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Vida de Miguel de Cervantes

Martín Fernández de Navarrete



[Indicaciones de paginación en nota1.]



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Virtutem incolumen odimus,
Sublatam ex oculis quaerimus invidi.


Horat., Carm. l. III, od. XXIV.                


  -[pág. 3]-  

ArribaAbajoIntroducción

Cuando los varones insignes de una nación han contribuido con los esfuerzos de su aplicación y de su ingenio a mejorar las costumbres, y a propagar la ilustración entre sus conciudadanos, entonces el honrar su memoria tributando inciensos a sus cenizas, y dilatando la fama de sus hechos esclarecidos, no solo es una obligación de la gratitud, y un obsequio a que nos estimula naturalmente nuestro corazón, sino un ejemplo que se ofrece para imitación y consuelo de todo el género humano. Si a los contemporáneos humilla el haberse de medir con la elevación y grandeza de semejantes héroes, y esta comparación tan desigual excita y promueve las mezquinas pasiones que se agitan para deslustrarlos y perseguirlos, el curso de los siglos, que borra y disipa lentamente tan abominables sombras, y calma los impulsos del amor propio despejando la razón y el entendimiento, presenta a la posteridad el mérito en su verdadera magnitud, señala el éxito de su benéfica influencia, e ilustra el juicio para calificarle con imparcialidad, y para apreciarle con exactitud. Aquí, al contrario que en los objetos físicos, crece con la distancia el valor y la representación de los claros varones; y el conocimiento de su superioridad, de sus beneficios y de las persecuciones que padecieron, si por una parte arrebata nuestra admiración y reconocimiento, nos excita por otra con suma eficiencia e interés a indemnizarlos de la injusticia de su siglo, y del encono y negligencia de cuantos o no quisieron o no supieron apreciarlos.

Pero para que este juicio sea tan recto e imparcial   -pág. 4-   como conviene, es necesario estudiar y conocer antes el estado de ilustración y cultura del tiempo y de la nación en que floreció el hombre grande cuyos hechos nos proponemos historiar; porque solo así podrá graduarse atinadamente la elevación de su ingenio, y descubrirse con claridad cuál fue su influjo y trascendencia en la corrección de las costumbres públicas, y en destruir y aniquilar aquellos vicios y preocupaciones, que teniendo siempre en una infancia mezquina al entendimiento humano, le presentan intrincadas malezas, las cuales le ocultan y embarazan el camino de la sabiduría y de la verdad. Esta es la razón por que la historia de estos hombres extraordinarios no debe estar circunscripta al brevísimo periodo de su propia existencia; antes bien parece que se dilata y ensancha por todas las generaciones sucesivas a manera de un manantial precioso, que acrecentando su caudal a proporción que se aleja de su origen, se extiende majestuoso por las anchas vegas y campiñas, y aliviando las fatigas del aplicado agricultor no solo fertiliza sus labores y sus mieses, y le deleita y le consuela, sino que le promete el más colmado fruto de su constante afán y laboriosidad.

Si conforme a estos principios fue necesario para hacer el elogio de Luis XIV escribir toda la historia de su siglo, y para la de Carlos V trazar la de la Europa entera desde la decadencia del imperio romano; acaso para conocer bien a Miguel de Cervantes y el mérito de sus obras sería preciso recorrer el estado de la literatura y de las costumbres del memorable siglo XVI y principios del siguiente: pintura sublime, que sería no menos útil que curiosa, y en la que manifestándose el saber y las preocupaciones, las virtudes y los vicios, el poder y la debilidad de nuestros mayores, nos descubriría   -pág. 5-   de cuáles luces supo aprovecharse aquel escritor filósofo, de cuáles errores eximirse, y cómo logró penetrarlos y conocerlos para perseguirlos y atacarlos en su raíz por medios suaves, pero irresistibles, y los más oportunos y adecuados al temple del corazón humano, y a la naturaleza de las pasiones que de continuo le agitan y conmueven.

Con estas miras, a lo menos, si no con tanta extensión, en cuanto lo permiten nuestras limitadas facultades, hemos procurado desenvolver de nuevo los singulares acontecimientos de la vida de Cervantes, y retratar con mayor exactitud y dignidad su carácter sublime y su ingenio perspicaz y fecundo, después de haber corrido más de dos siglos que dejó de existir entre los hombres: siendo muy notable que ya era cumplido el primero cuando la filosofía y el buen gusto, triunfando de la envidia y del descuido de sus coetáneos, comenzaron a renovar su memoria con el aprecio de sus obras inimitables, consiguiendo reunir los sufragios de los sabios más distinguidos, y fijar su reputación en el templo de la gloria y entre los demás hombres en tanto que dure en estos la racionalidad, el amor a la ilustración y al estudio de las letras humanas.

Causa admiración ciertamente que Cervantes, el mayor ingenio de su siglo, cuyos servicios militares en las campañas más gloriosas de su tiempo fueron sellados con honrosa heridas y cicatrices, y recomendados por los más insignes caudillos: cuyos trabajos y arriesgadas empresas en el cautiverio le hicieron le hicieron respetar aun de los mismos bárbaros: cuyas obras y producciones literarias en la paz y en el retiro han sido y serán gloria de su nación y las delicias del género humano; Cervantes, valiente e intrépido militar en las batallas, arrestado y generoso entre prisiones y cadenas, ameno,   -pág. 6-   sabio y útil como literato, no pudiese despertar la atención de sus contemporáneos viviendo en medio de ellos pobre y necesitado, y muriendo oscura y miserablemente, tal vez zaherido de los mismos a quienes había tratado con excesiva indulgencia; y acaso también llegando la malignidad a criticar hasta la noble liberalidad y beneficencia con que le sustentaban y socorrían sus mecenas y protectores.

Tal fue la negra ingratitud que oscureció la memoria de Cervantes aun más allá del siglo en que falleció; en el cual se ignoro su verdadera patria hasta por los mismos que le trataron y conocieron, y parece que se desdeñaron también de trasmitir sus noticias a la posteridad, como si esta, más justa e imparcial, no hubiese de acriminar algún día su negligencia y abandono, procurando vindicarle y consagrar a su mérito los monumentos más durables y permanentes de estimación y acatamiento.

El primero de esta clase lo debió Cervantes a una nación extranjera, pero culta e ilustrada, que procuró se escribiese su vida con dignidad, y se publicase el Quijote con magnificencia y corrección: conducta tan noble e imparcial como propia y oportuna para recordar a los españoles la obligación de honrar el mérito de uno de sus más ilustres patricios.

Por aquel tiempo un célebre ministro, amante de las glorias de la nación, quiso que se reimprimiese en España a competencia y con toda ostentación aquella obra singular; y desde entonces fue cuando los literatos de mayor crédito, como Mayans, Sarmiento, Iriarte, Montiano, Pingarron Nasarre, Cano, Ríos y Pellicer en España, Florian y Dubournial en Francia, Jarvis y Bowle en Inglaterra, Ideler en Prusia, Weyerman en Holanda,   -pág. 7-   y otro en diferentes países, se empeñaron en indagar la patria de Cervantes, y en dilatar los hechos de su vida, analizando algunos al mismo tiempo con juiciosa crítica todo el tesoro de doctrina, bellezas y erudición que encierran en sí sus producciones literarias.

Entre tan públicos testimonios de aplauso y estimación, que se han tributado en estos últimos tiempos a la memoria de Cervantes, ninguno más autorizado ni eminente que el de la Real Academia Española; la cual no solo publicó con todo esmero y suntuosidad la obra del Quijote, como el texto más puro y clásico de la lengua castellana, sino que añadió la vida del autor y el análisis de aquella fábula, escritos con erudición, crítica y copia de observaciones por D. Vicente de los Ríos, uno de sus más hábiles individuos.

Pero como este hubiese carecido de muchas noticias y documentos importantes, que ha descubierto posteriormente la eficaz diligencia de varios curiosos y literatos; como otros se dedicasen a ilustrar determinados puntos o sucesos de la vida de tan insigne escritor, y algunos solo a reunir y publicar memorias y materiales, deteniéndose en incidencias de poca importancia, hemos creído poder ilustrar aún este asunto con suficiente novedad, para excitar el interés y aprecio con que siempre se leen o escuchan los hechos de los hombres célebres; cuya circunstancia nos podrá también conciliar la indulgencia de los lectores, si echasen de menos en nuestro trabajo la elegancia y exquisito gusto de Ríos, o la copia y variedad de erudición de Mayans y de Pellicer: escritores a quienes debe tanto la memoria de Cervantes, y la historia literaria de la nación, que no podemos dejar de tributarles aquí esta ligera prueba de nuestra estimación y reconocimiento.

  -pág. 8-  

Tales son los motivos de haberse escrito ahora esta nueva vida de Cervantes, en la cual hemos procurado observar el método más conveniente, dividiéndola en dos partes. La primera contendrá la narración histórica de los hechos o sucesos de la vida con la extensión y novedad que ofrecen los recientes descubrimientos; y la segunda las ilustraciones, apéndices y documentos en que aquellos se apoyan, con varias noticias y observaciones dirigidas a ilustrar no solo las de aquel célebre escritor, sino también muchos puntos curiosos e importantes de la historia civil y literaria de nuestra nación; habiendo procurado omitir, por evitar prolijidad, algunas escrituras o memorias ya conocidas, y publicadas por cuantos nos precedieron en estas investigaciones.



  -[lámina I]-  

Miguel de Cervantes Saavedra

Blas Ametller lo dibujó y grabó





  -[pág. 9]-  

ArribaAbajoParte primera

Vida de Miguel de Cervantes


1. La preclara y nobilísima estirpe de los Cervantes, que desde Galicia se trasladó a Castilla, y extendió por ella sus fecundas ramas, ennobleciendo e ilustrando su origen con memorables proezas, con excelentes virtudes, y con merecer constantemente el distinguido aprecio y señaladas mercedes de sus Soberanos, suena ya en las historias españolas por el espacio de más de cinco siglos con tal decoro y esplendor, que según decía el erudito Marqués de Mondéjar, no tiene que envidiar origen a ninguna de las más esclarecidas de Europa. Hijos fueron de este árbol fructífero y generoso algunos nobles de los que acompañando al Santo Rey D. Fernando a las conquistas de Baeza y Sevilla quedaron allí heredados en el repartimiento; y descendientes de estos e imitadores de sus altos hechos fueron después varios de los conquistadores del nuevo mundo, en el cual se arraigó y propagó también este esclarecido linaje; al mismo tiempo que por una rama o línea trasversal procedió de él Juan de Cervantes, principal y honrado caballero, corregidor de Osuna, donde supo captarse por sus nobles prendas la estimación y respeto de aquellos naturales. Este tuvo por hijo a Rodrigo de Cervantes, que casó por los años de 1540 con Doña Leonor de Cortinas, señora ilustre, natural, según parece, del lugar de Barajas. Fruto de este matrimonio fueron Doña Andrea y Doña Luisa, Rodrigo y Miguel de Cervantes, que fue el hijo menor de tan honrada como menesterosa familia, y nació en Alcalá de Henares, en tuya parroquial   -pág. 10-   de Santa María la Mayor fue bautizado a 9 de octubre de 1547: verdad que hallándose comprobada y demostrada del modo más auténtico y convincente, deja por consecuencia desvanecidas y sin valor alguno las pretensiones de Madrid, Sevilla, Lucena, Toledo, Esquivias, Alcázar de San Juan y Consuegra, que aspiraron algún tiempo a la gloria de haber sido cuna de un hijo tan ilustre.

2. Es muy regular que recibiese la educación y los primeros estudios en su patria y al lado de sus padres, principalmente en época tan señalada para Alcalá, donde florecían las ciencias y el buen gusto de las letras humanas, cultivadas por los más eminentes sabios de la nación; pero nada consta ni ha podido averiguarse con certidumbre, y solo sabemos que desde sus tiernos años manifestó Cervantes una vehemente inclinación a la poesía y a las obras de invención y de remedo, una aplicación y curiosidad extremada, que le inducía a leer aun los papeles rotos que hallaba en las calles, y una afición tal al teatro, que asistía a oír las representaciones del discreto poeta y famoso representante Lope de Rueda cuando aun no le permitía su corta edad hacer juicio seguro de la bondad de sus versos, sin embargo de que los retenía en su memoria en la edad adulta para alabarlos con discreción y encarecimiento.

3. Algunos, como D. Nicolás Antonio, creyeron que Cervantes concurrió a estas representaciones en Sevilla, de donde era natural Lope de Rueda, y aun infirieron de aquí haber nacido en aquella ciudad; pero constándonos que aquel insigne farsante representó con su compañía en Segovia en 1558 con motivo de las solemnes fiestas que se celebraron para la traslación del culto divino de la antigua a la nueva catedral, y que el concurso de gente fue el mayor que vio Castilla, pues que   -pág. 11-   asistieron casi de toda España, como asegura Colmenares; y sabiendo igualmente que por estos años continuó Lope con su compañía representando en Madrid y en otros pueblos de Castilla, donde hubo de oírle el famoso Antonio Pérez antes de ser secretario de Felipe II, parece más natural que Cervantes presenciase aquellas representaciones en Segovia no habiendo todavía cumplido los once años de su edad, o bien en Madrid o en otro de los pueblos vecinos a Alcalá, donde acaso representó también Rueda en los años sucesivos con otros motivos de funciones y solemnidades hasta el de 1567 en que falleció.

4. Con mayor seguridad sabemos que Cervantes estudió la gramática y letras humanas con el erudito Maestro Juan López de Hoyos, eclesiástico respetable, natural de Madrid; pues encargado este por el ayuntamiento de la traza y composición de las historias, alegorías, jeroglíficos y letras que se habían de colocar en la iglesia de las Descalzas Reales para celebrar las magníficas exequias que hizo la villa a 24 de octubre de 1568 por la Reina Doña Isabel de Valois, procuró que se ejercitasen también sus discípulos en estas composiciones, que se escribieron unas en latín y otras en castellano, siendo Cervantes de los más aventajados, como lo manifestó el mismo Juan López en la historia y relación que publicó de la enfermedad, muerte y funerales de aquella Princesa, apellidándole allí repetidamente su caro y afilado discípulo, e insertando con expresa mención de su nombre el primer epitafio en un soneto, cuatro redondillas, en que usando de colores retóricos se apostrofa a la difunta Reina, una copla castellana pintando la presteza con que fue arrebatada por la muerte, y una elegía en tercetos, compuesta en nombre de todo el estudio con elegante estilo y delicados conceptos   -pág. 12-   (a juicio de su maestro), dirigida al cardenal D. Diego de Espinosa, presidente del Consejo, e Inquisidor general.

5. La opinión más común ha sido que fue en Madrid donde Cervantes asistió a los estudios con el Maestro Juan López; pero constando que hasta 29 de enero de 1568 no obtuvo este la cátedra de gramática y letras humanas del estudio público de esta villa, cuando ya Cervantes contaba más de veinte años de edad, es más natural que su enseñanza fuese anterior a este tiempo, y que o como maestro particular, o acaso fuera de Madrid, le hubiese doctrinado aquel célebre humanista, para llamarle con propiedad su discípulo cuando solo hacía ocho meses que regentaba la expresada cátedra: conjetura que podría graduarse de demostración, siendo cierto, como se nos ha asegurado, que Cervantes estudió dos años en Salamanca, matriculándose en su universidad y viviendo en la calle de Moros, de donde procedió el conocimiento exacto con que pinta las costumbres y circunstancias peculiares de aquella ciudad y de sus estudios generales, especialmente en la segunda parte del Quijote, y en las novelas de El Licenciado Vidriera y de La Tía fingida. De todos modos las singulares expresiones del maestro López, y el haber sido escogido entre sus condiscípulos para escribir en nombre de la escuela la mencionada elegía, prueban cuánto sobresalía Cervantes entre todos por su ingenio y aprovechamiento.

6. El aplauso de estos primeros ensayos de su aplicación, el ejemplo de los poetas de su tiempo, y su concurrencia al teatro, pudieron decidir su inclinación hacia la poesía dramática, en que hizo después tantas mejoras y reformas, y alentarle a la composición de La Filena, especie de poema pastoral, de algunos sonetos, rimas y romances, de   -pág. 13-   que hizo memoria en su Viaje al Parnaso, y que le adquirieron el renombre de buen poeta, que ya tenía antes de su cautiverio entre los más célebres de la nación.

7. Cuando acaeció el fallecimiento de la Reina en 3 de octubre de 1568, y se celebraron sus funerales a fines de aquel mes, se hallaba Cervantes en Madrid; y por este tiempo llegó de Roma Julio Aquaviva y Aragón, hijo del duque de Atri, encargado por el Papa Pío V de dar el pésame a Felipe II por la muerte del Príncipe D. Carlos, acaecida el 24 de julio anterior, y acaso con instrucciones reservadas para solicitar el desagravio de la jurisdicción eclesiástica, vulnerada, según se creía, por sus ministros en Milán. Ambos encargos debían ser poco agradables si no molestos al Rey en aquella coyuntura. La misteriosa causa de la prisión del Príncipe, la firmeza de su padre en no dar oídos a las recomendaciones que a su favor hicieron algunas ciudades y varios Soberanos, la prevención de que nadie le diese el pésame por este suceso, como lo advirtió también al nuncio de su Santidad, la prematura muerte del Príncipe en su prisión, y el reciente y funesto fallecimiento de la Reina dos meses después, fueron acontecimientos ruidosos y sensibles, que por lo misma que avivaron la curiosidad, hicieron crecer el empeño de la política en vigilar y contener los discursos o las hablillas del vulgo, propenso muchas veces a la malignidad, y siempre a lo maravilloso y extraordinario al juzgar de las acciones o de la conducta de los que le mandan: circunstancias todas que hacían el primer encargo del legado odioso e inoportuno. No lo era menos el segundo por la entereza y empeño con que el Rey sostuvo siempre sus regalías contra las pretensiones de la corte romana en los estados españoles de Italia; y es prueba de este desabrimiento el   -pág. 14-   pasaporte que mandó expedir inmediatamente al legado pontificio, hecho en Aranjuez a 2 de diciembre del mismo año de 1568, para que regresase a Italia por Aragón y Valencia en el término de sesenta días; sin embargo de lo cual fue creado cardenal en Roma a 17 de mayo de 1570. Al mismo tiempo que el embajador de España en aquella corte D. Juan de Zúñiga anunciaba a Felipe II la venida de Aquaviva, decía entre otras cosas que era mozo muy virtuoso y de muchas letras, y sin duda se refería a él Mateo Alemán cuando afirma que vio en la corte a cierto monseñor enviado por Pío V para tratar con Felipe II negocios de la Iglesia; añadiendo que este legado gustó mucho de algunos cortesanos de ingenio, y procuró granjearse su amistad, honrándose de tenerlos familiarmente a su mesa, de llevarlos en su carroza cuando salía en público, y de hacerles muchas mercedes, complaciéndose en tratar con ellos de varias cuestiones curiosas de política, ciencias, erudición y literatura. Como Cervantes asegura haberle servido en Roma de camarero, es de presumir, conociendo el carácter e inclinación de monseñor Aquaviva, que hallándose en Madrid cuando se hicieron las exequias de la Reina, y al tiempo que Cervantes dedicaba la elegía al cardenal Espinosa, prendado de su ingenio y penetración, y acaso compadecido de su escasa suerte, le admitió en su familia y comitiva al regresar a Italia; cuyo viaje emprendía entonces con suma facilidad y frecuencia la noble juventud española, sin desdeñarse de servir familiarmente a los papas y cardenales, como lo hicieron Don Diego Hurtado de Mendoza, D. Francisco Pacheco y otros para continuar en Roma sus estudios, y conseguir por su influjo las más pingües o elevadas dignidades de la Iglesia: o bien dejaban su patria incitados del deseo de ver mundo, y de probar   -pág. 15-   ventura en el ejercicio de las armas, que aunque más estéril de riquezas, atraía grande reputación y esclarecido nombre en época tan gloriosa y memorable para el imperio español.

8. Tales pudieron ser los alicientes que influyeron en la ausencia que hizo Cervantes de su patria. Comenzó desde luego a observar en los países de su tránsito no solo la encantadora variedad de la naturaleza, sino las costumbres y usos que les eran peculiares. Admirole la hermosura y riqueza de Valencia, la amenidad de sus contornos, la beldad y extremada limpieza de las mujeres, y la graciosidad de su lengua, con quien, dice, solo la portuguesa puede competir en ser dulce y agradable. Más extensas e individuales fueron las indicaciones que del principado de Cataluña hizo en varias obras, ya describiendo y censurando con mucho juicio los bandos y cuadrillas que por venganzas o resentimientos particulares acaudillaba la gente principal, y las armas que llevaban, y los castigos que sufrían por las justicias, ya calificando las más distinguidas familias del país y sus prendas, su influjo y sus costumbres, ya pintando la mal segura rada de Barcelona para los bajeles, y a esta ciudad como la escuela de la caballería, flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, ejemplo de lealtad, amparo de los extranjeros, y correspondencia grata de firmes amistades; ya, finalmente, retratando el carácter de los catalanes, diciendo que es gente enojada, terrible; pacífica, suave; gente que con facilidad da la vida por la honra, y por defenderlas entrambas se adelantan a sí mismos, que es como adelantarse a todas las naciones del mundo. Con igual propiedad describió la ruta o camino para Italia por las provincias meridionales   -pág. 16-   de Francia, dando fundamento para sospechar haberle hecho en esta ocasión con monseñor Aquaviva; porque hallándose algunas de estas descripciones en La Galatea, que es la primera obra que publicó después de su cautiverio, y campañas de Portugal y de las Terceras, debe inferirse que solo entonces pudo adquirir por sí mismo el exacto conocimiento de la geografía, historia y costumbres del principado y de aquellos países, que manifestó en cuantos escritos trabajó y dio a luz en el resto de su vida.

9. Poco tiempo pudo permanecer Cervantes en este servicio doméstico, respecto de que ya en el año siguiente sentó plaza de soldado en las tropas españolas residentes en Italia, abrazando desde entonces una profesión más noble y propia de su nacimiento y circunstancias; porque el ejercicio de las armas (según sus mismas expresiones), aunque arma y dice bien a todos, principalmente asienta y dice mejor en los bien nacidos y de ilustre sangre. No tardó mucho en proporcionarse teatro en que las acreditase con gran reputación y heroísmo; porque faltando el gran turco Selin II a la fe de los tratados que tenía hechos con la república de Venecia, invadió en plena paz la isla de Chipre que aquella poseía; por cuya causa imploraron desde luego los venecianos el auxilio de los príncipes cristianos, especialmente del sumo pontífice Pío V, que con la mayor diligencia preparó sus galeras al mando de Marco Antonio Colona, duque de Paliano, y unidas a las de España y Venecia se encaminaron en el verano de 1570 a los mares de levante para contener los progresos de los enemigos; pero las disensiones e indeterminación de los generales confederados dieron lugar a que los turcos tomasen por asalto a Nicosia, a que adelantasen sus conquistas, y a que pasada inútilmente la estación   -pág. 17-   oportuna sin haber socorrido a Chipre, se disminuyesen por las tempestades las fuerzas navales, precisándolas a retirarse a sus respectivos puertos. Entre las cuarenta y nueve galeras de España, que a cargo de Juan Andrea Doria se unieron en Otranto con Colona para seguir su estandarte en esta jornada, según las órdenes de Felipe II, se comprendían veinte de la escuadra de Nápoles, que mandaba el marqués de Santa Cruz, y todas habían sido reforzadas con cinco mil soldados españoles y dos mil italianos. Hallábase en aquellas tropas la compañía del famoso capitán Diego de Urbina, natural de Guadalajara, que pertenecía al tercio de D. Miguel de Moncada, y en ella servía de simple soldado Miguel de Cervantes. En esta calidad hizo la campaña de aquel verano a las órdenes de Colona, embarcado probablemente en una de las galeras de la escuadra de Nápoles, en cuya ciudad quedó de invernada a su regreso mientras se aprestaba y mejoraba el armamento de las naves para la jornada del año siguiente.

10. Así lo requería con sumo celo y eficacia la corte de Roma que, lejos de desmayar en su empresa por las desgracias anteriores, procuraba negociar una confederación de varios príncipes de Europa contra los turcos, logrando concluir el 20 de mayo de 1571 el famoso tratado de la liga entre su Santidad, el Rey de España y la Señoría de Venecia, por el cual se nombró generalísimo de todas las fuerzas reunidas de mar y tierra al serenísimo señor D. Juan de Austria, hijo natural de Carlos V. Para el acrecentamiento de tropas, de gente de mar y aun de municiones, pertrechos y víveres se pusieron por obra cuantos medios dictó el celo de la religión, el amor de la patria, y el espíritu de gloria militar, que se inflamaba a la vista de tan poderosas fuerzas y de tan señalados caudillos.

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11. Apenas se hizo saber a D. Juan de Austria su nombramiento para la alta dignidad de generalísimo, cuando partió con suma diligencia de Madrid, y reuniendo en Barcelona los famosos tercios de D. Lope de Figueroa y de D. Miguel de Moncada, que acababan de darles insignes pruebas de valor y pericia militar en la guerra de Granada, dio con ellos la vela de aquella rada para Italia, y entró en Génova el 26 de junio con cuarenta y siete galeras. Moncada fue comisionado para excitar a la república de Venecia a que cooperase prontamente a una empresa que había provocado, alentándola con la esperanza del buen éxito, de que le hacían desconfiar las discordias de la anterior campaña. Entre tanto se completaron en Nápoles aquellos dos tercios con los soldados nuevos que ya servían en la armada; y así fue como la compañía de Urbina, en que militaba Cervantes, quedó incorporada al tercio a que correspondía. Reuniéronse inmediatamente en Mesina todas las fuerzas marítimas y terrestres de las naciones aliadas, se prepararon con actividad para la jornada, y se distribuyeron las tropas en las diferentes escuadras y bajeles, tocando a las galeras de Juan Andrea Doria (que estaban al servicio de España) además de dos compañías viejas que eran de su ordinaria dotación, otras dos del tercio de Moncada, que fueron la de Urbina y la de Rodrigo de Mora, compuesta cada una de doscientos hombres. Por este arreglo cupo a Cervantes ser destinado con su capitán y compañía en la galera Marquesa de Juan Andrea, que mandaba Francisco Sancto Pietro. Y como al salir a la mar el 15 de setiembre con el designio de batir la armada otomana se dividiese la de los coligados en tres escuadras de combate, y además otras dos de descubierta y de reserva, se asignó su puesto a la galera Marquesa en la tercera   -pág. 19-   escuadra que formaba el ala siniestra de la batalla, cuyo gobierno y dirección se habían confiado a Agustín Barbarigo, proveedor general de Venecia. Después de haber socorrido a Corfú y perseguido a la armada enemiga, se descubrió esta en la mañana del 7 de octubre hacia las bocas de Lepanto; y forzada a batirse por su situación, empezó el ataque por el ala de Barbarigo poco después del mediodía, y haciéndose general con gran empeño y obstinación de los coligados, terminó al anochecer con la victoria más gloriosa de las armas cristianas que cuentan los anales de los tiempos modernos.

12. Hallábase a la sazón Cervantes enfermo de calenturas, por cuya razón quisieron persuadirle su capitán y otros camaradas que no tomando parte en la acción se estuviese quieto en la cámara de la galera; pero él, lleno de valor y de espíritu militar, les replicó que ¿qué dirían de él? que no cumplía con su obligación; y que prefería morir peleando por Dios y por su Rey a meterse bajo cubierta y conservar su salud a costa de una acción tan cobarde. Pidió entonces mismo al capitán le destinase al paraje de mayor peligro; y condescendiendo este con tan nobles deseos le colocó junto al esquife con doce soldados, donde peleó con ánimo tan esforzado y heroico, que solos los de su galera mataron quinientos turcos y al comandante de la capitana de Alejandría, tomando el estandarte real de Egipto. Recibió Cervantes en tan activa refriega tres arcabuzazos, dos en el pecho, y otro en la mano izquierda, que le quedó manca y estropeada; contribuyendo por su parte tan gloriosa y bizarramente a hacer para siempre memorable el día 7 de octubre de 1571, por la completa victoria que lograron de los turcos los príncipes cristianos, de lo cual hizo honorífico alarde   -pág. 20-   el resto de su vida, mostrando en testimonio de su valor tan señaladas heridas y cicatrices, como recibidas (dice) en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros, y como estrellas que guían a los demás al cielo de la honra y al de desear la justa alabanza; prefiriendo en fin haberse hallado en tan insigne jornada a tanta costa al estar sano sin haberse encontrado en ella, porque el soldado (según sus expresiones) más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga.

13. En la noche que sucedió a día tan glorioso se retiró la armada victoriosa al inmediato puerto de Petela para reparar las averías de sus bajeles, y atender a la curación y descanso de sus tripulaciones. El mal estado de salud en que se hallaba Cervantes debió influir necesariamente en la gravedad de sus heridas; pero en medio de este cuidado tuvo entonces la honorífica satisfacción de que visitando el día siguiente D. Juan de Austria a los soldados, encareciendo su valor, socorriendo a los heridos por su mano, y premiando a los que se habían distinguido, le acrecentase como a tan benemérito tres escudos sobre su paga ordinaria. Bien quería aquel Príncipe aprovechar las ventajas de su victoria para bloquear a los turcos en los Dardanelos, y apoderarse de los castillos de Lepanto y Santa Maura, invernando para este fin en Corfú con los venecianos; pero lo avanzado de la estación, la falta de víveres y soldados, la muchedumbre de heridos y enfermos, y las órdenes de su hermano le obligaron a regresar a Mesina, donde llegó el 31 de octubre, y fue recibido con toda la solemnidad y aparato que requería un triunfo tan glorioso, y como lo fueron poco después, por la misma causa Marco Antonio Colona en Roma, y en Nápoles el marqués de Santa Cruz.

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14. Estaba en Mesina preparado el hospital para la curación de los heridos, y es consiguiente que entre estos desembarcase también Cervantes, que lo estaba; mereciendo la asistencia de tan beneméritos soldados tal preferencia y atención a D. Juan de Austria, que no solo donó generosamente treinta mil ducados suyos para que fuesen bien asistidos, visitándolos con frecuencia, y repitiendo sus gracias y mercedes a los que por su valor se señalaron en la batalla, sino que al protomédico general de la armada el doctor Gregorio López, su médico de cámara y del Rey su hermano, y que lo había sido de Carlos V, mandó que asistiese personalmente a la curación de todos, y celase fuesen tratados con el esmero y cuidado que merecían unos militares tan dignos de su aprecio. Así se logró el pronto alivio y restablecimiento de la mayor parte, que pudieron ser testigos de las públicas y solemnes fiestas con que la ciudad de Mesina celebró tan memorable victoria, tributando estos obsequios de gratitud al joven campeón que la había conseguido. Este permaneció por entonces en Sicilia, según la voluntad de su hermano; y para habilitar las escuadras con mejor orden dispuso que fuesen a invernar en varios puertos de Italia; despidió algunas naves y tropas extranjeras, y señaló alojamiento a las españolas en Nápoles y Sicilia, destinando a la parte meridional de esta isla el tercio de Moncada. Sin embargo Cervantes permaneció curándose en Mesina, porque allí mandó socorrerle D. Juan de Austria en 15 y 23 de enero, y en 9 y 17 de marzo de 1572, ya por la pagaduría de la armada, ya de gastos secretos y extraordinarios, en consideración a sus servicios, y para que acabase la curación de sus heridas. Restablecido de ellas se ordenó el 29 de abril a los oficiales de cuenta y razón que asentasen en sus libros de cargo a Miguel   -pág. 22-   de Cervantes tres escudos de ventaja al mes en el tercio de D. Lope de Figueroa, y en la compañía que le señalasen, que sin duda fue desde luego en la de D. Manuel Ponce de León; sin que por esto tuviera efecto entonces la idea de reformar el tercio de Moncada para completar con él los cuatro mil soldados de la guarnición de Nápoles; pues aunque D. Juan de Austria lo propuso así, y dio a Moncada licencia para venir a España, consta también con toda certidumbre que se difirió aquella reforma, y que este general continuó sus servicios en el año inmediato.

15. Tan venturosa jornada alentó el ánimo de los confederados para mayores empresas; y así fue que la corte de Roma se ocupó desde luego en arreglar con los ministros de las potencias coligadas el plan para la inmediata campaña, y con fervorosos exhortos y legaciones eficaces procuraba que entrasen en la confederación los demás príncipes cristianos. Selin por su parte acrecentaba los armamentos, y empeñaba al Rey de Francia a que distrajese la atención de Felipe II hacia sus estados de Flandes y de Italia, y apartase de la liga a los venecianos. Por estos recelos se mandó a D. Juan de Austria que, auxiliando con algunas fuerzas a los aliados, permaneciese en Sicilia para proteger las costas de aquellos dominios. Así se contuvo el curso de las operaciones preparadas para la primavera de 1572, a lo que contribuyeron también las discordias suscitadas entre las cortes de Roma y de Florencia y la muerte de Pío V. Al fin Colona partió para levante el 6 de junio, y D. Juan de Austria le auxilió poderosamente con muchas naves cargadas de vituallas y municiones, y con las treinta y seis galeras del marqués de Santa Cruz, que transportaron gran número de tropas a Corfú, y entre ellas la infantería española del tercio de Moncada,   -pág. 23-   y dos compañías del de D. Lope de Figueroa, que se embarcaron en la parte meridional de Sicilia. En aquella isla juntó y revistó el general romano todas las fuerzas coligadas de su mando; con las cuales se hizo a la mar, y logró avistar, perseguir y aun cañonear a los turcos, que evitando siempre un combate general aprovechaban toda coyuntura favorable para refugiarse en sus puertos. Entre tanto calmaron los recelos del Rey Felipe por los prósperos sucesos de sus armas en Flandes, y menos cuidadoso de las miras de la corte de París, y satisfecho de las intenciones del nuevo Pontífice, mandó salir a su hermano para levante, dejando en Sicilia a Juan Andrea Doria con cuarenta galeras y la tropa correspondiente.

16. Para reunir el generalísimo toda la armada de los aliados se dirigió el 9 de agosto a Corfú, donde ni halló a Colona ni noticia de su paradero. Disgustado con este acontecimiento, que le obligaba a perder lo mejor de la estación, le hizo buscar con diligencia, y logró juntarse con él en el día último de aquel mes. Desde luego preparó sus bajeles, y salió a la mar el 8 de setiembre con la idea de atacar ventajosamente a los turcos, que tenían divididas sus fuerzas en Navarino y en Modon. Hubiéralos sorprendido en esta forma en la mañana del 16 si un error o descuido de los pilotos en la recalada no les proporcionara evitar el riesgo, reuniéndose en el último puerto, y fortificando las avenidas. Allí quería atacarlos y combatirlos Don Juan de Austria; pero le hicieron desistir de este empeño los consejos y la oposición de sus generales, y convino al fin por complacer a los venecianos en la empresa de Navarino, sin embargo de que la contemplaba aventurada y de corto provecho. Ni se engañó en este concepto, pues aun dirigida por todo un Alejandro Farnesio, se tuvo a   -pág. 24-   dicha poder levantar el sitio después de algunos días, y embarcar la gente y la artillería a favor de la obscuridad de la noche y al abrigo de los fuegos de la armada. Crecía con estos reveses el empeño de D. Juan de atacar a los enemigos en el puerto, ya que rehusaban la batalla a que se les incitaba fuera de él; pero dócil y sujeto por otra parte al dictamen ajeno, y viendo ya la estación tan adelantada, resolvió que todos se retirasen a sus tierras, y él entró con la armada española en Mesina a principios de noviembre. Tomáronse desde luego las disposiciones para la invernada; se desembarcaron los tercios españoles de Nápoles y Sicilia; se señaló alojamiento al de D. Lope de Figueroa, que andaba al sueldo de la armada, y reformándose entonces el de Mancada, se rehízo y completó aquel con los soldados de este tercio. Infiérese de esta narración que mientras el de Moncada invernó en la parte meridional de Sicilia, permaneció Cervantes en Mesina curándose de sus heridas, hasta que a fines de abril de 1572 pasó al tercio de D. Lope de Figueroa, que fue a Corfú en las galeras del marqués de Santa Cruz, y se halló en la jornada de levante que mandó Colona, y en la empresa de Navarino, después que se reunió el Príncipe generalísimo. Así lo dice en su memorial, y lo confirman algunos testigos en las informaciones, y por lo mismo pudo referir con tanta prolijidad y exactitud en su novela de El Cautivo los sucesos de aquella campaña, y asegurar con propiedad en la dedicatoria de La Galatea que había seguido algunos años las banderas de Marco Antonio Colona.

17. Aprovechose el invierno con actividad en los preparativos para la primavera de 1573, a cuyo tiempo meditaba Felipe II tener en Corfú y completar por sí solo hasta trescientas galeras; y aun   -pág. 25-   los venecianos, tal vez para mayor disimulo, preparaban mucha y lucida infantería, que debía embarcarse en su armada mientras que secretamente negociaban por medio del embajador de Francia su paz en Constantinopla. Concluyeron al fin este tratado a últimos de marzo, y se separaron de la liga con grave disgusto de los coligados, lo que influyó no poco en los planes sucesivos, porque no tratándose ya de combatir en levante, querían unos se empleasen aquellas fuerzas contra Argel, y otros, como el príncipe D. Juan, preferían se dirigiesen a Túnez, partido que adoptó Felipe II, aunque por causas muy diferentes de las de su hermano. Este se lisonjeaba de obtener la soberanía de aquella regencia según los ofrecimientos y promesas de los Papas, y las ideas e intereses de sus cortesanos; y el otro solo pretendía destronar a Aluch-Alí para que reinase Muley Mahamet, y desmantelar las fortalezas, evitando así los gastos que causaba su conservación, y privando de tan cómodo asilo a los corsarios berberiscos. En estas consultas se pasó todo el verano, y ya era el 24 de setiembre cuando salió de Palermo la expedición con veinte mil soldados, entre los cuales se incluían los del tercio en que militaba Cervantes.

18. Desembarcaron todos en la Goleta a los 8 y 9 de octubre, y como los turcos de guarnición y los moradores de Túnez abandonasen medrosos la ciudad y su alcazaba, dispuso D. Juan de Austria que el marqués de Santa Cruz tomase posesión de una y otra con la prudencia y cautela a que obligaban las circunstancias. Para esto sacó de la guarnición de la Goleta dos mil quinientos veteranos, que reemplazó con otros tantos bisoños, contándose entre aquellos cuatro compañías del tercio de Figueroa, que hacían temblar la tierra con sus mosquetes, según la expresión de Vanderhámen; y   -pág. 26-   como toda era gente práctica del país, y gobernada por tan hábil como venturoso capitán, lograron desempeñar su encargo con maravillosa presteza y felicidad. Lejos de desmantelar aquellos fuertes, como lo mandaban las órdenes del Rey, y lo aconsejaban el duque de Sesa y Marcelo Doria, creyó D. Juan asegurar su conquista fabricando en el Estaño un fuerte capaz de ocho mil hombres de guarnición, y ocupando Viserta, que vino espontáneamente a prestar obediencia; y pareciéndole así allanado y concluido este negocio, dejando suficiente tropa para la defensa de aquellos puntos, regresó a Sicilia a principios de noviembre, tomando desde allí todas las disposiciones para la invernada, para descanso de los soldados y reparo de las naves. Destinó entonces a Cerdeña las catorce compañías mandadas por Figueroa, para que atendiendo a la custodia de aquella isla, se hallasen al mismo tiempo en mayor proporción de auxiliar a las plazas de África si fuese necesario. No solo afirmó Cervantes en su memorial haberse hallado en esta expedición de Túnez, confirmándolo varios de sus camaradas, que dijeron haberle visto servir en ella como buen soldado, sino que verosímilmente fue uno de los veteranos que, guarneciendo la Goleta, salió con el marqués de Santa Cruz a tomar posesión de Túnez y su castillo, pues así él como su padre y los testigos de ambas informaciones hacen siempre expresa y particular distinción de los servicios ejecutados en una y otra parte; y de este conocimiento e inspección ocular procede la exactitud con que en la expresada novela refirió los sucesos y circunstancias más individuales de aquella jornada.

19. Había recibido D. Juan de Austria permiso para venir a España, y solicitaba en Roma por medio de su secretario Juan de Escovedo la mediación del Papa para obtener del Rey la soberanía de   -pág. 27-   Túnez, pretendiendo directamente y sin tanto rebozo el tratamiento de Infante de Castilla. Puesto en viaje halló en Gaeta nuevas órdenes superiores para pasar a Lombardía con el fin de atender desde allí a la pacificación de las turbulencias que agitaban a los genoveses. Dirigiose para esto al puerto de Especia a fines de abril de 1574, donde halló a Marcelo Doria que con catorce galeras iba a sacar de Cerdeña la infantería española de Figueroa, la cual condujo a las riberas de Génova para que estuviese a las inmediatas órdenes de aquel príncipe. Quejábase este de la lentitud con que por su ausencia se hacían los armamentos en Nápoles y Sicilia, cuando supo por el mes de julio que los turcos venían con numerosas fuerzas a reconquistar Túnez y la Goleta. Para evitarlo instó por socorros a los virreyes de aquellos estados, y condujeron algunos D. Juan de Cardona y D. Bernardino de Velasco, con los cuales, y el abandono de Viserta, se sostuvieron algún tanto aquellas fortalezas, aunque atacadas por un ejército poderoso. Ya comenzaba D. Juan a conocer el desacierto de no haberlas desmantelado el año anterior; y creyendo poder remediar todavía los males que recelaba, se embarcó en Especia con la infantería de D. García de Mendoza, con la de Figueroa y algunas tropas italianas, y partió para Nápoles y Mesina, desde donde despachó con toda clase de auxilios varias naves que fueron derrotadas por los temporales. Impaciente por la demora que había ocasionado esta desgracia, resolvió embarcarse y conducir personalmente los auxilios necesarios, para lo cual reforzó sus galeras con los mejores soldados de los tercios de D. Pedro de Padilla y de D. Lope de Figueroa, y se hizo a la mar resuelto a socorrer a los sitiados a todo trance; pero las borrascas y huracanes inutilizaron también estos esfuerzos, poniéndolo   -pág. 28-   a riesgo de perecer, del que logró salvarse por haber arribado oportunamente a los puertos de Sicilia.

20. Entre tanto la Goleta, tenida hasta entonces por inexpugnable, fue tomada por asalto después de un largo y cruel sitio, y de una defensa bien sostenida y vigorosa; y lo fue también Túnez a los veinte días, entrando los vencedores por encima de los escombros de sus murallas voladas por la violencia de las minas, viéndose por consecuencia el fuertecillo del Estaño precisado a rendirse por capitulación. Tan infaustas noticias llegaron a Don Juan cuando ya habilitadas sus naves iba a dar la vela desde Trápana para continuar su empeño; y afligido extremadamente al ver malogrados sus afanes, desvanecidas sus esperanzas, y comprometida su reputación, regresó a Nápoles el 29 de setiembre, dejando en Palermo a cargo del duque de Sesa los negocios de la armada y el tercio de Figueroa, con el objeto no solo de acudir con él a la guarda y defensa de las marinas de aquel reino, sino de que se rehiciese de la mucha gente que había perdido. Para este fin creyó el duque más conveniente alojarle en los pueblos marítimos o de la costa, incorporándole al tercio de Sicilia, del cual volvió a separarse después con mayor acrecentamiento de fuerza. Mandábale interinamente en este tiempo D. Martín de Argote, por haber obtenido licencia para venir a restablecer su salud en España D. Lope de Figueroa, quien verificó su viaje verosímilmente con D. Juan de Austria, que solicitó de su hermano en esta ocasión el nombramiento de lugar-teniente suyo para todo lo de Italia con tratamiento de Infante de Castilla; pero Felipe II, receloso de sus miras, y tal vez de su buena reputación, procuró siempre coartar o desatender sus pretensiones según le convenía, y   -pág. 29-   así le concedió lo primero, difiriendo lo segundo para más adelante. De esta manera regresó a Nápoles aquel Príncipe en junio de 1575 para ocuparse en los asuntos de Génova y en los aprestos de la armada, por haberse divulgado que los turcos bajaban aquel verano con grandes fuerzas a los mares de Italia. Por la serie de estos acontecimientos se comprende que desde fines de 1573 hasta principios de maya del año siguiente estuvo Cervantes con su tercio de guarnición e invernada en la isla de Cerdeña, y que de allí fue transportado al Genovesado en las galeras de Marcelo Doria para quedar en Lombardía a las órdenes de D. Juan de Austria: que a principios de agosto, cuando este se embarcó en el puerto de Especia, llevó consigo aquel tercio a Nápoles y Mesina, y con sus mejores soldados reforzó las naves con que emprendió, aunque en vano, el socorro de la Goleta: que después de este suceso quedó Cervantes con su mismo tercio en Sicilia a las órdenes del duque de Sesa, quien lo incorporó con el de aquel reino durante la ausencia de su maestre de campo; y que restituido a Nápoles el Príncipe D. Juan en 18 de junio de 1575, concedió poco después a Cervantes la licencia que solicitó para volver a su patria después de tan dilatada ausencia y de tantos y tan señalados merecimientos.

21. En estas peregrinaciones acabó Cervantes de visitar las magníficas y deleitosas ciudades de Italia: Génova, Luca, Florencia, Roma, Nápoles, Palermo, Mesina, Ancona, Venecia, Ferrara, Parma, Plasencia y Milán, de las cuales dejó tan bellas y exactas descripciones en muchas de sus obras. Era aquel país más de un siglo hacía el emporio de las ciencias y del buen gusto en las artes y literatura, cuyos apreciables monumentos habían salvado los griegos que huyendo del oriente,   -pág. 30-   se refugiaron en él cuando aconteció la pérdida de Constantinopla. Los españoles, que dominaban muchos de sus estados, ya por la unión de las casas soberanas de Aragón y Castilla, ya por las memorables conquistas del Gran Capitán y de otros insignes caudillos posteriores, tenían una comunicación frecuente con sus naturales. Quiénes viajaban o permanecían en Roma a pretender beneficios, dispensas o dignidades eclesiásticas: quiénes se encaminaban a recibir su educación en el colegio de Bolonia, fundado exclusivamente para españoles por el ilustre cardenal Albornoz: quiénes militaban en los tercios que guarnecían aquellas plazas o en los ejércitos que allí se aprestaban y combatían: quiénes siguiendo la carrera de la jurisprudencia o de los empleos políticos iban a procurar su acomodo y colocación a la sombra y con el favor de los virreyes. Por otra parte muchos italianos, ansiosos de conocer su metrópoli, de servir y de obsequiar a su Soberano, o de hallar sus riquezas y bienestar en el comercio y contratación, venían y se avecindaban en España; siendo por tantos medios recíproca la comunicación de sus conocimientos y de sus luces.

22. Así fue como Cristóbal de Mesa, teniendo por maestro durante cinco años al insigne Torcuato Tasso, acabó de completar con él la instrucción que había recibido en España al lado de Pacheco, de Medina y del Brocense: así como Francisco de Figueroa, Andrés Rey de Artieda, llamado Artemidoro, y Cristóbal de Virués, que militaren en aquel país, adquirieron el gusto delicado y la lozanía y amenidad que eran propias de la escuela de Dante y del Petrarca: así como Bartolomé de Argensola, el Dr. Mira de Amescua, y Suárez de Figueroa supieron hermosear su lengua y su poesía con nuevas galas y bellezas; y así   -pág. 31-   como Miguel de Cervantes, aplicado a la lectura de los poetas y escritores italianos, y a su trato y comunicación por más de seis años, adquirió aquel caudal de doctrina y erudición que le hace tan admirable en sus escritos. Verdad es que se le notan algunos italianismos en su lenguaje; pero también lo es que por este medio, muy general en aquel siglo entre los más clásicos escritores, se enriqueció mucho el castellano, y que los lugares que imitó o tomó de aquellos poetas, singularmente del Ariosto, supo mejorarles y darles toda la gracia y novedad que bastan para calificarlos de originales. Ni por esto perdió de vista a los excelentes maestros de la antigüedad, a quienes contempló siempre como el tipo o dechado del mejor gusto en la literatura, según se ve en las imitaciones que hizo de Apuleyo, de Heliodoro, de Horacio y de Virgilio; sin sujetarse por esto a caminar servilmente por sus huellas, antes bien remontando atrevidamente el vuelo de su imaginación, halló en la naturaleza nuevos caminos que seguir, y mineros intactos y riquísimos de maravillosa invención, de que supo aprovecharse para su propia gloria y utilidad del género humano: elevación de espíritu y energía de carácter que adquirió más con el trato de los hombres sabios, con el conocimiento del mundo y con su profunda meditación, que con la estéril especulación de los libros, o con los métodos abstractos y sutiles de las escuelas. Pero calidades tan eminentes se miraban ya con desdén en su tiempo por los que creían que para ser sabio era preciso haber obtenido las borlas en una universidad, o cursado en ella el estudio de las llamadas facultades mayores. Semejantes preocupaciones, juntamente con otros males y abusos introducidos en aquellos estudios, y en la manera de granjear los grados y condecoraciones   -pág. 32-   literarias, no pudieron escapar de la fina sátira del mismo Cervantes y de otros ilustrados escritores de aquel siglo. No era mucho pues que varios de sus émulos y rivales, ufanos con tan pomposos títulos, logrados tal vez apoca costa, le tratasen de ignorante y de envidioso, y le despreciasen por carecer de iguales requisitos, ni que por esta falta le llamasen ingenio lego, como dice el cronista D. Tomás Tamayo de Vargas; habiendo apellidado del mismo modo al marqués de Santillana D. Íñigo López de Mendoza, a Felipe de Comines, a D. Antonio Hurtado de Mendoza, a Rodrigo Méndez de Silva, y a otros que no necesitaron sin embargo de aquellas distinciones para ser alabados de los varones más sabios de nuestra nación, como lo advirtió oportunamente D. Alonso Núñez de Castro.

23. Tales fueron las empresas en que se halló Cervantes durante aquellos años militando, como decía él mismo, debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra Carlos V, de felice memoria. Pero viendo que tan distinguidos servicios no habían sido remunerados cual correspondía, y hallándose estropeado de resultas de sus heridas y trabajos, obtuvo licencia del Sr. Don Juan de Austria para venir a España a solicitar el premio que tan justamente merecía; a cuyo fin le franqueó aquel Príncipe las más expresivas cartas de recomendación para el Rey, suplicando a S. M. le confiriese una compañía de las que se formasen en España para Italia, por ser hombre de valor y de méritos y servicios muy señalados. D. Carlos de Aragón, duque de Sesa y de Terranova, virrey de Sicilia, también escribió a S. M. y a los ministros con encarecida recomendación a favor de un soldado tan digno como desgraciado, que se había captado por su noble virtud y apacible condición   -pág. 33-   el aprecio de sus camaradas y caudillos.

24. Dispuesto todo en esta forma, y con esperanzas tan favorables y fundadas, se embarcó en Nápoles en la galera de España llamada el Sol en compañía de su hermano Rodrigo de Cervantes, que también había servido de soldado en las anteriores campañas, de Pero Díez Carrillo de Quesada, gobernador que fue de la Goleta y después general de artillería, y de otros caballeros principales y militares distinguidos que se restituían a su patria; pero habiendo encontrado en la mar el día 26 de setiembre de 1575 una escuadra de galeotas que mandaba Arnaute Mamí, capitán de la mar de Argel, fue combatida la galera española por tres de aquellos bajeles enemigos, especialmente por uno de veintidós bancos que gobernaba el arráez Dalí Mamí, renegado griego, a quien llamaban el Cojo; y después de sostener un combate tan obstinado como desigual, en que se distinguió Cervantes por su valor, hubo de rendirse a fuerzas tan superiores, y ser llevada a Argel como en trofeo, quedando cautivos cuantos venían en ella, y tocando a Cervantes tener por amo en el repartimiento al mismo arráez Dalí Mamí, que tan venturosa parte tuvo en su rendición y apresamiento. Es muy probable y natural que en el libro V de La Galatea aludiese a las circunstancias de este combate cuando pintó el que sostuvo la nave en que venía Timbrio a España desde Italia con el mismo Arnaute Mamí, que fue el caudillo principal de la escuadra que le cautivó.

25. Como el arráez, patrón de Cervantes, le hubiese encontrado desde luego las cartas de recomendación que llevaba de D. Juan de Austria y del duque de Sesa, creyó por ellas era uno de los principales caballeros de España, y persona de gran reputación y calidad; y esperando lograr   -pág. 34-   por él un rescate muy crecido y ventajoso, trató de asegurarle, cargándole de cadenas, teniéndole con guardias, y vejándole y molestándole fieramente, para que cansado y aburrido de tanto padecer, solicitase ansiosa y repetidamente su libertad de sus parientes e interesados.

26. Tal era la costumbre de los berberiscos, y tales los artificios y cautelas que les sugería su codicia y su barbarie para acrecentar el importe de los rescates y estimular a los miserables cautivos a solicitarlos con ruegos e importunaciones, cuando no para inducirlos a renegar de su creencia por libertarse de tan duro padecer, y aspirar de este modo a vida más regalada y viciosa; pues entrando en los mandos y dignidades que se conferían a los renegados, tomaban gran superioridad sobre los naturales del país, lo que les proporcionaba medios de satisfacer no solo sus desordenados apetitos, sino sus venganzas y resentimientos particulares. Pero Cervantes, desentendiéndose de estos artificios, e inflamado más y más de su virtud, de su nobleza y generosidad, resolvió procurar con todo esfuerzo el recobro de su libertad, y proporcionarla al mismo tiempo a varios cristianos, señaladamente a D. Francisco de Meneses, capitán que fue en la Goleta, a D. Beltrán del Salto y de Castilla, cautivado en aquella fortaleza, a los alféreces Ríos y Gabriel de Castañeda, al sargento Navarrete, a un caballero llamado Osorio y a otros muchos; y con este objeto hizo buscar un moro de su confianza para que sirviéndoles de guía los condujese a tierra de Orán, como ya lo habían intentado desgraciadamente otros cautivos en tiempos anteriores. Puestos en marcha fueron abandonados a la primera jornada por el moro, y se vieron precisados a retroceder a Argel, y a sufrir otra vez los malos tratamientos de sus amos y patrones, en   -pág. 35-   particular Cervantes, a quien por esta fuga se le añadieron nuevas cadenas y hierros, y se le estrechó más y más su prisión y encerramiento. Además de dos lances parecidos a este, que refiere Haedo en su historia, se hace mención de otros dos en la comedia El Trato de Argel, donde sin duda se copiaron al natural algunos sucesos y particularidades de esta primera y desgraciada tentativa de Cervantes para evadirse de su cautiverio.

27. Rescatáronse por este tiempo, y muy entrado ya el año 1576, algunos cautivos amigos de Cervantes, y entre ellos el alférez Gabriel de Castañeda, con quien escribió a sus padres, pintándoles su deplorable situación y la de su hermano. No era menester tanto para excitar la compasión y cariño paternal en procurar todos los medios de conseguir la libertad de aquellos infelices. Rodrigo de Cervantes el padre empeñó desde luego con este objeto todo el patrimonio de sus hijos, su propia hacienda y los dotes de dos hijas doncellas, quedando por consecuencia reducido a la mayor estrechez y pobreza. Cuando Miguel de Cervantes recibió este caudal, trató de concertar su rescate con Dalí Mamí; pero como este le tenía en tanta estima y opinión, y su codicia era insaciable, le pareció corto y mezquino el precio que se le ofrecía, y rehusó por tanto entrar en nuevos convenios y proposiciones. Cerrada así la puerta a sus esperanzas, Cervantes trató y consiguió más fácilmente redimir con el mismo caudal de su rescate a su hermano Rodrigo, por agosto de 1577, dándole orden para que restituido que fuese a España, aprestase y enviase desde las costas de Valencia, Mallorca o Ibiza una fragata armada, que recalando al punto que se le señalara en las cercanías de Argel, pudiese libertar y conducir a España al mismo Cervantes con varios cristianos. Para que   -pág. 36-   lo pudiese ejecutar con mayor seguridad y confianza consiguió que D. Antonio de Toledo, de la casa de los duques de Alba, y Francisco de Valencia, natural de Zamora, caballeros ambos de la orden de S. Juan, y a la sazón cautivos en Argel, diesen cartas de recomendación para los virreyes de aquella provincia e islas, suplicándoles favoreciesen el apresto del bajel, y el objeto de tan arriesgada empresa.

28. Hacía mucho tiempo que Cervantes la meditaba, y tenía ya tomadas medidas muy oportunas para asegurar su buen éxito. A la parte de levante de Argel, distante como tres millas, y en la inmediación del mar, tenía el alcaide Azan, renegado griego, un jardín de que cuidaba un esclavo suyo llamado Juan, natural de Navarra, el cual con mucha anticipación había dispuesto en lo más oculto de él una cueva donde se refugiaron por disposición de Cervantes algunos cristianos desde fines de febrero de 1577. Fuéronse reuniendo otros sucesivamente, de modo que cuando partió para España Rodrigo de Cervantes eran ya catorce o quince los cautivos escondidos en la cueva, todos hombres principales, muchos de ellos caballeros españoles, y tres mallorquines. No se comprende cómo Cervantes, sin faltar de la casa de su amo, gobernaba esta república subterránea, cuidando de la subsistencia de todos y de su seguridad para no ser descubiertos; pero la verdad del caso, y el mucho tiempo que pudo entretenerlo y sobrellevarlo prueban los extraordinarios arbitrios que le sugería su ingenio y sagacidad. El principal había sido el interesar en el secreto con la esperanza de la libertad al mismo jardinero que le servía de escucha y atalaya, para que nadie se acercase al jardín ni pudiesen ser descubiertos, y a otro cautivo llamado el Dorador, natural de Melilla, que   -pág. 37-   siendo joven había abandonado nuestra religión, con la cual se reconcilió después, y este cuidaba de comprar víveres y conducirlos secretamente a la cueva, de la cual nadie osaba salir sino entre las sombras de la noche. Cervantes, teniendo ya reunidos los cristianos que había de libertar, y comprendiendo que se aproximaba el plazo de la llegada de la embarcación, huyó de casa de su amo; se despidió de su amigo y confidente el Dr. Antonio de Sosa, rogándole que le siguiese, aunque no pudo hacerlo, al parecer por sus enfermedades y duros trabajos, y se refugió en la misma cueva hacia el 20 de setiembre de aquel año.

29. Con la mayor presteza y celeridad se equipó una fragata en la costa de Valencia, o según el P. Haedo en Mallorca, al mando de un tal Viana, que acababa de rescatarse, y era valeroso, activo y práctico en la mar y costa de Berbería. Dio la vela a fines de setiembre, y arribó a Argel el 28 del mismo mes; y manteniéndose lejos de la costa para no ser descubierto, se acercó de noche al paraje de la playa más próximo al jardín, y propio para avisar a los cautivos escondidos de su llegada. En esta situación acertaron a pasar por allí unos moros, que o desde una barca de pescar o desde la orilla divisaron entre la oscuridad de la noche la fragata y los cristianos, y comenzaron a apellidar auxilio con tal estruendo y algazara, que amedrentados los que venían en el bajel hubieron de hacerse a la mar; y aunque poco después repitieron la tentativa de aproximarse a la costa, fue no menos infructuosa y mucho más desgraciada, porque cayendo prisioneros de los moros, quedó desbaratado enteramente el plan que tenían concertado. Entretanto Cervantes y sus compañeros sobrellevaban con resignación las privaciones y aun las enfermedades y dolencias que algunos padecían   -pág. 38-   por la humedad y lobreguez de aquel sitio, consolándose mutuamente con la dulce y próxima esperanza de su libertad, la cual como uno de los dones más preciosos que a los hombres dieron los cielos, podía únicamente recompensarlos de tantas incomodidades y fatigas, pues por ella, así como por la honra (decía Cervantes) se puede y debe aventurar la vida, y por el contrario el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.

30. Pero la suerte, que contrariaba sus planes y designios, les privó también hasta de la misma esperanza por un medio tan extraordinario como imprevisto. El Dorador, en cuya confianza había puesto Cervantes el buen éxito de su empresa, era un taimado hipócrita, y resolvió volver a renegar entonces de nuestra religión; y con este propósito se presentó el día último de setiembre al Rey Azan, manifestándole su resolución, y descubriéndole por congratularse con él el secreto de los cautivos escondidos, el paraje de la cueva, y la destreza y medios con que Cervantes había dispuesto y manejado aquel asunto. Complacido sobremanera el Rey de esta noticia, y viendo en ella un arbitrio de satisfacer su codicia, apropiándose aquellos esclavos como perdidos, conforme a la costumbre o derecho que tenían los bajaes de Argel, dispuso inmediatamente que el comandante de su guardia, llevando consigo ocho o diez turcos a caballo y otros veinticuatro de a pie con sus escopetas y alfanjes, y algunos con lanzas, fuesen al jardín del alcaide de Azan, sirviéndole de guía el delator, y trajese presos y en buena custodia a los cristianos escondidos y al jardinero. Desde luego prendieron a este, y en seguida entraron violentamente en la cueva, y en medio de la sorpresa de este acontecimiento pudo Cervantes advertir   -pág. 39-   a sus compañeros que descargándose con él, le achacasen toda la culpa, para lograr salvarlos a todos por este medio tan noble como generoso.

31. Mientras que los turcos y los moros armados maniataban a los cautivos que encontraron en aquel sitio, Cervantes, llamando la atención del concurso, dijo en alta voz con entereza y serenidad, que ninguno de aquellos infelices tenía culpa ni arte en aquel negocio, porque él solo era quien los había inducido a fugarse y esconderse y quien todo lo había dispuesto y manejado. Sorprendidos los turcos de una confesión tan paladina y generosa, por el riesgo de la vida y de los tormentos a que se exponía según la cruel condición del Rey Azan, avisaron a este con un hombre de a caballo de lo que pasaba y de lo que Cervantes decía, de cuyas resultas mandó el Rey que encerrasen a todos aquellos cristianos en su baño, y que solo a Cervantes lo condujesen preso a su presencia, para lo cual le maniataron, y llevaron a pie, sufriendo en tan largo camino de los que le custodiaban y de la chusma de Argel todo género de afrentas, de injurias y vejaciones.

32. De esta manera fue presentado ante el Rey Azan, quien valiéndose de su autoridad y recursos examinó varias veces a Cervantes, ya con todas las astucias y halagos que le sugería el interés, ya con las terribles amenazas de la muerte y de los tormentos que le dictaba la crueldad, para apurar de él quiénes eran los cómplices de aquella conspiración, y porque particularmente estaba persuadido de ser uno de los principales el R. P. Fr. Jorge Olivar, comendador de Valencia, de la orden de la Merced, y redentor entonces en Argel por la corona de Aragón, o porque el Dorador le hubiese manifestado que favorecía la evasión de los cautivos, o porque su codicia buscase pretexto y   -pág. 40-   ocasión para echar mano de este religioso, y sacar por él una suma considerable de dinero. El mismo P. Olivar lo receló así, y lo comunicó el mismo día al Dr. Antonio de Sosa, eclesiástico de gran reputación por su virtud y sabiduría, que se hallaba cautivo y encadenado, enviándole las vestiduras, ornamentos, vasos y otras cosas sagradas que tenía para el culto de la iglesia, temiendo que las robasen y profanasen los turcos que fuesen a prenderle. Pero Cervantes, impertérrito a todas las amenazas, y sordo a todas las seducciones, estuvo constante en decir que él solo era el culpado, sin nombrar ni comprometer directa ni indirectamente a ninguno de sus camaradas. Cansado el Rey de su constancia, y sin poder sacar otra respuesta ni noticia, se contentó con apropiarse todos aquellos cautivos, y entre ellos a Cervantes, a quien mandó encerrar en su baño, cargándole de cadenas y hierros con intención todavía de castigarle.

33. Receloso el Dorador de que se le imputase aquella infame delación, se fue desde luego a la casa del alcaide Mahamet, judío, a visitar al Dr. Antonio de Sosa, que estaba allí cautivo y encerrado en un aposento, y con fingidas palabras y artificiosas razones procuró excusarse y ponerse a salvo, como quien deseaba quedar en buen lugar, y temía perder su reputación y concepto entre los cristianos; pero ni el Dr. Sosa ni algún otro pudo disculparle, cuando tan públicamente había guiado a las que prendieron a los cautivos en la cueva, y cuando abrazando de nuevo el mahometismo, y llamándose Mamí, vivió de esta manera hasta el 30 de setiembre de 1580, día en que muriendo miserablemente se cumplían tres años cabales de haber ejecutado tan execrable maldad. Por otra parte el alcaide Azan, luego que   -pág. 41-   supo el suceso de la cueva, acudió presuroso al Rey, le requirió con mucha instancia hiciese justicia muy áspera de todos los fugitivos, y le permitiese hacerla a su placer del jardinero, a quien en efecto ahorcó cruelmente con sus mismas manos el día 3 de octubre de aquel año. Lo mismo hubiera sucedido con Cervantes y aun con sus compañeros, si la codicia de que estaba poseído el corazón del Rey no hubiera vencido a su carácter bárbaro y sanguinario, esperando aprovecharse del rescate de aquellos cautivos, pues como perdidos y criminales se consideraba en posesión de todos ellos. Fuele sin embargo preciso restituir algunos a sus antiguos dueños; y si Cervantes fue uno de estos, como refiere el P. Haedo, estuvo muy poco tiempo en la dominación de Dalí Mamí, porque el Rey, o temiendo las trazas y travesuras suyas, o teniéndole en consideración de gran rescate, le compró a aquel arráez por quinientos escudos en que se concertaron, para tenerle en su poder, y custodiado a toda su confianza.

34. Era Azan-bajá en extremo ambicioso, suspicaz y maligno; y tan cruel y tirano con los esclavos, que le temían como a un monstruo del infierno mismo. Horroriza la historia que de su vida y atrocidades refiere el P. Haedo; y el mismo Cervantes, hablando de los trabajos que en el baño de Azan padecían sus cautivos, que eran cerca de dos mil, le retrata de este modo: y aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba al suyo, empalaba a este, desorejaba a aquel, y esto por tan poca ocasión y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo,   -pág. 42-   y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano.

35. Así fue que disponiendo de Cervantes como de un esclavo propio, le tuvo preso y encerrado en su baño desde fines de 1577 con gran vigilancia; pero él, pugnando siempre por sacudir un yugo que tan violentamente le oprimía, tuvo arbitrio para despachar secretamente un moro con cartas para el general de Orán, D. Martín de Córdoba, y para otras personas conocidas residentes en aquella plaza, pidiéndoles enviasen algunos espías o personas de confianza con quienes pudiesen huir él y otros tres caballeros que estaban cautivos en el mismo baño del Rey. El moro salió para cumplir su encargo; pero tuvo la desgracia de que a la entrada de Orán le interceptasen otros moros las cartas que llevaba, conduciéndole preso a Argel, donde viendo el Rey Azan la firma y nombre de Cervantes, mandó empalar al moro, que murió sin declarar cosa alguna, y que a Cervantes le diesen dos mil palos, echándolo de entre sus cristianos: si bien quedó sin efecto esta sentencia por los ruegos y empeños que se interpusieron a su favor: condescendencia singular y gracia sin ejemplo en un bárbaro, que por el mismo tiempo mandó matar a palos en su presencia a tres cautivos españoles, que intentando huir a Orán separadamente y en distintas ocasiones, fueron aprehendidos en su viaje por los moros habitadores del campo.

36. Ni tan repetidas desgracias, ni tantos riesgos de perecer miserablemente pudieron abatir el espíritu de Cervantes, ni amortiguar su ardiente deseo de procurar su libertad y la de otros cristianos, en cuya suerte tomaba tanta parte. Hallándose en Argel por el mes de setiembre de 1579 un renegado español, que conocido en Granada, de donde era natural, por el licenciado Girón,   -pág. 43-   había tomado el nombre de Abderramen desde que se hizo mahometano, supo Cervantes que arrepentido este infeliz de su determinación, deseaba volver a su primitiva creencia y a su patria. Asegurose de su modo de pensar y de su carácter y sinceridad por medio de informes reservados que le dieron varios cautivos paisanos suyos, y entonces le exhortó y animó repetidas veces a que volviese al seno de la iglesia católica, seguro de que él le proporcionaría medios de trasladarse a España. Para esto trató con dos mercaderes valencianos llamados Onofre Exarque y Baltasar de Torres, residentes en Argel, que aprontasen el caudal suficiente para comprar una fragata armada; y habiendo facilitado Exarque hasta mil quinientas doblas, el renegado Girón verificó a su nombre la compra de un bajel de doce bancos, y lo habilitó y dispuso para hacerse a la mar, todo por dirección oculta del mismo Cervantes.

37. Había este avisado con igual reserva a sesenta de los más principales cautivos para que estuviesen prontos a embarcarse al primer aviso para tierra de cristianos; y ya se acercaba el momento de la partida, cuando un mal intencionado lo descubrió todo al Rey Azan, y frustró esta nueva tentativa de evadirse del cautiverio. En efecto el Dr. Juan Blanco de Paz, natural de la villa de Montemolín junto a Lerena, olvidado de haber sido religioso profeso de la orden de Sto. Domingo en Santiesteban de Salamanca, resentido o envidioso de Cervantes y de algunos de sus compañeros, descubrió al Rey el proyecto que tenían de huirse en aquella embarcación, recibiendo de su mano un premio harto mezquino e indecoroso por una delación tan atroz y detestable.

38. Pareció sin embargo al Rey que era conveniente disimular por entonces, con la idea de   -pág. 44-   coger a los cristianos en el hecho para castigarlos o apropiárselos con más visos de razón y justicia; pero como la dilación diese lugar a que se susurrase esta noticia, los cristianos luego que presumieron que el Rey era sabedor de todo, se amedrentaron en extremo, y en particular Onofre Exarque, que temía perder su hacienda, libertad y vida, creyendo que si prendían a Cervantes le obligarían con tormentos a declarar todo el suceso y los cómplices que mediaban en él. Para evitarlo le rogó y persuadió encarecidamente que se embarcase para España en unos navíos que estaban para dar la vela, pues él satisfaría con su caudal el importe de su rescate; pero Cervantes, que penetró todo su recelo y desconfianza, y cuán indecoroso le era huir del peligro, dejando en tanto riesgo a sus compañeros, no solo no quiso aceptar la oferta, sino que procuró tranquilizarle con la magnanimidad que le era característica, diciéndole que ningún tormento, ni aun la muerte misma, bastaría para que él descubriese o condenase a ninguno de sus compañeros, antes bien se culparía a sí mismo para salvarlos a todos; y que esta resolución firme y constante la hiciese saber a ellos, para que viviesen tranquilos, sin zozobra ni cuidado sobre su futura suerte.

39. Entre tanto Cervantes, fugitivo de la casa de su señor, se había amparado del alférez Diego Castellano, antiguo camarada suyo, que le tuvo escondido hasta ver las órdenes y disposiciones que tomaba el Rey de resultas de haber descubierto esta conspiración. Pocos días después se mandó con público pregón buscar a Cervantes, imponiendo pena de la vida a quien le tuviese oculto; y receloso entonces él de ocasionar algún daño a su amigo, o de que otro cristiano padeciese por su causa si se intentaba hacer la averiguación por medio   -pág. 45-   de tormentos, resolvió de su propia y espontánea voluntad presentarse, fiándose para ello de un renegado, natural de Murcia, llamado Morato Ráez Maltrapillo, íntimo amigo del Rey, por cuyo medio e intercesión esperaba salir mejor de aquel apuro. Luego que estuvo a la presencia de Azan Agá empezó este a preguntarle para inquirir las circunstancias del proyecto y sus cómplices; y aun para más amedrentarle hizo que le pusiesen un cordel a la garganta, y que le atasen las manos atrás como si se dispusiesen para ahorcarle; pero Cervantes con la mayor serenidad no solo no culpó a ninguno, sino que confesó constante y repetidamente que solo él lo había ideado y dispuesto todo con otros cuatro caballeros que ya habían ido en libertad, pues de los restantes ninguno lo sabía ni debía saberlo hasta el momento mismo de la ejecución. Las respuestas y salidas que dio a las instancias y reconvenciones del Rey fueron tan ingeniosas y discretas, que si no bastaron a justificarle plenamente, lograron a lo menos templar la indignación de Azan Agá, quien se satisfizo por entonces con desterrar de la ciudad al renegado Girón para el reino de Fez, y con mandar que encerrasen a Cervantes en la cárcel de los moros, que estaba en su mismo palacio, donde le tuvo cinco meses aherrojado con grillos y cadenas, custodiado con mucha guardia, y tratado con sumo rigor, al mismo tiempo que por una acción tan noble cobró (según la expresión del alférez Luis de Pedrosa, uno de los testigos) gran fama, loa y honra y corona entre los cristianos.

40. Lo cierto es que la industria y sagacidad con que Cervantes había urdido y manejado estas conspiraciones, y el valor y constancia con que había sobrellevado los riesgos a que por cuatro veces se expuso de perder la vida empalado, enganchado   -pág. 46-   o abrasado vivo por salvar a sus compañeros, le granjearon tal concepto, y le hicieron tan respetable y temible a los argelinos, que el mismo Azan Agá llegó a recelar que aspirase a levantarse con Argel y destruir aquel asilo de los piratas del Mediterráneo. El ejemplo de dos valientes españoles que le habían precedido en empresa tan ardua y temeraria, y el considerable número de más de veinticinco mil cautivos con que podía contar para su ejecución, le alentaron en la idea de apoderarse de aquella ciudad con el fin de entregarla a su soberano Felipe II, haciéndola parte de la monarquía española, bien persuadido de su importancia y de las desdichadas ocasiones en que se había malogrado su conquista por el ordinario medio de las armas, aunque dirigidas por los más señalados capitanes de aquel siglo. Y hubiéralo conseguido, según las atinadas disposiciones que había tomado, si la ingratitud y malevolencia de algunos conjurados no descubriera sus planes, frustrándolos para siempre, y exponiendo su vida a ser víctima de tan abominable perfidia. Empresas que decía el mismo Cervantes quedarían por muchos años en la memoria de aquellas gentes, y de las cuales aseguraba el P. Haedo se pudiera hacer una particular historia. No era por consiguiente la opresión y custodia en que tenía a Cervantes el Rey Azan un mero efecto de su condición severa y destemplada, sino una medida de precaución por su propia seguridad y la de su república; y por eso solía decir que como tuviese bien guardado al estropeado español, tendría segura su capital, sus cautivos y sus bajeles.

41. El mismo Cervantes lo conoció así, confesando la moderación y templanza con que le trató Azan Agá, tan ajena de su carácter y condición, como no experimentada de los demás esclavos.   -pág. 47-   Después de hablar en boca del cautivo de las crueldades que usaban con ellos, añade: solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchas que hizo, temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez.

42. A estas aflicciones y sobresaltos se unieron, especialmente en los últimos años de su cautiverio, los que producían las calamidades generales que se experimentaron en Argel. La bárbara tiranía y despotismo de Azan Agá le sugirió desde su entrada en el gobierno los medios de apoderarse de todos los víveres, granos y provisiones, y poder dar exclusivamente la ley en los precios sin otro límite ni respeto que el ansia de satisfacer su desenfrenada codicia, de que resultaron la carestía, la hambre, las enfermedades y una mortandad tan horrorosa en la gente pobre del país, que se veían todas las calles de la ciudad cubiertas de cadáveres y moribundos, calamidad que si no alcanzó en todo su rigor a los cautivos cristianos, tal vez por el interés de sus amos en no perder sus rescates, no pudo a lo menos eximirlos de las angustias y penalidades que causa una carestía y miseria tan lamentable en una población tan numerosa y abandonada en aseo y policía como la de Argel. Por este mismo tiempo, al ver los formidables preparativos que con tanta reserva y actividad hacía Felipe II para la conquista de Portugal, se apoderó un terror pánico y recelo tal de los magnates argelinos, creyendo que el objeto de aquel armamento era el de apoderarse de su ciudad, que trabajaron con incesante afán en aumentar   -pág. 48-   y restablecer sus fortificaciones, empleando en esto de día y de noche a los cautivos cristianos, a quienes celaban con la mayor vigilancia, y oprimían con nuevas vejaciones en razón de la proximidad del riesgo en que se creían, hasta que la entrada del ejército español en Portugal les desengañó del verdadero destino de aquella expedición.

43. Mientras Cervantes ponía en obra medios y arbitrios tan arriesgados e ingeniosos para obtener su libertad, sus padres procuraban conseguírsela desde Madrid por el ordinario camino del rescate. Faltábales empero el caudal suficiente para realizarle, por haber consumido en 1577 el poco que tenían en redimir al hijo mayor, y así luego que este llegó a España, solicitó Rodrigo de Cervantes ante un alcalde de corte que se recibiese información judicial, no solo de la calidad, circunstancias y servicios de su hijo Miguel, sino también de la absoluta pobreza en que se hallaba para poder rescatarle. A este fin presentó en 17 de marzo de 1578 un interrogatorio de seis preguntas, y al mismo tiempo cuatro testigos, que habiendo tratado y conocido a su hijo en las jornadas de levante y en el cautiverio, podían contestarlas con toda seguridad. Eran estos los alféreces Mateo de Santisteban, natural de Tudela de Navarra, y Gabriel de Castañeda, del lugar de Salaya en las montañas de Santander, el sargento Antonio Godínez de Monsalve, natural y vecino de Madrid, y D. Beltrán del Salto y de Castilla, que se hallaba en esta corte: los cuales contestaron como testigos oculares muchos hechos de los que quedan referidos, y confirmaron ser Cervantes hijo legítimo de Rodrigo de Cervantes y de Doña Leonor de Cortinas, de edad de 30 años, poco más o menos, según lo que representaba por   -pág. 49-   su aspecto; que había sido cautivado por Dalí Mamí, aunque sabían que ya estaba en poder de Azan Agá, y que su padre era hijodalgo, y muy pobre por haber vendido los pocos bienes que tenía para rescatar a su hijo mayor.

44. Residía también a la sazón en Madrid el duque de Sesa, después de haber sido virrey de Sicilia; y a nombre y por parte de Cervantes le suplicaron sus parientes les diese un certificado de los méritos y servicios que había contraído en Italia y en las expediciones mencionadas, respecto a haber perdido, cuando le cautivaron, los despachos que traía para solicitar del Rey alguna gracia. El duque, a quien constaba la verdad de todo, expidió desde luego, con fecha de 25 de julio del mismo año, una certificación muy expresiva, sellada con sus armas y refrendada por su secretario, en que citando sumariamente los méritos de Cervantes, concluye con que era digno de que S. M. le hiciese toda merced para su rescate.

45. Este era el objeto de los afanes y solicitudes de sus padres, y para cuyo logro procuraban unos testimonios tan autorizados. Pero habiendo fallecido entonces Rodrigo de Cervantes sin el consuelo de ver a su hijo en libertad, se difirió el despacho de la pretensión más de lo que se quería y era necesario. Entre tanto se dispusieron para ir a Argel al rescate de cautivos por orden de Felipe II, de su consejo Real y de los superiores de la religión de la santísima Trinidad el R. P. Fr. Juan Gil, procurador general de aquella orden, y redentor por la corona de Castilla, y el P. Fr. Antonio de la Bella, ministro de la casa de Baeza; a los cuales se presentaron en 31 de julio de 1579 Doña Leonor de Cortinas, ya viuda, y Doña Andrea de Cervantes su hija, vecinas de Alcalá y residentes en Madrid, para entregarles trescientos   -pág. 50-   ducados, los doscientos cincuenta de la primera, y los cincuenta de la segunda, para ayuda del rescate de Miguel su hijo y hermano.

46. Para acrecentar esta cantidad continuó después Doña Leonor de Cortinas las diligencias que había meditado su marido, y dirigió al Rey una súplica, apoyada con la información judicial y la certificación del duque de Sesa, para que S. M. en consideración a los méritos de su hijo y a la pobreza en que ella estaba, le concediese algún arbitrio o gracia para rescatarle. Atendió el Rey a esta instancia, concediendo a Doña Leonor en 17 de enero de 1580 permiso para que del reino de Valencia se pudiese llevar a Argel dos mil ducados de mercaderías no prohibidas, con tal que su beneficio e interés sirviese para el rescate de su hijo; pero fue tal la mala suerte de esta familia, que no llegó a tener efecto esta gracia, porque tratando de beneficiarla, no daban por ella sino sesenta ducados.

47. Entre tanto los padres redentores emprendieron su viaje a Argel, adonde llegaron el 29 de mayo de 1580, día de la santísima Trinidad, y empezaron a tratar desde luego del rescate de los cautivos. La dificultad que tuvieron en el de Cervantes les retardó algún tiempo, porque el Rey pedía por él mil escudos para doblar el precio en que le había comprado, y amenazaba que si no le aprontaban esta cantidad le llevaría consigo a Constantinopla. Había Azan finalizado su gobierno, que por orden del Gran Turco entregó a Jafer-bajá, e iba a partir para aquella capital con cuatro bajeles suyos y de su chaya o mayordomo, armados todos con esclavos y renegados propios, llevando además la escolta de otros siete buques que regresaban a Turquía, y ya tenía a bordo a Cervantes, asegurado con grillos y cadenas. Compadecido el   -pág. 51-   P. Gil de su situación, y temiendo se perdiese para siempre la ocasión de lograr su libertad, rogó e instó con la mayor eficacia hasta conseguir rescatarle en quinientos escudos de oro en oro de España, buscando para ello dinero prestado entre los mercaderes, y aplicándole varias cantidades de la redención y de las limosnas particulares hasta completar aquella suma. Concluido este concierto, y gratificados con nueve doblas los oficiales de la galera por sus derechos, fue desembarcado Cervantes el 19 de setiembre en el momento mismo en que dio la vela Azan Agá para su destino.

48. Recobrada su libertad, quiso Cervantes justificar su conducta, y poner su reputación a salvo de los tiros de la envidia y de la malignidad antes de presentarse en España. Importábale además para sus pretensiones y para el logro de algún premio correspondiente a sus servicios, que se supiesen y constasen con toda solemnidad los que con tanto riesgo suyo acababa de intentar durante su cautiverio. Con este objeto se presentó ante el P. Gil en 10 de octubre de 1580, suplicándole que no habiendo en Argel persona alguna que tuviese administración de justicia entre los cristianos, y representando él allí a S. M. y a la santidad del Sumo Pontífice como delegado apostólico, mandase recibir una información de testigos ante el notario Pedro de Ribera según el interrogatorio que había formado. Otorgósele esta demanda, y se examinaron doce de los principales y más calificados cristianos que allí había, al tenor de veinticinco preguntas, que comprenden difusamente no solo todos los sucesos y empresas ocurridas en los años anteriores según se han historiado, sino una comprobación de la conducta pública y privada de Cervantes y de la de sus émulos, quienes habían puesto en ejercicio todos los manejos y medios   -pág. 52-   más infames para desacreditarle y perderle.

49. Desde que Juan Blanco de Paz había delatado al Rey el proyecto de la fragata armada a nombre del renegado Girón, estaba tan odiado y aborrecido de los cautivos, que sin duda le hubieran quitado la vida a puñaladas por tan fea traición, si no les contuviera el Dr. Antonio de Sosa. Corrido y abochornado aquel infame delator manifestó desde luego su enemistad y resentimiento, en especial contra los mercaderes Exarque y Torres y contra Cervantes, a quien abiertamente negó su trato y conversación. Llegó a tal extremo su encono y ojeriza, que para desacreditar a Cervantes, y perjudicarle en sus pretensiones venideras, trató de formarle secretamente una causa criminal sobre su conducta y proceder, seduciendo a unos testigos con dádivas y promesas de su libertad, y sorprendiendo la sencillez de otros con aparatos de gran autoridad y valimiento.

50. Con tal dañado propósito fingió y divulgó ser comisario del santo Oficio, con cédula y comisión del Rey para ejercer allí sus funciones, y aun se atrevió a requerir a los padres redentores de España y de Portugal, al Dr. Sosa y a otros eclesiásticos que le reconociesen por tal y le prestasen obediencia; pero exigiéndole estos la manifestación de sus títulos y poderes, y viendo que no los tenía, hallaron mucha razón para convencerle, como lo hicieron, de su falsedad, y reprenderle severamente tan ruin intención y tan enorme delito.

51. En tales antecedentes fundaba Cervantes la necesidad de acrisolar su conducta para acreditarla en España ante el Rey y sus tribunales de un modo que desvaneciese toda sugestión maligna de sus émulos. Nada le quedó que desear en esta parte; porque la información que recibió el P. Gil es   -pág. 53-   la apología más completa, donde resaltan, como en la pintura las luces entre las sombras, las nobles prendas y virtudes de su corazón al través de los vicios y viles maquinaciones de sus calumniadores.

52. Para graduar todo el mérito de su conducta y religiosidad es preciso dar idea de algunas costumbres de aquellos bárbaros. Una de las más depravadas y horribles era la seducción de los jóvenes que caían cautivos, a los cuales compraban en excesivo precio, los vestían con gran lujo y ostentación, los regalaban con exquisitas comidas y manjares, los halagaban con toda suerte de caricias, prohibiéndoles el trato con los cristianos y las prácticas de su religión; por cuyos medios los inducían a renegar y pervertían sus costumbres. Solo cuando no eran suficientes estos arbitrios se valían del rigor y de la crueldad. No era extraño pues que en asunto de tan grave trascendencia se lamentasen con tal celo los escritores de aquel tiempo y otras personas timoratas de la facilidad con que se corrompía la juventud en el cautiverio, excitando la piedad cristiana para salvarla y redimirla de tan inminente peligro. Cervantes lo pintó con suma viveza y discreción en su Trato de Argel, y en la historia de la hija del morisco Ricote, que disfrazó de mujer a su amante D. Gaspar Gregorio para librarle de este riesgo; y durante su esclavitud, sin poder contener los impulsos de su ardiente caridad, dio avisos, consejo e industria a cinco muchachos renegados, pertenecientes a los turcos más principales de Argel, para que se reconciliasen con nuestra santa religión, y yendo de viaje en las galeotas con sus patrones se huyesen a tierra de cristianos, como lo hicieron con gran satisfacción suya.

53. No era menos odiosa y tiránica la conducta particular de los amos con respecto a los   -pág. 54-   esclavos pobres, a los cuales, después de emplearlos en sus ocupaciones domésticas, obligaban a trabajar en las obras públicas de la ciudad, o en otras faenas duras pero lucrativas, con el fin de aprovecharse también de esta ganancia e interés, y de ahorrarse hasta el mezquino mantenimiento que les daban; maltratándolos tan cruelmente si no cumplían con esta diaria contribución, que a veces quedaban inutilizados para siempre, y entonces los sacaban a las puertas de las casas a pedir limosna para sustentarse. Cervantes lastimado de la suerte de estos miserables procuraba con caritativo afán aliviársela, proporcionándoles socorros para su sustento, y para que se libertasen de los bárbaros castigos y malos tratamientos de sus amos. Así lo declararon algunos de los testigos examinados en Argel, alabando su ocupación virtuosa y cristiana en hacer bien a los pobres cautivos, y en distribuir entre ellos lo poco que tenía y podía allegar para mantenerlos y satisfacer sus jornales, evitando por este medio que los maltratasen sus patrones.

54. Aparece además y consta en la información por testimonio uniforme de tantas personas calificadas y veraces, que Cervantes fue siempre exacto en todas las obligaciones y prácticas de un cristiano católico: que su celo fervoroso y su instrucción sólida en los fundamentos de la fe, le empeñó muchas veces en defenderla entre los mismos infieles con grave riesgo de su vida: que con el mismo espíritu animaba para que no renegasen a los que veía tibios y desalentados: que su nobleza de ánimo, sus buenas costumbres, la franqueza de su trató, y su ingenio y discreción le granjeaban muchos amigos, complaciéndose todos en reconocerle por tal: que su popularidad y beneficencia le captaban igual concepto y aprecio   -pág. 55-   entre la muchedumbre: que sin embargo de esto conservó aun en su esclavitud todo el decoro propio de sus circunstancias, tratando y conversando familiar y amigablemente con los sujetos más distinguidos por su estado y condición; y que los mismos padres redentores, conociendo su talento y buenas prendas, no solo le trataron con singular aprecio, sino que consultaban y comunicaban con él los asuntos y negocios más arduos de sus encargos y comisiones.

55. Entre las muchas declaraciones que comprueban todo esto, es notable la de D. Diego de Benavides, natural de Baeza, que habiendo llegado cautivo desde Constantinopla, preguntó en Argel a algunos cristianos quiénes eran los principales y más señalados; y habiéndole indicado especialmente a Cervantes entre los primeros, porque era muy cabal, noble y virtuoso, y de muy buena condición, y amigo de otros caballeros, le buscó y procuró su compañía, hallando en él padre y madre, pues siendo nuevo en aquella tierra, sin tener de quien valerse, Cervantes, que ya estaba rescatado, no solo le ofreció con generosidad su posada, ropa y dineros, sino que le llevó consigo a su casa, donde le alojó y dio de comer, haciéndole mucha merced, hasta que pudiesen venir juntos a España. El alférez Luis de Pedrosa, natural de Osuna, declaró que puesto que hubiese en Argel otros caballeros tan buenos como Cervantes, no había visto quien hiciese bien a cautivos o presumiese de casos de honor tanto como él, y que en extremo tiene especial gracia en todo, porque es tan discreto y avisado, que pocos hay que le lleguen. El religioso carmelita Fr. Feliciano Enríquez, natural de Yepes, refiere que después de haber comprobado por sí mismo una calumnia que habían levantado contra Cervantes, se hizo muy amigo   -pág. 56-   suyo, como lo eran todos los demás cautivos, a quienes da envidia su hidalgo proceder, cristiano, honesto y virtuoso. El mismo P. Fr. Juan Gil, después de abonar la buena fe y circunstancias de los testigos, dice que tenía a Cervantes por muy honrado, que había servido muchos años al Rey, y que particularmente por las cosas que había hecho en su cautiverio merecía que S. M. le hiciese mucha merced; añadiendo al mismo tiempo que le había tratado con intimidad y confianza, y que se hubiera abstenido de su trato si se hallase mal conceptuado o careciese de las prendas que confesaban en él tantos como le conocían. El Dr. Antonio de Sosa, que por estar siempre encarcelado con cadenas no pudo declarar en la información, cuando llegó a sus manos el interrogatorio, escribió de su puño en 21 del mismo mes de octubre una relación al tenor de sus preguntas, en la cual confirmando y ampliando con sumo juicio y discreción los hechos que contiene, dice, entre otras cosas, que hacía cerca de cuatro años mantenía con Cervantes estrecha amistad; que siempre le consultaba este sus proyectos y aun los versos que componía; que no había notado en él vicio ni escándalo alguno, y si tal no fuera (añade) yo tampoco le tratara ni comunicara, siendo cosa muy notoria que es de mi condición y trato no conversar sino con hombres y personas de virtud y bondad.

56. ¡Qué contraste y oposición no presenta este retrato de Cervantes con el de Juan Blanco de Paz su competidor! Abandonado este en sus obligaciones religiosas, ni asistía al servicio de la iglesia, ni a sus rezos y oraciones, ni consolaba a los cautivos enfermos en los hospitales: seductor y pendenciero, intentó alucinar a muchos con falsas promesas para que declarasen contra varios   -pág. 57-   cristianos, singularmente contra Cervantes, y tuvo la osadía de maltratar con sus manos sacrílegas a dos sacerdotes: envidioso y calumniador, delató el proyecto de la fragata, y quiso culpar de ello al Dr. Domingo Becerra, esclavo del Rey, que le convenció de la impostura, y le avergonzó con la verdad de haber sido él solo quien hizo tan infame delación... Pero apartemos los ojos de semejantes fragilidades y miserias a que puede arrastrarnos el torrente desenfrenado de las pasiones cuando se pierde el sendero de la virtud y de la razón.

57. A vista de todo esto no es de admirar que Cervantes diese, durante su vida, tanta importancia a los acontecimientos que promovió en Argel, ni a los trabajos y persecuciones que padeció por esta causa, haciendo mención, con frecuencia, de tales sucesos, o aludiendo a ellos en casi todas las obras que escribió, y que no han podido hasta ahora entenderse ni explicarse bien por carecer de estas noticias: ni menos debe extrañarse que conservara tan viva su gratitud a los padres redentores y a su sagrado y caritativo instituto, del cual hizo un digno elogio en la novela de la Española inglesa. El P. Haedo confiesa que el cautiverio de Cervantes fue de los peores que hubo en Argel, y él mismo decía muchos años después que en aquella escuela aprendió a tener paciencia en las adversidades. Estas no pudieron con todo marchitar la lozanía de su ingenio, ni sofocar su amor y su pasión a las buenas letras. Consta que escribió allí algunos versos a objetos sagrados propios de su devoción, y es muy verosímil que compusiese entonces algunas de sus comedias, pues sabemos que para solemnizar ciertas festividades se entretenían los cautivos dentro de los baños en representar varios dramas y recitar los pasos más graciosos   -pág. 58-   de nuestros poetas, como lo indica el mismo Cervantes en Los Baños de Argel, donde inserta cierto fragmento en verso de uno de los coloquios pastoriles de Lope de Rueda, que supone se recitó por los cautivos en una de aquellas funciones. Pero sobre todo lo que no pudo escaparse de su ingenio perspicaz y filosófico fue el conocimiento de las costumbres y usos de los moros y turcos, que por eso retrató con tan admirable pincel y extremada propiedad en la mayor parte de sus apreciables escritos.

58. Luego que Cervantes concluyó estas diligencias tan a su placer, recogió testimonio de ellas, autorizado por Pedro de Ribera, notario apostólico, y una certificación del P. Gil, firmada en 22 de octubre, con intención de requerir, si fuese necesario, al Consejo de S. M. para que le hiciese merced; y partió para España con otros compañeros que venían en libertad a fines del mismo año de 1580, logrando (según su propia expresión) uno de los mayores contentos que en esta vida se puede tener, cual es el de llegar después de luengo cautiverio, salvo y sano a su patria: porque no hay en la tierra, añade en otro lugar, contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida.

59. Al tiempo de su llegada estaba Felipe II en Badajoz convaleciente de la grave enfermedad que había padecido, penetrado de aflicción por la muerte de su esposa la Reina Doña Ana de Austria, y ocupado enteramente en la conquista del reino de Portugal, donde después de allanado todo por el gran duque de Alba y su valeroso adalid Sancho Dávila, entró en 5 del mes de diciembre, convocando cortes en la villa de Tomar para mediados de abril del año siguiente. El ejército castellano permanecía en aquel reino con el objeto de   -pág. 59-   conservar la tranquilidad pública, sofocar las parcialidades que aún se manifestaban, hacer respetar la autoridad del Rey, y preparar la reducción de las islas Terceras. Continuando Rodrigo de Cervantes su carrera militar, se hallaba sirviendo en aquel ejército; y su hermano cuando llegó de Argel, conoció que las circunstancias no le proporcionaban otro medio más oportuno de conseguir sus pretensiones, que el de volver a servir en las tropas que estaban en Portugal. Puede presumirse con mucho fundamento que entonces se reunió a su antiguo tercio, que subsistía a cargo del maestre de campo general D. Lope de Figueroa, constándonos que se componía de soldados veteranos, ejercitados en las guerras de levante y de Flandes, y muy acostumbrados a tener grandes victorias de sus enemigos.

60. Así era natural que sucediese, y que por lo mismo se hallase Cervantes en el verano de 1581 embarcado en las naves con que salió de Lisboa aquel general para auxiliar a D. Pedro Valdés, que con una escuadra se hallaba comisionado para reducir las islas Terceras a la obediencia del Rey, y para proteger las naves que traficaban en las Indias. D. Lope de Figueroa, que reconoció en el mar las de Portugal que venían del oriente, las proveyó de víveres y las dirigió a Lisboa, donde entraron con felicidad: y habiendo después encontrado al general Valdés disgustado del mal éxito de un desembarco que intentó en la Tercera, y no pudiendo avenirse los dos en sus dictámenes y opiniones, obraron separadamente, y regresaron casi al mismo tiempo a los puertos de Portugal.

61. En ellos mandó reunir Felipe II para el año siguiente las varias escuadras que se aprestaron en otras provincias marítimas a fin de contener los   -pág. 60-   excesos de las cortes de Francia e Inglaterra, que oculta y disimuladamente apoyaban las pretensiones de D. Antonio, prior de Ocrato, a la corona de Portugal, sostenían la rebeldía de las Terceras, e intentaban apoderarse de los tesoros que de nuestras colonias conducían las flotas y galeones. Con estas miras había ya salido a la mar una escuadra francesa; y Felipe II, que eligió para mandar la española al mayor marino de su siglo, al ínclito D. Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, le ordenó que diese la vela, llevando embarcada mucha tropa del ejército, y en este número los aguerridos tercios de nuestra infantería que estaban a cargo de los maestres de campo Don Lope de Figueroa y D. Francisco de Bobadilla, a los cuales estando a bordo se les pasó revista general el 29 de junio de 1582 en el río de Lisboa. Salió de allí la armada el 10 del mes siguiente; el 21 descubrió la isla de S. Miguel, y el 25 a los enemigos a sotavento y en las cercanías de la Tercera. Empezaron luego a cañonearse algunos buques de ambas escuadras, aunque se interrumpió el combate, que se empeñó obstinadamente al día inmediato porque los franceses fiaron demasiado en la superioridad de sus fuerzas. El galeón S. Mateo, que era la almiranta y en que iba embarcado D. Lope de Figueroa, y verosímilmente Cervantes, fue el que más se distinguió en los principios de la acción, porque atacado a la vez por varias naves francesas, tuvo que defenderse valerosamente durante dos horas, abordando a unas, echando a pique a otras, y maltratando a las que pudo en medio de haber sido incendiado por cinco veces, logrando apagar el fuego con su sola gente. Tan crítica era su situación que obligó al marqués de Santa Cruz a mandar que virase toda la escuadra para socorrerle. De esta maniobra resultó poder entrar en combate los   -pág. 61-   que estaban a retaguardia, quedando a la cabeza de la línea los esforzados marinos Villaviciosa, Miguel de Oquendo y otros, quienes auxiliados de su general lograron no solo libertar al galeón S. Mateo, sino destruir y apresar la mayor parte de las naves enemigas, poner en fuga las restantes, y obtener con fuerzas tan inferiores una de aquellas victorias maravillosas que señalan rara vez los siglos para perpetuar la memoria de los insignes capitanes, y glorificar a sus naciones con el recuerdo de su nombre. La armada española, después de haber permanecido algunos días en la isla de San Miguel para reparar sus averías, tomó noticias del estado en que se hallaba la Tercera, y regresó a Lisboa el 10 de setiembre. Cervantes asegura haberse hallado en esta expedición con su hermano Rodrigo, aunque sin especificar otras particularidades ni circunstancias.

62. Ambos sirvieron también en la jornada del año siguiente, que fue una consecuencia de la anterior, porque destruido el auxilio con que contaban los partidarios de D. Antonio en las islas, se facilitó la reducción de la Tercera; a cuyo fin cuando regresó a Castilla Felipe II, en 11 de febrero de 1583, dejó dispuesto en Lisboa el apresto de otra armada a cargo del mismo D. Álvaro de Bazán. Entre la mucha y escogida infantería que se destinó en ella fueron veinte banderas del tercio de Figueroa, que se componía de tres mil setecientos soldados veteranos. Salió de Lisboa el marqués el 23 de junio, y ejecutó su desembarco en la Tercera con admirable brío y valentía de sus soldados, por ser en una playa y haber a la sazón gran resaca de la mar; distinguiéndose en esta acción el alférez Francisco de la Rúa, que por haber encallado la barca que le conducía, se echó al agua intrépidamente con su bandera, y fue seguido   -pág. 62-   del capitán Luis de Guevara y de Rodrigo de Cervantes, a quien por tan arriesgada hazaña aventajó después el marqués de Santa Cruz. Tan heroico ejemplo alentó a otros muchos soldados, que a nado fueron saliendo a la orilla; pero con tal ímpetu y valor, que ayudándose unos a otros, sin necesidad de escalas ni de abrir brechas subieron encima de las trincheras enemigas, y en ellas enarbolaron el estandarte de Castilla. Con igual denuedo fueron batidas y deshechas las tropas portuguesas y auxiliares, y tomados todos los fuertes y castillos, en cuyo estado hubieron de capitular los franceses, y se facilitó de esta manera la reducción no solo de aquella isla, sino también de las otras que restaban, aunque de menor consideración. Con tanta gloria y felicidad terminó esta campaña el marqués de Santa Cruz, entrando en Cádiz el 15 de setiembre en medio de los aplausos de todos los buenos españoles.

63. Cervantes, que había sido testigo así en Levante como en el Océano de tantas y tan memorables hazañas de aquel héroe de la marina española, obedeciendo sus órdenes como súbdito, y admirando sus virtudes como filósofo, quiso tributar a su gloria las alabanzas que le dictaron su admiración y su reconocimiento; y además de un buen soneto que compuso con este fin, y publicó algunos años después el licenciado Cristóbal Mosquera de Figueroa en sus Comentarios de la jornada de las islas Azores, son notables las expresiones con que hablando en la primera parte del Quijote del apresamiento de la galera que mandaba un hijo de Barbarroja, concluyó diciendo: Tomola la capitana de Nápoles, llamada la Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán D. Álvaro de Bazán, marqués de Santa   -pág. 63-   Cruz: elogio sincero y justo, tan debido a la buena memoria de aquel gran ge eral, como propio de la gratitud y respeto de un soldado veterano, que militó tantos años bajo sus vencedoras banderas.

64. La permanencia y detención que con este motivo hizo en Portugal, le proporcionaron estudiar y conocer aquel país, y las costumbres y usos de sus habitantes, de quienes fue acogido sin duda con benevolencia, y apreciado como lo exigía su distinguido mérito. Su edad que aún conservaba la lozanía y vigor de la juventud, su carácter bondadoso y apasionado, y su viva y penetrante imaginación le encaminaron naturalmente al amor, y a dar a conocer los accidentes de esta pasión en sus poesías y escritos. Decía que todos los moradores de Lisboa son agradables, son corteses, son liberales, y son enamorados porque son discretos; y que la hermosura de las mujeres admira y enamora: ponderaba la lengua portuguesa de dulce y agradable: llamaba a Lisboa famosa y gran ciudad, y a aquel país tierra de promisión. En tales circunstancias hay lugar de presumir que contrajo relaciones de amistad y galantería con alguna dama portuguesa, de quien tuvo por este tiempo una hija natural, que se llamó Doña Isabel de Saavedra, la cual aun casado su padre le siguió en sus varios destinos, y vivía en su compañía y en la de su mujer cuando se hallaban establecidos en Valladolid mientras permaneció allí la corte de Felipe III. Lo cierto es que Cervantes conservó tan viva la memoria de la buena acogida y franca hospitalidad que recibió en Portugal, que jamás pudo dejar de ser un panegirista de la cultura y religiosidad de aquella ilustre nación, y de las nobles prendas de sus naturales; como se advierte en muchos de sus escritos, especialmente   -pág. 64-   en el libro tercero del Persiles, donde resalta su juicio y discernimiento a la par de su gratitud y generosidad.

65. Iguales conocimientos debió a las demás países en que había peregrinado, y adonde le condujo su carrera militar; porque tratando en todos con los literatos más aventajados, estudiando sus obras y sus libros, y examinando con crítica y con imparcialidad su política e ilustración, sus virtudes y sus vicios, sus aciertos y sus errores, adquirió aquel caudal de exquisita erudición, aquel juicio recto y puro, y aquella amenidad y gracia en el estilo que caracteriza sus obras; y sobre todo aquella verdad en las pinturas y descripciones, que tomada de la misma naturaleza o retratada de sus propios sucesos, embelesa y arrebata el ánimo de los lectores, sean nacionales o extranjeros, porque tal es el efecto de lo sublime en las obras de imaginación. Evitando siempre la ociosidad se aplicó también durante sus navegaciones y campañas de mar a adquirir las principales nociones de la profesión marinera; y de aquí aquella muchedumbre y variedad de aventuras y sucesos marinos que introduce en sus obras, y aquel uso tan oportuno y adecuado de las voces y frases técnicas de la gente de mar, que acrecentando la propiedad y elegancia de sus narraciones, le hace tan superior en esta parte a los demás escritores castellanos.

66. Por estos años estuvo también Cervantes en Mostagan, de donde fue enviado con cartas y avisos del alcaide de aquella plaza para Felipe II, quien le mandó pasar a Orán, sin duda por hallarse allí de guarnición el tercio o la compañía en que todavía militaba. Como Cervantes no da sobre esto mayor explicación, es imposible fijar con exactitud la época de estos destinos, porque ni los   -pág. 65-   sucesos que pudieron ocurrir en aquellas fortalezas tuvieron bastante influjo en los negocios públicos de la monarquía para perpetuarse en la historia, ni el carácter de un simple soldado en las funciones ordinarias del servicio militar suele excitar la consideración de los literatos e historiadores.

67. En medio de una vida tan agitada y de tan varios viajes y destinos había compuesto y concluido para fines de 1583 La Galatea, que fue la primera obra suya que publicó: novela pastoral, acomodada al gusto de aquel tiempo, característica de la edad juvenil de Cervantes, y en que satisfaciendo su inclinación a la poesía y al cultivo de su lengua propia, quiso acreditar la fecundidad de su ingenio, dar a conocer algunas de sus aventuras o sucesos particulares, alabar a los poetas que entonces florecían, y dirigir a la dama, objeto de sus amores, un obsequio tanto más delicado y apreciable en aquellos tiempos, cuanto se procuraba salvar el pudor y decoro propio del sexo con la artificiosa alusión de trasladar a los campos las situaciones de aquella pasión, pintándola al natural entre el candor y la inocencia de sus moradores.

68. El mismo Cervantes indicó en el prólogo que muchos de los pastores de su novela solo lo eran en el traje; y el ejemplo de Rodrigo de Cota, autor de La Celestina, y de sus coetáneos Jorge de Montemayor, Luis Gálvez de Montalvo, y sobre todo el testimonio de Lope de Vega confirman que Galatea no fue una persona ideal y fingida, sino real y verdadera. Encubierto Cervantes bajo el nombre de Elicio, pastor en las riberas del Tajo, refiere sus amores con Galatea, pastora nacida en las orillas de aquel río; y como al mismo tiempo que Cervantes publicaba estas aventuras, galanteaba a una dama principal de la villa de Esquivias, llamada Doña Catalina de Palacios Salazar   -pág. 66-   y Vozmediano, con quien poco después contrajo esponsales, no puede quedar duda de que esta fue la verdadera Galatea; así como tampoco puede haberla de que bajo los nombres de Tirsi, Damón, Meliso, Siralvo, Lauso, Larsileo y Artidoro introdujo en aquella fábula a Francisco de Figueroa, Pedro Laínez, D. Diego Hurtado de Mendoza, Luis Gálvez de Montalvo, Luis Barahona de Soto, D. Alonso de Ercilla y Micer Andrés Rey de Artieda, todos amigos suyos y muy celebrados poetas de aquel siglo.

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