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Europeístas españoles

Biografía de María Zambrano sobre su pensamiento europeo (Vélez-Málaga, 1904 - Madrid, 1991)

Por María Paz Pando Ballesteros (Universidad de Salamanca)

María Zambrano, en un primer plano, tras su regreso del exilio, en el que estuvo entre 1939 y 1984, durante 45 años. Fuente: Imagen por cortesía de la Fundación María Zambrano. María Zambrano es una destacada filósofa y ensayista española, considerada como un referente entre los intelectuales que coadyuvaron al cambio de paradigma del pensamiento del siglo XX. No en vano es definida por la Enciclopedia Oxford de Filosofía como la figura femenina más importante del pensamiento español de dicho siglo.

Nació el 22 de abril de 1904 en Vélez, Málaga, siendo hija y nieta de maestros, orígenes que fomentaron su creencia en la posibilidad de la transformación social a través de la educación. Los frecuentes traslados profesionales de su padre, Blas Zambrano, provocaron que tanto la infancia, como la juventud, así como la formación de María Zambrano transcurrieran en diferentes ciudades españolas.

María Zambrano de jovencita. Fuente: Imagen por cortesía de la Fundación María Zambrano. En Madrid fue escolarizada por primera vez, aunque un nuevo cambio de residencia a Segovia, motivado por el nombramiento de Blas Zambrano como Regente de la Escuela Graduada de Prácticas, hasta la Fundación de la Normal de Maestros en 1914, provocó que María pasara en la capital segoviana el resto de su infancia y adolescencia, cursando el Bachillerato, entre 1915 y 1921, en el entonces Instituto General Técnico de Segovia, convirtiéndose a su llegada, en una de las dos únicas alumnas en las aulas.

Fue en esos años, y a través de su padre, cuando María conoció a escritores tan relevantes como Antonio Machado, León Felipe y Federico García Lorca, con los que después volvería a coincidir en Madrid, ya en su etapa universitaria.

En 1921 María Zambrano comenzó los estudios de Filosofía como alumna libre en la Universidad Central de Madrid, terminándolos de forma presencial debido a un nuevo traslado familiar a dicha ciudad, en 1926, que le permitió asistir a las clases y, de ese modo, entrar en contacto con los más relevantes filósofos del momento, entre los que se encontraba Ortega y Gasset, con quien coincidiría en 1927 al iniciar el doctorado. Zambrano se convertiría en su célebre discípula, y siempre se consideró como tal, pese a que su relación intelectual no estuvo exenta de discrepancias. No obstante, coincidían en su preocupación por la problemática europea y en la consideración de la estrecha relación entre ésta y la española.

María Zambrano con miembros de la Federación Universitaria Escolar (FUE) en Madrid. Fuente: Imagen por cortesía de la Fundación María Zambrano. La contribución de María Zambrano al pensamiento español contemporáneo, y su compromiso con el análisis y la resolución de los problemas de su época se produjo desde diferentes ámbitos. En ese sentido, desde fechas muy tempranas, empezó a frecuentar los círculos culturales del Madrid de la época. Ya en 1927 Zambrano fue invitada a participar en la tertulia de la Revista de Occidente, disfrutando rápidamente del reconocimiento de la intelectualidad del momento lo que le permitió intervenir en los debates existentes a los que no era ajeno el tema de la decadencia de España, la necesidad de progreso y el espejo europeo que ofrecía sugerentes modelos de avance y modernidad que no pasaban desapercibidos para los intelectuales españoles.

Su pensamiento quedó reflejado, del mismo modo, en numerosas colaboraciones realizadas en la Revista de Occidente; en Azor, revista literaria editada en Barcelona en la que colaboró, entre otros, Max Aub; en Los Cuatro Vientos, bimensual dirigido por el grupo de poetas de la denominada «Generación del 27», en Hoja Literaria, publicación fundada por Enrique Azcoaga, Antonio Sánchez Barbudo y Arturo Serrano Plaja, miembros de la llamada «Generación del 36» así como en la revista Cruz y Raya, dirigida por José Bergamín, y también en periódicos como El Liberal en la sección titulada «Mujeres»; Nuestra España; La Libertad; «El Mono Azul», suplemento del periódico madrileño La Voz; o El Sol, y en Manantial de Segovia, entre otros.

Zambrano también alternó en los ambientes políticos de la España de preguerra, aunque, tras varios coqueteos con algunos movimientos estudiantiles, rechazó la propuesta de Jiménez de Asúa para ser candidata a las Cortes republicanas por el Partido Socialista Obrero Español junto a figuras como Unamuno y Ortega y Gasset, desarrollando su «activismo político» desde la escritura.

María Zambrano con otros destacados intelectuales en Madrid. Fuente: Imagen por cortesía de la Fundación María Zambrano. Del mismo modo, participó en diferentes proyectos educativos, como el Instituto Escuela, o las Misiones Pedagógicas, antes de su llegada a la Universidad en 1931 donde fue profesora auxiliar en la Universidad Central, primero impartiendo la asignatura de Metafísica y posteriormente en la cátedra de Historia de la Filosofía de Zubiri, convirtiéndose, a partir de 1935, en profesora de la Residencia de Señoritas y del Instituto Cervantes. Años después retomaría la docencia universitaria, ya en el exilio, en diferentes universidades latinoamericanas.

La citada actividad estuvo acompañada en todo momento por una intensa producción científica. María Zambrano fue una prolífica escritora, cuya obra estuvo vertebrada, desde sus comienzos, por un fuerte sentido de compromiso con los problemas de su entorno, en el que España, Europa, Occidente, e incluso, en ocasiones, el Mediterráneo eran sinónimos.

La filósofa malagueña reflexionó sobre la idea de Europa prácticamente desde sus primeros escritos, y lo hizo como mujer y desde su doble exilio, español y europeo, aspectos que caracterizaron su pensamiento.

El europeísmo zambraniano se asienta en dos pilares fundamentales, por un lado, en la toma de conciencia de los problemas por los que atravesaba la Europa de entreguerras, y, en este sentido, en su profunda preocupación por los mismos y por el futuro del continente, y, en segundo lugar, en su hondo sentimiento de pertenencia a Europa. Sin olvidar el binomio España-Europa, fundamental en el pensamiento de Zambrano que consideraba que la crisis española era también la crisis europea, y que los sucesos que sucedían en la primera anticipaban los que ocurrirían después en el resto del continente. Problemas y, por tanto, potenciales alternativas eran compartidos en ambos espacios, según Zambrano, perspectiva que también fue una constante en la obra de Ortega y Gasset.

Para Zambrano, Europa trascendía las fronteras, no se reducía a un espacio físico o político, sino más bien a una cultura y a unos valores compartidos, planteamiento que defendió en cada una de las publicaciones de su primera época.

Cubierta de «Horizonte del Liberalismo», de María Zambrano. Primera edición en Nueva Generación, 1930. Desde su primer libro, Horizonte del Liberalismo, publicado en 1930, María Zambrano realizó un enorme esfuerzo intelectual por analizar y entender la situación europea del momento, con la que se mostró inconformista y crítica y de la que responsabilizó tanto al liberalismo, como al comunismo. Según la autora, ambos movimientos proponían una razón totalitaria y violenta que rechazaba la libertad, servían al individualismo y al fanatismo e ignoraban a las personas, proponiendo como alternativa política un liberalismo humanista, que incorporara tanto valores éticos como sociales.

La crítica al ideario que, según Zambrano, había conducido a Europa a la violencia extrema aparecía reflejado también en Los intelectuales y el drama de España, escrito en 1936 en Chile, país al que acompañó a su marido, el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, mientras fue secretario de la Embajada de España. En este segundo libro, además de analizar la trágica situación española durante la contienda bélica explicaba el fracaso del país como consecuencia de su desconocimiento de sí mismo y de su pasado, así como de la ruptura con sus tradiciones, por lo que se volcó en varias iniciativas como visibilizar a los poetas españoles en Romancero de la guerra española y Antología de Federico García-Lorca, publicadas ambas en 1937. Tras su regresó a España, en la primavera de dicho año, y hasta su salida para el exilio, el 28 de enero de 1939, formó parte del consejo de redacción de Hora de España, revista literaria que difundía la labor cultural del gobierno republicano, y participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en julio de 1937.

María Zambrano en Roma (1960) donde se instaló hacia 1964. Allí se relacionó con diversos intelectuales italianos y españoles. Fuente: Imagen por cortesía de la Fundación María Zambrano. La experiencia del exilio marcó un punto de inflexión en su vida, y, especialmente, en su pensamiento. Más allá de un significado histórico-político, el exilio se convertía para ella en una experiencia vital, asumiéndolo como «condición de existencia», y en una categoría del pensamiento, que implicaba la heterodoxia del mismo y la perspectiva de los sucesos desde la distancia de los mismos, pero manteniendo la familiaridad con el lugar de pertenencia.

Durante la primera etapa de su exilio, entre 1939 y 1953, residió entre México, La Habana y Puerto Rico y publicó una serie de obras cuyo denominador común seguía siendo la reflexión sobre la tragedia de la guerra civil española, la barbarie que asolaba Europa, así como la amargura y la soledad del exilio, dejando constancia del alto precio que estaba pagando por refugiarse en el exterior de la tragedia que vivía Europa. En esta línea destacan libros como Pensamiento y poesía en la vida española y Filosofía y poesía, ambos publicados en 1939. Al año siguiente aparecía Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor, escrito en La Habana; La Confesión: Género Literario y Método, publicado en 1943, y El pensamiento vivo de Séneca, aparecido en 1944.

Sin embargo, la obra de referencia para entender el pensamiento zambraniano sobre Europa es La agonía de Europa. Pese a que, tanto en ensayos como Unamuno, escrito en torno a 1940; Delirio y Destino, escrito en 1952, y Persona y democracia, publicado en 1958, Europa también era la protagonista.

Cubierta de «La agonía de Europa», de María Zambrano. Se publicó en Buenos Aires en 1945 por la Editorial Sudamericana. La agonía de Europa vio la luz en 1945, en Buenos Aires, como compilación de una serie de artículos que la filósofa había publicado entre 1940 y 1942, en plena contienda europea, en la revista Sur de Buenos Aires, titulados, «La agonía de Europa»; «La violencia europea»; «La esperanza europea» y «La destrucción de las formas».

En esta obra María Zambrano reflexionó sobre el significado de la idea de Europa y, reconociendo su heterogeneidad y pluralidad como señas de identidad, planteó dónde se encontraba la esencia común que servía de nexo entre los distintos países europeos.

María Zambrano durante su estancia en Puerto Rico. Fuente: Imagen por cortesía de la Fundación María Zambrano. En un principio volvió sobre los motivos por los que terminó estallando la II Guerra Mundial. Entre las causas últimas de la crisis señalaba la ausencia de valores, la falta de moral, el abandono de los principios en los que se habían fundamentado las raíces europeas, el liberalismo individualista que olvidaba lo humano, la insolidaridad entre las personas y la violencia como instrumento de dominación, aspectos ya señalados en publicaciones anteriores. No fue la única filósofa que alertó de la crisis de la conciencia europea durante el periodo de entreguerras, pero Zambrano lo hizo desde el exilio, espacio que condicionó su percepción, del mismo modo que lo hizo su propia identidad como mujer que convertía a María Zambrano en una pionera entre los intelectuales varones españoles que defendieron una Europa unida durante la primera mitad del siglo XX.

Por otro lado, el pensamiento zambraniano sobre Europa no se reducía al sentimiento de fracaso, sino que también veía posibilidades de regeneración y alternativas esperanzadoras. En efecto, consideraba que Europa estaba agonizando por causa de la Guerra, pero interpretaba dicha agonía, como un combate por seguir existiendo, un proceso de metamorfosis que incluiría la posibilidad de un resurgimiento hacia un futuro mejor.

María Zambrano durante su etapa en el exilio. Fuente: Imagen por cortesía de la Fundación María Zambrano. Si las causas de la agonía por la que atravesaba Europa, según Zambrano, residían en la traición a su propia esencia cultural, la salida de la misma debía pasar por la vuelta a las raíces culturales, griegas, y judeocristianas, sin ignorar la religión cristiana, como rasgo cultural e identitario que había acompañado a la historia del hombre y de Europa desde sus orígenes, concretando que Europa era una realidad histórica de vida y de cultura, es decir, una tradición. La cultura compartida se convertía así en el nexo salvador de Europa, pero al mismo tiempo era también un elemento aglutinador, el fundamento de la identidad común europea y los cimientos sobre los que se podía edificar la unidad, creencia compartida por otros europeístas coetáneos como Madariaga o el propio Ortega.

El ideal político que mejor respondería a las necesidades de reconstrucción europea sería una democracia que estuviera sustentada sobre el concepto de persona, tal y como argumentó en su obra Persona y Democracia, de 1958.

Entendía la democracia como un régimen en continua evolución y en cuya construcción todos pudieran participar, sustentado en la libertad de la persona, entendida esta como la responsabilidad con las decisiones tomadas y el compromiso con lo que se hace. Un sistema que incluyera la unidad y la multiplicidad, que debía asentarse en la igualdad, que respetase las diferencias y la posibilidad de coexistencia de diversas ideas y desarrollos simultáneamente.

Firma de María Zambrano. Fuente: Wikipedia. Licencia CC BY-SA 4.0 Cuando apareció dicha obra, Zambrano ya se encontraba en Europa, a la que sentía como su patria y a la que había regresado en junio de 1953.

En suma, el europeísmo zambraniano radica en la propuesta de una Europa unida, con base en una cultura común y desarrollada en un modelo político capaz de promover la paz, la libertad y el respeto a las diferencias, y en la que la convivencia y la mediación sirvieran de alternativa a la guerra.

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