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Antonio Alcalá Galiano

Semblanzas de Antonio Alcalá Galiano

El material noticioso referido a Alcalá Galiano en estas anteriores páginas se engarza de forma ininterrumpida con sus vivencias personales y el devenir histórico. Sus Recuerdos y Memorias detallan minuciosamente el cotidiano vivir de Alcalá Galiano, sus vivencias personales y políticas, su participación en los hechos más relevantes de la historia. Su valiosa importancia se proyecta desde una doble óptica, la personal y la relacionada con determinados hechos históricos analizados o descritos desde la perspectiva de un tiempo pasado, desde su madurez desengañada, puliendo sus recuerdos en consonancia con el cambio de tendencia ideológica experimentado a través de los años. Desde sus años de juventud, de liberalismo convencido, hasta su madurez y credo conservador, la historia de una España convulsa cobra vida a través de sus Recuerdos y Memorias y, al mismo tiempo, dichos textos se pueden complementar con determinadas obras publicadas en la primera mitad del siglo XIX que permiten redondear el perfil de Alcalá Galiano. De esta forma, a través de las semblanzas o visiones sobre Alcalá Galiano podemos percibir con claridad cuáles fueron sus tics más caracterizadores tanto en su juventud como en su madurez literaria y política, desde su físico hasta sus gestos, sus hábitos o debilidades humanas. Así E. Quinet en su obra Mes vacances en Espagne, 1815 et 1840 destaca el perfil más acusado de Galiano, su lenguaje, su forma de hablar, su oratoria.

«Yo he escuchado algunas lecciones del exministro señor Antonio Alcalá Galiano, que pasa, y con razón, por ser uno de los oradores más eminentes de España. No se puede uno figurar lo que es la lengua española en boca de hombre semejante. Me parece reunir a la vez la melodía del italiano, la aspereza del árabe, el vigor del sajón, la gracia del provenzal […] ¡Qué lástima que el desaliento apunte bajo estos esplendores del lenguaje! […]» (1931: 61-62).

Desde la perspectiva de escritores extranjeros o de obras publicadas en inglés y francés tenemos un amplio panorama crítico sobre su figura, como en el caso de Giuseppe Peccio, autor de Six mois en Espagne (1822), Anecdotes of Spanish and Portuguese revolution (1823) y Journal of military on political events in Spain (1824), que fue testigo presencial de los vaivenes sucedidos en España durante el Trienio Liberal. Peccio describe con gran premiosidad los sucesos de esta época, incluyendo interesantes anécdotas y descripciones de los más afamados políticos españoles de la época, incidiendo en el poder de la palabra de Alcalá Galiano, su oratoria apasionada, su fuerza, su imaginación. De igual forma resalta que en la tribuna no tiene parangón, ni rivales, tal es la fuerza de su elocuencia, de su retórica y verbosidad.

Sebastián Miñano -clérigo de ideas avanzadas y periodista satírico, tal como se constata en sus artículos publicados en el periódico fundado por León Amarita, El Censor (1820-1822), en el que también colaboraba Alcalá Galiano- en su Histoire de la revolution d´Espagne señala que a Alcalá Galiano no le faltaba «ni instrucción ni elocuencia natural, pero ha corrompido su talento con las frecuentes arengas en los clubs que se dicen patrióticos, donde los aplausos se logran a fuerza de opiniones exageradas y figuras extravagantes» (1824, I: 367). En el año 1826 Charles Le Brun publica en Filadelfia una colección de semblanzas o retratos de los más célebres políticos en la que aparece Alcalá Galiano como una de las personas más señeras de su época, analizando su figura y su protagonismo en los momentos claves y más interesantes de la historia de España en el primer tercio del siglo XIX. En los Retratos políticos de Le Brun, Galiano es un constitucional exaltado, impregnado del arrojo juvenil y «no tan fiero el león como lo pintan. Lo que es talento, instrucción y eso que llaman patriotismo [no le falta]» (1826: 127). Le Brun considera a Galiano como un eslabón imprescindible para entender el nacimiento y desarrollo de las sublevaciones en Andalucía y Madrid, afirmando que en el levantamiento de Riego fue determinante la figura de Alcalá Galiano. Otro tanto sucede con las impresiones de viaje debidas a Charles Didier, Une année en Espagne (1837), que incide en el talante ideológico de Galiano y en su peculiar personalidad y estilo oratorio.

Las reflexiones sobre Galiano se pueden confrontar con otras obras publicadas en España por escritores de su generación o por personas pertenecientes a décadas posteriores. En este sentido cabe citar a Gorostiza, autor de la célebre Galería en miniatura de los más célebres periodistas, folletistas y articulistas de Madrid, que define a Galiano como «el Rossini de los oradores», por su armonía, por sus paráfrasis, por asemejarse a un divo de la ópera:

«sinfonía de la responsabilidad universal es la que se lleva la palma entre todas las que conocemos. Escritor archipurista y un sí es no es afectado. Periodista patriota, diputado gorro y no por falta de sombrero, liberal digno por todos los títulos del aprecio de los buenos. No es comunero» (1822: 26-27).

No menos interesante es también el testimonio de Santiago Rotalde vertido en su obra satírica La España vindicada o Baraja de fulleros en la época de la revolución (1825), en la que analiza desde una óptica satírica su ideología liberal personalísima, pues no se sujeta a la norma o credo ideológico de sus defensores, sino que se conduce a su antojo, sin respeto a la sociedad, a las leyes ni a la conveniencia de sus semejantes. Galiano es descrito como un ser orgulloso, presumido, siempre avaro de aplausos en sus intervenciones y más interesado por los aduladores que por los que la admiran de verdad sin lisonjas.

De todas las semblanzas llevadas a cabo sobre la figura de Alcalá Galiano destaca la emitida por Larra en su opúsculo De 1830 a 1836, o la España desde Fernando VII hasta Mendizábal: resumen histórico crítico publicado recientemente en París (1836). En él traza un cumplido análisis sobre la política española de la época con una agudeza digna de encomio, desvelando los entresijos y camarillas ideológicas desde la agudeza periodística. Todo ello realizado con una frescura sin igual, introduciéndonos en los complejos vericuetos del carácter de los políticos con sus vanidades y vergüenzas. Tras el ataque demoledor a la figura de Martínez de La Rosa, pese a afirmar que se trata de un hombre de mundo, elegante orador, aunque siempre «dislocado a la cabeza de una revolución» (1836: 34), aborda la figura de Alcalá Galiano con determinada admiración, afirmando de forma taxativa lo siguiente:

«[…] el hombre de España que habla más, y oyéndole quisiéramos que hablara más todavía; con todo sería difícil. Es un manantial inagotable, y que no se detiene en su curso hasta el mar. Pero Alcalá Galiano no necesita como Martínez de la Rosa del aparato animador de la tribuna; orador en particular como en público, siempre está pronto. La palabra es su elemento. Difícilmente pudiera ser la nobleza el carácter peculiar de una elocuencia tan continua, y en este sentido es el orador gaditano el reverso de la medalla del granadino» (1836: 34).

Elocuencia de Alcalá Galiano que no incomoda nunca al auditorio en opinión de Larra, dominando al adversario con palabras mortíferas, adueñándose de su persona y destrozando sus argumentos, no soltando la «presa sino después de haberle acribillado. No le remata de un solo golpe, pero lo acosa a picaduras que pondrían a un gigante en el mismo estado que el oso de la fábula perseguido por las abejas» (1836: 34). Finaliza su semblanza afirmando que es un improvisador incansable, flexible, sin titubeo alguno, sereno, inalterable, el orador más admirado y popular. Sin embargo, en cuanto a sus pretensiones políticas es un tanto caustico, pues «escasamente le concederemos el don de gobernar; y el ministerio a que aspira le prepara en nuestro entender acerbos desengaños» (1836: 34).

Años más tarde Eugenio de Ochoa en su monografía Apuntes para una biblioteca de escritores españoles contemporáneos (1843), alude a todas las cualidades detalladas con anterioridad, fundamentalmente las referidas a sus dotes como tribuno, como orador, al igual que la obra del periodista y poeta satírico Miguel Agustín Príncipe Tirios y troyanos. Historia trágico-cómica-política de la España del siglo XIX (1845) en la que destaca el abandono de sus ideas liberales, el cambio radical de su ideología y el abrazo al partido moderado. Mesonero Romanos, fundador del célebre Semanario Pintoresco Español, en el que Alcalá Galiano colaboraría con varias poesías, analiza detenidamente a Galiano en sus Memorias, especialmente el capítulo «1820. Año primero del periodo constitucional», en el que destaca sus arengas, sus discursos de tono elevado ante el público para enardecer sus ánimos, al igual que sus composiciones o canciones patrióticas conocidas y entonadas con no poco fervor por la sociedad de la época. Presencia de Alcalá Galiano en las Memorias de Mesonero que detallan también sus intervenciones en los llamados cafés patrióticos, como La Fontana de Oro, centros culturales, como su participación también en la fundación de El Ateneo a iniciativa de la Sociedad Económica Matritense, de la que formaba parte; o su actividad como periodista desde las páginas de la excelente publicación Revista Española. Oratoria y elocuencia que también sería destacada por Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos al recordar, al igual que Mesonero, sus intervenciones en La Fontana de Oro, aunque desde una perspectiva distinta, satírica y censoria, pues a pesar de ser un orador genial y poderoso, daría «gallarda muestra de sí aun en las gárrulas e insensatas declamaciones de La Fontana» (1947, VII: 125).

El nombre de Alcalá Galiano pervive durante varias décadas, hasta finales del siglo XIX. Novelista, críticos, historiadores, juristas, fundamentalmente, recuerdan o analizan su figura, conscientes de la trascendencia de su obra y personalidad política. Leopoldo Alas, Clarín, catedrático de Derecho Romano (1883) y de Derecho Natural (1888), a la par que creador de una de las mejores novelas de la literatura española, La Regenta, abordará la figura de Galiano infartada en el periodo constitucional de 1820-1823, la emigración española hasta 1833 y el devenir histórico de la España del siglo XIX en sus conferencias pronunciadas en el Ateneo de Madrid en el curso académico 1885-1886.

De igual forma cabe recordar la primera historia de la literatura española publicada en el siglo XIX que analiza la figura de Alcalá Galiano desde la óptica como tribuno parlamentario y escritor. Nos referimos a la obra debida a Blanco García (1891), que, como es habitual en dicho crítico, suele ser parcial, en ocasiones, a la hora de enjuiciar determinadas obras o conductas contrarias a sus principios morales. Aun así, se trata de una historia de la literatura que ofrece materiales noticiosos muy interesantes sobre las publicaciones y colaboraciones periodísticas debidas a las figuras más representativas de dicho siglo XIX. Teniendo en cuenta esta prevención ideológica del historiador de la literatura Blanco García, no es extraño que inicie su estudio sobre Galiano con el calificativo «violento tribuno», compañero, en la inmigración, de Espronceda y del duque de Rivas. Considera su prólogo a El Moro expósito como un manifiesto revolucionario, reprochándole el radical cambio ideológico en su forma de entender la política y la literatura a raíz de su regreso a España tras su exilio en Inglaterra y Francia, pues cambió tan radicalmente que «de antiguo doceañista y admirador de Boileau, pasaba a ser reaccionario en política y revolucionario en literatura» (1891: 421). Blanco no le perdona a Galiano su radical cambio en literatura, pues de defensor a ultranza de la corriente estética neoclásica se convierte no solo en furibundo defensor de la escuela romántica, sino también en el adalid censor y crítico de los neoclásicos, vituperando y describiendo con no poco desprecio al siglo XVIII como «planta raquítica», de aclimatación imperfecta e implantada en España por extranjeros. Razón tiene Blanco al culpar a Alcalá Galiano como el principal fustigador de los preceptistas, de los neoclásico, desacreditando ante literatos y opinión pública a Luzán, Meléndez Valdés, Cienfuegos, Arriaza y otros escritores adscritos a dicha corriente estética. Descrédito que nace de los despiadados ataques de Galiano lanzados tanto desde el Ateneo de Madrid como en sus artículos dados a la prensa periódica. Ensañamiento que en opinión de Blanco llevaba a cabo «con habilidad sangrienta, y descendiendo hasta los pormenores gramaticales, señaló los puntos flacos del tierno Batilo, y la afectación constante y el sentimentalismo falso del amigo de Quintana, reduciendo a la categoría de versificador mecánico al poeta oficial de la corte de Fernando VII. Con Cienfuegos, especialmente, extrema el rigor hasta el ensañamiento y la injusticia por medio del singular estilo de peros y aunques, de alabanzas a medias y excepciones abrumadoras» (1891: 421).

Semblanzas y referencias a su personalidad y obra las encontramos también en monografías cuyos marbetes memorias, autobiografías y recuerdos nos ofrecen los rasgos más esenciales de Alcalá Galiano, desde una perspectiva personal, intimista, desde el recuerdo de un pasado plagado de numerosos sucesos excepcionales en la historia de España, de ahí la inclusión en la bibliografía que figura al final del presente trabajo de publicaciones referidas a la literatura autobiográfica, como, por ejemplo, las Memorias íntimas de Fernández de Córdoba, en las que se rememora los arrebatados discursos de Alcalá Galiano, cuya «fogosa elocuencia era por todos admirada cuando no las ideas y teorías de que hacía público alarde» (1886, I: 34).

No faltan en este panorama crítico semblanzas satíricas, burlonas y mordaces sobre su persona, fundamentalmente la referida a su afición a la bebida, muy difundida e iniciada a raíz de la infidelidad de su esposa y posterior separación en 1815. Cabe recordar, por ejemplo, el célebre folleto Condiciones y semblanzas de los señores diputados a Cortes para el año 1822-23, en el que se define a Galiano como «orador de La Fontana de Oro. Amante entusiasta de la libertad. Su figura no es interesante, pero no todo en este mundo ha de ser completo» (1822: 7). Los siguientes versos que figuran en dicho opúsculo y que reproducimos a continuación, aluden a su afición por el vino:

Aunque parezco un pobre hombre
No se asuste usted, señor:
Que bajo una mala capa
Hay un buen bebedor (1822: 7)

El 22 de febrero del mismo año, El Censor publica un opúsculo, Defensa legal de la borrachera y los borrachos (25 de mayo de 1822), en el que de forma sutil, censoria y burlona afirma taxativamente que la embriaguez produce la exaltación, de ahí que un exaltado -en clara referencia a Galiano- no es más que un grandísimo borracho, pues su energía proviene de ella, a diferencia de los que no beben y que, por ende, actúan con serenidad y frialdad. Sebastián de Miñano, reputado costumbrista y escritor satírico, alude a su ardor juvenil, a sus arengas inflamatorias en los llamados clubs patrióticos, plagadas de reflexiones exageradas y poco ponderadas. En su visión poco elogiosa sobre su forma de ser referirá uno de sus defectos más acusados y perjudiciales, pues «estaba lejos de beber con moderación, y se le ha visto presentarse frecuentemente en las Cortes en un estado tan vergonzoso para él como para la dignidad legislativa» (1824, I: 367). El gaditano Nicolás de Santiago Rotalde (h. 1784-1833), radical, de carácter violento e impulsivo, cuya biografía está plagada de sucesos y mil peripecias, desde persecuciones, destierros hasta encarcelamientos y acosos de políticos y periodistas tanto en España como en Francia (Gil Novales 1991: 612-613), llevó a cabo una semblanza harto burlona sobre la afición al vino de Galiano. Cabe recordar que Santiago Rotalde fue crítico con la política de Galiano, censurándole en varias ocasiones desde los periódicos y revistas pertenecientes al Trienio Liberal (Rubio 1984: 429-446; 1985: 383-414), como en la publicación el Patriota (23 de enero de 1823). Santiago Rotalde, en La España vindicada o Baraja de fulleros en la época de la revolución española, le llama el Baco de las Andalucías. En su baraja satírica, con ilustraciones, aparece el As de Copas con un dibujo en el que Alcalá Galiano, dentro de una gran cuba, asoma un elástico cuello a manera de tortuga con una copa colocada encima de su cabeza, poblada de greñas y en desorden, describiéndole con calificativos burlescos, como figurín de retablo, cuello de tortuga, ojos torcidos, lengua aguda y orejas de sátiro.

Retrato mordaz e incisivo que se debe analizar con cierta prevención, pues la prensa satírica tanto del Trienio Liberal como la nacida al amparo de la disposición del 4 de enero de 1834 -que ponía punto final a la Real Orden de Fernando VII en la que se suspendían todos los periódicos salvo la Gaceta, Diario de Madrid y los de Comercio, Agricultura y Artes- siguió la estela de esta modalidad plagada de libelos, comportándose de forma agresiva, demoledora contra una determinada persona, y cuyo propósito no era otro que desacreditar al contendiente, buscando siempre su lado oculto o más débil. Publicaciones como El Mochuelo literato (1820), El Zurriago (1821-1823), El Garrotazo (1821), El Terrible para todos (1821), El Trabuco (1822), El Sepulturero (1834), El Jorobado (1836), El Mata-Moscas (1836-1837), El Cangrejo (1841), Fray Junípero (1841), El Zurriago (1841), La Risa (1843-1844), El Tío Fidel (1843), La Tarántula (1843-1844), El Moscardón (1844), El Dómine Lucas (1844-1846), El Sátiro (1844), El Fandango (1844-1846), El Burro (1845-1846), El Látigo (1845), El Tío Camorra (1847-1848), entre otros muchos (Rubio 2000: 159-168), son un buen ejemplo de esta conducta en la que se sumerge el libelo cómico de Rotalde. Prensa que en ocasiones alude al físico poco agraciado de Galiano, a su fealdad. La frase dirigida a los niños «o te duermes o llamo a Galiano [en lugar del Coco]», era bien conocida. Fealdad que también se recoge en determinados lances íntimos de su vida referidos por su sobrino, el célebre escritor Juan Valera, destinado en la Embajada Española en Portugal, Lisboa, cuando Alcalá Galiano era Ministro Plenipotenciario en dicha embajada. En una carta de Valera dirigida a Estébanez Calderón, el célebre autor de las Escenas Andaluzas, hombre cultísimo, docto en lenguas arábigas, bibliófilo, numismático, y siempre atento a las historias eróticas vividas en primera persona por Juan Valera, leemos que su tío se sintió atraído por una joven andaluza bellísima llamada Antonia, que ejercía la prostitución con total discreción y cuya clientela provenía del cuerpo diplomático de las embajadas o de personas adineradas. Entre sus clientes figuraba el sobrino de Mendizábal, principal proveedor económico de la joven Antonia «blanca de cutis, sonrosado el rostro, la boca pequeña y fresca […] Varuhagen estuvo rendidísimo con ella, yo también, y el tío Galiano, ausente entonces de la tierna esposa, mucho más aún […]. Don Antonio le ofreció cuatro libras, ella no quiso porque lo hallaba muy feo. Él se picó […]» (Valera, 2002, I: 171).

El corpus epistolar de Valera, plagado de confidencias en sus cartas dirigidas a Estébanez Calderón y confidentes ilustres de la época, ofrece una personal y, al mismo tiempo, real visión de Alcalá Galiano, tanto de su carácter, su forma de entender la política, como de sus lecturas preferidas, sus debilidades, su proverbial memoria, sus conocimientos gramaticales, su oratoria. Visión intimista que se percibe con claridad en las cartas que Valera escribe a determinadas personas, como en el caso, por ejemplo, del epistolario mantenido entre Marcelino Menéndez Pelayo y el propio Valera (1946), en el que ambos, fallecido ya Alcalá Galiano, intentan reivindicar su obra.

El gran escritor Galdós tratará su figura desde múltiples perspectivas gracias al trasiego novelesco de su persona, pues figura en sus episodios nacionales con no poca frecuencia. Alcalá Galiano aparecerá por primera vez en el titulado Cádiz, y a partir de esta inicial presencia en un convulso contexto histórico de la época, su figura, tanto personal como ideológica se irá enriqueciendo con sus posteriores incursiones en los episodios titulados Los Cien Mil Hijos de San Luis, Mendizábal, De Oñate a La Granja, Luchana, O´Donell, Prim y La de los tristes destinos. Una etopeya galdosiana sobre su figura en la que destacan tanto su dominio de la oratoria y su gran elocuencia en los debates públicos, como su extrema fealdad y su porte poco académico. El don prodigioso de su oratoria, de su voz y dominio de las palabras harían posible en el sentir de Galdós que su fealdad se minimizara gracias al poder de la palabra.

De todo este mosaico de semblanzas, de panegíricos, apologías o reproches y censuras sobre su vida privada elegimos la apreciación dictada por Le Brun sobre su conducta personal, que nada tiene que ver con la política, pues está engarzada en un contexto revolucionario y de libertad, no de severidad claustral, y «cada ser humano tiene sus defectillos: Nam vitiis nemo sine nascitur» (Le Brun, 1826: 128), en clara referencia a la sentencia de Horacio (Sátiras, 1,3,68).

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