Saltar al contenido principal

Antonio Alcalá Galiano

  1. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
  2. Antonio Alcalá Galiano
  3. El autor
  4. Perfiles literarios: obra crítica y memorialística

Perfiles literarios: obra crítica y memorialística

El crítico, el historiador de la literatura, está habituado, y también obligado, a estudiar el contexto social e histórico en el que se desarrolla la inicial producción literaria e ideológica de una determinada persona que con el correr del tiempo se convierte en un referente tanto en el campo político como literario y jurídico. Alcalá Galiano, hombre de proverbial cultura, con grandes conocimientos del latín, bibliófilo, leyó a sus contemporáneos europeos en sus idiomas, ya que conocía y hablaba perfectamente el francés y el inglés, sin olvidar otras lenguas europeas que estudiaría y aprendería gracias a sus destinos como diplomático. La fecha de nacimiento de Galiano (1789) y los años inmediatos a dicha fecha coinciden con un periodo de revolución literaria y de revoluciones políticas de gran envergadura (Sarrailh, 1954) que influirían en su inicial formación académica.

En 1803, a los 14 años, funda con otros gaditanos la Academia de Bellas Artes, a semejanza de la existente en Sevilla, en donde se analiza la retórica y poética de Batteux y Blair, y se discuten las obras De l'esprit y De l'homme, de Helvecio. En la Academia se comentan las obras de Voltaire, Montesquieu y Rousseau, entre otros, y entabla amistad con dos jóvenes que con el correr del tiempo figurarían en un lugar señero en la literatura española: José Joaquín de Mora, con quien Galiano colaborara en «la querella calderoniana» y Martínez de la Rosa. Si nos atenemos a sus Memorias, a los dieciocho años ingresa en la tertulia de Quintana, se adscribe al credo estético neoclásico y señala sus lecturas y preferencias literarias: Ariosto, Tasso, Guarini, Metastasio, Maquiavelo, Milton, Addison, Robertson, Hume, Gibbon, Chesterfield, Pope…

En 1818 Galiano participa de pleno en la «querella calderoniana», en apoyo de Mora, neoclásico como él en un principio, pero que había cambiado de ideas literarias e inclinado hacia el romanticismo. Cabe señalar que Galiano residió en Inglaterra durante la época de apogeo del romanticismo, en el momento que la influencia francesa decae y se intensifica la alemana. Evolución hacia el romanticismo idéntica a la de Blanco White y el propio Mora tal como queda explícito en la conferencia pronunciada por Galiano en 1828 en la Universidad de Londres, a raíz de la toma de posesión como catedrático: Introductory Lecture delivered in the University of London. Texto en el que manifiesta su cambio de credo estético, en consonancia con las reflexiones de Blanco y Mora, pues no concede gran importancia a la literatura medieval y aquilata su valor de forma mesurada, refiriéndose, por ejemplo, al Arcipreste de Hita como «has many a lucky», la Coplas de Jorge Manrique las encuentra «uncommonly beautiful» y en el Conde Lucanor «there are very fine and witty things» (1828: 20). Respecto a la literatura del Siglo de Oro sus apreciaciones vertidas en dicha conferencia son más positivas, incidiendo en la falta de libertad de expresión por culpa de la Inquisición, faltándole también arrojo y originalidad de pensamiento. Elogia a Quevedo, a Saavedra Fajardo, Moncada, Melo y, especialmente, a los dramaturgos del Siglo de Oro, preferentemente a Calderón de la Barca, autor admirado con «desenfrenada admiración y aplauso» por los críticos (1828: 24).

Durante su exilio en Francia y en pleno apogeo del romanticismo, escribirá el Prólogo para el poema del duque de Rivas El Moro expósito (1834), texto capital para entender el romanticismo español, rechazando la división entre clásicos y románticos, a fin de declarar su admiración por la literatura inglesa y alemana, pues lejos de imitar a los modelos greco-latinos había seguido sus propias costumbres y reflejado su personalidad sin someterse a las restricciones de los clásicos, de ahí su naturalidad, su espontaneidad y, sobre todo, su autenticidad. Galiano pide lo mismo para el romanticismo español, alejándose de la influencia francesa que había hecho desaparecer lo genuino español, lo tradicional en nuestras letras, pues siempre los dramaturgos españoles habían copiado sin pudor alguno los modelos de la literatura francesa, sin percibir que su conducta es puramente anticlásica, a diferencia de los escritores ingleses y alemanes que no solo habían roto contra el monopolio clasicista, sino que habían encontrado otros modelos de perfección más genuinos y originales, como en el caso de la literatura inglesa que, incluso, había prescindido del agrio debate entre clásicos y románticos que por estas fechas existía en España, adoptando una actitud ecléctica, reconciliadora entre clásicos y románticos, cuyos puntos de partida coincidiría en parte con el sentir de Larra en su artículo «Literatura», publicado en El Español, el 18 de enero de 1836. Eclecticismo de Alcalá Galiano que posibilita su reagrupamiento en esta tendencia reconciliadora y que el hispanista inglés Peers lo aplica para centrar su ideario estético (1967: 77-199), aunque dicha actitud podría matizarse si tenemos en cuenta las opiniones posteriores de la crítica, pues lo que sucede, tal como señala Llorens «es que Alcalá Galiano sigue la opinión corriente entonces en Inglaterra de considerar el romanticismo, en la teoría y en la práctica, como una denominación europea continental ajena a las letras británicas. Así lo creía el propio Byron «[…] Ahora bien, la literatura española de su tiempo se había formado casi totalmente ateniéndose a los principios del neoclasicismo. Juzgarla ahora por primera vez según nuevas y muy opuestas ideas literarias tenía que producir forzosamente efectos muy negativos» (1969: 12).

Es evidente que Alcalá Galiano no mostró entusiasmo ni gran admiración por el romanticismo francés, pues le parecía una corriente estética afectada, carente de espontaneidad, fijándose más en el referente neoclásico, en la rigidez de sus normas, que con la naturalidad propia de los ingleses. Tampoco se debe olvidar sus preferencias personales tanto ideológicas como políticas, que analizadas desde su óptica o visión personal se muestran siempre coherentes en sus artículos de crítica literaria. Acepta, por ejemplo, la diferenciación establecida por A. W. Schlegel entre unidad orgánica y mecánica, reprochando a Martínez de la Rosa por considerar la obra poética como una composición parecida a la construcción de casas o buques. Reproches que se extienden a otros escritores neoclásicos, de ahí las tempranas censuras de la crítica del XIX a sus críticas contra las figuras más señeras del neoclasicismo, como en el caso de la ya citada monografía debida a Blanco García (189: 421). Para Galiano el espíritu está por encima de la forma, de ahí que lo más importante y transcendental sea expresar la pasión del ser humano desde una visión intimista, no desde la frialdad versificadora propia del clasicismo, pues lo importante es la originalidad, no la sujeción a una normativa o pragmática que constriñe la imaginación del artista, del creador. Si bien es verdad que su Prólogo a El Moro expósito supone un material noticioso de gran transcendencia para el conocimiento de sus ideas sobre el romanticismo, no menos interesantes son las opiniones críticas vertidas sobre las letras españolas publicadas en la revista londinense The Atheneum, año 1834, con el título de Literature of the nineteenth Century: Spain. La lectura de ambos trabajos desvela los vericuetos literarios de Galiano, sus reflexiones en materia literaria, sus fobias y animadversiones, sus preferencias y reflexiones relativas al cruce existente entre las corrientes estéticas de la época y sus esperanzas, sus consideraciones sobre la literatura europea del momento, sus juicios sobre los defectos y aciertos de cada una de ellas. En definitiva, un panorama crítico que tiene como punto de partida su inicial formación literaria neoclásica hasta su evolución ideológica y literaria hasta 1834, fecha que corresponde a la publicación de dichos trabajos. En años posteriores, su desengaño romántico será evidente y sus ideales desvanecidos, pues la nueva escuela, tan defendida por él desde múltiples puntos de vista solo daba frutos literarios aislados, y salvo raras excepciones, como en los casos de Rivas y Espronceda, la literatura española languidecía y se deslizaba hacia vericuetos carentes de originalidad y validez literaria, pues se había convertido en un remedo de la literatura francesa. Su visión negativa respecto al neoclasicismo español por carecer no solo de originalidad sino también por carecer de motivos o temas carentes de interés, vuelven a estar en la mente de Alcalá Galiano. El romanticismo para él no es otra cosa que una moda literaria impuesta, de nuevo, por Francia, de ahí su desilusión, su desencanto, pues los valores que en un principio representaba dicha escuela literaria carecían de originalidad y las letras españolas, fundamentalmente las obras teatrales, eran una torpe imitación de la dramaturgia francesa, plagada de situaciones inverosímiles y absurdas que nada tenían que ver con nuestro legado histórico. En resumen: todo el corpus crítico, publicado y analizado en estas líneas, evidencian que el exilio le pone en contacto con nuevas formas de interpretar las corrientes estéticas e ideológicas (Llorens, 1968; Sánchez Montero, 1975; Sánchez García, 1999: 143-158; 2011: 17-34).

Trayectoria vital de Alcalá Galiano que discurre hasta el final de su exilio por cauces universitarios. Su experiencia como profesor, conferenciante y crítico en Inglaterra ha sido abordada por los biógrafos o estudiosos de su obra también desde esta perspectiva (Peers, 1924: 315-324 y 445-458; 1952: 491-497; Loyd, 1933: 4-15; Llorens, 1951: 121-142; 1968, 1979; Sánchez García, 2011: 17-34), ahondando no solo en su inicial formación literaria, en su forma de entender el romanticismo, sino también desde su proceso de evolución, de su cambio ideológico tanto desde una perspectiva literaria como política (García Barrón, 1964: 91-94; Castells, 1992: 167-182; Torres, 1997: 349-358; Busquets, 2002: 117-137; Sánchez García, 2000: 289-314; 2002: 255-272; 2005; Sánchez León, 2006: 73-103; Escudero, 2008: 519-534). Estudios críticos que también aluden o analizan el penoso y amargo pan del exilio en Inglaterra y en Francia, tal como se constata en sus publicaciones autobiográficas y en los estudios sobre su obra crítica, ensayística y traductora (López Núñez, 1929; Morandi, 1964: 5-37; Marías, 1965: 407-421; Peers, 1967: 77-199; Llorens, 1967; 1979; García Barrón, 1968: 241-248; 1970; Sebold, 1982: 383-204; Juretschke, 1989; Heredia, 2001: 169-228; Busquets, 2001: 77-87; 2002: 117-137; Caparrós, 2009: 605-626).

A partir de la amnistía de 1834, Alcalá Galiano regresa a España y se inicia un nuevo y último periodo de su vida tanto político como crítico literario, conferenciante y jurista. Tras la finalización de la llamada «ominosa década» (1823-1833), bajo el despotismo fernandino, las instituciones culturales recobran su vida. Con la vuelta de los exiliados en dicho año, Galiano participa activamente en la vida literaria de Madrid. Conjuntamente con el duque de Rivas y Mesonero Romanos, fundamentalmente, creará la comisión de la «Sociedad Económica Matritense de Amigos del País» a fin de solicitar a la reina María Cristina la reapertura del Ateneo. Cabe recordar que el origen de su fundación fue eminentemente de carácter político, tal como se ha destacado en los estudios referidos a dicha institución (Labra, 1878 y 1906; Simón Díaz, 1947; García Martí, 1948; Ruiz, 1971; Gil Novales, 1986; Martín, 2004: 13-26), pues desde su fundación el mayor interés de los ateneístas radicaba en el análisis de las discusiones de las Cortes, tal como se constata en el reglamento del 14 de mayo de 1820, en donde se especifica que un total de noventa y dos ciudadanos firmaron los Estatutos para el régimen y gobierno del Ateneo con el fin de «discutir tranquila y amistosamente cuestiones de legislación, política, de economía […]» (Labra, 1878: 26). De hecho se fundaron seis cátedras, sin remuneración alguna, en las que se debatían los temas de más actualidad que, evidentemente, estaban relacionados con la política. Si analizamos la prensa periódica del periodo correspondiente al Trienio Liberal, el resultado fue idéntico, tal como destaca la publicación madrileña La Periodicomanía, pues primaban e interesaban más al público los temas políticos, en detrimento de los literarios.

A raíz de la apertura del Ateneo en 1835 la institución crea nuevas cátedras, figurando Alcalá Galiano como profesor de política constitucional y Alberto Lista como titular de la cátedra de literatura. Desde ella impartiría sus lecciones o conferencias que le darían merecida fama como jurista, especialmente por sus aportaciones al Derecho Político Constitucional. De hecho, el gran novelista y catedrático en la Facultad de Derecho en la Universidad de Oviedo, Leopoldo Alas, Clarín, en sus conferencias pronunciadas en el Ateneo durante el curso 1885-1886, analizará el periodo constitucional de 1820-1823 y la emigración española hasta la muerte de Fernando VII (1833) siendo su referente principal la figura de Alcalá Galiano. Cabe recordar que el periodo de mayor celebridad de su presencia en el Ateneo corresponde al decenio en el que su ideario acusa un evidente conservadurismo, matizado por su desengaño y decepción política, actitudes que no pasaron inadvertidas por los biógrafos coetáneos a Galiano, tal como constatan dos ilustres escritores franceses que asistieron a sus conferencias: M. E. Quinet (1840) y Charles de Mazade (1835). A raíz de su nombramiento como director del Ateneo en 1845, Galiano se mostrará como un excelente crítico de la literatura europea, fundamentalmente del siglo XVIII, pues analiza con detenimiento las principales creaciones literarias de dicho periodo, sin desdeñar las correspondientes polémicas literarias propias de la época, y analizando obras señeras de la literatura francesa, inglesa e italiana. La prensa de la época, como el influyente Heraldo (9 de noviembre de 1845), destaca el acierto y rigor de las conferencias pronunciadas por Alcalá Galiano.

En esta línea diacrónica de sus publicaciones, año 1844, cabe destacar también el estudio y anotaciones de Alcalá Galiano que figuran en la edición de la obra G. B. Depping titulada Romancero Castellano o Colección de antiguos romances populares de los españoles. Es necesario recordar que dicha colección se publicó por primera vez en 1817, en Leipzig, y la segunda en Londres, en el año 1825. La edición de Galiano, realizada también en Leipzig, aporta, por un lado, un copioso material noticioso y crítico sobre el romancero español; por otro, incluye reflexiones sobre las aportaciones y opiniones vertidas por Depping. Las notas críticas tienden a corregir, por regla general, la confusión que dicho crítico tiene sobre las combinaciones métricas de octosílabos u otros versos de arte menor y determinadas particularidades gramaticales, como el uso de la sinalefa. Estas y otras apreciaciones del crítico alemán, como la permanente y fuerte influencia arábiga en los romances moriscos, son rebatidas por Galiano, señalando que estos romances «son castellanos y cristianos puros sin más musulmanes que los nombres de los héroes y heroínas que celebran» (1844: LXXX). Alcalá Galiano contradice también las reflexiones de Depping sobre los romances nuevos y viejos, afirmando Galiano que la línea divisoria entre romances nuevos, como los del Romancero General de 1600, o los debidos a Lope de Vega o Góngora, difieren de los escritos en el siglo XVI, pues estos últimos se sustentan no solo en la fluidez y melodía de la versificación, sino también en la inclusión de algún pensamiento. Por el contrario, los denominados nuevos carecen de estas características, pues dejan de ser cantados en las plazas públicas para ser narrados. Para Galiano, Bernardo del Carpio es un ser ficticio y el Cid de las comedias o del Romancero nada tiene que ver con el personaje real. Analiza también las narraciones de Pérez de Hita y las de Hurtado de Mendoza, censura los romances burlescos, salvo algunos de Quevedo y elogia el primor de los romances moriscos, como el protagonizado por el alcaide moro Aliatar, muerto en su lucha contra los cristianos. Otro tanto sucede con el romance sobre el moro Abengalvon, el famoso Alcaide de Molina, uno de los mejores romances moriscos en su opinión. Galiano revela un profundo conocimiento sobre los romances, consciente de su transcendencia e importancia en las letras españolas, pues encarnaban para él el modelo ideal de la literatura popular y nacional.

Es evidente que el periodo 1844-1846 está marcado por su decepción política y literaria. Una desilusión que se percibe con nitidez en sus artículos dados a la prensa. De hecho, compara el falso clasicismo con el falso romanticismo, señalando que no se consolidaron en España de forma auténtica al no estar sus obras enraizadas en nuestras tradiciones, en nuestra propia idiosincrasia. Así en su artículo «Del estado de las doctrinas literarias en España en lo relativo a la composición poética», publicado en la Revista Científica y Literaria señala que tanto el neoclasicismo como el romanticismo no cuajaron en España «por ser planta de tierra extraña traída a nuestro suelo con poca inteligencia y plantada en él para dar frutos forzados, pobres, mustios en color, escasos en fuerza […]» (1847, II: 248). En sus reflexiones críticas se percibe con nitidez una postura ecléctica, de corte parecido a Larra, pues se debe siempre ahondar en el verdadero clasicismo, es decir, en el buen gusto, en la armonía entre la forma y el contenido, la espontaneidad, la naturalidad, lo verosímil frente a lo irreal y lo exagerado, lo original frente a la servil imitación. Como señala en la célebre publicación La América pocos años antes de su fallecimiento, el eclecticismo sea bueno o malo en filosofía o en política, «quien esto escribe se arroja a declararle digno de ser aprobado, aplaudido y adoptado por regla en materia literaria, así por los autores como por los jueces, y con autoridad competente meditan y pronuncian sus sentencias» (8 de febrero de 1862: 5).

Estas reflexiones del propio Alcalá Galiano deben ser tenidas en cuenta para analizar sus reflexiones literarias desde sus comienzos como crítico, tanto de sus reproches como elogios sobre determinadas obras y autores, como sus censuras a Martínez de la Rosa, a su Arte Poética. No menos censorias son sus reflexiones sobre las obras neoclásicas y románticas, como La viuda de padilla o la célebre Conjuración de Venecia, respectivamente. No menos mordaz se muestra con Moratín, a quien considera un plagiario de obras francesas. Las tragedias de Rivas tampoco son admiradas. Sus comentarios sobre los dramaturgos Ventura de la Vega, Hartzenbush, Bretón de los Herreros y Zorrilla conjugan desde su punto de vista la cordura y el desacierto, pues frente al sutil elogio aparece la ingeniosa censura. Así, por ejemplo, en su Historia de España desde los tiempos primitivos hasta la mayoría de la reina doña Isabel II, elogia a Zorrilla por haber empezado su carrera como escritor maldiciendo el teatro francés y sus imitadores en España, y por aconsejar que «vuelvan los escritores a los tiempos de la comedia antigua castellana, sin considerar que el monstruoso romanticismo se asemeja más a las composiciones de Lope y Calderón que a las comedias de Moratín, y que, por otra parte, renovar puntualmente el drama antiguo en una sociedad nueva es un anacronismo, en ninguna parte menos tolerable que en el teatro, si no es ya que pase como verdad histórica en la fiel representación de edades pasadas» (1846, VII: 597).

Su postura frente a Alberto Lista también es motivo de reflexión por parte de Galiano, fundamentalmente por su oposición al romanticismo por cuestiones morales. Su deseo no es otro que renovar la escena española, actualizarla con temas o motivos que conviven con las preocupaciones o intereses del momento. La poesía es también objeto de censuras y elogios a un mismo tiempo, como sus artículos sobre Cienfuegos o Meléndez Valdés publicados en la revista El Laberinto en el año 1844. La crítica literaria sobre la poesía y el teatro están presentes también al mediar el siglo, no con la misma insistencia o asiduidad, pero sí siempre con la misma intensidad y conocimientos, refutando o matizando la producción literaria de determinados autores, como en su artículo «De la escuela literaria formada en Sevilla a fines del siglo XVIII» en el que no solo rebate la tesis de Quintana sobre las posibles influencias francesas e inglesas del grupo, sino que también analiza la vida y obra de Blanco White, Matute, Lista, Arjona, Castro Bermúdez, Vadillo Quintana y Forner.

De su crítica y estudios sobre la poesía europea, Alcalá Galiano mostrará siempre su predilección por la literatura inglesa en general, particularmente por la obra de Byron. Si su postura en este sentido era claramente manifiesta en la década de los años treinta, en los umbrales de su muerte esta reflexión seguirá siendo válida, tal como señala en su artículo «De la poesía dramática inglesa» publicado en La América el 27 de mayo de 1863, en el que se percibe con claridad su preferencia por la literatura inglesa, al contrario, por regla general, que sus compañeros de generación, siempre atentos a las nuevas tendencias provenientes de Francia. En dicho artículo confiesa que siempre tuvo vivo empeño en difundir la literatura inglesa en España «si bien con escaso fruto» (1863: 7), pues sus concomitancias eran evidentes. Galiano consideraba que el teatro áureo español y el inglés tenían muchos puntos en común, nacieron en el mismo tiempo histórico y ambos pertenecen a la misma familia, a pesar «de las diferencias, no inferiores en número y valor las semejanzas» (1863: 8). En este artículo Alcalá Galiano reflexiona sobre su pasado como crítico de la literatura, consciente de que en cada época el ser humano está condicionado por circunstancias que con el correr de los años pueden variar, recordando sus años de valedor de escuela clásica frente a Nicolás Böhl de Faber en la denominada «querella calderoniana». Poco antes de morir, en 1863, escribirá que «a él se opuso en 1818 quien esto escribe, defendiendo con calor el pseudoclasicismo. Bien está que confiese éste su pseudo de apostasía, o que blasone de su conversión, porque en literatura hay indulgencia para los que abrazan una fe nueva» (1863: 8).

Cierra este epígrafe crítico sus publicaciones periodísticas referidas al género novela llevadas a cabo tanto en el exilio como en España. En 1826, desde las páginas de la revista londinense The Westminster Review reseñará una serie de novelas en su artículo «Spanish Novels» que muestran su interés por un nuevo tipo de novela histórica que en España todavía era inexistente. En dicho año reseña las novelas de Valentín Llanos Don Esteban y Sandoval; más tarde, en 1829 y desde la misma publicación, analizará las novelas Gómez Arias y el Castilian, de Trueba y Cossío, concluyendo que dichas obras no son realmente novelas históricas, pues solo atienden a los sentimientos y no a las costumbres o personajes de la época. Es evidente que desde la mirada del crítico actual dicha visión se percibe desde otra perspectiva, pues la lectura de novelas históricas de la primera mitad del siglo XIX está infartada, fundamentalmente, en los sentimientos del personaje, en su destino, en la percepción personal del medievo. Es evidente también los prejuicios de la época sobre el género novela, plagado de fruslerías y de moralidad dudosa según el sentir de los críticos más cultos de la época, de ahí que Galiano aconseje a los novelistas exiliados que estudien en profundidad y de forma paciente el entramado histórico descrito. El conocimiento de la literatura inglesa que demuestra tener Alcalá Galiano le permitía aconsejar a sus compatriotas sobre la forma de escribir novelas históricas, cuyo modelo era W. Scott. Época en la que muestra gran entusiasmo por la novela histórica, pues mejoraría en nivel cultural de los españoles, poniéndoles en contacto con su entramado histórico, sin censura alguna por parte de las autoridades.

Sus valoraciones sobre el género novela a través del tiempo no dejan de ser interesantes. Cabe señalar la confusión que Alcalá Galiano tiene sobre las múltiples interpretaciones del concepto novela en relación con los géneros afines, como cuento o novela corta. Confusión que perduró durante varias décadas y que hasta época relativamente reciente fue estudiada con precisión (Baquero, 1949). En la época de Galiano tal acepción era un tanto confusa, como en el caso de sus reflexiones sobre las novelas de Trueba y Cossío. Sus denominaciones o marbetes sobre diversas novelas no dejan de ser también curiosas para el crítico actual. Las novelas picarescas las denomina «novelas satíricas», muy superiores a las novelas pastoriles. Elogia a Cervantes, el Quijote, obra universalmente admirada. No menos interesantes son sus apreciaciones sobre la percepción moderna que tiene sobre el género novela, pues sostiene en su artículo «Literatura», publicado en la Revista de Madrid en 1838, que lo importante no debe ser forzosamente la trama, pues si carece de ella o presenta «una acción sin nudo», como el Quijote o I Promessi Sposi, lo importante, lo esencial, es que atraiga la atención al lector, que le cautive y sienta entusiasmo.

Las colaboraciones periodísticas de Alcalá Galiano a través de su vida son copiosas. Su crítica literaria, su visión de la literatura, teatro, poesía se encuentra dispersa en publicaciones periódicas de la época que le correspondió vivir. Publicaciones que, afortunadamente, han sido catalogadas parcialmente y estudiadas en función de los contenidos de dichos artículos, pues el material noticioso que subyace en ellos es de dispar contenido, desde el eminentemente jurídico o histórico, hasta filológico, crítico o de creación literaria. El propio Alcalá Galiano proporciona datos sobre sus colaboraciones periodísticas en sus Memorias, colaboraciones habituales entre los escritores e intelectuales de la época, pues permitían el intercambio de opiniones afines o adversas sobre un determinado tema, desde las polémicas literarias entre neoclásicos y románticos, hasta las motivadas por ideologías políticas. Mosaico de periódicos de todas tendencias y en el que tampoco faltan las de carácter eminentemente satírico.

La crítica en estas últimas décadas ha intentado reunir las colaboraciones periodísticas a fin de dar una visión exacta de sus opiniones sobre una determinada faceta de Galiano, bien como crítico o como jurista. No faltan tampoco publicaciones que se nutren solamente de artículos de crítica literaria para corroborar o rechazar opiniones vertidas sobre su obra o credo ideológico. En cualquier caso, los repertorios bibliográficos más completos se encuentran en las monografías de Campos (1955), García Barrón (1970) y Sánchez García (2005). Existe también un material noticioso parcial y de gran interés sobre sus colaboraciones periodísticas en Inglaterra, como el debido a Llorens (1968). Evidentemente en este panorama crítico existen publicaciones que analizan una determinada faceta de Alcalá Galiano a través de su adscripción a un periódico con matiz ideológico o, simplemente, para destacar o recuperar aspectos de su vida olvidados por la crítica, como, por ejemplo, sus publicaciones relacionadas con el Derecho Constitucional. Al final del presente trabajo figuran las entradas bibliográficas al respecto.

Los primeros artículos de Alcalá Galiano se publican en la prensa gaditana, como, por ejemplo, El Imparcial, redactado por él mismo y su íntimo amigo Santiago Jonama. Un diario que se publica tan solo durante un mes, desde el 1 de octubre de 1812 hasta el 31 del mismo mes y año. Publicación que aborda diversos temas, como la libertad de imprenta, la división de poderes, Justicia y comentarios afines divulgados en la prensa madrileña. El 30 de octubre del mismo año aparece la publicación del artículo «Wellington» en la revista gaditana El Tribuno de El Pueblo Español, cuyos números salían los martes y viernes. Su incorporación a la prensa madrileña sería temprana, en el año 1820, en el diario Redactor General de España, de carácter político y liberal, en el que colaboraban, entre otros, según Hartzenbusch (1894: 21) Pedro Daza, el marqués de Miraflores y Pedro Pascasio López. En el mismo año colaborará en las publicaciones madrileñas Gaceta Patriótica del Ejército Nacional (sobre la entrada en Cádiz de las tropas nacionales y sus jefes, Riego y Quiroga), Crónica Científica y Literaria (artículos de opinión de ideas liberales, en el que colaboraban también Gorostiza, Letamendi y José Joaquín de Mora; aparece también una composición poética de Alcalá Galiano) y El Constitucional, en el que figurarán como compañeros de redacción el ya citado Mora, Mejía y Gorostiza.

El exilio marca una nueva etapa en sus colaboraciones periodísticas, figurando en primer lugar la revista ya citada en anteriores ocasiones Westminster Review. En ella Alcalá Galiano publicará artículos de crítica literaria sobre la novela española, desde abril de 1824 hasta el año 1829, y a raíz de esta inicial crítica escrita en inglés, colaborará en otras revistas de parecida índole sobre literatura española, como en las tituladas Times (1826), Foreing Quarterly Review (1830) y The Atheneum (1834). A su regreso a España colabora en las prestigiosas publicaciones madrileñas Mensajero de las Cortes (1834-1835) y en El Observador (1834-1835), como adalid de la causa liberal y en consonancia con la profesión de fe que figura al frente de dicho último periódico en el que se indica al respecto que «su obediencia a la ley, y la manifestación y defensa de los principios más liberales serán los objetos de nuestras tareas» (15 de julio de 1834: 1). Desde primeros de marzo de 1835 hasta el 31 del mismo mes del año 1836, es redactor de La Revista de España, junto a literatos y críticos, como Grimaldi, Carnerero, Campuzano y Rodrigo. En esta conocida revista, continuación de las Cartas Españolas publicaría alrededor de doscientos veinte artículos, una suma importante de colaboraciones que solo sería sobrepasada por la publicación El Piloto cuyas colaboraciones oscilan en torno a trescientos cuarenta artículos. En la Revista de Madrid, fundada por Pedro Vidal y su amigo y conocido empresario Gervasio Gironella, publicará artículos sobre literatura española y extranjera durante los años 1838 y 1838 y desde esta fecha hasta el 8 de febrero de 1862 hasta 1864, en la que colabora de forma asidua en La América, el nombre de Alcalá Galiano figura en las publicaciones más señeras del periodismo, como en el Semanario Pintoresco Español, El Laberinto, El Iris, Revista de Europa, Revista Científica y Literaria, Revista Universal de la Administración, Revista Peninsular, El Belén, Crónica de Ambos mundos, El Mundo pintoresco, entre otras. En la publicación La América, de carácter político, literario y científico, dirigida por los liberales Eduardo Asquerino y Víctor Balaguer, Alcalá Galiano. En dicha publicación Galiano publicaría numerosos artículos de contenido dispar, desde los relacionados con el sistema parlamentario europeo hasta de biografías de escritores célebres. Sin embargo, lo realmente importante es que en sus páginas se publicaron sus Recuerdos y Memorias, además de algunos trabajos complementarios que figuran en la edición llevada a cabo por Jorge Campos para la Biblioteca de Autores Españoles (1955). La crítica ha incidido también en el mundo del periodismo a fin de dar una visión exacta del contexto histórico y político de la España del XIX, tanto desde el análisis, fundamentalmente, de la prensa gaditana durante el primer tercio de dicho siglo, como desde una óptica general, relacionada con determinados episodios biográficos de Alcalá Galiano. Estudios que permiten engarzar y abordar tanto su vida como su obra desde una perspectiva más amplia, incluida la correspondiente a su exilio en Inglaterra (Gómez Imaz, 1910; Llorens, 1951: 121-142; 1968; García Barrón, 1970: 76-79; Solís, 1971; Ramos, 1987; Soler, 1997; Medina, 2002: 29-120; Durán, 2016a: 59-106; 2006b: 45-78).

Subir