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Traducciones, público y mecenazgo en Castilla (siglo XV)1

Gemma Avenoza Vera

Es difícil fijar un término a quo para el inicio de las traducciones del latín al vulgar en Castilla, porque si bien el primer momento en el que esta actividad se desarrolla con gran intensidad se sitúa en el s. XIII, en tiempos de Alfonso el Sabio (1221-1284), ya a finales del s. XII o inicios del XIII podemos hallar romanceamientos como el fragmento de Salterio bilingüe identificado recientemente por Pedro M. Cátedra2, y también son anteriores a la tarea alfonsí la traducción de la Vulgata al castellano contenida en los manuscritos Esc. I.i.6 e I.i.8 y la de la Farsalia que emplearon los compiladores alfonsíes3.

Alfonso X acudió a toda la literatura de la antigüedad para construir su General estoria y sus colaboradores tradujeron, compendiaron o extractaron numerosísimas obras: la Biblia, Josefo, Pedro Coméstor, Orosio, el Phanteon de Godofredo de Viterbo, la Historia naturalis de Plinio, la Farsalia de Lucano, las Heroidas y las Metamorfosis de Ovidio4, la Historia regum Britanniae, la Histoire ancienne jusqu'à César, la Historia romanorum y Historia Gothorum de Jiménez de Rada, el Chronicon mundi de Lucas de Tuy, la Historia de preliis de León de Nápoles y muchas otras de tradición latina o semítica5. Algunas de estas obras se integraron en la estoria alfonsí, en la que se leen extractos de las mismas o sus textos prácticamente íntegros (caso de la Biblia, la Farsalia y las Heroidas, por ejemplo)6, dibujándose así un panorama parangonable al de la situación europea contemporánea respecto a la incorporación de la materia antigua a la lengua vulgar7.

El corpus de obras traducidas del latín, pese a ser amplio, no es todo lo completo que podríamos esperar y, en el conjunto llama la atención que algunas piezas fueron traducidas en numerosas ocasiones, a veces con varios siglos de distancia entre una y otra versión, pero que en otras ocasiones las traducciones se suceden con pocos años de diferencia. Este fenómeno está condicionado por el público y los canales de recepción de esas materias. Como advertía ya hace años Jacques Monfrin al examinar el fenómeno de las traducciones en francés durante la Edad Media resulta interesante

«montrer, si possible, comment les textes qui ont été traduits se sont diffusés, quel public ils ont trouvé, combien de temps il sont restés en service. Une chose est d'établir la liste des textes traduits, une autre de savoir quand et comment telle traduction s'est répandue; et là, c'est un problème d'histoire de la civilisation autant qu'un problème d'histoire littéraire»8.


El caso de las traducciones múltiples es un ejemplo particular de recepción de los textos latinos (antiguos o medievales), en el que desearíamos fijar nuestra atención en el presente estudio.

El s. XV fue el más rico en versiones de obras latinas y es la época en la que centraremos nuestro estudio9. En el cuatrocientos se volvieron a traducir obras que circularon en la corte castellana en los siglos anteriores (como el De ira de Séneca, ca. 1284-1295), aunque en ocasiones son muy pocos los años que separan las versiones (caso del De armis de Bartolus de Saxoferrato). A través del examen de estas obras pretendemos aproximarnos a las razones por las que se realizaron estas traducciones múltiples y, para acotar el tema de estudio, nos limitaremos a los romanceamientos de obras latinas (sean directos o acudan a una versión intermedia en otra lengua romance)10.

Acudiendo a los datos actuales de la Bibliografía española de textos antiguos (BETA)11 sabemos de la existencia de unas 910 versiones castellanas (o aragonesas) distintas de obras latinas y no es extraño que pueda identificarse más de una versión para una misma obra: las 80 versiones de 27 obras conservadas en más de una traducción representan casi un 9 % del total de las traducciones. Algunas son piezas de gran circulación, como la Epistola de gubernatione rei familiaris del Pseudo-Bernardo de Claraval, cuya brevedad facilitaría la realización de diversas traducciones independientes, incluso contemporáneas, pero en otros casos se trata de obras de cierto volumen, cuya traducción va más allá de unas pocas horas arrancadas al ocio (por ejemplo, los más de 200 folios de Valerio Máximo o los más de 100 de la Historia destructionis Trojae de Guido de Columna, de la Cirugia maior de Lanfranco de Milán, de un Salustio, de los Comentarii de bello Gallico de César o de la De consolatione philosophiae de Boecio).

En ocasiones se han tomado por traducciones múltiples textos, que si bien difieren en presentación material, en realidad no son versiones diferentes, por lo que no las hemos considerado. Son los casos de la Historia bohémica de Pío II12, el Regimiento de príncipes de Aegidius Romanus13 o el Excitatorium mentis ad Deum de Bernat Oliver14. Más complejo es lo que sucede con la Historia de los godos, en cuya transmisión se mezclan traducciones, interpolaciones, extractos y todo tipo de manipulaciones corrientes en la transmisión de las obras que se consideran material de trabajo maleable para la construcción de nuevas piezas historiográficas15, por lo que preferimos no tomarla en consideración en este análisis de las traducciones múltiples, al entrar en juego otros parámetros en su constitución. También hemos excluido los Moralia in Job. De esta obra nos ha llegado la traducción de Pero López de Ayala en tres formatos distintos: íntegra, abreviada y el florilegio conocido como Flores de los morales de Job16. En 1911 Luciano Serrano abogaba por la existencia de otra versión de los Moralia, anónima, transmitida por manuscritos de El Escorial, que al menos por lo que respecta a uno de ellos, el ms. Esc. b.ii.12 contiene un texto que coincide con la de Ayala (ms. BUSal 338), por lo que esta distinción entre dos traducciones independientes es una cuestión abierta que debe ser reconsiderada en otra sede, razón por la cual no trataremos aquí de esta obra. Por último, queda para otra ocasión abordar el problema de la o las versiones y compilaciones de la Legenda aurea, tema del que se está ocupando actualmente Vanesa Fernández Amez17.

Como veremos, no son pocas las traducciones diferentes de un mismo texto latino, y se encuentran en todo género de obras: históricas, didácticas, morales, instrumentales o literarias. En aquellos casos en los que conocemos el ambiente en el que surgieron disponemos de datos para valorar las razones que propiciarían contemporáneamente o pocas décadas más tarde una nueva traducción, pero no siempre es esa la situación, puesto que en la mayoría de las ocasiones ignoramos la identidad de los promotores de la iniciativa. Entonces podemos extraer una información muy valiosa de los poseedores de los manuscritos más antiguos, cuya copia rara vez se separa demasiado, al menos cronológicamente hablando, de la fecha en la que se realizó la traducción y, desde el punto de vista sociológico, nos ofrecen también datos de gran valor sobre el ambiente del que surgieron. Examinaremos desde esta perspectiva una veintena de obras, tomando en consideración los datos que nos proporcionan los textos, su transmisión manuscrita o impresa y las aportaciones que sobre ellas ha hecho la investigación histórica y filológica.

BIBLIA. AT. Así como en francés desde el s. XII surgen versiones en verso y prosa de la Biblia, en castellano el más antiguo ejemplo de una traducción íntegra se remonta al s. XIII. Esta versión prealfonsí está representada por los códices Esc. I.i.8 (AT: Lev-Job y Sal) e I.i.6 (AT: Prov-2Mac; NT)18 y estuvo en las manos de los compiladores de la General estoria, siendo esta obra una fuente secundaria para el texto bíblico en romance traducido del latín. La estrecha relación entre ambas versiones nos lleva a no considerarlas como traducciones distintas, por lo que el texto vetotestamentario de la Vulgata tuvo entre los ss. XIII y XV una única versión castellana. En cambio son cuatro al menos las versiones de la Biblia que se hicieron a partir del hebreo, situación que creemos no tiene parangón en el resto de lenguas europeas. Según Francisco Javier Pueyo19:

«Hay algunos factores que podrían explicar el fenómeno: primero, que la comunidad judía de España en la Edad Media había alcanzado unas cotas de desarrollo cultural muy destacable y sus intelectuales estaban disponibles para realizar las traducciones; segundo, que el interés porque la Biblia se tradujera al castellano partía de reyes y señores -con una inquietud intelectual tanto hacia el conocimiento de la verdad como hacia la posesión de grandes bibliotecas- y no de las autoridades eclesiásticas, que, de haber necesitado traducciones, se hubieran apegado al texto de San Jerónimo, pero, que a tenor de la prohibiciones, no se inclinaban a traducir la Biblia a las lenguas vulgares (cf. Enciso 1944). Este factor parece decisivo, ya que los señores y reyes parecían confiar más en la capacidad o al menos en la disponibilidad de sus vasallos judíos que en la de los cristianos. Aquellos patronos que encargaban Biblias en romance seguramente sabían de la fidelidad con que los judíos copiaban y traducían el texto hebreo».

(p. 237)



La excepción sería la actitud de Alfonso el Sabio que, pese a estar rodeado de colaboradores judíos, optó por emplear traducciones del texto latino como base de su obra, por razones tal vez pragmáticas como propone F. J. Pueyo:

«Tal vez el hecho de que las traducciones estuvieran destinadas a servir de fuente historiográfica y no a su uso como texto sagrado (aunque muchos de los libros se tradujeran de forma casi literal), impulsara al rey a elegir el camino más fácil, es decir, a traducir de una lengua más cercana al naciente castellano culto.

En cualquier caso resulta muy evidente que en Castilla prácticamente nadie tenía interés en traducir la Biblia latina a la lengua vulgar. Especialmente el clero, los únicos, además de los judíos, con los conocimientos lingüísticos y exegéticos necesarios para traducir (lo cual incluye interpretar) un texto tan complejo como las Sagradas Escrituras».

(p. 238)



Si el texto íntegro de la Biblia latina tiene una única versión, el libro de los Salmos fue traducido en numerosas ocasiones. El Salterio fue una de las primeras obras traducidas al castellano en la Edad Media, tratándose de la versión bíblica más antigua documentada hasta el momento (fin s. XII-inicios s. XIII)20. Cronológicamente hablando, la segunda traducción sería la representada por el texto aragonés del s. XIII que en Esc. I.I.8 (copia del último tercio del s. XIV o inicios del s. XV) se atribuye a Hermann el Alemán. Hacia 1430 Rabí Mosé Arragel de Guadalajara acaba su traducción comentada del texto hebreo del AT, que conocemos como Biblia de Alba, pero en el caso del libro los Salmos, Arragel partió del latino de la Vulgata, con lo que su traducción es la tercera versión de los Salmos realizada en la Edad Media a partir del latín. Otro tanto sucede con los Salmos de Esc. I.i.4, manuscrito de mediados del s. XV que transmite los libros bíblicos traducidos del hebreo, salvo los deuterocanónicos Tobit, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, 1-2 Macabeos y el texto al que nos referíamos, los Salmos. Si bien era lógico acudir a la fuente latina para los libros deuterocanónicos, no lo resulta tanto para los Salmos, hecho que ya sorprendió a Mark G. Littlefield en su día21. El resto de versiones bíblicas castellanas medievales parten del original hebreo, por lo que no las tendremos en cuenta en el presente análisis22.

Las dos primeras versiones de los Salmos mencionadas, aunque fueron elaboradas en una época bastante próxima, presentan diferencias textuales notables. Los dos Salterios están separados por varias décadas y por una intencionalidad y destinatarios muy diferentes (un salterio litúrgico o didáctico frente a otro bíblico). El Salterio bilingüe podía tener un carácter didáctico23; combina los salmos en su versión galicana con la versión romance versículo a versículo, en una dispositio propia de los ambientes anglonormandos o de los germánicos24. El Salterio de Hermann el Alemán es una versión que se atribuye, no sin discusión, a un gran erudito que trabajó entre otros para Alfonso el Sabio, con lo que su nombre sirve para validar la ortodoxia de la versión; nótese que es el único texto bíblico de los primeros tiempos en el que la traducción está firmada.

El Salterio glosado de Rabí Mosé Arragel es un Salterio bíblico, que forma parte de la traducción vetotestamentaria de nuevo cuño que le había encargado el Gran Maestre de Calatrava Luis de Guzmán. En 2007 F. J. Pueyo demostró que esta traducción partía del latín, frente a los originales hebreos que Arragel manejó para el resto de su Biblia25. Las razones del cambio de fuente en este libro en concreto podemos hallarlas en su relevancia litúrgica. No está de más recordar que en los preliminares de su traducción, Mosé Arragel afirmaba que Sal. y Jb. eran obras totalmente distintas si se leían en la versión del latín o en la versión del hebreo, por lo que es muy probable que los eruditos cristianos que supervisaban su trabajo le «aconsejaran» traducir Salmos del latín26. Don Luis de Guzmán deseaba una traducción nueva, en la que se superaran los problemas de lengua y concepto que se hallaban en las versiones bíblicas que circulaban en su tiempo; la exigencia del comandatario es la causa de la realización de una versión distinta. Una situación semejante a la que envolvió el trabajo de Mosé Arragel llevó probablemente a los traductores de Esc. I.i.4 a tomar como fuente de sus Salmos la versión de la Vulgata.

BIBLIA. NT27. Junto a la versión prealfonsí del Nuevo Testamento copiada en Esc. I.i.6 (s. XIII)28 a la que hemos hecho referencia antes, hemos de considerar los Evangelios y las Epístolas de Pablo29, traducidos por Martín de Lucena el Macabeo para Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (a. 1458), transmitidos en un único manuscrito (BNM 9556). A estas traducciones de carácter global podemos añadir un testimonio indirecto: el fragmento del Evangelio según Juan30 encuadernado al final del ms. Toledo, Biblioteca Pública, Borbón-Lorenzana 83 (inicios del s. XV), en el que se recoge un resumen del texto desde las bodas de Caná hasta la sepultura de Lázaro en una redacción que parece proceder del Speculum historiale de Vincent de Beauvois. Otro testimonio de los textos evangélicos en castellano son los textos incluidos por Gonzalo García de Santa María en sus Epístolas y evangelios, obra dedicada a un seglar, Juan de Nuza, Justicia de Aragón (Zaragoza, Hurus, 1485 y Salamanca, s.e. 1493), acompañados de una traducción de la Postilla super epistolas et evangelia de Guillermo de París31. Algo anterior es la traducción evangélica incluida en los Evangelios moralizados de fray Juan López de Salamanca, también conocido como López de Zamora, obra en dos partes, la primera editada en Zamora por Antonio de Centenera en 1490 y la segunda conservada en un manuscrito de la Biblioteca Capitular de Salamanca, caj. 66, leg. 1, n. 2, que se sitúa cronológicamente entre 1450 y 147032.

Ni el texto prealfonsí ni la traducción dedicada a Santillana circularon en su época, por lo que avanzado el s. XV cuando el confesor de D.ª Leonor Pimentel, Duquesa de Plasencia, prepara para su señora unas epístolas comentadas, realizará una nueva versión del texto. La obra de Fr. Juan López tiene las características de un sermón erudito en el que se desmenuza su estructura, de forma que además de ser una guía para la meditación de la Duquesa puede leerse también como un manual para la confección de sermones33.

García de Santa María, por su parte, traduce la obra del dominico Guillermo de París y elabora una versión de los Evangelios cercana a la Vulgata, optando por soluciones castellanas propias de las versiones bíblicas vetotestamentarias de finales del s. XV, que se inclinan por un lenguaje menos hebraizante que el de las anteriores34. Las versiones reseñadas tienen, por lo tanto, funciones y público diferente: Esc. I.i.6 y el ms. de Santillana son textos bíblicos entendidos como tales y destinados a miembros de la nobleza, mientras que las versiones de Fr. Juan de Salamanca y Gonzalo García de Santa María son traducciones instrumentales destinadas a servir de complemento a un comentario homilético. En tres de estos cuatro casos el traductor declara específicamente el nombre de quien le encarga la versión y al menos en palabras de Gonzalo García de Santa María nos ha llegado la justificación de su trabajo y la caracterización de sus destinatarios: «La cual obra se hizo a fin que los que la lengua latina ignoran, no sean privados de tan excellente e maravillosa doctrina»35.

OVIDIO, HEROIDAS. Al menos existen tres versiones medievales. Su texto se incorporó en la General estoria a partir de una traducción anónima (s. XIII)36; en el s. XV (1490 ad quem) se data otro aprovechamiento de las Heroidas, incluidas de nuevo en el seno de una obra mayor, la traducción atribuida a Pedro Núñez Delgado de la Historia troyana de Guido delle Colonne37 (un manuscrito: Esc. L.ii.16, y tres ediciones: Burgos, J. de Burgos 1490, Burgos, F. Biel 1491, Pamplona, A. G. Brocar 1500 ca.)38. En el segundo cuarto del siglo XV Juan Rodríguez de la Cámara tradujo la obra con el título de Bursario (tres testimonios: Colombina 5-5-16, Palacio II/2790, BNM 6052)39.

Las dos primeras versiones aludidas presentan las Heroidas como material de construcción de nuevos textos, de modo que aunque el compilador inicie la cita aludiendo claramente a su fuente, se trata de una transmisión indirecta. Se lee a Ovidio en extractos enhebrados en un relato de función histórica y no será hasta que aparezca el Bursario que el lector castellano tendrá ante sí una versión de las epístolas amorosas más famosas de la antigüedad.

OVIDIO, METAMORPHOSES. Las Metamorfosis tuvieron una suerte semejante a la de las Heroidas, contando hasta con cuatro versiones medievales. Su texto sirvió de fuente a los compiladores de la General estoria y también fueron extractadas por Pedro Núñez Delgado en su versión de la Historia troyana40. La primera traducción propiamente dicha es una versión anónima copiada en un manuscrito de los siglos XIV-XV (Colombina 5-5-25) que ha sido muy poco estudiada hasta el momento41. Junto a estas tres traducciones, si Palau estaba en lo cierto (mencionaba una edición perdida de 1501), estaría la de Jorge de Bustamante, cuya primera edición conservada es de 154642.

De nuevo encontramos a Ovidio sirviendo de material de construcción para otras obras, considerándole como una fuente de primerísima mano sobre el mundo romano. Los extractos de las Metamorphoses presentes en la General estoria o en la Historia troyana no fueron suficientes para colmar el interés del lector medieval, que acogerá con gusto la versión íntegra representada por el manuscrito de la Colombina (ss. XIV-XV). Con la imprenta y el interés finisecular por la literatura sentimental las Metamorphoses tienen una nueva ocasión de acceder al público, que las recibiría con agrado, siempre que podamos confiar en la existencia de la edición de 1501 identificada con la traducción de Jorge de Bustamante.

LUCIANO DE SAMOSATA, COMPARAÇIÓN ENTRE ANÍBAL, ALEXANDRE Y ESCIPIÓN. Conservamos dos versiones, ambas editadas: una atribuida erróneamente a Vasco Ramírez de Guzmán, arcediano de Toledo (1396?-1439) (tres testimonios: BNM 9513, BNM 9522 y BNM 96 08)43 y otra de Martín de Ávila (seis testimonios: BNM 3666, BNM 12672, BNM 12933/744, BUSal 1890, Esc. h.II.22, Esc. &.II.8)45, traducciones prácticamente contemporáneas, que fueron realizadas poco después de 143746. Martín de Ávila, escudero de Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (1398-1458), secretario de Juan II de Castilla (1405-1454) y del Arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo de Acuña (1412-1482), dedicó su versión a Juan de Silva, primer Conde de Cifuentes (1399-1464), alférez y notario mayor del reino de Toledo47. Aún puede relacionarse a otro gran personaje castellano con la difusión de esta versión, Alonso de Cartagena, obispo de Burgos (1384-1456), presente en Basilea y destinatario de una carta de Juan II de diciembre de 1437 en la que le pide consejo para responder a las cartas papales que le han llegado «con sus embaxadores frey Johan de Torquemada [...] e maestre Johan Aurispe, su secretario»48.

La versión más antigua fue realizada directamente desde el latín y adolece de una extrema literalidad, con lo que el resultado castellano no es del todo satisfactorio; transmitida en algún caso junto a la versión latina, parece haber sido concebida como ayuda para un lector poco ducho en el latín, más que como una obra independiente. Martín de Ávila manejó el texto romance anterior, inclinándose por soluciones retóricas tras las que oculta su mal latín, aunque el resultado en la lengua de llegada sea en ocasiones más conseguido y resulte una pieza independiente de su original49. La brevedad del texto y el deseo de disponer de una versión propia, la competencia entre los bibliófilos, o el acceso a una versión mejor, está tras la pluralidad de traducciones.

VALERIUS MAXIMUS, DICTA ET FACTA MEMORABILIA. Existen dos versiones, una realizada a partir de la catalana de Antoni Canals por Juan Alfonso de Zamora (1380 ca.-d. 1430?)50, acabada ca. 1419-1421 (doce testimonios conservados: BNM 2208, BNM 9132, BNM 10807, Esc. h.I.10, Esc. h.I.11, Esc. h.I.12, Palacio II/3086, RAE 105, RAH 9/5468, Colombina 5-5-3, BdC 518 y New York Columbia Univ. Lodge 13)51 y otra por Hugo de Urriés (1406 ca.-1491 a quo), partiendo de la versión francesa de Simon de Hesdin y Nicolas de Gonesse, que fue acabada en Brujas en 1467 (está representada únicamente por la edición incunable de 1495, Zaragoza Pablo Hurus)52.

Juan Alfonso de Zamora tradujo el Valerio en Barcelona y envió su texto a Fernando Díaz de Toledo, médico de la casa real y Arcediano de Niebla (a no confundir con su homónimo, el Relator), rogándole que revisara la lengua según consta en el prólogo que conservan algunos manuscritos53. Ambos eran hombres cercanos a Juan II de Castilla, para quien realizaron importantes misiones diplomáticas en Aragón y en Portugal.

Hugo de Urriés (ca. 1400-ca. 1480) fue embajador de Juan II de Aragón (1397-1479) ante Inglaterra y Borgoña y residía temporalmente en Brujas cuando realizó la traducción54. Las palabras elogiosas de la rúbrica hacen pensar en que no dejaría de ofrecer a su señor un ejemplar de su obra (a Juan II de Aragón o a su heredero).

¿Qué tienen en común estas dos versiones? Pues bien, nacen cuando un diplomático castellano se ve obligado a permanecer por largo tiempo en ciudades de otros estados, de distinta lengua y tradición cultural, y emplea sus ocios en la labor de traducción. Ambas parten de una versión romance y en principio sus autores no consultan el original latino. Juan Alfonso de Zamora en su prólogo comenta la utilidad del texto y justifica su tarea en que no existe ninguna versión de la obra que puedan leer los castellanos. Su versión, como la de Canals, está bastante cerca del original latino, pero incorpora las glosas que el dominico valenciano consideró necesarias, más unas pocas que pueden estar relacionadas con la revisión del Arcediano.

Hugo de Urriés, cronológicamente hablando, pudo conocer la versión de Juan Alfonso de Zamora. Perdido el manuscrito de 1467, solo sabemos lo que se lee en la rúbrica del incunable: era consciente que estaba traduciendo la versión de Hesdin y, en efecto, si se enfrascó en su lectura, debió sorprenderse por la distancia que había entre ese texto francés y el que circulaba en castellano, puesto que en la versión de Hesdin y Gonesse la glosa prima por encima del texto de Valerio y se adueña del redactado, ofreciendo detalles e informaciones que lo convierten en un texto de nuevo cuño, muy distinto del que hasta aquel momento podían leer los castellanos55. Esta versión, gracias a la imprenta, tuvo una gran difusión entre las generaciones de finales del s. XV y de todo el s. XVI, pero los autores del s. XV (Santillana, Mena, etc.) manejaron el texto de Juan Alfonso de Zamora.

En la primera mitad del s. XV no se intentó ninguna retraducción. Los nobles castellanos se contentaron con la que les ofrecía Juan Alfonso de Zamora y fue esa la que figuró en la práctica totalidad de las bibliotecas nobiliarias de la época. El texto era largo y complejo, no tenía mucho sentido realizar una nueva traducción si eran pocas las aportaciones, desde el punto de vista práctico, que se podían hacer. En cambio, en la segunda mitad del siglo, Urriés topa con un original diferente y eso puede espolear su deseo de verterlo al castellano. ¿Por qué no conservamos tradición manuscrita? Entraremos en el campo de las conjeturas. El texto está dedicado a Juan de Navarra, luego Juan II de Aragón. Si el rey tuvo una copia, esta pudo ser accesible a los nobles de su entorno, pero no podemos olvidar que en la corte aragonesa circulaba el Valerio traducido en catalán. Muchos nobles catalanes poseían en sus bibliotecas versiones romances del texto y, en cuanto a los castellanos, por aquellas fechas ya habían muerto Santillana (1458) y el tercer Conde de Benavente (1461), mientras que el Conde de Haro moría muy poco después (1469), por lo que no sería lógico encontrarlo en sus bibliotecas. Por otra parte, al ser el texto que llegó a la imprenta, en aquellas bibliotecas en las que podía disponerse de un ejemplar manuscrito, si este estaba deteriorado, se optaría por sustituirlo con el tiempo por el ejemplar impreso, mucho más fácil de leer y de manejar56.

CAIUS SALLUSTIOS CRISPUS, DE BELLO IUGURTINO y BELLUM CATILINARIUM SIVE DE CONJURATIONE CATILINAE. Dos versiones íntegras y, tal vez, otra independiente del Yugurta. La más antigua de todas (1423-1438 ad quem) fue la realizada por Vasco Ramírez de Guzmán arcediano de Toledo y aspirante al arzobispado de aquella sede en 1434, partiendo de un romanceamiento toscano; la traducción está dedicada a Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres (1378 ca.-1460 ca.). Recordemos que el Arcediano estuvo al servicio de Juan II de Castilla, acompañó a uno de sus secretarios a Italia, probablemente para asuntos relacionados con el concilio de Siena y poco antes de su muerte desempeñó una misión diplomática ante Carlos VII de Francia por encargo del rey, en relación al Concilio de Basilea57. La segunda versión salió de la pluma de Francesco Vitale de Noia (f 1492), franciscano italiano conocido en la Corona de Aragón como Francisco Vidal de Noia, que fue preceptor y luego secretario de Fernando el Católico y más tarde obispo de Cefalú. Fue realizada d. 1462, fecha en la que se documenta la presencia del traductor en Barcelona, al servicio del príncipe58.

La versión de Vasco Ramírez de Guzmán se conoce a través de seis testimonios manuscritos del Catilina (Santander, Menéndez y Pelayo M-79, Esc. g.III.11, BNM 8724, BNM 10445, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores 160 y Valladolid, Santa Cruz 305)59 y siete del Yugurta60 (los ya citados, más BdC 319061). El manuscrito Sant Cugat, Casal Borja Ms. C62 transmite una versión latinizada, que se acerca más a la de Vitale de Noia y tal vez debería considerarse como una tercera versión de Salustio. La traducción del franciscano llegó a la imprenta conociendo dos ediciones incunables (Zaragoza, Pablo Hurus 1493 y Valladolid, Juan de Burgos 1500)63. Sigue inédito el texto del manuscrito de Sant Cugat, pero el resto de las versiones pueden consultarse a través de la edición de J. Rank64.

Vasco Ramírez de Guzmán, que trabajó en su versión de Salustio probablemente entre 1423 y 1438, se excusó modestamente en el prólogo sobre sus limitaciones como traductor:

«confiando en Aquel que las lenguas de los niños faze bien fabladas e que los labrios de la sinrazon asna abrio, que abrira a mi el entendimiento para que pueda acabar lo que a su serviçio escrevir entiendo, usando a manera de niño o tartamudo, los quales quieren e cobdiçian fablar lo que oyen, aunque no puedan formar la palabra acabadamente».

(Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, Palacio de Santa Cruz, ms. 160, f. 4r.)



El texto de Noia está fuertemente latinizado (rasgo que comparte con el Yugurta de Sant Cugat); fue concebido como una versión que deseaba establecerse al mismo nivel del texto latino, siguiendo pautas propias de un estilo elevado que le acercaran al modelo retórico y sintáctico de su fuente, como reza la rúbrica del incunable: «Este libro se llama Salustio Cathilinario, el qual fue traduzido de latin en romançe castellano por maestre Francisco Vidal de Noya, en stilo assaz alto e muy elegante segun se sigue»65. ¿Por qué no conservamos ejemplares manuscritos? Tal vez por la misma razón que hemos propuesto para el Valerio. De hecho estamos en la misma situación, la época de Juan II de Castilla conoce una única versión de Salustio, la que salió de la pluma de Vasco Ramírez de Guzmán; la del preceptor del heredero de Aragón quedó confinada a círculos muy cerrados y no alcanzó difusión hasta los tiempos de la imprenta de finales de siglo.

ANICIUS MANLIUS SEVERINUS BOETHIUS, DE CONSOLATIONE PHILOSOPHIAE. Esta obra nos ha llegado a través de numerosas versiones castellanas completas66, dos de las cuales toman como punto de partida el romanceamiento catalán de Pere Saplana. La más antigua, de 21-9-143667 (representada por un único testimonio: BNM 10193)68, surgió de la pluma de Pedro de Valladolid, «criado del señor Rey de Navarra [Juan II, luego rey de Aragón], e oficial suyo» (f. 82v.) quien para unos es el traductor y para otros solo el copista del manuscrito69. Otra de las versiones, también realizada a partir de un texto catalán (el de la revisión realizada por Antoni Ginebreda sobre la versión de Saplana), es de traductor anónimo, ca. ad quem 1460 (se documenta en cinco testimonios: un manuscrito, Palacio II/589, y cuatro ediciones Sevilla, Ungut 1497 y 1499, Toulouse, Meyer 1488, Toledo, Juan Varela de Salamanca 1511)70. La versión anónima de finales del s. XIV71 parte del comentario de Nicolas de Trevet, al que se suman algunas glosas de Saplana (está representada por cuatro testimonios: Santander Menéndez Pelayo M-100A, BNM 9160, BNM 23123 y Esc. h.III.16)72. Disponemos también de una traducción anónima interpolada del s. XV73 (dos testimonios: BNM 17814 y RAE R. M. 75)74 y de otra versión, 1428 ad quem75, dirigida al Condestable Rodrigo López Dávalos y atribuida en ocasiones al Canciller Ayala (cinco testimonios manuscritos: BNM 17476, BNM 13274, BNM 10220, Évora, Pastas de frag. 2, n. 359 y New York, Hispanic Society HC371/173)77. Según los datos aportados por Miguel Pérez Rosado78, el traductor sería Rodrigo de Arroyal y tanto M. Pérez Rosado como P. A. Cavallero descartan la autoría de Ayala, situando este último investigador la fecha de la traducción en el primer cuarto del s. XV. Queda por considerar el fragmento conservado en BNM 823079, identificado en el catálogo como Diálogo entre un sabio y una dueña sobre filosofía moral cristiana, que según M. Pérez Rosado (op. cit.) es parte de una traducción de Boecio anterior a todas las conocidas (ibid., p. 119)80. Sin embargo, las recientes investigaciones de A. Dueñas identifican el texto de BNM 8230 con extractos de la versión contenida en Palacio II/58981.

El estudio de estas traducciones es complejo (diferentes originales, con glosas, formando parte de un comentario, etc.), puesto que aparentemente surge una nueva versión cada treinta años. ¿Cómo justificar esta pluralidad de esfuerzos? No disponemos de pruebas suficientes para relacionar versiones diferentes con bibliófilos distintos en este caso. Aun y así es probable que las versiones mencionadas surjan de encargos particulares, uno de ellos realizado por el Conde de Haro. Los comandatarios de las distintas traducciones podían conocer que existían las demás, pero también podían saber que los textos de partida eran diferentes y, considerarlos mejores, más modernos o, sencillamente, distintos, con mayor aportación de información, justificaría el encargo de una nueva traducción.

GUIDO DE COLUMNA, HISTORIA DESTRUCTIONIS TROJAE. De esta obra se conocieron en la Península Ibérica tres versiones: el romanceamiento aragonés de Juan Fernández de Heredia ca. 1380-139682, traducido tal vez empleando una versión intermedia en francés o en castellano (BNM 10801)83, y las castellanas de Pedro de Chinchilla para su señor Alfonso Pimentel Enríquez, Conde de Benavente, ca. 144384 (Santander, Menéndez y Pelayo M-561)85 y la versión anónima que en la edición de 1504 se atribuye a Pedro Núñez Delgado86 (un manuscrito Esc. L.II.1687 y tres ediciones incunables: Burgos, J. de Burgos 1490, Burgos, F. Biel 1491 y Pamplona, A. Guillén de Brocar (ca. 1500). Se han publicado la versión de Pedro de Chinchilla88 y la atribuida a Pedro Núñez Delgado (a partir del incunable de ca. 1500)89; el texto aragonés, aún siendo el más antiguo, está aún por editar90.

La intención de Fernández de Heredia, como señala Juan Manuel Cacho Blecua91, no era traducir todo el texto sino solo aquello que más le interesaba, las «oraciones, proposiciones y arengas», justificando su actitud por la del propio autor, quien según el Maestre, también había seleccionado de entre sus materiales «aquellas que trobo mas conformes con la razon»92. Santillana se hizo con parte de los manuscritos de Fernández de Heredia y poseía este texto; si el Conde de Benavente tuvo conocimiento de sus características tendría razones más que suficientes para solicitar una nueva traducción que fuera fiel al texto original, cosa que consiguió Pedro de Chinchilla93, quien es relativamente respetuoso con su fuente latina, aunque incluya un proemio propio y modifique el final. Unos 50 años poco más o menos separarían ambas versiones, pero las características de «antología» que tenía el texto más antiguo justifican la necesidad de un texto nuevo. La versión tardía atribuida a Pedro Núñez Delgado surge por un cambio de perspectiva en la recepción de las obras latinas, cuyas traducciones antiguas no podían satisfacer en modo alguno a un latinista de la Universidad de Salamanca como Núñez Delgado.

JOHANNES CASSIANUS, COLLATIONES. Obra representada por una traducción anónima al aragonés94 ca. ad quem 1388 (ocho testimonios: Guadalajara, Biblioteca Provincial 4, Esc. S.I.13, Esc. h.IV.28, Esc. d.III.4, BUSal 2025, Santander Menéndez y Pelayo M-175, BNM 447 y BNM 3639) y otra traducción castellana de Juan González de Villasimpliz para Francisco de Borja, Duque de Gandía (1510-1572)95,1519 a quo (BNM 61). Carecemos de ediciones96.

En este caso existe una diferencia temporal más que notable entre las traducciones. No es el mismo ambiente ni las mismas exigencias las que acogen y disfrutan la versión aragonesa de finales del s. XIV, que las de los primeros años del s. XVI. El texto aragonés bastó para la curiosidad del entorno de Juan II y no surgieron iniciativas de retraducirlo, pero en el primer cuarto del s. XVI es evidente el abismo lingüístico entre la traducción existente y la lengua de uso y, además, se había impuesto entre el público una nueva exigencia de respeto hacia los originales. El arcaísmo del texto aragonés plantearía a un lector del XVI numerosas dudas y problemas, no tantos como un texto latino, pero sí los suficientes como para desear disponer de una nueva y moderna versión en castellano.

BARTHOLOMAEUS ANGLICUS, DE PROPRIETATIBUS RERUM. Esta enciclopedia (ca. 1240) fue una de las más conocidas en toda Europa en su versión latina, surgiendo en el momento álgido del género enciclopédico. La obra tuvo una gran difusión en lengua vulgar, traduciéndose al italiano, al occitano, al francés y al inglés en el s. XIV, aunque debemos esperar hasta el s. XV para disponer del texto en lengua castellana, concretamente a través de dos versiones independientes entre sí97. En 1494 Fray Vicente de Burgos concluye su traducción, realizada a partir de la francesa de Jean Corbechon, pero teniendo a la vista un original latino, siendo esta la versión que llegó a la imprenta (Toulouse, Meyer, 1494 y Zaragoza, Hurus, ca. 1497)98. En el manuscrito London, BL, Add. 30037 se copió en el s. XV, probablemente en el último cuarto, una traducción distinta hecha a partir del latín99. Según M.ª de las Nieves Sánchez, el texto de Fray Vicente de Burgos presenta una serie de rasgos que apuntan hacia el oriente peninsular, mientras que la traducción manuscrita «muy apegada a la fuente latina» presenta una caracterización lingüística «occidental, o más exactamente centro-occidental»100, tratándose de una versión fiel al original latino, pero abreviada.

Son versiones independientes que difieren en el texto de partida (francés básicamente la impresa y solo latín la manuscrita) y también en la forma de presentar la traducción (completa o compendiada).

LANFRANCUS MEDIOLANENSIS, CIRURGIA MAIOR. Obra conservada en tres versiones anónimas, una de 1481 ad quem (BNM 2147)101, otra ca. 1495 (BNM 2165)102 y una tercera transmitida por la edición de Sevilla, Johann Pegnitzer 1495 y realizada desde el latín sin tener en cuenta las anteriores. Disponemos de ediciones de dos de estas versiones, la de Enrica J. Ardemagni del manuscrito BNM 2165, y de la de Guadalupe Albí que toma como texto base BNM 2147103. G. Albí tras comparar los tres testimonios llega a la conclusión de que son traducciones independientes. Los manuscritos traducen un mismo ejemplar latino (al que denomina Y), mientras que el incunable parte de otro original (Z). A partir de Y se realizaron dos traducciones, una de las cuales (testimonio hoy perdido) fue el modelo para el texto conservado en el manuscrito BNM 2147. El texto del incunable, aún inédito, se distingue entre otras cosas por mantener en latín las sentencias y aforismos médicos citados por Lanfranco o en añadir comentarios que sirven de aclaración a determinados pasajes. Según Albí su autor sería valenciano, entre otras razones por la lectura «mis maestros de Valencia» donde las otras traducciones llevan «mis maestros valientes»104.

Muy pocos años separan estas versiones, una realizada en Guadalupe y la otra sin que tengamos indicios de su procedencia. El Monasterio de Santa María de Guadalupe fue sede durante el medioevo una de las más famosas escuelas de medicina de Castilla, y a ella acudían estudiantes que más tarde o más temprano se licenciarían en Salamanca. Pero el ejercicio de la medicina no siempre estaba en manos de universitarios, quedando muchos profesionales fuera de los circuitos académicos, a los que hay que sumar aquellos que preferirían por comodidad acceder a los textos en lengua vulgar. A estos grupos estaban dirigidas las versiones romances de los grandes tratados de medicina y no es extraño que en Guadalupe se copiara (y probablemente también se tradujera) el texto de Lanfranco105. El que tan poco tiempo después surja otra versión, solo se explica si la primera tuvo poca difusión, cosa rara si el manuscrito permanecía en la biblioteca de Guadalupe, o si de forma independiente, en un lugar o institución distante o desvinculado de aquella escuela, alguien intentó poner remedio al mismo problema al que se había enfrentado el traductor de Guadalupe, tarea compleja, no solo por la extensión de la obra, sino porque aquel que la abordara debía disponer de unos conocimientos de medicina importantes para llevar a buen puerto su tarea.

LEONARDO BRUNI ARETINO, DE MILITIA, texto traducido ca. 1452 por Pedro de la Panda y dedicado al Maestre Rodrigo Manrique (1406-1476) (dos testimonios: BNM 5732 y BNM 23090)106, del que también se conserva una traducción anónima 1458 ad quem (BNM 10212)107. Ambas versiones carecen de edición108.

La versión anónima se realizó antes de 1458 (fecha de la muerte de Íñigo López de Mendoza) y la de Pedro de la Panda muy pocos años antes, y de ambas hubo ejemplares en la biblioteca del Marqués de Santillana. La buena relación entre Manriques y Mendozas explica fácilmente el que llegue a las manos de Santillana un ejemplar de la versión más temprana y el hecho de que fuera un texto breve (una veintena de folios escasa), escrito por uno de los humanistas más apreciados del momento, favorecería el que surgieran otras traducciones. Si en el primer caso el tratado estaba copiado entre obras de Séneca, en el segundo, con más propiedad, se encuadra en un volumen dedicado a obras de Bruni, que probablemente fue encargado por Santillana para satisfacer la curiosidad que despertaba la obra y personalidad del escritor italiano.

LUCIUS ANNAEUS SENECA, TRAGEDIAE. Según C. Alvar y J. M. Lucía (op. cit., pp. 118-119) a partir del texto catalán se hicieron al menos dos traducciones al castellano en el s. XV: una versión extensa (Esc. S.II.7, S.II.12 y Palacio II/1786)109 y otra abreviada (RAE 107, BNM 7088 y BNM 8230)110.

La diferencia entre estas dos traducciones es el texto del que parten, una versión catalana completa en el primer caso y una abreviada en el segundo. Sin embargo, no fueron estas las únicas versiones medievales de las Tragedias en castellano111. En una carta a su hijo D. Pedro González, Íñigo López de Mendoza se jactaba de haber sido el primero que en Castilla mandó traducir, entre otras, la obra de Séneca112 y entre sus libros aún se conserva una traducción toscana de las Tragedias que probablemente sirvió de original a la versión que mandó realizar (a. 1458)113.

LUCIUS ANNAEUS SENECA, DE IRA. Nos ha llegado una doble versión de esta obra114: una traducción antigua (de finales del s. XIII, 1284-1295) dedicada al rey Sancho IV copiada en manuscritos del s. XV (Esc. N.ii.18 y S.ii.14) y una revisión de este texto efectuada por Nuño de Guzmán, 1445-1467 (Esc. T.iii.3).

Nuño de Guzmán trabajó sobre una copia de la versión primitiva, realizada por Fray Gonzalo («suficiente ortógrafo»), capellán de su madre Inés de Torres, esposa de Luis de Guzmán, Gran Maestre de Calatrava. C. Alvar y J. M. Lucía (op. cit., pp. 120-121) proponen identificar a este personaje con Fray Gonzalo de Maluenda y se hacen eco del problema de la interpretación de su participación en el De ira, pues la fórmula presente en el texto de Nuño podría referirse a Fray Gonzalo como a un copista, como a un compilador que ha trabajado sobre el texto de la versión antigua, o como a un traductor. En todo caso, el examen al que se ha sometido el texto del manuscrito Esc. T.iii.3 plantea severas dudas sobre la naturaleza de la revisión de Nuño de Guzmán, cuya intervención real en la traducción, ya relativizada por F. Rubio, ha sido minimizada por Carmen Parrilla y Juan Héctor Fuentes115.

LUCIUS ANNAEUS SENECA (PSEUDO), PROVERBIOS LLAMADOS VICIOS Y VIRTUDES116. Dos traducciones anónimas, ambas inéditas, realizadas ca. 1500, una más extensa representada por el manuscrito Esc. S.II.13 y otra con un carácter de antología, basada probablemente en la versión de El Escorial, recogida en BNM 4515 y BNM 23090117.

Son dos versiones casi contemporáneas de un texto breve y cronológicamente se sitúan en el último cuarto del s. XV. Desafortunadamente, no tenemos datos que nos permitan valorar ni la procedencia de las traducciones ni su vinculación con bibliotecas nobiliarias, puesto que el único elemento reseñable es que el manuscrito escurialense formó parte de la biblioteca de Isabel la Católica, y allí pudo llegar por las más diversas causas: por haber sido copiado para la casa real, como un regalo, etc.

CAIUS IULIUS CAESAR, COMENTARII DE BELLO GALLICO118. Conservado en castellano en tres versiones: una anónima, traducida a partir de la italiana de Pier Candido Decembrio ca. 1450 (BNM 10187)119 y otras dos traducidas por Fray Diego López de Toledo120, la primera (1492 a quo) dedicada al príncipe Don Juan (1478-1497)121 -editada en Toledo por P. Hagenbach en 1498- y una revisión posterior conservada en el manuscrito BNM 9747122 dedicada esta vez a Carlos V (d. 1519 o d. 1521), que no llegó a imprimirse. La versión anónima fue realizada para Santillana y probablemente no circuló, por lo que tres décadas más tarde parece lógico que en el entorno real se tome la iniciativa de verter el texto al castellano. Fray Diego López de Toledo se excusa en el prólogo por su juventud cuando emprendió la tarea y, de hecho, no debió quedar muy conforme con el resultado, puesto que años después retomó el trabajo, al llegar a sus manos un original de mejor calidad que el que tuvo a su alcance a finales del s. XV, con el que pudo corregir errores y lagunas. Todas estas traducciones carecen de edición moderna y acumulan muy poca bibliografía crítica, salvo las breves notas de M. Schiff sobre el manuscrito del Duque de Osuna123, las de C. Alvar y J. M. Lucía y el estudio de J. Costas y M. Trascasas sobre las versiones de Fray Diego de Toledo124.

Los lectores del s. XV tuvieron a su alcance tres versiones de los Comentarios, realizadas con poco más de treinta años de diferencia, la primera y la última manuscritas (y conservadas en testimonio único) y la segunda impresa. Pese a que la distancia temporal entre ellas no es mucha, sí que lo es la ideológica, puesto que a nadie se le escapaba que la primera versión procedía de un texto interpuesto, el italiano de Decembrio. Servir bien al Príncipe implicaba también proporcionarle los mejores textos para su educación y, en este caso, una traducción directa, cuidada y elaborada bajo unos nuevos presupuestos culturales sería la pretensión de Diego López de Toledo y justificaría plenamente la ejecución de una nueva traducción y su posterior revisión125.

ANTONINO PIEROZZI, CONFESSIONALE DEFECERUNT. Texto transmitido por tres traducciones, una anónima del s. XV (cinco ediciones: Zaragoza, Hurus 1492, Mondoñedo, 1495?, Burgos, F. Biel 1486 ca., Burgos, F. Biel 1499 y Toledo, Sucesor de Hagenbach 1511)126; y otra versión 1492 ad quem atribuida a Lope Fernández de Minaya o a Juan Melgarejo (ediciones: Burgos, F. Biel 1492, Sevilla, Ungut 1493, Burgos, F. Biel 1494?, Salamanca, Impresor de la Gramática de Nebrija 1495, Zaragoza, Hurus 1497, Burgos, F. Biel 1497, Zaragoza, J. Coci 1499 ca.-1502 ca., y Salamanca, H. Giesser 1505 ca.)127. A los textos transmitidos por la imprenta hay que añadir una versión copiada en un manuscrito de la segunda mitad del s. XV (New York, Hispanic Society 397/378a)128. Todas estas traducciones son inéditas129.

Se trata de una obra con una dilatada tradición impresa y de la que no existen estudios que contrasten las distintas versiones. No es esta una pieza que pueda despertar la atención prioritaria de los nobles sino que se trata de un tratado «profesional», dedicado fundamentalmente a los clérigos.

PSEUDO-BERNARDUS CLARAVALLENSIS, EPISTOLA DE GUBERNATIONE REI FAMILIARIS. De esta pieza existe una infinidad de versiones anónimas, una de ellas en aragonés (München, Staatsbibliothek Heb. 261)130 y el resto en castellano: una traducida ca. 1450131 (BNM 9247 y RAE 15)132, y otra versión de la misma época (BNM 9428)133, otra 1470 ad quem (BNM 2882)134, otra traducida a. 1495 (BNM 10445 y Burgos, F. Biel 1495 ca.)135, otra ca. ad quem 1500 (BNM 12672 y BUSal 225)136, otra 1500 ad quem (Esc. S.II.14 y Colombina 57-5-38 olim 83-6-10)137, y aún una última versión datable 1531 ad quem (BNM 69 58)138. Están editadas la versión aragonesa, la del Cancionero de Juan Fernández de Íxar (BNM 2282)139, la de BNM 9428140 y la contenida en los manuscritos Esc. S.II.14 y Colombina 83-6-10141; las demás carecen de edición y sería conveniente examinarlas de nuevo para confirmar la independencia de todas ellas, tarea de la que se está ocupando en la actualidad Ruth Miguel Franco142.

Se trata nuevamente de un texto breve y muy difundido en distintas redacciones latinas. En esta ocasión la versión aragonesa no está ligada al entorno de Juan Fernández de Heredia sino a los grupos de judíos forzados a abandonar el reino de Aragón llevando con ellos algunos libros y lo que pudieron salvar de sus patrimonios. Tarazona había sido un centro importantísimo de traducciones y los textos aljamiados procedentes de Aragón son materiales lingüísticos excepcionales para el estudio de la lengua medieval143, por lo que no resulta extraño encontrar en aragonés, en el s. XV avanzado, una copia de un texto que se consideraba de utilidad para una buena organización de los estados; en palabras de J. Riera, «un texto semiliterario escrito en el lenguaje aragonés del s. XV, notoriamente escaso en manifestaciones no documentales» y que no carece de interés literario: «la versión aragonesa es muy fiel y correcta, e incluso elegante en su decir, aunque en algunos trechos se resiente, como queda dicho, de excesiva sujeción a la expresión y al vocabulario latino del original» (J. Riera, Ibid.)144.

Tenemos pocos datos sobre las procedencias o los destinatarios de las versiones castellanas, salvo que en la biblioteca del Conde de Haro hubiera dos versiones distintas, copiadas en el seno de sendos manuscritos misceláneos, el BNM 9247, de finales del s. XIV, que es una colección de textos religiosos de carácter piadoso y el BNM 9428 de la segunda mitad del s. XV, también misceláneo, pero esta vez formado por obras de tipo sentencioso y ejemplarizante (enseñamientos, proverbios, ejemplos, etc.) atribuidos a autores de la antigüedad como Aristóteles, o a personajes de prestigio durante la Edad Media como Bernardo de Claraval e incluso a autores árabes. No podemos valorar si el Conde consideró inadecuado el lenguaje o el estilo del texto más antiguo y por ello intentó hacerse con otro mejor y más adecuado a sus intereses, aunque es más probable que conservara ambos libros porque era la distinta intención y utilidad que representaban las misceláneas que los transmitían, y no por las características precisas de uno de los opúsculos en concreto.

PSEUDO-DYONISIUS CATO, DISTICHA MORALIA del Pseudo-Catón. Tenemos noticia de al menos cuatro versiones en verso de los siglos XIII al XV. De la más antigua se conserva solo un fragmento manuscrito del s. XIII, ca. 1300, en cuaderna vía (BNM 4202)145. La segunda versión, del s. XIV, emplea el mismo metro y está documentada de forma fragmentaria en el manuscrito BNM 9302 y completa en la edición de Lisboa, Germao de Galharde, 1521146. En 1467 Martín García, que se intitulaba maestro, acabó otra traducción de la obra, manejando esta vez el verso dodecasílabo para el prólogo y el octosílabo para el texto; esta versión se difundió a través de la imprenta (¿Zaragoza / Toulouse?, ¿Enrique Meyer? 1490)147. Por último, también en verso, ca. 1493, Gonzalo García de Santa María, a ruegos del impresor Pablo Hurus, realizó una última versión, en alejandrinos, transmitida por la edición de Zaragoza, Pablo Hurus, ca. 1493-1494148.

En esta obra doctrinal el verso es un recurso nemotécnico, del que cada época tiene su propia versión conforme a sus gustos poéticos, que en este tipo de obras siempre se inclinarán hacia los metros más conservadores. Del aprecio que le tenía el público son testimonio las versiones impresas y, sobre todo, el que una de ellas haya sido encargada por un impresor, conocedor de la buena aceptación que un libro de tales características tendría entre sus clientes.

FLAVIUS RENATUS VEGETIUS, EPITOMA DE REI MILITARIS. Tres versiones medievales nos han llegado: la más antigua es la de Fray Alfonso de San Cristóbal149 ca. 1379-1406 según la Cronología, o algunas décadas posterior si corresponde al reinado de Enrique IV (representada por BNM 10445, BNF esp. 211, BNF esp. 295, Santander Menéndez Pelayo M-94, Palacio II/569, Esc. P.i.23 y Esc. &.ii.18)150 versión que resumida y bajo el título de Libro de la guerra (BNM 9608 y BNM 6526) circuló atribuida a Enrique de Villena151. Por último, probablemente antes de 1435, fecha en la que fue nombrado obispo de Burgos, Alfonso de Cartagena (f1456) incluía entre sus Libros de Séneca unos Dichos de Séneca en el fecho de la cavallería que traducen el De rei militaris (BNM 8188, BNM 8830, BNM 9613, BNM 17803, BUSal 1813, Santander Menéndez y Pelayo M-97, Esc. T.iii.4, Esc. T.iii.7 y Valladolid Santa Cruz 338)152.

Este tratado interesó mucho a la nobleza castellana del XV, estaba en todas las bibliotecas señoriales y, de hecho, es una de las obras que tienen versiones romances prácticamente en toda Europa (como la epístola del Pseudo-Bernardo de Claraval). A principios del XV Fray Alfonso de San Cristóbal elaboró un texto que circuló también en forma compendiada y hacia mediados de siglo un erudito del prestigio de Alfonso de Cartagena se volvió a ocupar del texto y realizó una nueva versión que no circuló bajo la autoría de Vegecio sino bajo la de Séneca. La difusión contemporánea de ambas traducciones tiene sentido al atribuirse cada texto a un autor diferente y tener canales complementarios de transmisión: la versión de Cartagena entre sus traducciones de obras de Séneca (lo que puede entenderse como una aplicación moral de la materia y de las condiciones del ejercicio de la caballería) y la de San Cristóbal como traducción del Vegecio (como texto que trata en sí del ejercicio de la guerra, además de tener presentes las virtudes que acompañan al ejercicio de la caballería).

TOMÁS DE AQUINO, DE REGIMINE PRINCIPUM AD CYPRUM REX. En el s. XV surgen dos traducciones de esta obra, la del Jerónimo Juan de Ortega (Palacio II/3569) dedicada al rey Fernando el Católico (1475-1479)153 y otra, anónima, transmitida por dos códices (Esc. f.iii.3 y Esc. f.iii.4), algo anterior a la conservada en el manuscrito de Palacio154.

Jesús Rodríguez Velasco incluyó este texto en su estudio sobre la caballería castellana cuatrocentista, puesto que ese fue su público, una sociedad muy jerarquizada, a la que preocupaba especialmente «el problema grave del gobierno particular del príncipe y la cuestión de la dignidad»155. Santillana tenía entre sus libros una versión latina de este texto y la duplicidad de versiones está vinculada a la multiplicidad de interesados en el tema.

BARTOLUS DE SAXOFERRATO, TRACTATUS DE INSIGNIIS ET ARMIS. Podemos leer la obra en dos versiones medievales, una realizada por Garsia156 para Pero Núñez de Toledo (BNM Res. 125, manuscrito misceláneo de finales del s. XV que contiene también el texto latino y otros muchos opúsculos sobre caballería y heráldica)157 y otra posterior traducida por Juan Álvarez de Toledo dedicada a Pero Núñez de Toledo (BNM 7099 fin s. XV, manuscrito facticio, que entre otros tratados de heráldica y doctrinales de príncipes, lleva el «Bartolo» en versión latina y en castellano)158.

Ambas versiones acompañan al texto latino, sirviendo de apoyo a la lectura del original, y sus textos están integrados en volúmenes misceláneos dedicados a temas caballerescos. La brevedad de la obra, apenas unos pocos folios, facilitaba la multiplicidad de versiones, siendo aquí más complejo el caso al tratarse de dos traducciones dedicadas a la misma persona. J. Rodríguez Velasco, quien ha descartado que la primera estuviera dedicada a Santillana, reconoce que pueden proponerse numerosas hipótesis al respecto «que en realidad el colofón de Juan Álvarez, el sobrino, no sea exacto, y que haya confeccionado la traducción motu proprio sin saber si su tío tenía o no una; o que el contador no estuviera nada satisfecho con el proceder traductor de García»159, u otras varias posibilidades, sin que sea posible hoy por hoy tomar partido por ninguna de ellas.

MARCUS TULLIUS CICERO, DE SENECTUTE. Se conservan dos traducciones, una anónima del s. XV (BNM 2617)160 y otra realizada en Portugal por Alonso de Cartagena para su amigo Juan Alfonso de Zamora en 1422 (BNM 7815, Esc. M.ii.5 y London BL Harley 4796)161.

María Morrás describió sucintamente la fortuna de Cicerón en Europa durante el s. XV:

«el público romance, esto es, el desconocedor del latín, prefirió la lectura de aquellas obras que contenían "materia sçientffica", que recibía convenientemente adaptada al momento histórico [...] Por ello, una parte considerable de las versiones cuatrocentistas de Cicerón son más bien adaptaciones al estilo medieval que siguen o renuevan, modificándolas, las pautas de interpretación fijadas en los siglos anteriores»162.


Esta actitud condiciona la recepción del texto en los ambientes castellanos. La obra filosófica de Cicerón (De amicitia, De senectute, De officiis, etc.) formaba parte de las lecturas de las escuelas y seguía se leía en función de su contenido moral. En este caso la doble traducción, seguramente contemporánea, se debería a la distancia de los traductores: Alonso de Cartagena en Lisboa atendiendo a la embajada de Juan II, realiza su versión a ruegos de su compañero Juan Alfonso de Zamora, lejos de Castilla y de los ambientes en los que este texto resultaría atrayente. El anónimo traductor desconocía la versión de Cartagena y su obra no tuvo difusión, probablemente debido a la circulación de la del respetado erudito que sería Obispo de Burgos.

MARCUS TULLIUS CICERO, DE OFFICIIS. Nos han llegado dos traducciones, una de ellas, en aragonés, se conserva en un manuscrito del s. XV (BNM 10246)163; la otra fue realizada ca. 1422 por Alonso de Cartagena en Lisboa y dedicada a Juan Alfonso de Zamora (BNM 7815, Palacio II/1785, Bartolomé March 20/4/1, Esc. M.ii.5 y London BL Harley 4796)164.

La traducción aragonesa, según señaló J. Riera, procede de un texto catalán, y según Nicolás Antonio fue obra de Gonzalo de la Cavallería (h. 1356-h. 1456); este personaje, según C. Alvar y J. M. Lucía, pertenecía a una familia de judíos conversos, y era discípulo de Salomón ben Meshullam de Piera. Vidal ben Beneviste ibn Labi se convirtió al cristianismo junto con su maestro en 1413 y tomó el nombre de Gonzalo de la Cavallería, a quien se le atribuye no solo esta versión de Séneca sino también la del De amicitia (copiado en el mismo manuscrito)165.

Entre las dos versiones hay una diferencia lingüística notable. La falta de difusión del texto aragonés coincide con su entrada en la biblioteca de Santillana, mientras que la de Alonso de Cartagena de la mano del prestigio de su autor, tuvo una difusión notable166.

Recapitulemos. Un grupo de obras fueron traducidas en más de una ocasión, con una cierta distancia temporal, porque la primera versión 1) no estaba traducida desde la lengua original y/o 2) había cambiado notablemente la percepción literaria, el modelo de lengua se había modificado (en ocasiones la primera no está en castellano, sino en aragonés) y, lo que podía impulsar con más fuerza a un traductor de finales del s. XV, el rigor de la traducción más antigua y sus modelos retóricos no eran aceptables. A menudo, una de las versiones se concibe como un acompañamiento para la lectura del texto latino, mientras que la otra intenta erigirse en un producto autónomo. Un ejemplo podría el del Tractatus de armis de Bartolus de Saxoferrato, las Colaciones de Johannes Cassianus, o los Comentarios a la guerra de las Galias de C. J. César; en el caso de Salustio la traducción más moderna presenta un texto más latinizado. Una variante de esta motivación la hallaríamos cuando varios traductores acceden a versiones ya traducidas a otra lengua romance y el texto que tienen delante discrepa notablemente del que conocen. Serían los casos de Boecio y Valerio Máximo.

También advertimos que algunas obras tuvieron una primera versión que circuló en forma manuscrita. La llegada de la imprenta y la existencia de un público potencial interesado en la materia llevó a la realización de una nueva versión, difundida por la imprenta, que acabó por substituir en los anaqueles de las bibliotecas a la primera, que prácticamente desapareció sin dejar rastro (podría ser el caso de la versión del Boecio hecha para Juan II de Aragón por Pedro de Valladolid, frente a la anónima conservada en un manuscrito de Palacio y en cuatro ediciones incunables, otro ejemplo sería el de la versión más moderna de la Historia troyana). En otros casos, los menos, aparentemente son diferentes empresas editoriales las que provocan que surjan versiones independientes de una misma obra, como sería el caso del Confessionale defecerunt de Antonino Pierozzi o de los Disticha del Pseudo-Catón.

Por último, nos las vemos con traducciones casi simultáneas en el tiempo, que se vinculan cada una de ellas a un bibliófilo determinado o a un grupo de personas muy próximas. El estímulo para su creación es el de la competencia entre los nobles, su interés por disponer de una copia de la obra de moda, sin que se piense en que esta circule, sino que se obtiene para el propio disfrute. La competencia, el deseo de tener la mayor biblioteca o de estar más al día que los demás en lo que respecta a las últimas novedades, está detrás de estas traducciones, que, por lo demás, no brillan por un estilo depurado en extremo, sino que se conciben para satisfacer la curiosidad de unos nobles cuyo dominio del latín era mínimo. Estamos hablando del Diálogo de Luciano de Samosata (una versión para Juan de Silva y otra de destinatario desconocido, pero con tres copias en la Biblioteca del Conde de Haro) o del De militia de Bruni (una versión para los Manrique y otra, con toda probabilidad para el Marqués de Santillana). Hemos notado como en varias ocasiones si de una obra se conserva un ejemplar dedicado a Santillana o conservado en su biblioteca, suele ser el único testimonio de esa traducción, frente a una difusión mucho mayor de las demás versiones medievales de la obra167; sería un ejemplo de biblioteca a la que no fue fácil acceder, y ante esta «privatización del texto», surgió en la Castilla del s. XV una versión nueva. Como afirmaba María Morrás respecto a la existencia simultánea de traducciones de una misma obra en diversas lenguas romances hispánicas:

«Aunque en algún caso concreto pudieron confluir razones de nacionalismo lingüístico, la frecuencia con que se da este hecho y las características que se desprenden del examen de las diversas versiones de una misma obra obliga, malgré Peter Russell, a considerar que eran textos producidos para círculos muy determinados, de los que no se pretendía que salieran, como sucedía en efecto»168.


Y tal vez esta argumentación pueda aplicarse también a la Cirurgia maior de Lanfrancus Mediolanensis. Tendríamos que suponer un desconocimiento de la labor que estábase realizando en Guadalupe por parte de los círculos cordobeses interesados en esta importantísima obra médica. La brevedad del Pseudo-Séneca, Vicios y virtudes y de la Epistola de gubernatione rei familiaris del Pseudo-Bernardo de Claraval y la proliferación de redactados latinos, explica fácilmente su elevado número de versiones.

En el caso de las diversas versiones de la Biblia latina (Salterio bilingüe, versiones del libro de los Salmos, General estoria, y la representada por Esc. I.i.6 y Esc. I.i.8), confluyen varias explicaciones: 1) la múltiple función didáctica, litúrgica y bíblica para el Salterio; y, 2) el interés historiográfico de Alfonso X que impulsó la traducción para la General estoria.

El examen de las traducciones múltiples de obras latinas durante la Edad Media nos lleva a concluir que cada círculo nobiliario de una cierta importancia pugnaba por disponer de una versión propia de las obras de moda, distinta y mejor que la que tenían sus contemporáneos, sobre todo si era evidente que existían problemas en la traducción conocida o si circulaban originales divergentes. Ni la extensión del texto ni las dificultades de su traducción arredraban su afán bibliófilo, porque disponían de los medios económicos y humanos para dar rienda suelta a su gusto por los libros.

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