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Alfredo Bryce Echenique

Los mundos de Alfredo Bryce Echenique

Por César Ferreira (Universidad de Wisconsin-Milwaukee)

Retrato de familia. Alfredo, a la izquierda, a la edad de siete años junto a sus hermanos, Eduardo y Clementina, Lima, 1946

La obra de Alfredo Bryce Echenique, compuesta por novelas, cuentos, crónicas y varios tomos de memorias, es una de las más leídas y difundidas internacionalmente de la literatura peruana de nuestros días. Sus muchos títulos constituyen un aporte fundamental para el desarrollo de la narrativa peruana y latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX y abren nuevos derroteros y posibilidades artísticas para la misma. En un primer momento, la obra de Bryce es heredera del neorrealismo urbano que cultivaron los escritores peruanos de la Generación del 50 (Ribeyro, Congrains, Loayza, Vargas Llosa, entre otros), aunque la aparición de su obra coincide cronológicamente con otros escritores de la Generación de 1960 (J. A. Bravo, Gutiérrez, Urteaga Cabrera, por ejemplo). No obstante, su escritura pronto se distanciará de los postulados artísticos de sus contemporáneos y forjará un imaginario propio en el que una singular fusión de vida y literatura, y la exploración de una frágil frontera entre realidad y ficción darán lugar a inusitados logros artísticos. Bryce no solo es el mejor cronista de la clase alta peruana, sino también un lúcido explorador de la idiosincrasia peruana en un contexto europeo. A estos dos ejes temáticos se suman dos rasgos estilísticos que distinguen su escritura: el estilo oral de su prosa y el uso del humor.[1] Todos estos elementos le sirven a Bryce para crear una voz propia para narrar y un universo ficcional de características muy singulares.

Nacido en Lima en 1939 en el seno de una familia de raíces aristocráticas, Bryce se educó en colegios norteamericanos y británicos. Más tarde, estudió Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Al mismo tiempo, estudió Literatura y, tras escribir una tesis sobre la función del diálogo en la narrativa de Ernest Hemingway, viajó a París en 1964 para seguir estudios de literatura francesa en La Sorbona. Al mismo tiempo, Bryce le daría una oportunidad a su vocación de escritor a la cual su padre siempre se opuso.

Luego de su primer año en París, Bryce se refugiaría en la ciudad italiana de Perugia, donde escribiría una serie de cuentos que más tarde daría a leer a otro viejo residente de París, su amigo el escritor Julio Ramón Ribeyro. Gracias a Ribeyro, ese puñado de cuentos recibiría el título de Huerto cerrado y, tras obtener una mención honrosa en un concurso auspiciado por Casa de las Américas en Cuba, se publicaría en La Habana en 1968. De este modo, Bryce daría comienzo a una larga carrera dedicada al arte de contar historias.

Más de un crítico ha señalado el carácter homogéneo de Huerto cerrado. Ello se debe, entre otros motivos, a que todos los cuentos del libro tienen como protagonista a un joven personaje de nombre Manolo, quien vive una serie de experiencias iniciáticas instaladas en el mundo de la clase media y la burguesía peruana de los años 50 y 60. Recuérdense, por ejemplo, los dilemas de la iniciación amorosa del protagonista en cuentos como «El descubrimiento de América» y «Una mano sobre las cuerdas» o las vicisitudes de Manolo en su visita al espacio prohibido del burdel en «Yo soy el rey». Tampoco está ausente de estas experiencias iniciáticas la constatación de las grandes diferencias de clase, evidentes en un relato como «La madre, el hijo y el pintor». Leídos retrospectivamente, muchos de estos cuentos constituyen un velado homenaje a Hemingway, sobre todo si tenemos en cuenta su lacónico estilo narrativo, junto a la enigmática y dubitativa psicología de los protagonistas.

De todos los cuentos de Huerto cerrado, sobresale sin duda «Con Jimmy, en Paracas», un memorable relato donde destaca la mirada tímida y nerviosa de Manolo posada sobre su entorno social y familiar. Es la observación de un personaje desclasado e inseguro; un sujeto que contempla el mundo desde los márgenes y que, desde la oralidad de su relato, le confiesa al lector sus fragilidades y temores más íntimos. Destaquemos, asimismo, la importancia de «Dos indios», un cuento en el que Manolo aparece deambulando en un escenario europeo. Allí, desde un anónimo café en Roma, el protagonista observa un mundo europeo que le resulta muy ajeno con ojos peruanos. Dicho de otra manera, Manolo rememora con nostalgia su lejano mundo limeño al cual anhela volver. Esta psicología del sujeto marginal y solitario, unida al tema de la exploración de una peruanidad extraviada y enfrentada a un espacio cultural distinto al propio, serán dos temas que Bryce desarrollará a plenitud en su obra novelística posterior. En los relatos de Huerto cerrado, sin embargo, ambos asuntos se perfilan con una lograda madurez artística.

Portada de <em>Huerto cerrado</em>, Barcelona, Seix Barral, 1968

Es posible leer Huerto cerrado -así como su primera novela, Un mundo para Julius (1970)- como libros herederos de la narrativa urbana que empezó a gestarse en la literatura peruana en la década de 1950. Los escritores de la Generación de 1950 (Ribeyro, Congrains, Vargas Llosa, entre otros) retrataron el fin de una Lima de tradición colonial que le cede el paso a una nueva y difícil modernidad. Esta etapa hace de la capital peruana una urbe que acoge a tropezones a migrantes del mundo andino y de otras partes del país. Los nuevos rostros que habitan Lima transforman el espacio urbano y dan cuenta de la fragmentación social y cultural de la sociedad peruana, un asunto que está en el trasfondo de las aventuras que vive Manolo en Huerto cerrado. Así, si el título del primer libro de Bryce apunta a la noción del «hortus clausum» (vale decir, el de un mundo cerrado instalado en una mirada idealizada del pasado colonial limeño), ese pasado pasa ahora por una transición que hace de Lima una ciudad moderna, ruidosa e industrializada, en la que el rostro de lo limeño tiene nuevos matices.[2]

Un mundo para Julius, un clásico peruano

La primera novela de Bryce, Un mundo para Julius (1970), recibió grandes elogios al poco tiempo de su aparición y convirtió a su autor en un protagonista de la literatura latinoamericana de nuestros días. La crítica no tardó en destacar la gran oralidad del relato, producto de una voz narrativa llena de giros populares y no pocos juegos lingüísticos. A ello se suma un tono irónico y mordaz para contar por parte de un narrador tan escurridizo como burlón. Novela de largo aliento, traviesa y divertida, que posa una mirada crítica sobre el mundo de la clase alta, Un mundo para Julius revela la existencia de un escritor muy seguro de su oficio ante la palabra escrita. La novela se inicia así:

Julius nació en un palacio de la avenida Salaverry, frente al antiguo hipódromo de San Felipe; un palacio con cocheras, jardines, piscina, pequeño huerto donde a los dos años se perdía y lo encontraban siempre parado de espaldas, mirando, por ejemplo, una flor; con departamentos para la servidumbre, como un lunar de carne en el rostro más bello, hasta con una carroza que usó tu bisabuelo, Julius, cuando era Presidente de la República, ¡cuidado!, no la toques, está llena de telarañas, y él de espaldas a su mamá, que era linda, tratando de alcanzar la manija de la puerta. La carroza y la sección servidumbre ejercieron siempre una extraña fascinación sobre Julius, la fascinación de «no lo toques, amor; por ahí no se va, darling». Ya entonces, su padre había muerto. (9-10) [3]

Portada de <em>Un mundo para Julius</em>, Barcelona, Plaza Janés, 1991

Julius forma parte de una exclusiva galería de personajes infantiles que hacen de la narrativa peruana un género rico en novelas de aprendizaje o bildungsroman.[4] Un mundo para Julius narra los primeros años de vida de un niño rico, curioso y sensible, destinado a heredar el mundo privilegiado de sus mayores. Al comienzo de la novela, Susan, su bella madre de ancestro británico, ha enviudado. Poco después, se casará con Juan Lucas, un hombre frívolo y elegante, representante de una nueva burguesía peruana admiradora de todo lo norteamericano. Julius es el menor de cuatro hermanos: Bobby y Santiago, quienes seguirán los pasos de su padrastro cuando sean mayores, y Cinthia, la hermana más querida por el niño, quien morirá a poco de iniciada la novela. Julius nunca comparte a plenitud el mundo fastuoso y privilegiado de su familia. Este es un mundo que el niño va descubriendo poco a poco, aunque sus padres y hermanos lo entiendan como un orden natural en la sociedad peruana. Ausente Cinthia de la casa familiar y carente del amor de sus mayores, Julius se refugiará en el afecto genuino que encuentra entre los personajes de la servidumbre. Venidos de diversas regiones del país, estos constituyen la cara del otro Perú ignorada por sus patrones pero que Julius llegará a conocer más a fondo. Tales son los casos de Nilda, la cocinera, oriunda de la selva de Tambopata, una gran contadora de historias que fascinan al niño; de Celso y Daniel, los mayordomos venidos del mundo andino; o de Arminda, la lavandera, proveniente del barrio popular del Rímac. De todos ellos, la más importante es Vilma, el ama del niño, quien será expulsada arbitrariamente de la casa familiar tras ser abusada por el hermano mayor de Julius al final del primer capítulo.

Como en toda novela de aprendizaje, asistimos al largo proceso de socialización del protagonista y su paulatino descubrimiento de un mundo cuyo referente histórico se sitúa de manera muy general en el Perú de la década de los años 40 y 50. La mirada inocente e inquisitiva de Julius será la óptica privilegiada por el autor para mostrar la enorme brecha existente entre ricos y pobres en la sociedad peruana, así como las fisuras de un orden social arcaico e injusto. No obstante, la novela nunca denuncia abiertamente este mundo limeño tan decadente como frívolo, sino que opta por ofrecer una mirada entre irónica y nostálgica sobre el mismo. Para ello, Bryce pone a funcionar a un narrador de características singulares: una voz locuaz y atrevida que, en una primera instancia, parece cumplir las funciones de un narrador omnisciente, pero que también optará por explorar otras posibilidades discursivas, acercándose a su antojo a los hechos narrados o distanciándose de ellos cuando lo crea conveniente. Así, en el denso tejido verbal de la novela, el narrador a veces les cederá su voz a los personajes, pero, no satisfecho con ello, en otros momentos irrumpirá en el relato y expresará abiertamente sus opiniones sobre la dudosa conducta de algunos de ellos (Juan Lucas, por ejemplo, será siempre blanco de sus más grandes burlas y sarcasmos). De este modo, Bryce crea un narrador con una personalidad propia, alguien que conoce a fondo la psicología e idiosincrasia de los actores de este fastuoso mundo limeño. Y si bien su voz condena la frivolidad de los personajes, también es cierto que expresa una cierta nostalgia por un mundo caduco y decadente, destinado a desaparecer.

Toda esta pluralidad de matices no sería posible sin la existencia de dos elementos privilegiados por la palabra de Bryce: la oralidad y el humor. La oralidad supone la existencia de una escritura que emula un lenguaje de tipo conversacional, lleno de coloquialismos, giros populares y mil y una digresiones del narrador, a la manera de una buena charla. Esa locuacidad discursiva viene acompañada de un vasto despliegue de humor; un humor lúdico y burlón a partir del cual el narrador busca la empatía y amistad del lector. De hecho, éste se verá convertido en un privilegiado escucha del narrador y, una vez lograda su complicidad, el narrador sabrá mostrarle, entre la risa y la ironía, el lado oscuro y falso de un mundo burgués lleno de discretos encantos.

El escritor en su etapa parisina, 1970

La novela culmina dejando en evidencia el fin de la inocencia de Julius a los once años de edad cuando descubre a través de su hermano Bobby que, tras abandonar la casa familiar, Vilma ejerce la prostitución para ganarse la vida. La constatación de ese hecho marca la expulsión de Julius del paraíso de la infancia de manera dura y dolorosa y señala el despertar de una nueva conciencia en él como individuo, pues, en medio de su tristeza, el niño está también «llenecito de preguntas» (591), según las palabras finales de la novela. De hecho, el final abierto de la novela dejará sembrada la duda sobre el futuro de Julius en este mundo ostentoso y frívolo; un mundo que está destinado a heredar, pero en el que, debido a su gran sensibilidad, también puede convertirse en un desclasado.

A poco de su aparición, Un mundo para Julius fue objeto de más de una lectura política. En 1970, el Perú vivía uno de los momentos más cruciales de su historia republicana: era gobernado por el general Juan Velasco Alvarado (1968-1975), un líder nacionalista, reformista y revolucionario, quien llevaba a cabo un vasto proceso de transformaciones económicas y sociales que acabarían con el poder político de la clase oligárquica vagamente retratada en la novela de Bryce. En ese contexto, Un mundo para Julius se convertiría en una simbólica despedida a esa vieja clase dirigente, todo lo cual se refrendó en 1972 cuando el gobierno de Velasco Alvarado le otorgó al escritor el Premio Nacional de Literatura «Ricardo Palma». El tiempo demostraría, sin embargo, que las muchas bondades artísticas de esta primera novela de Bryce superarían con creces esta lectura inicial. Hoy, a varias décadas de su publicación, Un mundo para Julius es un clásico de las letras peruanas, un libro siempre listo para ser descubierto por nuevas generaciones de lectores.

Pedro Balbuena, Martín Romaña, Felipe Carrillo y Max Gutiérrez, errantes en el mundo

Si en Un mundo para Julius Bryce evoca un universo peruano que conoció de primera mano debido a su propio itinerario vital, no menos cierto es que para fines de los años 70 su largo autoexilio en Europa también había dejado una huella perdurable en su conciencia creativa. Por ello, no resulta exagerado afirmar que con la publicación de Tantas veces Pedro (1977), su segunda novela, Bryce inaugura una nueva etapa en su imaginario y su manera de narrar. Para contar la historia de Pedro Balbuena, Bryce apela en una primera instancia a una voz en primera persona para dar vida a su narrador-protagonista, cuya azarosa vida y tribulaciones amorosas conoceremos en detalle a través de su gran capacidad para recordar y fabular. La mitomanía de Pedro es tan grande que todo el relato pone constantemente en entredicho los límites entre la realidad y la ficción. En ese sentido, Balbuena es un personaje paradigmático en la obra bryceana, pues la vasta exploración del «yo» que el relato plantea será un elemento recurrente en una parte importante de su novelística de los años 80. Al mismo tiempo, con el personaje de Pedro Balbuena el autor inicia una vasta exploración de la idiosincrasia peruana cuando ésta entra en contacto con un espacio cultural ajeno, un tema que estará presente en sus tres novelas siguientes.

Portada de <em>No me esperen en abril</em>, Barcelona, Anagrama, 1995

Tantas veces Pedro cuenta la historia de un peruano que es miembro de la clase alta limeña y quien se presenta como un escritor en ciernes. El protagonista deambula por Europa y por otras partes del mundo (México, Estados Unidos) sin tener un sentido real de pertenencia y mientras vive rocambolescas historias de amor. En la novela, los encuentros de Pedro con Virginia, la norteamericana, con Claudine, la francesa, o con Beatrice, la italiana, son una suerte de ensayo para su encuentro mayor con Sophie. La difusa trama de la novela está marcada por una escritura caótica y lúdica que, si bien apela a una voz en primera persona para narrar, no deja de multiplicar el punto de vista narrativo cuando la memoria del protagonista empieza a divagar. Esto hace que los límites entre la realidad e irrealidad sean siempre inciertos y que los diversos romances del protagonista con las mujeres que dice amar sean el producto de sus encuentros y desencuentros amorosos, pero, sobre todo, de su desmesurada capacidad para fabular sobre ellos. Un ejemplo concreto sobre lo dicho es su relación con Sophie. Hacia el final de la novela, sabremos que Sophie es un personaje a quien Pedro descubrió en una revista durante su adolescencia limeña y que, con el paso de los años, se ha convertido en una mujer idealizada por él. En verdad, Pedro es un hombre enamorado del recuerdo de Sophie. Por eso, la existencia real de ésta en el relato es siempre dudosa, sobre todo si consideramos las referencias imprecisas de espacio y tiempo en las que Sophie aparece y si tenemos en cuenta que esas apariciones son siempre fugaces, por ejemplo, cuando Pedro está confundido o borracho, o cuando necesita un consuelo o consejo del «otro mundo» (78).[5] Así, el amor de Pedro por Sophie es más un amor quimérico e imaginado, producto del vago recuerdo de un hombre soñador y mitómano. El romance de ambos llega a su límite al final de la novela cuando, en medio de una irrealidad que parece haber permeado definitivamente todo aquello que se cuenta, el lector descubre que Sophie es la protagonista del único cuento que Pedro escribió y que forma parte del texto que tiene entre manos. Finalmente, en una nueva vuelta de tuerca, Sophie optará por «matar» a Pedro, es decir, a su creador.

Tantas veces Pedro es una novela experimental, caracterizada por un largo ejercicio memorioso, así como por una vasta exploración del «yo» narrativo. Asimismo, todo el relato de Bryce está marcado por una escritura vertiginosa y autorreferencial, pues su lectura parece entregarnos el texto en el momento mismo de su producción. En suma, este es un relato que sirve para dar vida a un personaje poliédrico y atribulado, siempre dispuesto a seguir fabulando.

Pedro Balbuena es una suerte de hermano mayor de Martín Romaña, el protagonista de la tercera novela de Bryce, La vida exagerada de Martín Romaña (1981) que, junto con El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz (1985), conforman el díptico titulado «Cuaderno de navegación en un sillón Voltaire».

La vida exagerada de Martín Romaña se inicia así:

Mi nombre es Martín Romaña y esta es la historia de mi crisis positiva. Y la historia también de mi cuaderno azul. Y la historia además de cómo un día necesité de un cuaderno rojo para continuar la historia de mi cuaderno azul. Todo, en un sillón Voltaire... Cabe advertir, también, que el parecido con la realidad de la que han sido tomados los hechos no será a menudo una simple coincidencia, y que lo que intento es llevar a cabo, con modestia aparte, mucha ilusión y justicia distributiva, es un esforzado ejercicio de interpretación, entendimiento y cariño multidireccional, del tipo a ver qué ha pasado aquí... Creo que me entiendo, pero puedo agregar que hay un afán inicial de atenerse a las leyes que convienen a la ficción y pido confianza. (13-14).[6]

La vida exagerada de Martín Romaña es una ambiciosa novela de corte autobiográfico, cuyo protagonista y cuyo formato dialogan de cerca con la tradición picaresca. Narrada en primera persona y dividida en capítulos episódicos, el libro narra las aventuras y desventuras del protagonista en el París bohemio y revolucionario de mayo del 68. Alejado de su entorno limeño, Martín es un personaje errante y aventurero, que observa con ojos críticos su nuevo entorno europeo. Ha llegado a la capital francesa en busca de esa mítica ciudad que descubrió desde el Perú leyendo las páginas de Ernest Hemingway, quien en ellas afirmaba que París era siempre una fiesta. Sin embargo, a poco de su arribo a París, Martín comprueba que «a la Ciudad Luz se le han quemado los plomos» (209), pues caracteriza al París de entonces como un lugar mezquino, lleno de carencias materiales y, en general, una ciudad muy poco hospitalaria para los latinoamericanos. Así se lo reclama Martín al propio Hemingway:

Claro, el pelotudo de Hemingway se lo trae a uno de las narices a París con frasecitas tipo éramos tan pobres y tan felices, gringo cojudo, cómo no se te ocurre poner una nota a pie de página destinada a los latinoamericanos, a los peruanos en todo caso, una cosa es ser pobre en París con dólares y otra cosa es serlo con soles peruanos (180-181).

Primer plano de Alfredo Bryce Echenique en París, 1994

Dicho en otras palabras, el París de Martín Romaña es un París libresco e imaginado como producto de la ficción de Hemingway; un lugar distante de la realidad cotidiana del protagonista, es decir, una ciudad de corte pequeñoburgués y bastante provinciana. Así las cosas, la novela de Bryce será un gran ajuste de cuentas entre el viejo mito francés sobre el esplendor de París, que la literatura se encargó de perpetuar, y los latinoamericanos que habitan la capital francesa en los convulsos años 60. Al mismo tiempo, La vida exagerada ilustra un vasto proceso de aprendizaje político, cultural y sentimental para su protagonista. De hecho, el largo ejercicio de escritura que Martín emprende en su cuaderno azul (y más tarde en su cuaderno rojo) funciona como un extenso proceso de autoconocimiento y autoafirmación personal por medio del cual el protagonista contrastará, una y otra vez, su figura limeña de clase alta con la del «otro» francés y, acaso también, con la del «otro» peruano con quien convivirá en la capital francesa (recuérdense, por ejemplo, a figuras como Juancito Velázquez o Roberto «Lagrimón» López). Desde su tragicómico anecdotario, La vida exagerada supone un proceso de restitución de una dignidad personal para el sujeto protagónico pues, tras haberlo perdido todo, incluyendo a su amada Inés, Martín tomará conciencia de las cicatrices de su exilio parisino. Sin embargo, contra viento y marea, permanecerá fiel al motivo inicial que lo trajo hasta la capital francesa: el de convertirse en escritor.

La vida exagerada de Martín Romaña es una de las novelas más logradas de la obra de Bryce, un libro que no solo demuestra su gran talento como narrador sino también la consolidación de una voz para narrar. La oralidad del relato adquiere ahora un tono confesional, íntimo y siempre «exagerado» en medio de una escritura autorreferencial. Sobre estos dos elementos descansa el vasto anecdotario del «yo» protagónico de la novela, un anecdotario marcado por la digresión, la acrobacia verbal y, sobre todo, por un humor muy original en la literatura peruana. Bryce lleva a límites insospechados la capacidad expresiva de su lenguaje narrativo -digresivo e hiperbólico- y muestra con creces su gran talento novelístico.

En libros posteriores como La última mudanza de Felipe Carrillo (1988) y Reo de nocturnidad (1997), Bryce le dará una nueva vuelta de tuerca a esta vasta exploración de una peruanidad extraviada y a los dilemas del desarraigo y el desamor. La última mudanza cuenta la historia de Felipe Carrillo, un arquitecto peruano que ha enviudado en París, y que más tarde se enamora de Genoveva, una periodista madrileña. Su nuevo romance hace que el protagonista se mude a Madrid a vivir con su novia, quien es madre de un adolescente llamado Sebastián. Muy pronto, Felipe descubre los celos de Sebastián por su madre, así como la relación edípica que ambos mantienen. Cuando la situación se vuelve insostenible, los tres deciden viajar a una playa en Colán, al norte del Perú, a fin de limar los conflictos familiares. Una vez en Colán, ante la imposibilidad de una reconciliación entre los tres, Felipe se enamora de la cocinera que los atiende, Eusebia Lozanos Pinto, y tras la llegada del Fenómeno del Niño y un maremoto, se fuga con la mulata y vive con ella un romance tan absurdo como imposible. Así, el retorno de Felipe al Perú tras muchos años en Europa cobra ribetes tragicómicos, pues el relato pone en evidencia la incomunicación del protagonista -primero con Genoveva en España, donde Felipe es visto como un peruano migrante, y después con Eusebia en el Perú, donde es visto más como un europeo que como un peruano genuino-, y todo su fracaso lo convierte en un ser extraviado cultural y sentimentalmente. Curiosamente, si Felipe se reconoce como un hombre dividido entre dos mundos, será precisamente la verbalización de sus dilemas a través de una escritura confesional y autorreferencial -acompañada, además, de mucha «música de fondo»- [7] lo que le permitirá rescatar su frágil sentido de pertenencia en el mundo. Por ello, tras un largo periplo sentimental de ida y vuelta entre el Perú y Europa, Felipe llegará a la siguiente conclusión al final de su relato: «me voy dando cuenta de que soy... un hombre sin final, una persona que definitivamente lo único que pudo hacer fue mudarse por última vez. Miren, nada ha cambiado en mi vida y todo ha cambiado en mi vida. Muchísima música de fondo tuve que escuchar antes de enterarme de que lo único que ha cambiado en mi vida soy yo» (218). Ese nuevo ejercicio de autoconocimiento llevará a Felipe a dictaminar lo siguiente, con palabras de Joseph Conrad: «el hombre es un ser asombroso pero definitivamente no es una obra maestra» (218).

Algo similar ocurre con Max Gutiérrez, el hipocondríaco protagonista de Reo de nocturnidad. Max es un profesor peruano de literatura en la vieja ciudad de Montpellier, en el sur de Francia, quien, además de sufrir mal de amores, padece también de un severo insomnio. Víctima de un profundo sentimiento de desarraigo, el relato de Max es una suerte de larga catarsis desde la cama de un hospital donde está acompañado de Claire, su joven alumna, convertida ahora en la mejor interlocutora para sanar sus heridas. A través del extenso proceso de cura del protagonista conoceremos a una serie de personajes muy peculiares: tal es el caso de Nieves Solórzano, una profesora chilena, la cruel Nadine, o Passepartout el iraní. Cada uno de ellos vive su propia versión del exilio y del desarraigo, pero todos son víctimas de una soledad tan estrambótica como cruel. El desarraigo de Max sólo podrá remediarse emprendiendo el ansiado retorno a su Lima natal, aunque con las cicatrices del caso a cuestas.

Como siempre, la oralidad de Bryce y su tono confesional serán los elementos narrativos desde los cuales se dará rienda suelta a la mitomanía del protagonista y a las digresiones y vaivenes de su relato. El antes divertido humor de Bryce se tornará aquí cada vez más negro y pesadillesco, al tiempo que la voz confesional de Max transitará repetidas veces entre la realidad de las cosas y su onírica fantasía.

Reo de nocturnidad bien podría leerse como una suerte de velado homenaje a otro de los escritores predilectos de Bryce, François Rabelais. Bien vista, toda la obra de Bryce comparte con el autor de Gargantúa y Pantagruel un amor por la hipérbole y la desmesura en el arte de contar. Acaso por esto sea algo más que una mera coincidencia que Montpellier, la vieja ciudad francesa, donde alguna vez vivió Rabelais, sea el escenario escogido para esta novela. Hecha esta salvedad, sin embargo, la lectura de Reo de nocturnidad nos dejará solamente un Montpellier de corte bryceano, vale decir, una ciudad tan sórdida como solitaria y trasnochada.

Dos señoras conversan y la novela corta

Con la publicación de Dos señoras conversan (1990), Bryce demostró ser un fino cultivador de la novela corta. El volumen está compuesto por un tríptico de novelas bajo el título de la primera de ellas y dos relatos más, Un sapo en el desierto y Los hombres son así. Y también asá. Leídas con detenimiento, las tres historias hacen pensar en este libro como un todo narrativo pues, además de ser historias de afecto, amistad y nostalgia por el pasado, cada una de ellas se ubica en los tres espacios naturales de la geografía peruana: la costa, la sierra y la selva. Dos señoras conversan retrata el mundo de Carmen y Estela Foncuberta de Carriquirí, dos hermanas viudas ya ancianas que viven añorando el glamoroso pasado limeño de sus recuerdos. Su anacronismo está simbolizado en el ritual que ambas mantienen de beber todas las noches una copa de Bristol Cream. Sin embargo, la nostalgia de ambas hermanas por el pasado oligárquico contrasta con la presencia silenciosa de Sendero Luminoso en el presente peruano (la novela transcurre en la década de 1980) y se vuelve aún más evidente con la constatación de que Jesús Concepción, el nieto de la tercera generación de choferes que ha servido a la familia, se ha unido al grupo terrorista.

Alfredo Bryce Echenique en Alicante, octubre 2021

El segundo relato, Un sapo en el desierto, tiene como protagonista a Mañuco Cisneros, un profesor peruano que, desde la mesa de un bar en Austin, Texas, busca reencontrarse con su pasado adolescente al rememorar a don Pancho Malkovich, un ingeniero norteamericano de la Cerro de Pasco Copper Corporation. Gracias a don Pancho, durante los años 50, siendo Mañuco todavía un adolescente, el joven vivió experiencias reveladoras al ser testigo de las crueldades de la industria minera norteamericana en el mundo andino y de la explotación de la población indígena a manos de ella; un mundo que le resulta totalmente ajeno desde su privilegiada vida limeña. Durante un viaje de vacaciones a Cerro de Pasco, con don Pancho ascendido a superintendente de la zona, Mañuco es testigo de una gran rebelión minera contra los norteamericanos, producto de la miseria y la explotación de los trabajadores. Cuando la violencia se desata, don Pancho ayuda a huir a sus compañeros del campamento minero en el que vive, pero no puede evitar ser atacado por la masa rebelde. Arrepentido de su pasado minero y tras abandonar el Perú, don Pancho se instala en la ciudad de San Antonio, Texas, donde Mañuco lo visita muchos años después. Allí, comprueba la soledad y el abandono en los que vive el anciano. Si Un sapo en el desierto es una historia de amistad en medio de la explotación de parte de las multinacionales norteamericanas de los recursos mineros en el Perú, es sobre todo un retrato de la enorme brecha social existente entre el mundo andino y el privilegiado mundo limeño. Ambos mundos no solo están separados y jerarquizados en el imaginario nacional, sino que se desconocen e ignoran el uno al otro. En ese sentido, toda la historia que Mañuco Cisneros evoca desde Texas no solo es una historia de educación sentimental, donde la amistad ocupa un lugar de privilegio, sino que representa una historia de aprendizaje social sobre el Perú de los años 50 y un dilema irresuelto en su historia.

En Los grandes hombres son así. Y también asá, el tercer relato del volumen, se narra el reencuentro en la Lima de los años 70 de dos amigos, Santiago y Raúl, tras la muerte de Eugenia, la esposa de este último. El reencuentro entre ambos ocurre en pleno gobierno del general Francisco Morales Bermúdez y de la Asamblea Constituyente. Santiago es un biólogo y profesor universitario en París, mientras que Raúl es un dirigente de la izquierda peruana en la clandestinidad. Y aunque ambos son grandes amigos desde la infancia, ahora difieren drásticamente en sus posturas políticas. A fin de curar la enfermiza fobia de Santiago por las arañas, ambos emprenden un viaje a la Amazonía peruana. Una vez llegados a Tingo María, el tono desmesurado y caricaturesco de todo el relato deja en evidencia que la supuesta clandestinidad izquierdista de Raúl es una farsa, al igual que la posibilidad de curar la caricaturesca fobia de Santiago por las arañas.

Si bien los afectos personales prevalecen intactos en las relaciones que mantienen entre sí los personajes de estos relatos -los tres son una constatación de que la amistad y el cariño están por encima del paso del tiempo y de las diferencias ideológicas-, también es verdad que ellos retratan las brechas geográficas y culturales existentes en ese vasto territorio, profundamente incomunicado, que es el Perú. Al mismo tiempo, cada una de estas novelas cortas tiene como telón de fondo un momento crítico de la historia peruana desde los años 50 en adelante, cada uno de los cuales invita a una reflexión mayor sobre los sinsabores de la vida peruana de fines del siglo XX y el frágil concepto de nación que prevalece en la sociedad peruana.

Una novela epistolar y un personaje femenino: La amigdalitis de Tarzán

Bien podría decirse que los temas del desarraigo y el desamor, dos ejes fundamentales del universo de Bryce, tienen nuevos alcances artísticos en otra lograda novela suya, La amigdalitis de Tarzán (1998). Este libro narra la historia de amor entre Juan Manuel Carpio, un cantautor peruano residente en París y Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes, una salvadoreña de clase alta. Ambos se conocen cuando Fernanda María arriba a la capital francesa en 1967 e inician un largo romance caracterizado más por sus desencuentros y ausencias que por el tiempo que la pareja permanece junta en un mismo lugar. Si Juan Manuel vive instalado en París, Fernanda María, en cambio, es un personaje siempre errante: a lo largo del relato la salvadoreña vivirá en Chile, Venezuela, El Salvador y los Estados Unidos como consecuencia de sus azares amorosos y de los vaivenes de la historia latinoamericana de fines del siglo XX.

Portada de <em>La amigdalitis de Tarzán</em>, Madrid, Alfaguara, 1999

Dos temas llaman la atención en esta novela. En primer lugar, el hecho de que, por vez primera, el personaje protagónico sea una mujer. Sin embargo, a diferencia de las fragilidades sentimentales que muestran un Martín Romaña o un Felipe Carrillo, Fernanda María mostrará su singular fortaleza femenina para hacerle frente a las vicisitudes del destino. Dueña de un singular coraje, será ella (y no Juan Manuel ni el esposo de la protagonista) quien dé el masculino grito tarzanesco de fuerza, vigor y energía al que alude el título de la novela. En segundo lugar, destaquemos la importancia del formato epistolar del relato. Imposibilitados de vivir juntos en la misma ciudad, el afecto entre Juan Manuel y Fernanda María se revelará a través de una larga comunicación epistolar que durará tres décadas. Las cartas se convertirán así en el eje narrativo de la novela junto a reiteradas referencias a la música popular, evidenciando una larga y apasionada relación sentimental. Hay una gran sabiduría en el uso del formato epistolar como plataforma narrativa por parte de Bryce. Si bien la escritura epistolar es una tradición asociada a la novela de los siglos XVIII y XIX, aquí la carta no solo es la mejor fuente de conocimiento del mundo íntimo de los sujetos amorosos, sino que constituye una nueva posibilidad discursiva que va de la mano con la mentada oralidad del autor.

Así las cosas, el afecto entre Juan Manuel y Fernanda María será puesto a prueba por el tiempo y la distancia, pero permanecerá sin mella a pesar del paso de los años. Más bien, como en otras novelas de Bryce, se teñirá de una singular nostalgia y melancolía. Vale la pena destacar que Juan Manuel y Fernanda María guardan un singular pacto entre sí: evitar la comunicación telefónica, el uso del fax y, por supuesto, el correo electrónico. Bien visto, Bryce opta por escribir una novela a contracorriente de estos tiempos globalizados, pues la escritura epistolar de La amigdalitis de Tarzán pone en entredicho las bondades tecnológicas y la rapidez circunstancial de los tiempos para darle, en cambio, un tiempo propio a la comunicación sentimental. Así, desde su aparente anacronismo, la novela propone una única certeza: aquella que afirma que, como en las viejas canciones de amor, los verdaderos afectos sobreviven siempre a los embates de la distancia, la nostalgia y la melancolía.

Dueña de un gran público lector a poco de su aparición, La amigdalitis de Tarzán es un canto a la amistad más genuina y a la más grande tolerancia amorosa; todo ello en medio de una voz femenina tierna y valiente, y una escritura envolvente, expresiva y muy finamente trabajada.

Retornos limeños: Manongo Sterne, Natalia de Larrea y Olavegoya y Carlitos Alegre di Lucca

Si Un mundo para Julius convirtió a Bryce en el mejor cronista de la burguesía peruana de su generación, el retorno a ese mundo en novelas como No me esperen en abril (1995) y El huerto de mi amada (2002) confirma el retrato de ese mundo social como uno de los ejes fundamentales de su universo narrativo. En ese sentido, Manongo Sterne, el protagonista de No me esperen en abril, es un personaje emblemático de toda la narrativa de Bryce, una suerte de Julius mayor. La trama de No me esperen en abril tiene su origen en una historia de amor juvenil entre Manongo Sterne y Tere Mancini y la aventura vital que la pareja emprende marcada por los encuentros y desencuentros de ambos a lo largo de los años. En este largo periplo, Manongo nunca renunciará a la posibilidad de amar a Tere. No me esperen en abril es una novela de aprendizaje que cuenta el proceso de socialización del protagonista y su eventual ingreso al mundo adulto; este se inicia en 1953 y culmina con su muerte en 1995. La novela tiene como telón de fondo cincuenta años de la historia del Perú en la segunda mitad del siglo XX y las grandes transformaciones sociales que ocurren en la sociedad peruana. En ese lapso, uno de los temas centrales que la novela desarrolla será la decadencia de la oligarquía peruana, representada por la familia de Manongo, y la pérdida de su protagonismo económico y político en el país.

Si la formación sentimental de Manongo está marcada por su relación amorosa con Tere, su proceso de socialización lo estará por las grandes amistades que forja en el colegio San Pablo, un exclusivo internado británico ubicado en Chosica, fundado por el anglófilo don Álvaro de Aliaga y Harriman. En el flamante colegio San Pablo se educan los hijos de la oligarquía peruana, una clase social marcada por su miopía para entender la realidad del país. Por ello, el narrador no duda en describir el San Pablo como «el colegio más exclusivo y anacrónico del Perú, y el más alejado de la realidad nacional» (188).[8] Bien visto, el colegio San Pablo es una suerte de microcosmos de la dinámica social peruana; esto es, un muestrario de la frivolidad de la clase oligárquica, con todos sus prejuicios raciales, complejos y miserias, en el fragmentado Perú de los años 50. En tanto un miembro de esa oligarquía, Manongo está destinado a mantener todos los privilegios que pertenecer a ella exige, algo que cumplirá con creces. Así, con el paso del tiempo, Manongo se volverá un ser estafador e inescrupuloso, lo que lo convertirá en un magnate internacional que multiplicará la fortuna familiar. Sin embargo, a pesar de la riqueza que logra amasar, el protagonista nunca olvidará las amistades fraternas que forjó en su adolescencia en el colegio San Pablo y añorará siempre retornar a esa feliz etapa de su vida.

No me esperen en abril muestra un sólido dominio de todos los recursos narrativos que le permitieron a Bryce forjar una voz propia para narrar; a saber, la creación de un relato marcado por la recreación de un lenguaje oral muy expresivo -rico en digresiones, coloquialismos y modismos- y el cultivo de un fino uso del humor y de la ironía tras los cuales se esconde una velada denuncia social. El relato privilegia una voz narrativa que, si bien es fundamentalmente la de un narrador omnisciente, también es una voz que busca siempre multiplicar el punto de vista del relato y, en ese proceso, lograr la complicidad total del lector. Un tour de force de más de seiscientas páginas, No me esperen en abril incluye muchas referencias a la cultura popular peruana y extranjera, así como abundantes referencias y autorreferencias a otros autores como Vallejo, Ribeyro y el propio Bryce Echenique. La novela también hace reaparecer a personajes de libros anteriores (Julius, Vilma, Manolo, por ejemplo), lo que invita a pensar en su imaginario como un mundo orgánico y total, es decir, un universo literario artísticamente maduro.

Alfredo Bryce Echenique

Manongo Sterne es uno de los grandes personajes de la obra bryceana, un ser complejo que, si bien está dotado de una sensibilidad de la que carecen otros miembros de su entorno social, también es capaz de las más grandes mezquindades cuando del mundo de los negocios se trata. Visto con cuidado, Manongo es el pasajero por excelencia de ese largo viaje sentimental que emprenden los personajes del autor; un sujeto solitario y huérfano de afecto que, tras la última negativa de Tere para que ambos se amen, se convertirá en una figura trágica. Así, como otros tantos personajes de Bryce, Manongo es una víctima de las trampas de la nostalgia, porque el ansiado retorno al paraíso perdido del amor y de la amistad nunca será más que un mero espejismo de la memoria.

Si Manongo y Tere nunca pueden consumar su amor, tampoco podrán hacerlo Carlitos Alegre di Lucca y Natalia de Larrea y Olavegoya, los dispares amantes de El huerto de mi amada (2002). Ambos se conocen durante una fiesta que ofrecen los padres de Carlitos, un joven e ingenuo estudiante de medicina quien es dieciséis años menor que Natalia, una bella, divorciada y codiciada mujer de la clase alta. La trama se desarrolla a partir de la absurda premisa de hacer posible este amor imposible, un hecho al que tenazmente se oponen los propios padres del católico Carlitos y a contracorriente de las convenciones de la pacata sociedad de Lima de los años cincuenta. El intenso romance que Carlitos y Natalia sostienen por varios años, primero en Lima y luego en París, sólo será posible mediante un complejo juego entre memoria, olvido y nostalgia que la pareja desarrolla, cada cual a su manera.

Así, Carlitos es el alegre y despistado personaje que logra hacer mantener un estado de ensoñación y enamoramiento a partir de la suspensión del tiempo y un recordar permanente de ese primer e inolvidable bolero «Siboney» con el que se conocieron. El hechizo perdura hasta que, en un viaje a Salta, a Carlitos se le filtra el cariño y la nostalgia por sus amigos de juventud, los mellizos Céspedes. En ese momento, la ensoñación se rompe y Carlitos olvida el cumpleaños cincuenta de Natalia. Ella no le perdonará tamaña traición y lo abandonará intempestivamente, pero no sin antes ordenar que le propinen una paliza que lo envía al hospital. Como si no hubiese pasado el tiempo, Carlitos recupera entonces su amor primero con Melanie Vélez Sarsfield, se reconcilia con su familia, continúa su prestigiosa carrera de médico y tiene un feliz matrimonio en Londres.

De manera opuesta, aunque complementaria, Natalia encarna al sujeto en crisis consumido por una melancólica memoria. Al final de la novela, la alguna vez bella dama devendrá un ser desclasado e incomprendido, carente de un espacio afectivo en el mundo porque ni la moral conservadora limeña ni el paso del tiempo le perdonarán su audacia amorosa. En ese contexto, el viejo huerto de Chorrillos será «el único trozo de su ciudad y de su vida que Natalia siempre recordará con amor» (252).[9] Al igual que Manongo, Natalia sólo conocerá la felicidad en el coto privado de sus recuerdos. Si Carlitos es olvido y presente eterno, Natalia, en cambio, personifica el recuerdo y el pasado.

Bienvenido Salvador Buenaventura y Tadeo de Ontañeta, dos nuevos antihéroes bryceanos

Las obras infames de Pancho Marambio (2007) y Dándole pena a la tristeza (2012) son las dos últimas novelas de Bryce. Bienvenido Salvador Buenaventura, el protagonista de Las obras infames, es nuevamente un peruano errante y nostálgico. A los 54 años, Bienvenido abandona su exitosa vida de abogado limeño para instalarse en Barcelona y empezar una nueva vida. Sin embargo, una vez convertido en residente de la capital catalana, los canallas y malévolos quehaceres del inescrupuloso Pancho Marambio llevarán a Bienvenido a una profunda caída moral que lo conducirá indefectiblemente hacia el callejón sin salida del alcoholismo. Así las cosas, Bienvenido se encontrará con una Barcelona cruel y pesadillesca, una ciudad trágica y «letal» (104) a la cual el protagonista arribará solo para cumplir con su destino fatal.[10] En Barcelona, Bienvenido también constatará que «lleva una eternidad intentando llegar a alguna parte» (140), y recordará, en contraste con la depresión en la que ahora vive sumido, que «alguna vez en su vida fue muy feliz» (140). Por ello, intentará revivir allí un viejo amor limeño con la fugaz Mariana Zañartu.

Las obras infames es la historia de una vida de virtudes y flaquezas humanas contada desde una prosa siempre expansiva, llena de alambicados malabares lingüísticos y muchas digresiones. Se trata de una novela sobresaliente por su estilo libertino y caprichoso, con ecos de Laurence Sterne y de Malcolm Lowry. Así, Bienvenido Salvador Buenaventura es un sujeto que se suma a la vasta galería de personajes bryceanos marcados por la soledad, la errancia y el desarraigo, un ser cuya vida será siempre un «feliz vagabundeo por toda Europa, de un país a otro y de ciudad en ciudad» (34), buscando abrigo y afecto en el mundo, y añorando siempre su lejano Perú.

En Dándole pena a la tristeza, Bryce regresa una vez más al mundo de la oligarquía peruana para narrar la historia de una saga familiar. La novela cuenta la historia de tres generaciones de la familia de Ontañeta, un clan fundado por don Tadeo de Ontañeta. Este próspero minero logra amasar una gran fortuna y a sus 105 años de edad alterna su consumo de cigarrillos con un balón de oxígeno en su mansión de San Isidro. El heredero del emporio familiar será Fermín Antonio de Ontañeta Tristán, bajo cuyo liderazgo los negocios de don Tadeo serán llevados a un nuevo nivel de prosperidad. No obstante, la mirada satírica del narrador permite entrever que el futuro descalabro de la fortuna familiar está a la vuelta de la esquina, pues los herederos de Tadeo y Fermín darán claros indicios de no querer trabajar para expandir el patrimonio familiar. Así, a fuerza de chantajes y triquiñuelas, Fermín logra que se haga cargo de todos sus negocios su sobrino José Ramón Ontañeta Wingfield luego de contraer matrimonio con Magdalena, la hija del magnate. Curiosamente, José Ramón siempre quiso desentenderse de los negocios de su suegro y hasta prefirió omitir el «de» de su apellido. Más tarde, carente de un patriarca tras la muerte de José Ramón, la fortuna de la familia quedará en manos de Federico de Ontañeta de Ontañeta. Federico es un hombre que vive poco, pero su vida donjuanesca y ociosa conducirá a la familia Ontañeta al descalabro y a la pérdida de todo su

Con una mirada irónica y trágica, Bryce retrata en esta novela los avatares de un variopinto clan familiar donde conviven personajes tan virtuosos como viles y excéntricos. Todos ellos darán muestras de las más rancias costumbres de una sociedad limeña anclada en la tradición. Pero si sus exquisiteces y esplendores les permitirán a los de Ontañeta vivir una vida llena de grandes lujos, sus prejuicios y frivolidades los condenarán en última instancia a la decadencia y la ruina.

Bryce y el género del cuento

Además de ser un prolífico novelista, Bryce es un cuentista de gran talento. De hecho, sus cinco volúmenes de cuentos son el complemento natural del rico universo plasmado en sus novelas. En sus relatos figuran, por ejemplo, una serie de personajes infantiles y juveniles que descubren el mundo adulto a través de diversas experiencias iniciáticas, como ya comentamos antes sobre Manolo, el protagonista único de Huerto cerrado. Tampoco está ausente de este imaginario la exploración de la clase alta limeña y su decadencia. De este tema son representativos relatos como «Baby Schiaffino», «Eisenhower y la Tiqui-tiqui-tín» o «Pepi Monkey y la educación de su hermana», pertenecientes a La felicidad, ja, ja (1974). En estos cuentos aparecen personajes sumidos en una dolorosa melancolía por un pasado que siempre les prometió un futuro de riqueza y esplendor pero que se truncó por diversos motivos. Ante ese fracaso, su único refugio estará en el mundo de los recuerdos, caracterizado por una constante yuxtaposición entre el pasado y el presente de estas criaturas. En otro puñado de cuentos de La felicidad, ja, ja encontraremos incursiones en el tema del exilio y el enfrentamiento cultural de personajes peruanos con su contexto europeo. Tal es el caso de «Antes de la cita con los Linares», «Dijo que se cagaba en la mar serena», o «Florence y Nós três», este último el primer intento de Bryce por retratar París como una ciudad lúgubre y poco hospitalaria para los latinoamericanos. Una temática similar aparece en «Muerte de Sevilla en Madrid», un relato de gran factura en el cual su tragicómico protagonista, antes que descubrir las bondades de la capital española, se enfrentará en ella a su destino fatal.

Alfredo Bryce Echenique durante la rueda de prensa del homenaje por los 50 años de la publicación de <em>Un mundo para Julius</em> en Alicante

La exploración de la clase alta limeña reaparecerá en relatos como «Una tajada de vida» y «Magdalena peruana». A estos se unirán otros cuentos donde se exploran las flaquezas y miserias del amor, como en «Apples» y «El breve retorno de Florence este otoño», todos pertenecientes al volumen Magdalena peruana y otros cuentos (1986). En su cuarto volumen de cuentos, Guía triste de París (1999), Bryce transitará entre la crónica y el cuento para darle una nueva mirada a la capital francesa. Así, los esplendores y sinsabores de la Ciudad Luz quedan finamente retratados en relatos como «Machos y caducos lamentables», «Verita y la Ciudad Luz» o «La muerte más bella del 68». Añádanse a ellos logradas exploraciones de los avatares del amor y la cultura popular, dos asuntos recurrentes en el imaginario de Bryce, en relatos como «Lola Beltrán in concert» o «Deep in a dream of you».

Los cuentos de La esposa del Rey de las Curvas (2008) confirman el talento narrativo del autor en el género breve, así como la existencia de un universo temático muy maduro. Muchos de estos relatos sobresalen por la característica oralidad de Bryce; una oralidad digresiva y caprichosa frecuentemente unida al humor, la ironía y a una gran expresividad sentimental. Se exploran nuevamente en estos cuentos temas como los sinsabores amorosos del peruano errante y cosmopolita, un sujeto escindido entre el Perú y Europa, como ocurre en «La funcionaria lingüista» o «La chica Pazos», dos logrados relatos basados en extensos ejercicios de la memoria. Destaquemos, asimismo, las virtudes narrativas de «La esposa del Rey de las Curvas», un cuento instalado en el mundo de la infancia, pero que también es un velado homenaje a la figura del cuentacuentos o storyteller. Este contador de historias convierte a la literatura en una fuente de rebeldía contra el absurdo de la vida; una vida «chata y angustiosa, y, a la vez sumamente aburrida, muy a menudo, y para colmo de males, sin un desenlace conocido» (136),[11] como afirma el narrador.

Memorias y ensayos

La vasta obra narrativa de Bryce se completa con tres volúmenes de lo que el autor denomina sus «antimemorias», un término que toma prestado de André Malraux para repasar su vida y su literatura. Estos incluyen los títulos Permiso para vivir (1993), Permiso para sentir (2005) y Permiso para retirarme (2019). Asimismo, la obra de Bryce como cronista está recopilada en los volúmenes A vuelo de buen cubero y otras crónicas (1977), Crónicas personales (1988), A trancas y barrancas (1996), Crónicas perdidas (2001), Doce cartas a dos amigos (2003), Entre la soledad y el amor (2005) y Penúltimos escritos: retazos de vida y literatura (2008).

Pocos autores de la literatura peruana han logrado retratar las luces y sombras de la burguesía nacional con tanta riqueza de matices como lo ha hecho Alfredo Bryce Echenique. La obra de Bryce explora ese universo con humor e ironía, haciendo de él un tema central de su imaginario. Un mundo para Julius es una novela irrepetible; un relato que abre la puerta a un espacio social largamente ignorado en las letras peruanas y sobre el que Bryce es capaz de ofrecernos una mirada desde dentro debido a su experiencia vital. Igualmente, pocos escritores han sabido fabular sobre el exilio y el desgarramiento de la identidad peruana con la subjetiva inteligencia con que lo ha hecho Bryce a través de sus muchos personajes. Sus protagonistas viajan una y otra vez entre América y Europa viviendo un cosmopolitismo de corte propio, intensamente sentimental y nostálgico, hasta hacer de esa experiencia otro tema fundamental de su ficción.[12] Estos dos temas bastan para otorgarle un lugar de privilegio a un universo narrativo forjado con originalidad y lucidez en las letras peruanas.

Alfredo Bryce Echenique en Alicante, octubre 2021

La obra de Bryce también ocupa un lugar protagónico en el desarrollo de la novela latinoamericana de nuestros días. Desde su exilio europeo en los años 60, Bryce vio surgir a la gran novela del boom que cultivaron escritores como Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. Todos ellos examinaron los grandes temas de la historia e identidad latinoamericanas y, a partir de ambiciosas sagas narrativas con grandes mudas de tiempo y espacio, emprendieron la búsqueda de la llamada «novela total». Los logros artísticos de la novela del Boom contribuyeron a una modernización e internacionalización sin precedentes de la narrativa latinoamericana. Pero si la novelística del boom se constituye a partir de una representación totalizante del mundo latinoamericano, la obra de Bryce está más ligada a la llamada generación del posboom, un grupo de escritores que incluye a Manuel Puig, Isabel Allende, Antonio Skármeta, Luis Rafael Sánchez, Rosario Ferré y Ángeles Mastretta, entre otros. Nacidos hacia 1940, todos ellos empezaron a publicar en pleno apogeo del boom, proponiendo una exploración más íntima de la realidad y un modo de narrar más directo y transparente. Si en la novelística del boom la voz que cuenta es la de un narrador todopoderoso que goza de amplios poderes en el relato, los autores del posboom privilegian una voz en primera persona a través de la cual el protagonista comparte sus dudas y fragilidades humanas con el lector. Además de cultivar el humor y el uso de un lenguaje coloquial y lúdico, la novelística del posboom incorpora referencias a la cultura popular -la radionovela, el fútbol, la música popular (valses, tangos, rancheras), la televisión y el cine-, otorgándole a ésta un protagonismo del que antes careció en la novela latinoamericana. En esta apuesta, acaso menos grave y menos solemne, pero no por ello menos crítica para retratar la realidad latinoamericana, la obra de Bryce ocupa un lugar preferencial.[13]

Bibliografía

  • Bryce Echenique, Alfredo. Huerto cerrado. La Habana: Casa de las Américas, 1968.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Un mundo para Julius. Barcelona: Barral Editores, 1970.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Muerte de Sevilla en Madrid; Antes de la cita con los Linares. Lima: Mosca Azul editores, 1972.
  • Bryce Echenique, Alfredo. La felicidad, ja, ja. Barcelona: Barral Editores, 1974.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Tantas veces Pedro. Lima: Libre-1, 1977.
  • Bryce Echenique, Alfredo. A vuelo de buen cubero y otras crónicas. Barcelona: Anagrama, 1977.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Todos los cuentos. Lima: Mosca Azul editores, 1979.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Cuentos completos. Madrid: Alianza editorial, 1981.
  • Bryce Echenique, Alfredo. La vida exagerada de Martín Romaña. Barcelona: Argos Vergara, 1981.
  • Bryce Echenique, Alfredo. El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz. Barcelona: Plaza & Janés, 1985.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Magdalena peruana y otros cuentos. Barcelona: Plaza & Janés, 1986.
  • Bryce Echenique, Alfredo. La última mudanza de Felipe Carrillo. Barcelona: Plaza & Janés, 1988.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Crónicas personales. Barcelona: Anagrama, 1988.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Dos señoras conversan. Barcelona: Plaza & Janés, 1990.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Permiso para vivir-Antimemorias I. Madrid: Anagrama, 1993.
  • Bryce Echenique, Alfredo. No me esperen en abril. Barcelona: Anagrama, 1995.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Cuentos completos. Madrid: Alfaguara, 1995.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Antología personal. San Juan, Puerto Rico: Universidad de Puerto Rico, 1995.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Para que duela menos. Juan Angel Juristo, editor. Madrid: Espasa-Calpe, 1995.
  • Bryce Echenique, Alfredo. A trancas y barrancas. Madrid: Espasa, 1996.
  • Bryce Echenique, Alfredo. 15 cuentos de amor y humor. Carlos Garayar, editor. Lima: Peisa, 1996.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Reo de nocturnidad. Barcelona: Anagrama, 1997.
  • Bryce Echenique, Alfredo. La amigdalitis de Tarzán. Lima: Peisa, 1998.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Del humor quevedesco a la ironía cervantina. Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, 1998.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Guía triste de París. Madrid: Alfaguara, 1999.
  • Bryce Echenique, Alfredo. La historia personal de mis libros. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2000.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Crónicas perdidas. Lima: Peisa, 2001.
  • Bryce Echenique, Alfredo. El huerto de mi amada. Barcelona: Planeta, 2002.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Doce cartas a doce amigos. Lima: Peisa, 2003.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Permiso para sentir-Antimemorias II. Lima: Peisa, 2005.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Entre la soledad y el amor. Lima: Peisa, 2005.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Las obras infames de Pancho Marambio. Barcelona: Planeta, 2007.
  • Bryce Echenique, Alfredo. La esposa del Rey de las Curvas. Lima: Peisa, 2008.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Penúltimos escritos: retazos de vida y literatura. Lima: Peisa, 2009.
  • Bryce Echenique, Alfredo. La suprema ironía cervantina. Madrid: Foro Complutense, 2010.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Dándole pena a la tristeza. Lima: Peisa, 2012.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Aforismos: Dichos, dichas y desdichas. Lima: Peisa, 2016.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Permiso para retirarme-Antimemorias III. Lima: Peisa, 2019.
  • Bryce Echenique, Alfredo. Función del diálogo en la narrativa de Ernest Hemingway. Lima: Universidad Ricardo Palma, 2019.
  • Coaguila, Jorge, editor. Alfredo Bryce Echenique: entrevistas escogidas. Lima: Fondo Editorial Cultura Peruana, 2006.
  • Corticelli, María Rita. La narrativa de Alfredo Bryce Echenique. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos-Instituto Italiano de Cultura, 2003.
  • Ferreira, César y David Wood, editores. Medio siglo de Un mundo para Julius: Ocho lecturas. Lima: Universidad Ricardo Palma, 2021.
  • Ferreira, César e Ismael P. Márquez, editores. Los mundos de Alfredo Bryce Echenique (Textos críticos). Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 1994.
  • Fuente, José Luis de la. Cómo leer a Alfredo Bryce Echenique. Madrid: Júcar, 1995.
  • Fuente, José Luis de la. Más allá de la modernidad: Los cuentos de Alfredo Bryce Echenique. Valladolid: Universidad de Valladolid, 1998.
  • González, Aníbal. Love and politics in the contemporary Spanish American novel. Austin: University of Texas Press, 2010.
  • Krakusin, Margarita. La novelística de Alfredo Bryce Echenique y la tradición sentimental. Madrid: Pliegos, 1996.
  • Luchting, Wolfgang. Alfredo Bryce: Humores y malhumores. Lima: Milla Batres, 1975.
  • Marcone, Jorge. La oralidad escrita: sobre la reivindicación y re-inscripción del discurso oral. Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 1997.
  • Ortega, Julio. El hilo del habla: La narrativa de Alfredo Bryce Echenique. Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 1994.
  • Ortega, Julio y María Fernanda Lander, editores. Alfredo Bryce Echenique ante la crítica. Caracas: Monte Ávila Editores, 2004.
  • Rodríguez Lafuente, Fernando, editor. Semana de autor: Alfredo Bryce Echenique. Madrid: Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1991.
  • Tierney-Tello, Mary Beth. Mining memory: reimagining self and nation through narratives of childhood in Peru. Lewisburg: Bucknell University Press, 2017.
  • Valero Juan, Eva María. La ciudad en la obra de Julio Ramón Ribeyro. Alicante: Universidad de Alicante, 2003.
  • Wood, David. The fictions of Alfredo Bryce Echenique. Londres: King’s College, 2000.

[1] Para un análisis detallado de la oralidad véase el estudio de Jorge Marcone, La oralidad escrita: sobre la reinvidicación y re-inscripción del discurso oral (1994).

[2] Véase al respecto el libro La ciudad en la obra de Julio Ramón Ribeyro (2003), de Eva Valero Juan.

[3] Cito por la primera edición de Un mundo para Julius, Barcelona, Barral editores, 1970.

[4] Recuérdense, por ejemplo, novelas como Los ríos profundos (1958), de José María Arguedas; Los cachorros (1967), de Mario Vargas Llosa; o Ximena de dos caminos (1993), de Laura Riesco, entre muchos otros títulos. Véase al respecto el estudio de Mary Beth Tierney-Tello, Mining memory: reimagining self and nation through narratives of childhood in Peru (2017).

[5] Cito por la primera edición española de Tantas veces Pedro, Madrid, Cátedra, 1981.

[6] Cito por la primera edición de La vida exagerada de Martín Romaña, Barcelona, Argos Vergara, 1981.

[7] Tal es el título del primer capítulo de la novela, un relato que abunda en referencias a la música popular latinoamericana. Cito por la primera edición de La última mudanza de Felipe Carrillo, Barcelona, Plaza & Janés, 1988.

[8] Cito por la edición de No me esperen en abril, Barcelona, Anagrama, 1995.

[9] Cito por la primera edición de El huerto de mi amada, Barcelona, Planeta, 2002.

[10] Cito aquí por la primera edición de Las obras infames de Pancho Marambio, Barcelona, Planeta, 2007.

[11] Cito por la primera edición de La esposa del Rey de las Curvas, Lima, Peisa, 2008.

[12] El tema del exilio europeo lo podemos encontrar ya en Pobre gente de París (1958), de Sebastián Salazar Bondy, y la serie de cuentos «Los cautivos», de Julio Ramón Ribeyro.

[13] Véanse al respecto los estudios de David Wood, The fictions of Alfredo Bryce Echenique (2000), así como de Aníbal González, Love and politics in the contemporary Spanish American novel (2010).

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