáñese V., papá: eso es que también ha sabido engañar al director. |
||||
DON JUAN.- ¡Válgame Dios! Ahora me acuerdo que me dice ese buen señor que Leandro se había fugado del colegio. ¿Dónde le habrá llevado su desesperación? Mucho me temo alguna nueva desgracia. |
||||
ANTONIO.- Que me den un caballo al instante: yo sabré dar con él, y traerle aquí aunque se haya ido al cabo del mundo. (Quiere irse.) |
||||
DOROTEA.- (Deteniéndole.) ¿De veras, tío, le perdonaría V. y le volvería a su gracia? |
||||
DON JUAN.- ¿Cómo, si le perdonaría? Aunque hubiese vendido hasta la camisa, y volviese más desnudo —48→ que salió del vientre de su madre. (DOROTEA hace una seña a FERMINA y se va.) La dificultad es indagar dónde se encuentra. |
||||
FERMINA.- ¿Quién sabe si estará por acá? |
||||
DON JUAN.- ¡Ojalá! Pero tú algo sabes, que en la cara te lo conozco. ¿Le ha visto alguno por estos contornos? ¿Dónde está? |
||||
ANTONIO.- Si fuera verdad, me parece que de gozo daba un salto hasta las bovedillas. |
||||
FERMINA.- ¡Ea! Pues, ahí le tienen Vds. todo entero. |
||||
(Entra LEANDRO con DOROTEA.) |
—49→
Escena XIV
|
||||
DON JUAN, LEANDRO, FERMINA, DOROTEA y ANTONIO. |
||||
(LEANDRO se arroja a los pies de su tío, ANTONIO se echa por tierra abrazando las piernas a DON JUAN, después a LEANDRO, y haciendo otros extremos extravagantes de alegría. FERMINA y DOROTEA se abrazan y lloran.) |
||||
LEANDRO.- ¡Tío, tío del alma! ¿Es cierto que V. me perdona? |
||||
DON JUAN.- (Abrazándole.) De todo corazón, Leandro mío. Mereces mi cariño más que nunca, y estoy resuelto a no apartarte un punto de mi lado. |
||||
LEANDRO.- ¡Jamás! ¡Jamás, tío mío! (Vuelve la cabeza, ve a ANTONIO, y corre a abrazarle.) ¡Oh! ¡Si V. hubiese visto la miseria de este infeliz y de sus hijos! ¡Si V. hubiera tenido, como yo, la culpa de su desgracia! |
||||
—50→ | ||||
ANTONIO.- No hay tal cosa: la culpa la tuve yo que le dejé a V. subir al pescante con unos caballos tan fogosos. ¡Pero si no sé negarme a nada que V. me pide!... Desde ahora se lo advierto a V., señorito don Leandro: por Dios que no solicite V. de mí ninguna cosa que no sea regular; pues yo no podré menos de concedérsela, aunque desde allí tenga que ir a tirarme de cabeza en el río. |
||||
DON JUAN.- ¿Por qué en lugar de vender el reloj, los libros y quizá la ropa, no me diste cuenta de todo? Esta resolución en un muchacho, que ignora el valor de las cosas, fue siempre imprudente y precipitada. |
||||
LEANDRO.- Es verdad, tío: yo lo confieso. Pero cada momento que pasaba sin socorrer la necesidad de Antonio me parecía que cargaba sobre mi corazón el peso de un asesinato. Y luego, como V. le había despedido tan airadamente, recelé que me impusiese prohibición formal de socorrerle, con lo cual, faltando a las órdenes de V., hubiera cometido mayor culpa. |
||||
—51→ | ||||
DON JUAN.- ¿Conque según eso me hubieras desobedecido? |
||||
LEANDRO.- Sí, señor, lo confieso; pero en esto únicamente. |
||||
DON JUAN.- Vuelve a abrazarme, Leandro mío,... Sin embargo aún hay un punto en las cartas, que no aparece bastante claro. ¿La noche que faltaste del colegio donde estuviste? |
||||
LEANDRO.- Eso fue el día, que volví a llevar a Antonio el dinero. El director no estaba en el seminario, y aunque me propuse regresar antes de las diez, que es la hora en que se cierra la puerta, no llegué a tiempo, porque así que oscureció perdí el camino. |
||||
DOROTEA.- ¿Y cómo pasaste aquella noche? |
||||
LEANDRO.- ¡Grandemente! Me refugié en unas casas medio arruinadas, me tendí en una piedra y dormí hasta el otro día como un lirón. Tal —52→ era el gozo que sentía de haber sacado a Antonio de su apuro. |
||||
FERMINA.- ¡Mire V. cómo el taimado de Mariano no nos contó nada de eso, aunque todo lo sabía! |
||||
DON JUAN.- Yo te aseguro desde ahora que acabó para mí el tal Marianito. |
||||
LEANDRO.- No, tío; eso no. Ser feliz en perjuicio ajeno, no lo consentiré, y menos en el de mi primo. |
||||
DOROTEA.- (Dándole la mano.) ¡Ay hermano mío! ¡Cuánto te quiero! |
||||
FERMINA.- (Dándole la otra mano.) Pero más que yo, no lo creas. |
||||
DON JUAN.- Bueno: que se quede allá en el seminario: tú siempre conmigo, aun cuando tenga que traer maestros hasta de Salamanca. (LEANDRO le besa la mano.) |
||||
ANTONIO.- (Besándole los faldones del frac.) ¡Oh mi buen amo! ¡Siempre, siempre el mismo! |
||||
—53→ | ||||
DON JUAN.- (Dándole una palmada en el hombro.) Vamos a otra cosa: ¿estás ya ajustado en casa de Agoitia, o no? |
||||
ANTONIO.- No, señor; ¿no ve V. que faltaba el certificado? |
||||
DON JUAN.- Ya no es menester: veo que Leandro y tú deseáis estar juntos; pero guárdate2 de dejarle subir otra vez al pescante. Por lo que hace a tus chicos, no tengas cuidado, que ya corren por mi cuenta. |
||||
ANTONIO.- ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Qué día tan dichoso! ¡El señorito! ¡Mis pobres niños!... No sé lo que me pasa: parece un sueño. ¿Y mis caballos? Voy corriendo a verlos. (Vase.) |
||||
DON JUAN.- ¡Pobre hombre! Está como loco, y a mí no me falta mucho. Vamos, hijos, a dar la buena nueva a la familia y a que la celebren con dos botellas de peralta. |
FIN