El aprendizaje de
lo inesperado. Antología personal
1979-2005
Jorge Riechmann
Pórtico
Otro ritmo posible
Un buen verso
no sacia el hambre.
Un buen verso
no construye un jardín.
Un buen verso
no derriba al tirano.
Un verso
en el mejor de los casos
consigue
cortarte la respiración
(la digestión casi
nunca)
y su ritmo insinúa otro
ritmo posible
para tu sangre y para los
planetas.
(de Poesía
practicable)
El miedo horizontal (1979-1980)
Morada
En alguna parte un pájaro
escrito hace explosión
pues sus plumas estaban
ordenadas
como las últimas
páginas de un libro
Hay un imperceptible equilibrio de
instantes
Si se moviese algo
el vacío se vertería
en el vacío
De una habitación a
otra
la luz puede seguirme voy andando
despacio
Ante cada puerta
escucho largo rato sin atreverme a
abrir:
un pianista manco impone
silencio
en el sueño de un
niño / sus manos en la tapa
ardiendo con la llama cortante del
otoño
un ramo azul de rosas de jardines
polares
una carta cerrada que contiene
el momento en que se
abrirá
una ausencia disfrazada de ausencia
/ un frío tenue
un apenas error / una secreta
sorpresa
que no alcanzo a distinguir
Dentro del azucarero he
encontrado
en un charco áspero de
lágrimas a
quien vive aquí
Razones para huir
A veces escribo buscando una
palabra
que me justifique / verso a verso
persigo
la única quimera de mi
desfalleciente vida
Alanceo un instante de risa en el
vacío
Paredes se derrumban
a mi alrededor / escapo por un
pelo
Sigo corriendo con la nieve a mis
talones
como un perro furioso como un
blanco sarcasmo
(Sé que el hallazgo
anula
la vana agitación del
héroe y su búsqueda
Busco mi muerte y huyo de ella esta
tarde
todas las tardes de esta
indescifrable lucidez jadeante
de este jadeante poema
inacabable)
Al cabo de la última
línea doy con ella
El poema está terminado
(Nunca escribo / No hay poema)
Parábola del jugador
Que yo te tenga así
de pie sobre las puntas de los
dedos
al cabo de un movimiento leve
acróbata volcado
Que nadie sepa qué
línea abismal
impávido atravieso
nadie pregunte desde cuándo
es azul
la máscara lanosa de clown
cruel que visto
ya sin dolor
Al norte de mi corazón de
cuero
comienza el marfil de un
país que recorro
muy raras veces
No hablo de mi ofrenda al demonio
del naipe
funámbulo dormido sin lujo
sobre el arpa
Cada minuto dejó
su piel sobre mi piel
escaqueada
He conocido armados amores
de arlequín fervientemente
insensible
Como San Pedro seré colgado
de los pies:
que nadie diga nada
Este momento es mío
vértice íntimo o
víctima frecuente
El azar no me quema las manos
Soy entonces el gran negador
dueño por un instante del
mundo y de la nada
Entonces por qué ceder en la
última escalera
saltar al vacío si el
manotazo es luego
como un solo disparo que derrumba
castillos
Mi padre era griego que no pregunte
nadie
por la iguana de labios
bezudos
que está lamiendo la sangre
a mi costado
El sueño de Sindbad
Velo a
la orilla devastada de la noche, atento a su latir regular como
pudiera serlo el de un alma libre de toda dependencia corporal y
que sin embargo, o más bien precisamente por ello,
respirase.
Negras
olas depositan pies a mis pies, manos junto a mis manos. Atento a
sorprender lo que no se repite, pienso que en esta ciega playa de
tiempo todo estriba en que lo que he dado en llamar el mar, como
antes lo llamé la noche, no se detenga. Alguien me dijo que
el mar enseña a contar: acaso he venido por eso.
En mi
sueño edifiqué una cárcel donde
continúo preso tras despertar, si es que estoy despierto. La
celda, espiral de nácar, es harto más dura que mis
nuevas manos de corcho y espuma: y no puedo hallar las otras.
Las olas
arrastran una concha roja, la sal comienza a dibujarme cristales en
las venas. Pero mar adentro —si es que todavía
duermo— aprenderé a cifrar mi deseo en algo que no
conozco, en algo que nunca podría ser arrastrado hasta la
orilla.
Soneto minusválido de la
tercera vida
En su breve corazón
lanceolado
hay una ciudad con tres
puertas
una es la entrada del día
otra la de la noche
la tercera siempre permanece
cerrada
Cuando cada mañana coincide
con su asombro
bailan en su cuerpo transparente
tres preguntas
una palabra es de tristeza otra de
gozo
la tercera no la dice nunca
Hay labios en sus besos de tres
colores distintos
su sueño guarda un animal
con tres alas
se dan cita en su estirpe hasta
tres casas condales
Su claridad me asusta no
sabría decirle
—a ella que se cree a salvo
en su secreto—
que estoy enamorado de su tercera
vida
La pulsación
suspendida
Campanas
de tinta llenan la madrugada con su aviso desvencijado. Mi amarga
lengua.
Ladro,
ladro, ladro con el largo perro amarillo del desconsuelo.
Qué escándalo de mil demonios este osario
inútil, este sonajero de muertos en el pecho.
Es como
tú decías.
Mi
mortificada cortesía, mi escualidez impávida y una
solicitud de fiebres tropicales que llevo siempre conmigo.
Es como
tú decías. Como una fotografía. Un instante de
descuido y una eternidad de desconcierto.
Y lo
insoportable: todavía finjo que no lo sé.
Monólogo de la vida con un ángel cocinero sentado
sobre mi corazón.
Con un
asfódelo en el ojal, con una sonrisa distante. Payaso de tu
cuerpo desnudo.
Quiero
detestar mi deseo y deseo hasta ese exceso de aborrecimiento, esa
borrachera instintiva. Al desierto conducen todas las puertas
abiertas.
El gran
teatro. Llueve como si todos los caballos del cielo estuviesen
orinando de repente. Turbios amores / entre bastidores. Qué
risa.
De todo
el mundo, de todas las muertes,
de todas
las maneras te amo.
La
verdad es un fuego donde ardemos (1981-1984)
El
cuerpo se acuerda de un amor
«Había que escribir sin para qué, sin para
quién. / El cuerpo se acuerda de un amor como encender la
lámpara»
Alejandra Pizarnik
1
Diente de dragón,
taba de libertad que hoy he
perdido:
así, dando palos de ciego,
destruyo
mi casa y las cornejas me
envilecen
con su infinita compasión
inútil.
En un tiempo lejano
habitáronme dioses.
La caída:
un copo de ceniza en el dedal del
miedo.
2
Mundo abierto como una vena
palpitante como una estrella
inextinguida
río de vida que abreva
a las últimas panteras
incesantes
Asombro: saberme súbitamente
denso intacto
y apreciar el ímpetu
verdadero de los seres
y su deseo y su amenaza.
3
Dejar que el silencio se abra como
un fruto
y recoger la sazón de las
palabras.
Sobre la muda piel, escribir el
poema
que haga pedazos el vaso de la
muerte.
Y no sobrevivirte nunca a ti,
corazón apretado,
oniromante, efímero.
4
Porque permaneces allí donde
no puedo durar.
Alfabeto en el cielo del
deseo,
devastada alegría, sangre
sin hipérboles
exterior al mezquino círculo
del hábito
donde se abrigan los hombres,
girando
como los perros sabios antes de
dormir.
Donde no te alcanzo.
Hundida hasta los ojos en la
aurora,
escueta y desesperadamente
viva.
Amada de las hoces y las navajas
rotas.
Donde no puedo estar,
donde te espero.
5
Durar
junto a tu corazón.
Arrostrar la noche de tus
ojos.
Alimentar a la sangre
inclemente
con la miel callada que cicatriza
el vértigo.
Abrazar infinitamente tu
riesgo,
amarte, amarte en el abismo
azotado por tu grave cabellera
marina.
6
Me hundo en la leyenda de tu
sangre,
recóndito furor prefigurado
en el torrente,
escalera de luz.
Largas horas conversan con
raíces.
Alcanzarte y perderte
interminablemente
no es sólo la más
cabal figura de mi historia:
yo nunca renuncié a mi
pleura infernal.
Allegarse al crisol para
anidar
en risco respirado.
La libertad de rostro rojo
atisba
entre las ramas
diáfanas
del ocaso por tus manos
abierto.
Cuerpo del amor
1
Recuerda, niñez
mía
aquellos ibones vertebrales de los
Montes Pirineos
en cuyo fondo mora una mujer
bellísima de agua
que irresistiblemente llama a quien
desde la orilla
se atreve mucho tiempo a
contemplar, y enloquece.
El denso abismo azul
impenetrable
se cierra sobre él, y
quién ha visto
la mano delgada que le atrae al
fondo.
2
Para decir tu nombre
desnudé las altivas paredes
de mi casa
bruñí los ojos de las
aves nocturnas
y despojé al gárrulo
corazón
de penitencias y trofeos
convoqué a los más
esquivos silencios del amor
me unté los labios de tierra
negra y de sangre
pensé en la inapagable
estrella de mi muerte
para decir tu nombre.
3
Recogí la espiga
en la libertad de tu cuerpo
oferente.
No había otra luz que la del
difícil amor,
otro poder que la soga de los
miembros trenzados.
Otra senda que el laberinto de
metal de tus venas.
Otro manantial que tu
corazón transparente.
Si te negase, arcaico un dedo
fulgurante de nieve y
cicatrices
no tardaría en reventarme
los ojos.
Te he conocido. Eres todo cuanto
sé.
Creo en este momento.
Confié mi verdad a la
primavera del muérdago
y al bosque rumoroso de la
sangre.
Tú aguardabas en cada gota
de lluvia,
presente como la inmemorial alianza
de la aurora,
como el beso del tiempo en el
corazón del fruto.
Promesa de la libertad contra la
muerte.
4
Cuerpo del amor
habitado desde más
allá de sí mismo
cuerpo del reconocimiento
que me supone y me emplaza y me
explica
Je est un autre
pero el otro es el mismo
Cuerpo del reencuentro
carne de eternidad y de
abandono
cuerpo arrasado de deslumbrante
demencia
de cósmica pereza donde se
olvida el mundo
Cuerpo de revelación
dolorosamente fascinado por cuanto
te niega
te abraza te destruye
Babel de múltiples tiempos y
sentidos
encarnación de ti mismo
que nada explica pero disuelve
la pregunta
interminable aljibe de pureza.
5
Y sostengo tu mano.
El peso arrancado, que tiembla
en frondas oscuras, rasga
la hollada nieve del verbo.
Su tiempo, único augur,
en el hombre examina las
vísceras del ave.
Detengo el torrente de
párpados.
Y la sostengo, mano
sobre el charco de la muerte,
racimo
invicto e instantáneo,
dura lumbre blanca donde intento
durar.
6
Ángulos de tu piel que yo he
creado
arándote en deseo
Lugares vastos en los que has
vivido
como en las catedrales de mi
espera
Sueños aún más
antiguos que has soñado
porque yo te he soñado
inexpresable
Desde el légamo oscuro de
los días
difícil,
fácilmente
he llegado ante ti.
7
Dijiste: todo, Todo, y se
abatieron
como rastrillos de heridas
familiares
relámpagos de sombra.
Todo se repetía: sin
sarcasmo pudieras
morir dos veces; una en
sueños,
otra necesitando abismos
elegidos.
Pudieras desatar el nudo de tus
venas
y el corazón callado.
Dentro de un círculo de
fuego
Encerrada en un círculo de
fuego, dentro del cual
bailan las intangibles figuras de
tu vida y también —sobre todo—
tu propia muerte con su
máscara blanca, inagotable.
Absorta, extasiada en las
distancias letales
que median entre el agua y la sed,
entre el deseo
y ese espejo o ceniza que devuelve
la nada de quien mira.
En un charco de un año. Y
yo,
impedido por esta solitaria
multitud de viajeros,
intentando rozarte con mis dedos
quemados.
Con esta luz dulce y dura, en esta
tibia mañana de premura
habremos de gritar hasta romper los
cristales y a las sombras que fuimos
liberar de su triste danza
mecánica, medrosa.
Y que nadie nos busque desde este
instante mismo.
Nocturno con tos
Buscaba a tientas, levantando
cautelosos remolinos de
tiniebla,
certidumbre en tu carne.
Presa en ti, afantasmada por el
sueño, ensayabas
una vez más tu muerte. La
tos como una máscara roja
te tapaba la cara.
Sin reconocerte sufrí, con
el vientre empuñado
por ese miedo amniótico que
nunca nos permite
acabar de nacer.
Out of reach
1
Toda la noche he abierto la
puerta
preguntando quién es,
quién
ha olvidado este maligno ovillo,
desde qué sueño ácido
me alcanzan las manos o algas
temblorosas.
Toda la noche ha rechinado el
pecho,
han cantado las hojas como lanzas,
han hablado
los muertos alrededor de su cena
inolvidable.
Las luces
solamente encubrían,
yo me ahogaba en embarcaderos de
risa o era alguien
chapoteando en la ciénaga
evidente.
Quién es, quién
eres.
(Las horas
siguen moliendo sin pausa su arroz
mojado).
En las venas se acendra la
distancia. Como un arco, tenso
la esperanza de encontrar en
mí mismo al otro, al extraño
pajarero inmaculado que me salve de
mí. De
quién en este instante.
2
La más profunda noche
Entonces me buscaste
para asestarme un puñetazo
helado
para ofrecerme lucidez y
miseria
para engañarme con la
verdad
para cumplir metamorfosis
mortales
para explorar las trampas del
deseo
para enseñarme el
desprecio
para romper lo irremplazable
para engendrar vacío en el
vacío
para amarme quizá y que yo
te amase
Con estas palabras hago duda de
ti
borro el perfil exacto de tu
rostro
insoportablemente vivo hoy
doloroso ángel
inalcanzable en mí bajo mi
cuerpo.
3
Hubieras muerto en Marruecos
nunca en Grecia
hubieras muerto en Schiele
nunca en Rembrandt
hubieras muerto en Celan
y nunca en Hölderlin
en el yogur nunca en la miel
donde mueres y mueres
duraderamente.
4
Te regalé mis manos que
enhebraste con lezna en un collar
y está bien
En tu piel nevada bebí el
vertiginoso rocío de la fiebre
y está bien
Morías cada noche como yo en
tus menudas pupilas arrasadas
y bien está
Amaste a una serpiente a un gran
pez a una pantera y tuve miedo y creo
que todo estaba bien
Me arrojarás incluso del
olvido yo haré igual
el solidario aunque ingenuo
ángel del Edén
se dará muerte con su espada
llameante y estará
bien o mal bien o mal bien y
mal.
Habitarás mi silencio
A veces
gritar es acariciarte los muslos, o
torpemente
girar con el escualo de tu
sueño aterido
Tropezar en la blancura,
sumir la negra boca en tu pelo y
sentir
hambre en las raíces
A veces aullar es amarte,
jugar a los dados con un lobo,
otear
en el aire arrasado las naves
de la sangre. Creí que te
besaba
cuando la hoz solar me
cercenó los labios.
La
noche salada en tus ingles
1
Arcilla roja soy en las manos
inquisitivas del dolor.
Me hacen sentir la tormenta
inmóvil de su fuerza
tan delicadamente, sin
quebrarme.
Acaso
reservan mi sangre para otras
fiestas de más hermosa agonía
o acaso sufrir es sólo el
peor engaño,
la mentira incurable
que para mejor clavar las manos
taladradas
arranca el clavo.
2
Fuera la alegría
finísimo cuchillo
que separase mi carne fibra a
fibra
siguiendo cada hilo hasta su origen
secreto
desenredando cada turbio ovillo de
dolor
y ondeara luego nuestro así
sobrecuerpo
como una gloriosa cabellera
agónica
libre a todo viento sensible a todo
sol.
3
Bello como el
suicidio. Solamente
después, hermana, de
amarte
—mendaz como quienes
sustituyen
el pensamiento haciéndose
por una frase hecha
iba a decir: ángel
negro,
cuando tu vida entera es una
explosión blanca,
blanca violencia tu cuerpo
de diosa degollada,
blanco sacrificio tu
rebelión
inerme y cotidiana y
absoluta—
sólo después de lamer
la noche salada en tus ingles
he entendido la imagen.
4
A las pruebas de la muerte
sucedieron
los hermosos dientes de la
California.
«Es raro» me dijo
«que no llores nunca y no
sientas
tal carencia como
mutilación».
Ella arrojó los dados
fracturantes:
no volví a despertar.
Credo
1
Ascender a lo blanco.
Estuario incendiado de una
herida
inmemorial y memorable,
transito de quietud, orilla
tersa.
Lo blanco más allá de
la visión.
Hemos nacido tantas veces
frente al imán de luz o
bebiendo
de la copa recóndita.
2
«En nuestras tinieblas no hay un sitio para la Belleza.
Todo el sitio es para la Belleza»
René Char
Hincaré en cada herida en
cada cráter
la bandera instantánea del
gozo
Bucearé desnudo de los
fondos
en las esclusas feroces de
tiniebla
donde cónica brilla
la noche como intacto diamante
Escrito
en la gran luz de imposible que
acuna
la palabra perdurable del
hombre
alienta al sacrificio inconsumable
del hombre.
3
Creo.
Palabras,
ejercicio de imposible.
Violencia contra el pánico
del ser.
Fidelidad solamente a lo
invisible.
La potencia más pura
para desvelar
te.
4
Realidad como metal fundido,
aroma cuajado en vértigo, en
deseo
mortal, cristal insostenible.
Así el hombre y el
árbol
encarnan y se abrasan,
o el vaho de la sangre da fe.
Inconnue
Me expongo a ti como si fueras
lluvia
capaz de deshacerme en
átomos de cieno
merecedores del sedimento
más hondo, más oscuro y callado
para otra edad; o pudieses
lavarme de ese barro y presentarme,
exento,
con la gran precisión de la
jornada última,
ante los umbrales de gozo de tu
ser.
Borradores hacia una fidelidad
(1984-1985)
Borradores hacia una fidelidad. Una
docena para René Char [selección]
1
Porque la madre no pudo
hacerlo, hemos tenido
que devorar nosotros
nuestra propia placenta.
Por ausencia y por luto
somos fuertes.
2
Pourquoi le champ
de la blessure est-il le plus prospère de tous?
La grave esperanza
rehusada, otorgada.
Los ojos tintos
o sabios con escamas
que besó la locura.
La amapola tronchada, para
siempre
nuestra espina dorsal.
3
Para hablar y callar
con la resonancia justa,
desciende a un pozo.
Arrópate en el frío
solamente.
Haz amistad con designios
que los demás despojan.
Haz conjuros infalibles
y no fíes en ellos.
Apiádate del sueño
talado.
El amor
no ha de quedar al margen de estas
tareas previas.
con la estricta destrucción
que veneran los hombres.
Ley de la luz humana.
Boca sin reconciliación que
soplo a soplo
prende fuego a mis
días.
Posiciones
Me recojo en la intimidad de una
fragua. En voz baja transcribo las derrotas del fuelle, el estupor
del martillo, la vacilación del fuego. Vivo la hora en que
toda afirmación no puede ser sino desesperada; toda
solidaridad, sino elegíaca.
La poesía, rejuveneciendo
mientras a contracorriente avanza por el río atroz del
tiempo, toca ya el manantial de su desnacimiento.
Nace del amor y del terror con que
pueblos ágrafos cautivaban a la palabra viva. Muere en el
desdén por la palabra de pueblos de nuevo ágrafos,
trivialmente tiranizados a través de sus ojos intestinales.
Subsiste como aliento.
Postula la perfección de un
cristal de nieve en el interior del corazón humano.
Transmite la memoria de lo no sido.
Se reconoce en la luz encrespada,
magnífica, violenta, del chaparrón estival mientras
sigue luciendo el sol. Aguamiel imprevisto que autentifica el pus
de las heridas.
La herida, el aliento, la
erosión. Imposible ya recogerse en el jardín, pero
todavía cabe hacerlo en el risco, en el torrente, en el
despeñadero.
Erosión. Parentesco de los
fenómenos que destruyen la fertilidad de las tierras, la
vitalidad social y mi propia identidad de persona libre.
Condenados a la abrasión y
al despojamiento, no hagamos al menos de la necesidad virtud. Que
los ojos abiertos —duras lunas erectas de piedad y
herrumbre— vayan lentamente llenándose de arena.
Aunque apenas osemos ya pronunciar
la palabra realidad.
Has olvidado la escritura del liquen, la
de los cabellos blancos, la de las pisadas de los pájaros,
la de las heces del lobo, la de la piel dormida de la amiga
En saliendo de la pista en
construcción
han robado los nombres de las
cosas.
Intento remediarlo torpemente:
río despanzurrado, agua
vígil,
trocha fruncida, hálito del
deseo.
Lo que queda no es siquiera
la brizna de un temblor de
paraíso:
imposible retorno.
No hay recreación
adánica del mundo.
No hay visión del
origen.
Lo que queda: un meollo de
ausencia,
cerca del corazón perdigones
de angustia,
una desposesión. El
intocable
mantillo lancinante de las lenguas
cortadas.
Abolir la nostalgia
Es la hermana tullida del
deseo.
De nada verdadero se predica.
Le place avasallar: busca
vasallos.
No le miréis las manos,
perder es imposible.
Abolir la nostalgia, esa tenia
violenta,
esa impotencia desovillada en
máscara,
mi desdentada enemiga más
voraz.
Untarle el cuerpo de brea y de
vergüenza.
Sea
la desolada quimera del
presente
nuestro empeño
imborrable.
Libertad para no mentir
Truncos los arcos eternos. El
deseo
desjarretado. El arte
estéril.
Que lo que muere ame a lo que
muere:
no te dé miedo acariciar la
rosa.
Menos almíbar, niño, que
se te caen los dientes
Ser siempre el escolar
díscolo que no dejaba desteñir sobre los libros la
tristeza del pupitre, se asomaba sin vértigo a los
márgenes de páginas prohibidas, prefería el
negro habitable de la pizarra al mentiroso blanco de la tiza.
Olvidar siempre la lección. No terminar nunca de
aprender.
(Pues que el poeta, alumno
ambivalente que se quedó estancado en el parvulario, tiene
que seguir siempre aprendiendo a leer y escribir).
Para interpretar a Bach no basta un
clavicémbalo hambriento. No basta un violín de talco.
No basta una almendra amarga en los cuévanos del
corazón.
Extrañamiento. Un cabildo
universal de verdugos endomingados donde sólo puedes ser el
extrañado, el extranjero.
Acaso no resulte desventajoso, a la
postre, ser ciudadano de una tierra que tan concienzudamente como
Sefarad ha ennoblecido la condición del exilio.
A la radicalidad de la
devastación que hoy degrada continentes y conciencias
solamente cabe oponer la radicalidad de un rechazo que te proyecte,
en cada momento, un paso más allá que el afirmativo
chuzo progresista del criminal; por desgracia nunca
irrecuperablemente. Y reiterar el exceso de este disparate mientras
conserves uso de razón y fuerza en los muslos, a sabiendas
de que al final vas a perder o a perderte. En algún lugar
muy dentro de este mundo.
La ermita te sigue como un perro
pastor. Acaricias descuidadamente el espinazo de piedra viva y
retiras la mano abrasada por un incendio. Y así llamea la
aparente consistencia de cada ser. ¿No ha de bastar esa
quemadura para minimizar tu resignación, conformismo,
sumisión? Algún día te atreverás a
mirar derechamente los ojos traspasados de Vincent van Gogh.
«La verdadera vida
está ausente». Pero antes de abandonarnos se ha posado
un momento sobre la mano de miel del poema, y no hay ya renuncia
capaz de restañar esa herida.
Pesa tan poco que no se quiebren
los tallos de la hierba sobre la que caminas.
Con palos golpeaban rabiosamente la
tierra envenenada, hasta que los deslumbró la
vacilación del crepúsculo.
La
fidelidad posible
Llegas. Con los alimentos del
manantial, las uvas álgidas que resumen diosas, el pan grave
como un regalo del alma para el alma.
Las palmas de tus manos
están húmedas de futuro. ¿Te das cuenta de que
estamos vivos, erguidos frente al barranco donde la luz acogolla,
sin que la casi insoportable condensación de libertad nos
quiebre, nos aplaste?
Bajo las plantas de nuestros pies,
el día excava ya las minúsculas galerías que
oxigenarán a nuestra enfermedad exasperada.
La
ciudad blanca
Ahí donde veis flores
amarillas encima del tejado,
ahí es mi casa.
Amarillas y azules.
Y la canción purísima
del musgo.
No ha sido edificada.
Ahí es mi casa.
Vivir tiene movimientos que no siempre
se acuerdan con los de nuestro corazón. Es menester aprender
no la resignación, sino una paciencia activa capaz del
respeto por el ritmo adverso como condición para
transformarlo
Una rendija de luz para
desayunarnos hoy, porque la jornada será ardua. Parece que
los verdugos andan preparando un nuevo paraíso. Que nuestra
insurrección no dependa de la posibilidad de victoria (la
generosidad, como el niño de Charleville decía del
amor, aún hay que inventarla). Si el fulgurante punto de lo
incondicional se asoma fuera del corazón —donde
aún puede dar forma a esa modalidad de salud que es la
esperanza—, inmediatamente envenena el cuerpo entero.
Somos débiles y somos
invulnerables.
Don del desnudo
«Esto es ser hombre: horror a manos llenas»
Blas de Otero
Soñar. Mas las vedijas
del sueño se tornan dura
víbora
del soñador dándose
muerte a sí mismo.
Reír. Pero la risa
rauda se ordena en sistema de la
nada
(por decoro no hagamos
con la zurrapa del hombre
metafísica).
Amar, únicamente amar.
Contra el tubérculo
ahíto de la muerte
la dulce dignidad de tu
desnudo.
De
ti
Me pierdo.
Me encuentro en las yemas de tus
dedos.
Me pierdo.
Me encuentro en la sed clara de tu
pelo.
Me pierdo.
Me encuentro en el mediodía
de tu cuerpo.
Me pierdo.
Ascensión del camino de la
Larri
«La libertad es algo / que sólo en tus
entrañas / bate como el relámpago»
Miguel Hernández
Presencia que colma, ausencia que
desgarra. ¿Quién osará menoscabar la
torrencial nobleza de las posibilidades del ser
humano?
Al incapaz de descansar en un lecho
de ausencia le está también vedada la plenitud
nupcial del insomnio de amor.
La luz más clara nos enjuga
la frente, no la nuca. ¿Incluso cuando encaramos a la
muerte?
Si has perdido el mundo en el
instante anterior a aquel en que comienza tu memoria, no te
contentes con las migajas de un festín de espectros. Tu
desconsuelo dará —desesperadamente— testimonio
de la plenitud posible.
Del cosmos al muladar, del ritmo a
la ruina. No se detiene el progreso. Imperturbable, Dama Historia
continúa avanzando sobre sus raíles de intestinos
humanos.
Padeces una salud atroz: casi cada
rasgo de la realidad mutilada te remite de inmediato a la fiesta de
su cumplimiento. La agilidad con que tantas oportunidades abortadas
moldean tu rebelión es insoportable.
Quimérica esperanza que nos
ayudas a trenzar con cáñamo nuestros muslos
rotos.
Por tanto cabos de hombre para una
cuerda ¿de qué?
Esta danza macabra de nuestro
tiempo apenas permite otra poesía que la que hace rimar
preguntas con negaciones. Y que el vuelo de un vencejo se la
llevase a su lecho de infinito.
Qué celaje de pesadumbre
para cada flor humillada.
Una parcela de soledad para que el
corazón sea también raíz. De un pino
negro.
Cada máscara nos arranca el
rostro. Y no logramos sacudirnos nuestra corona de moscas sin una
carcajada.
He dormido con mi amor sobre un
sendero tan estrecho que nuestros alientos no podían
desenlazarse. Al despertar no supe si amonestar al sueño o
escuchar el latido de mi corazón doble.
Amo, luego combato. Con escudo de
vidrio y puños de sudor.
Abarcas de sangre para el trecho
restante del camino. Las únicas que aguantan. Las
únicas renovadas por la aspereza de la tierra.
Así su ausencia,
¿extraordinariamente?, no la adelgaza a ella sino a
mí.
No contemples a la aurora desde
arriba. No te asomes al ocaso por debajo.
Rotura tu espalda, acidifica tu
lengua: dentro de poco solamente podrás beber cielo. Y
será suficiente.
El penúltimo recodo del
camino permitía atisbar la base azulada del glaciar,
soberbio y postrero como la oración que no
pronunciaríamos nunca. El sudor, la más delicada
escarcha humana, urdía silenciosos laberintos para uno solo.
Y el camino alzó el pecho por última vez.