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José Manuel CAMACHO VÁZQUEZ, Excursos

La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, 102 págs.

Todo es natural, o todo es un milagro.


La materia es un dogma de fe, un asiento para cuerpos tambaleantes.


Una amplitud sin mesuras: eso es Dios o el amor.


El eterno renacer del amor que expulsa en sus albores: he aquí la gasolina del místico.


Es sencillo: Dios es precisamente la ausencia de Dios.


Tan solo amorosamente puede entenderse la nada.


La aspiración de habitar contiene el firmamento.


Una religión que concibiera a Dios como lo no-relacional; un credo que se inmolara en sus orígenes...


Nuestra insignificancia es la clase de ternura con que el todo nos obsequia.


Cabe en nosotros todo un piélago en el que naufragamos.


El Paraíso es cierto en la inminencia o en lo irrecuperable.


Soledad es el abrazo de Dios.


Los contornos de las cosas están hechos de piedad.


Nuestra finitud confiere a cada acontecimiento la densidad de lo eterno.


¿El hombre? Una trivialidad que se duele.


Umbral: poesía.


Aléjate de aquellos incapaces para la sobriedad, porque nada contienen.


Nombrar es aplazar.


Con la palabra excusamos la obscena presencia de las cosas.


El verdadero poeta vuelve siempre con las manos vacías.


El diario es un género impío: persuade a quien lo ejerce de que es autor de su soledad.


El gran estilo ha de saber conjugar convenientemente dos verdades fundamentales, a saber: que soy el universo y que no soy nada.


Una opacidad relativa hace posible el buen acabado de la existencia.


No contenta con todos sus expolios, esta época quiere robarnos también la soledad.


Toda liberación constituye, in nuce, una nueva tiranía.


No imagino señal apocalíptica más clara que la proliferación de poetas.


Todo presente es mítico.


Únicamente el claroscuro hace posible la vida consciente; la pura lucidez incapacita hasta la parálisis.


Una ausencia es un espejo a deshora.


Demorarse un día lo suficiente para que zarpen las respuestas.


El deber de un poeta es inflamar su soledad.


Nada hay más objetivo que la subjetividad profunda.


El tono moralizante de ciertos fenómenos naturales es como un ojo invertido.


La sencillez es la soberbia plácida de la naturaleza.


Algo íntimo queda como humillado cuando alguien nos comprende.


Goce: nostalgia sensible del estado de cosa.


Allá donde se topa con afirmaciones, uno parece encontrarse en la Atapuerca del pensamiento.


Por más fragmentarios que sean nuestros pensamientos, jamás dejará de pesar sobre nosotros la sospecha de coherencia.