Saltar al contenido principal

Alfonso de Cartagena

Presentación del portal Alfonso de Cartagena

Por Juan Miguel Valero Moreno (Universidad de Salamanca - IEMYRhd)

Alfonso de Cartagena. Grabado a buril por Manuel Salvador Cardona (1734-1820), Madrid, Imprenta Real, 1791 a partir de un dibujo de Manuel Eraso (1740-1813?) (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). Figura imprescindible en el orden político, religioso y letrado en las décadas centrales del siglo XV, durante el reinado de Juan II de Castilla, hoy Alfonso de Cartagena y su obra resultan ampliamente desconocidos, fuera de un reducido círculo de especialistas. Alfonso de Cartagena desempeñó cargos civiles y eclesiásticos de la más alta representación, descolló como orador y negociador infatigable en el Concilio de Basilea, donde maravilló a la flor y nata de Europa, hasta el punto de ser considerado delicia de los hispanos por Eneas Silvio Piccolomini. Hombre de confianza de Juan II, que le encomendó altas misiones diplomáticas y del que tuvo siempre presente su consejo (aunque no siempre lo aprovechara), cultivó relaciones estrechas con lo más granado de la nobleza castellana y la jerarquía eclesiástica, en la que destacó como obispo de Burgos. Intervino con fortuna y discreción, apoyado en dos estribos, el civil (la res publica) y el eclesiástico (la res christiana), en un mundo en crisis, donde las luchas armadas y dialécticas fueron la norma. Ante la beligerancia y la descomposición adoptó el camino de la paz y la concordia, siendo conocido como amator pacis (amante de la paz). Ejemplo de vida y doctrina, según palabras de Hernando de Pulgar, su templanza y acendrada ortodoxia resultaban entonces, en un mundo brillante pero roto, una paradójica forma de disidencia.

Además de su labor política, de muy amplio espectro, así como espiritual, en las que conjugó integridad y racionalidad, su legado cultural es extraordinario. Fue promotor artístico de relieve: baste recordar su responsabilidad en el alzado de las dos agujas de la catedral de Burgos. Pero fue en el terreno textual donde probablemente no encuentre par entre los castellanos de su tiempo. Su producción en latín y en castellano fue abundante y de refinada calidad: plures libros ad utilitatem publicam conditit, reza su epitafio. Es decir, compuso numerosos libros de utilidad pública. Juan de Lucena dijo de él que fue quien trasplantó la Filosofía a Castilla, y su amigo Fernán Pérez de Guzmán lo llama, como a sabio por antonomasia, Séneca. Esta lumbrera, que atinó a interesar no solo a sus coterráneos, sino también a humanistas de la talla de Leonardo Bruni (con quien mantuvo una sonada controversia acerca de la traducción de la Ética de Aristóteles), Uberto y Pier Candido Decembrio, Poggio Bracciolini, Ambrogio Traversari o Francesco Pizolpasso, tradujo, adaptó y/o interpretó a Aristóteles (Aquino mediante), Cicerón y Séneca, compuso admirables piezas jurídicas a propósito del derecho canónico y civil, otros escritos en los que teología y espiritualidad se entendían a las mil maravillas, y obras históricas, como la Genealogía de los Reyes de España, donde a partir de una base tradicional se asentaban los fundamentos de lo que se ha llamado el estado moderno.

Al no tratarse de un autor literario, tal y como se entiende en la historiografía más convencional, la obra de Alfonso de Cartagena ha quedado con frecuencia desclasada o fragmentada en las historias, dificultando la percepción del imponente conjunto de su labor como lo que en realidad es, un patrimonio único y de excepcional relevancia para la historia de España y de Europa en un momento decisivo para la configuración de los nuevos mundos que estaban por venir.

Subir