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Baltasar Gracián

Biografía de Baltasar Gracián

Retrato de Baltasar Gracián conservado en GrausBaltasar Gracián nació en Belmonte (hoy Belmonte de Gracián en su honor), en la comarca de Calatayud (Zaragoza), según consta en su partida de bautismo, fechada el 8 de enero de 1601. Sus padres fueron el médico Francisco Gracián Garcés, natural de Sabiñán, y Ángela Morales, de Calatayud, su segunda mujer; con la primera, Mariana de Andua, tuvo una hija, Teresa. Como médico, Francisco Gracián ejerció su profesión en diversas localidades cercanas a Calatayud, a las que se desplazaba con toda su familia. En Belmonte, además de Baltasar, nacieron Manuel, Magdalena y Francisco; de ellos, Manuel y Francisco debieron de morir muy pronto y, por tanto, Baltasar Gracián era el primogénito de la familia. En 1602 la familia se estableció en Ateca, donde permaneció hasta 1620 y se incrementó con el nacimiento de Felipe, Juan, Pedro, Ángela, Francisco, Lorenzo y Raimundo, si bien Juan, Ángela y Francisco debieron de fallecer siendo muy niños. Con la excepción de su hermanastra Teresa y de Lorenzo, los hermanos Gracián ingresaron en diversas órdenes religiosas: Magdalena, carmelita descalza; Felipe, clérigo menor; Pedro, trinitario; Raimundo, carmelita. Entre sus hermanos merece destacarse la figura de Lorenzo, infanzón, nacido en 1614, porque Baltasar Gracián publicó con su nombre casi todas sus obras (excepto El Comulgatorio, única que apareció con su nombre auténtico, y la primera parte de El Criticón, en la que empleó el anagrama García de Morlanes). Este hecho ha sido causa de confusiones acerca de la identidad de ambos hermanos y acerca de la autoría de las obras firmadas por Lorenzo Gracián, e incluso durante mucho tiempo se llegó a dudar de la existencia de Lorenzo, pero lo cierto es que no sólo existió y vivió en Calatayud, sino que Baltasar Gracián fue padrino de bautismo y testigo de la boda de su hermano Lorenzo, quien casó en 1636 con Isabel Francisca Salaverte y Serna, emparentada con la familia de los Arbués en Épila y con los condes de Aranda. En 1620, año en que falleció Francisco Gracián, la familia se trasladó definitivamente a Calatayud, donde siguió viviendo Ángela Morales hasta su muerte en 1642.

De la infancia y adolescencia de Gracián hasta que entró en la Compañía de Jesús apenas tenemos noticias. En el Discurso XXV de la Agudeza y arte de ingenio Gracián afirma que se «crió» en Toledo junto a su tío el licenciado Antonio Gracián, pero ignoramos por cuánto tiempo permaneció allí y si alternó o amplió sus estudios en Toledo con otros realizados en algún otro colegio, tal vez regentado por jesuitas, de Zaragoza o de Calatayud. Tras demostrar, como era preceptivo, la limpieza de sangre de su familia, ingresó en el noviciado de la Compañía en Tarragona el 30 de mayo de 1619, donde permaneció dos años, momento en el que pudo realizar sus primeros votos perpetuos. A partir de este momento, su vida se convierte en un continuo trasiego por diversos colegios de la Compañía en la Provincia de Aragón. Su formación humanística le eximió de cursar letras humanas en el seminario de Gerona, una vez superado su noviciado, pero continuó sus estudios con dos cursos de filosofía en Calatayud, donde permaneció hasta 1623, y con cuatro cursos de teología en el Colegio de Zaragoza, donde recibió la ordenación sacerdotal en 1627. Vuelve a Calatayud, ejerciendo como profesor de letras humanas hasta 1630 y, posteriormente, reside en la casa profesa de Valencia para cumplir su tercer año de probación, que finaliza el 15 de marzo de 1631. En el Colegio de Lérida imparte clases de gramática y teología moral hasta 1633, cuando se traslada a Gandía como confesor y predicador y como profesor de gramática, filosofía y teología moral. Allí permanecerá hasta mediados de 1636 y realizará la profesión solemne de los cuatro votos, el 25 de julio de 1635, en la Iglesia de San Sebastián del Colegio de los jesuitas. Es muy probable que en estos años empezase la redacción de su primera obra: El Héroe, gracias a la biblioteca de Gandía, una de las mejor dotadas de la Compañía en la Provincia jesuítica.

Manuscrito de El Héroe.Su nuevo destino, el Colegio de Huesca, donde permanece desde el verano de 1636 hasta finales de agosto de 1639, supone un cambio importante en la trayectoria vital del jesuita, pues allí comenzará la publicación de sus obras y encontrará un nutrido grupo de eruditos y literatos que evocará con frecuencia en sus obras posteriores. Entre ellos cabe destacar el infanzón oscense Vincencio Juan de Lastanosa, unos años más joven que el jesuita, quien pronto se convirtió en su mecenas, favoreciendo la publicación de sus obras en la imprenta de Juan Nogués, aunque en ocasiones se haya exagerado su intervención en algunas obras del jesuita. Los jardines, las colecciones de objetos curiosos y antiguos, y, sobre todo, la espléndida biblioteca de la casa de Lastanosa, situada en el Coso oscense, cerca de la Compañía, fueron lugares donde el jesuita disfrutó de la amistad y amplió su sólida erudición humanística, como muestra el homenaje que les rindió en la crisi «Los prodigios de Salastano» de El Criticón. Gracián también estableció cordiales relaciones con otros eruditos y escritores cercanos a Lastanosa en Huesca, como su hermano Juan Orencio, el canónigo Manuel de Salinas o la monja de Casbas Ana Francisca Abarca de Bolea, unas amistosas relaciones a las que se sumaron, entre otros, historiadores como Juan Francisco Andrés de Uztarroz, Bartolomé Morlanes, Francisco Ximénez de Urrea, poetas como Juan de Moncayo y el tortosino Francisco de la Torre, e incluso aristócratas como los condes de Aranda.

Aunque no se conocía ningún ejemplar de la primera edición de El Héroe, publicado en Huesca por Juan Francisco Larumbe, recientemente la Biblioteca Nacional ha adquirido un ejemplar de la misma, pulcramente editado en facsímil por la profesora Aurora Egido. Libro de pequeño formato y denso estilo lacónico, a lo Malvezzi, que en veinte capítulos o «primores» pretende formular un nuevo y universal arte para ser héroe en su tiempo, una «razón de estado de sí mismo» con cuya guía cualquiera que aspirase a serlo alcanzase el grado de «varón máximo». La Biblioteca Nacional de España conserva el manuscrito autógrafo de El Héroe, único conservado de una obra del jesuita. Pese a algunas censuras, como la que escribió un colegial del Colegio Mayor de Santiago de Huesca, la obra fue bien recibida, y El Héroe volvió a editarse en Madrid (Diego Díaz, 1639), con un texto que presenta notables diferencias respecto al autógrafo. Gracias a una carta de su hermano Felipe, quien se hallaba en la Corte, sabemos que Gracián estaba al tanto de esta edición. Como sería habitual a partir de este momento, Gracián publicó el texto con el nombre de su hermano Lorenzo y, por tanto, sin someterse al lento y riguroso proceso de autorización establecido por la Compañía de Jesús. En 1638 y 1639 tenemos constancia de varios problemas de Gracián en el colegio oscense, bastante conflictivo según se desprende de la documentación interna de la Compañía, pues además de la publicación del libro, se le acusó de absolver por la bula a un hermano por algunas «flaquezas con mujeres» y de «haber con poca prudencia tomado por su cuenta la crianza de una criatura que se decía era de uno que había salido de la Compañía», convirtiéndose en «cruz de sus superiores y ocasión de disgustos y menos paz» en el colegio. La mencionada carta de su hermano Felipe (Madrid, 14 de mayo de 1639) revela la desazón de Gracián, quien temía ser enviado a Tarazona e intentó ser trasladado a la provincia de Castilla.

Fernando el Católico.Una vez establecido en el colegio de Zaragoza, donde había llegado en agosto de 1639, Gracián se convierte en confesor del napolitano don Francesco María Caraffa, duque de Nocera, virrey de Aragón y Navarra. En 1640 Gracián le acompaña a Madrid, y desde allí, entre abril y mayo, escribe tres cartas a Lastanosa en las que muestra tanto su desencanto por el «embeleco» de la Corte como su orgullo al constatar la presencia de El Héroe en la librería de palacio, donde le introdujo probablemente el poeta Antonio Hurtado de Mendoza. Tras una breve estancia en Pamplona con el duque, Gracián regresa a Zaragoza, asistiendo a Nocera en una grave enfermedad que padeció en diciembre. En este año de 1640, cuando graves acontecimientos históricos llevaron la monarquía hispana al borde del hundimiento, Gracián publicó su segunda obra: El Político don Fernando el Católico (Zaragoza, Diego Dormer, 1640), dedicada al duque de Nocera. Sorteando los escollos y paradojas políticas del momento y combinando ética y política, antimaquiavelismo y vindicación aragonesista, el jesuita diseñó en El Político la figura del perfecto gobernante a partir del modelo panegírico del rey Fernando, oráculo de la «buena razón de estado» cristiana que supo conjugar prudentemente sabiduría y fortaleza, dichos y hechos, cabeza y puño. Caído en desgracia Nocera por defender una solución conciliadora en el conflicto de Cataluña en oposición a la política de Olivares, es destituido de sus cargos y trasladado a Madrid el año 1641, donde será juzgado y morirá encarcelado en la fortaleza de Pinto en julio de 1642. Gracián, siempre fiel a la memoria y amistad del duque, le acompañó a Madrid en este segundo viaje y permaneció en la Corte desde julio de 1641 hasta febrero de 1642. Durante su segunda estancia en Madrid, Gracián predicó con gran éxito y preparó la edición de su siguiente obra, el Arte de ingenio (Madrid, Roberto Lorenzo, 1642), un texto que amplió y reelaboró durante los seis años siguientes. De vuelta a Zaragoza en marzo de 1642, asiste por primera vez como profeso a la congregación provincial que tuvo lugar en mayo en el colegio cesaraugustano. Siempre atento a la actualidad más inmediata, Gracián escribe al Colegio Imperial madrileño relatando novedades bélicas y políticas del momento como la caída de Monzón en manos francesas o la entrada de Felipe IV en Zaragoza. Entre agosto y noviembre es nombrado vicerrector de la casa de probación de la Compañía en Tarragona, donde reside al menos hasta septiembre de 1643, aunque es muy posible que permaneciese allí hasta septiembre de 1644 y sufriese los dos asedios del ejército francés a la ciudad. Entre septiembre y diciembre de ese año Gracián se encuentra en Valencia, donde permanece hasta julio de 1645; durante estos meses es probable que comenzase a preparar su siguiente libro, El Discreto, a la vez que se dedicaba al ministerio de la confesión y la predicación, tarea esta última que le acarreó algún disgusto, pues al parecer pretendió leer en el púlpito una carta supuestamente remitida desde el mismo infierno y tuvo que retractarse públicamente de tan artificioso efectismo.

Tras estos agitados años, Gracián es destinado de nuevo a Huesca en el verano de 1645, donde vivirá un largo período de sosiego que le permitirá dedicarse de lleno a sus libros, sólo interrumpido por su participación directa en la Guerra de Cataluña como capellán castrense del ejército del marqués de Leganés durante el socorro de Lérida el 21 de noviembre de 1646. El propio Gracián nos dejó una completa relación de este hecho de armas en la que encarece su intervención personal confesando y exhortando a los soldados, lo que le valió el apelativo de «padre de la Victoria». La siguiente obra que publicó Gracián fue El Discreto (Huesca, Juan Nogués, 1646). De pequeño formato, como todos los anteriores, y dedicado al príncipe Baltasar Carlos, quien había de morir el mismo 1646 en Zaragoza, El Discreto desciende del espejo de héroes y políticos al hombre de mundo que gobierna su peregrinaje vital por todo lugar y a todas horas afianzándose en la madre de todas las virtudes, la discreción, arte de saber elegir bien en la vida. Utilizando una gran variedad de géneros y estilos, Gracián perfila el Varón Discreto a través de la presencia de las virtudes y de la ausencia de los vicios que se dilucidan en cada uno de los veinticinco «realces» de la obra. Es un arte de ser persona en el mundo anclado en la ética de la filosofía moral, pero que no descuida la estética de la elegancia, el modo, el agrado, la delicadeza y la seducción que precisa el hombre para adaptarse a su circunstancia vital. El año siguiente publica Gracián otro libro de pequeño formato que se convertiría en la más difundida y traducida de sus obras, el Oráculo manual y arte de prudencia (Huesca, Juan Nogués, 1647). Tras el arte de discreción, Gracián ofrece a los lectores un arte de prudencia, hábito del entendimiento que permite discernir entre lo bueno y lo malo gracias a la memoria, la inteligencia y la providencia. En trescientos aforismos (de los que setenta y dos ya habían aparecido en obras anteriores) Gracián elabora un manual de avisos, quintaesencia de la filosofía moral, para su aplicación práctica en la vida cotidiana, variada, paradójica y contradictoria como lo son en ocasiones sus propios aforismos. En 1648 culmina Gracián su reelaboración del Arte de ingenio de 1642 con la publicación de la Agudeza y arte de ingenio (Huesca, Juan Nogués, 1648). La obra, muy aumentada, se divide en 63 Discursos, y pretende ofrecer reglas y preceptos al ingenio, la capacidad creativa e inventiva del entendimiento humano, a la vez que establece una taxonomía de sus frutos, los conceptos, que define como «acto del entendimiento que exprime la correspondencia que se halla entre los objetos» . Ilustrada con ejemplos de escritores ingeniosos y agudos en diversas lenguas y de todos los tiempos, entre los que destaca su paisano Marcial, la Agudeza constituye, pese a su gran complejidad terminológica y conceptual, uno de los textos teóricos más relevantes para comprender el arte y la literatura de su tiempo, así como los propios principios estéticos que gobiernan la práctica literaria del jesuita aragonés.

Emblema 18 de Andrea Alciato.Gracián se traslada al Colegio de Zaragoza en una fecha incierta de 1649 ó 1650, tras asistir en agosto de 1649 a la congregación provincial celebrada en la casa profesa de Valencia. Utilizando por primera vez su verdadero nombre, Gracián firma en septiembre de 1650 en Zaragoza la aprobación de la Corona eterna de su amigo el padre Manuel Ortigas. También con su nombre y con todos los permisos de la Compañía se encarga de la publicación de la Predicación fructuosa del jesuita Jerónimo Continente, ya fallecido, cuya dedicatoria al obispo de Huesca, Esteban Esmir, firma en marzo de 1651. Además de sus labores pastorales como confesor y predicador, se hace cargo en Zaragoza de la cátedra de Sagrada Escritura. Gracián, sin embargo, sin el consentimiento de su orden y esta vez con el anagrama de García de Marlones, continúa su trayectoria literaria con la Primera Parte de la que sería su mejor y más ambiciosa obra, El Criticón (Zaragoza, Juan Nogués, 1651), dedicada al militar Pablo de Parada. Como consecuencia de ello, las quejas contra Gracián llegaron hasta el general de la Compañía Goswin Nickel, quien en abril de 1652 se alarmaba porque Gracián había publicado «con nombre ajeno» libros «poco graves» , sin recibir por ello ningún castigo. En estas fechas, el epistolario de Gracián y sus amigos atestigua las dificultades del jesuita para escribir, en un ambiente enrarecido al que se sumará un agrio enfrentamiento epistolar, entre marzo y abril de 1652, con su antiguo amigo (y colaborador en la Agudeza) el canónigo oscense Manuel de Salinas a propósito de un poema latino y de La casta Susana (Huesca, Juan Francisco de Larumbe, 1651) de este último. En 1653 aparece la Segunda Parte de El Criticón (Huesca, Juan Nogués, 1653), dedicada a don Juan José de Austria, y para la que recuperó de nuevo el nombre de su hermano Lorenzo. Pese al pie de imprenta, tal vez falso para deslumbrar a sus detractores, es probable que se imprimiese en Zaragoza, donde residía Gracián junto a amigos que le prestaron su colaboración, como Juan Francisco Andrés de Uztarroz. En esta época Gracián aparece más integrado que nunca en el ambiente cultural y literario de la capital aragonesa, como lo atestiguan las aprobaciones que escribió para el Entretenimiento de las Musas (Zaragoza, 1654) del tortosino Francisco de la Torre, y para la Vida de Santa Isabel (Zaragoza, 1655) de F. Jacinto Funes y Villalpando, ambas firmadas como Lorenzo. Es muy probable también, como desvela una carta del Marqués de San Felices, Juan de Moncayo, que participase Gracián en la preparación de la antología Poesías varias publicadas por el librero de José Alfay (Zaragoza, 1654).

La única obra que Gracián firmó con su nombre auténtico y que salió con todos los permisos pertinentes de la Compañía, pese a estar finalizada ya en octubre de 1653, se publicó en Zaragoza en 1655. Se trata de El Comulgatorio (Zaragoza, Juan de Ybar, 1655), único hijo legítimo reconocido explícitamente por su autor, que ofrece al piadoso lector un conjunto de cincuenta meditaciones para comulgar dentro de la tradición ascético-mística de las letras españolas. Esta obra nos ofrece un nuevo perfil de Gracián, muy distinto al del resto de sus libros, enconadamente aferrados a lo humano, pues en ella aparece un Gracián volcado a lo divino, desbordado en la exteriorización de los sentidos y en afectos plagados de imágenes visuales muy relacionadas con las prácticas mnemotécnicas de los Ejercicios Espirituales de la Compañía.

Emblema 181 de Andrea Alciato.La correspondencia de Gracián con Lastanosa y con Francisco de la Torre testimonia que en 1655 se hallaba inmerso en la redacción de la Tercera Parte de El Criticón, y que encontraba dificultades dentro de la Compañía. En abril de 1656 firmó como Lorenzo Gracián la aprobación de La Perla. Proverbios morales (Zaragoza, Diego Dormer, 1656) de Alonso de Barros. Por fin, en 1657 aparece en Madrid la tercera y última parte de El Criticón (Madrid, Pablo de Val, 1657), a nombre de Lorenzo y dedicada a Lorenzo Francés de Urritigoiti, una publicación que le iba a acarrear numerosas pesadumbres y amarguras. Con esta Tercera Parte culminaba Gracián su obra maestra, un clásico de la literatura universal. El Criticón, suma de géneros y estilos de difícil clasificación que únicamente admite la caracterización de «agudeza compuesta fingida» sobre la que discurre Gracián en la Agudeza, es una alegoría épica y satírica que siguiendo la técnica barroca del viaje, común a la narrativa bizantina y a la picaresca, expresa una visión desengañada del mundo y una lección ética acerca de la vida del hombre en la tierra y su ulterior destino. Gracián organiza un viaje filosófico a través de las edades del hombre y de la geografía europea en el que se establece un diálogo existencial entre sus dos protagonistas, Critilo y Andrenio, desde su encuentro en la isla de Santa Elena hasta su llegada a la Isla de la Inmortalidad. El itinerario comienza en la primavera de la niñez y el estío de la juventud (Primera Parte), para convertirse en juiciosa, cortesana filosofía en el otoño de la varonil edad (Segunda Parte), y desembocar en el invierno de la vejez y la muerte. Camino largo, lleno de dificultades y poblado de monstruos, que requiere sagacidad, discreción y prudencia para no caer en el engaño y alcanzar el puerto de la inmortalidad al que se accede a través del esfuerzo, el valor y la virtud. Las consecuencias de esta publicación no se hicieron esperar: Gracián recibió a principios del año 1658 una reprensión pública, con ayuno a pan y agua, se le destituyó de la cátedra de Escritura, y fue enviado al pequeño colegio de Graus por orden del padre Piquer. El severo castigo fue refrendado en marzo por el general Nickel, quien además ordenó a Piquer vigilarle estrechamente y encerrarle, vedándole incluso la tinta, el papel y la pluma, en caso de que se le hallase algún papel contra la Compañía. Dolido por el trato recibido, Gracián pidió al general permiso para pasarse a otra orden, pero en abril, al parecer ya rehabilitado dentro de la Compañía, se halla en Tarazona como consultor del colegio y prefecto encargado de proponer puntos de meditación a los hermanos coadjutores. En mayo predica en Alagón, pero el general Nickel, receloso de las calidades de «ese sujeto», seguirá recomendando la vigilancia sobre su persona. El 6 de diciembre de 1658 Baltasar Gracián falleció en Tarazona y probablemente fue enterrado en la fosa común de los padres del colegio.

Luis Sánchez Laílla y José Enrique Laplana Gil

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